martes, 31 de julio de 2012

Espístola del Serengueti

Queridos hermanos:

Heme aquí, recluido en mi celda, entregado a la meditación y al estudio, sólo interrumpido para hacer nuevos agujeros al cinturón, que no reposa de tanto bajar y subir los calzones, estando como estamos a merced del atajo de sodomitas que desde aquí y allá nos acosan.
 Acostumbrado a recetar edificantes lecturas a los catecúmenos de la escuela catedralicia en donde laboro y teniendo en mente a los jerarcas aludidos, creo menester recomendarles que abandonen los sesudos estudios económicos de Keynes, Barro y Krugman y que, para empezar por el principio y aunque dicen ya haber hecho los deberes, mejor dediquen el verano a hacer con aplicación y esmero los sabios ejercicios de un cuaderno de Rubio del número 2, el de sumar llevando. El conocimiento y práctica de los sutiles arcanos que encierra tal obra por parte de quienes los últimos años han dirigido y por los que ahora dirigen la economía del reino, al abismo por cierto, nos habría evitado muchos males. No olvidar que quien gasta más de lo que gana, debe, que, junto con saber sumar, constituyen un corpus de ciencia suficiente que, de ser conocido y puesto en práctica, habría evitado el llegar la situación actual. Restar es industria que ya practican en demasía, aunque siempre en bolsa ajena, y las otras dos reglas, claro está que es arte que excede el magro alcance de sus magines.

   Nada hermana más que el infortunio, medito. Mientras la prosperidad y la bonanza adormecen nuestras conciencias, haciéndonos egoístas e insensibles al sufrimiento ajeno, por contra, plagas, hambrunas y catástrofes nos unen y nos llevan a compadecernos de nuestros semejantes con sentimiento fraternal.

   Aun siendo angustiosa nuestra situación, todavía no hemos alcanzado el punto en que nos sintamos hermanos, mas por el buen camino vamos, pues la inmensa mayoría ya nos consideramos unos primos. Clara muestra de ello es el hecho de que son generales las preguntas sobre "la prima", tenida por todos por común pariente. La evolución de sus dolencias ha sustituido en toda conversación el usual interés en nublos, calores y borrascas.
   No menos frecuentes en la conversación son las referencias, cierto es que poco piadosas, a padres, madres y otros antepasados de próceres y mandamases que, aunque son llamados a administrar la cosa pública de forma temporal, en sus poltronas se eternizan, llegando a olvidar sus anteriores ocupaciones y oficios, quienes alguno tenían. Más peligro suponen, no menos para sus compañeros de cofradía que para los rivales, aquellos que carecen de tajo al que volver. Si mentir, al menos ocultar y exagerar, es algo propio de tal gremio, éstos últimos matan.
   Esta dialéctica revalorización de los lazos de sangre, en casos extremos, les lleva a convertir en hereditarias sus canonjías, no siendo insólito el caso de pasar de padres a hijos durante siete generaciones la presidencia de una diputación provincial, lo que nos lleva a pensar que en sus encendidas defensas a "la familia", refiérense a la suya propia, en un sentido siciliano de la palabra.

  Me llevan mis divagaciones estivales a meditar sobre la importancia de hacer a las palabras recuperar su sentido y valor. No es problema menor, pues con ellas se nos encandila y tras su mal uso se nos esconde y escamotea la realidad. Llamar a las cosas por su nombre ya es solucionar la mitad del problema. Que sea crisis o no lo sea, que constituya o no rescate o que esto sea robar o sólo lo parezca, es importante. Detraer miles de millones de los hueros bolsillos de los contribuyentes para entregarlos a quienes previamente se los vaciaron, no puede ser acción que se santifique o barnice con palabras o frases tales como “reestructuración bancaria”, “recapitalización” y otros eufemismos al uso. Más ajustado a la realidad y a lo que establecen diccionarios y lexicones sería denominar a estas impías acciones “expolio indecente”. Aclarar quién es funcionario y quien no lo es, también ahorraría muchas controversias, discusiones y pelarzas.

  No menos inadecuado resulta el denominar "sanguijuela morganática" a una variedad de esta especie de gusano que, cual lapa, se aferra a chupar de las arterias de la hacienda del reino, pues aunque maman, y no poco, lo hacen de distinta teta de la que su electo cónyuge se nutre. Mejor sería clasificarlos como consejeros de bragueta, al ser su matrimonio, que no sus méritos, si los hubiere, quien les ganó plaza en el consejo de administración para el que se les nombra. Muestra ahora esta variedad de chupóptero consorte
su predilección por congregaciones dedicadas a la telefonía y la energía, todas ellas piadosísimas y rentables órdenes laicas, una vez esquilmado por tal chupón y otras tenias, éstas no solitarias, su anterior nicho ecológico, las cajas de ahorros, cuya ruina causaron y de las que ricos marcharon en lugar de esposados, como de ellas debieron salir.
  Pueden encontrarse especímenes de estas parasitarias especies en las mejores fondas y hosterías, mostrando su desmedida afición a los crustáceos y a los buenos caldos, que no costean con propios maravedíes sino con doradas tarjetas que diluyen tales dispendios en el pozo sin fondo de su despilfarro insostenible.

  Su nepotismo tentacular, extendido a la familia de sus amigos y cofrades, todo lo ocupa. Disfrazados de funcionarios infiltran a sus protegidos en todos los organismos de la administración, a ser posible en los niveles más altos y mejor remunerados desde donde, como volantes esporas o virus con patas, puedan reiniciar un nuevo ciclo de infección. Una vez colonizados los organismos citados en los que estos parásitos bullen y se amontonan, siendo causantes del descrédito de los verdaderos funcionarios de carrera, amplían su hábitat creando peregrinos organismos e inusitados entes, tan ingeniosos como innecesarios donde, tomando ejemplo de algunas especies de avispas, inyectan las larvas de sus crías y las de sus compinches, que allí encuentran acomodo, aunque terminen por comerse a quienes en tal colmena de verdad laboran.

  Cuando el sistema se satura despejan el lugar, haciendo sitio para nuevos compromisos, jubilando, en edad de merecer, a sus protegidos con cargo a los indefensos sufragáneos, a los que, cuando alguien les oye, llaman "el pueblo", o "los trabajadores". Multiplicar los niveles de la administración, es pues, parte esencial del diseño.

   ¿Qué pensaríais de este pobre fraile, hermanos míos, si os dijera desde el púlpito que si teniendo tienda o artesanía, llegado el caso de que, a causa de vuestra incompetencia y rapacidad, las cosas os vinieran mal dadas, viendo la ruina inevitable, podríais, en lugar de cerrar el puesto y cargar con deudas y compromisos, abrir lo que se llamaría una "tienda mala" y que, cuando corriendo huyerais de ella, allí quedarían cargas y trampas, para regresar a vuestro anterior negocio, que de forma milagrosa hallaríais solvente y lleno de géneros y mercaderías pagadas con cargo al contribuyente? Existe tal, mas no os hagáis ilusiones, almas de cántaro, pues esta ingeniosísima práctica no está al alcance de cualquiera. Sólo quienes de la usura han hecho noble oficio gozan de tal prerrogativa.

   Alárgase la epístola, incapaz de encontrar una idea amable y reconfortante con que darle fin, como se acostumbra. Iba a traer la playa y el descanso a colación, mas desde la pérfida Albión se nos compara con las jirafas y ñus del Serengueti, quienes confiados migran en busca de más feraces y amenos parajes, mientras se relamen los predadores que al acecho les esperan en ríos y cañadas. Nuestros leones y cocodrilos se afilan las uñas en Wall Street y en la city de Londres. A ellos se asocian otros carnívoros y carroñeros locales y, contra ellos, precaución inútil es no perder de vista la cartera. ¡Que Dios nos proteja!

Espístola del rescate de los cautivos

Epístola del rescate de los cautivos - 14 de julio 2012

Queridos hermanos.

    Anda la cristiandad revuelta. No es nuevo que sean los más quienes trabajan, viendo como tributos y aranceles les arrebatan gran parte de sus ya menguados jornales, para pagar las deudas de los menos, quienes, ociosos y a costa de los primeros, siguen acumulando riquezas y viviendo en el lujo, el derroche y el exceso. Mullidas alfombras pisan hoy quienes antaño ejercían su oficio en Sierra Morena. Han abandonado sus trabucos los salteadores de caminos, hallada la manera de esquilmar al desprevenido villano de guisa menos riesgosa para el asaltante.
    Se promulgan pragmáticas que nos hacen más pobres a muchos para que unos pocos no vean peligrar su riqueza, socavando la justicia y la razón y convirtiendo en papel mojado anteriores leyes, edictos y acuerdos.  Quedan indefensos los cristianos tras atender durante largos años la parte que les correspondía en un trato que ahora ven incumplido. A pesar de ser tenida por gente dudosa y poco de fiar, el apretón de manos de un tratante de ganado o de un chamarillero, ha resultado ser más fiable que leyes y pragmáticas, a cuyo amparo creíamos estar, solemnemente proclamadas y rubricadas por el mismo rey,  pero que comprobamos que a poco comprometen a quienes con mentira juraron defenderlas para acceder a sus prebendas y canonjías. Dios les pedirá cuentas por sus quebrantados juramentos y promesas.
  A la injusticia añadimos hoy el escarnio y el desprecio. Hay ocurrencias, pues con ocurrencias se nos gobierna, que minan hasta el derrumbe la ya tambaleante moral de la feligresía. Vemos gestos que, de forma obscena, suman la burla y la vejación a nuestros miedos por el presente y el futuro.  Desconocemos las caras de los que en verdad nos gobiernan, sólo sabemos que sean quienes sean, nos miran como insectos. Como siempre ocurre en la cristiandad, hay que dirigir los ojos a Roma para encontrar ejemplo y guía. Elsa Fornero, regidora transalpina, vertió amargas lágrimas mientras anunciaba sacrificios menores de los aquí se nos imponen entre aplausos y sonrisas.
    En las juntas en las que su cofradía decretaba una recortadura tres veces mayor para una economía la mitad de grande, Andrea Fabra, una de las diputadas del común que hace pocas lunas elegimos para solucionar los problemas que nos abruman y que, a los 28 años, y gracias a la designación del virreinato valenciano, ya ostentaba senatorial toga, vomitó un expresivo resumen de su pensar, mostrando a los súbditos del reino el grado de su aprecio y caridad para con quienes iban a sufrir las requisas que permitirán que ella, sin más méritos conocidos que ser hija de su padre, levantino prócer con aspecto de capo de la mafia calabresa, siga viviendo como un rajá: —¡Que se jodan!, fueron sus piadosas palabras. Que este miserable personaje siga o no posando su culo en una cátedra que no merece será vara con que medir la dignidad de tal congregación.
    —¡Ya veo la luz al final del túnel!, exclama Miguel Durán, anterior jerarca de una orden laica que agrupa a los ciegos del reino.  
    —¡Oteo una luz al final del túnel!,  pero es un tren que viene, —leo en otra esperanzadora crónica…
    Los nostradamus  de las finanzas explican qué va a acontecer, una vez ocurrida la catacumbre, que no antes. Asesoran e ilustran a los usureros que les pagan, que han salido a la luz para mostrarse ahora sin recato, después de siglos ocultos en oscuras y tortuosas callejas en las que antaño ejercían su infame oficio. Pomposos títulos disfrazan y dan lustre a su hermandad sin fronteras y, ya a cara descubierta, imponen a reinos y villas las penitencias y ayunos que les garanticen el cobro de las rentas de sus usuras.
    Oscura y contradictoria es su doctrina:
   —¡Hemos vivido por encima de vuestras posibilidades, ahorrad ahora!, razonan unos.
    —¡Gastad, malditos, que nada vendemos!, gritan otros.
   —¡Sálvese quien pueda!, vienen a decir quienes gobiernan, aunque vemos que, en el actual naufragio, sólo hay barcas para socorrer  y rescatar a quienes han estrellado la nave contra los arrecifes.
    Uno de estos gurús, que imparte doctrina económica en los estudios generales de la corte, afirma que algo de vida inteligente debe quedar en Europa, aunque no se vean muestras de tal cosa en el momento actual. Opina que son poco atinadas las providencias con las que se nos quiere sacar de la ruina que padecemos. Oigo hablar de que se nos rescata, como cautivos de Argel. Eso, al menos, nos confirma que esclavizados estamos, ya que rescatados hemos de ser.
    Sírveme de consuelo el pensar que, puesto que somos nosotros quienes a ellos les damos de comer, que no al contrario y que, además, les hacemos ricos, no han de dejarnos morir, al menos no a todos. Que Dios reparta suerte.

El hermano José

Epístola vacacional

Epístola vacacional - 24 de junio 2012

    Dirigida a mis compañeros de profesión, se escribe esta epístola, tal como la anterior,  bajo los nocivos efectos de una imprudente visita a ciertos foros donde pude comprobar, una vez más, el poco aprecio que parte de la sociedad muestra hacia los funcionarios en general y a los docentes de forma especialmente cruel e injusta. Tras 36 años de dedicación a la enseñanza, no creo que ni yo ni la inmensa mayoría de mis compañeros de profesión seamos merecedores de tal odio. A quienes piensan de tal forma puedo decirles que estoy convencido que más me deben ellos a mi que yo a ellos. Con Dios.

....
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 
 ....
 Antonio Machado (Retrato)

Queridos hermanos.

    Alineada Can mayor con Sirio, llegadas son las canículas y los catecúmenos ya han dejado desiertas las aulas de la escuela catedralicia. Durante dos meses, su vitalidad se encauzará a llenar de alegría y regocijo la vida familiar, reanimando los hogares y permitiendo a los progenitores disfrutar por fin de la compañía de su prole. Por eso nos odian. Incapaces de soportar a sus propios retoños, ingratos aplauden cuantas medidas hacen la vida más difícil a quienes de ellos se hicieron cargo durante el resto del año, labor a la que no han querido dedicarse, a pesar de las innúmeras ventajas y privilegios que presuponen en tal oficio. Que el Señor les perdone y les de fuerzas para sobrellevar tantos días, llenos de horas, minutos y segundos.
    Ha querido el Creador, para redondear la suerte, disponer los astros de forma tal que sean estos días los más largos del año, lo que hace a bestias y personas bullir  hasta horas avanzadas en las que en otras estaciones ya sería noche profunda, invitando entonces tales penumbras al recogimiento y al retiro.  Sírvales de consuelo el pensar que, en el más desfavorable de los escenarios,  sólo a dos o tres rorros han de soportar, no a veinticinco, que nada han de enseñar, sólo sobrevivir y que, además, son suyos.
   Cuando pasado el día de los santos Simplicio, Agoardo y Teodulfo, preclaros varones cuya luz es cada año eclipsada por  el mayor relumbre de San Juan, que acude siempre acompañado de hogueras y fogatas, traspaséis el umbral del cenobio, os abrazará el silencio, huero de gritos, carreras y pelarzas. Dentro os aguardan manuscritos y legajos, crónicas y memoriales, que trabajo es, pero que os recibirá inmóvil y silente. Escribid planes y propósitos por si, pasado el verano, la educación siguiera considerándose necesaria. Las últimas pragmáticas nada bueno presagian.
    Cuando, para abaratar costes, compartíamos rey con Alemania, pidió Carlos I quinientos mil florines a los banqueros Fugger, recabando luego aquí los caudales con que persuadir a quienes allí habían de votarle como emperador, permitiendo a los florines regresar prestos a las arcas del país de donde salieron. Fueron entonces las rentas del Maestrazgo, el mercurio de Almadén y la plata de Guadalcanal quienes sirvieron de aval para pagar tal fiesta. Hoy Fugger es rubia y son nuestra salud, nuestro trabajo y nuestros menguados jornales quienes avalan los préstamos, permitiendo que, sin dejar de atenderlos, cada vez les debamos más. Si, al menos, la usura fuese hoy tratada con el rigor de aquel entonces, no bastarían las hogueras de San Juan ni las fallas de Valencia para hacer entrar en calor —y en razón— a quienes se hacen ricos con nuestro empobrecimiento.
   No permitáis que tales buitres os coman la moral, hermanos. Dispersaos por playas, montes y aldeas. Disfrutad. Nutrid e hidratad vuestros organismos según los gustos y posibles de cada cual, que antes de lo que pensáis, vuestros discípulos, ávidos de ciencia y para alivio de sus progenitores os recordarán que el verano ha terminado.

El hermano José

Epístola de las penurias que nos aquejan



Epístola sobre las penurias que nos aquejan - 23 de enero 2012

Queridos hermanos.

    Con el ánimo turbado medito en la soledad de mi celda acerca de las penurias que abruman a las escuelas catedralicias y a quienes en ellas, con gran quebranto del cuerpo y del alma, desasnamos a los hijos de algunos de quienes hoy se alegran de nuestros males. Jalean los desafueros que contra nosotros se perpetran, llegando a espolear, con tanta ignorancia como escaso cálculo y razón, a los indignos abades que antes gobernaron o gobiernan ahora la cristiandad para que acrecienten sus desmanes contra nosotros y contra quienes, como nosotros, les proporcionan lo único que del reino reciben a cambio de diezmos, pechas y alcabalas, achacándonos las consecuencias de un derroche irresponsable, de un festín general en el que no hemos tomado parte. Sólo cuando pintan bastos somos recordados, nunca somos llamados a participar de la prosperidad.

   De partes muy sensibles del organismo deben tener sujetos a quienes dicen mandar, cuando se resignan a ser marionetas cuyos hilos manejan, cada vez con menor disimulo de la engañosa industria que les mueve, quienes a tal situación nos condujeron. Principalmente prestamistas, usureros y alarifes, de insaciable avaricia y rapacidad, que se inquietan porque ahora los fieles no tienen dineros con qué pagarles sus deudas. No es rara cosa, cuando todos los ducados y maravedíes del reino ya están en sus arcas. El fin del mundo está cerca, pues hoy se deja el pastor dirigir por el lobo sobre cómo  cuidar y proteger a sus ovejas, intentando así evitar ser comido él mismo. Sacrifica el pastor una tras otra, creyendo poder saciar el hambre de la fiera, sin pensar que de una oveja o de una vaca pueden obtener carne una vez, aunque leche podría dar todos los días, si no se la deja morir de hambre para ahorrar el pienso que come. Debería saber que de tal modo sólo está retrasando su propio final, ya cercano.

    Quejábase amargamente un hermano mientras paseábamos por el claustro, diciendo que antes debieron decirnos que, para ellos, lo que hacemos no es importante, que en demasía se nos pagaba por hacerlo, al menos así sabemos ahora en  qué poca estima se tenía nuestra labor. Unos galones en los hombros vendrán a suplir la autoridad que con tales discursos se nos arrebata, ante el aplauso de quienes ven con buenos ojos que se ofenda y se rebaje el jornal a quienes les sanan, enseñan o protegen, a quienes barren las calles, recogen las mierdas de sus perros o les ayudan a nacer y a morir. Nos queda el consuelo de que sus hijos, con los ojos muy abiertos, van aprendiendo de tales padres lo que es importante de verdad, qué es realmente merecedor de esfuerzo, de aprecio y de reconocimiento. Ellos nos vengarán, hermanos.
POST SCRIPTUM

   Para levantar los decaídos ánimos y recobrar algo de ilusión, envíoos un salmo bailable, primorosamente interpretado por alguna escolanía, cuyo nombre, así como la piadosa orden a que pertenecen sus miembros, en mi ignorancia, desconozco. Haced acopio, hermanos míos, de manuscritos, salmos y piadosas obras antes de que la Inquisición, por una vez con algo de razón, cierre la puerta de bibliotecas y archivos hasta ahora accesibles a estudiosos y amantes de las artes.

El hermano José

Calle Gutenberg

CALLE GUTENBERG


    Países y ciudades hay donde, prevaleciendo la lógica y la razón al sentimiento y la memoria, se identifican sus calles por un número en lugar de por un nombre para, de tal forma, facilitar su encuentro. Esto permite dibujar un mapa mental que hace más sencilla la vida a los taxistas y deja la historia y el recuerdo para museos y estudiosos del pasado. Maldad sería pensar que este sistema se deba a la circunstancia de tener más calles que historia, pues quienes recurren a ella en busca de recuerdos para llenar el callejero, siempre renuncian a épocas y personajes que no consideran propios. Así, en España, no abundan las calles dedicadas a los fenicios, a los cartagineses, a los visitantes de Bizancio, a los vikingos, ni siquiera a la antigua Roma, aunque todavía sigamos vadeando algunos ríos sobre los puentes que ella construyó. Sin embargo, existen innumerables  con nombre árabe. Sin salir de Granada, encontraremos entre sus viales y callejas a Abderrahman, Aben Humeya, Aixa, Abenamar, Boabdil, Abencerrajes, Averroes y también Alhama, Alhambra, Alcahaba y un y un largo y hermoso etcétera.  Hasta al grabador David Roberts.
    En muchos lugares imponemos nombre a calles y plazas en lugar de numerarlas, perpetuando con tal ceremonia de bautizo la memoria de personajes, hechos históricos o, simplemente, las actividades que en esas calles y plazas florecían. No pocas veces  nos orientan sobre los lugares a los que se llegaría si por ellas siguiéramos andando —Puerta de Murcia, o carretera de La Coruña—, o qué se puede o se podía encontrar en ellas,—calle Herradores o calle de la seda—. Las posibilidades son infinitas. Depende de la imaginación de los padrinos de tal bautizo y de la época en que una vía pública se renombró por vez última, pues, al menos en España, es costumbre rebautizar las calles con nombres más del gusto de quienes en cada momento mandan. En no pocas ocasiones, es una anécdota, algún curioso suceso que en ese lugar aconteció, lo que da nombre a una calle.
      La ideología del nombrador de calles asoma así la oreja en el callejero de cada ciudad o pueblo. Viendo en la relación de sus calles y plazas tanto las presencias como las ausencias, puede uno saber cuál ha sido el partido dominante en las elecciones municipales durante las últimas décadas. Haga la prueba quien abrigue dudas de que sea tal como aquí se cuenta. No nombremos la bicha, pensemos que borrando el nombre, barremos con él su recuerdo, incluso la misma existencia en el pasado de lo que hoy no nos gusta. No es esto nuevo, pues ya obraban de esta forma egipcios y romanos con dioses, faraones y emperadores, intentando cambiar la historia lijando las piedras. Con papiros, pergaminos y papeles aún era más fácil. Ese mismo tipo de pensamiento es el que ha entregado al fuego muchas bibliotecas y archivos y a la destrucción o a la ruina a innumerables templos, monumentos y estatuas.
    En las calles, habría cierta lógica en hacer lo propio cuando una de ellas tuviera por nombre “calle del Verdugo” o fuera conocida como “Avenida de Jack el destripador”,  pongo por caso. No conozco ninguna vía dedicada a la memoria de quienes han dejado mal recuerdo a todo un país en su paso por la historia. Así, repasando el callejero de varios pueblos y ciudades, no encuentro calle o plaza alguna, siquiera una cortita, dedicada a Atila, por citar a alguien. No sé cómo se llaman actualmente los Hunos, pues algunos deben de quedar, pero dondequiera que ahora residan, seguro estoy que Atila tiene su calle. Los conquistadores, héroes e invasores suelen tener dedicadas sus calles en la vecindad de donde nacieron o en el lugar adonde fue a parar el botín de sus hazañas, con más frecuencia que en los sitios conquistados, sin que yo alcance a comprender tal parcialidad de juicio.
    Incluso aquellas calles dedicadas a personajes universalmente tenidos por benéficos, pueden enseñarnos cosas sobre nuestras prioridades. No conozco pueblo o ciudad española que no tenga en su callejero una avenida, plaza, calle o, al menos, un callejón, así bautizados en memoria y honor del Doctor Fleming. Si la aldea tiene tres calles, una es para él. Sin duda se lo merece. Siendo la enfermedad algo de lo que todos huímos, hay acuerdo general en que quien tanto hizo por combatirla se ha ganado un cartelillo que reavive  en nosotros su recuerdo mientras paseamos por una vía dedicada a su memoria o, mejor dicho, a refrescar la nuestra, tratando que no olvidemos el bien que hizo a la humanidad.  La tendencia general es al olvido,  y llega a ocurrir que, pasado un tiempo, caminemos, incluso vivamos en calles con nombres de personas, fechas o cosas que han perdido para nosotros toda referencia con el motivo que llevó a nuestros próceres a acristianarlas de tal modo.
    Menos presencia en los callejeros tiene, por ejemplo la figura de Johann Gutenberg, es decir, del libro y de la imprenta que él hizo posibles. Por supuesto no lo contrapongo al Doctor Fleming. Puestos a elegir entre la salud y un libro, aunque sea “Cien años de soledad”, me quedo con la salud, sin dudar. Si hay un refrán, al menos por estas tierras, que establece que “entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero”, es porque no interviene la salud en tal contienda. Dejemos al benemérito doctor Fleming con su merecidísima calle. Ahora bien, si teniendo a Johann Gutenberg en mente, con el dedo voy desgranando  el índice onomástico de las calles de mi ciudad, de la alfa a la omega, doy con bautizos menos acertados de lo que lo hubieran sido de haberle puesto Gutenberg al niño. Tenemos en Albacete calles dedicadas a la Informática, al Arte y a la Literatura, a la Ínsula Barataria, a la navaja, a León XIII,  a Ana Karenina, al oro, a la peseta, al sol, al médico árabe-español Amin-Eddin Abu Zacarías Jahya Ben Ismael el Andalusy, al tinte, a Indira Gandhi, a los zapateros, al iris, al mes de Marzo, a doña María Moliner, una a la parra, otra a la piedra y otra al pino, lo que demuestra cierto criterio, pero carecemos de calle alguna dedicada al libro, a la imprenta, con tales nombres o representados por Gutenberg.

    Madrid, a mi escaso juicio, contando ya con una calle Gutenberg, puede permitirse el lujo de tener no sólo una calle del Pez, sino varias, pues con tantas para nombrar, puede obrar con más precisión y tino, descendiendo a variedades tales como el pez volador o el pez austral. Málaga ha dedicado calle a 34 de sus alcaldes, una a Almanzor  y otra al algarrobo, pero se salva pues tiene una calle dedicada a Gutenberg —y otra a Albacete.— Muchas gracias. 
    La ciudad de Tarrasa (Terrassa en catalán), tiene una Plaza dedicada al euro, aunque la pela sigue siendo la pela, aquí y allí, y otra a l’ametllera. Entre sus calles están las que nos recuerdan a Egipto y a Oceanía, al eucaliptus, al aire, al agua y a la cisterna, a la suerte y a la salud, a Júpiter, a Mercurio y a Neptuno, a Mao, a Felipe II y a Flandes, a Pitágoras y a Galileo, a la Aurora y al Estatut… Pone la guinda a tanto acierto el no haber olvidado a Gutenberg, que también tiene su calle, y en todo el centro, además.
    Hay ciudades que honran a algunas personas al llamar con su nombre a una vía pública. Otras, tienen la honra de que una de sus calles se llame Gutenberg. Mi agradecimiento a Madrid, Barcelona,  Ciudad-Real, Telde, Getafe, Terrassa, Badajoz, Zaragoza, Valencia, Málaga y demás ciudades, pueblos y villas en las que alguien, en algún momento, ha tenido el acierto de recordar y hacer recordar al inventor de la imprenta.

Con la excepción del rótulo de la calle Gutenberg, creado con Photoshop a partir de la foto de unos azulejos, las demás fotografias se han tomado de diversas páginas de Internet. Gracias.