sábado, 22 de septiembre de 2012

Epístola de los ministros



Aquí estamos tomando un café en casa la mañana del sábado, leyendo la prensa y ojeando en internet la apabullante abundancia de mensajes, sugerencias, enlaces e imágenes que entran por las puertas que abrimos a más foros de lo que podemos atender. Entre mucha paja, hay algunas noticias, artículos y comentarios que merecen más atención. También algunas acuarelas maravillosas que nos iluminan la mañana. 
Laurentino Martí
http://www.laurentinomarti.net/p/aquarelles.html
 Doy con un artículo en el que se recogen las declaraciones del brasileño Chico Buarque, cuando era ministro de educación de su país. Respondiendo en una universidad norteamericana a una pregunta acerca de la internacionalización de la Amazonia, argumenta de forma brillante y razonable, es decir, le da una educadísima bofetada al mundo, que es el título con que el blog donde lo leo titula su comentario. Como la respuesta es larga y enjundiosa, proporciono el enlace, mejor que resumir algo en lo que nada sobra:
Comparto esa noticia en facebook y comento:
  “Quienes no hemos dejado con qué encender, quienes consumimos recursos naturales, propios y ajenos, a un ritmo insostenible, pedimos a quien aún tiene bosques y ríos limpios, territorios sin explotar, recursos que nosotros esquilmamos hace siglos, que los conserven en bien de la humanidad. —La humanidad a la que nos referimos somos nosotros—.
    Tal vez debería haberse hecho así, pero estamos poco legitimados para decir a estos países qué deben hacer en su propio territorio. Deben ser ellos quienes decidan, esperemos que mejor que lo hicimos nosotros.
   Este artículo sobre las declaraciones del ministro de educación de Brasil es muy esclarecedor. De paso. ¡Qué envidia de ministro de educación! Al menos por estas declaraciones, si su ministerio lo dirige con ideas parecidas a las que expresa aquí.
   Observo que he alcanzado un grado de incredulidad y recelo alarmantes. De todas formas, todo lo que dice lo comparto plenamente”.

Medito, matizo mi suspicacia y añado:

   “Olvidaba recordar que Chico Buarque es músico. Eso disipa parte de mis dudas. Siempre he creído que los sillones y los despachos tienen voz propia, una voluntad ectoplasmática que se impone y se apodera de las iniciales intenciones de quien ocupa el cargo.
   Reconforta escuchar a un ministro de educación interpretando una bossanova, en lugar de desacreditando a quienes debería defender”.

Añado un vídeo de un tema interpretado por el ministro de educación —el de Brasil, no el nuestro— 
:— (
Lamento informarme, después de haber leído ese artículo en varios lugares y escrito lo anterior, de que en Brasil tienen no uno, sino dos Chicos Buarque. Uno el ministro Cristiovão Buarque, otro el cantante Francisco Buarque de Hollanda, que comparten apellido y apodo. La foto incluída en el artículo corresponde al cantante, redondeando la confusión. La red tiene estas cosas. Decía que soy receloso y suspicaz pero veo que aún debo mejorar. La realidad ya es suficientemente rica y sorprendente como para que necesite de adornos y mitos urbanos o rurales. No fue, por tanto, el cantante quien hizo esas declaraciones sobre la Amazonia. Tampoco este ministro canta bossanovas. Una pena. El ministro que canta bossanovas es Gilberto Gil. Tal vez ese es el origen de la confusión. Parece ser que este anzuelo en que he picado es especie que se ha multiplicado en la red, con lo que, de todas formas, si en tantos lugares lo afirman, acabará siendo verdad.
 
Toquiño y Gilberto Gil, éste sí, Ministro de Cultura de Brasil (2003-2008)

 El resto de lo que digo allí creo que es cierto, al menos es mi opinión. Son los propios despachos, o sus amplios sillones y poltronas quienes al final deciden. De alguna forma para mí desconocida, se van impregnando de las ideas de los sucesivos ocupantes, gestándose entre las mullidas moquetas una especie de cerebro ectoplasmático que conserva y transmite opiniones inmutables, respuestas y valores que van engullendo los de los sucesivos ocupantes, reemplazando todos los ideales que defendían antes de tomar posesión del despacho, en el caso de existir. En realidad, ocurre al revés, no toman posesión, ellos son los posesos. Una persona normal no puede concebir que alguien acceda a un cargo con la intención de jorobar a sus administrados. La tozuda realidad nos muestra que, en la mayoría de los casos, así acaba ocurriendo.
Se nombra a un ministro para dirigir la función pública, pongo por caso y se estrena en el ansiado cargo arrojando una palada de basura en la cara y en el alma de aquellos a quienes va a dirigir, hablando con menosprecio y desdén de empleados públicos a los que, acto seguido, pedirá la colaboración y el entusiasmo necesarios para sacar adelante lo que se le ha encomendado administrar.
—“¡Se les ha acabado el cafelito a estos vagos de los funcionarios. Pues menudo soy yo!”. Eso como primera providencia. No se puede empezar peor. Todos sus esfuerzos posteriores por gestionar con éxito su parcela de poder son ya inútiles. No cabe mayor torpeza. Que su misión no era proteger y defender a sus funcionarios, que también, sino a quienes con sus impuestos les pagan por los servicios que de ellos reciben es algo que entiendo y comparto, pues así debe de ser. Pero ese inútil debería saber que también le pagan a él y que poco se consigue insultando y desprestigiando a quienes deben trabajar a sus órdenes y aplicar sus reformas, asumiendo añadidos esfuerzos y quitas en nóminas y pagas extras. 
Optando por echar más carnaza a hipotéticos votantes, entrega a sus indefensos subordinados a los leones. Los espectadores del circo donde son despedazadas estas víctimas inocentes no son capaces de caer en la cuenta de que, entre aplausos, están viendo morir a quienes mañana echarán de menos cuando necesiten de los servicios que hasta ayer les prestaron. Así es distraída la atención de los ciudadanos para evitar que lleguen a pensar lo suficiente para dar con los verdaderos culpables de la situación.
Prefiero un ministro de educación sacado de un escenario que de una tertulia. Un ministro del ramo debe defender la calidad de la educación, si esa es la palabra y el cargo que se repujó en la fina piel de la cartera que le entregaron, no dedicarse exclusivamente a cuadrar las cuentas. Para eso está el de Hacienda. De todas formas, a mi edad, ya he sobrevivido a nueve leyes de educación, decenas de efímeros ministros y demasiadas reformas o frustrados intentos de llevarlas a cabo. Sólo, haciendo un esfuerzo, consigo recordar cómo se llamaban algunos de ellos. De otros ni siquiera conseguí memorizar su nombre cuando estaban en activo. Viniendo de la alta y endogámica administración, cimas que nunca alcanza un funcionario, de los centros de estudios demoscópicos, de la concejalía de festejos de algún pueblecito de la costa, de la docencia en la universidad o de otros antros de perdición similares, no llegan a entender que una reforma educativa tarda muchos años en cuajar en las aulas donde almacenan alumnos de una edad que ellos no han conocido profesionalmente. 
Creen que sus taumaturgias harán aparecer benéficos espíritus y que nuevas realidades se crearán invocadas por los conjuros del B.O.E. Para ellos, una vez publicado el decreto o la norma, la situación ya está cambiada y el tema resuelto. Pasaré a la historia como un gran reformador, piensan. Craso error. Ni en educación ni en nada en lo que intervengan seres humanos funciona así la cosa. Tal vez incluso olviden que quienes aplicarán sus instrucciones, con entusiasmo directamente proporcional al aprecio y estima que el ministro haya sido capaz de mostrar hacia ellos y su trabajo, son seres humanos.
Al menos quien va a dirigir el trabajo de decenas de miles de individuos debería tener algunas nociones de cómo reaccionan éstos, de cómo se lidera un grupo. Carecen de la ciencia fundamental de quien debe tratar con personas, que tiene sencillos fundamentos, entre los que destacan el sentido común y el intentar ponerse en el lugar de los demás. Meterse en los zapatos del otro, que dirían los ingleses.
Imaginemos a un general encaramado en su brioso corcel, arengando en registro marcial y cuartelero a sus tropas para insuflarles ánimos antes de una batalla que se adivina cruenta y dudosa: —¡Hatajo de ineptos! Las vais a pasar putas y lo más seguro es que os maten, aunque merecido lo tenéis. Yo os dirigiré desde aquella colina que me ofrece fácil escapatoria si la cosa se os pone fea. Sé que habéis comido mal y que mal equipados y pertrechados os enfrentáis al enemigo, pero la cosa no da para más, que vacías están las arcas por gastos y dispendios que ahora no vienen al caso. Aunque poco cabe esperar de vosotros, luchad con brío y valor, para que los mandos nos repartamos cuantioso botín. Los que al final del día estén vivos, no esperen recompensa alguna, básteles con el honor que supone defender a la patria y el bienestar de quienes les dirigimos con tanto esfuerzo y riesgo. ¡Que Dios os proteja, hermanos!
Ninguna batalla se ha ganado así. Con los hábiles estrategas que nos dirigen, demos por perdidas cuantas guerras emprendamos. Si Publio Cornelio Escipión hubiera arengado a sus tropas en las guerras contra los cartagineses en la forma en nuestros ministros se dirigen hoy a los ciudadanos, parte de Europa hablaría lenguas derivadas del púnico en lugar del latín. Eso sí, el Vaticano estaría edificado cerca de Túnez.