domingo, 28 de abril de 2013

Espístola de San Agatópodo



Queridos hermanos: 

   Hoy 4 de abril, día de san Agatópodo, -el de buen pie, de buen andar-, diácono de Macedonia arrojado al mar con una piedra al cuello en tiempos del coemperador Marco Aurelio Valerio Maximiano Hercúleo, que hay que tener cuajo, he recibido un sobre con membrete y sello de la administración. Poco me ha faltado para ser presa del pánico, pues tales vitelas no suelen trasladar buenas noticias. Abandonada la costumbre de enviarme mensualmente un papiro con la nómina, hábito que tras 36 años me había hecho perder mi antiguo miedo cerval hacia las misivas de ellos procedentes, la última comunicación oficial que se me hizo llegar en papel era para nombrarme abad del cenobio. 
   Era ésta una noticia agridulce, pues si bien me libraba de la penosa necesidad de peregrinar renqueante, con un cayado en la mano como Moisés para subir al Sinaí,  por sus celdas, escaleras y dependencias, del claustro, no del Sinaí, carente el convento del inasumible dispendio de un ascensor, a la vez que aumentaba mis pingües ganancias hasta el punto de casi alcanzar para pagar el recibo de la luz. A cambio, me han arrebatado la paz, a veces la placidez del sueño, y siempre el tiempo, las ganas y la inspiración para escribir epístolas a la congregación, como solía, o recopilar la historia del hermano convento de San Odón de la Muela. No se me escapa que algunos miembros de la orden comparten mi pesadumbre por tal nombramiento, unos por piedad y afecto hacia mi persona, otros por motivos diferentes que no es éste lugar ni momento de analizar.
   Se ha impuesto en mi caso el sabio criterio de poner al frente del negocio a quien, por su avanzada edad, poco ha de durar en el cargo, sin que su carácter agrio o excesiva longevidad hagan necesario matarlo, caso extremo al que otras santas instituciones han debido recurrir hasta llegar a esta época incierta en la que hasta los papas se jubilan.  Siendo remota la posibilidad de un ERE en el Vaticano, aunque para Dios nada hay imposible, permanecen los papas a salvo del riesgo de verse impedidos de hacerlo, quedando fuera de la jurisdicción de nuestro reino, tan rígido con quienes se han dejado la piel durante decenios en el tajo como laxo en permitir tempranos retiros que sirvan para hacer más prósperas las empresas de sus amigos o familiares. Llevado el sistema hasta sus últimos refinamientos, al menos por el momento, pues todo es susceptible de perfección y amejoramiento, han llegado a jubilar antes de hora a amigos y cofrades, permitiéndoles, para más inri, descansar de oficios y faenas que nunca ejercieron, autorizándoles a abandonar tajos en los que nunca antes habían movido un esparto, no sin antes cobrar crecidas indemnizaciones por ser despedidos de empresas que ni siquiera conocen, en el caso de existir. Pese a lo imaginativo del país y de quienes lo dirigen,  debo de haberlo soñado, pues mi mente se resiste a dar por cierto y real que algunos sinvergüenzas, ubicuos hasta el milagro, hayan sido jubilados no de una, sino de varias empresas. Tan exuberante alarde de creatividad contable y organizativa no se aplica a aumentar la prosperidad de los súbditos, sino la propia, cosa lógica, pues no cabe esperar que solucionen nuestros problemas quienes, de todos los colores políticos y, cierto es que con ayuda, han demostrado un desmedido afán en crearlos y hacerlos perpetuos.
   Vuelvo al manuscrito. A algunos les moverá al pasmo el saber que he recibido con cierta alegría el nombramiento, esta vez no de director de un colegio, sino de minusválido, dando marchamo oficial y legal a mi evidente incapacidad. No he recibido adhesivo que lo proclame, como el que facilitan al pasar la ITV, en este caso tal vez por no haber sido mi organismo capaz de superarla con éxito. Y bien que lo siento. Como es natural no me alegro de mis dolores ni de mis dificultades para andar, a veces hasta para tenerme de pie, y menos me entusiasma la realidad de que pasear suponga un martirio, no uno de mis placeres, ahora perdido.
   Son mis pares, pues, Quevedo, Shakespeare, el rey nazarí Muhammad X el Cojo, Lord Byron, sir Walter Scott,  y la innúmera lista de cojos, mancos  y tullidos que han dado lustre a la historia. Aunque no creo que de mi humilde persona quepa esperar tales aportaciones, al menos podré abandonar el carruaje cerca del destino al que voy. Hasta ahora, aunque llegue al lugar donde he dejado el coche arrastrándome a cuatro patas, como pintan reptando hacia su espejismo a los que se pierden en el desierto, tómase la escena por fingimiento si un papel no lo acredita. Siempre me ha llamado la atención que la administración llegue a pedir a algunos de sus administrados una fe de vida, para demostrar que quien vocifera y se encarama por las paredes de la oficina donde tal estupidez se le solicita,  aún respira. El encefalograma plano es opcional. No se me escapa que de no hacerse así, pasaría como en Egipto, donde tal vez momificaran a los difuntos para seguir sus deudos cobrando la pensión en su nombre. No dejaremos de reconocer que los súbditos, tras siglos de desgobierno y de mala administración, cuando alguna ha habido, han desarrollado por darwiniana adaptación mecanismos de supervivencia que les permitan esquivar abusos evidentes. Cuando se ve la alegría y despropósito con que se gasta lo que del producto de nuestros esfuerzos nos arrebatan, no querrán que respondamos como un escandinavo ante tales requisas.
   Bueno, pues ya soy cojo de censo. Desde hoy, día de san Agatópodo. ¡Manda huevos! Tengo que averiguar si Nostradamus dejó dicho algo sobre mí.
Andar con prisas es de pobres y de gentes sin clase. El caminar pausado, intentando mantener recta la espalda, aporta elegancia, distinción y galanura. No hablemos del efecto teatral de un bastón bien elegido, con su cabeza de cobra. Quienes te quieren, te cuidan y protegen más, si cabe; muchos te abren las puertas y te recogen del suelo, ahora tan lejano, lo que se nos cae. Cuando se pierde un sentido o una capacidad, la naturaleza suele compensar aguzando otra hasta ahora latente o a medio uso. Espero ansioso y expectante notar algún cambio positivo en mi organismo. Tal vez ya no necesite wifis, me vuelva luminiscente, levite o pinte mejor.  Ya os contaré. Por ahora conformémonos con aparcar donde antes nos estaba vedado.
 
Vale.