jueves, 25 de septiembre de 2014

Epístola claustrofóbica




Queridos hermanos.
Un año más el curso inexorable de los astros nos ha transportado vertiginoso hasta Septiembre, por una acelerada e impensable cuesta abajo en sus elipses durante el verano. Modera desde ahora su paso el sol, burro de noria de los cielos, para ascender a paso lento hasta un nuevo año, donde renovará sus bríos. Breves se antojaron los días del descanso, tanto como largos se harán los que ahora empiezan. Paciencia, hermanos.

Pero esas rutas siderales por las que discurre el tiempo me han depositado este año en una playa, desde donde os escribo a la sombra de las palmeras, libando un helado y espumeante brebaje de abadía, cosa inaudita para mí y para mi organismo en estas fechas pues, hasta que he colgado los hábitos, el planeta cada septiembre hacía su parada para que me apeara en la puerta de una escuela. Era conducido allí cada año para que accediera a su interior y, como ganador de la liga, atravesara el paseíllo formado por los padres con un discípulo en la mano y en su mirada más alivio y rencor tras dos meses de ausencia que estima y agradecimiento por el resto del año intentando colaborar con ellos en la educación de sus vástagos, no sin oposición por sus partes en ciertos casos.

El otro tipo de fuego amigo que la escuela soporta, es el de la propia administración educativa, sucursal de la de la hacienda del reino, cuyos más altos dirigentes no se determinan a enfrentarse a ella y a hacer valer la importancia de la escuela pública. Tal vez porque no creen ni aprecian aquello para cuya defensa, mantenimiento y promoción han sido nombrados. Como maestro, secretario, jefe de estudios o director de dos centros, que todas esas cosas he sido, además de imbécil, siempre he percibido a la administración educativa como de los míos. De hecho, en su ausencia, la administración era yo. Una ayuda, pues, un soporte. Exigente, como debe de ser, pero navegando en la misma dirección, aunque cierto es que los remos a nosotros se nos encomendaran. También es lógico que así sea.

Pero ahora el del tam-tam se ha pasado de exigencia. Su ritmo no se compadecía con mis fuerzas y la resistencia de las olas. Los remos no se reponen y cada día se da peor de comer en este barco que boga dando tumbos no se sabe muy bien hacia qué puerto. Si hubiera que poner símiles agrícolas, más a juego que el mar con estos secanos en que vivimos, la administración, al menos sus altas instancias, despierta en la actualidad en un docente las mismas sensaciones y esperanzas que un nublo para un agricultor. Y eso no es bueno. Podríamos decir que han dejado la educación en barbecho.

Aunque mis piernas hoy, lamentablemente, no sean mi punto fuerte, aún me funcionan algo mejor que a una cepa. Lo suficiente para alejarme de esta industria, cuyo negociado de confundir resultar ser el más eficiente, haciendo que los demás se contradigan o paralicen, y que los docentes se mantengan inquietos y desconcertados, justo lo contrario de lo que la docencia requiere.

Mientras yo medito, los catecúmenos forran sus libros, afilan lápices y urden maldades, ansiosos por volver a las aulas y reencontrarse con sus compañeros y su seño, con la alegría que les permite la inconsciencia propia de la edad. Sus maestros se mesan los cabellos entre tilas y buenos propósitos, pidiendo ansiosos al incorporarse a las aulas el informe de bajas y daños, pues la administración, como un submarino alemán, no descansa en verano. Pronto tendrán por enésima vez que retomar la redacción de peregrinos códices y programas, eterna tela de Penélope que disponga los antiguos hilos en formas más del gusto del ministro de turno, que Dios confunda, si es que su confusión admite mejoras.

Si curiosos abren los discípulos sus nuevos libros, pues nuevos han de ser para recoger en sus ilustradas páginas los evidentes avances de las ciencias y el conocimiento en nuestra región, verán muchas cosas que tal vez consuelen el escocimiento que de entrada su compra ha producido en las bolsas a sus progenitores. Madres e hijas, padres e hijos comprobarán perplejos que, en los nuevos textos que a los obsoletos vienen a sustituir, ríos y mares, lagos y cerros permanecen donde tenían por costumbre, que sumas, restas, multiplicaciones y repartos son resueltos como desde hace siglos solían serlo, salvo ciertas creativas y perversas interpretaciones solo utilizables por bancos y gobiernos. Que las plantas persisten en buscar la luz y el agua, que las sierpes siguen sin tener patas, que mi mamá me mima, que el bicarbonato y el limón bullen en sus bodas, que cuando llueve nos mojamos, que romano sigue siendo el puente por el que vadeamos el río en el pueblo, que si hubiese sido levantado por nuestras punteras constructoras con él hubieran arramblado las aguas hace siglos. También podrán comprobar que nuestro idioma poco ha cambiado desde Nebrija, y menos, y nunca para bien, desde Quevedo, que las cartillas de Rubio siguen preservando los arcanos de la denigrada ortografía y que entre Doña María Moliner y la Real Academia pulen y conservan aquello que nos permite entendernos cuando tenemos intención de hacerlo, pues el tiempo y el mal uso interesado han limado las palabras, despojándolas de su valor y significado convenidos, con grave menoscabo de tales instrumentos de la la lógica y la razón.

Aunque nuevos sean los libros que nos enseñan nuestro pasado, afortunadamente comprobarán aliviados que, al menos en estas tierras, Colón sigue siendo el descubridor de América, Fleming el de la penicilina, Stephenson el del tren y que todavía no se le discute al hombre de las cavernas la invención del fuego. La falta de presupuesto tal vez haya sido cortapisa e impedimento para reclutar eminentes investigadores que pusieran al día la historia local, como otras comunidades más solventes han podido permitirse, contando así con eminencias tales como  Carles Camps, ingeniero químico que entre sus probetas ha dado con evidencias de tergiversaciones históricas tales que le obligaron a crear la Fundació d’Estudis Històrics de Catalunya para, entre otras muchas cosas, demostrar de manera no solo indubitable, sino además sin ningún género de dudas, que Tartesos, como su nombre proclama, se hallaba en Tortosa, o del preclaro Cucurrull que nos libra de antiguos errores, al destapar que San Ignacio de Loyola era de San Feliu de Guixols, o cuestionar el origen de Cervantes, pues no se ponen de acuerdo si fue en Santa Coloma del Gramanet o en Lequeitio donde vio sus primeras luces, y si Colón salió de Palos de Moguer o de copas. Nunca podremos perdonar a nuestra administración regional escatimar fondos que hubieran permitido acarrear para el terruño algunos de estos preclaros ancestros que empadronados en otras comunidades más inquietas pasarán a la historia. Sin quererlo han evitado la vergüenza de que al buscar sobre la historia local, youtube y Google nos muestren los resultados de nuestras pesquisas mezclados con las atribuciones extraterrestres de la autoría de las pirámides de Egipto, el Machu Picchu o las piedras de Stonhenge, como en otras recreaciones de la historias autonómicas va sucediendo. Que el Señor les perdone.

Sin embargo, nuevos libros serán necesarios para impartir las enseñanzas de una historia aquí invariable por indiscutida, no teniendo que aleccionar para construir país, aunque imaginario fuere, como en otros lares acontece, enseñando a sus alevines que el primer homínido que adoptó la posición erguida lo hizo para así mejor cortar troncos en Amurrio, o que el arroz con leche es invento nacido en el delta del Ebro. Todo sea a mayor gloria y provecho de las editoriales, que recrean y editan una historia al gusto de cada cliente. Estando las dos más poderosas de ellas en unas solas manos, más poderosas aún, viene a resultar que de unas mismas prensas salen historias locales que se contradicen entre sí, incluso entre fa sostenido y no enmendado, adecuadas a los delirios de los diferentes virreinatos.

Mi apartamiento de la industria educativa, que en eso se quiere convertir mi antigua y noble profesión, me lleva a no saber y además a ignorar si se sigue teniendo por necesaria una asignatura que enseñe a los niños a llevarse bien, a ser justos y honrados y a mostrarles la bondad de nuestras leyes y de quienes las guisan y aplican. Tal vez viendo que los oportunos ejemplos que pusiesen rostro a tales virtudes debían ser aportados por la Atenas de Pericles o por algunas ignotas tribus del Amazonas, se haya optado por eliminarla del curriculum, viéndose así señalados y con el culo al aire los últimos responsables de su permanencia en las aulas. La palabra convence, pero el ejemplo arrastra y poco hay en la sociedad que en la escuela por ejemplar pueda ser mostrado hoy en día. 

Encomendar a la escuela la educación de su alumnado en unos valores no presentes en sus casas, la calle o en la televisión, que es realmente el suelo donde hunde las raices su criterio en construcción, es tarea ímproba y surrealista, y una sociedad que no puede proponer por modelo a quienes la dirigen no muestra sino su propia decadencia. La escuela siempre ha transmitido estos deseados e ideales valores, durante todas las horas del día, no enmarcados en una materia y un horario. ¿Qué es si no una escuela? Estos bienintencionados, un suponer, intentos legislativos no son sino el endose a la escuela, un ámbito sano y plural, de las paranoias y la mala conciencia de la sociedad, en especial de quienes la dirigen y administran. 

Por eso se equivocan gravemente quienes descalifican y denigran a aquellos en cuyas manos ponen a los hijos de un país. O les escatiman los recursos para hacer su trabajo en las mejores condiciones. Los docentes son los que modulan y dan vida, o muerte, a las reformas educativas, las pulen, las hacen digeribles, y de ellas expurgan todo intento de adoctrinamiento. Afortunadamente los niños aprenden de sus vivencias, no de los discursos, y cuando son mayores tratan a los demás como han sido tratados, piensan y se expresan en la forma en que lo han visto hacer, y acaban creyendo en aquello que han vivido como ejemplo benéfico y constructivo. Si así no fuera, todas las personas de mi edad seríamos falangistas y en el mes de mayo correríamos en masa con flores a María. Que madre nuestra es.

Vale.

jueves, 19 de junio de 2014

Epístola expositiva

Epístola dirigida a mis amistades como invitación a la inauguración de mi exposición:


Queridos hermanos.

    Como ya os venía amenazando, a las 8 de la tarde del próximo 22 del mes corriente, día de San Basilisco de Comana, San Lupo de Limoges, de la beata Humildad de Faenza, de Santa Quiteria y de Santa Rita, patrona de los imposibles, se inaugurará, Dios mediante,  la exposición de mis acuarelas y tintas, para conmemorar así la victoria de las tropas cristianas en la batalla de las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212.

   Culpables de tamaño atrevimiento son, dejando aparte mi ya acreditada osadía en otras artes, Hortensia y Antonio, de la Casa Vieja y la Casa del Pintor, que me han animado a colgar mis acuarelas en las paredes de la primera de esas casas, en Blasco Ibáñez, 9. Si se os ocurre pensar que el jueves 22 de mayo a las 8 de la tarde tenéis algo más importante que hacer, estáis equivocados, hermanos.

   Auspiciado por la mentada beata Humildad de Faenza, allí se podrán ver algunos de mis dibujos y acuarelas, pues con humildad se muestran, si es que tal virtud es compatible con el arte. Quien algo hace, solo por considerarlo merecedor de ser escuchado, contemplado o leído por los demás, ya está más cerca de la soberbia que de la modestia, pues nadie mostraría aquello que le llegue a producir más vergüenza que satisfacción, incluso un cierto orgullo. Este es el caso, pues lo que llegas a crear o a interpretar debe medirse con lo que uno mismo era capaz de hacer anteriormente, no con lo que hacen los demás. De otra forma, escuchar a Mozart o admirar a Velázquez sería paralizante para un artista con criterio.

   Después de mi retiro, que me brinda la ocasión y el tiempo para cambiar las tizas por los pinceles y las guitarras, mi trabajo con el dibujo y la pintura es más asiduo y reflexivo, lo que viene a significar que es mejor, pues todo es cuestión de estudio y trabajo. Los títulos de mis acuarelas son redundantes. Si “Árbol” se titula la obra, en ella se encontrará un árbol reconocible. Es figurativa mi pintura, y por tanto no es imprescindible explicarla, que sí justificarla. Otro caso sería si nada reconocible se pusiera ante los ojos del público, pues nada habría que justificar, sino endosarle al espectador la causa de la ininteligibilidad del mensaje, a su ignorancia y falta de sensibilidad. La duda y el temor de parecer obtuso acallaría algunas críticas. Cuesta admitir que uno no entiende nada, hasta que llegas con el tiempo a descubrir que, en ciertos casos, nada había que entender. La abstracción, en algunos acreditados ejemplos de esclerosis facial, puede tener esos peligros, como el realismo excesivo tiene los suyos. Figuración temperada, no excesivamente fiel a la realidad, tanto más lograda cuanto más sugiera y menos muestre. Esa es mi intención y mi meta, alcanzada en la medida en que hemos sido capaces de renunciar al detalle irrelevante en favor de sugerencia y la impresión.

    La medida justa, el  nivel de acercamiento a la realidad, la tensión entre síntesis y realismo, entre detalle y sugerencia, no creo poder expresarlo mejor que W.L. Judson, en su obra "The building of a picture", (Sanderson Publishing Company. Los Angeles & San Francisco, 1902):
    Traduzco: "Cuando una pintura es trabajada hasta sus últimos detalles, su historia está definitivamente contada hasta la última palabra. Su encanto pronto se agota, porque no tiene nada más que decir. Ofende el amor propio, como el narrador que insiste en explicar sus chistes".

    Vistos los propósitos, expliquemos los motivos. Mi acercamiento a la escritura, el dibujo y la pintura, y no en escasa proporción, viene motivado por el amor a los materiales que se utilizan. Me cito a mí mismo, a unos párrafos de una entrada de mi blog dedicada a papeles, cuadernos y journals: …”Verdad es que ya tengo más blocs, travel books, journals y atados de papeles varios que imaginación y tiempo para llenarlos. Hay quienes escriben o pintan, según nos explican, para dar salida a lo que dentro llevan ya que, de no hacerlo, sus nonatas invenciones pujando por ver la luz, harían reventar sus organismos con gran estropicio y menoscabo de la pulcritud de su entorno.

   Mi caso es más prosaico y banal. No es más que la sensual búsqueda y querencia al contacto con exquisitos papeles, libros maravillosos, tintas diversas, bellas estilográficas o antiguas plumillas, para olfatear los aromas de sus tintas, o de las colas de sus encuadernaciones, de sentir el suave tacto de las fibras del papel,  escuchar cómo la plumilla rasca en el Galgo verjurado color marfil o, por el contrario, sentir la suavidad de la Montblanc deslizarse silenciosa por un papel de Clairefontaine.
    […] ¿Cuántas obras han venido a este mundo por dar salida no a irrefrenables impulsos creativos, sino a dos resmas de papel Arches que, avariciosos, hemos llegado a almacenar? A mí lo que me gusta es comprarme los pinceles y los tubos de pintura, los papeles —¡Ay, qué bonito es ese bloc!—, el arcoíris de tintas, las cajas de acuarelas…. Luego, por vergüenza torera, uno se dice: —Voy a tener que ir pintando algo. O bien, llega a reflexiones del tipo —Sería nefasto que mis biógrafos encontraran en ese journal, que parece el Libro de Wells, textos como “Del Mercadona: pan, cervezas, tomates, latas de atún, café…” Horrible para mi prestigio en construcción. Hay que alumbrar algo acorde con la prestancia del soporte.”

   Fijados lugar, fecha y hora, explicados motivos e intenciones y advertidos acerca de lo que allí podréis contemplar, termino, hermanos, incrustando aquí el cartel con la invitación a la exposición.

   Un abrazo.
   Pepe Garrido

Espístola jubilatoria


 
Queridos hermanos:

Hoy, 25 de enero de 2014, día de San Bretanión, San Pablo  y San Popón, varones de nombre sonoro y de aparato, cumplo seis décadas que, dicho así, parece menos tiempo. Como entré en una escuela hace 55 años y en ella sigo, aunque obviamente en otra, aprovecho tan fausta efeméride para abandonar los alpinos, las tizas y los catecúmenos, a sus padres y a sus madres, que Dios guarde, y abandono la industria de la educación, que en manos de contables dejo. Lamento no tener tiempo para quedarme a disfrutar de las excelencias del  enésimo parto legislativo que un ministro del ramo alumbra a lo largo de mi vida como docente.

No sé si esto es jubilación o huída; el caso es que dentro de unos días pasaré a ser una carga para el Estado, después de que él lo haya sido para mí desde cuando mi memoria alcanza. Espero que quienes a partir de ahora deberán sufragar mi pensión con sus impuestos, antes de echarme a mí la culpa de la ruina del país, causa de la suya, hagan cuenta de que yo se la pagué con los míos durante 38 largos años, mes a mes, a  sus abuelos o a sus padres. No se me escapa que tal y como nuestros dirigentes reparten la caja, más seguro está el hoy por mí que el mañana por ti, pero así soplan los vientos  en las velas del barco de la hacienda del reino. De ahí lo de pisar el billete.

Habiendo hecho mi trabajo lo mejor que he sabido y podido, desde el primer día de septiembre de 1976 hasta el de la fecha, no he llegado a sentir que sea el mío un trabajo especialmente valorado por la sociedad. Por tanto, me voy con la tranquilidad de que, siendo algo intrascendente y de escaso mérito lo que otros muchos y yo venimos haciendo durante toda una vida, nada importante debe resentirse cuando dejemos de hacerlo.

Una de las grandezas del cerebro humano es que es impredecible, algo que supone la mayor diferencia entre una persona y una cebolla o un boquerón. Por tanto no descarto la improbable y remota posibilidad de que llegue a echar de menos mi trabajo en la escuela, porque sobrado tiempo he tenido para satisfacer tales ansias. Por contra,  estoy seguro de que de otra forma muy distinta viviré la separación de los amigos con los que he trabajado día a día, compartido alegrías y disgustos, quebrantos y satisfacciones, aficiones, intereses y cafés. Es el lado triste del asunto, pues les voy a echar de menos. Con su trabajo bien hecho han hecho fácil el mío, y no hay palabras para agradecer la confianza, el apoyo, el mimo en muchos casos, con que me han apuntalado, arropado y hecho posible que aguantara hasta estas fechas. Pero habrá más propicios momentos y parajes donde encontrarme con ellos, alrededor de un café, no de un problema.

El próximo día 5 de febrero, día de santa Felicia, Santa Gadea y San Bertoldo, san Ingenuino, santa Águeda y san Adán, primer día de mi vida contemplativa, quisiera reunir en un antro de perdición a los amigos y compañeros de mis dos mundos: la educación y la música, para presumir de los unos ante los otros, y viceversa. Si la cantidad y calidad de los amigos que alguien consigue atesorar a lo largo de su vida es buena vara de medir a una persona, sube a los cielos mi autoestima mientras hago la lista de aquellos que no pueden faltar. Nos despediremos con música, arrullados por los salmos que durante años hemos cantado en la ermita del abad Germán de Navarra y en los más pintorescos e inusitados garitos, interpretados por los monjes que han poblado mi convento, prolongado mis vigilias y puesto en compromiso mis higadillos.

Allí nos veremos, hermanos, para que ese último día sea ocasión de cánticos, buen  humor, antífonas y libaciones, que esto son cuatro días.
Lugar: “Chapó”. (Antes “Bossanova”, y mucho antes “Crossroad”)
Calle Teodoro Camino
Día 5 de febrero a partir de las 5:30 o 6:00 de la tarde.
Los más pendones seguiremos allí después de cenar, hasta que la aurora de rosados dedos nos muestre el grado de nuestra desvergüenza.

viernes, 13 de junio de 2014

Epístola postelectoral

 

Queridos hermanos:

     Me acuso de que he vuelto a leer la prensa. Leo estupefacto, y que Dios me perdone por usar estas palabras, que putas y narcos van a ayudarnos a reducir el déficit, aportando una subida del 4,5% al PIB. Sin duda merecen el Príncipe de Asturias por tan sustancial contribución a la economía del reino. Inquieta saber que nos gastamos en coca y putas más que en sanidad y educación, y que si contáramos la aportación del tabaco y el alcohol, nos salíamos de cuentas. Los caminos del Señor son inescrutables, y en manos de la divina providencia ha quedado la tarea de cuadrar el balance. Brindaba mi padre diciendo “Dios, que es justo y nos mantiene, en su infinita bondad, si aquí bebiendo nos tiene, será porque nos conviene. Hágase su voluntad.

     También me sorprende conocer que a la coronación del nuevo rey Felipe no irá ni su padre, algo que sin duda argumentarán en Izquierda Unida para justificar que ellos no acudirán tampoco, aunque sus respectivas ausencias creo que tienen diferentes motivos. En realidad, ninguna de esas presencias resulta imprescindible, ni siquiera relevante, para la validez y el lustre del acto. Adiós Madrid, que te quedas sin gente. Pero la coherencia no deja de ser un valor respetable, y en este caso, el no ir es una postura coherente y merecedora de respeto, cosa casi inaudita en una formación política. Cierto es que se hubiera agradecido una decisión igual de consecuente al ponderar la posibilidad de negarse a estar presentes como cómplices en los consejos de administración de los bancos, entes y chiringuitos que nos han llevado a la ruina, donde se repartía una buena pasta a la que no hacían ascos, que la coherencia está bien, pero una cuenta corriente como Dios manda tampoco es moco de pavo. A ver si no van a poder tener un audi más que los ricos de siempre. Pero ahora hay que echar meaditas como los lobos, marcar bien el territorio, que los de Podemos se nos están subiendo a las barbas y nos arrebatan la clientela. A mi modesto entender, ya es tarde para amojonar la finca, para recuperar unas lindes tan removidas después de decenios de compadreo, de arrojar de sus filas a los mejores, cosa que no ayuda a diferenciarlos de los demás. No pongas cara de santo, que te conocí ciruelo. Un partido político no es una empresa que saca al mercado nuevos productos según las preferencias y demandas de potenciales compradores. ¿O sí? Visto que las jaulas de grillo ya no se venden con la alegría de antaño, fabriquemos portaaviones, concluye el avispado empresario. Todo es cuestión de voluntad y un poco de I+D.

     'Podemos' nunca va a gobernar, pero es sanísima la inquietud que está llegando a transmitir a las cúpulas de los partidos de siempre, que ven cómo les agitan los palos del sombrajo, cómo este tío de la soguetilla hace que se tambaleen edificios que se creían construidos con egipcia durabilidad y consistencia, poniendo en peligro muchas poltronas. Les debe de tranquilizar el ver que ya riñen entre ellos, lo que les acerca a la normalidad y les muestra vulnerables. Los que creían que un partido de una sola persona era ámbito inmune a riñas y repartos, ven que las bases, hasta ahora etéreas y ectoplasmáticas, van tomando cuerpo y, una vez sustanciadas, se ponen levantiscas ante las listas cerradas con las que la Nomenklatura, que de ellas abominaba hasta hace sólo unos días, quiere garantizarse butacas de primera fila. A ver si nos van a usurpar el sillón estos parias sin estudios que vociferan en las asambleas. Que ya nos vamos encastando. No debemos olvidar que todos los partidos que nazcan entre nosotros no pueden evitar el insoslayable y sustancial problema de estar formados por españoles, incluso en las comunidades que afirman no serlo, y bien que se nota, y que haber sido amantados por una misma teta marca mucho. Somos hermanos de leche. De mala leche, por más señas. En España siempre ha habido más mamones que tetas y apartar a un ternero de las ubres que le nutren es trabajo baladí comparado con arrebatar su despacho o su escaño a quien lleva en él varios decenios. Un trabajo de Hércules. Hay que cortarle la soguetilla a este niñato, a ver si pierde las fuerzas, se dicen los de diestra y los de siniestra. Y en ello están. Los de fuera y ahora también los de dentro. ¡A cubierto, que vienen los nuestros!

     Yo opino que hay de dar cancha a la utopía, que hay que decir cómo deberían de ser las cosas, con arreglo a los principios de la justicia y del sentido común, aunque se puedan considerar difícilmente alcanzables por el momento. Si sólo aspiramos a lo que naturalmente vendrá, a la mezquindad de lo posible, evitando romper el huevo para hacer la tortilla, no resultaría explicable cómo hemos pasado de un hacha musteriense a un cohete espacial. Lleva años alcanzarlo, y malas son las prisas o las improvisaciones o emprender senderos que a ningún sitio llevan, pero hay que tener en el horizonte un ideal que merezca la pena.


    Tan grande es mi fe en la bondad y rectitud de la mayoría de las personas, de una en una, como inmenso mi resquemor ante el comportamiento de esas bondadosas individualidades cuando se arrebañan, se diluyen y amparan en una masa informe, convertida en irracional, manipulable y donde el espíritu del grupo se impone a los individuos, usurpándoles toda capacidad crítica. Llevados por un instinto animal que, como a las aves y los peces, les impulsan a ir por donde marcha el primero, adopta el enjambre o el cardumen unas formas, a veces inquietantes, que los individuos no llegan a percibir desde dentro. Hay que mirar desde lejos y desde fuera, para constatar esa verdadera forma. Considero una asamblea como un foro manipulable por quien más vocea, arropado por una claque tan ruidosa como demagógica, donde pocas veces son los argumentos y las razones quienes acaban imponiéndose, arramblados por la víscera, por los ardores y calentamientos de la ocasión, alimentados por expertos calefactores. En ellas todo se suele acordar por aclamación, no siendo usual que se recurra al voto secreto. No espero que las soluciones a nuestros problemas nazcan o se acuerden en una asamblea popular. Sería bonito, pero no.


     La democracia se basa en el respeto a las decisiones adoptadas por la mayoría. Tanta obligación tienen las mayorías de conceder espacio y protección a las minorías, que en ningún caso deben ser avasalladas por la ley de los números, como las minorías de ser conscientes de que lo son, de su intrínseca incapacidad para imponer su criterio a unos ciudadanos que en las urnas les han puesto en el lugar que han considerado conveniente, negándoles el derecho, la legitimidad y el mandato de aplicar sus propuestas. El pueblo nunca se equivoca. Ese es el principio de la democracia. Fuera de lugar están esas recriminaciones a quienes se han decantado por distintas opciones a las que el opinante prefiere. En mi idea de no discutir más que conmigo mismo, no respondo a esas descalificaciones, a esos insultos a millones de ciudadanos que han decidido votar a opciones diferentes a las que eligió libremente el que les reprende. Me asustan esos oráculos de Delfos que desde los foros enjuician a quienes se han equivocado al no votar lo que ellos ven tan claro, fuera de toda duda, a los que votan en blanco o a los que, simplemente, se quedan en sus domicilios. Cada votante vota o deja de votar lo que le sale de sus santos cojones, en términos científicos, y no faltaría más que tener que justificarse uno antes estos imanes que ex cátedra nos recriminan por no coincidir con sus análisis. Todos llevamos un dictador dentro, pero que estos totalitarios intransigentes, de todo signo, den clases de democracia al cuerpo electoral, ninguneando el criterio de millones de votantes por no haber sacado de su situación residual a quienes piensan como ellos, o de no darles el apoyo que una vez tuvieron y que creen seguir mereciendo, es algo que deberían hacerse ver. Yo ya me cuido de no dejar mi voto en compañía de los mansos cabestros con cencerro que lo quieren conducir a su corral contra mi voluntad, aunque a música celestial suenen algunas de sus propuestas. Ya no me valen las palabras. Otros, no lastrados áun por su pasado, por inéditos, ya que por ahora el valor sólo se les supone, lanzan propuestas que muestran su angelical desprecio por la realidad. Ni harto de whisky doy mi voto para que por el hecho de ser español se cobre un sueldo, dejando fuera de consideración la aportación que al bien común haya hecho el perceptor. Faltan siglos para eso, decencia, honradez, dineros y, sobre todo, repoblar con marcianos la península, a ver si esta vez hay más suerte.

      Últimamente discuto mucho conmigo mismo. Me llevo la contra, me rebato los argumentos, me quito la razón y me la vuelvo a dar. Me enfado conmigo mismo y luego me perdono, porque a mis años hace ya mucho tiempo que conseguí llevarme bien con mi persona. Cuando era joven e ingenuo llegué casi al enfado discutiendo con amigos sobre política. Hoy lamento haber puesto en peligro esas valiosísimas amistades defendiendo a quien el tiempo ha demostrado que no lo merecía. He tardado muchísimos años en resignarme a que, en realidad, siempre es el dinero lo que se dirime aunque, oculto bajo el disfraz de hermosísimas palabras e ideas que nos mantengan encandilados: la libertad, la democracia, la justicia, el pueblo. De risa. Discutíamos hasta no hace mucho sobre la derecha, el centro, la izquierda y la madre que los parió. Me produce cansancio y vergüenza recordarlo ahora,  aunque reconozco que algunos merecían que sobre ellos se discutiese, pero que últimamente ya es otra cosa. No hay color. En estos tiempos ya no entro a debatir sobre Anasagasti, Rajoy, Mas, Rubalcaba o Pablo Iglesias. El tiempo que todo pone en su sitio, menos los objetos de mi mesa, ha reconocido la grandeza de unos pocos de aquellos, aunque en su difícil momento fueran tenidos por tahúres del Mississipi, ha arrojado a un merecido olvido a unos, entre ellos a quienes así le calificaban, ha evidenciado la miseria de otros, la vacuidad risueña de alguna confluencia planetaria, la mediocridad de sus corifeos y coriguapas… Hoy nos avergüenza ver el acomodo de casi todos en bien remunerados consejos de administración, a los que aportan su nombre, su pasado, su extinto prestigio y su inexistente futuro político. Y la capacidad de influencia que todavía conservan, por la que tan generosamente se les paga.

      Si por defender a  tales próceres me niego a entrar en terrenos del cinco, ¿qué decir de personajillos como Bárcenas, el bandido generoso de Sierra Morena, Amaiur y otros de tal calaña, que han bajado el listón hasta el crimen y la delincuencia y cómo perder el tiempo glosando a los que degradan el discurso a un tono y altura propios de la taberna, de la barra del bar llena de copas, donde todo disparate encuentra acomodo? Se trata de delincuencia, no de acción política o gestión poco acertada: Desde los ERES o la rapiña de los fondos de formación de Andalucía, hasta las Aguas de Valencia, Terra Mística, pasando por el aeropuerto de Castellón —¡Mira que aeropuerto tan bonito que se ha hecho el abuelo!—, a las ITV catalanas, al Palau, el 5% de mordida, el rescate bancario, la socialización de las deudas… El país y sus comunidades se han gestionado con criterios equiparables a la mafia siciliana. Y no se salva ni Dios.

       ¿Cómo defender la democracia parlamentaria reconociendo lo anterior? Pues sí. No hay otra forma. Y también es necesario defender a los partidos y a los sindicatos, mayoritariamente poblados, que no capitaneados, por gente honrada. Atacarlos, sugerir su sustitución por caudillos más o menos amables y elocuentes, es un suicidio. Ya sabemos bastante de eso. Es necesario sanear esas formaciones, algo que sólo desde dentro es posible hacer. Que dejen de defender a sus corruptas cúpulas, eviten poner manos en el fuego en defensa de acreditados ladrones, arrojando fuera de la vida pública a quienes han llegado a ella para hacerse de oro, a los mesías que embarcan hacia terra incognita a los ciudadanos cuya prosperidad deberían procurar en lugar de obviar la realidad y sus retos acuciantes, para hacerse ellos un hueco en la historia con la llegada a la tierra prometida. Incapaces de enfrentarse a los problemas del día a día intentan encubrirlos con una bandera, hasta cuando sea posible. Cada vez que hablan ciertos orates del gobierno y aledaños, nace una docena de independentistas. Cada vez que se habla de república y se dejan caer nombres como Aznar o González, como futuribles presidentes, o uno se inquieta ante la posibilidad de que sean otros como Rajoy, Zapatero o Cayo Lara, nacen cien monárquicos. ¡Virgencica, que me quede como estoy!

    El problema es que, como Ortega y Gasset si no recuerdo mal dijo, la única razón que unos tienen es la que han perdido los demás. Cuando uno se permite poner en cuestión el fondo o las formas de un político o de un partido, se entiende que se está defendiendo al contrario. O conmigo o contra mí. Ya hemos vivido, leído y reflexionado lo suficiente como para entregarnos con armas y bagajes al primero que nos regale el oído. Ni al segundo. Estos recelos, este descreimiento, que en mi caso es universal, no deben interpretarse como resignación, como complacencia ante una situación demencial, injusta y que necesita de un saneamiento urgente.

     Yo, más que programa, pediría a los partidos concurrentes a unos comicios que me cuenten la historia de España, pues su versión de los hechos nos revelaría la enjundia y solidez de su proyecto. Sería un psicoanálisis que arrancara desde lo más recóndito de sus magines su verdadero talante, mostrando la consistencia o endeblez de su juicio, sus inconfesas intenciones, puestas de relieve bajo la forma de una exigible visión y análisis de nuestro presente, pasado e inquietante futuro. Viene esto al caso porque leo que, viéndose sobrados de presupuesto, el gobierno vasco acaba de encargar una historia del país vasco a un grupo de trabajo. Al caballo lo creó Dios, y vió que era hermoso. El camello fue encargado a una comisión. Oye, las patas del proyecto me parecen cortas, pon un par de palmos más,. El otro: —“Una chepa se me antoja poco, cáscale otra. Aquí unos ojazos. Los dientes los hemos subcontratado… Resultas: un adefesio. Me congratula que no oculten que será una historia de encargo, pues los retratos de encargo ya se sabe que son el antecedente del Photoshop, que borra verrugas, manchas, imperfecciones, cicatrices y te muestra más presentable. ¡Cómo sería de feo Carlos III y los demás Borbones o sus decrépitos antecesores de la casa de Austria cuando no mandaron ejecutar a los pintores de la corte que plasmaron tales jetas sobre un lienzo! Me  veo a esta comisión pagada por el gobierno vasco discutiendo con Cucurrull, preclaro erudito de la ANC, subvencionada a su vez por la Generalitat catalana, sobre si San Ignacio de Loyola nació en Azpeitia o en San Feliu de Gixols, como tan rigurosísimo historiador sostiene. Por lo menos, garantizado tenemos el descojone.

    Después de tantos años, tantos libros leídos y tanto estudiar nuestro pasado ¿cómo entrar en debate con quienes deben de estar muy avergonzados de su historia cuando creen necesario inventar otra? Todos los deseos, las aspiraciones y los proyectos, tanto individuales como colectivos me parecen legítimos y defendibles de forma pacífica y racional. Pero también honrada y sin engaños.

     Si uno cree llevar la razón, ¿porqué intentar apuntalarla con falsedades risibles evidenciando la poca solidez del edificio? ¿Cómo entender que quien abomina del pasado común, del idioma del Imperio, desentendiéndose del descubrimiento de América o del tradicional catolicismo nacional, pasee por la cuerda floja de la Historia para censar en Granollers a Colón, en Pedralbes a Santa Teresa de Jesús, en Sitges a San Ignacio de Loyola y hasta al mismo Cervantes, en realidad un tal Servent que, según los fehacientes datos que obran en poder de Cucurrull, en catalán escribió el Quijote? Américo Vespucio en realidad era Aymerich Despuig, vecino de Olot. Por cierto, el condado de Aymerich fue título creado por un tal Felipe V de Bourbon, dato que aporto al Cucurrull por si le resulta útil en sus investigaciones. Otrosí ocurre con las élites dominantes en el norte que también, y sin caer en la cuenta, reivindican ser tataranietos de los padres de un país del que abominan, al empadronar en sus lares ancestrales y a beneficio de inventario a quienes eran y se sentían españoles, aunque eso les duela.  Cuantas más diferencias buscan, más evidencias encuentran de su inexistencia, más iguales se reconocen, teniendo estos dirigentes que llegar al delirio y al ridículo de intentar sepultar o falsear los datos que delatan el poco fondo de los cimientos con que intentan sustentar la romántica invención con que llevan engañando a sus pueblos durante decenios. Aunque creo que todos los habitantes de España somos bastante iguales, algunos peores, al menos hay regiones menos paranóicas, que no le echamos la culpa al vecino, que no renegamos de nuestra historia y que bastante tenemos con sobrevivir, objetivo al que los dirigentes de otras comunidades han renunciado. Las banderas hacen un caldo muy poco sustancioso y, a lo largo de esa historia que se va adaptando a los gustos e intereses del momento, han la sido causa de más desgracias y quebrantos que de paz y alegrías.

     Una causa defendida de tal forma, con tales desvaríos, necesariamente lleva al desaliento a quienes pudieran verla con simpatía, pues les va haciendo pasar de su defensa al matiz, y de los matices al rechazo, pues tanta pobreza intelectual, tal oportunismo infantil, da idea de la talla de quienes encabezan el proyecto, por llamarlo de alguna forma, del ingente poderío de sus magines, de su falta de escrúpulos intelectuales, de la endeblez de sus principios y fundamentos, si es que los hay, y en definitiva de una inmensa falta de respeto a la inteligencia ajena. Pobre criatura sería la que con estos comadrones llegara al mundo para ser luego dirigida y administrada por tan excelsos pensadores que, envueltos en una bandera, ponen en un segundo lugar la prosperidad de sus ciudadanos, única misión  que justifica su existencia y su sueldo.

     El mundo actual no concede espacio ni tiempo para argumentos o razonamientos largos, por ello felicito a quienes hayan leído hasta aquí, si es que se da algún caso. Triunfan las frases breves y redondas, las citas y los eslóganes, brillantes, escuetos, tan bien construidos como incapaces de reflejar la compleja realidad. Vivimos en un mundo de titulares,  sin análisis, sin matices. Hablamos en mayúsculas, ex cátedra, Twitter es el libro de estilo, pues 140 caracteres son hoy suficientes para cualquier argumentación, tal vez mostrando el límite de la capacidad de atención y de comprensión de los cerebros actuales. No está el personal para leer ensayos, pero el mundo no se arregla con un folleto de autoayuda. Los debates televisivos, unica fuente de información de los más, son un guirigay de varios mítines superpuestos, sin diálogo ni argumentos, donde nadie escucha a nadie. Se grita para la audiencia a la que se acaricia los oídos con aquello que quiere escuchar, buscando el aplauso fácil del público, no rebatir con fundamento las ideas del adversario, por llamar de alguna forma al contenido de semejantes y huecas verborreas… No olvidemos que con estos mimbres se forma el cesto de la actual opinión pública. Y así nos va.

     Todos queremos que el mundo y la sociedad en que vivimos cambie. Pero queremos que otros sean quienes la hagan cambiar. Yo, por mi parte, intento razonar, pues sólo la razón puede sacarnos de esto. Hacerlo e intentar difundirlo es mi modesta aportación.

      Entre las cosas esenciales que hay que regenerar es el lenguaje, ámbito en el que ya hemos perdido demasiadas guerras. No es tema baladí. No debemos consentir que con altisonantes palabras utilizadas de forma equívoca o falsa se nos encandile, se nos escamotee la realidad. Repito que todas las aspiraciones individuales o colectivas, pueden ser defendidas dentro de la ley y el respeto. Incluso las que aspiran a cambiar la ley, algo legítimo y necesario. Mientras esta no se cambie, a ella debemos sujetarnos. En ningún caso podemos admitir que un uso interesado del lenguaje ampare el delito, el incumplimiento de las leyes, algo tanto más exigible a aquellos que han jurado defender la legalidad que soporta su mandato y por cuyo ejercicio cobran. Y no poco.

Perdida la guerra del lenguaje con el terrorismo, cuyos apoyos, muchas veces desde las mismas instituciones, nos intentaron hacer tragar inmensas ruedas de molino,  a veces con éxito, debemos evitar que, por sanidad lingüística e intelectual, sea suplantado el significado de ‘obtener’, ‘alcanzar’ o ‘conseguir’, por el muy distinto de‘recuperar’, pues nadie puede recuperar lo que nunca tuvo, a nadie en particular le puedan haber robado lo que es de todos, no transigir con que se denomine invasión a un episodio de una guerra europea que fue de sucesión, en la que los tatarabuelos de quienes hoy se lamentan apostaron a caballo perdedor, por cierto luchando en el mismo bando que aquellos en los que personalizan hoy al supuesto invasor. Haber pedido muerte. Hay que leer más y hacer menos caso a los paranoicos e incultos cucurrules del cuarto milenio de la historia, lo que evitaría caer en la interesada falsedad de llamar y tener por rey a quien  fue conde y que cuando escuchemos la palabra 'nacional', sepamos que nos estamos refiriendo a la nación, no a una parte de ella.  Los equilibrios y consensos constitucionales, minusvalorando el poder de las palabras, jugaron peligrosamente con el significado y peso de algunas de ellas. Es imprescindible ir acotando su sentido, pues las palabras no solo describen o enuncian la realidad, muchas veces la modifican o crean una nueva. Vivimos en un constante “Hágase la luz”, pero ya debemos demasiados recibos y hay demasiada gente que recuerda perfectamente lo que nunca ocurrió.


Vale.