domingo, 25 de enero de 2015

Epístola añosa




Queridos hermanos.

     Doce meses hace que os dirigía una epístola conmemorativa de mi sexagésimo cumpleaños. Rápido pasa el tiempo, que unas veces se porta como aliado y las más como enemigo, de forma que de nuevo son mis días. Si toro fuese, de sesenta y una hierbas se diría que soy y hace muchos decenios que habría dejado de  ser añojo. Ni siquiera utrero o cuatreño. Más cercanos y parejos estamos ya del elefante y la tortuga, de la ballena y del olivo. Y no sólo por añosos, sino por gordos, lentos y retorcidos. Ya no encuentra uno palabras favorables para catalogar la edad que va alcanzando, cercana a la del Júcar. La verdad es que, llegado a este número absurdo de años que ni es redondo ni propicio a milenarismos o cábalas, más barbechos que hierbas hemos tenido ocasión de ver últimamente, pues si mi particular paisaje ofrece más grises y cardos que verdes y flores, no les arriendo a los más jóvenes las ganancias de las últimas vendimias del majuelo en que vivimos. Los dioses no nos son propicios desde que han cambiado las inclemencias del Olimpo por la comodidad de despachos más acogedores desde donde atosigar a los mortales.

    Tampoco añade el número sesenta y uno beneficios tales como poder dejar de trabajar, que era la irrepetible ventaja del anterior aniversario, aunque cierto es que te permite seguir dedicado al dolce far niente, a hacer sólo las cosas que te interesan, con una calma y parsimonia que es más necesidad que gusto. Pero los optimistas no nos dejamos derribar la moral por sesenta y un tacos Myrga, aunque Discépolo nos ponga encima de la mesa de su tango la frase de “fiera venganza la del tiempo, que te hace ver deshecho cuanto uno amó”. No es verdad. Muchas de las cosas y personas que uno quiere siguen muy vivas, aunque cierto es que no todas, pues la vida viene a ser una constante pérdida. Cuando uno pasa lista comprueba desconsolado que muchos ya no acudirán nunca a clase, por poner un símil de mi antigua dedicación. Hay que levantar la vista al cielo, contar las estrellas, las pocas que nuestra escasa visión alcanza a distinguir, darnos cuenta de nuestra insignificancia y concluir que las cosas no es que sean buenas ni malas. Simplemente son así.

    De mi antigua profesión quedan los amigos, los compañeros, el saludo, al fin agradecido, de muchos de mis antiguos alumnos, miles de recuerdos… Pero algo se debió de romper en los últimos tiempos pues, como vaticinaba hace un año, no la echo de menos. Me asombro a mí mismo al releerme, pero la escuela ya no es para mí mucho más que un edificio. Me tendrían que hacer volver a punta de pistola. Se me invita —junto a la última cosecha de jubilados del gremio— a un acto en Guadalajara en homenaje a nuestros dilatados años de servicios en la educación. No voy a acudir. Cuidados, respeto y agradecimientos menester son en vida, mejor que flores al muerto. Los actos huecos y las campañas de dignificación de la profesión docente no son bienvenidos si proceden de quienes han hecho cuanto en su mano estaba por arrebatar tal dignidad a nuestro oficio. No sería necesario tener que recuperar lo que nunca debería haberse dejado perder. Mi memoria ha sufrido menos quebrantos que mi osamenta y he escuchado en los últimos años valoraciones que, como el resto de mis colegas, no creo merecer. Junto con hechos, más graves aún que las palabras, que han menoscabado el valor y la eficacia de mi trabajo y de mi esfuerzo durante 38 años. Si Roma no pagaba a los traidores, yo no celebro retrocesos.

    Mejor me dedico a pintar acuarelas, a viajar con mi santa y a tocar la guitarra con mis amigos. De paso cenamos juntos y nos tomamos una copa. Santa, amigos y yo, que las acuarelas sólo beben un poco de agua. La guitarra, ni eso. Compruebo, y perdóneseme la inmodestia, que en ambas cosas progreso. En la guitarra veo que toco casi como antes, aunque eso no sea para echar cohetes. Con los pinceles la mejora es más evidente, cosa previsible, pues un docente sabe que, partiendo de unas facultades normales, lo demás es tiempo, trabajo y método. Con mi habitual atrevimiento, en mi blog difundo mis averiguaciones y probaturas con nuevos pigmentos, papeles y pinceles, plumillas, tintas y carbones, pues un buen maestro, algo que sin duda soy —y van dos—, es capaz de enseñar hasta lo que  no sabe. Continúo con el blog ante el hecho de que en 600.000 ocasiones, hasta la fecha, alguien ha encontrado interesante lo que en él se cuenta. Sólo me faltan benévolos mecenas que hagan posibles esas probaturas, pues no puedo seguir gastando mil euros al año en tubos de acuarela. 

    Sobrepasado por la realidad, hace tiempo que no escribo epístolas ni encíclicas que comenten la actualidad. Un horror. Moros y cristianos nos afligen y mis desvaríos literarios no pueden competir con la perversa exuberancia de un mundo gobernado por buitres y dementes. La prensa parece estar siempre en 28 de diciembre y leo que Putin, como remedio a la catacumbre, baja el precio del vodka, que un Maduro desbordado por su incompetencia, consciente de sus escasos alcances y seguramente aconsejado por su pajarico, se encomienda a Dios, en cuyas manos delega la tarea de reponer los lineales de los supermercados vacíos, que los bancos se cobran unos a otros por dejarse prestar el exceso de dinero que se les amontona, antes de ofrecerlo con un razonable interés a quien lo necesita. Compruebo también que, gracias a mi apellido sefardí, ya puedo solicitar la nacionalidad española; me entero de que Agatha Christie le escribió una obra de teatro a La Camboria, esposa de Lauren Postigo, y de que debería de estar muy contento de que no se haya encontrado petróleo en Canarias. Se me informa de que en la corte del rey Arturo, Mas y Junqueras, con la que está cayendo en parte gracias a su gestión no ya mala, sino inexistente, siguen vivos y a lo suyo,  de que cambiando en Egipto una pera que iluminaba la vitrina del museo donde reposa en la actualidad el finado, le han desgajado las barbas a Tutankamon, unas barbas que llevaba 4000 años sin afeitarse y, lo que es peor, que se las han vuelto a pegar con resina epoxi en plan Mr. Bean. De que en cuanto a no pagar los impuestos, falsear las cuentas, esconder cobros y facturas y tomarnos el pelo presumiendo de cristalinos bolsillos, hasta el más tonto o bisoño hace relojes, que eso se aprende pronto, de que en la mente de algunos falsos profetas es compatible vender bonos patrióticos, cobrar mordidas, llevarse el botín a Andorra y dirigir mientras una fundación que promueva la ética. En lo que respecta a la indecente financiación ilegal de todos y cada uno de los partidos, está peor visto que te dé la pasta gansa una empresa constructora que ser financiado por Irán o Venezuela, seguramente a cambio de algo más inquietante que la concesión de una obra. La afinidad ideológica, la justificación o el silencio ante ciertas cosas, por ejemplo lo serían… Valencia mira a Andalucía, La Mancha a Madrid, Extremadura a Cataluña y sus pobladores les miramos a todos ellos. Atónitos ante tanta cara dura que no son capaces de reconocer en sí mismos.

     Como optimista nato, siempre había creído que la civilización iba de menos a más, incluso con sus altibajos, zonas de sombra, injusticias y tragedias. Hoy tengo más que serias dudas al respecto viendo que algunos nos proponen avanzar hacia atrás. Sociedades que en pleno siglo XXI ya habían conseguido llegar al XVII se obstinan en retroceder a la edad media. Otros, incluso entre nosotros, van más allá e intentan recuperar la tribu, la aldea fortificada del neolítico, el cuchillo de obsidiana para hacer sacrificios con que agradar a los dioses… Se recupera el perfil más perverso y dañino de las religiones y, en medio del derrumbe, algunos orates sacan del baúl pendones y fronteras, si no como solución, al menos como interesado y egoísta apartamiento que ilusione, o al menos distraiga al personal. Momentos más prósperos llegarán para recordárselo. Mal arreglo es recurrir a estas otras causas de la mayoría de las tragedias que tanto abundan en la historia. En realidad esos estandartes y amojonamientos son  engañosas metáforas del oro, del interés económico y del poder. 

    ¿Qué decir? La lejanía o la saturación de tantas pesadillas nos impermeabilizan, nos hacen insensibles y terminan por paralizarnos. Hacemos de la tragedia ajena, aunque a veces cercana, un espectáculo que se recoge en una foto que se comparte y comenta en la red. Todo se nos ha ido de las manos y algunos intentan recuperar el mando diciendo que to’ el mundo es bueno. ¡Mire! La desesperación hace posible que como novedosas soluciones se presenten doctrinas obsoletas, etiquetadas con animosos vocablos que eviten mostrar la verdadera cara de lo que una adecuada taxonomía política haría hoy en día impresentable. Por sus amigos los conoceréis. Desconfío de quien abomina y oculta su verdadera identidad, de quien evita presentarse con su nombre real, pues ellos y casi todos los demás sabemos que tal es sinónimo de ruina, falta de libertad e injusticia. Tanta o más que la que se quiere combatir. No estoy pues por la faena. Soy anciano pero no iluso.

    A pesar de mi acaloramiento por una situación que me indigna, reconozco que me veo rebasado e impotente. Que mi edad y mis menguadas fuerzas me llevan más al patio de butacas que al escenario, al que solo subo a cantar. Ya solo pido que me dejen en paz, intentar ser feliz y hacer felices a los que me rodean. Mantener en paz una hectárea a mi alrededor y, al menos, no apoyar ni colaborar con lo que considero injusto. Tal vez si, siendo poco ambiciosos, —si es que esto es no serlo—, todos hiciéramos otro tanto, conseguiríamos cubrir los 510.101.000 km2  de superficie de nuestro planeta. Y sobraba gente.

    Vale.