lunes, 20 de junio de 2016

Epístola reflexionatriz



    No nos representan. Buen lema, aunque falso. El gran problema es que sí lo hacen. Los partidos que hemos tenido y que tenemos nos representan a la perfección, casi como en un espejo, incluidos los autodenominados nuevos, que más lo son por el nombre de su aglutinadora franquicia de tribus irreconciliables que a duras penas se muestran unidas mientras convenga, que por las vetustas ideas de cada una de ellas. Ni Velázquez nos representaría mejor. Nos clavan, pues son nuestro reflejo, son nosotros mismos. Los partidos que hubo, hay y habrá en España no pueden ser de otra forma, porque emanan de nosotros, en ellos cristalizan todas nuestras virtudes y nuestros defectos, empezando por nuestra secular capacidad disgregadora que algunos vienen ahora a acentuar, siguiendo por nuestra habilidad para elegir todo aquello que nos perjudica y terminando con eternizar a nuestros dirigentes en el poder más por sectarismo que por conveniencia. Solemos optar menos por quienes pudieran solucionar los problemas que por aquellos que los agravan, los hacen perpetuos e irresolubles o, lo que es peor, crean otros nuevos sin resolver los antiguos, que es para mí el resumen de la propuesta de los capitalizadores del justo descontento que vivimos.
    Todas esas cosas que rechazamos, que ahora nos indignan y espantan, como si fuesen nuevas, son el reflejo de nuestra sociedad, de todos nosotros, empezando por la corrupción y por la inoperancia, siguiendo por el fraude, la picaresca y la listura, por el amiguismo y por el desprestigio del esfuerzo, siempre arrinconado por la aspiración de un éxito fácil y rápido, milagroso, de dar por supuesto un bienestar que del primero al último creemos merecer por nación, aunque olvidemos contraponer qué debemos aportar cada uno, sin excepciones, para hacerlo posible.
    Que España, a veces en sus gobiernos, algunas comunidades y no pocos ayuntamientos, durante lustros haya sido gobernada con criterios y usos similares a los de la mafia calabresa no sería explicable sin una inmensa y cerril complicidad por parte de la sociedad, acrítica con los afines, consentidora por facciones de todo lo que los suyos hagan, tan voceadora de los errores ajenos como tapadera de los propios. Un sociedad en gran parte silente, cobarde, cómplice y culpable, hasta la vergüenza y la indignidad. De otra forma no se podría explicar la infamia de lo ocurrido con el desentendimiento, cuando no con el apoyo, hacia los crímenes de Eta en el País Vasco, que ahora unos quieren olvidar a cambio de unos votos, o en una Cataluña esquilmada durante una generación por una nutrida banda mafiosa envuelta en una bandera que se ha apoderado del 3% de la pasta y del 100% de los resortes de esa sociedad, hoy en día la menos libre de España, que yerra acerca de quién le roba y oprime, una Andalucía socialista en la que algunos dirigentes no desmerecen en sus formas y actos con los desmanes económicos de otros del Partido Popular en Valencia o en Madrid, o la ineficacia generalizada y derrochadora, creadora de infinidad de observatorios, empresas, chiringuitos y tugurios donde colocar a los de la peña disfrazados de funcionarios, sumidero de unos dineros que en todos los lugares se han negado a cosas verdaderamente necesarias. Han obrado con nuestro desentendido permiso, con nuestro visto bueno, una y otra vez refrendado en las urnas.
    Descartada la opción de deportarnos en masa a nosotros mismos para repoblar la nación con daneses, australianos, suecos de Ikea o habitantes de otros felices países de esos que tanto nos parecen gustar, hemos de reconocer que el simple cambio de caras no va a solucionar el problema. Y menos si encima esas caras se presentan ocultas por caretas que hagan pasar lo viejo por nuevo, lo sectario por integrador o lo violento de las actitudes de fondo por sonrisas tan tranquilizadoras como falsas. No es momento de camaleones ni de esconderse en tintas de calamar.
    Poco hay de nuevo en ellos salvo la corbata y el catálogo de muebles. A falta de experiencia con que valorar a un partido inédito, o nos fiamos de los augurios mirando las tripas de una cabra o recurrimos a examinar las compañías, los héroes o los modelos y referentes de quienes se presentan como única solución.  En realidad nos proponen rechazar a todos los partidos ya existentes, ofreciendo sus generosos brazos para acogernos a todos en la huida, que entre sus volubles ideales los hay para todos los gustos.    
    Que su verdadero ideal es un partido único, es algo evidente. Sus compañías a la vista están, Otegui y Bódalo, okupas y manipuladores de las redes, entre otras malvas. Sus héroes y referentes también, de Chávez y Maduro a Tsipras, Perón o Lenin. Sus modelos, aunque ellos se embosquen tras los pinos de Escandinavia en su programa catálogo, están más cerca del Olimpo, de las palmeras del trópico o del petróleo, obviando graves aspectos de esos modélicos paraísos que nos invitan a no tener en cuenta, en parte por haber ellos asesorado y colaborado en tales desastres. Y no gratis.
    Un hecho indiscutible es que ningún otro partido de la actualidad cuenta entre sus más acérrimos seguidores con ejemplares tan acríticos, sectarios y viscerales como ellos. En todos los hay, pero en Podemos abundan alarmantemente. He escuchado a simpatizantes de todos los partidos reconocer, incluso criticar errores del suyo propio. En Podemos se pueden contar con los dedos de una oreja quienes alcanzan tales cimas de la autocrítica. Menos a admitir las objeciones que otros hagamos, enviándonos inmediatamente a la caverna, tachándonos de fachas o de imbéciles sujetos a un argumentario sugerido. De todas formas tampoco en eso iban a ser novedosos y mantienen la costumbre nacional de atribuir a los demás los defectos propios.
    Resumiendo, como somos como somos y tenemos lo que tenemos no hay que esperar que nos portemos como suecos. Hay mucho aprovechable en los partidos existentes, mayoritariamente compuestos por gente decente como no me canso de repetir, pues todos ellos han defendido muchas cosas razonables, han sido artífices de impagables logros de la sociedad  y defienden valores irrenunciables que muchos no queremos poner en juego. No creo que Podemos vaya a regenerar nada. De hecho el cotarro ya lo están regenerando a hostias legales entre la Guardia Civil, la Policía y los tribunales. La prensa escrita y audiovisual colabora involuntariamente, pues aunque ampara y calla las infamias de sus afines, no duda en proclamar a cuatro columnas las de los opuestos. Hay que reconocer que hay cosas que no se podrán repetir en el grado en que hasta ahora hemos consentido, pues algo hemos aprendido muchos ciudadanos, aunque no todos. 
    Hay quienes vuelven a apostar por delegar en un caudillo, reinciden en personalizar las soluciones, lo que es el origen de nuestros problemas. Es un error antiguo y recurrente. El remedio es poner a gobernar a personas sin manual ni dogma, que legislen menos y se centren en resolver los verdaderos problemas de la gente y de la sociedad con honradez, prudencia y eficacia, cumpliendo y haciendo cumplir las leyes, cosa inusual. Pero, sobre todo y por si acaso, bien vigilados. Por la Guardia Civil, la Policía y la Justicia. Aunque, oh, maravilla, tampoco sorprende demasiado que sean los nuevos actores de la comedia política, estos socialdemócratas recientemente conversos a tal fe, quienes aspiran a controlar a los que deberían controlarlos a ellos y a los demás, haciéndonos perder nuestra única esperanza. Mal empezamos a la hora de pedir ministerios y competencias. Motivo suficiente para no darles el gobierno. No está demás decir aquí que guardias y policías, junto con el ejército y la monarquía, son las instituciones más respetadas y valoradas por los españoles. Sé que esto molesta y solivianta a muchos, pero la realidad es así de cruda.

   ¡Tenemos todos mucha pesombre, dejadme solo ante este toro y veréis qué faena le endiño!  ¡Confiad en mí, que hay que echar a este gobierno como sea, poneos en nuestras manos, que algo se nos ocurrirá!

    Desde luego lo que por ahora se les va ocurriendo es poco tranquilizador, a pesar de lo variado y cambiante de sus ocurrencias, aparte de buenas palabras, vacías por fingidas o por ajenas al mundo real. En lo de echar a este gobierno podemos coincidir, ya que Rajoy no se decide a echar lastre por la borda, a él el primero, y nos hacen perder toda esperanza con la guinda simbólica de blindar a Rita Barberá, todo un suicidio político en plena lucha electoral, muestra de sus mochilas, complicidades y ataduras. En eso de acuerdo, pero si quieren echarlos a patadas para ponerse ellos, su único programa real, no pueden pedirle a los españoles que les ayuden a echarlos dando las patadas al gobierno en sus propios culos. Javier Marías nos ilustra al respecto explicándonos que nunca debería uno decir que algo no puede ir a peor. Esa posibilidad existe, aunque se vista de seda.

   ¡Asoma la patita por debajo de la puerta! ¡Ay, qué garras que tiene bajo las lanas ese corderito socialdemócrata! ¡Por Dios, qué dientes! ¡Y el que va de pastor se parece mucho a Otegui, el pacificador! ¡Quita, quita, que me la urden!

    El comunismo, que ni los alemanes hicieron funcionar, no debería esconderse pues no es malo per se, porque predique cosas injustas, que no lo hace, sino porque olvida la naturaleza humana, egoísta, parcial y tendente a poner por delante la propia supervivencia y el bienestar de la prole y la tribu. Aunque nos llene de vergüenza que hayamos tenido que levantar muros para que no entre nadie, tampoco debemos olvidar la ideología de los regímenes que durante más de un siglo han tenido que levantar otros para que los ciudadanos no se les escapen hacia el infierno capitalista.  
    Hay noticias que nos hacen regresar a la realidad, una realidad en la que un niño, en cuya visión del mundo animal ha influido más Walt Disney que la National Geographic, es arrastrado como merienda a la ciénaga por un caimán en Florida, en un parque de Disney, su instructor. Si hubiera sido ilustrado de cómo es la vida y el mundo real viendo documentales del Serengueti no habría ido a darle miguitas de pan a aquella hermosísima y descomunal salamanquesa tan simpática o a aquel osito Yogui con unas uñas tan largas.
    Esa visión romántica, buenista  y falsa del mundo y de la historia nos hace también indefensos ante las continuas manipulaciones de nuestros orates. Hay quien se ha criado con un poster del Che Guevara en la pared del dormitorio, colocada allí por su padre, muy progre y concienciado. Tal vez si su idealista progenitor hubiera leído más y mejor no hubiera dejado dormir a la criatura al amparo de un asesino compulsivo, un pistolero que disfrutaba descerrajando tiros en la cabeza a sus enemigos, como no dejó de contarnos relamiéndose de placer. Con la Constitución de Cádiz, ocurre otro tanto, pues entre otras lindezas regateaba la ciudadanía a los españoles descendientes de africanos (es decir a los tataranietos y choznos de los esclavos negros que allí llevamos), que eran de los pocos que en aquellos momentos de descomposición del imperio español estaban de nuestra parte y luchaban a nuestro lado contra los que allí tampoco los consideraban iguales. Ellos y nosotros perdimos. Sin embargo, La Pepa nos consideraba justos y benéficos, con obligación de ser felices. Con las dos repúblicas ha ocurrido igual y la ignorancia y la parcialidad han querido hacerlas pasar por algo mucho mejor de lo que fueron.
    Me considero un escéptico, un descreído, con un ligero baño libertario y anarquista, pero no del de poner bombas, sino del de temer como a vara verde a la abusiva intromisión del estado en nuestra vida privada, el de abominar de ese afán ultrarregulador de tenerlo todo establecido, reglado, legislado y, a ser posible, prohibido. En eso no sé si temer más a unos que a otros, pues es síntoma de totalitarismo de ambos extremos.
    Claro está, tras lo dicho, que habrá que votar con la nariz bien tapada, pues en esta ocasión ni me planteo quedarme en casa, ni lo aconsejo. Imposible estar de acuerdo con el pasado ni con las intenciones que vemos en los partidos y, aún peor, con las que se ocultan, aunque se traslucen. Es penoso el nivel de las propuestas, improvisadas, oportunistas, reñidas con la realidad en su mayor parte, unas por irrealizables, otras por no ser deseable su realización, y con un tufo de falsedad, de ocultamiento y de manipulación demagógica en casi todos los casos. Ahora bien, una vez tapadas las narices, habrá que decidir si nos huele peor el robo, la mala administración o el asesinato, si nos repugna más Bárcenas u Otegui y los de Hipercor, Chaves o Chávez, la policía o los que parten la cara a un oponente político, incendian coches y contenedores o rompen escaparates. O si queremos dividir el país en trocitos para mayor abundancia de cargos que repartir o intentamos apoyar a quienes claramente lo defienden unido. Si damos por bueno que unos okupas de la cuerda se instalen en el piso vacío que no conseguimos quitarnos de encima, quien lo tenga, y de paso les pagamos a escote la luz, el agua, el teléfono y el aire acondicionado como en Barcelona. Con un par. Yo aspiro a llegar algún día a no mantener sinvergüenzas, ni de arriba ni de abajo, ni de diestra ni de siniestra, que en todos sitios los hay. Y los habrá.
    Al final, habrá que dejarse las pesombres para mejor ocasión y considerar si en los partidos que se nos ofrecen, y que unos intentan destruir, no habrá algo bueno que valorar, que creo que sí. No existe una diferencia entre vieja o nueva política, sino entre política y mercadotecnia. También veo necesario recompensar a los que, teatros aparte, han intentado llegar a acuerdos, PSOE y Ciudadanos, algo que se nos dice que pidió y pide la sociedad. Otra falsedad más. Hay votantes y partidos que tienen tanta voluntad de acuerdos y equilibrios como un agujero negro.
    Para mí está claro en esta ocasión que, salvo sustitución de sus cúpulas, me resulta imposible confiar en dos de ellos, empezando por las afueras a diestra y a siniestra de la oferta, es decir, PP e IU-Podemos. Me quedan, con sus virtudes y defectos, los dos del centro. Haciendo cuentas con los restos, según nos manda la ley d’Hont, sopesaré la utilidad de mi voto, para intentar que no gobierne gracias a él ninguno de los partidos que más me desagradan.

   Que el Señor nos ilumine, hermanos.