domingo, 9 de septiembre de 2018

Epístola recordatoria, levantisca y teatral


    El presidente Torra, una vez abandonados los valores y formas de la democracia, abandona también sus lugares. Cerrado el Parlamento, ya sin tapujos, directamente actúa en un teatro, al que llaman nacional, una muestra más del torcimiento de los significados y del uso de los símbolos y espacios de todos en beneficio de una parte —y no la mayor— de la población de esta región española. Sale a escena caracterizado de Luther King con lacito amarillo y, aunque jaleado por la claque, resulta poco creíble. Como también lo resultaría el líder evocado si sus discursos y actos reivindicativos los hubiera realizado en ejercicio del cargo de gobernador de Carolina del Norte. Manchan todo lo que tocan, de Gandi y Mandela a Jesucristo, parodiado por ese Mas de brazos alzados al cielo (un Bryan sin gracia) bajando con las tablas del ‘prusés’ desde los peñascos de Montserrat, más a mano que los del Sinaí, que cada vez recuerdan más a los Monty Python. 
    Muestra máxima de la impostura e impotencia del actor Torra es el hecho de que, obviando al poder judicial, el que exige al Estado la libertad de unos políticos presos sea quien custodia en nombre de ese mismo Estado las llaves de la cárcel donde están internados. En un bolsillo tiene las llaves; en el otro la nómina, ambas de un Estado al que finge no reconocer. El uso de las unas conllevaría dejar de disfrutar de la otra y, entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero, además de que sería aprovechada la apertura de la cárcel para meterlo dentro a él. Adaptados poco a poco a esta situación alucinatoria y aberrante, convivimos con la anomalía democrática de que una región española esté teletresdirigida por activistas alucinados, algunos incluso perseguidos por la justicia,  identificables afortunadamente por esos sambenitos amarillos, instalados en la verborrea, el gesto desafiante, la provocación, el desprecio a la ley, el desvarío y el abuso. Largos años sin gobernar, con esa peligrosa vacuidad mental virtual del que sólo tiene una idea. Y no buena. Los intereses, sin embargo, los tienen más variados, aunque no mejores.

    Efeméride a añadir a la balconada de Companys, otro bandarra, es la que los días 6 y 7 de septiembre, un año ya desde el golpe de estado parlamentario, afortunadamente frustrado, que ha llevado a algunos de sus promotores a la cárcel y a otros a la huida cobarde para todos y traidora para los suyos. Quien venía haciendo el papel de capitán Araña con sus aleccionados seguidores no podía dejar de hacerlo con sus socios de asonada. Acostumbrados a proclamar como históricos los esperpentos escenificados un día sí y otro también, antes y después de las comidas, esta es una de las fechas que sin duda recordará la verdadera historia, muy alejada de la que han falseado para justificar sus desvaríos o de la que quisieran escribir en la hoja en blanco del futuro. Por su cambiante y tortuosa hoja de ruta transita a trompicones la historia del intento de construcción de una república bananera, irrespetuosa con las leyes, con la separación de poderes, con el reconocimiento de que una mayoría está en su contra y, sobre todo, con la verdad. La realidad se oculta tras frases y palabras tan movilizadoras como equívocas,  a menudo directamente falsas, entre las que destacan conceptos huidizos como libertad, derecho a decidir, mandato popular, autodeterminación, huelga de país, voluntad de un pueblo, país colonizado, presos políticos, exiliados y demás falsificaciones interesadas. La más grave es la de llamar pueblo catalán a la mitad de él, lo que les lleva a abusar de las instituciones para gobernar en su contra. 

    Parte de este falseamiento tiene su origen en el intento de escapar de la justicia, que les cerca por su corrupción económica de décadas, porque el sectarismo, aún más grave y dañino, les sale gratis. El tribunal Constitucional, con muy buen criterio, eliminó del proyecto de Estatut el establecimiento de una justicia regional, desgajada de la del Estado, su máxima aspiración. El juez Vidal y otros personajes de igual calaña hubieran sido más comprensivos con sus delitos, encabezando un sistema judicial sin separación de poderes que ya anunciaban sin vergüenza en ese proyecto de transición nacional, eufemismo de otro atropello, que apresuradamente perpetraron contra leyes, informes de los letrados de la cámara, advertencias del Constitucional y quejas de una oposición que quisieron silenciar en estas sesiones para la historia de la infamia.

    En aquellos dos días de abyección, dirigido el Parlamento por la mamporrera Forcadell, mostraron su verdadero rostro, áspero y canalla, su desesperación del ahora o nunca, su desprecio a los procedimientos de la democracia y a los límites que ésta les impone en el ejercicio de su mandato y su poder. Un poder delegado por el Estado en gestores tan desleales y facciosos, utilizado de forma artera para imponer sus delirios a más de la mitad de la población que tiene la desgracia de haber caído en sus manos, las de estos aspirantes a dictadores con el apoyo de menos de la otra mitad de los catalanes. Tras llevar a los tractorícolas a enamorarse de su propia imagen falsamente embellecida, se les ha convencido de cuán diferentes, superiores y estupendos que somos, mecachis en la mar. Cuando digo caer en sus manos no olvido que lo han hecho de una forma democrática, tras unas elecciones limpias, y por ellas tienen lo que unos quieren,  ya que la ley electoral permite que tengan todos lo que no quiere más de la mitad de los catalanes. Tampoco olvido que no sólo ocurre esto en Cataluña o en España, que es en el entero mundo donde cada vez la honradez, la sinceridad o la capacidad de gestión son los elementos más irrelevantes para elegir quién nos gobierne. Y así va Cataluña, el resto de España y el resto del mundo.

    Huido Puigdemont, queda al mando de la función el señor Torra, uncido o embridado por el primero. Por sus escritos anteriores, no menos que por sus declaraciones y gestos actuales, evidencia ser el único fascista con mando en plaza en España. Aunque abundan los que se dedican a detectar y etiquetar fachas, su fino olfato de sexadores de demócratas, ese que les ha ayudado a elaborar una lista abundosa en la que han ido apuntando a toda persona más decente que ellos, no les ha permitido detectar al primero de verdad con que se topan. Por ello, aquellos dos días y los sucesos que derivaron de la asonada parlamentaria, marcaron una línea roja que separa en todo nuestro país a los que de verdad son demócratas de los que no lo son. Nunca lo han sido. 

    De todas formas sería cosa peregrina que quienes vienen defendiendo dictaduras desde hace decenios, las que son afines a sus gustos, salieran en defensa de la democracia cuando está en peligro en el país en que viven. Sus más indecentes ejemplares, con gastos pagados por el país que detestan, viajan a Venezuela, Cuba o Nicaragua a abrazar a los dictadorzuelos tropicales a los que aman, a quejarse ante ellos y sus cebadas camarillas de las carencias de nuestro sistema, menos democrático a su delirante entender que el de estos paraísos de oposiciones encarceladas, carnets de la patria, mandatos eternos y hambre generalizada entre la población.  La inmensa abundancia de recursos de estos países está puesta al servicio de una oligarquía falsamente revolucionaria, casta que descubren en España pero que allá no son capaces de reconocer. Una vez pronunciado su alegato, a veces entre lágrimas y vivas a algún comandante, en chándal o de caqui, estos ridículos antimilitaristas justicieros abandonan ese paraíso y regresan a seguir padeciendo en el infierno del capitalismo que odian, pero a cuyas virtudes y comodidades no están dispuestos a renunciar más que un ratito. Su fuerte nunca ha sido la coherencia aunque su causa es tan grande que, según ellos, se les pueden disculpar estas ligeras anomalías que hacen desgraciada a la población de estos desafortunados países que ellos tanto admiran, a los que no se quieren ir a vivir, aunque les asesoran y ponen como ejemplo a seguir. Dios nos libre. No era mejor Lenin que Hitler, ni Pinochet que Castro o el Che. El despotismo criminal no es de izquierdas ni de derechas, es abuso que sitúa a quien lo ejerce o lo defiende no en uno u otro campo de la ideología política, sino en el terreno indistinguible e infame de oprimir, reprimir y explotar a un pueblo usando como escudo unas ideas que, si algo tuvieron de bueno, con su ejecutoria desacreditan y denigran y que otros, hoy cada vez menos, ciertos o errados, defendieron con nobleza.

    Tardá, diputado en la nómina del parlamento de un país al que dice no pertenecer ya, avisaba a los jóvenes catalanes de que si no ayudaban a parir la república cometerían “un delito y una traición a la tierra”. Como buenos aldeanos totalitarios, vulgares sabinosaranas que juegan con la identidad como arma y como muro, en estas y otras telúricas afirmaciones no apelan a los ciudadanos, a las personas, únicos poseedores de derechos, sino al terruño, al solar de los ancestros, a los espíritus de los bancales y los ríos, de los cerros y  los ribazos. Debemos sacrificar todo para que estos entes recuperen su paraíso perdido, como la Comarca de Tolkien, el idílico valle de nuestros abuelos, hoy mancillado por gentes de fuera. Su carácter de meapilas, por otra parte, les lleva a un panteísmo que ve dioses en los montes, el idioma, en el espíritu de la raza y en algunas otras entelequias. Aunque su fe, en realidad, las adore menos que al papel moneda, llegan a pensar que un idioma tiene derecho a tener hablantes, aunque sea a la fuerza. Que en una región geográfica a la que los avatares de la historia han llevado formar parte de un todo político, sus bancales tienen el derecho de separarse de él, independientemente de lo que piensen las personas que hoy los cultivan. En realidad, encaramados a sus tractores, le endosan a la tierra la obligación de independizarse para pertenecerles a ellos, a unos pocos, a esos pocos cientos de familias que desde hace siglos esquilman a un país que, en una nueva intentona, intentan inmatricular, cosa que afean a la Iglesia con la Mezquita de Córdoba. 

    Resulta curioso que, faltos de argumentos, recurran a los que menos les pudieran beneficiar y buceen en la Historia en busca de sostén. O sujetador. Muchos reinos hubo en España, como Castilla, León, Murcia, Mallorca, Valencia, Navarra. o, si incluimos a los árabes, Córdoba, Sevilla, Denia, Granada y otros muchas taifas. Ellos son, precisamente, de los pocos que nunca de los nuncas gozaron de esa independencia que pretenden recuperar. No se puede recuperar lo que nunca se tuvo, aunque no es cosa que pueda entrar en cabezas que recuerdan lo que nunca sucedió. Ocultando eras completas, poco nombran a Roma o a los visigodos, pues ya entonces, como hoy, formaban parte de la Hispania y nada hay allí que rascar. Tal vez sean sus escrúpulos raciales los que borran toda presencia árabe y es en la baja Edad Media y en sus finales donde centran interesadas pesquisas y alucinadas recreaciones del pasado; es allí la notaría donde rastrean registros de la propiedad y últimas voluntades que les pudieran permitir escriturar la finca. Nombran, aunque desde no hace mucho tiempo pues es invención relativamente nueva, una supuesta corona catalano-aragonesa que nunca existió, ni como nombre ni como realidad jurídica. Siempre fueron un condado dependiente de Aragón. Incluso otros territorios que sí se llamaban reino, como Valencia o Mallorca, gozaban de una independencia más que relativa, por no decir nula, que no hay más que ver cómo el rey de Aragón tenía autoridad para exigir al rey de Mallorca, un vasallo, que se desplazara a la corte aragonesa a rendir cuentas ante Jaime I, su rey y señor.

    De todas formas, abandono esta línea argumentativa, estéril contra fanáticos, pues no es en el terreno de los argumentos ni de las verdades donde se dirime la cuestión. El ámbito del problema es el de los deseos, los sentimientos, los agravios, las nostalgias y las ambiciones, y ahí poco hay que debatir. Sólo pedirles, aunque con pocas esperanzas, que hagan el esfuerzo supremo, no sé si alcanzable por ellos, de reconocer que los demás también los tienen. Son tan respetables como los suyos, tal vez más, son mayoritarios y además amparados y sostenidos por las leyes y por siglos de historia, esta sí verdadera. La constitución no prohíbe el romanticismo, ni la fábula, ni siquiera la locura, pero existe para intentar evitar que se tengan por base para imponer una dictadura. 

    Tal vez en lo único en que lleven razón es en que no se puede dejar de tener en cuenta al 47% de la población de una comunidad. Sin embargo nos hemos acostumbrado a que ellos lleven decenios despreciando y gobernando contra el 53% restante. Incluso cuando era el 80% obraban así, eso que ellos llaman hacer país.

    Este es uno de esos casos en que no sabemos qué hay que hacer para arreglar un problema, aunque sí que sepamos lo que es necesario hacer para no agravarlo. Normalmente venimos eligiendo esta última opción. No hemos llegado a las manos o a los trabucos porque la parte sensata de esta teatral contienda, la que respeta las leyes, la democrática y constitucional, tiene unas líneas rojas de las que ellos carecen.