martes, 2 de abril de 2019

Epístola mutante


A menudo procuro leer artículos científicos y algunas obras de divulgación, pues siempre reconforta saber que hay personas que trabajan para conservar y reparar el mundo y la vida, aunque por desgracia no tantas como las empeñadas en destruir ambas cosas y por hacer todo más difícil, inhumano e injusto. Algunos de estos trabajos versan sobre avances médicos y, en su conjunto, se puede constatar que se ha avanzado mucho en la parte mecánica, en el hardware —la cirugía pisa al terreno de lo milagroso—, mientras otras cosas aparentemente más sencillas dentro del apartado de chapa y pintura, como curar un sarpullido, parece que se resisten más. La programación del sistema por ahora es indescifrable. Y no será porque no se le dedican recursos, aunque más se intenta combatir la caída del pelo o el exceso de peso que males más graves pero menos rentables, pues la salud no deja de ser una industria. Le han dejado que llegue a serlo.
    Entre mis continuos asombros, que soy de letras, me paro hoy en una noticia en la que se explican algunos avances en el terreno de los trasplantes, injertos y cultivos de órganos o tejidos. Una mezcla de medicina y agricultura, como se trasluce del vocabulario utilizado. En estos terrenos viene a resultar determinante, como en toda clase de bancales, el tema del riego, el reto de alimentar esos planteles una vez trasplantados al organismo de un contribuyente. Podemos fabricar piel, incluso versiones cada vez más complejas de algunos órganos. También tomarlos prestados de otros animales a los que previamente se les hace degenerar incrustándoles genes humanos. Lo que entra por la boca es, salvo excepciones, bien recibido, al menos tolerado a corto plazo y según dosis. Incluso algunas cosas totalmente aberrantes, como el humo del tabaco, destilados alcohólicos de berzas, tubérculos y otras piltrafas, el porridge —desayuno inglés propio de tornajo—, las pizzas de piña, y hasta gin-tonics con menestra de verduras, inexplicablemente, no producen un feroz rechazo. Sin embargo, el mismo trozo de gorrino que por vía oral nos alimenta es algo que nuestro organismo repudia como cosa ajena si se nos injerta para sustituir alguna válvula o tubo averiados. Incluso podemos comer morcillas aunque no provengan de un marrano con O negativo, si ese es nuestro grupo sanguíneo, pero no inyectarnos sus ingredientes. Caprichos de la biología.
    Se puede implantar una tubería reutilizando una vena o arteria propia por donde discurra la sangre que irrigue la nueva plantación, pero imposible resulta incorporar a la red la esencial urdimbre de venillas y capilares que lleguen hasta el último rincón de la huerta. Hasta ahí no alcanza aún nuestra ingeniería biológica. Mirando estos científicos con cierta envidia la facilidad con que la naturaleza construye estas estructuras en una pámpana o en la más miserable de las plantas, una ofensa para ellos, han decidido intentar apropiarse para alimentar y oxigenar sus cultivos de la estructura capilar de una vulgar hoja de espinaca. Eliminan con detergentes las células carnosas para dejar un esqueleto reticulado por el que discurran los fluidos. Después le endosan unas células cardíacas y se obra el milagro de que el resultado sea un entramado reticular de tejido de corazón humano. Este sistema circulatorio mitad de planta, mitad de ciudadano, incluso late durante semanas alimentando las células de ese incipiente corazón de persona, que es lo que se pretendía. Un éxito parcial tan inquietante como prometedor pues estas retículas son de celulosa, algo que el organismo no rechaza. Cuando la celulosa se presenta en hojas encuadernadas y llenas de letras sí que produce aversión y disgusto en algunos organismos poco evolucionados, que huyen de ellas como de la peste en una reacción autoinmune refractaria al saber. Por ahora nadie ha conseguido implantarle en el cimborrio a un semoviente el temario de las oposiciones.
    Este sistema de esquejes y regadíos se puede emplear para otros órganos, aunque cambiando de planta según la parte del organismo que se quiera replicar. Han probado con perejil, con raíces de cacahuete, según leo, y ahora van a por el brócoli y la coliflor para sustituir el tejido más esponjoso de los pulmones. En Ottawa han utilizado células de manzana para ser rellenadas de tejido cervical. Sin discusión, —añado yo de mi cosecha—, inyectándole neuronas la nuez hará de cerebro para quien de él tenga necesidad,  pues su forma es la que tiene el de todas las gentes, incluso su tamaño el de no pocas. Se abre una huerta de posibilidades y todo apunta a que este pacto entre el reino animal y el vegetal podría solucionar los problemas ya descritos que tiene la actual bioingeniería.
    Como siempre ocurre, estas metáforas ahora posibles y reales ya fueron anticipadas por la intuición de los poetas que hablaban de bocas de fresa, tez de aceituna, ojos almendrados, mejillas de piel de melocotón al tacto con la color de los pétalos de rosa, del cimbreo cual junco con que se mueve la amada o de la polinización cruzada, tema preferente. En “Amanece que no es poco” ya vimos un bancal del que brotan señores con traje y un huertano que habla a su calabaza como si fuera un pariente mientras lía su caldo de gallina.
    También esta simbiosis con la flora es tema trillado por la sabiduría popular, que a la cabeza llamó coco o calabaza, cuando no almendra o melón, que nuez bautizó a la nuez, al corazón dio el alias de patata y adjetivó de sarmentosas a las manos nervudas. Habló el pueblo de mentes en barbecho, de malas cosechas refiriéndose a algunas generaciones o dinastías, de terrenos baldíos, manzanas podridas, frutas vanas, garbanzos negros, árboles torcidos, de la necesidad de guías y tutores y de otras muchas enseñanzas de un mundo más cercano a la tierra que el que hoy vivimos. De alguna forma ya había imaginado una eterna orgía huertana de pepinos y setas, de la coyunda de nabos con brevas o figas, sin olvidar plátanos, habas ni pepitas. Ya nos había advertido de que el arbolito desde chiquitito se endereza, y siempre se habló de piel trigueña y pelo pajizo, de panocha o de azafrán, igual que se usaron características de frutos y semillas para describir el color de los ojos, de la piel e incluso el carácter. Es un cardo o una malva. O un lechuguino. Canela en rama. O no es trigo limpio.
    Por lo dicho acerca de la celulosa resulta, según avanzan los científicos, que se podrían usar fibras vivas de madera para reconstruir huesos. Sospecho que cada uno según sus conveniencias y posibilidades: lustrosas caobas o sándalos olorosos, ébanos oscuros y amarantos violáceos para gentes con posibles, chopo y pino para los desfavorecidos; sabina para los que saben, cepas para los que beben; palosanto para los guitarristas, roble americano para los bodegueros; nogal para los serios y naranjo para los alegres; tilo para los nerviosos y canelo para los tranquilos; raíz de olivo para los viejos retorcidos y cortezudos, sequoia para los jugadores de basket, limonero para los agrios y peral para los dulces, contrachapado para los más miserables… En fin, como ahora con las cómodas y los armarios.
    Todo esto abre muchas posibilidades a la evolución, siempre dispuesta a explorar nuevas vías, unas más prometedoras o exitosas en sus productos que otras, como podemos ver en las calles y en las listas electorales, pero todas inquietantes, unas y otros. Lo primero será que el aparato digestivo aprenda a no digerirse a sí mismo. Conseguido eso, por nuestras venas reemplazadas por esqueletos de lechugas, grelos o espinacas, fluirán los habituales glóbulos rojos y blancos al lado de otros nuevos, verdes de distintos tonos, como contabilizarán los análisis de savia. Si no se acierta con la especie adecuada en los injertos algunos vecinos tendrán corteza en lugar de piel, y los más bestias desarrollarán corcho, cumpliendo la profecía anunciada por quienes les llamaban alcornoques. Unos florecerán por abril, otros vivirán un eterno barbecho y no pocos echarán raíces. Con la edad los nudos de las articulaciones habrán de ser podados pues de ellos surtirán ramas atormentadas. A las gentes del norte y de la montaña les crecerá musgo en los hombros y olerán a moho, mientras que los pobladores del más afortunado y florido sur desprenderán aromas de azahar y a su alrededor revolotearán mariposas buscando desovar en sus frondas.
    Seremos una especie híbrida, un brote verde en la estirpe de los sapiens. Además de vacunar, habremos de sulfatar a los niños, pues será necesario inmunizarlos contra el mildiu, el gorgojo de la patata, la xilella fastidiosa de los almendros, el picudo de las palmeras y la grafiosis de los olmos. Se usarán invernaderos en lugar de incubadoras y acabaremos hechos compost. También habrá quien deje de ir a trabajar en ocasiones porque tenga filoxera o esté en flor, algún análisis de savia bruta le haya detectado hiperclorofilemia, de la mala, o haya tenido que ir al podólogo a que le corten las raíces o a donde le poden unos brotes que, con la hojarasca, le tapen la vista. Los ancianos seremos atacados por la carcoma y los melancólicos se agostarán en agosto. A los más ardientes se le declararán tales incendios en la zona de los vacíos que no habrá Almax que les alivie, siendo necesario recurrir al extintor. Nos recetarán suplementos de nitrato de Chile y habrá que evitar tumbarse en la hierba a dormir la siesta bajo un árbol, por no agarrar.
    Cuando digamos que no se le pueden pedir peras al olmo, que de tal palo tal astilla o que de árbol enfermizo no esperes fruto rollizo, habrá que cuidar quién nos escucha, por no ofender a la familia. Decir que en terreno de sequío, no pongas árbol de río, será tenido por xenófobo y, en general, a la casi infinita lista actual de correcciones habrá que añadir las inconveniencias referidas al reino vegetal, ahora emparentado, aun quien sea republicano.
    En lugar de tatuajes, muchos lomos y brazos lucirán arduas tallas a gubia y primorosas labores de taracea, como un bargueño o el agujero de una guitarra. Ponerse al sol será cosa poco recomendable pues reseca la corteza y podría llevar a la ignición. A cambio nos podremos hidratar, incluso nutrir, con pediluvios. En lugar de Nivea nos untaremos con Politus y nos afeitaremos segándonos las brozas con una especie de cortacéspedes a pilas quien no se atreva a hacerlo con guadaña, que es lo suyo.
    Tal vez vegetarianos relajados y flexívoros no hagan ascos, incluso le tomen afición a esta carne clorofilada, ni chicha ni limoná, que cada vez se parecerá más al tofu, incorporando a sus semejantes al menú. Espero no vivir para verlo.
    Vale.