martes, 5 de abril de 2016

Epístola oftalmológica




na cárcel o el noble edificio del colegio de Escuelas Pías de Albacete, son ejemplos de construcciones panópticas, sin que tal enunciado suponga ningún tipo de comparación entre ambas instituciones. Su diseño va encaminado a facilitar la vigilancia, pues desde un lugar concreto del edificio es posible contemplar la totalidad del espacio. Presuponen la intención de verlo todo, de que nada escape al escrutinio de los que dirigen tales empresas.

A pesar de las bondades de tal actitud e intención, no es lo normal. Todo lo contrario. En otros campos de la vida cotidiana está más extendida la mirada heterótópica, en palabra de Foucault, o hemióptica, término oftalmológico que designa las consecuencias de la hemianopsia, enfermedad que provoca la falta de visión o ceguera que afecta únicamente a la mitad del campo visual. Visión heterotópica entiendo que sería aquella que se empecina en mirar hacia otro sitio cuando algo nos incomoda, estirazando del concepto. Siempre para un mismo y único lado, como hacen la sota de bastos y las demás figuras de la baraja española, como dando a entender que no cabe esperar que la suerte nos mire de frente.

La ciencia siempre viene en nuestro auxilio, si no para permitirnos entender las cosas, al menos para ponerles nombres raros que den a entender que las entendemos. Ya es cuestión del entendimiento de cada cual. No sé si se me entiende.

Es muy común ser selectivos en nuestros escrutinios, escorarnos en nuestra observación, ora hacia la derecha, ora hacia la izquierda. Merced a este ingeniosísimo proceder no se nos inquieta la conciencia y podemos seguir confiando en quien solíamos hacerlo, continuar teniendo por buenos y honrados a nuestros afines, a pesar de que den muestras evidentes de ser unos bellacos, cosa que sí perciben quienes su dolencia no les impide mirar hacia ese lado. Lo malo es que una patología paralela y especular les dificulta a estos últimos el otear hacia el lado contrario.

Tal vez la prensa y las cadenas de televisión, los periodistas en general —y sálvese el que pueda, si es que alguno puede hacerlo—, sean el mejor ejemplo de este hemiscópico proceder. No vea usted la sexta si quiere enterarse por boca del Wyoming de que en Andalucía al parecer se malversaron algunos que otros miles de millones entre Eres fraudulentos y cursos de formación ficticios o sobrefinanciados. Sería algo que supera con mucho su capacidad visual hemipléjica y sectorizada. De igual forma no espere usted que Maruhenda le ilustre sobre el bucanero proceder de Bárcenas, Rita Barberá, el bigotes y tantos otros del partido al que con opuesto afán defiende el mentado periodista. Los ejemplos son infinitos. Los pareceres y veredictos de estos mercenarios de la opinión son más previsibles que merecedores de crédito.

Independientemente de la gracia que puedan tener, que algunos la tienen y otros no, su extrema e invariable parcialidad produce vergüenza ajena. Para estar medianamente informado menester resulta escudriñar varios periódicos y perder el tiempo buscando algo de información entre la basura dominante en todas y cada una de las cadenas, con excepción del canal cocina y los dedicados a emitir documentales del Serengueti, si es que no es siempre el mismo. En parte de la prensa escrita aún es posible leer algunas cosas razonables e inteligentes. Buscando mucho.

No es algo que todo el mundo tenga tiempo ni ganas de hacer, siendo más común, para no soliviantar las certidumbres, ver o leer únicamente aquello que ya sabemos que nos va a agradar, aquello que coincida con lo que pensamos o apreciamos de antemano, no sea que se nos remueva alguna creencia y la vayamos a joder, que algunos toman las ideas por muelas. No buscamos información, sino realimentar nuestras convicciones. Esto agrava la citada enfermedad de la vista hasta llegar a los extremos en que estamos. No hay manera de leer o escuchar algo medianamente razonable y objetivo en los medios usuales destinados a cosechar audiencias; todo en ellos es propaganda goebbeliana que algunos en las redes se encargan luego de multiplicar, inmersos en una empantanada estupidez producto de las resultantes visiones sesgadas que se han hecho imperantes, dando lugar a una sociedad partida en sectores ideológicamente irreconciliables, salvo una escasa minoría que contracorriente se esfuerza por conservar el buen juicio.

Hay teorías físicas o astronómicas que necesitan de una especial alineación de los astros, una favorabilísima confluencia planetaria o un tino y fortuna inusitados al enfocar el telescopio, para poder confirmar o descartar lo que hasta entonces era una suposición. En lo relativo a calibrar la agudeza y amplitud de nuestro campo visual, buscando zonas ciegas, a veces ocurren hechos que permitirían autodiagnosticarnos las graves dolencias visuales a que nos referíamos antes. Y son graves porque de lo afinado de nuestra visión, a veces interesada o perezosamente parcial, depende la interpretación correcta de la realidad, pues terminamos por no ser conscientes de que vemos las cosas no como son, sino como queremos verlas. Yo sé que los folios son rectangulares, aunque entre mi astigmatismo y yo los percibamos algo desbarajustados. Mentalmente corrijo ese descuadre y la cosa no va más allá.

Si bien esos quebrantos son admitidos sin mayores problemas cuando atañen a lo orgánico, nos cuesta horrores reconocer que necesitamos gafas que corrijan nuestras desviaciones perceptivas en lo tocante a la ética o a la justicia, por lo que no debemos desaprovechar las escasas ocasiones en que los astros se nos ponen a tiro. Y esto acaba de ocurrir.

Más de diez millones de documentos han cruzado el canal de Panamá y llegan flotando hasta nosotros. En ellos podemos encontrar personas que mantienen empresas falsas o inoperantes, cuentas corrientes opacas, dineros puestos fuera del alcance del fisco, unos legítimamente adquiridos —es un suponer— y otros no tanto. Hay para todos.

Se deja con el culo al aire a cientos, miles de personas que, según la lista, han creído conveniente contratar los servicios de un eficiente bufete de abogados panameño —de uno solo de los miles que hay en el mundo—, despacho que les proporciona testaferros, crea empresas consistentes en una carpeta, sin sede ni empleados, oculta patrimonios en las Islas Vírgenes, en las del Canal o Caimán, Gibraltar, Antillas, Andorra, Suiza, y otros paradisíacos lugares fuera del alcance tanto de los inspectores fiscales como del común de los mortales, a quienes estas cosas nos acentúan la cara de tonto.

Encontramos en esta primera entrega a primeros ministros elegidos gracias a su convincente y justa despotricación contra los abusos del capital, de los bancos, de los inmisericordes mercados, como el de Islandia, Sigmundur David Gunnlaugsson, paladín del enfrentamiento a tales poderes perversos. Leo mientras esto escribo que acaba de dimitir, en un último gesto de decencia, inusual entre nosotros. También jeques que nada tienen que justificar pues no necesitan ser elegidos, como el de Qatar, accionista del Corte Inglés; gobiernos enteros especializados en detectar el peculiar y picante olor a azufre de los demonios del capitalismo, como el de Venezuela, aunque incapaces de oler su propia mierda, o mandatarios de países como Finlandia que creíamos vacunados contra esta enfermedad. Unos nos sorprenden más, como el padre de Cameron o el hijo del Secretario General de la ONU; otros menos, como Putin y su entorno, o Macri, el rey de Arabia Saudí, el presidente de Ucrania, Platini, colaboradores de Marie Le Pen, parientes del presiente chino, el secretario del rey Mohamed VI de Marruecos… Si el mal no es general, al menos es teniente coronel y afecta a muchos gobernantes de los que tendrían en su mano acabar con estos paraisos fiscales, lo que garantiza su pervivencia.

En todo caso, hay donde elegir. Centrándonos en España, nos encontramos por el momento, pues se anuncia la ampliación del elenco, a Pilar de Borbón, hermana del rey emérito, a Pedro Almodóvar, a Micalea Domeq, esposa del exministro Arias Cañete, a Messi y a Iván Zamorano, jugadores del Barça y del Madrid, respectivamente, a Oleguer Pujol, Imanol Arias, Alex Crivillé, las empresas hoteleras Meliá, Rius y Martinón, a nietos de Franco… Pronto aparecerán más.

Ya había claras muestras de que nuestra sociedad está gravemente afectada por las dolencias oftalmológicas descritas, pues hay quien se inquieta más por ver un partido financiado por una empresa española que otro que recibiría bajo manga fondos de angelicales gobiernos como los de Venezuela o Irán. Rumor o maldad de la caverna para unos, evidencia para otros, dado que mientras trabajaban en consolidar la prosperidad del régimen en el despacho de al lado del de Chávez, un hecho, tenían la vista puesta en extender su exitosa política por nuestro país, un suponer. Las ideas hipotecan aún más que el dinero. O sea que la visión hemióptica ya se daba. Con Bárcenas o Rita Barberá ocurría igual. Contar todos los casos, a diestra y a siniestra, haría esta epístola no oftalmológica, sino eterna.

Pero vamos al experimento científico que esta especial alineación astral y panameña nos permite. Mientras vamos conociendo a más turistas numismáticos observemos nuestra disposición a encontrar disculpas para unos y no para otros o a intentar cuantificar la indecencia, que de existir no tiene grados, sino capacidad de manifestarse. Que cada uno se descubra, si no defendiendo, al menos contemporizando al justificar —no nombrarlo sería lo mismo— al del Madrid y no al del Barça, a buscar argumentos que permitan considerar más decente a Almodóvar que a Pilar de Borbón, o a Pujol que a Chávez y así sucesivamente. Nos ahorraremos una visita a Afflelou, pues será clara prueba de que tenemos mirada heterotópica, padecemos de hemianopsia, serias dolencias por otra parte asociadas a la esclerosis facial.

Como aparecerán más casos y personas, de aquí y de allá, que el dinero ni tiene color ni ideología, espero ansioso las noticias, los comentarios selectivamente indignados en las redes, con sus interpretaciones, silencios, olvidos y demás manifestaciones de los desarreglos visuales del personal. Un descojone.