jueves, 7 de septiembre de 2023

Epistolilla de Waterloo

Un gobierno que se dice progresista que, para repetir su mandato sea cual sea el precio a pagar, se rinde, da por bueno y hasta hace suyo todo aquello que, mintiendo, como sus socios, nos dijeron que venían a combatir. Promesas, declaraciones de intenciones y argumentos, por cambiantes y elásticas, más parecen una farsa que un proyecto. Un programa que se va haciendo sobre la marcha al albur de las necesidades. Era cosa que no cabría esperar de un partido que fuera verdaderamente de izquierdas que, en la mayoría de los asuntos, ya no es el caso del Psoe. No era cierta su repulsa a la corrupción, bandera ondeada cuando la moción de censura a Rajoy. Aceptable y asumible les resulta ahora la corrupción endémica de los herederos de Pujol, ya veremos si no incluso la de esta familia siciliana, que llega hasta hoy, en parte perdonada por las reformas legales a medida. Un nuevo sapo que es menester tragar a cambio de los votos que necesitan para seguir gobernando, pues ese es su único y verdadero programa, siendo el para qué cosa secundaria. Pelillos a la mar. Hoy por ti y mañana por mí.

Cosa menor resulta también el supremacismo fascistoide de una extrema derecha insoportablemente xenófoba hacia sus propios conciudadanos, separatista y golpista; la renuncia a toda idea de igualdad entre los ciudadanos, la consolidación y agravamiento de privilegios regionales amparados en fueros extemporáneos, reliquias del antiguo régimen y leyendas que embellecen un relato falaz. Resultado: la ruina definitiva de la separación de poderes. Profunda regeneración democrática supone el torcer la mano a la justicia y revocar de forma artera sus sentencias como parte del pago por los votos que necesita. Como el desprecio a las leyes y a los tribunales que las aplican hasta que consigan controlarlos y ponerlos a su servicio sin disimulos, supeditando todo aquello que conforma un estado de derecho a las ensoñaciones de minorías electoralmente marginales pero ahora necesarias para asegurarse una investidura, lo único importante. Sánchez ya está más cerca de Erdogan que de ser un demócrata cabal. Sus juristas de cabecera, pocos pero tan iluminados como sumisos, dicen con ellos que el poder del parlamento es omnímodo, es decir no limitado por ley alguna, que todo acuerdo parlamentario es constitucional. Sobran otros controles, siempre molestos para los aspirantes a dictador. Tomemos nota para cuando otros tengan mayoría y llegue la hora de los lamentos. Demasiadas puertas van abriendo y todas llevan a mal sitio.

 Luego, para rematar, entra en escena la sonrisa del régimen, la José Solís de la Marcha Verde separatista que, ejerciendo de mamporrera, va a Waterloo a capitular. Mientras, las tertulias, los informativos y los debates están ocupados ya dos meses en otras cosas mucho más relevantes y de sustancia, asuntos de tetas, besos y el júrgol. Me gusta como bala la ovejita. Los coros de la copla los hace la peña. 

Felipe González y Alfonso Guerra comparecen tratando de salvar los muebles de un partido que ya no reconocen, rechazando esta deriva hacia ningún sitio, que Guerra califica de infamia a la vez que a Puigdemont de gánster. Dinosaurios, momias, reliquias de otros tiempos. Sin duda más decentes, tiempos y personas. No son los únicos, pero tampoco suficientes para reconducir este partido imprescindible hacia la democracia, el respeto a la ley y a emprender consensos y pactos más asumibles y presentables. No los hay peores que los que los que hoy por hoy Sánchez y su camarilla dan por buenos.