viernes, 2 de marzo de 2018

Espístola de la tragicomedia ¿Dónde está la bolita?




    Escribo esta epístola para intentar mitigar las inquietudes mostradas por algunos buenos amigos acerca de unas reflexiones que perpetré en Facebook tras sobrellevar atormentado la función plenaria que abría la temporada del Parlamento catalán, convertido en Teatro de la Comedia, de joseantonianas evocaciones. Lleno total. Cartel de no hay billetes y un público entregado. El libreto parece ser producto de una improbable colaboración de Jardiel Poncela, Cuerda y Berlanga, adaptando un texto original de Goebbels y Curzio Malaparte, con citas de Kafka y Maquiavelo, sutiles alusiones a Walter Scott, Samaniego y Calleja y regusto a la Venganza de don Mendo, todo ambientado en un patio de Monipodio con gradas y moqueta, con llorosa escenografía basada en el coro de los esclavos del Nabuco de Verdi. Molière hubiera sacado gran partido de estos tipos. A Wagner mejor dejarlo ahora.
     El estreno se llevó a escena bajo la dirección del debutante Roger Torrent, un manierista que mueve los cubiletes y escamotea la bolita según las enseñanzas de la escuela forcadeliana, que a Stanislavski no llegaron en el cursillo apresurado y urgente que recibió. Parte del elenco, las primeras figuras, se oculta agazapado tras presidiarias bambalinas, los que no andan de viaje de estudios por Flandes o Suiza, adecuadísimo lugar para refugio de anticapitalistas furibundos. A la mitad de los actores no les dan papel, aunque sean los preferidos del respetable, por lo que acaparan la escena los suplentes, comparsas y figurantes que declaman, gesticulan o bullen sin conseguir disimular las cuerdas que les dan vida en ese guiñol de cachiporra en que algunos con sus intervenciones van convirtiendo  los abundantísimos parlamentos que compensan en España el cierre de muchos teatros, dando trabajo a tantos y tantos comediantes e histriones de tercera fila.
     Se representa la obra con intérpretes de desdibujado carácter, más vehementes que convencidos, siempre sobreactuando, apuntados desde la concha por Puigdemont, sustanciado como voz en off por Skype desde su exilio de Waterloo. La claque y los actores con frase —por imposición del empresario— muestran bufandas o lacitos amarillos, superando antiguos miedos del mundo de la farándula hacia ese color. La actual proliferación de lazos, más variada que efectiva, agota el catálogo de Pantone y pocas opciones deja. No sé de qué color es el lazo para pedir la libertad de otro preso político, Ignacio González, expresidente de otra Comunidad, la de Madrid, que olvidó perpetrar un amago de golpe de estado encaramado a la Cibeles, cosa que hubiera marcado la diferencia. Lo habría elevado a la categoría de honorable preso político y no estaría ahora enfangado sólo en mezquinas cuestiones de robos, comisiones, chantajes y malversaciones en las cuentas públicas, cosa que tiene en común con estos presos del principado, pero privado el madrileño del lustre y pulimento que al delito dan las asonadas y las banderas.
     Llegan a temer mis amigos, conocedores de nuestra amena historia, que se esté jugando con fuego y que pudiéramos añadir otra muesca a la abundosa lista de nuestras guerras. Con afán de tranquilizarles, medito y concluyo que lo que no hay que hacer, a mi escaso juicio, es descartar ninguna posibilidad, meter la cabeza en el agujero y dar por sentado que hemos superado ciertas tendencias humanas en general y españolas en teniente coronel. Más miedo que los catalanes —y al bando levantisco me limito— me dan otros, aquí y allí. Hablo de esos irrresponsables de ambos extremos que parecen sentirse a gusto invocando al belicoso genio de la lámpara de épocas y escenarios que creíamos superados. Llego a pensar que no les importaría sacarlo del frasco. La historia nos podría enseñar muchas cosas, pues siempre nos ofrece buenas lecciones, pero algunos no van a clase ni abren libro alguno.
     Me inquieta ese gusto rancio, ese afán insano por parte de algunos de revivir casi con añoranza, de forma colectiva e institucional, lo peor de nuestra historia, intentando reescribirla, hacerla mejor de lo que fue, al menos para beatificar a los que ochenta años después siguen llamando "los suyos". Hoy, ya todos deberían ser los nuestros, asumiendo sus glorias y vergüenzas. Las historias personales y familiares, a menudo trágicas, todas me merecen respeto, pero la Historia es otra cosa. Me desconcierta que haya hoy en España más antifranquistas que cuando el dictador vivía y que esa historia, que tanto nos podría enseñar, se intente reescribir de forma que eliminemos sus posibles avisos, de forma parcial, maniquea y romántica, siempre ocultadora de cosas que a todos deberían avergonzarnos como país, no como bando. A todos nos atañe su infamia.
     Los catalanes, los de Tractoria que no los de Tabarnia, me preocupan por el perpetuo estado de inquietud que nos provocan, siempre ocultando dónde está la bolita, por el desbarajuste de la gobernanza, por distraernos de lo importante, por el desprecio a la ley que es además jaleado por otros indecentes hooligans de partidos mesetarios, mareados en el avispero de sus mareas, verdaderos clubs de fans, caudillistas, totalitarios y siempre pendientes de sacar de la agitación y en la calle lo que no pueden alcanzar de la argumentación y en el Parlamento, previo paso por las urnas. A estos les temo más. También a los melifluos, a los equidistantes, a los que en la obra comparecen embozados, malditos que vocean sin mostrar el rostro a la luz, sin llegar a veces a salir a escena, siempre en la tramoya, luchando entre bastidores a puñaladas por el manejo de los hilos e intentando adaptar el guión a su gusto. Y también, y no menos, a los que gobiernan, por llamar de alguna forma a lo que hacen. Lo increíble es que se sigan encendiendo las farolas, se recojan las basuras, se paguen las encogidas nóminas y el país, mal que bien, funcione, evidentemente a pesar suyo. A uno se le despierta la vena anarquista, viendo con no excesiva sorpresa que, como Italia, podemos aguantar sin gobierno en Cataluña y en la misma España, que les incluye, muchos meses y la cosa marcha igual o mejor. Al menos no se urden nuevas leyes, que demás hay, sin que las vigentes se cumplan las más de las veces, pues el acatarlas o no es algo opinable para no pocos. Tal vez deberíamos entregar el gobierno al Tribunal de las Aguas.
    También llega a preocupar que, tentado a debatir con estos botarates en sus muchas variedades, intentando argumentar, de pronto uno se encuentra arrastrado a su terreno y se vea a sí mismo como un imbécil, porque a ese nivel dialéctico, claramente subterráneo, uno acaba enredado en una pelarza verbal fuera de lugar y de tiempo. Una persona normal no puede debatir con un monofisista, un albigense o un totalitario convencido. Si encima el oponente ha leído dos o tres libros doctrinales, media docena de artículos de la secta y seiscientos tuits, es mejor dejarlo a tiempo. Llevas razón. Es penalti. Aunque estemos jugando al tenis. Avisados estáis.
     Los innumerables intentos sediciosos nacidos en Cataluña, cosa recurrente a lo largo de los siglos, siempre aprovechando con deslealtad épocas difíciles económica o socialmente, guerras o gobiernos débiles, han tenido poca épica y la poca que falsamente se les atribuye se les ha añadido después, que en su momento oscilaron entre lo patético y lo cómico. Más temería a Asturias en su revolución de 1934 o a Cartagena, cuyo cantón ofreció en 1873 más de un año de seria resistencia a un verdadero ejército, enarbolando el primer día bandera turca por no tener otra ni más roja ni más a mano, que a los cantamañanas que de vez en cuando se asoman al balcón de la Generalidad a cacarear la independencia durante unos minutos, gallos que, frente a dos docenas de guardias civiles, gastada la fuerza en banderas y proclamas, pliegan velas y van al trullo, la cabeza bajo el ala, con mansedumbre. Y a llorar otros sesenta años. Hay que evitar humillaciones innecesarias, abono de futuros victimismos, su único alimento, en la medida en que ellos dejen otra salida.
    Verlos temblar ante las puñetas y las togas me tranquiliza, me reconforta, pues muestra su verdadera talla, bien escasa, enana ante el poder del Estado y de la justicia. La talla del chulo de barrio cuando no tiene detrás matones que apuntalen su audacia. Su fanfarronería arrogante es poco arriesgada en lo personal, aunque muy aventurera, arrojada y combativa de forma delegada, enviando siempre a otros a recibir los palos. Son generales que pierden o ganan las batallas bajo el catre de campaña en una lejana colina, lejos de los tiros, protegidos como reyes por su guardia de corps, en el caso que nos ocupa formada por mossos pagados por todos pero al servicio de unos pocos. Inútiles como dirigentes, mimados por la intendencia que acaparan escatimándola a las tropas, cuyos chichones y mataduras poco les inquietan, siempre protegidos por una bandera o encastillados en las instituciones. Orondos budas abstraídos mirando su propio ombligo, riegan con euros ajenos ese jardín ensimismado, supremacista y subvencionado en el que crecen esteladas fabricadas en China en lugar de tomates y berenjenas del país, más nutritivas.
      Viendo que es el dinero lo que de verdad les preocupa, algo evidente dada su entrega en cuerpo y alma a eternizar su permanencia en puestos que les protejan, les salven de la cárcel y les permitan seguir disponiendo de las llaves de la caja, no veo que sean nada heroicos ni temibles. No imagino a Junqueras con canana terciada, de guerrillero montaraz, atrincherado al salir de misa. Más lo veo de abad de Montserrat o de Poblet. Tal vez nombrado embajador en el Vaticano hace unos años no hubiéramos llegado hasta este desquicie. Ya dedicó unos años a rastrear almogávares en su inmensa biblioteca. Más peligrosa es la estupidez de otros, esa jactanciosa y pregonada astucia que desarma al que juega limpio. Su impunidad, que apunta a otros culpables por incomparecencia en el campo de batalla, no su inexistente valentía, es lo que podría preocuparnos. No se les ve que estén dispuestos a arriesgar lo más mínimo su bienestar ni el de su familia, dicho sea en términos sicilianos. Siempre pastando en el presupuesto, desde hace siglos. Por eso rumian tanto y han inculcado en sus masas seguidoras ese comportamiento ovejuno, pecuario, siempre pendientes del perro del pastor, aunque les dirija al barranco. Pero eso nos enseña que los ladridos les paralizan más que las razones, que de todo se aprende.
     Cierto es también que a veces al césar se le van de las manos los esclavos y los gladiadores que creían controlar y surgen problemas imprevistos, que no hay que jugar con fuego ni armar a las masas, otra de las muchas lecciones de la historia nunca aprendidas, más que olvidadas. Afortunadamente tienen tanques John Deere, que no les han dejado comprar de otros. Si tuvieran un ejército sí que habría que echarse a temblar y sacar las escopetas. También ocurre, a Dios gracias, que tras su impostada unidad, interesada y frágil, en el palacio de la plaza de Sant Jaume, por cada César hay veinte Brutos. Con mayúscula, que en las calles hay algunos miles sin ella, y la ortografía a veces es decisiva. Los senadores que quitan y ponen Cómodos y Calígulas están en Pedralbes o Sant Gervasi contando sus denarios, con su toga y sus laureles, y las embarratinadas y esteladas turbas del foro y sus tietas, a las nueve en casa a cenar. El fin de semana a la villa de la playa o a las termas, los bárbaros de la CUP a la masía de papá, quitado el disfraz de plebeyo, atusado el flequillo a escuadra de la lucha y plegado el estandarte de Senatus Populusque Catalanicus y las fasces contra el muro, que en el fondo están muy romanizados. La buena alimentación, el audi y la calefacción central liman mucho los afanes revolucionarios. No digamos una jugosa nómina de la Gene, aunque no es menos cierto que tamaña generosidad presupuestaria hacia los afines sin tajo al que volver les hace peligrosos, pues matarían por no perder sus rentables e inmerecidas canonjías.
     Todo eso, aunque carísimo, ha sido soportable, llevadero hasta que se va alcanzando el punto crítico de fusión mental, mantenido y potenciado por el plutonio de TV3 y el uranio enriquecido entregado a la prensa afín y a esos colectivos sociales que hacen motu propio justo lo que se les ordena, lo que puede dar lugar a cualquier cosa. Ha habido momentos totalmente fuera de control en que hemos rozado el Chernobil cerebral y social. Ese es el único peligro, el número creciente de cerebros recalentados, distribuidos de forma uniforme por toda la Hispania, pues no sólo en la Tarraconense se dan estos trastornos, lo que nos lleva a pensar que la solución está más en el terreno de la psiquiatría que en el de la política.
     Creo que la justicia, ayudada por los cuerpos de seguridad, nuestras últimas defensas que, junto al rey, son nuestra línea Maginot, pues el siguiente cimborrio en altura del edificio estatal no es para echar cohetes, —al gobierno ni está ni se le espera— , debe darles una buena lección. El rey, diciendo lo único que debe y puede decir, lo que se espera que diga, irrita a algunos al despabilar con sus palabras oportunas a los tancredos y tentetiesos. A mi no me irrita, me tranquiliza y reconforta, tanto como perturba a los cómplices de estos supremacistas, único resto del verdadero fascismo en España. También a otras exquisitas cohortes de estéticos revolucionarios de salón que miran hacia otro lado y que, aun siendo republicanos, piden a los reyes una guillotinita de la señorita Pepis. 
     Habían llegado algunos españoles a olvidar que formaban parte de España. Los sempiternos e irresponsables mercadeos de votos les habían permitido funcionar de hecho como un virreinato prácticamente independiente, bajo el imperio del cónsul Augustus Georgeus Pujolus y señora, de la dinastía Claudia, como las ciruelas del Ampurdán, indómita zona de la Tarraconense, vivero de carlistas, alcornoques y peras limoneras, que por la boina se distinguen, con ese viento borde de la tramontana que tanto altera las mentes, como nos cuenta Josep Pla que era de allí. En las zonas rurales de Gerona la percepción de depender de un país común era nula. Habrá que hacérselo saber.

2 comentarios:

  1. Excelente y profusa ensalada de granizo a prueba de paraguas. No hace falta la advertencia de Plá, con respecto a buena parte de sus paisanos, para los que hemos vivido allí. Tú fotografía recoge a la perfección la amalgama de una clase política plañidera y cobarde pero, no obstante , yo llevo a Catalunya en el corazón (lo dijo Lope, "Esto es amor, quién lo probó lo sabe" ).

    Andaba yo, la otra noche, tomando un vino con el diablo cojuelo cuando, en determinado momento, me pidió que le acompañara en una de sus habituales rondas nocturnas hasta el palacio de la Generalitat. En una estancia semi-oscura, un señor con manguitos y aspecto de contable, estaba escribiendo en el haber de una cuenta : 17.000 mossos armados. Un ejército a conformar de 40.000 efectivos dotados.
    30.000 partisanos. Y ya no quise leer más. ¡ Mira que las armas las carga el diablo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo de llevar a Cataluña en el corazón es algo que compartimos, como tantas cosas. También a Andalucía y al Levante, mi segunta terreta. Y a Galicia, Asturias y demás. Pero Cataluña para mi es algo especial, como lo es para ti. Hemos vivido allí y en otras épocas mejores nos merecieron un respeto y una admiración que ahora, paciente y tercamente, han echado por tierra.
      Seguro que me recuerdas defendiendo a Cataluña, a su lengua y a otras cosas suyas, música, apertura, libros, vinos... igual que defendía a los inmigrantes cuando pocos lo hacían. Yo también te recuerdo siempre hablando bien de Cataluña, con aprecio y cariño. Eran otros tiempos. De todas formas, seguimos diferenciando a Cataluña de sus dirigentes. Ni a ti ni a mí nos gustaría que se nos juzgara por Rajoy y sus secuaces.
      Creo que ha habido momentos peligrosos. A mi nunca se me olvidarán las turbas amenazando con una agresividad desaforada, totalmente incontrolados, a los policías y guardias civiles en los hoteles de algunos pueblos a los que no pienso volver. Turbas alentadas cuando no lanzadas por los gobernantes. Hablan de agresividad y violencia del estado... El Estado si pecó fue de prudente. Menos mal que ellos no tienen con qué ejercer esa violencia que reprochan y temen, que bien que quisieran. Entonces sí que serían temibles y peligrosos. No creo que hubieran dudado de recurrir a un ejército si lo hubieran tenido, que han hecho todo lo posible por conseguir armar algo parecido. La estupidez, el aldeanismo más casposo y carlista, unidos a ese integrismo xenófobo, supremacista y mezquino, ese sentirse mejores, algo de siempre, pero mostrando ahora que, en realidad, son lo peor del país, es algo que me descompone. Será muy difícil volver a la situación de aprecio anterior.
      Seguiremos leyendo a Pla, a ese escritor que tan bien ha mostrado el alma de Cataluña, ese al que Pujol y los suyos negaron todos los premios y cruces de Sant Jordi, galardones devaluados al reservarlos a otros más incondicionales para la tribu. Nunca han soportado ni la crítica ni la tibieza, se exige la adhesión al Régimen. Afectos o botiflers. Penoso, pueblerino y totalitario.
      En fin, que me alargo, como es mi costumbre.
      Un abrazo, Germán.

      Eliminar