
Últimamente Pablo Iglesias ha bajado las revoluciones de su
disco de vinilo. Así su voz, a menudo chillona, hecha al mitin y a la
apresurada arenga frente a las tropas prestas para asaltar los cielos, se torna
grave, pausada... y falsa. Incluso a veces, sin los agudos fruncimientos
habituales de sus cejas, ya que un buen predicador debe de estar siempre
enfadado, desde el púlpito muestra en la mano un pequeño misal constitucional
mientras imparte doctrina. Nos sorprendía ese nuevo tono al principio del
cambio, súbitamente acaecido cuando profesó los votos ministeriales, un
compromiso prometido con reservas que le promovía a vicepresidente del gobierno
de un país cuyo nombre le da asco pronunciar y cuya bandera le da repelús, según
nos contaba antes de que de forma milagrosa se le apareciera Nuestra Señora de
los Pactos. Votos menores. Antes estábamos hechos a que despachara sus
peroratas en un tono exaltado y pajarero, facturando sus soflamas cuarteleras
con un registro de contratenor y a esa velocidad que permite la repetición de
la lección aprendida, del dogma inmutable, de la letanía que sale de la boca de
un oficiante que no necesita pensar, sólo repetir machaconamente el artículo
del catecismo que toque enseñar a la parroquia. Un estilo de oratoria
vertiginosa, verborreica, que ha inculcado a todos los suyos. Y las suyas.
Todos hemos asistido a algún funeral o a otra ceremonia
religiosa o civil en la que el oficiante expide su homilía o declama su alocución
en un tono funcionarial y desentendido, desganado por rutinario, soportado con
incomodidad y rechazo por unos asistentes para los que la situación que da pie
a la prédica es nueva, personal, imprevista y a veces trágica. Hoy acude a
menudo este obispo gubernamental a la misa de pontifical en diócesis ajena,
tenida por propia, quitando una y otra vez la palabra al ordinario, que aprieta
mandíbulas y espera tiempo y ocasión de poder desterrar a este fray Gerundio
levantisco a un curato lejano. Esta curia, sólo unida por la necesidad y la
conveniencia, que no por el dogma, ya huele a cisma desde su primer
conciliábulo, pues en un consistorio cardenalicio no cabe más que un papa. Uno
de los dos, o ambos si ninguno de ellos afloja el abrazo del oso, acabará en
Avignon o en Peñíscola, sin avenencia y sin futuro. Espero que no arramblen con
el nuestro.
Sus sufridos alumnos de la universidad ya conocerían bien
ambos registros del personaje, de actor más que de docente. Toda su vida
pública es representación; pero teatral no política. Desafortunadamente para
él, como para muchos de los suyos, queda una incómoda y surtida colección de
vídeos, declaraciones y entrevistas en la que nos muestra de forma cristalina
qué es lo que verdaderamente piensa y siente, siempre opuesto a lo que ahora
dice y hace. Sus comportamientos de hoy nos sugieren que, si el libreto
anterior era sincero, toda su obra actual es fingida. Ha ido contradiciendo y
malbaratando con sus hechos todas y cada una de las virtudes que con su talante
inquisitorial exigía a los demás; ha caído en todas las trampas que había
colocado para sus enemigos, miembros de una casta que combatía y desacreditaba
hasta que pudo instalarse y pasar a formar confortablemente parte de ella. Le
protegen hoy de los asedios que promovía y tanto le gustaban, jarabe
democrático si son contra los demás, los agentes que sólo le emocionaban caídos
en el suelo y recibiendo patadas; vive donde predicaba que los buenos no debían
vivir, cobra lo que peroraba que un santo varón no debía cobrar y su
movimiento, más que partido, ha hecho del nepotismo un código de conducta. Van
a los cargos en parejas, como la Guardia Civil. Sus feligreses todo se lo
perdonan, incluso cargan con la infamia de dar su visto bueno a la mudanza del
jefe a mejor barrio. Amén.
Sin duda la ciencia de gobernar es el arte de avanzar hacia
los ideales serpenteando para adaptarse a las circunstancias, de moverse con la
cautela que siempre conviene cuando se atraviesa terreno desconocido. Mal se compadecen
el acierto y la oportunidad con la cerrazón de aplicar recetas aprendidas,
siguiendo la ruta de un mapa antiguo y heredado que no contempla lo que ha
cambiado el terreno desde que se dibujó para otros tiempos y otras geografías.
Otras virtudes tiene, sin duda, este segundo Pablo Iglesias, aunque pocas veces
son buenas las secuelas. Nadie carece totalmente de ellas, aunque su indudable
inteligencia la guarde para otras situaciones. No puede presumir de ser modesto
ni flexible, de ser capaz de cambiar la estrategia pergeñada cuando soñó el
plan de batalla que le permitiría rendir el castillo. Su principal enemigo es
igualmente terco, aunque es más fuerte que él. Y no se llama Sánchez o Casado;
se llama realidad.
Decir que Pablo Iglesias no es un buen socio no es descubrir
nada. Ya lo sabíamos antes; incluso Pedro Sánchez, que ya anticipaba insomnios
propios y ajenos. En realidad, no es un socio ni un aliado, sino un cabecilla rival,
ambicioso y levantisco, que se ha unido a las tropas gubernamentales en busca
tanto de supervivencia personal y política como de botín electoral. Sus sumisas
mesnadas abandonarán el flanco que se les encargó defender cuando pinten bastos,
pues otra es su guerra. Lo va haciendo ya cada día, dando lugar a que el
gobierno tenga varias oposiciones fuera y una dentro, no menos agresiva, a la
que encima no se puede desenmascarar como merece. Personalizo el problema en
él, pues poco más ha dejado detrás ni al lado. Como todos los caudillos
autoritarios no permite que a su sombra crezca un posible sucesor que no sea de
la familia. Si acaso, una Evita de Perón. El macho alfa de la manada de lobos,
vencido el competidor que le reta, le perdona la vida cuando le ve ofrecer su
cuello rendido. Sabe el lobo hoy más fuerte que el segundo mejor debe vivir
como sucesor, pues es el futuro de la manada. Iglesias no tiene tan amplias
miras. Su manada es él, el resto ya son soldados sin cara. Los círculos se han
ido haciendo oblongos, difusos, y han sido forzados a decir que sí tantas veces
al amado líder que languidecen llevando una vida ectoplásmática, fantasmal, muy
parecida a la inexistencia. Un instrumento y un parapeto ya tan inoperante como
innecesario.
Siguiendo la costumbre y maneras de todo caudillo, Iglesias
es un fulanista que, como cualquier dictadorzuelo en potencia, se considera providencial,
sólo sujeto al escrutinio de la historia, pues su reino no es de este mundo.
Como otros, antiguos o actuales, sufren la alucinación de que obedecen a un
mandato popular, son la voz del pueblo. Al menos lo fingen, pues contar los
votos sí que deben saber y suponen el 12,84%, cuarta fuerza política. Magro respaldo para imponer su
programa, atribuirse lo bueno y desentenderse de las medidas poco populares que
todo gobierno debe tomar, a veces a disgusto y a contrapelo. La realidad manda,
tiene la culpa y, sobre todo, estorba. ¿Quién es la realidad para
contradecirme? Lo de la reforma laboral pagada a Bildu es uno de los muchos
ejemplos de todo lo que venimos contando sobre falta de realismo, de lealtad y de
unidad de acción, señal de ausencia total de estrategia, un aliño de probaturas
dando palos de ciego sin acertar casi nunca en la cucaña. Por unos cochinos
votos se olvida de toda negociación con las fuerzas sociales, empresarios y
sindicatos, que ahora se niegan a hacer de comparsas y a ser moneda de cambio.
Totalmente indecente abusar, dentro de los contactos previos a una nueva
prolongación del Estado de Alarma, y aprovechar el trance para colar de rondón
decisiones contrarias a la parte sensata del consejo de ministros, que casi se
entera por la prensa. Afortunadamente le han parado los pies y esperemos que le
animen a utilizarlos para retirarse a sus habitaciones. Esta situación
excepcional no es algo que le autorice a tapar bocas y acallar conciencias, como
quisiera. De la gestión de la pandemia ya hablaremos cuando toque, pues de los
errores al respecto, muchos y graves, no sólo a Iglesias habrá que pedir
cuentas.
Unidas Podemos es un estorbo, un lastre para el gobierno. Lo
fue desde el minuto uno. Si mala es su compañía, los números no dan siquiera
para que al menos permitiera prescindir de otras aún peores. Queda maldecir a
Albert Rivera que, con soberbia e irresponsabilidad equiparables a las de los
dos socios de este gobierno semi bicefalo, capitidisminuido y en greña, impidió
una solución que reflejara la irrelevancia de todos los extremos y que una
inmensa mayoría considerábamos mejor, como el tiempo se va encargando de
demostrar.
Poco que añadir a tu homilía pulcra y didáctica, como no podía ser de otro modo. Comparto todo lo dicho sobre este personaje de sainete, pero peligroso en mi opinión. Esperando una buena salida para demostrar a los "suyos" 97% de mamones (los que maman décima ubre o teta), que ha tenido que salir por dignidad, y porque La Merkel lógicamente no lo quiere como interlocutor, cómo va iniciar siquiera una conversación, con un tipo como este que solo sabe hacer soflamas sobre, como bien apuntas, sobre cel catecismo aprendido. Y por último coincidir cone lamentable papelón de Albert, al que como un incautó vote. Esperando lo que señalas al final de tu tu acertadisima homilía.
ResponderEliminarJesús.(el hijo del hombre)
P.d. mañana te mando el proyecto de una Asunción a los cielos de Santa Irene, la ermitaña de Galapagar, que estoy intentando sacar adelante en tabla sobre óleo.