lunes, 25 de enero de 2021

Epístola vírica, filoménica y cumpleañera

 

Solía escribir todos los años por estas fechas una epístola con motivo de mi cumpleaños y el de mi blog. Diez años el último, bastantes más el fraile que celebra el uno y escribe y pinta el otro, aunque creo que el 2020 no cuenta, por no vivido. Con un buen humor que hoy casi me resulta extraño, mis escritos estaban redactados desde un cenobio imaginario que entonces no sospechaba que iba a ser una realidad obligada poco tiempo después. Y ya no va sabiendo uno qué rezar ni a qué santo encomendarse. Desde ese retiro escribo hoy, desde mi scriptorium, rodeado de papeles, tintas y vitelas, plumas y pinceles. Pocos salmos se escuchan en mi celda, guitarras y micros en barbecho, como tantas otras cosas. La congregación se ha dispersado, cada beguina o begardo en su eremitorio y así no hay manera de concordar antífonas y gregorianos. Que el Señor nos perdone, pero el coro va a sonar de pena cuando Él nos junte otra vez. Mucho debimos pecar cuando nos envía una plaga tras otra, alternada con tempestades que han llegado a desgajar los árboles que me gusta pintar. Falta la langosta, aunque mejor no dar ideas, que con lo que hay la de la guadaña está haciendo su agosto. Dicen que año de nieves, año de bienes. Imagino que no teniendo latifundio los bienes vendrán de rebote, aunque la prosperidad ajena siempre debe alegrar pues, igual que sus males, algo nos salpica a todos, que no hay que olvidar que cada uno tenemos un surco al servicio de nuestra despensa. Pero hasta segar, todo es hierba y ni siquiera ha brotado aún.

Cambiando de tercio, no he llegado, ni mucho menos, a echar de menos mis anteriores trabajos con los catecúmenos, y menos viendo que hoy se da clase en neveras con ventanas abiertas, pupilos y dómines equipados como para una expedición al Ártico, y muy perjudicada la motricidad fina, incluso la gorda, las pizarras con chuzos y los pupitres con reguillo. No sé si hubiera conseguido entender y aguantar ese gentío arriesgado en el aula sin tener dónde tomar en el recreo un cortado para evitar cercanías, aglomeraciones y contagios. Este virus es muy juguetón y selectivo, al parecer, va infectando por donde le señala el BOE y mantiene un extraño respeto por la educación, infinitamente mayor que el que por ella tienen gobiernos y ciudadanos, habitualmente tan parcos en agradecimientos como generosos en reproches. Acostumbrados a dar lecciones y a tomarlas, no es raro que en estas circunstancias extrañas y llenas de riesgos el gremio, como otros, esté dando una lección, destinada como se acostumbra al olvido pasado el trance. Lo único que añoro del oficio, de sus ritmos y sus cosas, aparte de la compañía y la conversación de mis colegas, es que partía el tiempo con la espera periódica y gozosa de unas vacaciones que permitieran recuperar la salud mental dentro de lo posible. Hoy atravesamos un día continuo y largo, casi sin referencias ni variaciones dignas de mención, pues solo la nieve desde la ventana o en las noticias nos recuerdan que estamos en invierno y dudo que este año podamos ir a ver los almendros en flor, a menos que se pueda ir a los cerros en metro, que entonces sí.

Nos han encerrado en casa dejándonos en las garras de las noticias, como en una jaula de tigres y aquí estamos agazapados en un rincón con la silla y el látigo a ver si las mantenemos a raya, que no sé si perjudican más los virus o las nuevas, que ni siquiera lo son. Como hoy todo es verdad, cualquier cosa y su contraria, intentaremos elegir bien a qué carta quedarnos. Por lo pronto, he iniciado los fastos celebratorios de mi cumpleaños haciéndome un análisis de sangre. Siempre me tomaba un cortao sujetándome el algodón para que no me saliera un cardenal, primado ni castrense, en la bisagra del brazo. Hoy ni eso. Seguramente el infierno de Dante lo era más porque allí no había bares para que se refrescara la condenación ni para pegar la hebra y hacer tertulia. Los españoles nos imaginamos el cielo con un bar en cada nube. He aprovechado para llevar el coche al taller para que le cambien los amortiguadores, que algo amortiguarán, y ver las esquinas y las aceras sin mesas, sillas y sombrillas resulta deprimente. Si no el fin del mundo, al menos el fin de un mundo más amable. Esperemos que todo rebulla pronto y que cuanto antes dé con nosotros la expedición del doctor Balmis. Mientras tanto se recomienda no bufar.

Vale.


6 comentarios:

  1. El año pasado hizo una primavera maravillosa y, confinados, no pudimos disfrutarla. Este año me da a mí que va a pasar otro tanto entre confinamiento y vacunación. Pendiente de que no se nos cuelen los "listillos" de turno y el "hay que salvar la Semana santa, las Fallas, los Sanfermines, también se nos pase otra primavera que da visos de ser esplendorosa. Mi caballete de campaña se aburre y mis expectativas de salir y disfrutar de los amigos y colegas también se agostan. Por mi edad, ya no es tiempo de perder primaveras sino de aprovechar hasta el último segundo y este confinamiento obligado me jode mucho.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es verdad todo lo que dices, desde las primaveras perdidas hasta los listillos y los salvadores de fiestas y celebraciones, que tan bien nos han ido. Espero que todos tengamos claro qué es lo que hay que salvar. A ver cuándo podemos volver a juntarnos a pintar por ahí. Un abrazo y cuidaos.

      Eliminar
  2. Aunque, como siempre, con retraso, pero disfrutando y saboreando, he leído tus tres últimas epístolas. No sé si quedarme con la pluma o con el pincel. Ambos son precisos, certeros y preciosos. ¡Enhorabuena, hermano! ¡Quién poseyera tus dones para poder deleitar a la parroquia como tú lo haces! Cuídate, que nos esperan cafés y pacharanes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Vengan esos cafés y pacharanes!, que diría Cela. Muchas gracias por tu amable comentario. Seguramente escribo demás, a pesar de que publico y envío menos de las que escribo, pues saldría a una o dos diaria. Ya las mando de tres en tres y puede resultar agobiante. Seguramente soy un cansino, pero qué le vamos a hacer. Cuídate. Un abrazo.

      Eliminar
  3. No siempre comento, pero leo, y con atención, todo lo que vas publicando. Me gusta el bosque, adoro los caducifolios, soy un amante del verde, del agua que corre y de las setas (aunque mis conocimientos micológicos se limiten al níscalo y unas pocas más) pero, como para ayudarme en la brega de estos tiempos convulsos y de confinamientos, tengo también un talante fuertemente introvertido que hace que no padezca en demasía en mi propia casa ni en mi propio estudio —no por estrecho y poco manejable menos íntimo—. Sufro por los extrovertidos, por los amantes del cortado en compañía, por gente como tú, Pepe. Leyéndote hoy he recordado una antigua afirmación de ese islam que recorre el Mediterráneo oriental, y no sé si pesa más en ella el islam o el Mediterráneo. Dice así: «El infierno no es más que el cielo sin gente». Imagino que gente querida, claro, no quiero pensar en gobernantes incompetentes. Un abrazo desde la distancia. En estos tiempos, a veces y a pesar de mi marcada introversión, incluso echo de menos lo que, cuando pude, omití a menudo: un café una terraza. P.S. Un día de estos también tengo que ir a hacerme una analítica (revisiones periódicas, ya sabes).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La verdad es que ya antes de estos enclaustramientos obligados había ido cada vez limitando mis salidas y reuniones. Primero la jubilación, la pérdida de contacto con casi todos los compañeros, aunque algunos y algunas siguen estando ahí, eran más que compañeros. Luego he ido dejando la música, que conllevaba ensayos, salidas, cenas, copas y trasnochadas. Nos cerraron el Nido de Arte, nuestra segunda casa, las noches de los jueves entre amigos, canciones y libaciones. Nunca me ha apetecido tocar solo, de forma que cada vez toco menos y peor, una pena después de más de 50 años tocando la guitarra. Para rematar la faena, mi osamenta, operación de lumbares, dificultades para andar a gusto...
      Quedan los encuentros de dibujantes, los viajes al menos mensuales, los cafés en una terraza, cosas que echo mucho de menos cuando no he podido salir... Lo curioso, aunque sabido, es que a todo se acostumbra uno. Tenemos siempre muchas cosas que hacer en casa, muchas aficiones, muchos libros. Pero echo de menos a la gente, es cierto, no sé si por mediterráneo o por oriental. La compañía es conversación, es tertulia, son risas, ocurrencias. He tenido la suerte de estar siempre rodeado de gente ingeniosa y con chispa, tanto en la escuela, la música como entre las amistades de pintura o cuadernismo. También personas que he conocido en las redes, como tú. Pero también llevo muy bien la soledad, a veces ya la buscaba. Siempre es necesaria. En fin.
      Que te salgan bien esos análisis. Como los huesos no se analizan, a mí me salen inmerecida e inexplicablemente bien.
      Un abrazo, querido amigo.

      Eliminar