lunes, 5 de abril de 2021

Epístola de los mariachis

 

Publica Félix Ovejero hoy en El Mundo un relato que cuenta el nacimiento, evolución, auge y decadencia (esperemos que no fatal) de Ciudadanos. Una tragedia griega. Todo muy ajustado a la realidad, a nuestra realidad nacional, pues no cabe esperar que los liderzuelos y partidos que surjan entre nosotros se comporten como suecos. Eso suponiendo que convendría que lo fueran, que también es mucho suponer.

 Igual que otro análisis que he leído esta mañana en Facebook, un antro de perdición, alertando de las características y evidentes peligros de VOX, que precisamente Podemos, un espejo de peligros no menos ciertos, vendría a evitar. Agárrate. Cambiando los nombres de los partidos, uno y otro análisis, seguirían en gran parte siendo válidos. Pululan en España partidos con más oportunismo que definición ideológica seria y viable, salvo en algunos de sus miembros que desilusionados abandonan proyectos creados o pronto convertidos en simple aprovechamiento de nichos de insatisfacción y cabreo, canalización de descontentos con promesas vagas, reconfortantes, a menudo dogmáticas o viscerales, y poco más.

 Poco más en lo ideológico, pero mucho en común: los partidos como mariachis de un líder que acaba siendo un lastre, como oficinas de colocación, carentes de una estructura en los territorios que se va llenando haciendo leva de trepas que igual estarían aquí que allá. De hecho eso hacen, cambiar de empresa, de modelo de negocio. A veces choceados por sus líderes, endiosados por la babosa y acrítica adoración de sus seguidores más cafeteros, que toíto te lo consiento, ¡qué grasia que tié mi niño! Caudillos siempre refractarios a toda compañía inteligente que pudiera volverse competencia. Los partidos como maquinarias para conseguir el poder, tal vez su único objetivo, que solo se alcanza en la medida en que puede crearse una red clientelar de cargos, carguillos y aspirantes a carguete, para pastar del presupuesto, que es lo suyo. Luego ya se verá dónde los metemos que hay veces que hay más sitio que inteligencia. De preparación para qué vamos a hablar. De hecho siempre estamos viendo a dónde nos lleva este sistema de recluta apresurada, que sólo pide sumisión al que los nombró.

Engordar para morir. Los programas siempre son algo secundario. O terciario. A veces un simple listado de ocurrencias, caprichos y rémoras ideológicas. Sin faltar la cucharada de azúcar que haga pasable la medicina.

 Si por esos azares de la política o de la ley electoral, la desorientación de los votantes lleva a esta tropa a tocar pelo gubernativo, en el nivel que sea, municipal, regional, incluso nacional, nos encontramos con personajes que serían incapaces de gestionar una mercería al cargo de una concejalía, una consejería o un ministerio. Cuestión de cupo, de satisfacer a las familias políticas que apoyan, y demás. ¿Tú de quién eres, niño? De Paca la bordadora. Pues nada, subdirector general.

 Escucharles da más vergüenza y temor que tranquilidad. Casi nadie cree estar en buenas manos, seguramente lo único en que los más estamos de acuerdo.

 Para mí lo trágico es que Ciudadanos era y es un partido necesario. Él u otro similar. Pero en España es imprescindible un partido de izquierda moderada (esa socialdemocracia a la que Ciudadanos renunció) intolerante con los nacionalismos. Una peste. Si buscan nichos ecológicos de votantes, aquí queda un inmenso bancal sin cultivar.

Reproduzco el artículo en los comentarios.


2 comentarios:

  1. «Ciudadanos: un final sin principios.
    En el principio fue una indefinición. Se puede reconocer en lo que retrospectivamente se ha considerado primer documento fundacional: “Por un nuevo partido político en Cataluña”. Reclamábamos un partido sin precisar qué partido, su ideario. El documento se limitaba a un diagnóstico: todo el espectro político catalán se consumía en variantes del nacionalismo. Había dos razones para no dar un paso más. La primera: las diferencias políticas entre los firmantes que, a lo sumo, compartíamos procedencia. Nos unía el antinacionalismo, algo que en Cataluña no era poco. La segunda, más terrenal: una elemental decencia impedía dibujar un partido que no se estaba dispuesto a gestionar.
    Cuando Cs empezó a ponerse en marcha, una tarea nada sencilla en el pudridero catalán y cuyo mérito principal recayó en personas apenas conocidas, la indefinición se mudó en problema. Uno no se reúne para hacer deporte, sino para jugar al fútbol, al tenis o al ajedrez. Más que un partido parecía un Parlamento. Se discutía de todo y desde el principio: el aborto, el federalismo, el matrimonio gay, el mercado, los toros. Al comienzo podía resultar divertido pero, al rato, más de uno no tardaba en preguntase que hacía allí, echando horas con gentes que discrepaban en aspectos fundamentales acerca de cómo organizar la vida compartida. El material humano contribuía al bulle bulle: habían estado callados mucho tiempo y tenían ganas de contar su historia.
    Finalmente, por caminos tortuosos, Cs fue precisando principios: el liberalismo progresista y el socialismo democrático. No estaba mal, casi de Harvard. Y, sin duda, una caracterización bastante más exacta que la vacua metáfora (centro) espacial que, andado el tiempo, reclamaría. Siempre aparece un loco chiflado (las CUP) en condiciones de centrar -o moderar—a un majadero: hasta ERC se ha presentado como responsable. Justo es reconocer que aquella decantación trajo tensiones y rupturas. Muchos se habían adscrito a un proyecto sin identidad y ahora, cuando la adquiría y no se reconocían en él, se sentían expulsados de lo que consideraban su casa. Algunos, partidarios de sostener la indefinición, incluso quisieron acuñar una doctrina: el partido transversal. El concepto no ha tenido fortuna en las enciclopedias de ciencia política. [...]

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  2. Pero, como digo, esas eran sugerencias externas. La dirección había optado por competir con el PP. El problema era encontrar la diferencia específica que diría Aristóteles. Y como, en lo esencial, no la había, pues se tiró de la corrupción, la mercancía más manoseada de la política española en los últimos tiempos. A falta de diferencias ideológicas sustantivas, golpes en el pecho. Otra forma de superioridad moral, que nada significa cuando no has tocado poder. Solo quien administra se puede corromper. Entretanto, los Hervías iban situándose.
    Con todo, la propuesta podía resultar interesante para el partido. Cabía la posibilidad de sustituir al PP. Exactamente eso: sustituir. Para España daba lo mismo. Se redistribuían las cartas, pero no se recomponía el paisaje electoral. Un genuino juego de suma cero. Pero, cuando esa partida se perdió, por poco, pero se perdió, el cuento se acabó. The Winner Takes It All. No había medallas de plata y, era cuestión de tiempo, que se impusiera el sálvese quien pueda. No entre quienes habían consumido sus energías, arriesgado trabajos y estigmatizados en la hosca política catalana, muchos de los cuales se marcharon o los echaron. Tampoco entre otros competentes académicos o profesionales que habían asumido nada despreciables costes de oportunidad, pero que tenían donde volver. En el Parlamento Europeo han mostrado su solvencia, el sentido más digno de la política. Pero sí para los Fran Hervías. A falta de principios, una colocación. La más vieja política.
    Al final, ni el consuelo de un bel morir.»

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