CALLE GUTENBERG
Países
y ciudades hay donde, prevaleciendo la lógica y la razón al sentimiento
y la memoria, se identifican sus calles por un número en lugar de por
un nombre para, de tal forma, facilitar su encuentro. Esto permite
dibujar un mapa mental que hace más sencilla la vida a los taxistas y
deja la historia y el recuerdo para museos y estudiosos del pasado.
Maldad sería pensar que este sistema se deba a la circunstancia de tener
más calles que historia, pues quienes recurren a ella en busca de
recuerdos para llenar el callejero, siempre renuncian a épocas y
personajes que no consideran propios. Así, en España, no abundan las calles
dedicadas a los fenicios, a los cartagineses, a los visitantes de
Bizancio, a los vikingos, ni siquiera a la antigua Roma, aunque todavía
sigamos vadeando algunos ríos sobre los puentes que ella construyó. Sin
embargo, existen innumerables con nombre árabe. Sin salir de Granada,
encontraremos entre sus viales y callejas
a Abderrahman, Aben Humeya, Aixa, Abenamar, Boabdil, Abencerrajes,
Averroes y también Alhama, Alhambra, Alcahaba y un y un largo y hermoso
etcétera. Hasta al grabador David Roberts.
En muchos lugares imponemos nombre a calles y plazas en lugar de
numerarlas, perpetuando con tal ceremonia de bautizo la memoria de
personajes, hechos históricos o, simplemente, las actividades que en
esas calles y plazas florecían. No pocas veces nos orientan sobre los
lugares a los que se llegaría si por ellas siguiéramos andando —Puerta
de Murcia, o carretera de La Coruña—, o qué se puede o se podía
encontrar en ellas,—calle Herradores o calle de la seda—. Las
posibilidades son infinitas. Depende de la imaginación de los padrinos
de tal bautizo y de la época en que una vía pública se renombró por vez
última, pues, al menos en España, es costumbre rebautizar las calles con
nombres más del gusto de quienes en cada momento mandan. En no pocas
ocasiones, es una anécdota, algún curioso suceso que en ese lugar aconteció, lo que da nombre a una calle.
La ideología del nombrador de calles asoma así la oreja en el callejero
de cada ciudad o pueblo. Viendo en la relación de sus calles y plazas
tanto las presencias como las ausencias, puede uno saber cuál ha sido el
partido dominante en las elecciones municipales durante las últimas
décadas. Haga la prueba quien abrigue dudas de que sea tal como aquí se
cuenta. No nombremos la bicha, pensemos que borrando el nombre, barremos
con él su recuerdo, incluso la misma existencia en el pasado de lo que
hoy no nos gusta. No es esto nuevo, pues ya obraban de esta forma
egipcios y romanos con dioses, faraones y emperadores, intentando
cambiar la historia lijando las piedras. Con papiros, pergaminos y
papeles aún era más fácil. Ese mismo tipo de pensamiento es el que ha
entregado al fuego muchas bibliotecas y archivos y a la destrucción o a
la ruina a innumerables templos, monumentos y estatuas.
En las calles, habría cierta lógica en hacer lo propio cuando una de
ellas tuviera por nombre “calle del Verdugo” o fuera conocida como
“Avenida de Jack el destripador”, pongo por caso. No conozco ninguna
vía dedicada a la memoria de quienes han dejado mal recuerdo a todo un
país en su paso por la historia. Así, repasando el callejero de varios
pueblos y ciudades, no encuentro calle o plaza alguna, siquiera una
cortita, dedicada a Atila, por citar a alguien. No sé cómo se llaman
actualmente los Hunos, pues algunos deben de quedar, pero dondequiera
que ahora residan, seguro estoy que Atila tiene su calle. Los
conquistadores, héroes e invasores suelen tener dedicadas sus calles en
la vecindad de donde nacieron o en el lugar adonde fue a parar el botín
de sus hazañas, con más frecuencia que en los sitios conquistados, sin
que yo alcance a comprender tal parcialidad de juicio.
Incluso aquellas calles dedicadas a personajes universalmente tenidos
por benéficos, pueden enseñarnos cosas sobre nuestras prioridades. No
conozco pueblo o ciudad española que no tenga en su callejero una
avenida, plaza, calle o, al menos, un callejón, así bautizados en
memoria y honor del Doctor Fleming. Si la aldea tiene tres calles, una
es para él. Sin duda se lo merece. Siendo la enfermedad algo de lo que
todos huímos, hay acuerdo general en que quien tanto hizo por combatirla
se ha ganado un cartelillo que reavive en nosotros su recuerdo
mientras paseamos por una vía dedicada a su memoria o, mejor dicho, a
refrescar la nuestra, tratando que no olvidemos el bien que hizo a la
humanidad. La tendencia general es al olvido, y llega a ocurrir que,
pasado un tiempo, caminemos, incluso vivamos en calles con nombres de
personas, fechas o cosas que han perdido para nosotros toda referencia
con el motivo que llevó a nuestros próceres a acristianarlas de tal
modo.
Menos presencia en los callejeros tiene, por ejemplo la figura de
Johann Gutenberg, es decir, del libro y de la imprenta que él hizo
posibles. Por supuesto no lo contrapongo al Doctor Fleming. Puestos a
elegir entre la salud y un libro, aunque sea “Cien años de soledad”, me quedo con la salud, sin dudar. Si hay un refrán, al menos por estas tierras, que establece que “entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero”,
es porque no interviene la salud en tal contienda. Dejemos al
benemérito doctor Fleming con su merecidísima calle. Ahora bien, si
teniendo a Johann Gutenberg en mente, con el dedo voy desgranando el
índice onomástico de las calles de mi ciudad, de la alfa a la omega, doy
con bautizos menos acertados de lo que lo hubieran sido de haberle
puesto Gutenberg al niño. Tenemos en Albacete calles dedicadas a la
Informática, al Arte y a la Literatura, a la Ínsula Barataria, a la
navaja, a León XIII, a Ana Karenina, al oro, a la peseta, al sol, al
médico árabe-español Amin-Eddin Abu Zacarías Jahya Ben Ismael el
Andalusy, al tinte, a Indira
Gandhi, a los zapateros, al iris, al mes de Marzo, a doña María Moliner,
una a la parra, otra a la piedra y otra al pino, lo que demuestra
cierto criterio, pero carecemos de calle alguna dedicada al libro, a la
imprenta, con tales nombres o representados por Gutenberg.
Madrid, a mi escaso juicio, contando ya con una calle Gutenberg, puede
permitirse el lujo de tener no sólo una calle del Pez, sino varias, pues
con tantas para nombrar, puede obrar con más precisión y tino,
descendiendo a variedades tales como el pez volador o el pez austral.
Málaga ha dedicado calle a 34 de sus alcaldes, una a Almanzor y otra al
algarrobo, pero se salva pues tiene una calle dedicada a Gutenberg —y
otra a Albacete.— Muchas gracias.
La ciudad de Tarrasa (Terrassa en catalán), tiene una Plaza dedicada al
euro, aunque la pela sigue siendo la pela, aquí y allí, y otra a
l’ametllera. Entre sus calles están las que nos recuerdan a Egipto y a
Oceanía, al eucaliptus, al aire, al agua y a la cisterna, a la suerte y a
la salud, a Júpiter, a Mercurio y a Neptuno, a Mao, a Felipe II y a
Flandes, a Pitágoras y a Galileo, a la Aurora y al Estatut… Pone la
guinda a tanto acierto el no haber olvidado a Gutenberg, que también
tiene su calle, y en todo el centro, además.
Hay ciudades que honran a algunas personas al llamar con su nombre a
una vía pública. Otras, tienen la honra de que una de sus calles se
llame Gutenberg. Mi agradecimiento a Madrid, Barcelona, Ciudad-Real,
Telde, Getafe, Terrassa, Badajoz, Zaragoza, Valencia, Málaga y demás
ciudades, pueblos y villas en las que alguien, en algún momento, ha
tenido el acierto de recordar y hacer recordar al inventor de la
imprenta.
Con
la excepción del rótulo de la calle Gutenberg, creado con Photoshop a
partir de la foto de unos azulejos, las demás fotografias se han tomado
de diversas páginas de Internet. Gracias.
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