jueves, 12 de mayo de 2022

Epístola anaclética, mortadélica y filemónica


 Ya se sabe que el discutir con tontos o con sectarios nos pone en una situación en la que, vistos desde fuera, resulta al cabo difícil distinguir entre quien lo es y quien no. Y en qué medida. Necesariamente en ese escenario esperpéntico todos acabarán diciendo tópicos y sandeces, pues al entrar a algunos trapos, aceptado el marco, ya de antemano parece que has dado por bueno que en el tema haya, al menos, algo razonable que discutir y que los argumentos podrían tener sentido y cabida en esa diatriba innecesaria, sin realidad y sin solución. Tratar con sediciosos nos acerca a riesgos similares o peores, pues no se enfrentan argumentos, sino mentes, visiones y éticas distintas e incompatibles. En esas estamos con el último tema sacado a la palestra para encandilamiento del personal, para entretenerlo, para llenar la escena más de niebla que de luz. Los sediciosos del Principado, con sus eternas disputas internas por ver quién se queda con la finca, que no hay más, necesitan, a falta de éxitos y razón, escándalos. Escenificaciones en las que puedan paliar su insignificancia gracias a nuevos agravios, impostados según su táctica y su costumbre. La ineficacia, la doblez, el victimismo y la impostación son sus fuertes, su esencia. El descrédito y la indecencia han alcanzado en esa tribu tales cimas que solo un recurrente y fingido lloro victimista puede evitar que olvidemos que siguen allí, en sus trece, haciendo como que gobiernan, echando arena a los engranajes del Estado, pastando del presupuesto, y enredando. Apoyan —por usar un eufemismo— interesadamente al gobierno de la nación, que los necesita tanto como a la inversa, aunque solo sueltan la suficiente cuerda como para mantenerlo en precario, siempre dependiente, tambaleante, en deuda perpetua y sumiso hasta el ridículo y la rendición. En realidad, trabajan para empujarlo hacia el abismo, y a todos con él.

Elies Campo es uno de los diseñadores del Tsunami demócratico, enésimo invento de este submundo sedicioso y delincuencial, gent de pau que malversa recursos públicos para promover disturbios desde las instituciones, para sabotear carreteras y aeropuertos, incendiar contenedores y cortar vías públicas durante meses y, si se tercia, subcontratar para la causa mesnadas postsoviéticas; vamos un prenda. Ese sujeto es el miembro español de Citizen Lab, la organización que ha publicado a los cuatro vientos el supuesto espionaje con el software israelí Pegasus a los teléfonos de sesenta personas, casi todas ellas separatistas catalanes. Además de que, según parece, de Yhavé para abajo, si acaso, nadie se ha librado de estos escrutinios, ya desde el principio los expertos apuntaban a que ese personaje y su  informe habían exagerado la cifra de espiados, de por sí difícil de aquilatar, pues hay falsos positivos. Miel sobre hojuelas. Ya tenemos agravio, carga para las baterías, aire para respirar: ¡Nos persiguen, nos espían! Debemos de ser aún más importantes y peligrosos de lo que pensábamos, que no era poco. Debe de ser el gobierno español, el CNI. Los hemos pillado. Y eso que no nos dejaron fundar legalmente un espionaje de país, nuestro CNI de la señorita Pepis, que nos protegiera las espaldas espiando a nuestros enemigos, es decir al resto de España, para defender a Cataluña, es decir, a nosotros, los separatistas. Todo por la patria.

Conseguido. Ya no se habla y escribe nada más que de esto, que otros problemas no tenemos. Hemos dejado tambaleándose a la democracia española, declaman crecidos. Y todos entrando al trapo. El primero el gobierno, no por ser pillado en renuncio, sino porque sabe que Rufián, en su guerra partidista particular con los herederos de Pujol, tan ombliguistas y casposos como su patriarca, puede agitarle los palos del sombrajo gubernativo. Para aplacarlos, por seguir la tradición, hacen lo peor que podrían haber hecho y es meterse en tal avispero e intentar salir airosos del lance por el expediente de cuestionar el funcionamiento de unos servicios de información que ellos mismos dirigen y que se supone operan a sus órdenes. Si los jueces autorizan la intervención del teléfono de unos ciudadanos bajo sospecha de estar planeando delitos contra el Estado, es decir, de repetirlos, pues entre ellos hay algunos delincuentes más que presuntos, no cabe hablar de un espionaje ilegal y gratuito, sino del normal funcionamiento de los servicios de seguridad de un país que se defiende de sus enemigos. Externos e internos, que a veces andan del brazo.

Los llorantes piden que los servicios secretos dejen de ser secretos, que den explicaciones urbi et orbe, para regocijo de sus homólogos foráneos, que así se ahorran el trabajo de espiarnos. Nos espiamos a nosotros mismos y, en aras de la transparencia, publicamos en el BOE los objetivos y resultados de las pesquisas. Maravilloso. O dejamos formar parte de una comisión de secretos oficiales, donde no merecen ni deben de estar, a no pocos enemigos de la unidad del Estado y de nuestra democracia. La seguridad de España, cosa obvia para toda sesera en buen uso, no puede estar en manos de los que tienen como objetivo acabar con ella. No tienen más plan, aparte, claro está, de otro no sé si central o subalterno, aunque no menor, que es el de medrar y vivir como arzobispos a costa del imaginario conflicto. Esta parte del plan está conseguida y consolidada. Secretos oficiales. Tardó Rufián dos minutos en empezar a largar. Menos de lo esperado. Lealtad, la prevista, es decir, ninguna. Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. ¿Cómo esperar ni pedir sentido de Estado a quien pretende acabar con él? Es lo que tiene acostarse con niños. De forma que ahí tenemos al gobierno, secándose las meadas y, por su mala cabeza, arrojándose a la misma los trastos entre ellos. Has sido tú. Y tú mas, se reprochan Robles y Bolaños. Ha sido el gobierno, rueden cabezas, exigen los socios. Oye, que tú también eres del gobierno, aunque no se note, visto lo poco que trabajáis, salvo como oposición.

A Sánchez, poco acertado y peor aconsejado, para intentar escabullirse y aplacar a sus socios dándoles carnaza que exhibir ante sus feligreses, no se le ocurre otra cosa más inconveniente que revelar que él y otros miembros del gobierno también fueron espiados. Desde hace un año, cosa que callaban como sería de ley en un país serio dirigido por personas sensatas y responsables. Un año chupándoles del teléfono gigas y gigas de información sensible, sin saber qué ni quién. Tapemos un error dudoso, aunque sea con uno seguro, dice el manual de supervivencia. No sé de qué os quejáis, rufianes. Si me espían a mí desde hace un año, ¿qué esperáis vosotros? Para acabar de arreglarlo, por las fechas y otros datos queda en el aire que podría haber sido Marruecos. Como el espionaje, además de para conocer los planes del enemigo, sirve para dar con informaciones comprometedoras que pudieran servir para tener en un puño al adversario, lo que en términos científicos se llama chantajear, ya tenemos arreglado el problema. Es decir, siguiendo el habitual proceder de esta tropa, hemos creado uno nuevo y mayor, una forma de solucionar, al menos tapar o postergar los problemas, que no deja de ser curiosa. No dan para más. Cuando su supervivencia en la industria gubernamental se tambalea no hay límites, dineros, instituciones, principios ni cabezas que no estén dispuestos a sacrificar.

Sesión parlamentaria que nunca debió de lidiarse en los terrenos del cinco a los que Sánchez y Bolaños llevaron el toro del espionaje, dejando el estoque en manos del astado. Ellos solos se complican la faena, que ni llegó a ser de aliño y que acabó pinchando en hueso, huyendo hacia la barrera y recibiendo varios avisos entre la bronca del respetable. Más pitos que aplausos, salvo los de la claque. Pañuelos pidiendo la oreja para Margarita Robles por parte de medio PSOE, PP, Ciudadanos y VOX. Pitos y pedorretas de socios de gobierno e investidura, incluso compañeros del partido. Otra vez vuelves. Sánchez, si defendiera lo que debiera defender, habría cortado el tema por lo sano al principio, en vez de tardías cabezas sacrificiales. Reniegan de lo único que han hecho bien. Porque, ¿Cómo no van a espiar a delincuentes, golpistas, sediciosos, orates que piden tropas a Rusia, criminales que organizan disturbios desde las instituciones, apreteu, apreteu, Tsunamis, Consells de la republiqueta, embajadas centradas en desprestigiar al país que las paga, y demás malas hierbas? ¿Qué culpa tenemos de la trampa de presentar a elecciones a delincuentes probados o en ciernes para parapetarse tras la inmunidad de los cargos de representación? Puigdemont y sus secuaces recurren al truco como hicieron Jesús Gil, Ruíz Mateos y Otegui, entre otros muchos mafiosos. Así lo dijo la ministra Robles a la siniestra republicana de Cataluña. No pensaba que pronto iba a tener que plegar velas y ofrecer en bandeja la cabeza cortada de la presidenta del CNI que defendió hasta casi cuando pudo. O tu cabeza o la mía.

Y lástima fuera. Poco han espiado si se han limitado a dieciocho. Esa era su obligación, esa era la necesidad, esa es la función de nuestros servicios de inteligencia, vigilar, anticiparse y desactivar los peligros internos, además de los exteriores. Y no hay nada más que explicar. Las escuchas se hicieron con autorización del Supremo, como debe de ser. Y punto gordo. A partir de ahí ya sabemos quién va a quejarse, quién va a intentar agarrarse a ese clavo para aparecer llorando en las portadas y quiénes, como costumbre, van a hacer de mariachis. Pero de ninguna forma debieron humillarse y colaborar con esta tropa levantisca en la escenificación de esta impostada indignación. Desde 2017 el CNI tiene el mandato de considerar que el independentismo es un conflicto activo. Es decir, objeto de sus atenciones. Nada más lógico y necesario ante lo hecho y ante el ‘lo volveremos a hacer’. De forma que demasiado ruido, demasiado teatro, aspavientos e impostura, demasiado protagonismo, todo ello injustificado alimento a ese mundo oscuro de hampones visionarios enquistados en unas instituciones catalanas puestas a su servicio en su lucha contra el Estado. El tema no da más de sí, salvo lo que los tribunales decidan, si es que ven tema punible, que no creo, en que, con su previa autorización, se monitoree a todo tipo de delincuentes y movimientos que puedan suponer, como es el caso, un peligro para España.

Espiar indepes. O socios. ¿Y qué remedio? Aunque luego vas por el mundo y nadie se fía de ti. Deben de extrañarse, si acaso, de que espíes a tus socios y apoyos, y no por el hecho en sí, sino al comprobar la calaña de los socios que te ves obligado a soportar y a espiar, que no son de recibo en los foros internacionales en los que por ellos se nos mira con recelo, como aliado dudoso. Harán lo propio, como ocurrirá aquí cuando algunos estén de cuerpo presente en esa Comisión de secretos oficiales, y necesariamente habrá que limitarse a hablar del tiempo, que el CNI, viendo el percal, cuente solo unos chascarrillos, como decía Tardá, el de Esquerra, que ya asistía a esos aquelarres de la inteligencia patria. Entre Amedo, Villarejo y los anacletos de turno, entre ellos los del pretendido CNI catalán, vamos arreglados. Ya el Perote marcaba la ruta, y se llevó del CSID un saco de papeles bien elegidos, lo que le costó el puesto a Narcis Serra y a García Vargas durante el Felipato, por hacer memoria. Algunos sólo pueden escuchar lo que pueda dejar de ser secreto, pues ellos ninguno son capaces de guardar, salvo los que pudieran sacarles los colores.

El espionaje, como la guerra, ya no son lo que eran. Antes, con menos artilugios, buscaban los planos del polvorín, las armas y la ubicación de cuarteles, fortines y murallas, el número y situación de las tropas, y demás datos sensibles. Informaciones que ahora puedes ver en la prensa, los portales de transparencia o en Google Maps. Vamos enviar estas y las otras armas a Ucrania. Van en el barco Isabel, del que se adjunta foto y descripción, anunciando que se dirige al puerto fulanico del Báltico. Con un par. Secreto, el de la fórmula de la Coca-Cola o en qué paraísos fiscales meten sus dineros los responsables de acabar con los paraísos fiscales, cosa que va para largo.

Metidos en harina, se le coge vicio a la cosa y se acaba uno espiando a sí mismo. ¡Huy, lo que dije! El tipo de información que acaban buscando muchos es aquella que se puede usar para chantajear al enemigo político, al oponente, al disidente. Eso dice Assens, otro socio de la cáscara amarga, que el rey Hassan tiene pillado a Sánchez con el Pegasus por salva sea la parte y de ahí lo del Sáhara. Cosas más raras se han visto. Eso lo dice un socio, ¿para qué tener enemigos declarados? Lo normal es encontrar cosa interna y menor, secretos de bragueta, de bolsillo o de malas compañías, anónimas o limitadas. A veces, espiando a dementes, encuentran acciones y planes tan disparatados que solo muestran precisamente lo precario de la salud mental y el mundo irreal en que viven los espiados. De Gila. Lo escuchado a los indepes más estrafalarios y perjudicados del perol debe de ser de Gila. Sería interesante que sigan pidiendo desclasificar esas escuchas, que nos íbamos a divertir.

Mochuelos, lechuzos, diablos cojuelos que desenrollan tejados y cielorrasos para ver qué se cuece en los domicilios de los sospechosos, que venimos a ser todos. No son necesarios tantos trabajos. Lo más chocante es que nadie esconde demasiados secretos. Información que antes se guardaba como oro en paño ahora se cede en aras de unos minutos de gloria, a costa de la privacidad y del ridículo. Se sabe demás, no de menos, aunque nunca lo importante. Porque resulta que lo que descubrimos es penoso, indigno, casposo o banal. Los secretos duran minutos. Siempre hay filtraciones. Son tan fantasmas y tan fanfarrones que no pueden callar, deben mostrar el alcance de su sabiduría, de su poder, consiguiendo justo lo contrario.

Hoy en día, y ya desde hace muchísimo tiempo, más se espían las patentes, los laboratorios y las industrias, militares y civiles, que otra cosa. Las universidades, especialmente sus departamentos de estudios culturales e identitarios, hoy predominantes, supongo que merecerán poca atención, salvo para estimular sus desvaríos. Es una forma barata y poco arriesgada de ayudar a que esas sociedades ombliguistas y caducas se cuezan en sus propios desatinos, desenfoques y correcciones. Algún dato filtrado si acaso que permita desactivar —cancelar en el neolenguaje— a los pocos que sigan pensando algo razonable. Por lo demás y en definitiva, dejarles hacer, que van bien. Ni Maquiavelo llegó tan lejos. Seguramente ni a los más conspicuos y retorcidos espías se les ocurre mejor forma de hacer daño al enemigo, que somos nosotros, las democracias occidentales, aplatanadas, hedonistas, autorreferenciales y a la deriva, simplemente procurar que no desviemos nuestra atención y el presupuesto desde estas excrecencias suicidas y pseudointelectuales hacia otras más productivas. No les estorbéis, que se destruyen solos, dirán con acierto. No hace falta desperdiciar ni un cartucho, ni un misil, ni recurrir a un desembarco de tropas anfibias, que eso, si acaso, viene después, cuando ya estén tiernos. Nada de eso por ahora, salvo seguir estimulando y difundiendo sus elucubraciones, su confusión, sus censuras y sus puritanismos, que ya contamos con la ayuda de esa quinta columna de nuevos reaccionarios, exquisitos y desnortados, que en aras del progreso les inducen a retroceder hacia los siglos del romanticismo y las revoluciones. Que sean ellos quienes les cuenten la buena vieja, que si la predicamos nosotros, nos ven asomar las orejas y les da la risa. Para informar hace falta disponer de alguna información sustancial y de una buena disposición para asimilarla. Desinformar es más fácil. Ni hacen falta datos ciertos ni relevantes y acerca de la buena predisposición de estos imbéciles para metabolizar y a difundir falsedades, bulos, indignaciones y sospechas, es cosa más que acreditada.

Es fundamental para los servicios de inteligencia foráneos y hostiles dar calor a los separatismos. No pongáis en ese departamento de agitación exterior a los más capaces; no derrochéis recursos ni inteligencia, siempre escasos, que no hacen falta; por definición, no cabe esperar que esos movimientos románticos estén dirigidos por los más listos, más pendientes del ombligo, del relato y del bolsillo que de las razones. Hurgad en la Historia, una distinta para cada sitio, momento y necesidad, un filón que siempre ofrece argumentos para enredar. Sólo deben saber nuestros agentes que toda división es buena. Debilita, confunde, enturbia, invierte recursos en mantener una cebada curia, en patrocinar rencores y en construir relatos disolventes; con ellos enfrentamos a una parte de la sociedad contra la otra y así nos dan el trabajo hecho. Si cuaja, a cosechar. Si no, tampoco hemos perdido tanto.

Lamento haber visto que este tema, sobredimensionado y en gran parte artificial, se intenta cerrar con la triste escena de la ministra Robles explicando, con una bandeja con la cabeza de la jefa del CNI en una mano y su cese —así lo llama el BOE— en la otra, mientras una boca y una cara que contradecían a sus palabras nos iban explicando con poco disimulada vergüenza que se trata de una simple sustitución, cosa rutinaria e intrascendente. ¡Cuánto del prestigio de la más valorada de este gobierno derrochado y sacrificado en unos pocos días en el altar del jefe! Ella, como todos, sabe que no hay cabeza que Sánchez no sea capaz de ofrecer para mantenerse en el gobierno. Igual que todos sabemos que hay bastantes mariachis para los que no hay ningún disparate presidencial y gubernamental que no estén dispuestos a justificar. Con menos éxito que ridículo, pero lo intentan.

*La foto incial es de Foto de librujula.publico.es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario