jueves, 2 de junio de 2022

Epístola futbolística

La verdad es que a mí ni me gusta el fútbol demasiado, salvo estos partidos. Ni entiendo, ni siquiera he pisado en mi vida un campo de fútbol. Lo que me gusta es ver al Madrid hacer rabiar a los que con demasiada frecuencia me hacen rabiar a mí por cosas más importantes. ¡Cómo no los voy a querer! Y me refiero a la plantilla del Madrit. Casualmente, todo este variopinto conglomerado hostil de personas de ceño fruncido que hacen, con poco éxito por cierto, vuduses, conjuros e invocaciones a los orishas y otros espíritus malignos para que el Madrid pierda, sufren y penan cuando yo me alegro y disfruto, también por motivos ajenos al deporte. Enemigos envidiosos y sectarios que se duelen y afligen cuando gana el mejor equipo del mundo, algo que admite poca discusión.

Es un disfrute, un placer de dioses, escuchar a los locutores de Rac1, la cadena pública secuestrada por la secta indepe, cantar los goles del Madrid entre lágrimas, sollozos y lamentos. ¡Gol!, dicen flojito, con desesperación, la 'o' reducida a un golpecillo vocal de décimas de segundo, un estertor susurrado con voz grave y quebrada, pero echando espumarajos por la boca. Como si te estuvieran contando que han pisado una mierda. Es un descojone escuchar estas retransmisiones penitenciales que tienen la alegría y el ambiente de un sepelio.

Ha ganado el Madrid otra vez la Champions, y van catorce, señores, para su desesperación y la de sus pares, «Sense fer absolutament res», dicen airados y escocidos. Para ellos, como para muchos otros cuando no son los suyos los que juegan, el portero no es jugador, no cuenta. Que lo pare todo no es un mérito que sumar al equipo del que es uno más, aunque sea decisivo. Sí, Curtois parando lo que no está en los escritos y Vinicius marcando en una de las dos ocasiones en que han tirado a puerta con fuste, anulado injustamente un gol marcado en la otra, han ganado otra copa, que hasta segar todo es hierba. Después de vencer al Inter de Milán, al PSG, al Chelsea, al Manchester y ahora al Liverpool, es decir a los equipos con más pasta petrolífera o rusa del mundo, incluida toda la liga inglesa, uno detrás de otro. No les inquieta la calaña de los dueños y patrocinadores de los equipos a los que el Madrid ha vencido en buena lid. Milagro, dicen. Muchos milagros me parecen. El caso es, sencillamente, que jugando contra el Madrid se acojonan, se aplatanan, les tiemblan las piernas, se rinden, se desesperan. Les queda llorar, como hacen hoy los más fervientes antimadridistas, para regocijo de los que no lo somos. Como decía, este año para los antimadridistas viscerales, san Joderse cayó en sábado.

Porque no se trata de ser madridista o del Betis. Ya lo sé, y ellos también. No hablamos de rivalidad deportiva, de una pasión, a veces cercana a lo irracional, pero siempre legítima y entendible, por unos colores. De lo que yo hablo, pues de eso se trata, no es de deporte, sino de política. Y de la más mezquina, de la más absurda, que ya no va quedando de otra. Salvo excepciones que no conozco, todos los simpatizantes mesetarios de los indepes, militantes  forofos de la peor de las izquierdas —si es que lo que defienden y predican puede llamarse así— son antimadristas de oficio. No falla ni uno; es parte del catecismo tribal.

Los demás, cada uno es de lo que prefiere, por muy distintos motivos y querencias. Y está bien, es normal que así sea. Nada que decir. Claro queda a qué clase de antimadridismo visceral y ajeno al fútbol me refiero. Los que siempre han dicho que el suyo era més que un club, han conseguido que el Madrid lo sea de verdad para una multitud de personas. Además, ser antimadridista, que ahí es donde más gracia le veo a la cosa, es una de las mil y una opciones ideológicas y culturales pretederminadas, elementos del kit de esa izquierda beluga que va a acabar desapareciendo, a Dios gracias, a base de perder el tiempo en estas y otras fijaciones similares. Son los sufrimientos de estos los que me alegran el día cuando gana el Madrid.

Al decir todo esto, hay quien te llama anticatalán. Ni más, ni menos. Como habitan y promueven la confusión, quieren hacer identificar al separatismo con Cataluña, cosa que a veces los más listos no llegan a pensar, aunque sí se lanzan a sugerir. Eso revela la intención de exportar su confusión, la que les lleva siempre a darles la razón a los que no la llevan: ellos, los separatistas, y nadie más que ellos, son Cataluña y, por tanto, a estos orates corresponde representarla, hablar en su nombre. Y el resto a decir amén. Atacar con argumentos a los indepes y sostenes (o sujetadores) mesetarios, o reírse de su odio al Madrit, te hace anticatalán.

Apaga y vámonos. Desde luego, nunca he confundido al pueblo con unos de su pueblo. Los neofascistas que se creen y actúan como dueños de Cataluña son una cosa, impresentable, por cierto, y otra muy distinta la gent de fora, los charnegos, o los catalanes no abducidos, la mayoría más sensata a la que llaman botiflers, una multitud que los padece y está de ellos, de sus abusos y de sus delitos, como yo, hasta los mismísimos. Esa es la única víctima individual o colectiva que, real o supuesta, con razón o sin ella, no encuentra defensores entre ese sector de la progresía local. De los que, desde fuera, apoyan a lo peor de Cataluña y les ceden la exclusividad de representar a todo un pueblo, dando por bueno que, como toda buena secta, desdeñen y avasallen por herejes a gran parte de él, ya llevo años publicando mi opinión, que nada me ha hecho cambiar, más bien lo contrario.

No, yo no soy futbolero, y menos anticatalán. Ya he explicado las razones de mis simpatías, mi placer al ver rabiar a los antimadridistas, que no son los seguidores de otros equipos, contra los que nada tengo, sino los que por motivos ajenos al deporte odian al Madrid y desean su fracaso. Esos, que rabien. Porque, intentar confundir a tales personajes siniestros con "los catalanes", así a granell, como que no. Se me puede creer si digo que siempre me han alegrado los triunfos internacionales del Barça, como los de cualquier otro equipo español. Si hubiera llegado el Barça a la final, me hubiese alegrado su victoria, en el improbable caso de que hubiese ganado, que esa es otra en estos momentos, aunque en otros entre Messi, Iniesta y dos o tres más, lo ganaran todo. Seguramente en eso esté la diferencia entre mi actitud y la de estos previsibles antimadridismos políticos, que nada tienen que ver con el deporte, sino que, como siempre repito, son uno más de los gadgets inexcusables que no pueden faltar en el kit del buen izquierdista de salón. Una forma más de padecer, de perder la clientela y la razón. Y, a veces, el oremus.

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