sábado, 21 de junio de 2025

De la moral cuántica


Un conocimiento razonable de la Historia, el esfuerzo o la costumbre de dar a las palabras el sentido que realmente tienen, la capacidad de observación suficiente como para haber aprendido de la realidad unos axiomas difícilmente opinables, el respeto a los principios básicos de la física, la economía, la lógica y la psicología, todo ello son elementos que no resultan malos cimientos para llegar a unas conclusiones con ciertas posibilidades de plausibilidad. Desde luego permiten enfrentarte bien armado con lemas y relatos que no respetan ni el principio de no contradicción. Cuando enfrente tienes a alguien, persona o ideología, que quiere hacerte creer que son posibles a la vez una cosa y su contraria, muy rendido has de tener el cacumen para dar por bueno el embeleco. Ya conocemos personajes muy influyentes que viven en esas contradicciones, que gozan de una ética cuántica, inexplicable para los simples mortales, que a ellos les permite estar en dos lugares a la vez. Y no estar locos. 

Haber llegado muy arriba no impide que el arribista sea un rastacuero, antes bien, la carencia de principios estables y la falta de compromiso con la verdad más ayudan a medrar que lo dificultan. Eso sí, hace falta una corte de acólitos cuya prosperidad y posición dependan de su capacidad para mutar o, al menos, de fingir que su pensamiento va acompasándose a la ruta y a los virajes del jefe que lo nombró y lo mantiene. Gran parte de la labor de esta curia es, a partir de esa rendición ética e intelectual, trabajar para convencer a un número suficiente de parroquianos de que ahora es blanco lo que antes era negro. A los que no se acaban de convencer, se les compra, que los pagos no salen de su patrimonio. Cuando mayor sea el número de dependientes y más vayan aumentando los elementos cuya prosperidad o supervivencia dependan de las alturas de un poder que se quiere omnímodo, más posibilidades habrá de conservarlo. Puro socialismo del peor. 

El de esas dictaduras que tanto gustaban a los peores del sector y que, con mayor o menor disimulo, cada día gustan más a toda la parroquia. Es triste y descorazonador comprobar que muchos de los elementos que van vaciando de contenido las democracias hasta dejar de serlo, son bien recibidos si son los propios los que rebasan los listones. En realidad, son legión hoy en día los que no tendrían inconveniente en vivir en una dictablanda como la de Primo de Rivera si el dictador fuera de los suyos. Hizo carreteras, saneó la economía, puso orden en las cosas, un orden a nuestro gusto. Ha habido dictadores que han hecho cosas, que otros ni eso. Con esos argumentos no es raro que cada vez haya mas gente que no haga ascos a la posibilidad de emular a China o a la Rusia de Putin, dejando aparte los que desde siempre han dado por buenas las dictaduras de los de su ideología, sea Cuba, Venezuela o Nicaragua. En Bolivia, Morales pudo ser un violador, pero era de los nuestros, de los buenos, un antiimperialista, un antifascista. Con eso, incluso sólo con decirlo, basta y sobra.


viernes, 13 de junio de 2025

Día Nacional de la Caída del Guindo

Supongo que por todo esto, que ya era imposible de tapar y que ahora conocemos gracias a esa UCO que intentaron desacreditar antes de que se abriera la caja de los truenos, esos medios que, una vez leído el informe ese que no existía, ¡Oh, maravilla!, han tenido que plegar velas, corregir rumbo y rendirse a la evidencia. Una evidencia que ya venían destapando ciertos periódicos, molestos por veraces, que el gobierno, la sincronizada y la parroquia llamaban pseudomedios, fábricas de bulos, máquinas del fango y demás imaginativas excusas de mal pagador. Hemos descubierto, entre otras cosas, que muchos 'bulos' eran ciertos. A 'El Ojete', (neandertal dixit) le deberían pedir perdón, tanto el ministro de las obras públicas, los trenes, los puentes y las carreteras de donde han salido tantas mordidas, como los mariachis y turiferarios que prendían incienso y se santiguaban al oír nombrar a este periódico. Llevan meses y meses investigando y destapando algunas de las corrupciones que ahora se hacen evidentes e innegables. Intentaron de forma chapucera y desesperada desacreditar también a la UCO, que iba sabiendo ya demasiado y llegando a la almendra, y a los jueces, a esos que se meten donde no deben. Prensa, justicia y la Guardia Civil, siempre considerados enemigos por toda clase de delincuentes. Seguramente esa estrategia que ahora queda clara y desactivada la urdió, solo o con ayuda de otros, en aquellos famosos cinco días de permiso por asuntos propios, el señor presidente, que se las veía venir. Queda enterrado el relato de la conspiración, de la campaña coordinada de bulos, ese acoso injustificado de fachas con toga, pseudomedios y cloacas, un invento hoy se les vuelve en contra. Lo de la bomba lapa fue el último y desesperado intento de arrojar humo, una mentira, colosal y vergonzosa, que debiera haber puesto fin a muchas carreras ministeriales y periodísticas.

No, no son dos o tres sinvergüenzas que pasaban por la sede del partido, unos señores de marrón, que diría Gila, como alguno dice y quisiera pensar. Uno de estos torrentes fue el actor que interpretó el discurso de investidura, un convencido y sincero azote de la corrupción. El otro prenda, entre mordida y mordida, ha sido el mamporrero de los pactos, componendas y contratos de sastrería legislativa de su jefe con Junts, Esquerra o Bildu, aquí o en Ginebra. No era ná' lo del ojo. El núcleo duro del invento. Eran dos sucesivos Secretarios de Organización del Partido Socialista, nada más y nada menos, que vaya ojo para echar cluecas. Toda esa 'organización' cabía en un Peugeot. Y sí lo organizaron bien, sí. Y el Secretario General se va a llorar a Ferraz, pues la corrupción es cosa del partido, dice o sugiere, no del gobierno. Flaco favor le hace, además de añadir otra mentira a su larga lista. Las obras las otorgan los ministerios del gobierno, no el partido y, nadie salvo él tiene culpa de la confusión que su colonización de todo produce. Veremos hasta dónde abarca la organización criminal de la que se les acusa. Hacen falta manadas de altos cargos, dirigentes y funcionarios, conchabados para manipular concesiones de obra pública. Y no, llorar no es suficiente, hay que limpiar la casa y desalojar algunos inquilinos, si no a todos. Esto ya lo hemos vivido, con los mismos o con otros protagonistas. Y les hemos escuchado a unos y a otros decir lo mismo, reaccionar mal y cuando ya no había otro remedio. El retrato queda hecho y el resto es cosa de la justicia.

Lo más demoledor de la situación no es lo que ya sabemos, ni siquiera lo que seguramente acabaremos sabiendo. Lo peor para ellos es que algunos periodistas, no todos, han recordado de pronto que lo son. Han vislumbrado la posibilidad de que este gobierno dure menos de lo previsto y, claro, hay que huir a tiempo. Bienvenidos a la sobrevenida decencia los que se van acercando a ella, aunque sea por cálculo y conveniencia. El resto es irrecuperable para la verdad y la democracia, de la mano de algunos parroquianos que siguen con sus memes y peroratas. Los acólitos más fervorosos intentan relativizar, menguar o tapar estos gravísimos casos de corrupción, esa que venían a corregir, primera de sus mentiras, engaño fundacional. La corrupción existió, existe y existirá, porque siempre han existido también y antes los que, viniendo de los suyos, la consienten o la perdonan. Y no vale ni el tú más ni el nosotros menos. La justicia, como digo, dirá si la dejan, que esa es otra.


sábado, 7 de junio de 2025

Index

Es natural que la actual curia socialista haya incluido a The Objetctive en el primer lugar de su Index Librorum Prohibitorum. ¡Vade retro, Satanás! También, en esa lógica de pertenencia religiosa, se sigue que los acólitos hayan aceptado el ‘sea anatema’ prescrito y abominen de lo que allí se publica. Los ves persignarse a la vez que reprochan e intentan descalificar a los infieles que lo leen y manifiestan su acuerdo con algunas de las opiniones heréticas que en ese medio se publican. No es que se pongan a rebatir datos y argumentos, no; eso sería arduo, aparte de que requiere tenerlos mejores, que no suele ser el caso. El ministro Puente lo llama, con su habitual elegancia de neandertal, “El Ojete”, la parroquia se ríe y el problema queda resuelto y las críticas desactivadas. Al menos, eso creen.

Antonio Caño fue despedido fulminantemente de El País a raíz de un artículo premonitorio que —troppo vero— describía con demasiado acierto y crudeza el perfil de un político que ya apuntaba maneras. Se quedó corto. Le siguieron otros, empezando por Juan Luis Cebrián, su director, luego Savater y una lista no corta de sus más destacados colaboradores, de Ovejero a Trapiello, siempre molestos. Hoy, como ha ocurrido con algunos de los mejores periodistas del país, algunos de los citados escriben en The Objective. Un lujo. No se les rebate. Es difícil hacerlo. Mucho menos que intentar descalificarlos por el medio en el que publican: les mueve el rencor, añoran sus pasados momentos de gloria y su anterior influencia, están al servicio de las fuerzas oscuras, son unos fachas. Ese es el argumentario. No es necesario señalar en qué se equivocan, qué datos falsean, qué mentiras cuentan. No, simplemente escriben donde no deben. Son unos apóstatas. En realidad lo que se les pide es que se callen, que no importunen.

Gran parte de la anterior dirigencia del partido ha manifestado su rechazo a algunas de las leyes y medidas con las que Sánchez ha ido pagando (con lo que era de todos) los votos que en cada momento iba necesitando, dado que perdió las elecciones y necesita ir haciendo un continuo encaje de bolillos de cesiones a chantajes, pagos, equilibrios, engaños, regates, promesas de pillo a pillo y balones adelante. Indultos, amnistía, blanqueamiento de delincuentes, condonación de deuda a los que usaron el dinero de todos en financiar un proyecto partidista y delictivo, financiación singular para los más privilegiados y desleales, palacete por aquí, cesiones de competencias que deberían seguir siendo exclusivas del Estado por allá, modificación del código penal para eliminar el delito de sedición, reforma a medida del delito de malversación… Lo que en cada momento haya sido menester, barra libre. A los reproches a esa deriva, a los casos de corrupción o al recurso a las cloacas para intentar amordazar bocas, se unen algunos dirigentes actuales, como Page o Lambán, poco dispuestos a recibir en su culo las patadas merecidas por su jefe, o Madina, que hace unas declaraciones mostrando una decencia a la que el partido no nos tiene acostumbrados. Les dan por todos los lados, incluso arriman la tea de socarrar herejes muchos que para hacerlo abandonan su silencio habitual, cómplice y vergonzoso.

Los párrocos se ponen de los nervios y cada uno en su capilla lanza sermones apocalípticos y condenatorios: ¡Arderéis en los infiernos, malditos! El señor-ito no perdona los pecados de soberbia, de desacato, de desobediencia, de falta de lealtad. Lealtad entendida en el sentido estalinista, concepto que, si lo buscas en Google, se explica así: «La "lealtad estalinista" se refiere a la adhesión incondicional al líder y las políticas de Iósif Stalin, así como al culto a la personalidad que se desarrolló en torno a él. Implica la completa subordinación a la voluntad del estado y la represión de cualquier disidencia o pensamiento crítico".

 

miércoles, 4 de junio de 2025

De la Libertad de prensa

Lucha política, guerras culturales, batallas por el relato o contiendas electorales. La buena política, esa que tanto se echa de menos hoy, arte que, como la diplomacia, tiene por objetivo último evitar que los contribuyentes recurran a las escopetas, asume cuando pintan bastos el marco y el lenguaje bélico en sus estrategias y en sus campañas, tanto más cuanto peores son sus protagonistas. Estos generalotes civiles leen más a Sun Tzu y a Maquiavelo y a sus Artes de la Guerra que a Orwell, Anna Harendt, a Luther King o al mismo san Francisco de Asís. No escarmientan, no me estudian. Y no pocas veces esas guerrillas ideológicas promovidas y abonadas por estos miserables han llevado a enfrentamientos reales de unos países con sus vecinos o, lo que es peor, de compatriotas entre sí.

Aunque es frase que han usado muchos, fue Esquilo quien dijo por primera vez eso de que la verdad es la primera víctima de la guerra. También lo es en la paz cuando el debate político va ganando temperatura y las palabras que más fuerte se escuchan son las de los peores, los más indecentes, los más irresponsables, los más extremos y apocalípticos, los personajes más ambiciosos y carentes de principios. Una de las causas de la pérdida del rumbo es la desesperación, el acorralamiento que puede llevar al desafuero, al despropósito, al abuso, ruta hacia el extremismo y el caos. Hay que apartarse de los juicios y declaraciones de los profetas y evangelistas más recalentados, sean de quien sean y estén donde estén, que a veces están muy arriba. Las frases del Tenorio de Zorrilla parecen hoy un programa de gobierno:

Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.

Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.

Completado con el reproche de Quevedo a la diiosa Fortuna:

«Quéjanse que das a los delitos lo que se debe a los méritos, y los premios de la virtud al pecado; que encaramas en los tribunales a los que habías de subir a la horca, que das las dignidades a los que habías de quitar las orejas, y que empobreces y abates a quien debieras enriquecer.»

Un arma entre las preferidas de muchos jerarcas del gremio es la desinformación, el intento de confundir tanto a sus enemigos como al grueso de la población. Suele ser parte de su estrategia el mentir, ocultar, deformar los hechos, difundir infundios, embustes y patrañas, desacreditar al contrario hasta presentarlo como inhumano, encaramarse en la peana como el único salvador posible. Hacerse con el control o la dependencia sumisa de los medios de comunicación afines, es el primer objetivo estratégico, las primeras colinas y puentes que hay que tomar para imponerse en el terreno en disputa, que es el relato, no la verdad. La prensa adversa, la que cuestiona actos y desvela embustes, eso que ahora llaman bulos si son ajenos, pasa a ser uno de los principales enemigos a batir para el irresponsable y el falaz. Otro son los jueces.

Hubo un tiempo en que una dictadura podía cerrar un periódico, incluso volar su edificio, como hicieron con el diario Madrid. Hoy, no por falta de ganas, eso aún resulta imposible, pero vemos cómo se ataca con desvergüenza a los medios que no se someten servilmente a los dictados de un poder que se quiere indiscutido, inmune a todo control y crítica. Un poder que se intenta conservar a cualquier precio y usando cualquier arma, sin hacer prisioneros. Sería buen tema el de la financiación de los medios, vía subvenciones o publicidad, que les pueden llevar a la prosperidad o a la asfixia, según grado de docilidad y entrega a la causa.

Escribía Orwell en plena guerra civil española, a la que había acudido como voluntario a defender la república y la libertad, con tanta ingenuidad como poco tino, pues intentó hacerlo nada menos que desde las filas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), antes de alcanzar el uso de razón y de salir huyendo, más amenazado por los de su bando que por los del contrario. Huyó del leninismo de sus compañeros y de sus purgas purificadoras, no de Franco:

“… en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente (…) y en Londres vi periódicos que repetían estas mentiras e intelectuales entusiastas que articulaban superestructuras sentimentales alrededor de acontecimientos que jamás habían tenido lugar”.

“Si algo deprimente me ha enseñado esta guerra es que la prensa de izquierdas es tan falsa y deshonesta como la de derechas”.

Como vemos, Orwell era lo que hoy los más tontos y extremistas llamarían un equidistante. Y es todo un reto plantearse en qué periódico o medio hubiera aparecido o escrito Orwell hoy en España. Desde luego no en algunos de los preferidos por nuestro presidente y su curia. Antes en The Objective que en El Plural, por ejemplo.