Un conocimiento razonable de la Historia, el esfuerzo o la
costumbre de dar a las palabras el sentido que realmente tienen, la capacidad
de observación suficiente como para haber aprendido de la realidad unos axiomas
difícilmente opinables, el respeto a los principios básicos de la física, la
economía, la lógica y la psicología, todo ello son elementos que no resultan
malos cimientos para llegar a unas conclusiones con ciertas posibilidades de
plausibilidad. Desde luego permiten enfrentarte bien armado con lemas y relatos
que no respetan ni el principio de no contradicción. Cuando enfrente tienes a
alguien, persona o ideología, que quiere hacerte creer que son posibles a la
vez una cosa y su contraria, muy rendido has de tener el cacumen para dar por
bueno el embeleco. Ya conocemos personajes muy influyentes que viven en esas
contradicciones, que gozan de una ética cuántica, inexplicable para los simples
mortales, que a ellos les permite estar en dos lugares a la vez. Y no estar
locos.
Haber llegado muy arriba no impide que el arribista sea un rastacuero, antes bien, la carencia de principios estables y la falta de compromiso con la verdad más ayudan a medrar que lo dificultan. Eso sí, hace falta una corte de acólitos cuya prosperidad y posición dependan de su capacidad para mutar o, al menos, de fingir que su pensamiento va acompasándose a la ruta y a los virajes del jefe que lo nombró y lo mantiene. Gran parte de la labor de esta curia es, a partir de esa rendición ética e intelectual, trabajar para convencer a un número suficiente de parroquianos de que ahora es blanco lo que antes era negro. A los que no se acaban de convencer, se les compra, que los pagos no salen de su patrimonio. Cuando mayor sea el número de dependientes y más vayan aumentando los elementos cuya prosperidad o supervivencia dependan de las alturas de un poder que se quiere omnímodo, más posibilidades habrá de conservarlo. Puro socialismo del peor.
El de esas dictaduras que
tanto gustaban a los peores del sector y que, con mayor o menor disimulo, cada
día gustan más a toda la parroquia. Es triste y descorazonador comprobar que
muchos de los elementos que van vaciando de contenido las democracias hasta
dejar de serlo, son bien recibidos si son los propios los que rebasan los
listones. En realidad, son legión hoy en día los que no tendrían inconveniente
en vivir en una dictablanda como la de Primo de Rivera si el dictador fuera de
los suyos. Hizo carreteras, saneó la economía, puso orden en las cosas, un
orden a nuestro gusto. Ha habido dictadores que han hecho cosas, que otros ni
eso. Con esos argumentos no es raro que cada vez haya mas gente que no haga
ascos a la posibilidad de emular a China o a la Rusia de Putin, dejando aparte
los que desde siempre han dado por buenas las dictaduras de los de su
ideología, sea Cuba, Venezuela o Nicaragua. En Bolivia, Morales pudo ser un
violador, pero era de los nuestros, de los buenos, un antiimperialista, un
antifascista. Con eso, incluso sólo con decirlo, basta y sobra.