Es natural que la actual curia socialista haya incluido a
The Objetctive en el primer lugar de su Index Librorum Prohibitorum. ¡Vade
retro, Satanás! También, en esa lógica de pertenencia religiosa, se sigue que
los acólitos hayan aceptado el ‘sea anatema’ prescrito y abominen de lo que
allí se publica. Los ves persignarse a la vez que reprochan e intentan
descalificar a los infieles que lo leen y manifiestan su acuerdo con algunas de
las opiniones heréticas que en ese medio se publican. No es que se pongan a
rebatir datos y argumentos, no; eso sería arduo, aparte de que requiere
tenerlos mejores, que no suele ser el caso. El ministro Puente lo llama, con su
habitual elegancia de neandertal, “El Ojete”, la parroquia se ríe y el problema
queda resuelto y las críticas desactivadas. Al menos, eso creen.
Antonio Caño fue despedido fulminantemente de El País a raíz
de un artículo premonitorio que —troppo vero— describía con demasiado acierto y
crudeza el perfil de un político que ya apuntaba maneras. Se quedó corto. Le
siguieron otros, empezando por Juan Luis Cebrián, su director, luego Savater y
una lista no corta de sus más destacados colaboradores, de Ovejero a Trapiello,
siempre molestos. Hoy, como ha ocurrido con algunos de los mejores periodistas
del país, algunos de los citados escriben en The Objective. Un lujo. No se les
rebate. Es difícil hacerlo. Mucho menos que intentar descalificarlos por el
medio en el que publican: les mueve el rencor, añoran sus pasados momentos de
gloria y su anterior influencia, están al servicio de las fuerzas oscuras, son
unos fachas. Ese es el argumentario. No es necesario señalar en qué se
equivocan, qué datos falsean, qué mentiras cuentan. No, simplemente escriben
donde no deben. Son unos apóstatas. En realidad lo que se les pide es que se
callen, que no importunen.
Gran parte de la anterior dirigencia del partido ha
manifestado su rechazo a algunas de las leyes y medidas con las que Sánchez ha
ido pagando (con lo que era de todos) los votos que en cada momento iba
necesitando, dado que perdió las elecciones y necesita ir haciendo un continuo
encaje de bolillos de cesiones a chantajes, pagos, equilibrios, engaños,
regates, promesas de pillo a pillo y balones adelante. Indultos, amnistía,
blanqueamiento de delincuentes, condonación de deuda a los que usaron el dinero
de todos en financiar un proyecto partidista y delictivo, financiación singular
para los más privilegiados y desleales, palacete por aquí, cesiones de
competencias que deberían seguir siendo exclusivas del Estado por allá,
modificación del código penal para eliminar el delito de sedición, reforma a
medida del delito de malversación… Lo que en cada momento haya sido menester,
barra libre. A los reproches a esa deriva, a los casos de corrupción o al
recurso a las cloacas para intentar amordazar bocas, se unen algunos dirigentes
actuales, como Page o Lambán, poco dispuestos a recibir en su culo las patadas
merecidas por su jefe, o Madina, que hace unas declaraciones mostrando una
decencia a la que el partido no nos tiene acostumbrados. Les dan por todos los
lados, incluso arriman la tea de socarrar herejes muchos que para hacerlo
abandonan su silencio habitual, cómplice y vergonzoso.
Los párrocos se ponen de los nervios y cada uno en su
capilla lanza sermones apocalípticos y condenatorios: ¡Arderéis en los
infiernos, malditos! El señor-ito no perdona los pecados de soberbia, de
desacato, de desobediencia, de falta de lealtad. Lealtad entendida en el
sentido estalinista, concepto que, si lo buscas en Google, se explica así: «La
"lealtad estalinista" se refiere a la adhesión incondicional al líder
y las políticas de Iósif Stalin, así como al culto a la personalidad que se desarrolló
en torno a él. Implica la completa subordinación a la voluntad del estado y la
represión de cualquier disidencia o pensamiento crítico".
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