Lucha política, guerras culturales, batallas por el relato o
contiendas electorales. La buena política, esa que tanto se echa de menos hoy,
arte que, como la diplomacia, tiene por objetivo último evitar que los
contribuyentes recurran a las escopetas, asume cuando pintan bastos el marco y
el lenguaje bélico en sus estrategias y en sus campañas, tanto más cuanto
peores son sus protagonistas. Estos generalotes civiles leen más a Sun Tzu y a
Maquiavelo y a sus Artes de la Guerra que a Orwell, Anna Harendt, a Luther King
o al mismo san Francisco de Asís. No escarmientan, no me estudian. Y no pocas
veces esas guerrillas ideológicas promovidas y abonadas por estos miserables
han llevado a enfrentamientos reales de unos países con sus vecinos o, lo que
es peor, de compatriotas entre sí.
Aunque es frase que han usado muchos, fue Esquilo quien dijo
por primera vez eso de que la verdad es la primera víctima de la guerra.
También lo es en la paz cuando el debate político va ganando temperatura y las
palabras que más fuerte se escuchan son las de los peores, los más indecentes,
los más irresponsables, los más extremos y apocalípticos, los personajes más
ambiciosos y carentes de principios. Una de las causas de la pérdida del rumbo
es la desesperación, el acorralamiento que puede llevar al desafuero, al
despropósito, al abuso, ruta hacia el extremismo y el caos. Hay que apartarse
de los juicios y declaraciones de los profetas y evangelistas más recalentados,
sean de quien sean y estén donde estén, que a veces están muy arriba. Las
frases del Tenorio de Zorrilla parecen hoy un programa de gobierno:
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Completado con el reproche de Quevedo a la diiosa Fortuna:
«Quéjanse que das a los delitos lo que se debe a los
méritos, y los premios de la virtud al pecado; que encaramas en los tribunales
a los que habías de subir a la horca, que das las dignidades a los que habías
de quitar las orejas, y que empobreces y abates a quien debieras enriquecer.»
Un arma entre las preferidas de muchos jerarcas del gremio
es la desinformación, el intento de confundir tanto a sus enemigos como al
grueso de la población. Suele ser parte de su estrategia el mentir, ocultar,
deformar los hechos, difundir infundios, embustes y patrañas, desacreditar al
contrario hasta presentarlo como inhumano, encaramarse en la peana como el
único salvador posible. Hacerse con el control o la dependencia sumisa de los
medios de comunicación afines, es el primer objetivo estratégico, las primeras
colinas y puentes que hay que tomar para imponerse en el terreno en disputa,
que es el relato, no la verdad. La prensa adversa, la que cuestiona actos y
desvela embustes, eso que ahora llaman bulos si son ajenos, pasa a ser uno de
los principales enemigos a batir para el irresponsable y el falaz. Otro son los
jueces.
Hubo un tiempo en que una dictadura podía cerrar un
periódico, incluso volar su edificio, como hicieron con el diario Madrid. Hoy,
no por falta de ganas, eso aún resulta imposible, pero vemos cómo se ataca con
desvergüenza a los medios que no se someten servilmente a los dictados de un
poder que se quiere indiscutido, inmune a todo control y crítica. Un poder que
se intenta conservar a cualquier precio y usando cualquier arma, sin hacer
prisioneros. Sería buen tema el de la financiación de los medios, vía subvenciones
o publicidad, que les pueden llevar a la prosperidad o a la asfixia, según
grado de docilidad y entrega a la causa.
Escribía Orwell en plena guerra civil española, a la que
había acudido como voluntario a defender la república y la libertad, con tanta
ingenuidad como poco tino, pues intentó hacerlo nada menos que desde las filas
del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), antes de alcanzar el uso de
razón y de salir huyendo, más amenazado por los de su bando que por los del
contrario. Huyó del leninismo de sus compañeros y de sus purgas purificadoras,
no de Franco:
“… en España vi por primera vez noticias de prensa que no
tenían relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una
mentira corriente (…) y en Londres vi periódicos que repetían estas mentiras e
intelectuales entusiastas que articulaban superestructuras sentimentales
alrededor de acontecimientos que jamás habían tenido lugar”.
“Si algo deprimente me ha enseñado esta guerra es que la
prensa de izquierdas es tan falsa y deshonesta como la de derechas”.
Como vemos, Orwell era lo que hoy los más tontos y
extremistas llamarían un equidistante. Y es todo un reto plantearse en qué
periódico o medio hubiera aparecido o escrito Orwell hoy en España. Desde luego
no en algunos de los preferidos por nuestro presidente y su curia. Antes en The
Objective que en El Plural, por ejemplo.
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