miércoles, 4 de junio de 2025

De la Libertad de prensa

Lucha política, guerras culturales, batallas por el relato o contiendas electorales. La buena política, esa que tanto se echa de menos hoy, arte que, como la diplomacia, tiene por objetivo último evitar que los contribuyentes recurran a las escopetas, asume cuando pintan bastos el marco y el lenguaje bélico en sus estrategias y en sus campañas, tanto más cuanto peores son sus protagonistas. Estos generalotes civiles leen más a Sun Tzu y a Maquiavelo y a sus Artes de la Guerra que a Orwell, Anna Harendt, a Luther King o al mismo san Francisco de Asís. No escarmientan, no me estudian. Y no pocas veces esas guerrillas ideológicas promovidas y abonadas por estos miserables han llevado a enfrentamientos reales de unos países con sus vecinos o, lo que es peor, de compatriotas entre sí.

Aunque es frase que han usado muchos, fue Esquilo quien dijo por primera vez eso de que la verdad es la primera víctima de la guerra. También lo es en la paz cuando el debate político va ganando temperatura y las palabras que más fuerte se escuchan son las de los peores, los más indecentes, los más irresponsables, los más extremos y apocalípticos, los personajes más ambiciosos y carentes de principios. Una de las causas de la pérdida del rumbo es la desesperación, el acorralamiento que puede llevar al desafuero, al despropósito, al abuso, ruta hacia el extremismo y el caos. Hay que apartarse de los juicios y declaraciones de los profetas y evangelistas más recalentados, sean de quien sean y estén donde estén, que a veces están muy arriba. Las frases del Tenorio de Zorrilla parecen hoy un programa de gobierno:

Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.

Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.

Completado con el reproche de Quevedo a la diiosa Fortuna:

«Quéjanse que das a los delitos lo que se debe a los méritos, y los premios de la virtud al pecado; que encaramas en los tribunales a los que habías de subir a la horca, que das las dignidades a los que habías de quitar las orejas, y que empobreces y abates a quien debieras enriquecer.»

Un arma entre las preferidas de muchos jerarcas del gremio es la desinformación, el intento de confundir tanto a sus enemigos como al grueso de la población. Suele ser parte de su estrategia el mentir, ocultar, deformar los hechos, difundir infundios, embustes y patrañas, desacreditar al contrario hasta presentarlo como inhumano, encaramarse en la peana como el único salvador posible. Hacerse con el control o la dependencia sumisa de los medios de comunicación afines, es el primer objetivo estratégico, las primeras colinas y puentes que hay que tomar para imponerse en el terreno en disputa, que es el relato, no la verdad. La prensa adversa, la que cuestiona actos y desvela embustes, eso que ahora llaman bulos si son ajenos, pasa a ser uno de los principales enemigos a batir para el irresponsable y el falaz. Otro son los jueces.

Hubo un tiempo en que una dictadura podía cerrar un periódico, incluso volar su edificio, como hicieron con el diario Madrid. Hoy, no por falta de ganas, eso aún resulta imposible, pero vemos cómo se ataca con desvergüenza a los medios que no se someten servilmente a los dictados de un poder que se quiere indiscutido, inmune a todo control y crítica. Un poder que se intenta conservar a cualquier precio y usando cualquier arma, sin hacer prisioneros. Sería buen tema el de la financiación de los medios, vía subvenciones o publicidad, que les pueden llevar a la prosperidad o a la asfixia, según grado de docilidad y entrega a la causa.

Escribía Orwell en plena guerra civil española, a la que había acudido como voluntario a defender la república y la libertad, con tanta ingenuidad como poco tino, pues intentó hacerlo nada menos que desde las filas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), antes de alcanzar el uso de razón y de salir huyendo, más amenazado por los de su bando que por los del contrario. Huyó del leninismo de sus compañeros y de sus purgas purificadoras, no de Franco:

“… en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente (…) y en Londres vi periódicos que repetían estas mentiras e intelectuales entusiastas que articulaban superestructuras sentimentales alrededor de acontecimientos que jamás habían tenido lugar”.

“Si algo deprimente me ha enseñado esta guerra es que la prensa de izquierdas es tan falsa y deshonesta como la de derechas”.

Como vemos, Orwell era lo que hoy los más tontos y extremistas llamarían un equidistante. Y es todo un reto plantearse en qué periódico o medio hubiera aparecido o escrito Orwell hoy en España. Desde luego no en algunos de los preferidos por nuestro presidente y su curia. Antes en The Objective que en El Plural, por ejemplo.


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