sábado, 6 de marzo de 2021

Epístola problemática

Aunque muchos son los problemas que tenemos hay unos que son más graves y urgentes que otros. Porque entre los que nos ocupan y encandilan, nos dividen y nos paralizan, suelen predominar los menos acuciantes, no pocas veces inoportunos, particulares, incluso ficticios. Tal vez uno de nuestros problemas más serios sea precisamente el empeño de empujarnos a poner el énfasis en estos últimos. Son más ideológicos, más simples y fáciles de enunciar y de entender por sus parroquias, más víscera y dogma que razón. No es necesario aportar las soluciones, entre otras cosas porque a veces no la tienen e incluso cabría plantearse si es cierto que el problema existe. De pronto nos encontramos enredados en diatribas acerca de falsas disyuntivas y sofismas, nuevos problemas, creados o imaginados por los que ni han sido ni serán nunca capaces de solucionar ninguno de los reales; dilemas y preocupaciones que no existían salvo en las cabezas y en el cerrado círculo de los que los plantean. O porque hacen gordo el caldo de su causa o, no menos a menudo, porque les permite vivir de ellos.

Lo malo es que nos centramos en debates estériles, a veces sobre hechos o asuntos muy laterales, teóricos, casi anecdóticos, desatendiendo los más reales, relevantes y comunes. Nunca enfocarán a lo que une, mejor a lo que divide y polariza, a lo que enfrenta a una mitad contra la otra, los buenos contra los malos. Nos dirán que somos así. No, son ellos, los dos bandos extremos y minoritarios de siempre, los que arrastran al resto, a la mayoría. Con unos problemas que son más suyos que generales nos colocan unas orejeras como a las caballerías para que miremos solo en la dirección que interesa al que nos las pone y ahí nos tienen dando vueltas a la noria haciéndonos creer que con ellos vamos a alguna parte. El siguiente paso es tapar por completo los ojos al animal, como a los caballos de lidia para que no vean venir al toro. Así llegamos a preocuparnos y a temer más lo que imaginamos, lo que ellos nos cuentan, que lo que realmente nos amenaza. Al final, ellos, los extremistas, los dos populismos, son nuestro gran problema. Y todo eso se hace con palabras, con lemas, con argumentos sencillos y redondos, incontestables en su simplicidad, con propuestas de bálsamos de Fierabrás y otras magias como solución a cuestiones complejas que necesitarían de acuerdos amplios más cercanos a lo real y a lo posible.

Con los ojos cegados y aturdidos por el griterío, por la oreja izquierda o por la derecha nos llegan estos mensajes que poco tienen que ver con lo que tenemos enfrente. En realidad, vengan de uno u otro extremo, el mensaje es muy similar, si no el mismo. Intercambiable, válido para un roto y para un descosido. Ahí, hablen unos o hablen otros extremos, aparecerán el no nos representan, la cosecha de indignaciones varias, unas ciertas, otras estimuladas, la invocación a brochazos de problemas ciertos para los que se sugieren difusas soluciones, siempre entorpecidas por el sistema, ese ente lejano y etéreo al que hay que combatir, siempre ajeno y confabulatorio. Es la gente, no la política, quien puede solucionarlo todo, nos dicen; sobran los farragosos trámites y formas de la democracia, se acaba sugiriendo. Alguien vendrá, alguien que no está entre vosotros, que os pondrá en vuestro sitio y que nos conducirá a la tierra prometida. La única diferencia entre uno y otro populismo es el elefante blanco al que sus conjuros invocan, al que se espera. Él nos dirá lo que tiene que pasar, lo que tiene que ser. Igual soy yo el caudillo que esperáis, vuestro mesías, vuestro salvador. Dadme el poder. Luego ya veremos.

Uno y otro de esos dos afanes totalitarios y especulares trazan una raya a partir de la cual empieza un mundo indiferenciado, proceloso, donde habita el enemigo. Es ese terreno mestizo, bastardo, tolerante, que ambos llaman o equidistante o cobarde, en el que vivimos la mayoría, en el que habita la democracia. Y ambos llevan razón, allí está su verdadero enemigo: la democracia que les gustaría destruir. Y están en ello.

  

 

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