Siempre me ha asombrado que, si dejar de ser perros,
los haya de tantos tamaños, pelajes, genios y modelos. Unos lamen, acompañan,
entienden, dan la pata hasta a quien no la merece, nos miran con la más noble
de las miradas; casi todos. Otros (estos con estudios) ayudan y buscan al
accidentado o al perdido, guían al ciego, protegen al rebaño. Unos pocos, muy
pocos, los que tienen un cable pelado, por taras heredadas, por haberse criado
en la mala compañia y ejemplo de un amo que los hace peores de lo que con otro
hubieran sido, por falta de adiestramiento en una buena familia, se
asilvestran, vuelven a la manada si pueden, gruñen, ladran sin venir a cuento,
incluso muerden y matan.
Ocurre con ellos como con las personas, aunque tienen menos culpa. Se da entre estas últimas la misma variedad, la que va del caniche al san bernardo, del galgo al podenco, del chihuahua al bulldog. Cada persona tiene su música, como cada perro su ladrar, según su cultura y grado de desarrollo evolutivo, que nadie puede dar más de lo que tiene. Aún quedan neandertales entre nosotros, y hombres de las cavernas degenerados que ya no pintan bisontes. Ni cantan, ni sacan notas del hueso o de la caña.
Hay quien llega a tocar el violín como Paganini, la guitarra como Paco de Lucía o Martin Taylor, la batería como Dennis Chambers, el piano como List, el clarinete como Paquito D'Rivera, la trompeta como Wynton Marsalis o a cantar como Ella Fitzgerald. Sin llegar a esos extremos, que mucho hay que ser y hacer para acercarse siquiera, hay quien toca el bombo en la esforzada y digna banda de su pueblo, pone ritmo a la tonadilla con la botella de anís del mono o acompaña con sus palmas el cante o la copla. O se conforma con tocar la guitarra como yo. Cada uno hace lo que puede o sabe, que mucho cuesta en el arte llegar a hacer un poco.
Lejos de ellos, muy lejos, están esos otros especímenes asilvestrados que quedan ya fuera de la música y casi de la especie humana. Como ocurre con los perros que muerden deshonrando a los que no, los que les ladran a los pájaros, envidiosos de no ser capaces de cantar como ellos, los perros peligrosos, es decir, los mal criados, los que tienen un mal dueño. No hay perro que no se parezca a su amo. También en eso se parecen a las personas.
Por sus obras los conoceréis. Y por sus ladridos.
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