Sería muy presuntuoso por mi parte considerarme un artista.
Pero la nochevieja del 69 estaba tocando en un baile, un mes antes de cumplir
16 años en una nochevieja en el Hotel Central. Y hasta la última feria en que
se pudo, hace dos años, cuando creo recordar fue la última vez que toqué en
público. Aunque he vivido de otras cosas, la música ha sido mi vida. Al menos, lo mejor de ella.
Cincuenta años haciendo música en bolos, fiestas, bodas,
auditorios, festivales, cafés y teatros. En ese ambiente he tenido la suerte de
compartir escenario con muchas de las mejores y más valiosas personas que he
conocido. Mis amigos músicos, siempre admirados, siempre admirables. Merecen,
merecemos, mayor respeto que equiparar su oficio, su saber y sus producciones con las basuras de
este babuino engreido y faltón, jaleado por un nutrido coro de otros primates poco evolucionados.
Miles y miles de horas de trabajo, estudio, ensayo, práctica, audición, esfuerzo, gastos en discos, guitarras y demás parafernalia. Todo ello, que es inmenso, para ser un músico del montón, nada ni nadie en ese mundo de la música, del arte, un lugar para elegidos, siempre mejores que yo. La pintura o la escritura son dos aficiones a las que también he dedicado muchísimo tiempo y esfuerzos, aún con peores resultados y logros. Demasiado para, desde mi modestísima aportación al arte, no sentirme insultado al escuchar que este niñato de encefalograma plano cultural, artístico y personal, es un "artista" encarcelado por sus canciones o sus letras. Tales cosas no existen en su caso, son, lo dicho, basura, lo único que hay en su cabeza.
Me asombran la mayor parte de las defensas que escucho y leo. Y me defraudan y me indignan quienes las firman. Para los que, visto lo visto, animan y jalean a los delincuentes y hacen de Nerón viendo arder Roma, mi desprecio más absoluto, son tan criminales como los de los adoquines y las teas reponiendo vestuario en las tiendas saqueadas o atacando sedes de periódicos o agrediendo a periodistas. Hasta el Palau de la Música. Sin duda estos personajes, algunos con tratamiento de Excelentísimo Señor, llevan otra liebre que la defensa de la libertad de expresión, algo que, como el arte, les importa un carajo. Siendo grave su actitud falsaria, y en algunos casos perversa, la otra opción es que tengan cabezas igualmente desamuebladas.
Nada hay peor para una buena causa que ser defendida con argumentos y métodos depravados y por las personas inadecuadas. La verdad sufre cuando es defendida con la mentira, como la libertad con la imposición. Si algo se apoya con la violencia, seguramente nos estamos equivocando de causa o de compañía. No solo de método.
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