lunes, 13 de noviembre de 2023

Epístola amnistiante


 Mi resumen del asunto este de los pactos, acuerdos y comercios de investidura es que, en realidad, lo que ha acabado comprando a precio de oro Sánchez, una mercancía averiada, de baratillo, que ahora nos intentan revender como si delicadísimas sedas del Oriente fuesen, consiste, además de la totalidad del falso relato independentista, que en otro dondedijedigo ahora hace suyo (pobre Illa), es el modus operandi institucional de lo peor de lo perpetrado los últimos años en Cataluña: el talante de sus dirigentes, su difícil trato con la verdad, sus fabulaciones y manejos con la historia y la memoria, y su desprecio a leyes, normas, jueces y sentencias. A las mentiras propias, suma ahora el doctor Sánchez las ajenas, que hace suyas. 

En Cataluña tienen esa habilidad, que no cabe atribuir a la mala suerte, de elegir para los gobiernos a los que o son listos, pero sinvergüenzas y ladrones, o a los más tontos, los tractorícolas, sin otra virtud conocida que ser unos paletos que les lamen la oreja a sus paisanos recreándose en plan narciso y creando hechos diferenciales, a la vez que un patrimonio personal.

Hasta el momento los políticos del procés eran perseguidos por sus delitos, ya sólo por los económicos tras el traje legal a medida de la anterior componenda. Ahora el relato viene a contarnos que lo eran por sus ideas. Condenados de forma turbia, se nos sugiere, algo que no vimos en los juicios, forma ahora cuestionada y pendiente de revisar precisamente por los reos. El lawfare, que así se llama a la prevaricación judicial en otros lares, es algo que aparece en el acuerdo con Junts pero no en el texto de la ley de amnistía. Es otro palabro abracadabrante y tendencioso para usar cuando no se tenga otra cosa mejor que decir, como esa chatarra de la equidistancia, con que tantos debates ha creído cerrar quien no encontraba mejor argumento, en el caso de dar con alguno. Si algún caso se ha dado, denúnciese y persígase en sede judicial, a la luz, no se sugiera en oscuros despachos. Intentar llevar al Parlamento el cuestionamiento de sentencias adversas, como Junts pretendía y el negociador del gobierno, en principio asumió, sería un paso más, tal vez el definitivo, en el vaciamiento del poder judicial, la separación de poderes y el mismo estado de derecho. Consideran que eso del lawfare, la supuesta prevaricación judicial, asombrosamente admitida por el gobierno de España en el pacto con Puigdemont publicado, sea sinónimo de esa otra entelequia que llaman judicialización de la política, cuyo antónimo real y tangible es la impunidad del gremio. Una infamia, un sindiós. Leo en el texto de la amnistía, publicado hace un momento, que evitan por fin las referencias a esa palabra, respondiendo a las quejas unánimes del poder judicial, lo que muestra que ese poder es nuestra última esperanza y que por eso es el principal enemigo a batir por delincuentes y aspirantes a dictadores.

Las actuaciones y la penosidad de los argumentos que aparecen en la gestación de estos desaguisados legales hacen dudar de virtudes y convicciones anteriormente escenificadas. Esto es algo de especial gravedad, demoledor para todos los reyes hoy desnudos que han vivido mucho tiempo mirando por encima del hombro y exhibiendo una superioridad moral que ahora vemos derrumbarse. Demasiado elásticos han resultado ser su ética y sus valores como para seguir pensando que tienen esas cosas. Predicando falsamente (¡No merecemos un gobierno que nos mienta, decían!) que, además de venir a acabar con una corrupción del gremio que ahora se santifica y se intenta perdonar retorciendo las leyes en los despachos, se buscaba la concordia y el llevarse bien, aunque han traído y generalizado la división en el resto del país copiando de sus interlocutores y apoyos el unilateralismo, su astucia y su desprecio a las leyes y a quien las trujo.

Han conseguido obligar a la mitad de la población a sacar las uñas para defenderse de estos abusos y desafueros. Una mitad de los españoles que no merece respeto ni consideración por su parte, que se obvia, se desprecia, se demoniza y se ataca. Una mitad que incluye al grueso de los jueces (todos menos parte de los colocados por ellos en las instituciones, seguramente en lucha interior con el derecho y con sus conciencias), fiscales, abogados del Estado, ferroviarios, Tribunal de Cuentas, inspectores y técnicos de Hacienda, diplomáticos, sin olvidar a gran parte de los dirigentes históricos de un Psoe del que hoy se avergüenzan, como a muchos que en tiempos les votamos nos ocurre. En fin, el armazón institucional del Estado en sintonía con muchísimos millones de españoles, más o menos la mitad, considerados el enemigo por quienes deberían gobernar para todos, algo que ni siquiera se les ha pasado nunca por la cabeza. Intentan de forma grosera, con concurso de la peña entregada que, como sus caudillos, parecen haber renunciado a unos principios que uno llega a dudar que tengan, y un batiburrillo de partidos, grupos, y facciones, variopintas y cada una de ellas marginal por separado, hacer pasar a media España por peligrosos fascistas.

El PNV, con menos estruendos, a la chita callando, siguen pasito a pasito marcando diferencias en lo que verdaderamente les preocupa: el dinero para ellos y sus votantes.Obsérvese cuán demoníaca astucia. El resto del país completa las pensiones de los de aquí, que con nuestras cotizaciones no alcanza porque son las más altas de España, pero, cuando las reciban, que el membrete de la transferencia dé a entender, como en todo, que los servicios y beneficios los paga el gobierno vasco. Sigamos construyendo islas de prosperidad insolidaria a escote y que paguen los de siempre, encima los malos, los centralistas, unos fachas. Nos van a quedar algunas comunidades muy chulas, que diría aquella de la sonrisa, pero en el sentido en que se usa esa palabra en las casas de lenocinio. El resto a pagar, a callar y a votar estos progresos. No se van, no, les pagamos para que se rebajen a seguir siendo españoles. De solidaridad, igualdad, progresismo y otras gilipolleces, hablaremos otro día, porque a muchísimos no les entra, no les entra.

Hablando de entrar, no entro yo en esa retórica de gobiernos ilegítimos, y menos ilegales, golpes de estado y demás exageraciones. Ni compro ese discurso del miedo que ha llevado a esta coalición tan pinturera e informe, ni tampoco el contrario, aunque, puestos a temer, habría mucho que hablar respecto a socios y apoyos indeseables, corruptos y peligrosos. Entre los buenísimos y los malísimos hay infinidad de términos medios, que el fanático reduce en dos bandos irreconciliables, presentados como insoportables, perversos. Por no hablar de derechas extremas y xenófobas incrustadas en eso que llaman el bloque progresista, que ya es abusar de las palabras. Pero si veo muchas cosas alarmantes, no existe ningún discurso de nadie que hable de un proyecto común asumible por una mayoría que sí comparte muchísimo más que los líderes que sufrimos, causantes de gran parte de nuestros peores males. Y no se salva ni cristo.

El país no se romperá, hay suficientes salvaguardas para evitarlo y los intentos de rotura serían inevitablemente muy traumáticos, incluso peligrosos. Demasiado. En el fondo, nadie tiene intención ni interés en abandonarlo, que entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero. Se vive demasiado bien de la queja, mimados y con el prestigio inmerecido de la supuesta víctima, del ofendido, siempre encontrando gracias a esas milongas quien te defienda, que su liebre lleva cada uno y abundan los que viven en la confusión. Y de ella. Mostrada descarnadamente la insolidaridad y el egoismo de algunos separatismos, la gente de Teruel, Zamora o Cáceres, y otras decenas de provincias, dejadas de la mano de Dios y de los gobiernos desde el tiempo de los romanos, se ponen a echar cuentas y eso, como es natural, abre escenarios poco esperanzadores en cuanto a la convivencia y la concordia entre territorios. Se ceba la queja, que se recompensa sea o no justa y hay gente que ya ha callado demasiado soportando los llantos y las quejas de los territorios adonde van sus dineros a parar, pues allí están las grandes industrias y proveedores de servicios.

Los nacionalistas vascos y catalanes no se irían de España ni aunque les empujaran, salvo algunos miles de dementes románticos, egoistas y fanatizados, abueletes soñadores y sus retoños pijos con el riñón bien cubierto. Pero las soluciones y acuerdos para este pacto que pronto se cometerá en nombre del progreso hacen un país más desigual e injusto y con instituciones y poderes amenazados.

La lección del autoperdón gremial de la corrupción, el gobierno y el mismo parlamento convertidos en una sastrería de trajes legales a medida de políticos que han delinquido, y el torcer el brazo a la justicia, son ejemplos funestos para el futuro, mala cosa siempre. NO parecen contemplar que otras manos podrían compartir en un futuro que intentan evitar tal amplitud de miras y puertas abiertas en este todo vale por la causa. El estado de derecho es mejor que ayer y peor que mañana. Y no se me diga eso de la renovación del CSPJ como piedra de toque de la decencia institucional que, siendo cierto, es tema ya demasiado recurrente que nadie, en el fondo, quiere arreglar. Arreglar digo, no colonizar. Por supuesto, es mi particular forma de ver las cosas, tal vez equivocada, pero de mi cosecha, no soy portavoz de nadie.

Aunque en las dudosas manifestaciones de estos días ante la sede de un partido, que no aportan nada más que crispación y excusa para permitirles intentar igualar a todos los que se les oponen y critican, tienen que enviar a diez o doce propios con cámara para conseguir encontrar a alguien con la bandera del aguilucho que mostrar en portadas y noticieros afines, símbolo que ellos necesitan mucho más que los peores manifestantes, los que la lían parda, una minoría exigua y violenta, fanática y extremista, rechazable y rechazada con abucheos por la mayoría de los quejosos asistentes. Las realizadas ayer son otra cosa, sin esas interferencias que tan bien vienen a los que estos gentíos les molestan si se reúnen en su contra. Pero es igual, seguirán diciendo a coro que en España hay diez o doce millones de fascistas, de hecho es gilipollez que leo a diario a semovientes que me ahorro calificar, pues cada día más, son muchos de ellos los que realmente parecen serlo.

Conseguido, chapeau, ya estamos nítidamente partidos en dos, dos Españas a la greña (afortunadamente mucho menos que los que las representan), que es lo que decían que querían solucionar en las dos Cataluñas existentes, también por el curioso y nada democrático sistema de ignorar a la mitad. O el caos o yo, que más vale caos propio en mano que ciento volando. ¡Sálvese el que pueda!, que la camarilla y yo ya hemos salvado el cargo, lo único importante, lo único en cuestión, milongas aparte. Ya os iréis enterando del precio, que vosotros lo vais a pagar. Ahora bien, en el pecado lleva la penitencia el presidente que si insomnios temía a causa del señor Iglesias (afortunadamente hoy fuera de la industria gubernativa, que no faltaba nadie más que él), no le arriendo las ganancias, porque pocas noches va a pegar ojo durante esta legislatura con semejantes compañías y dependencias. Desde luego, barato no nos va a salir.

Dicen haber desactivado el procés, cosa incierta; ya estaba moribundo por la aplicación de la ley, las sentencias judiciales y otros estorbos, el 155, y el propio ridículo de esa movida palaciega y elitista, que sólo con ver el cuajo mental y la catadura moral, por no hablar de la ineficiencia y mano rota de los protagonistas, ya se veía inevitable el fracaso del invento. Lo mejor hubiera sido dejarlos cocerse en su propia salsa y verlos apuñalarse entre ellos en disputa del botín hasta el día del final de la obra. A menos que algún irresponsable los resucitara momentos antes del entierro, cosa que ha venido a ocurrir gracias a la parte contratante de la segunda parte, un tahúr. Ni una palabra para un proyecto común que integre a todos los españoles, pues a ellos la mitad les sobran. Y a sus socios y apoyos, les sobran todos menos los de sus sectas o sus aldeas respectivas. Ya tenéis lo que buscabais, que no era concordia, tranquilidad, igualdad, solidaridad y justicia, hermosas palabras, sino mando en plaza, el BOE, el presupuesto y la oficina de colocación para la clientela, que de cualquier badulaque iletrado sacamos un subdirector general. Y la peña a aplaudir, a insultar al oponente, que argumentos pocos y flojitos, salvo el pues anda que tú y el que viene el lobo. Nos dice el oso pardo, mientras se afila las garras.

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