miércoles, 1 de noviembre de 2023

Epístola overtoniana


 Aconseja la prudencia contar hasta diez antes de lanzarse al ruedo de llegar a una conclusión y responder en situaciones en las que el enfado o el pasmo nos pudieran llevar a dejar al mando más al estómago que al magín. Es lo normal cuando nos hacen vivir en un mundo de palabras que poco se corresponden con los hechos, un callejón del Gato, un esperpento donde los espejos partidistas nos muestran una imagen deformada de la realidad. Se ha invertido el orden normal y conveniente de pensar, argumentar, deliberar, parlamentar, debatir, llegar a conclusiones y acuerdos y luego, sólo luego, obrar, para hacernos entrar en un torbellino de decisiones unilaterales a salto de mata, espoleados por urgencias que dan paso a imprevistas huidas hacia adelante que contradicen lo dicho y prometido. La superposición de despropósitos, cuando no abusos, siempre intentando tapar un escándalo con otro mayor, no nos da tiempo a digerir tanto sapo, aunque cierto es que han conseguido que la clientela haya llegado a tragarlos con gusto sin mayores problemas de ingesta y digestión. Por separado, cada uno de estos episodios hubiera sido un terremoto político, pero cuando los sapos bullen en la ciénaga como garbanzos en la olla, el personal no puede fijar la vista en ninguno por separado y pronto se le cruzan los ojos, desbordados y sin capacidad de atención ni tiempo para tanto. Si acaso, el debate —si es que hay algo que así pueda llamarse— se limita al postrero desaguisado y los anteriores quedan subsumidos, olvidados por unos y archivados por otros en espera de futuros ajustes de cuentas.

Dada la situación, contar hasta diez me parecía poca cosa para el caso y, antes de ponerme a escribir, mi conteo ya supera las seis cifras. Casi dos meses mordiéndome la lengua, con la que está cayendo. Pero esta tropa hace hablar a los toros de Guisando.

La necesidad del doctor Sánchez de buscar apoyos hasta debajo de las piedras —como textualmente nos amenazó— para volver a ser investido y formar gobierno le lleva a no poder prescindir de nadie de los que no sean del partido Popular o Vox. A base de minar debajo de las piedras, cavando y socavando sin respetar ni los cimientos, se va metiendo —y a todos con él— en un hoyo que se va acercando a los infiernos de la política. Aparte de su sumiso partido, ningún ser del inframundo político puede fallarle, a todos hay que satisfacer y pagar, a todos hay que dar por buenos. Algunos despistados hablan de nuevo Frente Popular, que así andamos de memoria y de conocimiento de la Historia. Poco acomodo hubieran tenido allí partidos de derechas, hasta de extrema derecha separatista, supremacistas infinitamente más cercanos al fascismo que aquellos a los que dicen combatir.

Resulta curioso, y trágico, que hayan conseguido atemorizar a gran parte del personal con la imaginaria o exagerada amenaza de una derecha y una extrema derecha, algo temible, puro fascismo, según nos cuentan, a los que acusan de tener una idea patrimonial del país, del gobierno y de las instituciones, mientras dan por sentado que nadie salvo ellos puede gobernar legítimamente y, sin pausa, van poniendo a su servicio a todas ellas. Al paso, intentan difuminar los extremismos propios, incorporados, así, al montón, a eso que voluntariosamente llaman bloque progresista, que no pocas derechas más cercanas al fascismo que PP y Vox integra, santifica y blanquea. Resulta un contubernio o amasijo coral informe que mantiene juntos pero no revueltos ingredientes que, en realidad, resultan radicalmente incompatibles, sólo unidos precariamente con la débil argamasa de sus intereses particulares. Saben que, si juntos van mal, a trompicones y a ningún sitio de provecho que no sea el particular, separados no son nada. O sacamos esto adelante tragando los sapos que sea menester —piensan todos ellos—, o cada cual a buscarse las habichuelas en otra industria —saben—.  Allí, como en un gabinete de curiosidades políticas y paleontológicas, se muestran y ofrecen especímenes variopintos, incluyendo algunos telarañosos fósiles ideológicos, herrumbrosas supervivencias de lo peor de los dos siglos pasados. Así, eso que tan eufemísticamente llaman bloque progresista —fíjate tú— alista e incorpora desde tribus que ellos y sus corifeos rotulan con el perifrástico embeleco de izquierda a la izquierda del Psoe, donde se arraciman desde totalitarios decimonónicos, maoístas, troskistas y antisistemas, algunos secuestradores y defensores de asesinos, hasta carlistones, requetés, meapilas, mafias regionales, malversadores, golpistas, y otras muestras de la carcundia patria.  Estos últimos, llave de la investidura, son más encuadrables en la derecha extrema que aquellos que señalan y utilizan como espantajos de la hispanibundia cavernícola, intentando hacer sentir un espanto que les haga a todos ellos parecer soportables. Desde luego son una buena muestra de lo que da la cepa hispana, aunque incorporen algunas variedades infectadas con la filoxera y otras miasmas políticas, de esas que los votantes, una por una, han rechazado estrepitosamente y que sólo arracimados en esa mescolanza pueden encontrar alguna posibilidad de supervivencia, aunque sea a costa de la del país.

Atribuyéndose méritos cosechados por la justicia, la ley, los tribunales, los votos y el hartazgo de los ciudadanos, dicen haber desactivado la amenaza separatista. Ese submundo ya era un pasacalles ridículo de gigantes y cabezudos desfilando ante un decorado de cartón piedra. Si acaso, han conseguido revitalizar el cadáver del santón de Waterloo, reedición del Palmar de Troya, cuando ya le estaban tomando medidas para su ataúd político e institucional. Los ves declamando sus lemas de palabras hinchadas con tan poca convicción como escasa vergüenza, que ni los suyos creen, dejando claro que ya se conforman con salvar los muebles, los suyos, los de la casa del Ampurdán, su patrimonio. Ya sólo buscan verse libres de los delitos por los que lógicamente les persigue una justicia que, a cambio de su apoyo, la parte contratante de la segunda parte desactiva con leyes a medida y anulando juicios y sentencias, algo de lo que más pronto que tarde habrán de arrepentirse. Se quiere hacer borrón y cuenta nueva de la malversación y la desobediencia al Constitucional, una vez desactivados arteramente otros delitos y desafueros aún más graves, pero de los que ya ni se habla. Por el menor de los que han cometido, cualquier otro ciudadano pararía en el trullo una buena temporada y no sería raro que de paso, queriéndolo o no, sea inevitable que esos perdones alcancen a otros delincuentes y sinvergüenzas del gremio. Veremos encaje de bolillos y tormento a las leyes en potro parlamentario. Si no fuese trágico sería una risión, un esperpento legal que muchos prestigios va a desportillar, tanto entre los actores como en la entregada claque.

No es la cárcel lo que les deseo, nada me da ni me quita verlos encerrados. Pero nunca libres e indultados sin juzgar, sin reconocer sus delitos ni asumir sus culpas, sin pedir perdón y, desde luego, inhabilitados para volver a la política en cargos de representación donde puedan seguir viviendo como califas de contar leyendas, prometer imposibles y tener al país ocupado y enfrentado con sus delirios, como desde hace demasiado tiempo ocurre. Son unos impresentables y, como la palabra indica, al menos la ley debería impedirles que, como delincuentes que son, sigan figurando en listas electorales, tomadas como escudo ante la justicia, para persistir en representarse a sí mismos. Bastante hemos soportado el abuso y el fraude de ley de incrustar como candidatos a personajes así, usando la representación política como parapeto que les salve de toda responsabilidad.

Lamentablemente, hay quien necesita sí o sí el voto de gente de esa calaña para ser presidente del gobierno y ese pequeño detalle hace ridículos ciertos discursos a posteriori que intentan argumentar que los pagos en especie a cambio de esos votos envenenados, la desactivación de la justicia para impedir que juzguen a estos delincuentes, son cosas que nos convienen a todos, cosas justas y necesarias que se harán por el bien del país y que nada tienen que ver con la investidura. Decir que, hasta necesitarlos, habían prometido que nunca cometerían tales desatinos es nostalgia de unos tiempos en los que uno creía aún que la palabra dada valía algo. Nadie da lo que no tiene, lo haya prometido o no. De forma que de vergüenza, de ética y respeto a la palabra nada cabe esperar.

Sobre la última ocurrencia, una salida de peón caminero sólo digerible por la parroquia más incondicional,  pienso que una cosa es hacer de la necesidad virtud y otra muy distinta renunciar a la virtud por una necesidad personal o partidista. El ejemplo es nefasto, tanto para la política como para la vida. La verdad es que poco ejemplares han sido nuestros próceres desde antiguo y, desde luego, a nadie se le ocurriría ponerlos como modelo en la casa ni en la escuela, lo que es mala cosa para la salud de un país. La lección moral que se deriva de ese relativismo, de esa liquidez huera muy cercana, cuando no reveladora de la falta de principios, es, en realidad, que resulta admisible renunciar a la ética en aras de la conveniencia. Es más, la moral, la idea de lo justo, como la ley y los tribunales, se diluyen, vienen a ser un estorbo, una barrera franqueable si la estrategia lo impone. La justicia, los tribunales, las sentencias, el propio estado de derecho, se convierten en obstáculos, en enemigos a batir, y grandes cosas escucharemos al coro parroquial en cuanto la justicia asome las uñas, algo inevitable y necesario. Se quiere vender que se hace para dar una satisfacción a Cataluña. Como se acostumbra en el sector, son unos más de los que han comprado la falacia nacionalista de que Cataluña son sólo los separatistas. Se les contenta estirazando de la ley, alimentando a la fiera para aplacarla un tiempo, porque hoy sus votos son necesarios, y se desprotege y se agravia al resto, a la mayoría de los catalanes. Lo demás son milongas y no cabe distraerse y perder el tiempo argumentando sobre si lo indigno es o no constitucional o conveniente.

Recordemos que el señor Puigdemont y sus secuaces son la quinta fuerza política del principado. Esquerra, la cuarta, si no me equivoco. Como vemos, menos lobos eso de hablar en nombre de Cataluña. Dar por buena esa suplantación de representatividad y someterse a sus exigencias, en contra de gran parte de la opinión pública, será para infinidad de españoles una indecencia provechosa para un partido y una persona, un intercambio de favores y pagos que permitirán formar un gobierno a gusto de muchos que hoy se tienen que tapar la nariz, mirar para otro sitio y silbar distraídamente. Pero seguirá pareciendo indecente a más de media España, como lo es para no pocos del mismo partido en que el sector en el poder y su feligresía aplauden con unanimidad norcoreana lo que sea menester. Al menos no argumenten, no insulten la inteligencia ajena recitando convicciones sobrevenidas e inesperadas, no apliquen la ventana de Overton para tenernos enredados debatiendo sobre si el canibalismo o el restablecimiento de la esclavitud serían de recibo si llegaran a ser pago necesario para una investidura. Sigan con su monólogo. Hay debates falsos que sólo con entrar en ellos ya se les da apariencia de plausibilidad, haciendo atendibles despropósitos y desafueros. Es mejor no participar en tal cosa. No hay deliberación o debate decente ni real cuando de antemano se sabe a qué conclusión hay que llegar sí o sí. Y por qué.

Esos a los que llaman fachas, más de la mitad de la población, sólo siguen opinando y diciendo lo que quienes así les insultan hasta hace días o semanas decían pensar, lo contrario de lo que ahora cacarean con fingida convicción. Aunque lo cierto es que el éxito ha sido el conseguir que sus acólitos renunciaran a la funesta manía de pensar hace ya mucho tiempo.

La Ventana de Overton



1 comentario:

  1. No tengo palabras, ni siquiera sé si seré capaz de acercarme a una urna en el hipotético caso de que hubiera elecciones. Es el mundo al revés y lo más despreciable es esa arrogante actitud que para tapar el hecho de que se han bajado los pantalones ante los enemigos de España, traten a todos los españoles como tontos de baba.

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