viernes, 30 de mayo de 2025
De las buenas noticias
viernes, 16 de mayo de 2025
Epístola tribal
En la Transición, para apuntillar a La Codorniz y hacerle la competencia a Hermano Lobo, se creó El Papus, revista de humor aún más contestataria y ácrata, donde publicaba sus viñetas el genial Oscar Ivá, azote de ese proceso de evolución política que a muchos se les antojaba corto y teatral. Lo curioso es que quien promovió y financió tan contestaria y anarquizante publicación fue el Excmo. Sr. Conde de Godó, grande de España y dueño de la Vanguardia que, por aquel entonces dejó de llamarse ‘española’. Como suele ocurrir, ser contestario vende y siempre acaba apareciendo una empresa, un grupo de amigos de la universidad o un falso profeta que consigue medrar y vivir poniendo a su nombre indignaciones y descontentos ajenos.
Recuerdo muchas de esas viñetas y lamento no haber guardado los Hermanos Lobos, Papus y Jueves de entonces. Nunca ha habido nada parecido, aunque hayan intentado resucitar esta última cabecera para vivir de rentas inmerecidas. A su lado los humoristas de hoy son insulsas hermanas de la caridad, además de bastante faltos de gracia, ingenio e independencia.
En una de esas viñetas gloriosas, Oscar Ivá relataba con sus dibujos desganados de personajes encogidos e insignificantes, pero de palabras descomunales, cómo los responsables de una expedición científica para explorar flora y fauna del mundo, costosísima y de varios años de duración, elevan sus conclusiones: “Hay la tira ‘nimalicos”.
Si hubieran recorrido mares y tierras para buscar variedades y tribus humanas, habrían dado también con un número desmesurado de esas subespecies del sapiens. Infinitamente más que países. Hay la tira de tribus. Étnicas, culturales, religiosas, ideológicas, políticas, lingüísticas o de carácter variopinto, grupos humanos unidos por diversas afinidades, no limitadas por fronteras. Esas características, ideas, preferencias o manías que les unen y conforman una identidad, a veces a martillazos, suelen basarse en las diferencias, reales, supuestas o mitológicas que les separan de todas las demás. Ser mormón, motero, coleccionista de sellos, pelirrojo, criollo, tañedor de cítara, hablante de una lengua minoritaria o militante acérrimo de un partido, de la afinidad te puede llevar razonablemente a un sentimiento de pertenencia y de solidaridad dentro del grupo. Algunos pierden el oremus y dan el paso en falso de creerse colectivamente únicos, especiales, mejores que los demás. Miembros de un pueblo elegido, que nadie se integra en un grupo para predicar su inferioridad ni para reivindicar su común estupidez.
La identidad que les une y diferencia del resto, les hace creerse mejores que los otros, y suele tomarse como fuente de derechos, dando pie a la demanda de reparaciones, pues casi siempre en sus mitologías fundacionales suele encontrarse un agravio, una pérdida, una derrota. Se unen alrededor de una queja compartida. Estas tribus artificiales, a menudo ocurrencia de profetas que se erigen en la voz y albacea del invento, vienen a llenar muchos vacíos en la autoestima y en la misma vida de los ‘aborígenes’ que integra. Es reconfortante verse acogido a un grupo para saberse mejor que los demás, diferente. Incluso perseguido, algo que realimenta y fortalece la cohesión y la fe y, sobre todo, da algo de sentido a quienes para su vida no han encontrado cosa mejor. Nos lo enseña la sociología de las sectas, las religiosas y las laicas, pues muchas de estas agrupaciones que hemos llamado hasta ahora tribus, son en realidad sectas.
Se presenta el problema de que en cada individuo sueles convivir varias de esas identidades. Uno puede ser hombre o mujer, militante de un partido o de otro, seguidor del Madrid o del Barça, ser cazador o trabajar en una protectora de animales, vegano o amante de la dieta paleolítica, conservador o anarquista, moro o cristiano, taurino o antitaurino, deportista o sedentario. Ninguna de esas opciones es incompatible entre sí, ni con la condición de listo o de imbécil, de cojo, ambidextro o tantas otras opciones circunstanciales.
Casi todas las tribus de verdad, esas que han quedado apartadas del resto de la humanidad, se creen los únicos seres humanos verdaderos. Y recelan, temen o rechazan a los intrusos, esos animales inquietantemente parecidos a ellos, pero a los que niegan la humanidad. De hecho, gran parte de los nombres con que esos grupos aislados se denominan a sí mismos vienen a significar “los hombres”, “los humanos”, una identidad excluyente que no entiende que fuera de su tribu pueda existir algo equivalente. Como los caníbales de la isla Sentinel, si alguien se acerca, lo más razonable que puede hacerse con los inhumanos invasores, es comérselos.
No hace falta irse al Índico ni a las selvas amazónicas para ver eso. En el amasijo podrido de la antigua Unión Soviética perviven tribus muy similares, aunque estos indígenas conduzcan coches o algunos vistan camisetas del Real Madrid. Lo que hace tres mil años era la Cólquida para los griegos, la tierra mitológica donde los argonautas robaron el vellocino de oro, hoy se llama Abjasia. Fueron dominados por los griegos, cuando sus habitantes se llamaban ‘abalsgoi’. De ellos hablaron Estrabón y Plinio. Fueron sometidos por romanos, bizantinos, persas y sasánidas, después por los zares rusos, los soviéticos y actualmente por Georgia, una subcontrata del zar Putin, aunque viven una ficción de independencia. Su forma de gobierno es la de república semipresidencialista unitaria, cágate lorito, aunque la presidencia esté vacante sine die, como el cargo de primer ministro. ¿Para qué disimular? Abjasia, pues, que así se llama el invento, está habitada por los pobres abjasios, como es natural y su nombre indica. Y Abjasia significa en su idioma, hoy y desde que se tiene noticia, “País de los seres humanos”.
Las ideologías y partidos políticos resultan algo no muy diferente a las demás tribus, con sus chamanes, sus mitologías, sus ritos y sus memorias fantasiosas, casos perdidos cuando al tribalismo político se le une el fanatismo nacionalista. Sectas perfectas. No les falta de nada. Muchos nacionalismos de triste recordación han negado también la humanidad a los que no eran de su etnia, parte del invento. Así parece más admisible acabar con ellos. Otros nacionalistas actuales, desacreditado el racismo explícito por criminal, lo atenúan en sus mensajes y dogmas, aunque no se privan de intentar amojonar su territorio de caza y a señalar intrusos deshumanizados. Ellos son los elegidos, el pueblo de Dios, y los otros, los de fuera, esa especie invasora, son ejemplares degenerados, perros rabiosos, una infección que pone en riesgo la genética y las esencias de la tribu. No hablo de un aborigen con un hueso atravesado en la nariz bailando la danza de la lluvia o practicando los ritos de iniciación y pertenencia a la comunidad a los que someten a los niños para pasar a ser gente. No, esas infamias son palabras de indígenas cercanos, de tribus locales, como Pujol o Torra, que el traje no civiliza, sólo disfraza, y mejor les iría el hueso que les fue el cargo.
Guardo con celo recortes de prensa, lemas, memes y otras pruebas de cargo difundidas por los más vainas y descerebrados de los activistas en redes de algunas de las tribus políticas que padecemos. Como siempre, cuanto más tonto es alguien, más se acoge a cualquier denominación de origen que lo ennoblezca, que, al menos nominalmente, supla sus carencias, y recurre a la tautología de que una palabra le dé las virtudes o los méritos que sabe que le faltan. ¡Hágase la luz! Y las luces se hicieron, pero lejos de estos acémilas engreídos, tan faltos de ellas.
La pertenencia a una secta, el calor del grupo, el disfrute de una identidad o de una marca con lustre a los que se pertenece por mera declaración, les ocupa todo el cerebro y les engalla. Uno es lo que dice ser, disparate que ha llegado a ser ley entre nosotros. Merced a una simple declaración uno pasa a convertirse en lo que se le pase por el magín ¿Por qué no declararme progresista? ¿Qué menos? Soy maravilloso, pues. Progresista, o de izquierdas, igual que podrían ser del Ku-klux-Klan, de la Gestapo o del soviet supremo. Palabras como conjuros que hacen de tarima o de hoyo. Te elevan o te hunden. Nadie presume o busca prestigio al decirse conservador o de derechas. Incluso es frecuente ver que lo niegan quienes lo son. El caso para muchos es ser de alguien o de algún lugar, siempre de los buenos, de los elegidos, de los verdaderos humanos. Es una especie de título aristocrático. Hay quien presume de dónde nació o de la tribu a la que pertenece, quien se quiere revestir con virtudes ajenas, reales o supuestas. Su valía viene determinada por la simple adscripción, se han apuntado en el club correcto, lo que viene a decir que, puestos a buscar, nada mejor que esa pertenencia han encontrado en ni para su persona, nada propio de qué envanecerse. Su tribu es la de los verdaderos seres humanos. Fuera está la inhumanidad, la barbarie, el error, los fachas y esas cosas.
Me enteré por uno de estos memes que conservo que ser de izquierdas es una condición de excelencia y beatitud que sólo se alcanza tras grandes esfuerzos, meditaciones y estudios. De Kant para arriba. Para ser de derechas, ya nos lo dicen, con ser ignorante y estar orgulloso de serlo es suficiente. Se nos supone analfabetos, pues me incluyo en el grupo inmenso que quisieran desacreditar, aunque no sea más que por no pertenecer a un club que admite a gente tan cerril como ellos. No cabe ser más gilipollas. Los especímenes que crean y difunden tales especies, poniendo esa sandez para ellos reconfortante en boca de Mary Shelley, que nunca dijo tal cosa y a la que obviamente ni han leído ni saben quién es, demuestran justamente lo contrario de lo que querían acreditar. Concedamos que, tanto en la derecha como en la izquierda, por fortuna, hay gente más lista, reflexiva, leída y culta que tales cabestros y cabestras y que otros tantos desechos de tienta de su mismo hierro, fanáticos que muestran un despotismo poco o nada ilustrado. Díme de qué presumes. Lo dicho, pobre gente que intenta elevarse, ser alguien, colgándose galones ajenos.

Viene a resultar, creo, que las elecciones las acaban decidiendo esos a los que los extremistas de todo pelaje llaman equidistantes, no pudiéndoles llamar nada peor. Los que utilizan argumentos, mejores o peores, pero propios, los que irritan a los sectarios al mirar para ambos lados con asombro e indignación, a los que son más de partido que de ideas, a esos que han demostrado que les dan lo mismo unas que otras con tal de que manden los suyos, aunque nadie sepa ya para qué.
En resumen: Hay la tira ‘nimalicos.
lunes, 12 de mayo de 2025
Filtraciones, goteras y recalos
sábado, 10 de mayo de 2025
Del latín y las neolenguas
martes, 6 de mayo de 2025
Nucleares y Cuervo Ingenuo
Una de las condiciones para que algo funcione, bien o mal,
es la de su existencia. Y una de las diferencias, no menor, que hay entre la fantasmal
comisión de expertos de la pandemia y la que ahora estudiará a quién echarle
las culpas del apagón es la esta última existe y la primera era puro ectoplasma.
A menos que se le llame así a cuatro amigos dirigidos al señor de marrón de
Gila, uno que pasaba por allí. Al final todo es una cuestión filosófica, pura
ontología.
Eso no quita para que interesadamente se quiera dirigir el
debate hacia cosas inexistentes, más dóciles y moldeables que las reales. En el
caso que nos ocupa se nos quiere desviar la atención y el criterio hacia la
inexistente oposición a las energías renovables. Nadie se opone a ellas, nadie.
Se intenta crear un marco favorable para argumentar con ventaja e intentar
salvar el relato, el honor, la cara, los votos y el sillón, deformando el
problema y presentándolo falsamente como un enfrentamiento entre nucleares y
renovables, entre fachas y progres, entre reacción y progreso, entre la
superstición de un extremo y el rechazo irracional del otro. De nuevo, nos
encontramos con que es difícil resolver un problema que no existe. Al menos
como está planteado. Los que se quiere hacer pasar por defensores a ultranza de
la energía nuclear piden simplemente que se prolongue la vida útil de las
centrales ya construidas hasta que se pueda prescindir de ellas, encontrada una
solución de almacenamiento que no ponga en peligro el sistema y el suministro.
Nadie en España propone construir más centrales nucleares, como ocurre en otros
países que no tienen la fortuna de disfrutar de tanto sol y vientos ni de haber
heredado trescientos setenta y cuatro de embalses.
Nadie se opone a las energías renovables, todos entienden
que es el futuro y una bendición para España, donde el sol pasa el invierno y
tantos turistas acuden a cargar las pilas. No faltan muchos años para que estas
energías limpias, inagotables y baratas hagan que no necesitemos otras.
Sobrarán las nucleares, no habrá que quemar gas o carbón en centrales que
quedarán obsoletas, y el agua de los pantanos podrá conservarse para mejores
usos, consumo humano y regadíos. Tenemos el problema de que no se puede almacenar
hoy por hoy gran parte de la energía sobrante y que hay momentos en que
producimos demás para lo que la red, el consumo y las circunstancias permiten.
Vamos a tener que reabrir los altos hornos para fundir acero gratis con la
energía que nos sobrará y el precio de la electricidad debería reducirse si la
vergüenza no fuese también inexistente, una vez libres de la fuga de divisas
tradicional que arruinaba el país para pagar combustibles fósiles que quemar en
las centrales de ciclo combinado. Pero antes hay que desarrollar tecnologías de
almacenamiento viables y baratas. Entonces sí, entonces sobrará todo lo demás y
se verá lo absurdo y sectario e este falso debate . Hoy por hoy no podemos
poner todos los huevos en la cesta fotovoltaica y solar. El engaño interesado
es decirnos que hay quien se opone a ella o al hidrógeno, otra vía prometedora.
Lo razonable, supersticiones aparte, es mantener unos años
más las nucleares ya instaladas activas, como no habrá más remedio que seguir
quemando gas o vaciando los pantanos en ocasiones. Todo el mundo sabe que ni la
tecnología actual ni la red eléctrica en uso permiten hoy en España un 100% de
renovables. Es cuestión del equilibrio imprescindible en todo momento entre
oferta y demanda de electricidad, que falla cuando se produce un mínimo desajuste,
como hemos tenido ocasión de comprobar y padecer y que nos explicarán en cuanto
encuentren algo que contarnos. Como en todo el mundo tienen el ojo puesto en el
caso, por eso de las barbas del vecino, en este asunto estamos expuestos a
llegar a conocer la verdad, que dará y quitará razones.
Hay autonomías, como Extremadura y Castilla-La Mancha que,
con sus pantanos, molinetas y parques solares instalados, producen mucha más
electricidad que la que consumen y necesitan. Hay otras, más industrializadas y
necesitadas de electricidad, que son totalmente dependientes de la que se
produce en otras regiones. Ya se ocuparon de que no les mancharan el territorio
con esas instalaciones que contaminan, estropean el paisaje de los abuelos o
expulsan a los habitantes de los valles, la mejor tierra cultivable que tenían.
Ya fabricamos nosotros. Vosotros cultiváis, abrís minas, nos vais mandando
materias primas baratas y energía, os tragáis los humos y, cuando hagáis falta,
ya si eso, os venís aquí como mano de obra mientras nosotros os vamos
marginando y despreciando, que nos vais a joder en ADN y el idioma.
Cataluña tiene unas centrales nucleares (no el país vasco,
que lo evitaron a tiros) que le suministran la mitad de la energía que
consumen. Renovables tienen pocas, cuanto más lejos mejor, que los molinos les
recuerdan al Quijote, que viene a ser como los toros de Domecq o los tricornios
e inquietan el espíritu del país. Lo malo es que la tecnología y la industria
van a requerir cantidades ingentes de electricidad para el procesado de datos,
la inteligencia artificial o la recarga de las baterías de los coches, si es
que no se encuentra antes algo mejor, que sería lo deseable.
Las empresas de energía, que no sus fuentes, están ubicadas
casualmente en el País vasco, Cataluña y Madrid. La propuesta más razonable, a
mi entender y al de una mayoría, es prolongar unos años la vida útil de las
nucleares. Esta opción, salvo suicidio económico como el alemán, tiene la
suerte de ser inevitable y la desgracia de ser la postura defendida por el PP,
por los fachas. Cero votos la moción, salte o raje. Pero nos vamos a divertir
cuando Junts y ERC por una parte, y PNV por la otra, apoyen lo que por una vez
es bueno para España y bueno para las partes de ella que ellos representan,
para sus industrias y para su futuro. Los nacionalistas no pueden permitir
depender de una energía que les llega desde la metrópoli ni renunciar a los
jugosísimos beneficios de las empresas que están allí, no en Cáceres o en
Albacete, en Aragón o en Castilla, donde producimos la electricidad que ellos luego
nos venden y cobran y que sus industrias necesitan. Hay veces que o se sorbe o
se sopla, o la puta o la Ramoneta.
De forma que no sería raro ver otra caída de caballo, otro
dondedijedigo y de reírnos hasta el desternille ante los esfuerzos de obispos,
feligreses y acólitos por defender mañana lo que hoy rechazan. Ya están hechos
a esos vaivenes, sapos y papelones, de forma que, aparte del ridículo, poco
quebranto les va a suponer. Y no va a ser el PP quien les tuerza la mano, no,
sino sus socios, los únicos que, a cambio de esos votos que les faltan y que
las urnas les negaron, merecen ser escuchados y retribuidos. Lo que usted guste
mandar. Pongámonos cómodos a ver la función que, o mucho me equivoco, va a ser para
Premio Nacional de Artes Escénicas.
sábado, 3 de mayo de 2025
De la efímera memoria
Hay mariposas nocturnas, falenas, que tienen una vida extremadamente breve, llegando a durar sólo unos minutos, como la hembra de la efímera, la del bien puesto nombre. Luego están algunas tortugas y tiburones que, aunque llenos de mataduras y desportillos, resisten más que un mal gobierno o un dolor de muelas, que todo lo que duren es demasiado. La sal del Himalaya suele conservarse mucho más en la despensa que el pollo o las gambas fuera de la nevera en agosto.