viernes, 30 de mayo de 2025

De las buenas noticias

(Ilustración: 'Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo' (1862), cuadro de Antonio Gisbert Pérez (réplica en el Museo del Prado).
Mis estáticos paseos matutinos por las avenidas y los callejones de la prensa, nacional y extranjera, me dan pocas alegrías. Es terreno casi intransitable. Mejor ponerse a cuidar las plantas. O se refugia uno en el arte, la pintura, la música o la literatura para buscar contento. Creyendo hablar de política, en realidad, ha acabado uno de crítico teatral. Y eso que las obras estrenadas en las últimas temporadas son de poco fuste. Unas de capa y espada, calderonianas; otras sainetes de corrala o de patio de vecinos, comedias de costumbres o adaptaciones de novelas picarescas. Hasta abunda el teatrillo de guiñol, con sus títeres, sus marionetas, sus brujas y sus tarascas, sus gigantes, demonuelos, bandidos y piratas. Vamos de malos plagios del ‘Médico de su honra’ a 'El mejor alcalde, el rey', de las nuevas adaptaciones de 'La Celestina' a ‘El sí de las niñas’, del ‘Aguacil alguacilado’ a los nuevos episodios de ‘El Pícaro’. Los separatistas están en horas bajas y ya hace que no estrenan ningún auto sacramental ni ninguna mala copia de los 'Sueños de una noche de verano' de Shakespeare. Malos los guionistas; peor el elenco de actores y figurantes, si cabe. Muy de tercera fila, simples malditos vociferando y buscándose la vida, desechos de tienta del oficio para sus marionetas y teatrillos de cachiporra. El único que cumple y da la talla es el apuntador, elemento principal de todas los libretos que se estrenan en la villa y corte y luego se representan en provincias. Un dolor este mundo de la escena. En tiempos se contrataba a la claque para aplaudir mercenariamente desde el gallinero lo escrito para el respetable. Incluso para el público. Hoy ya se escribe directamente para la claque, que llena y acapara las butacas del teatro, mientras la gente normal pasa de largo. Demos gracias por ello.
Aparte de la ciencia, con sus avances y progresos, estos sí sólidos y reales, poco encuentra uno en los papeles y mentideros que le levante el ánimo, salvo algunos artículos serios, de esos que no lee nadie, no sea cosa qué. Ya estamos acostumbrados a que sea la cola la que mueve al perro y a que el apuntador haya salido de su concha y lo veamos sin tapujos pulular soplando los parlamentos en la oreja de todos los actores y actorcillos con frase en la obra. Se consigue así convertir en loros, papagayos y cotorras a los nunca mejor llamados ‘portavoces’, dando por hecho que, más que propia y original, se trata de la voz de su amo, acreditada marca británica de grabaciones discográficas, creada en 1901. Podrían recurrir a sus servicios, grabar en vinilo el argumentario y ya tenían el trabajo de portavocía y prensa sincronizada hecho para toda la legislatura, ahorrando de paso trabajo y vergüenzas a la feligresía recacareadora. No ha sido posible, dado lo voluble de las ideas, planes y principios de los dueños de la voz. Lo grabado no valdría más que para unas pocas horas. Días, si acaso, y saben que cuanto menos quede grabado o escrito, mejor para prestigio y honor del gremio de la dramaturgia gubernamental y opositora.
Pues bien, hay dos noticias que me han levantado hoy el ánimo. Entran ambas dentro del terreno de lo milagroso. La una: los municipios de la Cerdaña, gobernados al cien por cien por munícipes independentistas, han solicitado que no se lleven a la Guardia Civil de sus pueblos. Este insospechado ataque de conocimiento se argumenta con la necesidad de dejar en buenas y fiables manos la seguridad de los vecinos, de sus vidas y haciendas, en un terreno fronterizo, montañoso, dado al trasiego de contrabandos, más de drogas, armas y billetes que de quesos, y a las nuevas formas del bandolerismo. De paso, los guardias del Seprona seguirán cuidando y protegiendo como se debe a osos, abetos y matojos, a los escasos ejemplares del desmán de los Pirineos y a los propios contribuyentes que completan la variadísima fauna local del principado.
La otra noticia es que Castilla-La Mancha, mi región y la del Quijote, la del vino y la del queso, de los llanos y de los montes, de los secanos y de los humedales, de la ironía, la resignación y la retranca, ha dado a luz un nuevo Estatuto de Autonomía. La mayor parte de los vecinos de la comarca no habían tenido siquiera noticia del embarazo, por plácido y silencioso. Nadie lo esperaba, nadie lo pidió y casi nadie se opone, que no sé si es buena cosa, pero, al menos, no montamos trifostios, no pedimos volver al feudalismo, no lloramos ni tomamos como fundacional la derrota de las Comunidades en Villalar en 1521, ni damos golpes de estado de resultas. Hay territorios que se llaman a sí mismos históricos, esos que Dios y los gobiernos desde los romanos trataron con mayor generosidad. Llegan estos llorones mimados a hablar de deudas. Al parecer, aún les debemos algo. Mejor será para ellos que no echemos cuentas y lo dejaremos aquí.
Ha sido un parto sin dolor, sin gritos ni bascas, lo que ya es para general contento. Lo inverosímil del caso, lo que será recordado por romances y cronicones, será la inaudita unanimidad y el total acuerdo entre los dos principales partidos, Psoe y PP, esos que acuden con navaja de Albacete y la boca sin lavar a las sesiones del Congreso. Para su aprobación en el Congreso de los Diputados, cogidos de la mano, intervendrán en su presentación y defensa Page, presidente de la región y mosca cojonera del señor Sánchez, el líder de la oposición, del PP, y la portavoz del grupo socialista. ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!
Tras recibir luz verde en el Pleno, la reforma estatutaria continuará con una segunda fase de tramitación a nivel estatal en las Cortes Generales. La unanimidad la rompe el voto en contra de Vox. Ellos sabrán, aunque es posible que tampoco. Otros, esos que tan eufemísticamente dicen estar a la izquierda de la izquierda de la izquierda, pero sin acercarse aún al extremo (que debe de caer por Corea del Norte), no se oponen. No pueden, porque la sabiduría de los rústicos labriegos de La Mancha les negó representación. Gracias a Dios, al sentido común y a la experiencia, desde los Comuneros, que eran los tiempos en que procedía tenerlos, tampoco tenemos separatistas entre los productos de nuestras huertas y majuelos, lo que en parte explica la paz que reina en el lugar, una de las regiones más sosegadas y sensatas de España, y en esta cámara, igualmente poco poblada. Bastan 35 escaños para representar dos o tres opiniones y sobran la mitad, para qué rellenarla de pasivos culiparlantes, pero cobrantes activos, esos que vemos que sobran y bullen en otros establecimientos y negocios similares. Menos ruido y menos gasto. Miel sobre hojuelas, postre de sartén típica del lugar. Y la miel, de los romeros y tomillos de la Alcarria o de los cerros y bosques innúmeros que nos adjudicaron en 1833 (tal vez porque no los quería nadie) cuando se crearon las provincias actuales que, por lo que toca a Albacete, fue seguramente en una borrachera del consejo de ministros.
Page, por parte del PSOE; el presidente del PP en la región, Paco Núñez; y la portavoz del Grupo Parlamentario Socialista, Ana Isabel Abengózar, han sido las personas elegidas por las Cortes regionales para presentar y defender el nuevo Estatuto de Autonomía ante el Congreso de los Diputados. Tomando la frase que Cervantes dedicó a la batalla de Lepanto, podemos decir que se trata de «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros». A ver si aprenden en otros andurriales.

© José Garrido Herráez. Albacete, mayo de 2025.

viernes, 16 de mayo de 2025

Epístola tribal

 


En la Transición, para apuntillar a La Codorniz y hacerle la competencia a Hermano Lobo, se creó El Papus, revista de humor aún más contestataria y ácrata, donde publicaba sus viñetas el genial Oscar Ivá, azote de ese proceso de evolución política que a muchos se les antojaba corto y teatral. Lo curioso es que quien promovió y financió tan contestaria y anarquizante publicación fue el Excmo. Sr. Conde de Godó, grande de España y dueño de la Vanguardia que, por aquel entonces dejó de llamarse ‘española’. Como suele ocurrir, ser contestario vende y siempre acaba apareciendo una empresa, un grupo de amigos de la universidad o un falso profeta que consigue medrar y vivir poniendo a su nombre indignaciones y descontentos ajenos.

Recuerdo muchas de esas viñetas y lamento no haber guardado los Hermanos Lobos, Papus y Jueves de entonces. Nunca ha habido nada parecido, aunque hayan intentado resucitar esta última cabecera para vivir de rentas inmerecidas. A su lado los humoristas de hoy son insulsas hermanas de la caridad, además de bastante faltos de gracia, ingenio e independencia.

En una de esas viñetas gloriosas, Oscar Ivá relataba con sus dibujos desganados de personajes encogidos e insignificantes, pero de palabras descomunales, cómo los responsables de una expedición científica para explorar flora y fauna del mundo, costosísima y de varios años de duración, elevan sus conclusiones: “Hay la tira ‘nimalicos”.

Si hubieran recorrido mares y tierras para buscar variedades y tribus humanas, habrían dado también con un número desmesurado de esas subespecies del sapiens. Infinitamente más que países. Hay la tira de tribus. Étnicas, culturales, religiosas, ideológicas, políticas, lingüísticas o de carácter variopinto, grupos humanos unidos por diversas afinidades, no limitadas por fronteras. Esas características, ideas, preferencias o manías que les unen y conforman una identidad, a veces a martillazos, suelen basarse en las diferencias, reales, supuestas o mitológicas que les separan de todas las demás. Ser mormón, motero, coleccionista de sellos, pelirrojo, criollo, tañedor de cítara, hablante de una lengua minoritaria o militante acérrimo de un partido, de la afinidad te puede llevar razonablemente a un sentimiento de pertenencia y de solidaridad dentro del grupo. Algunos pierden el oremus y dan el paso en falso de creerse colectivamente únicos, especiales, mejores que los demás. Miembros de un pueblo elegido, que nadie se integra en un grupo para predicar su inferioridad ni para reivindicar su común estupidez.

La identidad que les une y diferencia del resto, les hace creerse mejores que los otros, y suele tomarse como fuente de derechos, dando pie a la demanda de reparaciones, pues casi siempre en sus mitologías fundacionales suele encontrarse un agravio, una pérdida, una derrota. Se unen alrededor de una queja compartida. Estas tribus artificiales, a menudo ocurrencia de profetas que se erigen en la voz y albacea del invento, vienen a llenar muchos vacíos en la autoestima y en la misma vida de los ‘aborígenes’ que integra. Es reconfortante verse acogido a un grupo para saberse mejor que los demás, diferente. Incluso perseguido, algo que realimenta y fortalece la cohesión y la fe y, sobre todo, da algo de sentido a quienes para su vida no han encontrado cosa mejor. Nos lo enseña la sociología de las sectas, las religiosas y las laicas, pues muchas de estas agrupaciones que hemos llamado hasta ahora tribus, son en realidad sectas.

Se presenta el problema de que en cada individuo sueles convivir varias de esas identidades. Uno puede ser hombre o mujer, militante de un partido o de otro, seguidor del Madrid o del Barça, ser cazador o trabajar en una protectora de animales, vegano o amante de la dieta paleolítica, conservador o anarquista, moro o cristiano, taurino o antitaurino, deportista o sedentario. Ninguna de esas opciones es incompatible entre sí, ni con la condición de listo o de imbécil, de cojo, ambidextro o tantas otras opciones circunstanciales.

Casi todas las tribus de verdad, esas que han quedado apartadas del resto de la humanidad, se creen los únicos seres humanos verdaderos. Y recelan, temen o rechazan a los intrusos, esos animales inquietantemente parecidos a ellos, pero a los que niegan la humanidad. De hecho, gran parte de los nombres con que esos grupos aislados se denominan a sí mismos vienen a significar “los hombres”, “los humanos”, una identidad excluyente que no entiende que fuera de su tribu pueda existir algo equivalente. Como los caníbales de la isla Sentinel, si alguien se acerca, lo más razonable que puede hacerse con los inhumanos invasores, es comérselos.

No hace falta irse al Índico ni a las selvas amazónicas para ver eso. En el amasijo podrido de la antigua Unión Soviética perviven tribus muy similares, aunque estos indígenas conduzcan coches o algunos vistan camisetas del Real Madrid. Lo que hace tres mil años era la Cólquida para los griegos, la tierra mitológica donde los argonautas robaron el vellocino de oro, hoy se llama Abjasia. Fueron dominados por los griegos, cuando sus habitantes se llamaban ‘abalsgoi’. De ellos hablaron Estrabón y Plinio. Fueron sometidos por romanos, bizantinos, persas y sasánidas, después por los zares rusos, los soviéticos y actualmente por Georgia, una subcontrata del zar Putin, aunque viven una ficción de independencia. Su forma de gobierno es la de república semipresidencialista unitaria, cágate lorito, aunque la presidencia esté vacante sine die, como el cargo de primer ministro. ¿Para qué disimular? Abjasia, pues, que así se llama el invento, está habitada por los pobres abjasios, como es natural y su nombre indica. Y Abjasia significa en su idioma, hoy y desde que se tiene noticia, “País de los seres humanos”.

Las ideologías y partidos políticos resultan algo no muy diferente a las demás tribus, con sus chamanes, sus mitologías, sus ritos y sus memorias fantasiosas, casos perdidos cuando al tribalismo político se le une el fanatismo nacionalista. Sectas perfectas. No les falta de nada. Muchos nacionalismos de triste recordación han negado también la humanidad a los que no eran de su etnia, parte del invento. Así parece más admisible acabar con ellos. Otros nacionalistas actuales, desacreditado el racismo explícito por criminal, lo atenúan en sus mensajes y dogmas, aunque no se privan de intentar amojonar su territorio de caza y a señalar intrusos deshumanizados. Ellos son los elegidos, el pueblo de Dios, y los otros, los de fuera, esa especie invasora, son ejemplares degenerados, perros rabiosos, una infección que pone en riesgo la genética y las esencias de la tribu. No hablo de un aborigen con un hueso atravesado en la nariz bailando la danza de la lluvia o practicando los ritos de iniciación y pertenencia a la comunidad a los que someten a los niños para pasar a ser gente. No, esas infamias son palabras de indígenas cercanos, de tribus locales, como Pujol o Torra, que el traje no civiliza, sólo disfraza, y mejor les iría el hueso que les fue el cargo.

Guardo con celo recortes de prensa, lemas, memes y otras pruebas de cargo difundidas por los más vainas y descerebrados de los activistas en redes de algunas de las tribus políticas que padecemos. Como siempre, cuanto más tonto es alguien, más se acoge a cualquier denominación de origen que lo ennoblezca, que, al menos nominalmente, supla sus carencias, y recurre a la tautología de que una palabra le dé las virtudes o los méritos que sabe que le faltan. ¡Hágase la luz! Y las luces se hicieron, pero lejos de estos acémilas engreídos, tan faltos de ellas.

La pertenencia a una secta, el calor del grupo, el disfrute de una identidad o de una marca con lustre a los que se pertenece por mera declaración, les ocupa todo el cerebro y les engalla. Uno es lo que dice ser, disparate que ha llegado a ser ley entre nosotros. Merced a una simple declaración uno pasa a convertirse en lo que se le pase por el magín ¿Por qué no declararme progresista? ¿Qué menos? Soy maravilloso, pues. Progresista, o de izquierdas, igual que podrían ser del Ku-klux-Klan, de la Gestapo o del soviet supremo. Palabras como conjuros que hacen de tarima o de hoyo. Te elevan o te hunden. Nadie presume o busca prestigio al decirse conservador o de derechas. Incluso es frecuente ver que lo niegan quienes lo son. El caso para muchos es ser de alguien o de algún lugar, siempre de los buenos, de los elegidos, de los verdaderos humanos. Es una especie de título aristocrático. Hay quien presume de dónde nació o de la tribu a la que pertenece, quien se quiere revestir con virtudes ajenas, reales o supuestas. Su valía viene determinada por la simple adscripción, se han apuntado en el club correcto, lo que viene a decir que, puestos a buscar, nada mejor que esa pertenencia han encontrado en ni para su persona, nada propio de qué envanecerse. Su tribu es la de los verdaderos seres humanos. Fuera está la inhumanidad, la barbarie, el error, los fachas y esas cosas.

Me enteré por uno de estos memes que conservo que ser de izquierdas es una condición de excelencia y beatitud que sólo se alcanza tras grandes esfuerzos, meditaciones y estudios. De Kant para arriba. Para ser de derechas, ya nos lo dicen, con ser ignorante y estar orgulloso de serlo es suficiente. Se nos supone analfabetos, pues me incluyo en el grupo inmenso que quisieran desacreditar, aunque no sea más que por no pertenecer a un club que admite a gente tan cerril como ellos. No cabe ser más gilipollas. Los especímenes que crean y difunden tales especies, poniendo esa sandez para ellos reconfortante en boca de Mary Shelley, que nunca dijo tal cosa y a la que obviamente ni han leído ni saben quién es, demuestran justamente lo contrario de lo que querían acreditar. Concedamos que, tanto en la derecha como en la izquierda, por fortuna, hay gente más lista, reflexiva, leída y culta que tales cabestros y cabestras y que otros tantos desechos de tienta de su mismo hierro, fanáticos que muestran un despotismo poco o nada ilustrado. Díme de qué presumes. Lo dicho, pobre gente que intenta elevarse, ser alguien, colgándose galones ajenos.
Aunque se organicen y salmodien a coro las letanías de su parroquia para hacer más ruido y parecer multitud, las tribus extremistas resultan ser una parte pequeña de la sociedad. La peor. Es la sonoridad de las tinajas vacías. Sus fragores espantan y atemorizan a veces, pero son como esos bailes rituales y agresivos los de los maoríes, puro aspaviento y estruendo. A veces, por incomparecencia del contrario, se hacen los amos del cotarro y no conciben que nadie pueda tener otra fe y otras ideas. Pero sí que los hay, y son la mayoría, y de gente mejor.

Todos los extremistas, en su fanatismo tribal, acaban por pensar que no cabe ser más que de los suyos o de otro grupo contrario, el de los enemigos. La realidad es que existe una mayoría a la que ignoran si no es para insultarla, que es la que interpone entre ambos extremos irracionales su cordura y su aspiración a la ecuanimidad, a veces desentendida, perezosa, poco combativa. Sería esa tercera España a la que se le niega la existencia, esa enorme masa de personas no militantes, la que mira hacia todos lados y habla flojo o calla, sufriendo los abusos y desatinos de los extremos, pero que es la que siempre decide las elecciones. Su voto no es cautivo, sino variable, por eso Ciudadanos pudo ser la fuerza mayoritaria en Cataluña para luego desaparecer, allí y en el resto de España. Hizo lo mismo con otros grupos emergentes, una vez comprobada su inanidad y lo vano de sus predicaciones. Fue quien dio mayorías absolutas al Psoe y luego se las quitó para dárselas al PP. Acabarán hartándose de la fragmentación chantajista y destructiva y descartarán marginalidades oportunistas. Esto es algo que no pueden llegar a entender los que hipotecaron su criterio y su voto a un partido, al que votarán haga lo que haga, al que defenderán con razón o sin ella, con grave quebranto de su credibilidad y su consideración, con tal de que no manden los contrarios, a los que profesan un odio africano.

Viene a resultar, creo, que las elecciones las acaban decidiendo esos a los que los extremistas de todo pelaje llaman equidistantes, no pudiéndoles llamar nada peor. Los que utilizan argumentos, mejores o peores, pero propios, los que irritan a los sectarios al mirar para ambos lados con asombro e indignación, a los que son más de partido que de ideas, a esos que han demostrado que les dan lo mismo unas que otras con tal de que manden los suyos, aunque nadie sepa ya para qué.

En resumen: Hay la tira ‘nimalicos.




lunes, 12 de mayo de 2025

Filtraciones, goteras y recalos

 

A raíz de las filtraciones de las conversaciones entre el señor presidente y su exmano derecha, el antes todopoderoso ministro Ábalos, uña y carne, según Page, se monta la de dios es cristo. Presidentes autonómicos despreciados, tratados de forma iracunda, chulesca, perdiendo los papeles, (Lambán dixit) tomados por delegados de gobierno, intentando acallar sus críticas por lo civil o por lo criminal en la toma de un partido que un día tuvo un funcionamiento interno democrático, hoy convertido en un club de fans. Pero, al final, todo se acaba sabiendo. Al parecer, ya se ocupa Ábalos de que se sepa, una estrategia personal desesperada para reducir daños en las investigaciones acerca de la corrupción suya y, ¡ay!, ajena, cercana, amplia, ya conocida o por conocer, también según Page. A algunos prendas les gustaba Andorra, a otros Suiza y a otros la República Dominicana. Mucho turista en el gremio. No es raro que los jueces sean hoy su peor problema, su peor enemigo. Siempre lo son de los que se saltan la ley, por amor al poder o al papel moneda.
Hay que seguir la prensa y, sobre todo, las redes sociales, para ver los nervios y el fanatismo desatado de esbirros, feligreses y activistas orgánicos o por libre. Voy guardando opiniones, comentarios, argumentarios, memes, bulos, acusaciones, falsedades y exageraciones de los acólitos más zarrapastrosos, de la casa o del barrio. Y, la verdad, me llegan a sorprender, no me gusta la caca que hace el nene. No diré que están cruzando líneas rojas, porque hay sujetos que nunca las han tenido. Y, lógicamente, con esa campaña de desinformación provocan una crispación desmesurada e improcedente en sus parroquias no poco arrebañadas y entre los más cafres de sus contrarios, sectarios de su misma calaña, de mentalidades paralelas. Hay cosas que nunca deberían haber dicho y tiempo tendrán los extremistas de arrepentirse. En España, como en todos sitios tenemos muchos problemas. Pero el principal, el mas grave, es el de los personajes que deberían ocuparse de solucionarlos y que más miran por su futuro que por el del país. El de sus claques tampoco es problema menor.
Trump dijo que podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y le seguirían votando. Otros no lo dicen, pero lo piensan. Y no sin razón.

sábado, 10 de mayo de 2025

Del latín y las neolenguas

 

Mi comentario, divagador, elucubrante, largo y desparramado, a un artículo de Lola Pons en El País, que habla algo del Vaticano y más del latín y de la diferencia entre haber y tener. Siempre está bien escudriñar en el desportillado significado de las palabras, armas peligrosas:
«El lenguaje, siempre el lenguaje. El poder de las palabras y las palabras del poder. Controlar el lenguaje es estabular el pensamiento, como bien saben todos los totalitarismos, antiguos y nuevos, activos o anhelados. Siempre me han gustado los artículos de prensa, luego recopilados en libros como los de Lázaro Carreter o Álex Grijelmo, que se ocupan de señalarnos malos usos de las palabras. A veces por ignorancia, a menudo como forma de moldear la realidad a gusto del que las manipula y corrompe. La guerra por las palabras anticipa y a veces decide las ulteriores batallas por el poder. Perdidas las palabras, quedamos desarmados en contiendas por eso que llamamos el relato y que hoy sustituye a la realidad. Orwell se relee ahora más que nunca, no sin razón y provecho.
Con los separatismos, siempre xenófobos y supremacistas, los capitaneados por asesinos, por recogedores de nueces, por astutos o por trileros, perdimos casi siempre esas guerras. Y seguimos de derrota en derrota. No sin la colaboración de otras fuerzas y personajes no mucho mejores, fuimos dando por buenas sus palabras, sus eufemismos, sus engaños. Y así seguimos. Sin duda, una de las pocas revoluciones pendientes y necesarias es la de recuperar el verdadero valor de las palabras, única forma de reivindicar lo obvio, lo cierto. A las palabras habría que llevarlas al dique seco cada cierto tiempo para hacerles lo mismo que a los barcos: quitarles las rémoras que se les pegan y les chupan significado, librarlas de adherencias y miasmas, como esos gusanos que los marinos llaman 'broma' que se pegan al fondo para lastrarlo y arruinarlo poco a poco. Con esa limpieza, que dejaría las palabras con el brillo de las monedas recién acuñadas, luciría de nuevo el apego a la realidad frente al relato, a la verdad frente a la superstición y la fábula, a los resultados y realidades frente a las vacuas promesas en mundos mejores por venir o paraísos perdidos que restaurar, que hacer grandes de nuevo, embelecos de los que tantos han vivido para desgracia de sociedades enteras que han padecido sus delirios y recetas.
Hay ideas y valores sólidos y ciertos que se han ido volviendo inseguros y acuosos al paso que lo hacían las palabras que los nombran. Usamos las mismas palabas, pero ya no significan lo mismo, sobre todo en ciertas bocas. Así es imposible entenderse, siquiera debatir en buena lid. Ya hemos perdido si aceptamos y damos por bueno en el debate político, ni siquiera en la conversación, que, sin que se le rebata inmediatamente, alguien nos hable de recuperar lo que nunca tuvo, de volver a ser lo que nunca fue, de reconstruir países más soñados que reales, de la conveniencia de restaurar plurinacionalidades austrohúngaras, cuando no feudales, en aras del progreso y la justicia, la igualdad o la convivencia, ni de admitir que alguien pueda cobrar por fin lo que nunca le ha debido nadie, de que las fijaciones vetustas y fracasadas de algunos puedan ser presentadas como proyecto de progreso. Lo necesario es volver a llamar progresista sólo a quien realmente con sus acciones, que no con sus discursos, haya contribuido de alguna forma al progreso social, técnico, científico, económico o moral, reduciendo así drásticamente el número de los que amparados por tal palabro se engallan y se encaraman a la peana. Por su fruto se conoce al árbol. (San Lucas 6,44).
Esa palaba encandila, deslumbra, ciega. Las ideas no son avanzadas por su mera novedad (si es que siquiera son nuevas, que lo que no es tradición suele ser plagio), sino cuando permiten un verdadero avance. Ni son retrógradas todas las que son tradicionales, como no es lo mismo un mueble viejo que uno antiguo, a menos que queramos renunciar a todo lo que miles de años de progreso acumulado, de ensayo y error, de aciertos y fracasos de gente casi siempre mejor que nosotros, nos han traído hasta aquí. Se llama experiencia, y hay que filtrar, sopesar y valorar, que no es de razón repudiar un corpus sólido y funcional de valores, saberes, usos y costumbres que han acreditado su utilidad, bondad y valor por su permanencia. Es cierto que también han pervivido errores, supersticiones y desatinos. Un verdadero conservador no es un carcamal que vive en un pasado que quisiera eterno e inmutable; es el que va transformando lo existente para mejorarlo, el que hace reformas para que perdure lo que merece la pena ser conservado, que no es todo. No el que se complace en la ruina de la casa, sino el que la consolida, limpia y adecenta. La sabiduría consiste seguramente en saber discriminar qué hay que conservar y qué no y, desde luego, no es virtud de los que prefieren las demoliciones indiscriminadas y luego ya se verá. Dios y las urnas nos libren de tales orates y vendehumos.
Hemos escuchado (sin la oposición y el rechazo que merecían) emplear palabras y conceptos como ‘el pueblo’ por unos de mi pueblo, mandato popular por mi santa voluntad, democracia por imposición y trilerismo, reparación por privilegio económico injustificable, regeneración por mera alternancia en el protagonismo de abusos y corrupciones, asalto a los cielos por vertiginoso acomodo y disfrute amoral de las mieles del poder, colaborar a la gobernabilidad por pastar también del presupuesto (eso unos, otros mediante chantajes cuando hay quien por mandar se vende), memoria democrática general por memoria propia y particular, tendenciosa por definición y necesidad, deuda histórica, (debida a territorios también históricos, que los demás, los deudores y paradójicamente más pobres, no lo son, creados por Dios más tarde para reparar un olvido) por insolidaridad secular, agravio por frustración de aspiraciones desmedidas e ilusorias, listas legendarias de los reyes de territorios que ni fueron nunca independientes ni pasaron de condado… Esa entelequia morganática de la corona catalano-aragonesa, curiosamente presente en el imaginario de la izquierda republicana del principado, como fuente de derecho. Por no hablar de quien da la batalla por ganada antes de librarla consiguiendo que muchos acepten sus etiquetas para sí mismos y para todos los demás, en su mundo y en su mente maniquea de buenos y malos. A sí vemos hoy nombrarse antifascistas a muchos fascistas redomados, que nada hubieran desentonado como camisas negras de Mussolini.
Hay grandes verdades que se han banalizado interesadamente hasta que para muchos se han visto reducidas a tópicos sin valor. Queda hablar de los esperpentos del momento, del desmán o del desafuero de hoy, pero sacar a relucir principios, valores y respetos, parece remontarse a un pasado superado e indeseable. Ya está este Viriato —braman algunos— con la matraca del respeto a las formas y a las normas, con antiguallas como la lealtad, la honradez, la ecuanimidad, el honrar la palaba dada y esos estorbos. Pero hay que recordar lo olvidado, aunque parezca cosa de Pero Grullo, no dejar de repetir lo obvio, aunque irrite a quien le estorba y esgrimir la realidad aunque desespere a quien le contradice. Y no dejar de proclamar lo que uno cree verdad, arriesgándose a equivocarse por sí mismo antes que defender los errores de la tribu, sus pasajeras verdades. La vida es demasiado corta para tener la paciencia de esperar a que, con su habitual inconsistencia, en alguno de sus meandros acaben recalando en algo parecido a la razón. Eso sí, siguiendo la doctrina oficial del movimiento, mientras te llamarán facha y los más comedidos y faltos de argumentos, equidistante, creyendo que han dicho algo.
Leyendo este artículo he pensado que tal vez la solución sería recuperar el latín, sus viejas palabras, abuelas de las nuestras, que aún están limpias de las resquebrajaduras, revoques y desportillos de nuestros tiempos.

martes, 6 de mayo de 2025

Nucleares y Cuervo Ingenuo


Una de las condiciones para que algo funcione, bien o mal, es la de su existencia. Y una de las diferencias, no menor, que hay entre la fantasmal comisión de expertos de la pandemia y la que ahora estudiará a quién echarle las culpas del apagón es la esta última existe y la primera era puro ectoplasma. A menos que se le llame así a cuatro amigos dirigidos al señor de marrón de Gila, uno que pasaba por allí. Al final todo es una cuestión filosófica, pura ontología.

Eso no quita para que interesadamente se quiera dirigir el debate hacia cosas inexistentes, más dóciles y moldeables que las reales. En el caso que nos ocupa se nos quiere desviar la atención y el criterio hacia la inexistente oposición a las energías renovables. Nadie se opone a ellas, nadie. Se intenta crear un marco favorable para argumentar con ventaja e intentar salvar el relato, el honor, la cara, los votos y el sillón, deformando el problema y presentándolo falsamente como un enfrentamiento entre nucleares y renovables, entre fachas y progres, entre reacción y progreso, entre la superstición de un extremo y el rechazo irracional del otro. De nuevo, nos encontramos con que es difícil resolver un problema que no existe. Al menos como está planteado. Los que se quiere hacer pasar por defensores a ultranza de la energía nuclear piden simplemente que se prolongue la vida útil de las centrales ya construidas hasta que se pueda prescindir de ellas, encontrada una solución de almacenamiento que no ponga en peligro el sistema y el suministro. Nadie en España propone construir más centrales nucleares, como ocurre en otros países que no tienen la fortuna de disfrutar de tanto sol y vientos ni de haber heredado trescientos setenta y cuatro de embalses.

Nadie se opone a las energías renovables, todos entienden que es el futuro y una bendición para España, donde el sol pasa el invierno y tantos turistas acuden a cargar las pilas. No faltan muchos años para que estas energías limpias, inagotables y baratas hagan que no necesitemos otras. Sobrarán las nucleares, no habrá que quemar gas o carbón en centrales que quedarán obsoletas, y el agua de los pantanos podrá conservarse para mejores usos, consumo humano y regadíos. Tenemos el problema de que no se puede almacenar hoy por hoy gran parte de la energía sobrante y que hay momentos en que producimos demás para lo que la red, el consumo y las circunstancias permiten. Vamos a tener que reabrir los altos hornos para fundir acero gratis con la energía que nos sobrará y el precio de la electricidad debería reducirse si la vergüenza no fuese también inexistente, una vez libres de la fuga de divisas tradicional que arruinaba el país para pagar combustibles fósiles que quemar en las centrales de ciclo combinado. Pero antes hay que desarrollar tecnologías de almacenamiento viables y baratas. Entonces sí, entonces sobrará todo lo demás y se verá lo absurdo y sectario e este falso debate . Hoy por hoy no podemos poner todos los huevos en la cesta fotovoltaica y solar. El engaño interesado es decirnos que hay quien se opone a ella o al hidrógeno, otra vía prometedora.

Lo razonable, supersticiones aparte, es mantener unos años más las nucleares ya instaladas activas, como no habrá más remedio que seguir quemando gas o vaciando los pantanos en ocasiones. Todo el mundo sabe que ni la tecnología actual ni la red eléctrica en uso permiten hoy en España un 100% de renovables. Es cuestión del equilibrio imprescindible en todo momento entre oferta y demanda de electricidad, que falla cuando se produce un mínimo desajuste, como hemos tenido ocasión de comprobar y padecer y que nos explicarán en cuanto encuentren algo que contarnos. Como en todo el mundo tienen el ojo puesto en el caso, por eso de las barbas del vecino, en este asunto estamos expuestos a llegar a conocer la verdad, que dará y quitará razones.

Hay autonomías, como Extremadura y Castilla-La Mancha que, con sus pantanos, molinetas y parques solares instalados, producen mucha más electricidad que la que consumen y necesitan. Hay otras, más industrializadas y necesitadas de electricidad, que son totalmente dependientes de la que se produce en otras regiones. Ya se ocuparon de que no les mancharan el territorio con esas instalaciones que contaminan, estropean el paisaje de los abuelos o expulsan a los habitantes de los valles, la mejor tierra cultivable que tenían. Ya fabricamos nosotros. Vosotros cultiváis, abrís minas, nos vais mandando materias primas baratas y energía, os tragáis los humos y, cuando hagáis falta, ya si eso, os venís aquí como mano de obra mientras nosotros os vamos marginando y despreciando, que nos vais a joder en ADN y el idioma.

Cataluña tiene unas centrales nucleares (no el país vasco, que lo evitaron a tiros) que le suministran la mitad de la energía que consumen. Renovables tienen pocas, cuanto más lejos mejor, que los molinos les recuerdan al Quijote, que viene a ser como los toros de Domecq o los tricornios e inquietan el espíritu del país. Lo malo es que la tecnología y la industria van a requerir cantidades ingentes de electricidad para el procesado de datos, la inteligencia artificial o la recarga de las baterías de los coches, si es que no se encuentra antes algo mejor, que sería lo deseable.

Las empresas de energía, que no sus fuentes, están ubicadas casualmente en el País vasco, Cataluña y Madrid. La propuesta más razonable, a mi entender y al de una mayoría, es prolongar unos años la vida útil de las nucleares. Esta opción, salvo suicidio económico como el alemán, tiene la suerte de ser inevitable y la desgracia de ser la postura defendida por el PP, por los fachas. Cero votos la moción, salte o raje. Pero nos vamos a divertir cuando Junts y ERC por una parte, y PNV por la otra, apoyen lo que por una vez es bueno para España y bueno para las partes de ella que ellos representan, para sus industrias y para su futuro. Los nacionalistas no pueden permitir depender de una energía que les llega desde la metrópoli ni renunciar a los jugosísimos beneficios de las empresas que están allí, no en Cáceres o en Albacete, en Aragón o en Castilla, donde producimos la electricidad que ellos luego nos venden y cobran y que sus industrias necesitan. Hay veces que o se sorbe o se sopla, o la puta o la Ramoneta.

De forma que no sería raro ver otra caída de caballo, otro dondedijedigo y de reírnos hasta el desternille ante los esfuerzos de obispos, feligreses y acólitos por defender mañana lo que hoy rechazan. Ya están hechos a esos vaivenes, sapos y papelones, de forma que, aparte del ridículo, poco quebranto les va a suponer. Y no va a ser el PP quien les tuerza la mano, no, sino sus socios, los únicos que, a cambio de esos votos que les faltan y que las urnas les negaron, merecen ser escuchados y retribuidos. Lo que usted guste mandar. Pongámonos cómodos a ver la función que, o mucho me equivoco, va a ser para Premio Nacional de Artes Escénicas.


sábado, 3 de mayo de 2025

De la efímera memoria


 Hay mariposas nocturnas, falenas, que tienen una vida extremadamente breve, llegando a durar sólo unos minutos, como la hembra de la efímera, la del bien puesto nombre. Luego están algunas tortugas y tiburones que, aunque llenos de mataduras y desportillos, resisten más que un mal gobierno o un dolor de muelas, que todo lo que duren es demasiado. La sal del Himalaya suele conservarse mucho más en la despensa que el pollo o las gambas fuera de la nevera en agosto.

Con los errores, corrupciones, falsedades, incompetencias o infamias de la política ocurre algo parecido, aunque su pervivencia no dependa de cuestiones genéticas ni medioambientales, sino de los diferentes metros y romanas que suelen utilizar los feligreses de las distintas parroquias para medir los desmanes propios y los ajenos. El grado de endurecimiento del rostro, la esclerosis facial, se suma a otros desarreglos psicológicos y morales, sumiendo el asunto a tapar en el agujero negro de su relatividad valorativa, una elasticidad ética que llega a alterar las coordenadas espaciotemporales. Unos errores, desaciertos o delitos son enormes y eternos, los ajenos, pues los del contrario no prescriben ni se olvidan, siempre pueden sacarse a relucir y nunca dejan de arrancar aplausos y reverdecer indignaciones impostadas en la peña. Para los más cafeteros de cada parroquia, a la hora de durar, los marrones propios son gambas, los ajenos, sal de roca.
Cuando se refiere a los incumplimientos, tergiversaciones, corrupciones, tropelías o desafueros de los afines, la memoria empieza a fallar y el metro a encoger. Sus propios pufos, siempre menores, duran un par de días, tapados por el siguiente. Si este solapamiento vertiginoso que sólo mantiene en portada y candelero la última cacicada o barbaridad (aunque no tanto como quisieran) nos acaba afectando a todos, que no damos abasto a asimilar sus errores, cesiones y abusos políticos, para qué hablar de lo fugaz de la memoria de los acólitos, siempre dispuestos a perdonar y a olvidar los de los suyos de hoy mientras intentan taparlos con los ajenos de anteayer o del siglo pasado.
De esa forma, cualquier disparate, cualquier chanchullo o atropello, cualquier exceso o arbitrariedad, sea por incompetencia o por maldad, se puede traspapelar si se consigue mantener unos días el tipo con excusas y relatos, eso que en boca de otros se llaman bulos, hasta que acaezca una nueva desástrofe o se perpetre algún nuevo desmán. Ellos creen así que siempre tienen, si acaso, un solo asunto del que dar cuentas. Y se equivocan porque, a diferencia de la madre y para su desgracia, memorias hay más de una.