sábado, 3 de mayo de 2025

De la efímera memoria


 Hay mariposas nocturnas, falenas, que tienen una vida extremadamente breve, llegando a durar sólo unos minutos, como la hembra de la efímera, la del bien puesto nombre. Luego están algunas tortugas y tiburones que, aunque llenos de mataduras y desportillos, resisten más que un mal gobierno o un dolor de muelas, que todo lo que duren es demasiado. La sal del Himalaya suele conservarse mucho más en la despensa que el pollo o las gambas fuera de la nevera en agosto.

Con los errores, corrupciones, falsedades, incompetencias o infamias de la política ocurre algo parecido, aunque su pervivencia no dependa de cuestiones genéticas ni medioambientales, sino de los diferentes metros y romanas que suelen utilizar los feligreses de las distintas parroquias para medir los desmanes propios y los ajenos. El grado de endurecimiento del rostro, la esclerosis facial, se suma a otros desarreglos psicológicos y morales, sumiendo el asunto a tapar en el agujero negro de su relatividad valorativa, una elasticidad ética que llega a alterar las coordenadas espaciotemporales. Unos errores, desaciertos o delitos son enormes y eternos, los ajenos, pues los del contrario no prescriben ni se olvidan, siempre pueden sacarse a relucir y nunca dejan de arrancar aplausos y reverdecer indignaciones impostadas en la peña. Para los más cafeteros de cada parroquia, a la hora de durar, los marrones propios son gambas, los ajenos, sal de roca.
Cuando se refiere a los incumplimientos, tergiversaciones, corrupciones, tropelías o desafueros de los afines, la memoria empieza a fallar y el metro a encoger. Sus propios pufos, siempre menores, duran un par de días, tapados por el siguiente. Si este solapamiento vertiginoso que sólo mantiene en portada y candelero la última cacicada o barbaridad (aunque no tanto como quisieran) nos acaba afectando a todos, que no damos abasto a asimilar sus errores, cesiones y abusos políticos, para qué hablar de lo fugaz de la memoria de los acólitos, siempre dispuestos a perdonar y a olvidar los de los suyos de hoy mientras intentan taparlos con los ajenos de anteayer o del siglo pasado.
De esa forma, cualquier disparate, cualquier chanchullo o atropello, cualquier exceso o arbitrariedad, sea por incompetencia o por maldad, se puede traspapelar si se consigue mantener unos días el tipo con excusas y relatos, eso que en boca de otros se llaman bulos, hasta que acaezca una nueva desástrofe o se perpetre algún nuevo desmán. Ellos creen así que siempre tienen, si acaso, un solo asunto del que dar cuentas. Y se equivocan porque, a diferencia de la madre y para su desgracia, memorias hay más de una.

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