Hubo una época en que los
viajeros románticos acudían en peregrinación a España, que era el país del Oriente
más a mano, para admirar sus ruinas y observar a sus pintorescos habitantes, asombrarse ante sus
extrañas y primitivas costumbres y volver a Londres quemados por el sol
ardiente y oliendo a ajo y aceite de oliva. Aún podían en aquellos tiempos
satisfacer sus ansias de aventura recorriendo tortuosos caminos de cabras por
Sierra Morena, que de otros no los había, con la esperanza de darse a vistas con
algún aborigen ataviado como un bandolero. O visitar Mojácar y otros pueblos
del sur para ver en las calles
retorcidas asomarse a los zaguanes y celosías a mujeres embozadas por sus lutos,
sin tener que desplazarse a la lejana Arabia. Con suerte se tropezaban por esas
serranías con un bandido de verdad que les aliviaba el peso de las alforjas y
se alejaba mohíno en su mula con la faltriquera llena de billetes de su
majestad británica que luego no le tomaban para pagar la cazalla. En las mal cuidadas
y peor provistas fondas y casas de posta los arrieros aplazaban su atronadora
partida de dominó, que arrancaba astillas de las mesas, para arrebatar a aquellos
protoguiris los restos de calderilla de los bolsillos, utilizando armas de don
Heraclio Fournier, premiadas en la Exposición Universal de París de 1889, a la
sombra de un adefesio de hierros que en su momento no gustó.
Los bandoleros han cambiado
hoy en día las sierras abruptas por la comodidad de la corte y de otras villas
de importancia en la costa. Desde allí dirigen bancos, empresas de electricidad y
telefonía, carburantes y autopistas, entre otras lucrativas actividades
reguladas, pues saben que para un forajido, la competencia es el fin del
negocio. Se han comprado un traje de Armani, han cambiado el trabuco por un
teléfono móvil y, fieles a sus costumbres y su amor a las alturas, se refugian en las inaccesibles cumbres de
las urbanas cordilleras de hormigón que previamente levantaron para, encaramados
en tales cimas, como buitres acechar a sus presas. Desde los áticos roban de
forma más pulcra y menos arriesgada a toda la población, teniendo a sueldo a
quienes antes les perseguían y hoy gobiernan. Ni unos ni otros se ocultan de
ello y cuando se retiran, son recogidos amorosamente.
Desaparecidos del país aquellos tipos
ya anticuados, muchos políticos de distinto pelaje han decidido reemplazar a
esos castizos personajes para que España no pierda sus atractivos turísticos y
han conseguido convertir la piel de toro en una continua performance. Por el
momento la cosa funciona y hemos vuelto a batir record de visitantes foráneos.
Han descubierto algunos
caciques que en realidad, no hace falta gobernar, que la almendra del tema es
tener entretenido al personal. Los más nuevos en la industria, empiezan por lo
más fácil, como volver a cambiar los rótulos en las calles, pues borrar la
mención a un general, aunque mandara tropas en la batalla de las Termópilas, es
algo que siempre gusta a la peña. Siempre queda el recurso de quitarle el busto
a Pemán, la calle a Muñoz Seca, la plaza a la misma España y dedicárselos a un
actor con más méritos. Al menos más afín. No son necesarias brillantes ideas ni
realizar reformas con molla. Si la cosa va mal y no cuadran las cuentas, que es
lo suyo, siempre se puede echar la culpa al anterior mandamás diciendo que aún
fue más inútil y más ladrón, cosa casi siempre cierta, pues más años tuvieron para
depurar el sistema. Pero dando tiempo al tiempo, todo volverá a la normalidad y
habrá más cambio de caras que de formas. Ya apuntan maneras.
Aunque pudiera parecer ardua
tarea para los decanos de la política el dar con algún nuevo producto que
ofrecer a los votantes, no es así. Tienen caretas de recambio y nada les
detiene, pues ideas nunca las tuvieron. En Macondo le prendían fuego al cine al
ver redivivo al romano cuya muerte en el circo lloraron con sentidas lágrimas, reencarnado
en cuidador de vacas de Texas en otra película. Pero nosotros tenemos mayores
tragaderas y por promesa de renovación tomamos a rostros que hemos visto
volverse azules en carteles electorales pegados a los muros, anuncios de otras
vetustas y fracasadas formaciones concurrentes a los comicios de las últimas
décadas, y damos por bueno su cambio de papel y de argumento. Lo de que te
conocí ciruelo que esgrimen contra las tallas de los santos no es de aplicación
a estas reconversiones industriales aplicadas a las formaciones políticas.
Los más creativos, o más bien
los más desesperados, apremiados por la justicia que les va acorralando, cuando
las banderas ya no pueden tapar tanto, intentan huir del país con sus
camarillas, que los dineros ya los tenían fuera, cosa por otra parte no nueva.
Lo innovador, aunque tampoco lo es del todo, es querer llevarse consigo la
parte del país que con tanta finura administraron durante décadas. Y
esquilmaron. Hasta ahora les había funcionado el dar una verónica a la justicia
y a las sospechas generales, escamotear en el último momento su cuerpo con
grácil desplante y dejar las astas del Estado enfocadas a la indefensa patria
que se quiere construir. Indigno ataque, se dirá desde el palco al respetable
que por un momento duda ante la suerte. Luego en la televisión lo explicaremos
mejor. Lo malo del sistema es que no puede aplicarse muchas veces, que al
pueblo le ocurre como a esos toros resabiados y curtidos por engaños diarios en
las fiestas de muchos villorios y aldeas, que escarmientan y acaban aprendiendo a ignorar
el trapo y ya atinan al bulto. Hermosos países crearían estos trileros.
Dinamarca ni Suecia, tan de su gusto, no se fundaron, según creo, sobre pilares
tan débiles y con unos padres de la patria tan mediocres y pringados. Aunque el
jefe de la oposición más parezca el novio.
Aunque en principio destinadas
al consumo local, a su propia supervivencia en la industria gubernativa, todas
estas invenciones nacidas para confundir a los nativos, apartando su vista de
la inoperancia y de la rapiña de quien los dirige, han acabado siendo un
atractivo turístico, con lo que vuelvo al principio de mi escrito. Estos
espectáculos, carísimos para nosotros pero gratuitos para los que vienen de
fuera, complementan el sol, las playas y la gastronomía y el conjunto resulta
irresistible para quien busca emociones nuevas y exotismo en lugares cercanos y
relativamente seguros.
¿Cómo podría resistirse un
Phileas Fogg actual a acudir a un duelo a muerte en el Bernabéu entre el
general de infantería retirado, señor Monzón, y Willy Toledo? Cuando, mientras
toma su té en el Reform Club de la calle Pall Mall de Londres, lea el desafío en el periódico sale para
España echando leches.
El alcalde de Ferrol, en traje de gran gala, en la recepción a los comandantes de las fuerzas de la Otan de visita a la ciudad |
Al llegar a España, tal vez
como primer aterrizante en un aeropuerto de estrena, quizás apenado ante el
desaliño de un indigente que le mueve a ser caritativo, se sorprenderá cuando
le digan que le acaba de dar una limosna al alcalde de la ciudad. Si ve a una
tía meando en plena calle mientras se hace un selfie, sorprendido por que no
detengan a tan casposo e incívico personaje, su extrañeza se convertirá en
pasmo cuando sepa que se trata de "Miss Bragas", la jefa de comunicación del ayuntamiento de Barcelona. Podrá
incluso llevarse un meaner para el belén. Quien encaramado a una grúa tacha el
rótulo de un polideportivo en que tan noble edificio se dedicaba al actual rey
de España, no es un vándalo, sino un propio, mandado por la corporación
municipal. Quien derriba el busto de un eminente escritor gaditano en Jerez de
la Frontera, no es un iconoclasta yihadista, sino las actuales fuerzas vivas de
la ciudad de la bodegas. Si le pilla por la zona, igual llega a tiempo a ver al
Ayuntamiento de Cádiz en asamblea celebrada en una placita que huele a azahar
mientras un cabestro en poder de las uvas se caga desde la tarima en los
muertos de la Guardia Civil, respaldado por la sonrisa del alcalde. Si va al
fútbol, podrá admirar similar gesto risueño en la jeta del representante del
Estado en Cataluña, al lado del rey, mientras se silba al himno nacional. A su
música que no a su letra, pues en siglos no ha habido acuerdo para dotarle de
una que a nadie ofenda.
Si atina a venir el 12 de
octubre, día de la fiesta nacional, no hay en tan corto espacio lugar para relatar
las maravillas que se ofrecerán a su vista. Variadísimas muestras y
manifestaciones del orgullo patrio, de unidad y de honra a los antepasados que
nos regalaron glorias tales como descubrir América. En cualquier otro país del
mundo una historia como la nuestra, con más luces que sombras, sería valorada
con orgullo. Aquí no. Prefieren algunos ir al cine a recrearse en la gloriosa
historia de otros países y pasar la tarde admirando las hazañas de Buffalo
Bill. No digamos de ir al desfile que conmemora la fiesta. Preferible es que en
casa se quede quien se considere incapaz de mostrar a la bandera de todos más
respeto que la cabra de la legión. Que muchos hay.
Como nuestra cultura y nuestra
historia es algo que, no obstante, no hay que desdeñar como imán para turistas,
podrá asistir el guiri interesado en nuestro pasado a un congreso de historia
catalana. En él se le corregirán errores que la historia ha dado por ciertos, y
se le pondrá al día de los avances de la ciencia del pasado, informándole de descubrimientos tales como la
construcción de la Gran Pirámide de Keops por Jorditep, arquitecto catalán del tercer
milenio a.C, según sesudas investigaciones del preclaro Cucurrull. La corona
de Castilla mediante costosos sobornos
consiguió, tras raspar los jeroglíficos, tallar otros que en muros y pilares atribuyeran
la obra a un tal Hemiunu.
Si se desplaza a las ramblas
de Barcelona a comprobar con sus propios sus ojos la supuesta ocupación militar
que Cataluña sufre desde hace siglos, puede tener la rara suerte de ser
sobrevolado por algunos aviones militares, obviamente invadiendo su propio
país, como Romeva, miembro de la candidatura macedónico-frutal de Juntos pero
no revueltos, denunció hace poco ante
Europa. Mala credencial es no tener sentido de Estado, pero también es grave carecer
de los sentidos de la orientación ni del ridículo. Incluso, si el turista tiene
el don de la oportunidad, puede
deleitarse con la contemplación de un barbilludo desfilante que, arropado con
cuatrocientas majoretes de ambos sexos con sus varas, prietas las filas, marcha marcial hacia
un juzgado. Si, mientras el turista espera que, entre los flashes, empiecen a
echar el arroz al aire, le explican quiénes son y a qué van, posiblemente no lo
creerá. En su país, más serio que el nuestro, sólo el ingresar en un
psiquiátrico libraría a la comitiva munícipes contingentes de hacerlo en la cárcel. En todo caso dará
por bien gastado lo que costó el billete de Ryanair y a su regreso al club de
la calle Pall Mall les podrá contar a sus contertulio que España sigue siendo el
Oriente, un país sin ley y que el exotismo y la sinrazón siguen vivos.
Si ha preparado bien el viaje
y es persona avisada, no dejará de sentarse en una terraza a tomarse una
cerveza y unos pinchos cerca de un juzgado. El espectáculo es de balde. Casi da
igual en qué ciudad se encuentre. Tal vez se sorprenda que quienes acuden
esposados en su mayoría no son malcarados hampones con cicatrices de
cuchilladas en el rostro y signos de malcrianza, demacrados por las penurias, sino encorbatados
tesoreros de partidos políticos, expresidentes de comunidades autónomas, concejales
y exministros, banqueros, cupletistas, jugadores de fútbol, a una antigua cabeza
del banco mundial y a quien fue presidente de los empresarios del país. Incluso
a una hermana del rey y su esposo.
Si es observador agudo percibirá
que España es un país que continuamente exige justicia, pero que se lamenta
cuando ésta se aplica, intentando evitarlo en no pocas ocasiones. Don Quijote
ya liberaba cautivos y nosotros seguimos compadeciéndonos del criminal cuando
se le aplica la pena que sus desmanes merecen. No hay asesino o ladrón que no
encuentre apoyos y conmiseraciones y la víctima siempre ha despertado simpatías
entre el pueblo, mitad ignorante, mitad libertario. Que lo haga entre socios y
conmilitones ya es menos de extrañar. La culpa es de la justicia, siempre
inoportuna, siempre fastidiosa. Junto con la realidad son los grandes problemas
de algunos dirigentes. Quien delinque no debería quejarse de que se judicialice
su actuación. Lo peligroso es que no se hiciera.
Muchos viven de ese victimismo
y con él intentan tapar sus vergüenzas. Tanto es el descrédito que la autoridad
ha cosechado a lo largo de nuestra historia que su ejercicio siempre es mirado
con resquemor. De eso se aprovechan los más listos y sinvergüenzas. Estos
últimos siempre reclaman acogerse a fuero propio, es decir, a la excepción, al
trato de privilegio. Y normalmente lo consiguen. Tanto individuos como
colectividades.
Si no tiene a mano un juzgado,
tal vez tenga suerte en los aledaños de algún ayuntamiento y vea escenas igualmente
insólitas, con guardias civiles saliendo cargados de cajas de papeles, discos
duros que no dio tiempo a borrar o a machacar, ediles esposados, mientras un policía
local que es de la cuerda del alcalde acusado, que por eso lo tiene de jefe, denuncia
a los coches de los guardias por mal estacionados. Torrente, el brazo tonto de
la ley, actúa de nuevo. Si no tiene tal suerte, al menos verá cómo los
regidores se entretienen en poner y quitar banderas, labor que a algunos lleva más
tiempo que la administración del municipio, pues la honradez y la eficacia en
la gestión es tema menor en los debates electorales. Es mejor un ladrón o
un incompetente, incluso quien tenga ambas virtudes, pero de los nuestros. El
ingenio local, normalmente sureño, dice de tales cosas que son para alquilar
balcones.
Más raro será que coincida con
un barbado munícipe con foulard palestino que ejerce en sus ratos libres, que
son los más, de bandido generoso, mientras sale con su tropa arrastrando unos
carros con lo que han robado en el Mercadona para repartir entre los pobres. Lo
ajeno.
Desplazándose por autopistas de peaje como único usuario o en un tren ultrarrápido que acorta en muchos minutos la duración del viaje, permitiéndonos así prolongar media hora más la siesta, podrá recorrer la geografía nacional y visitar otros monumentos. Sería obligada visita la contemplación de un ascensor en medio de un bancal, que obviamente no llega a ningún sitio sino es a los infiernos, el costillar de un cetáceo antediluviano que iba para andamiaje de museo de la ciencia, obra inconclusa que se llevó los fondos que a la ciencia se le negaron, faraónicas obras por tamaño y estruendo, que no por solidez, y no al lado del Nilo, sino del Turia, que han empezado a descascarillarse de sus trencadises antes de que las hayamos pagado, que las levantamos fiadas. Podrá en Mallorca y otros lugares visitar algunos palacios, otrora casas solariegas de condeduques y marqueses, que hoy son vivienda de exconsejeros, concejales de urbanismo y expresidentes de la comunidad, aunque sólo puedan disfrutarlos en sus permisos penitenciarios. Eso demuestra la irreversible democratización de las costumbres. En algunos lugares afortunados, al volver un recodo en la calle puede toparse con un circuito de Fórmula 1, o al bajar a un sótano en Navalcarnero dar con unas grutas y galerías antiquísimas que el ayuntamiento acabó de edificar hace unos meses, minando el pueblo, en espera de verlas rebosantes de turistas.
Desplazándose por autopistas de peaje como único usuario o en un tren ultrarrápido que acorta en muchos minutos la duración del viaje, permitiéndonos así prolongar media hora más la siesta, podrá recorrer la geografía nacional y visitar otros monumentos. Sería obligada visita la contemplación de un ascensor en medio de un bancal, que obviamente no llega a ningún sitio sino es a los infiernos, el costillar de un cetáceo antediluviano que iba para andamiaje de museo de la ciencia, obra inconclusa que se llevó los fondos que a la ciencia se le negaron, faraónicas obras por tamaño y estruendo, que no por solidez, y no al lado del Nilo, sino del Turia, que han empezado a descascarillarse de sus trencadises antes de que las hayamos pagado, que las levantamos fiadas. Podrá en Mallorca y otros lugares visitar algunos palacios, otrora casas solariegas de condeduques y marqueses, que hoy son vivienda de exconsejeros, concejales de urbanismo y expresidentes de la comunidad, aunque sólo puedan disfrutarlos en sus permisos penitenciarios. Eso demuestra la irreversible democratización de las costumbres. En algunos lugares afortunados, al volver un recodo en la calle puede toparse con un circuito de Fórmula 1, o al bajar a un sótano en Navalcarnero dar con unas grutas y galerías antiquísimas que el ayuntamiento acabó de edificar hace unos meses, minando el pueblo, en espera de verlas rebosantes de turistas.
Si es viajero erudito, podrá
investigar si en la Biblioteca Nacional se conserva el libro de santa Teresa de Jesús con márgenes
envenenados con que Arrabal planeó matar a Franco mientras leyese sus páginas,
ingenuo intento, pues a la pretendida víctima no se le conocía tal afición.
Prefería su brazo incorrupto a los escritos de la santa, pero Arrabal
consideraba que, de leer algún libro, sin duda sería ese. El partido comunista
francés no lo veía tan claro y se truncó el plan. Además de que, en lo tocante
a moradas, el general prefería las de Abd-el-Krim a las de la mística
catalano-abulense. Igual encuentra en la sección de raros y curiosos la versión
original del Quijote en catalán escrita por Miquel Servent, con glosas de
Cucurrull.
Cuando crea que ya lo ha visto
todo, debe leer los periódicos y ver las televisiones, algunas de ellas dignas
de estudio, por su mezcla de Goebbels y de Fofito. Aún llegará a tiempo de
disfrutar del vídeo de Sonia Castedo, exalcaldesa de Alicante interpretando la
copla “Paco, no me toques la seta”, en referencia al intento de quitar los
hongos gigantes — 60.000 euros la cesta— que ella hizo plantar en la calle San Francisco, según unos para
dar sombra, según otros, beneficios. Como verá la altura del discurso es
excelsa.
En fin, que mientras tengamos
sol y semejante espectáculo no nos ha de faltar curro sirviendo cañas a los espectadores.
Vale.
Ja, ja, ja. Tan real como triste, pero riamos, mientras podamos, que el tiempo apremia. En Facebook más.
ResponderEliminarLa verdad es que la relidad es exagerada, casi inverosímil. Sería para no parar de reir si no nos saliesen tan caras estas funciones y decorados.
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