domingo, 28 de abril de 2024

Epístola sanchezca

No es un estadista. Para serlo hay que tener al menos algunas ideas claras, estables y consistentes acerca del Estado, que no puede ser el mero ámbito o instrumento de una ambición, incluso parcelable si fuera menester. Y, de tenerlas, no cabría en un estadista el adaptarlas para aliarse con los enemigos del propio Estado (que hasta que necesitó sus votos también eran los suyos), en aras de defenderse a sí mismo, no diremos su proyecto, porque nunca duró tal cosa más de unos meses o semanas, hasta el siguiente dondedijedigo. Porque no podemos llamar proyecto a un recorrido caracoleante, contradictorio y voluble, compendio de cesiones y pagos, mera adaptación permanente y arbitraria de las ideas pregonadas y los planes prometidos al albur de la necesidad del momento o de imposiciones de sus socios y apoyos. Le da lo mismo adónde llegar, con quién ni contra quién, con tal de llegar él al frente.

Las circunstancias le han sido adversas, es cierto, aunque siempre lo son para todos. Una pandemia, un volcán, incendios, guerras y la herencia de los desmanes y desafueros de dirigentes levantiscos, desleales y pajareros que ha intentado desactivar temporalmente por el curioso sistema de darles la razón, rehabilitarlos y perdonar sus delitos, hacerlos socios o apoyarse en ellos, proporcionándoles de forma irresponsable un escalón más alto desde donde empezar por enésima vez su proyecto —este sí inmutable— de rotura del país. Llega a ir de la mano de extremistas de izquierda y de derecha, siempre que esta última sea separatista, la única buena, para hacer imposible una alternancia que diera paso, si así lo decidieran las urnas, a una derecha nacional que falsamente engloba sin distingos en lo que llama fachosfera, es decir, media España, los malos, donde no puede haber buena gente, como sólo ellos pueden ser. Un supuesto peligro frente al que hay que construir un muro, pues pensar que llegara a gobernar no sería malo, sino inimaginable, inadmisible. Curiosa forma de evitar la polarización, respetar al que piensa distinto y aplacar los ánimos, más viniendo de quien acusa al adversario de considerar suyo el poder e ilegítimo el contrario.

Si no se hubieran dado esas circunstancias anómalas él hubiera creado o escenificado otras también excepcionales, pues gobierna a base de golpes de efecto y prefiere andar al borde del abismo en su afán por pasar a la Historia. Es y se sabe incapaz de brillar en la normalidad, en la mera gestión de los problemas reales del día a día, a menudo desatendidos, más ocupado en otros, a veces irreales, pero de más prestancia y rentabilidad electoral a corto plazo, el único que tiene en mente y maneja. Sólo en el fragor de la batalla se podría ejercer de general y de estratega, en la paz y en la normalidad su grandeza se diluye, porque no existe, y él no puede rebajarse a gestionar la normalidad. Necesita un escenario de tensión, de enfrentamiento, cuanto más disparatado mejor —ya lo dejó dicho Zapatero, su mentor, maestro y más conspicuo defensor—, pues sólo en él tienen cabida sus efectos de magia, sus trucos, cabriolas y contradicciones. Y en el fondo sólo queda su ambición, su narcisismo endiosado, que procura rodearse de una tropa mediocre, sumisa y dependiente que le permita brillar por contraste. Para ello ha desmantelado el partido, se ha deshecho de toda contestación y alternativa, lastrando el futuro y malbaratando el pasado de una organización centenaria. Los más preclaros ejemplares de entre sus acólitos cercanos, su corte hoy pasmada, no desentonarían en Corea el Norte.

Tiene labia y fachada, ya que no ideas ni fondo. No se siente sujeto a ninguna ley o norma, tradición ni costumbre, promesa o compromiso y, como tantos otros, padece ese desarreglo que le lleva a ver y reprochar a los demás su propio comportamiento y actitud, creando en su imaginación enemigos a su medida, que luego presenta como de todos. Una enfermedad que ha contagiado a los suyos y a una parte de la sociedad. Desactiva a sus peores competidores haciéndose igual que ellos; combate las ideas contrarias haciéndolas suyas y cree superar los problemas diciendo que ya no lo son, convertidos en oportunidades y vías de escape, viendo deseable hoy lo que decía combatir ayer, demostrando que nunca ha creído en nada aparte de en la providencialidad de su persona. Es más un Napoleón que un Churchil, un aventurero que un estadista, un chamán que un médico, un populista que un demócrata, un caudillo que un presidente.

Forma parte de una de las peores cosechas de políticos que España ha tenido que soportar a lo largo de la Historia, que no es poco decir. Si enfrente hubiera habido una oposición inteligente y sólida, hace tiempo que tendría que haber dejado el oficio, pues poco habría que exagerar, y menos mentir, para desnudar y ganar en las urnas al personaje, a su tropa y a unos aliados tan poco de fiar.

A estas horas andará en palacio leyendo los auspicios en los posos del café, en el vuelo de los pájaros o en las vísceras de una cabra que se habrá hecho sacrificar. Hoy, día de san Prudencio de Tarazona, no parece que haya, en principio, malos augurios. Veremos mañana, día de san Pedro Mártir. Al menos su meditada decisión acabará con el martirio al que ha sometido a sus cercanos y feligreses, inquietos por saber si tendrán que adorar a este santo o a otro, en el caso de que conserven la peana. En todo caso, entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero.

Sólo él sabe en realidad de que va esto. Por supuesto no de la apertura de diligencias contra su esposa, cosa a la que nadie había dado suficiente recorrido ni entidad hasta que se les cuenta que el señor presidente las ve de gravedad suficiente como para plantearse si le merece la pena seguir en el cargo. Muchos han pasado ya por esto y por cosas peores. Hace pocos días su vicepresidenta disfrutaba desde la impunidad del banco azul acusando a Feijoo de haber dado una subvención a su mujer, a lo que Sánchez añadió que aún había más, que ya nos irían contando. No diremos que era un bulo, pues era un error en una noticia de prensa, la que busca por allí, igual que hay otra, esta perversa y pagada por los fachas, que busca por allá. Pero no es lo mismo. ¡Cómo va a ser lo mismo, coño, que van por nosotros! ¡Meterse con la familia, nada menos que con la familia! —solloza Zapatero con el tonillo o soniquete que usa para mentir—. Precisamente los que defienden a la familia, algo que debería ser intocable, privado, una línea roja —añade. Claro está que me refiero a las nuestras, que los demás no tienen familia, honor ni corazoncito. ¡Hasta le han hecho llorar a Almodóvar, pobrecico mío! También dice que cada uno haga lo que pueda, poco o mucho, de una forma o de otra, lo que pueda. Lo mismo que dijo Aznar, aunque tampoco sea lo mismo.

Lo peor no es eso. Lo peor que que, desde salir a manifestarse hasta hacer lo que puedan, son cosas que se les pide a militantes, simpatizantes y público en general, para defender, nada más y nada menos, que a la democracia. No a Sánchez, ni al Psoe, ni al gobierno de coalición. No, a la democracia, que viene a ser lo mismo. No diremos que es una confusión, sino un disparate revelador de qué es la democracia para estos señores. La democracia son ellos, fuera de su parroquia no cabe buscarla. Llamarlo desvergüenza y despropósito es todo un ejercicio de contención.

La prensa canallesca viene publicando algunas informaciones que, al menos, merecerían haber recibido una explicación que no se ha producido. Como en otros casos, más se reprocha la imprudencia, la falta de estética y lo dudoso de ciertos comportamientos por parte de quien está cercano al poder. Nadie habla de enriquecimiento personal ni le acusa, por ahora, de que esas cartas, recomendaciones y mediaciones con empresas, siempre cercanas a un tal Koldo, supongan un tráfico de influencias punible por la ley. Nos tranquiliza el señor presidente al decirnos a cara de perro que él, a pesar de todo, confía en la justicia. Nosotros también. De forma que todos tranquilos al respecto, menos los jueces que tengan que aplicarla en según qué casos.

Unas denuncias, para más inri, fundamentadas en recortes de noticias publicadas en la prensa. ¡Fíjate tú! Encima, de la prensa canallesca, la de la ultraderecha, como El Confidencial y The Objective. Seguramente olvidan que el Watergate también empezó por un "recorte de prensa". Como el caso Gal y el Gürtel y tantos otros. Para eso, entre otras cosas está la prensa, para fiscalizar, cosa que con estas escenificaciones y veladas amenazas se quiere evitar por lo civil o por lo criminal, sobre todo en opinión de sus socios. La verdad o la mentira no dependen de la cercanía del medio que informa, al menos no siempre. El juez va llamando a los periodistas que firmaron esas informaciones, no bulos como repiten a coro, para que se reafirmen en ellas, cosa fácil porque, salvo una errónea, ya desmentida por el propio periódico que publicó la réplica de la afectada, las reuniones, contactos e intermediaciones, cartas firmadas recomendando a empresas luego generosa y merecidamente subvencionadas, son cosa cierta y probada. Lo que no lleva a pensar que sean delictivas, cosa que en otras familias, parejas, hermanos y parientes por parte de madre, se ha dado por supuesto. Quien a hierro mata a hierro muere, parece ser que han pensado en plan preventivo y, como primera providencia, antes de dar explicaciones, que parecen sencillas, se opta por esta astracanada, esta performance, este drama colectivo de un país en espera de los humores del señor presidente, que duda si le merece la pena seguir en el cargo ante tanta ingratitud. Muchos, por no ser menos, nos preguntamos si nos merece la pena tener de presidente a alguien así de imprevisible y adolescente.

Aunque la carta, más que al país o a la espantada militancia, está dedicada a los jueces, a la prensa y a una camarilla que, a su juicio, no ha puesto la suficiente carne en el asador para defender a su señora. Aunque también la ha recibido la prensa internacional. Al final, dada la irrelevancia de los motivos alegados, es universal la creencia de que tras el humo de estos fuegos fatuos, lo principal no se nos ha contado ni se nos contará. Y la imaginación es libre. 

Esta espantada inédita e improcedente le deja pocas salidas y ninguna airosa. O decir que todo ha sido un aberrunto pasajero, o pedir la confianza de la cámara, cosa con la que hasta ahora contaba, o dimitir. Sabe que decida lo que decida, sus fieles dirán que los oráculos han acertado, que eso es justo lo que había que hacer, por estas y aquellas razones, aunque elija la puerta que elija, él saldrá de esta situación esperpéntica peor que cuando nos metió en ella. También podría anunciar la convocatoria de elecciones cuando sea posible, es decir, en junio, pasados los comicios ya convocados y un año de su investidura. Él siempre ha confiado en los conejos que saca de la chistera, pero si ha llegado a pensar que esta escenificación obscena de sentimentalismo y fingida victimización le iba a reportar alguna clase de salida o beneficio, tal vez haya errado el tiro, que el problema de los magos y prestidigitadores es que, tras muchas funciones repetidas, se les conocen los trucos.

Mañana, antes y después de los redobles de tambor y tras una noche de insomnio de no pocos, a la hora imprevista, las fábricas y los talleres seguirán funcionando, las bibliotecas prestando libros, los trenes y camiones seguirán sus rutas de costumbre, los agricultores andarán en su labor, los sastres con sus paños y patrones, los repartidores en sus repartos, los artistas en sus artes, los alumnos en sus aulas y cada cual en lo suyo. A la vez, en otro mundo, rodeado de periodistas y parroquianos, observado por creyentes y gentiles, atentos los frikis de la política, algunos desocupados y bastantes jubilados, el señor presidente del gobierno de todas las Españas, la autoridad competente, cuando tenga a bien comparecer, nos dirá lo que va a ser. Y en el país, cada uno seguirá en su faena, salvo los damnificados por su decisión, que se preguntarán qué hay ahora de lo mío.