martes, 23 de marzo de 2021

Epístola de Linneo

    

—Los reptiles son unos animales, como ustedes… (Aquí una pausa para una fuerte chupada a la pipa curva cargada con picadura extra que despedía chispas y pavesas. Luego unas bufadas de humo fétido y espeso que sulfataban a la concurrencia y envolvían en nieblas las quejas de los alumnos).

 —¡Hombre, don Braulio! ¡Qué barbaridad! Y se habrá quedado usted tan ancho.

—Como ustedes saben —terminaba la frase nuestro profesor de Ciencias de 5º de bachiller en el 2. Y seguía paseándose por entre las mesas para repartir humo y ciencia. Nosotros respondíamos con risas aliviadas.

Así eran las clases de don Braulio, el Pipa por mal nombre, un excelente profesor con aspecto y atuendo de sabio inglés, despistado y con chaqueta de tweed, de esos que veíamos en las películas de la época, como el profesor de mineralogía Lidenbrock haciendo los preparativos para viajar al centro de la tierra metiéndose por la boca de un volcán en Islandia. En la película terminaban encaramados en una almadía deslizándose vertiginosamente por entre las cepas de la ladera del Estrómboli, escupidos por una erupción que no llega a chusmarrarlos.

Con quemaduras solo en la camisa y la corbata por las lavas y escorias de picadura extra que despedía su pipa volcánica, nuestro sabio aterrizó en nuestra clase de Ciencias, cosa que no es de extrañar pues compatibilizaba la docencia con su puesto de meteorólogo en la base aérea de los Llanos, cercana a la capital. ¿Qué oraje va a hacer mañana, don Braulio? Sol y moscas, o no olvidéis poneros el tapabocas que vais a coger un tabardillo para llegar al instituto. Había que atravesar, inclinados y luchando contra el viento, ese descampado siberiano y ventoso, entonces desprotegido y expuesto a la tramontana local, que desequilibra cuerpos y cabezas. Tenía don Braulio dos incisivos ligeramente levantados, una adaptación, una compuerta para mejor sujetar la pipa, que entonces se fumaba hasta en clase. En Magisterio, 1971 creo, nos dejaban hacerlo y el aula parecía un brumoso callejón de Londres. Que te sacaran a la pizarra a interrogarte y contestaras cigarrillo en mano daba una cierta seguridad y podrías disimular dudas u olvidos y rellenar los silencios con alguna calada nerviosa. Seguramente y como otros muchos cambios, este ha sido para bien, pero muestran que, salvo para la política, en aquellos años vivíamos una situación de desmierde cercano a la acracia libertaria. Berlanga más que inventar y exagerar tuvo que sujetarse, pues la realidad de la época contada tal cual rebasa con mucho lo creíble, por disparatada y surrealista. No eran nuestros institutos un melindroso y correcto campus de Standford, no.

Luego, ya vimos al principio que de eso iba la clase, nos proponía un animal y, echando mano del grueso tomo de don Salustio Alvarado, nuestro manual de Introducción a las Ciencias Naturales que aún conservo, lo clasificábamos según la taxonomía de Linneo. Un lagarto. Vamos a ver, reino animal, subreino metazoos, tipo cordados, clase vertebrados, orden reptiles, suborden lacertilia, familia squamata (escamosos), y especie lacerta lépida. Eso si el lagarto es ocelado, que si es el lagarto Jaén, el de la Malena, no sabría decir, que a este dragonzuelo no llegamos con don Braulio.

Con los contribuyentes se hace lo mismo: que si reino tal, clase cual, familia pascual, hasta llegar a lo de sapiens sapiens, que tiene tela. Es difícil clasificarlos, además de que, como algunos no se están quietos para mirarles bien sus partes, nos tenemos que limitar a observar cómo bullen, lo que hacen y cómo se explican. Por sus obras los conoceréis. Encontramos que las de unos especímenes son más evidentes que las de otros. No es lo mismo la facilidad con que se ven las de un albañil o un escultor que las del Excmo. Sr. Director General de Políticas Palanca para el cumplimiento de la Agenda 2030, por poner un caso. No sé si Arquímedes se habría dejado nombrar para el cargo.

Lo que dicen nuestros próceres y aspirantes, de sí mismos y de los demás, tiene escaso valor a efectos clasificatorios. Un científico no puede aquilatar guiado solo por trinos, gorjeos y arrumacos, y menos dejarse seducir por ellos. Escucha entre los juncos de la ribera piiirrrrituit, piiiirrrituit, dice ya está, un  pardillo, o una chocha va a ser, aparta las matas y se encuentra con un tío con una escopeta al hombro y un pito en la boca intentando engañar a los pajaricos. Para atraer votantes el sistema es muy similar. De forma zalamera, con sus cantos de sirena o de sireno, tweet a tweet van atrayendo a los semovientes hacia la urna y, de que se gilan, se la han metido doblá. Ahora aguanta cuatro años al ave. Y dale de comer, que esa clase de pájaros se alimentan de gambas de Palamós.

Clasificar es difícil, porque la fauna ofrece mucha variedad. Ya Oscar Ivá nos contaba hace decenios que, tras una expedición científica de varios años por el mundo, el informe concluía: «Hay la tira ‘nimalicos». Con la fauna política, caracterizada por su capacidad de mimetismo y enmascaramiento, aún se complica más la cosa. Los líderes políticos y sus hinchas nos confunden bajo sus pieles de cordero. Actúan como esos bichos que se disfrazan de hoja de árbol, de palito, o dibujan unos ojos falsos en los lomos o en las alas. Los hay que no se cantean hasta que ya es tarde para sus presas, como las mantis religiosas y algunas laicas: te confías y antes de que les veas las mandíbulas ya te han comido la cabeza. No respetan ni a la familia. Ni a la carnal ni a la política.

Como siempre, llamar a cada cosa por su nombre es esencial. Visto el poco acierto con que se clasifican a sí mismos y a los adversarios, unos criminales, deberíamos recuperar esas palabras, como tantas otras. ¡Hostias, tito, otro facha! ¡Por allí vuela una bandada de fascistas! ¿No hueles a azufre? —nos dice otro. Mira qué cacho de rabo le asoma a ese comunista por detrás de la trenka. ¡Uy, uy, uy, uy, este visigodo que acabamos de sacar de la excavación me parece que va a ser franquista, verás como sí! Pues se queda sin calle, por estas que son cruces.

Mejor haríamos en no dejarnos clasificar por estos Linneos. Recuperar el sentido de las etiquetas que utilizan tan arteramente. Así progresista sería quien haya producido algún tipo de progreso, no quien diga serlo, como conservador quien trabaja para mantener y mejorar lo bueno recibido, no por él sino por la sociedad entera, desechando lo malo, que no se trata de conservar solo privilegios personales o regionales. Decir liberal hoy es como decir bicho, que viene a ser no decir nada. Y hace falta reconocer a los liberales de verdad, tan escasos como necesarios. En general, acertaríamos rechazando divisiones con las que los aspirantes a pastorearnos nos quieren estabular en sus corralas antiguas, previo aborregamiento, para recuperar vuelos más altos y más libres.

Sean republicanos o monárquicos, gran parte de estos que nos dividen y nos enfrentan son zánganos que quieren ser reinas. Sólo se dedican a aumentar el número de pobladores de su colmena y acabar con las demás, siempre engordando con la jalea real, que para ellos reservan. Y pocos viajes echan para traer néctar y polen a la casa, entre otras cosas porque no saben dónde buscar, aunque pretendan dirigirnos, muchos de ellos a ninguna parte.

domingo, 21 de marzo de 2021

Epístola de los sosos pardos

    Causa extrañeza que el PSOE reivindique la insipidez de su candidato, esgrimida como un valor incluso por el propio soso. Se agradece el realismo, la sinceridad, algo que contrasta con la tradicional exhibición en campaña de virtudes que se está muy lejos de tener. Un desfile de pavos reales. Pocos llegan a tal punto de objetividad y llaneza. Con los dedos de una oreja pueden contarse los que nos advierten a tiempo de sus carencias y limitaciones. Que sepáis que carezco de palabra, contad con que os defraudaré, que donde digo Digo, diré Diego, (hasta en el BOE); que no tengo ni pajolera idea de nada de lo que se necesitaría para ejercer el cargo que pretendo; os aviso de que soy tonto, me pierden los crustáceos y los buenos caldos pagados con cargo al presupuesto, habrías de saber que mi título o mi master son falsos como moneda de cuero, que prefiero el insomnio a estar en la oposición, que Fausto a mi lado era un vendedor aficionado, y así. Se agradecería, pero no es normal, no. Algún otro caso se ha dado de tamaña sinceridad: Estoy aquí para forrarme, cosa que se dijo off the record, aunque era observación ociosa.

    El profesor Gabilondo casi consiguió hacer una ley de educación cuando el ministerio del ramo ya era solo ilusión, como la capa del dómine, pues a base de ceder o subastar competencias a los virreinatos, renunció el Estado a tener alguna propia sobre la sustancia del asunto. El ministerio, huero y semifantasmal, ya asume su incompetencia para acometer reformas profundas y necesarias, limitándose a minucias, simples detalles y brindis al sol sin entrar en la almendra del tema. Empezando por la circunstancia consentida de que lo poco que puede legislar se lo pasan por el forro las consejerías de hacer país. El tal soso tiene otros muchos valores más sustanciales y vendibles que la reconocida insulsez, entre los que no son poca cosa su talante moderado y conciliador. Parece una buena persona el señor Gabilondo. Seguro que lo es, lo que viene a resultar un problema. Justo aquello que en el mundo actual la política rechaza. Hoy estamos en la inflazón de las identidades, los agravios, las reparaciones, las correciones y otras garambainas y dejamos campo abierto para que triunfe precisamente la fauna de los incorrectos: los monos aulladores, los cocodrilos llorones, los buitres encumbrados y las lombrices en su estiércol.

   Eso de que los mansos heredarán la tierra sería creíble, si acaso, en los tiempos bíblicos, aunque al final también se vieron defraudadas tales promesas electorales. Para más inri, nombrar a los mansos en la taurina España acarrea otras connotaciones negativas. Entre otras la de ofrecer poco juego en el ruedo y la de servir solo para sujetar los bríos excesivos de otros cornúpetas, en definitiva, para conducir a los más bravos, desquiciados y levantiscos al corral. No es tarea innecesaria ni baladí.  Mala imagen la del manso, tanto liminal como subliminal. Una vez, conduciendo lentamente, arrastrando una caravana en pleno agosto por una de las carreteras con más tráfico de Europa en espera de un hueco para salir de ella hacia la izquierda, el primero de la larga fila que me pudo adelantar me llamó manso, con una larga ‘o’ final agravada por el efecto Doppler. Es lo peor que me han dicho nunca en el volante. Que yo sepa. En otras circunstancias he recibido peores piropos.

   A don Vicente del Bosque, un santo varón, lo echaron del Madrid tras conseguir muchos títulos simplemente para fichar a otro entrenador más guapo, barbilludo y mediático, un Artur Mas de la pelota, pues en realidad y como ocurre en la política, el negocio está en vender camisetas. La imagen lo es todo en el mundo del espectáculo. Y ya no hay de otro. Dios, nuestro Señor, puso las cosas en su sitio y, seguramente para impartir justicia poética y como aviso a navegantes, hizo que el soso ganara un mundial y que haya que hacer memoria para recordar al más saleroso que sustituyó a Del Bosque en el vestuario del Madrid. Espero algo semejante en la política nacional. Habrá que esperar. Señor, dame paciencia. ¡Pero dámela ya! ¡Maldito Rivera!

   Es un tema muy bonito este del libre albedrío y las intervenciones del Deus ex machina que dé un giro a la trama, vaya que sí, pero (no sé si esto lo saben en Madrid) parece ser que en la política intervienen poco los cielos, a menos que Dios utilice las elecciones como uno más de su amplio repertorio de castigos, como las plagas de langosta, las epidemias y las hambrunas. Viendo la pandemia que padecemos, las penurias derivadas y los resultados de las elecciones desde hace ya tiempo, mucho debemos haber pecado.

    Podemos pensar que en este ambiente crispado que soportamos, más centrado en los caudillismos y en las formas (en la falta de ellas) que en las propuestas, poco sitio queda aparentemente para los mansos de espíritu, los que menos levantan la voz, esos pocos que ni insultan ni descalifican, que es la norma. En primer lugar, no todos han contribuido en igual medida a la crispación actual, que en sus extremos no es exagerado llamar guerracivilista, sobre todo por parte de los más rancios y prescindibles, aunque salerosos. Ya cada uno, según gustos, mira a un lado o a otro. En ambos extremos los encontrará. Estirando tanto de la cuerda, el hastío debería provocar que deje de vender el ruido de sus batallas, el lema agresivo, la exageración (ójala sea ahora, aunque no creo, pero llegará, sin duda) y una gran mayoría opte por la cordura y el sosiego, la monotonía sin sobresaltos de la normalidad democrática, del reforzamiento, en lugar del acoso a las instituciones, un espectáculo bochornoso e indigno; por la aburrida atención a las cosas de comer. Tal vez algún día descarten los electores con sus votos a los que sobran: los de la épica de las guerras, los asaltos a los cielos o a los infiernos; a los de los ruidos y las catacumbres, a los que llaman criminales a sus oponentes (con poco, mejores que ellos), los que en sus proyectos escorados y radicales, a babor y a estribor, no cuentan con medio país. Todos esos estorban, pues son el verdadero problema, el que impide solucionar todos los demás. Para ser buen político, como para todo lo valioso y perdurable, una base esencial es ser una buena persona, lo que, viendo el percal, (una pelea de osos, hienas y buitres), nos lleva a la desesperanza.

    Sin duda cada uno de estos personajes nocivos que turban nuestros sueños tiene sus planes y sus ideales, pero las más de las veces (si de verdad existen y son confesables) quedan tapados por los truenos y relámpagos que utilizan para atraer la atención y para reclutar fieles para su culto. Provocan tormentas y tempestades y a veces ya no saben salir de ellas. Hasta se encuentran a gusto entre nublos y pedriscos. Es su hábitat, su alimento, tal vez su único objetivo. Fuera de esas turbulencias no son nadie.

   Los mortales ya están hartos de sufrir las iras de los dioses (y de los humanos endiosados que se creen héroes), aburridos de sus magias, de recitar sus letanías, de dar por buenos sus desvaríos, del coste de los sacrificios en su honor y del mantenimiento del culto en sus altares. De esas deidades que a veces (cuando se ven obligados viendo que la fe en ellos decae y merma la parroquia) se dignan a bajar airados del Olimpo, bramando entre rayos y truenos, a complicar la vida a los mortales más que a hacerles más plácida y fácil la existencia. Esperemos que sea su batalla final. Ni tienen intención ni capacidad para arreglar los males, y no son pocos los que ellos provocaron, simple juego o experimento de dioses solitarios y aburridos que se creyeron omipotentes. Llegará el momento del imperio de los sosos, de los dioses pacíficos. Pasará el de Zeus tronador, amontonador de nubes, el del rayo en la mano, tan del gusto de iluminados y profetas, sus clérigos y adoradores.

lunes, 15 de marzo de 2021

Breve sucesorio

 

¡Viva Cartagena! ¡Dejadme solo! En terrenos del cinco. O del circo. El gobierno mejora sensiblemente con esta decisión, Sánchez necesitará menos pastillas para conciliar el sueño, aunque Iglesias con una lengua aún más desatada, si cabe, va a poner los pelos de punta a la congregación. Todos se van a divertir en esta batalla de Madrid, con candidatos soberbios. Promete la cosa.

 No tiene que cambiar el tono, Él vive en eterna campaña electoral. Desde siempre se ha dedicado a venderse a sí mismo, no ha hecho nunca otra cosa. Ahora lo veremos en estado puro, catacúmbrico, épico, desmesurado. Las tendencias suicidas son cosa normal en tiempos de pestes y hambrunas.

 Siguiendo la tradición y por lo de la agenda digital, nombra heredera (ya que infanta no puede) para la vicepresidencia y para la candidatura de Podemos a las próximas generales, o tenientes coroneles. Como hizo Fraga o Aznar, entre muchos otros, por eso de diferenciarse de la casta. Luego vendrán los inscritos y las inscritas a firmar, que para eso están. O estaban. Indudablemente, le sustituye alguien mejor, pues entre su lista civil era imposible encontrar a nadie peor que él. En eso ganaremos.

Por lo pronto la presidenta de Madrid se ha apuntado el éxito de sacar a Iglesias del gobierno de España, que siempre es cosa de agradecer. Sánchez le debe una. Una vez más comprobamos que unas elecciones casi nunca van de programas, algo qde lo que ni se habla, sino de fulanismos, de máscaras, de personajes en el sentido del teatro griego. En las funciones preferimos los caracteres definidos, sin fisuras, siempre rígidos y caricaturescos. Y en las corridas nos gustan los toros bravos, los que bufan, los que rascan la arena con la pata de atrás con mirada asesina. Pobre Gabilondo. Sinceramente creo que es mejor persona que ninguno de los otros dos contendientes, ambos más del gusto del respetable, siempre amante de las emociones fuertes. Pero mucho han abonado los peores actores de esta peligrosa función el sectarismo, el exceso verbal, el frentismo y el disparate. 

 Iglesias le mandará a Errejón (el del Frente de Liberación de Judea) un twit en estos términos bíblicos:

 «…y le dijo: Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde has venido y a dónde vas? Y ella le respondió: Huyo de la presencia de mi señora Sarai. Y el ángel del Señor le dijo: Vuelve a tu señora y sométete a su autoridad. El ángel del Señor añadió: Multiplicaré de tal manera tu descendencia que no se podrá contar por su multitud.»

 ¡La que has liao, pollito murciano!


sábado, 6 de marzo de 2021

Epístola problemática

Aunque muchos son los problemas que tenemos hay unos que son más graves y urgentes que otros. Porque entre los que nos ocupan y encandilan, nos dividen y nos paralizan, suelen predominar los menos acuciantes, no pocas veces inoportunos, particulares, incluso ficticios. Tal vez uno de nuestros problemas más serios sea precisamente el empeño de empujarnos a poner el énfasis en estos últimos. Son más ideológicos, más simples y fáciles de enunciar y de entender por sus parroquias, más víscera y dogma que razón. No es necesario aportar las soluciones, entre otras cosas porque a veces no la tienen e incluso cabría plantearse si es cierto que el problema existe. De pronto nos encontramos enredados en diatribas acerca de falsas disyuntivas y sofismas, nuevos problemas, creados o imaginados por los que ni han sido ni serán nunca capaces de solucionar ninguno de los reales; dilemas y preocupaciones que no existían salvo en las cabezas y en el cerrado círculo de los que los plantean. O porque hacen gordo el caldo de su causa o, no menos a menudo, porque les permite vivir de ellos.

Lo malo es que nos centramos en debates estériles, a veces sobre hechos o asuntos muy laterales, teóricos, casi anecdóticos, desatendiendo los más reales, relevantes y comunes. Nunca enfocarán a lo que une, mejor a lo que divide y polariza, a lo que enfrenta a una mitad contra la otra, los buenos contra los malos. Nos dirán que somos así. No, son ellos, los dos bandos extremos y minoritarios de siempre, los que arrastran al resto, a la mayoría. Con unos problemas que son más suyos que generales nos colocan unas orejeras como a las caballerías para que miremos solo en la dirección que interesa al que nos las pone y ahí nos tienen dando vueltas a la noria haciéndonos creer que con ellos vamos a alguna parte. El siguiente paso es tapar por completo los ojos al animal, como a los caballos de lidia para que no vean venir al toro. Así llegamos a preocuparnos y a temer más lo que imaginamos, lo que ellos nos cuentan, que lo que realmente nos amenaza. Al final, ellos, los extremistas, los dos populismos, son nuestro gran problema. Y todo eso se hace con palabras, con lemas, con argumentos sencillos y redondos, incontestables en su simplicidad, con propuestas de bálsamos de Fierabrás y otras magias como solución a cuestiones complejas que necesitarían de acuerdos amplios más cercanos a lo real y a lo posible.

Con los ojos cegados y aturdidos por el griterío, por la oreja izquierda o por la derecha nos llegan estos mensajes que poco tienen que ver con lo que tenemos enfrente. En realidad, vengan de uno u otro extremo, el mensaje es muy similar, si no el mismo. Intercambiable, válido para un roto y para un descosido. Ahí, hablen unos o hablen otros extremos, aparecerán el no nos representan, la cosecha de indignaciones varias, unas ciertas, otras estimuladas, la invocación a brochazos de problemas ciertos para los que se sugieren difusas soluciones, siempre entorpecidas por el sistema, ese ente lejano y etéreo al que hay que combatir, siempre ajeno y confabulatorio. Es la gente, no la política, quien puede solucionarlo todo, nos dicen; sobran los farragosos trámites y formas de la democracia, se acaba sugiriendo. Alguien vendrá, alguien que no está entre vosotros, que os pondrá en vuestro sitio y que nos conducirá a la tierra prometida. La única diferencia entre uno y otro populismo es el elefante blanco al que sus conjuros invocan, al que se espera. Él nos dirá lo que tiene que pasar, lo que tiene que ser. Igual soy yo el caudillo que esperáis, vuestro mesías, vuestro salvador. Dadme el poder. Luego ya veremos.

Uno y otro de esos dos afanes totalitarios y especulares trazan una raya a partir de la cual empieza un mundo indiferenciado, proceloso, donde habita el enemigo. Es ese terreno mestizo, bastardo, tolerante, que ambos llaman o equidistante o cobarde, en el que vivimos la mayoría, en el que habita la democracia. Y ambos llevan razón, allí está su verdadero enemigo: la democracia que les gustaría destruir. Y están en ello.