viernes, 29 de marzo de 2024

Epístola palabrera y vocabularia

Habría que meterse en muchas honduras y filosofías para analizar la fe que muchos (y no los mejores) tienen en el poder de las palabras para transformar la realidad de forma rápida y casi mágica para adaptarla a su relato. Hay muchos que, como yo, creen que lo mejor que podemos hacer con ellas es dejarlas vivir por su cuenta, pues no tienen dueño ni pastor al ser una destilación secular de la sociedad. Dejar que signifiquen lo que venían significando y no jugar con las cosas de entenderse para amparar desvaríos, cobijar falacias, enmascarar ideas de difícil digestión, malversar conceptos para camuflar realidades incómodas, imponer visiones, rebautizar todo aquello que los tergiversadores son incapaces de transformar, y demás perversiones del lenguaje de sus tribus, una neolengua que intentan imponer como primer paso para conseguir la hegemonía ideológica, antesala del poder absoluto e indiscutido que tanto les gusta. Vacían el significado de muchas palabras, a menudo las más importantes, que quedan hueras y desabridas, para rellenarlas con interesadas y novedosas significaciones y sugerencias, hasta llegar a que nadie sepa ya a qué nos referimos cuando hablamos de libertad, de igualdad o de democracia, de legalidad, de concordia o de justicia. Las palabras, nacidas para entendernos, son usadas para confundir y enredar, para dividir y para enfrentar, para estabular identidades, para esconder o modelar la realidad, con un uso entre tautológico y performativo, pero siempre engañador.

Ya la constitución de 1812, la Pepa, establecía con más ingenuidad que efecto, que el amor a la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles, y asimismo el ser justos y benéficos. Dicho y hecho, unos santos varones y hembras, como desde entonces hemos podido comprobar. Ese artículo, estrictamente aplicado, habría llevado a presidio a gran parte de la población, lo que ciertamente hubiera evitado muchos males. Como resultaría arduo, costoso y problemático, se acaba optando por poner la cárcel fuera, encerrar al personal en una celda mental que usa las palabras como barrotes.

Hay muchos orates y chamanes que viven en un perpetuo hágase la luz, confiando en que sus conjuros y abracadabras modifiquen la realidad, creando una nueva. Usan las palabras como encantamientos o polvos mágicos, como especias y aderezos que disimulen lo indigesto, insípido y diluido de su caldo ideológico, un cocimiento de su cocina adanista que tiene por ingredientes la demolición de toda costumbre, uso o tradición de un pueblo al que desprecian, la falta de respeto a las leyes y la descalificación de los que las aplican, la renuncia a la verdad y el desdén a la palabra dada, el desprecio por las formas, su falta de sustancia, sus grumos y la falta de limpieza con que se ha cocinado el guiso. Ni las manos se han lavado. No es raro que estas cocciones y adobos lleguen a ser infecciosos, pura salmonela verbal que acaba afectando al cerebro de los que se habitúan a alimentarse con ellos en el recogimiento de sus conventos.

Derecho a decidir, así a granel, eufemismo que enmascara el inexistente derecho de autodeterminación; voluntad o mandato popular, como carta blanca para el mesías de turno que se considera su único intérprete y depositario; restablecer o recuperar, para referirse a conseguir lo que nunca se tuvo, a volver a ser por fin lo que nunca antes se fue; llamar nación a lo que sólo es una pequeña parte de la única existente, plurinacionalidad por disgregación, federalismo asimétrico por institucionalizar la desigualdad y el privilegio entre ciudadanos antes iguales, referirse a los bancales o a las lenguas como sujetos de derechos que se arrebatan a las personas, decir que se persigue la concordia dividiendo al país en dos bandos irreconciliables separados por un muro que ponga a unos, los condenados, a la derecha y otros, los salvos, a la izquierda de Sánchez, un dios menor encastillado en su olimpo monclovita; el ver como mayor expresión de la democracia y respeto a la voluntad popular el hacer ley de las aspiraciones y desvaríos de grupos marginales electoralmente, es decir hacer suyos a cambio de apoyos parte de programas ajenos y antes combatidos que han sido rechazados mayoritariamente en las urnas, creyendo que cincuenta hombres forman un ciempiés en el que quien acaba mandando no es la cabeza, sino los pies que andan cada uno hacia un sitio diferente. La cabeza, con tal de marchar delante, se deja llevar y ni le preocupa la ruta ni se molesta en mirar hacia dónde le empujan los de atrás. ¿Qué podría salir mal?

No he entrado en escritos anteriores a argumentar en contra de algunas leyes y medidas porque hacerlo sería aparentar que realmente se debate algo, cuando ya está todo el pescado vendido, metáfora muy apropiada para el caso. No cabe el argumento, ni a favor ni en contra, cuando estamos ante una simple e indecente transacción de impunidades a cambio de permanencia en el gobierno. Como no hay nada más, todo lo que se pudiera añadir sobra, como el discurso urdido a posteriori por los promotores y defensores de tales desafueros. No cabe jugar con las palabras, aunque poco más pueden hacer para defender sus súbitos cambios de rumbo y sus rendiciones, siguiendo los pasos y el guion de la ventana de Overton. Hacemos lo que nos conviene o se nos impone, lo que nos parecía inconcebible y prometimos que nunca haríamos, y luego ya se nos ocurrirá alguna explicación. La parroquia ya está acostumbrada y los acólitos también han perdido la vergüenza. Con su pan se la coman y las urnas dirán, cuando toque.

Tal vez una de las palabras más equívocas, maquiavélicas y arteras de las que se nos imponen y que muchos nos negamos a dar por buenas, sea la de progresista. Aquí tendríamos un problema de petición de principio. Cualquier discusión en la que se admita sin rechazo ese señuelo es estéril por tramposa. Porque exige dar a una de las partes la razón de antemano, incluso antes de enunciar su idea o su propuesta. Si en Tebas lo dicen, en Tebas lo deben de saber. Roma locuta, causa finita. Si nosotros somos el progreso, los buenos, claro queda todos los demás sois los malos, los enemigos de avances y mejoras. Todo aquello que a nosotros, los ‘progresistas’, se nos pase por el magín, por definición, es lo acertado, la luz, lo benéfico, lo moral, lo conveniente, lo que traerá el progreso, como nuestros títulos indican. A los otros os queda el error, la oscuridad, la mala intención, la estupidez, la incultura, la indecencia y la maldad. Pensamiento religioso en estado puro: la fe verdadera frente al error culpable de los idólatras, la gente del libro frente a los paganos. 

Sobran argumentos, datos, realidades, medias tintas y matices. La verdad es una e indivisible, y la tengo yo, de forma que poco queda que debatir. En cualquier conversación en la que aparezca ese embeleco habría que parar y preguntar a quien se ampara en esa capa cuándo, cuánto, cómo y en qué ha contribuido al progreso. Tanto la persona que habla como la ideología que defiende y representa, por supuesto refiriéndonos a los resultados. A los éxitos y a los fracasos, a las consecuencias, no a las teorías, los discursos y las palabras. Quedaría claro quién en la historia, con sus luces y sus sombras, ha dado lugar a espacios de libertad, de justicia y de progreso cierto y verdadero y quien, contradiciendo a sus dulces palabras y promesas invariablemente incumplidas, ha creado infiernos de opresión, miseria e injusticia. Si nos referimos al fascismo, al de verdad, una inmensa mayoría, que casi se acerca a la totalidad, lo rechaza con abominación. Sin embargo, otra ideología igualmente totalitaria y criminal, más paralela que opuesta, aún parece que puede engallarse y mostrar nombre, símbolos y proyectos sin vergüenza, dedicándose a veces con relativo éxito a intentar retocar una Historia de la que no tienen ningún motivo, ni uno solo, para estar orgullosos. Sólo pueden recordar sin sonrojo aquellos cortos episodios en que algunos antecesores dejaron de ser lo que siempre han sido, efímeros aciertos que precisamente es lo único que sus sucesores hoy les reprochan y procurar corregir. Cuidando las palabras, poniendo pie en pared cuando nos quieran engatusar con ellas, evitaríamos tener que seguir hablando por hablar, enredados y perdidos en las nieblas de un debate teológico de imposible resolución.

Sólo faltaba el sindiós de los nuevos puritanismos, las palabras de las tribus identitarias, de los populismos de uno y otro lado, lo woke y lo política y supuestamente correcto. Ahora ya estamos todos.

 

lunes, 19 de febrero de 2024

Epístola galaica

La victoria tiene cien padres, pero la derrota es huérfana. La frase es tan cierta como que el pueblo es sabio, libre y perspicaz cuando acierta a votarnos a nosotros, los buenos, pero estúpido, aborregado y torpe cuando se equivoca y vota a los contrarios, a los malos. Muchos personajes de la política nacional, siempre los más incapaces y fanáticos, pasan así del amor y el respeto al pueblo soberano al desprecio y al rechazo hacia la chusma manipulada, en sus cambiantes valoraciones y etiquetas según les va el negocio.

Las elecciones gallegas iban a ser un plebiscito que daría la puntilla a Feijoo y, a la vez, paso a un gobierno voluntariosamente tenido por progresista, comandado por una fuerza política nacionalista que iba a traer progresos tales como la inmersión lingüística —tan exitosa, justa, respetuosa y liberal como la catalana—, el triunfo de una ideología decimonónica con el disfraz de la piel de cordero habitual ya en este eterno carnaval de la política patria, en el que nadie es lo que dice ser, la creación de una policía autónoma, que hace mucha falta, el dinero sobra y crea empleo para la peña, al paso que la región ingresaría en el selecto club del chantaje al gobierno central, abuso antiguo, pero ya sin control gracias a nuestro amado presidente, que Dios guarde, si es posible en un lugar alejado de la Moncloa.

No se trata de irse de España —nadie quiere irse, mientras puedan seguir ordeñando el presupuesto, que hacer sumas y restas aún saben algunos de ellos, se trata de echar a España de sus territorios. A todo lo que huela a español, desde el toro de Domeq y las corridas, al ejército, la Policía Nacional o la Guardia Civil. Crudo lo tienen con la siesta, la tortilla de patatas, casi tanto como con la lengua común y la Historia compartidas —principales enemigos a batir, junto con la Constitución—, la mayoría de las costumbres, tradiciones y talantes, así como con un carácter y una forma de ser mucho más indistinguibles entre regiones de lo que ellos quisieran. Compartimos demasiados defectos —incluso algunas virtudes—, arraigados durante siglos de vida en común. Por eso su misión es inventar, negar la evidencia, reescribir la Historia, cultivar hechos diferenciales que no van más allá de la muñeira frente a la jota o la sardana, el ribeiro frente al jerez o los aguardientes locales. La verdad es que, para cimentar derechos, de la paella, el cocido madrileño, la fabada asturiana o la escudella i carn d’olla, poco hay que sacar. Son tan compartidas y comunes como las boinas, todas fabricadas ya en China. De ahí que usen la lengua vernácula como una bandera, un muro y un arma, no una preciosa herramienta de comunicación, sino una destilación del espíritu de los bancales, invento romántico alemán que tantas guerras y desgracias ha traído a nuestro continente. Cuando vamos, aunque sea a Portugal, y mira que nos parecemos, sabemos que hemos llegado a otro país, cosa que no ocurre vaya uno donde vaya dentro de España. Les jode, pero es así. Dentro de muchas provincias hay más diferencias que las que uno encuentra al visitar otras regiones, siendo las más relevantes las derivadas de comparar la ciudad con al mundo rural.   

Vemos los resultados en Galicia, en los que Sánchez ha sacrificado una vez más a su propio partido, dejándolo a los pies de los caballos al potenciar otro separatismo que impida la alternancia en el poder del gobierno central—presentando como indeseable y temible toda derecha no separatista—, gobernando a costa de abonar el problema más grave que tiene el país —a menudo más psiquiátrico y contable que político—, los nacionalismos localistas e insolidarios, cebando el abuso en lugar de intentar mitigarlo. Ahora, como pintan bastos, se dirá que no hay que leerlos en clave nacional, como se haría si hubieran salido oros, que el PP tiene dos escaños menos que en la anterior legislatura, que si esto, que si lo otro o el pues anda que tú. Aunque, para su disgusto, conserva una vez más la mayoría absoluta, teniendo más votos que toda la izquierda junta, única forma de gobernar para el PP, de ahí el muro que se esmeran en levantar. Si no le importa el país, menos le va a importar el partido, simple instrumento de su ambición, un juguete roto en sus manos. De Sumar y Podemos, una vez pasada la risa, sólo queda resaltar la sabiduría de los gallegos, que parecen conocerlos bien y les niegan representación en la Xunta, como a Vox. Ni suman, ni pueden, como he leído hoy por ahí. Podemos queda con menos votos que el Pacma, es decir, que no les han votado ni sus familias, tal vez ni ellos mismos, pues en ese sector, cada persona es un partido. Lo de Iglesias ya es caso aparte, que su parroquia sí que no es ya un partido sino un velatorio, y él, más que un líder episcopal, ya resulta una curiosidad, ceñuda y paranoica, pontificando y confabulando en su canal para sus contados feligreses y para risión general. Otro Palmar de Troya como el de Puigdemont. Queda declararlos a ambos dos de interés turístico y que vengan los japoneses a hacer fotos a estos brotes tan curiosos que produce la huerta política patria, con frutos que se pudren antes de estar en sazón.

Leyendo ciertos periódicos se huele la prisa por pasar página, la decepción, el enfado, hasta el asombro. Ni siquiera les ha dado resultado el enviar a las redes a los ovejos con más cuernas del rebaño a seguir difundiendo la antigua foto de Feijoo diciendo que el PP es el partido de los narcos. Entre otras cosas porque nombrar a los narcos en estos momentos, acaba trayendo al magín de los votantes episodios tan recientes y graves como poco honrosos para algunos miembros del gobierno, a pesar de que hayan intentado apagarlos pronto proscribiendo minutos de silencio en las instituciones, lutos y demás reconocimientos hacia los guardias civiles asesinados en la piragua con que Marlaska les dota para enfrentarse a la mafia de los traficantes de coca.

Ni siquiera ha influido la torpeza del ‘off the record' de Feijoo, dando pie a las arteras y falsas interpretaciones de sus declaraciones acerca de la amnistía, los indultos y las condiciones en que estos últimos serían de recibo, esto es, una vez juzgados los delincuentes golpistas por los tribunales, pedidos perdones y comprometidos a no volver a delinquir. Cosas muy distintas a la rendición sin condiciones del señor presidente, siempre faltando a palabras, promesas y simulando tener algunos principios, algo reñido con lo efímero de los que dice defender. Creían que lo tenían cogido por salva sea la parte con el curioso argumento de que vais a acabar siendo casi tan sinvergüenzas como nosotros somos. Acusar a Feijoo de mentir y faltar a su palabra, viniendo de sus bocas, es para nota. ¡Cómo están los cimborrios de algunos, los que dicen esas cosas y los que las aplauden! Los esfuerzos de los acólitos más fervorosos por ir adecuando sus creencias a los meandros y conveniencias del jefe y el arrojo con que se lanzan a la palestra a defenderlos, aparte de ridículos e ineficaces, son reveladores de la escasa firmeza de sus convicciones, pareja a la del jefe, con esa inquietud y esa zozobra intelectual y moral de no saber qué coño andará uno defendiendo la semana que viene. Lo que sea menester. No cabe mayor indignidad e insolvencia ética.

Visto el ejemplo, Salvador Illa debe de andar preocupado, pues su jefe pone por delante su personal permanencia en el poder a cualquier otra consideración. Para seguir al mando necesita unos nacionalismos fuertes, aunque su partido vea en ese proceso comprometida su supervivencia, pues sigue logrando que desde que él lo dirige, los socialistas —o lo que hoy sean— no hayan ganado nunca ningunas elecciones. Dejará tierra arrasada, enfrentamiento y división, todo peor que cuando llegó. ¡Viva el progreso y quien lo trujo!

 

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Breve elitista


Reflexionando acerca de un artículo de Tony Soler en El País («El canon de la tribu»), en el que se nos avisaba de la medianía, de la mediocridad a que lleva el intentar en todos los campos (desde los vinos, las películas, a las decisiones políticas, incluidas las leyes de educación) adaptarse al nivel, juicio, capacidad, valoraciones y expectativas del ciudadano medio, se me ocurre que ¡qué tema tan bonito ese del libre albedrío!, que decían en Amanece que no es poco.

Esa falta de exigencia y de ambición se complementa con la pulsión catequista de moldear el comportamiento de los ciudadanos, incluso por medio del BOE, de acuerdo a una moralina tenida por avanzada, llena de supuestas correcciones, consejas, supersticiones y manías del ocasional legislador que quieren hacer canónica, reguladora de todos los aspectos de la vida de los individuos. La tensión entre esas dos fuerzas opuestas, por una parte cualquier cosa es de recibo, la excelencia es elitista y reaccionaria, todo el mundo es bueno, por otra, yo os voy a enseñar a ser aún mejores, a ser como se debe ser, queridos hermanos, no puede producir más que una ideología deslavazada, contradictoria y, por supuesto, simple barniz superficial que los más sumisos soportan por no reñir, por no desentonar con un entorno que se vuelve censor y agobiante. La contestación, la actitud discordante y rebelde, indócil, en tiempos propia de las vanguardias progresistas, acarrea hoy reproches de ser reaccionario, cuando no facha. Hay temas que ni mentarlos. La actitud disonante y descreída, indisciplinada y crítica con el poder ha cambiado de bando y la progresía actual es unánime y sumisa. Más son acólitos que militantes. Sus discursos, en el fondo contradictorios y a menudo inexplicables, siempre vaciando el significado de las palabras del debate, se desentienden de valores que fueron su seña de identidad, hoy difusa y adaptativa, complaciente con el que manda hasta la vergüenza, si son los suyos. Se desprecia y desprotege la igualdad de los ciudadanos en lo importante, cierto y necesario, esto es, en los derechos, y se intenta igualar en lo dudoso y opinable, la moral y los comportamientos, a gusto de la religión que quisieran dominante, de base adanista y redentora. Por contra, se consienten y acrecientan ciertos privilegios, se estimulan no pocas diferencias, dando por ciertas algunas interesadamente inventadas, y se cultivan las identidades excluyentes, viviendo el promotor, bien de las ventajas que concede, bien de los enfrentamientos que provoca.

Poco sitio hay aquí para temas tan vidriosos como la moral, la corrección, lo que es nuevo o viejo, progresista o reaccionario, igualitario elitista. A mi edad uno ya pasa de ciertos remilgos y supuestas correcciones, tan en boga dado el infantil buenismo actual, tan querido por los mediocres como destructivo para la sociedad. No sé si se trata de elitismo o de experiencia, de especialización, de evitar falsas humildades o simplemente de reconocer que todos somos diferentes, que cada uno tiene su alma en su almario, sus debilidades y sus fortalezas, sus temas de interés, cosas a las que ha dedicado millones de horas y que, en eso, se separa, aventaja a la media.

 Afortunadamente, pues esto permite el avance de la humanidad. Todo el mundo es mejor (y peor) que la media en algo, lo que no es gran cosa pues precisamente esa media, lo que tenemos todos en común, resulta ser una estática mierda sobrevolada por moscas verdes. Lo común, lo que todos compartimos, a veces resulta ser la mezcla de lo peor de cada uno, lo más gris y miserable del género humano. Y es así porque es nuestra parte animal, la que no es fruto del estudio, la divergencia, el aprendizaje, la educación, la curiosidad o el esfuerzo personal, sino los meros mecanismos de defensa de la especie, los sentimientos viscerales nada reflexivos, la respuesta rápida del cerebro como el reflejo al golpear la rodilla. Algunos toman esos rudimentarios resortes por pensamiento, incluso por ideología. Eso es lo que compartimos los humanos; lo demás es la capa de grosor muy variable que la cultura añade —o no—, la que permite la convivencia, la colaboración, la empatía y el avance de la sociedad. No sé si esto es un hecho triste o esperanzador, pero lo bueno, lo mejor de la humanidad, precisamente viene a ser ese conjunto de diferencias que quedan fuera de la media. Por eso la diferencia, bellos discursos aparte,  siempre ha sido mirada con recelo, a veces rechazada y no pocas veces perseguida por la común mediocridad que se ve ofendida, enfrentada con algo mejor. Se da la contradicción de que se intentan sujetar las diferencias que pudieran llevar a la excelencia, cortar las cabezas que sobresalen o desentonan, mientras se ensalzan otras, más circunstanciales y epidérmicas que dan entidad a un colectivo, a una tribu, fuente de reconocimiento, privilegio, resarcimiento o impunidad.

La opinión más extendida, el libro más leído, la canción más escuchada y, a veces, el resultado de un referéndum o de unas elecciones, lo demuestran. Eso es la masa, colectivo amorfo del que todos formamos parte en algunos momentos y campos. Prefiero quedarme con mis ratos y facetas de excelencia, esos que me han costado 60 años de tocar la guitarra, leer miles y miles de libros o pintar otros tantos dibujos y acuarelas. En esos escasos campos concretos soy infinitamente mejor que la media, cosa que a los demás les sucede con otros temas. En esos asuntos soy elitista, no me conformo con cualquier estupidez musical, pictórica, literaria o argumentativa, tan del gusto de la media, ese ente de razón que llaman el pueblo, así a granel, como masa indiferenciada de ciudadanos de garrafón. A cambio, y dicho en términos científicos, soy una mierda en el deporte, tengo varios músculos sin estrenar, me oriento mal en rutas y ciudades, cojeo y peso dos arrobas demás, entre otras muchas miserias.

Por eso —por reflexivo, no por cojo— tanto como de los profetas desconfío de las multitudes, las asambleas, los referéndums y otras cándidas manifestaciones de una inmerecida confianza en una inexistente inteligencia de las personas al montón, como las patatas fritas. Decía Chesterton que "el que un hombre sea bípedo no quiere decir que cincuenta hombres sean un ciempiés". La inteligencia individual, enturbiada con visiones e intereses diferentes, a veces se contrarresta con la del vecino en lugar de sumarse, de forma que no hay que suponer que mil piensen más ni mejor que uno. Los avances, inventos e ideas novedosas son creaciones individuales, nunca colectivas, del pueblo. Pensar eso seguramente es tan elitista como verdadero y difícil de aceptar por quien nunca ha tenido un solo pensamiento propio y original. El desprecio a todo lo que destaque, el intento de igualar podando las ramas altas dejan el paisaje más apañadito, ningún árbol se ofende, pero ni es natural ni conveniente. Si eso es elitismo, soy un elitista redomado, a Dios gracias.

 

lunes, 20 de noviembre de 2023

Epistolilla mural

 

En las Cortes de Cádiz, discutiendo acerca de la Ley de Imprenta, unos defendían la libertad de prensa, los liberales, otros preferían limitarla, controlarla. A estos últimos se les llamó "los serviles". Con la igualdad y otras minucias ocurría lo mismo. Hoy, dejando aparte los discursos, los lemas, los relatos y los alucinantes preámbulos de algunas leyes en las que se ha llegado a atacar a la oposición desde el BOE, sería un tema muy bonito, como el del libre albedrío de Amanece que no es poco, deslindar quién defiende y quién no la libertad, la igualdad, la solidaridad, la separación de poderes, el respeto a la ley y otras cosas importantes. Y, sobre todo, quiénes son hoy los serviles.

 También habría que dejar aparte las ventanas de Overton, las disonancias cognitivas, los tópicos y las superioridades morales imaginarias de no pocos hooligans de la política. Pocas lecciones pueden dar. Desde sus reductos y sus burbujas, procurando su abrigo, que pocos se atreven a salir de allí a opinar, pontifican y predican a su entregada peña, atribuyendo a los demás sus propias miserias. Dividen, demonizan y enfrentan, mientras acusan a los demás de polarizar y de deshumanizar al adversario. Ya nos han dicho que para conseguir esa concordia que falsamente dicen perseguir, algo buscado, al parecer, sólo con delincuentes, van a hacer un muro y el señor presidente colocará un ladrillo más, aunque no el primero, pues llevan ya años levantando el tabique con los planos de algún animoso antecesor.

 —¡Pum, pum! ¿Quién es?
—El gusano y el ciempiés. (Y el Puigdemont).
—Abre la muralla.
—Pum, pum, quién es?
—La igualdad, la justicia y la ley.
—Cierra la muralla.

 Un muro no como el de Trump en México ni como el de Berlín, pero un muro. Tras él quedará «la derecha», aislada, como debe de ser, un peligro, pues hay que evitar a cualquier precio que se pudiera producir ni ahora ni nunca una indeseable alternancia, haya que pactar con Dios o con el diablo para evitarlo.

Así, a este lado del muro, descojonándose de risa a coro con el doctor Sánchez, quedarán los buenos y los regulares, incluso alguno malo, para qué engañarnos, pero ahora de los suyos, que a todos nos ha costado un Perú su compra; al otro lado el peligro fascista, así, al montón. ¡Por Dios, —se dicen— que no nos falte algún exaltado tan fanático como nosotros en alguna manifestación, que se nos jode el relato del miedo!

 Algunos decían con la boca pequeña que envidiaban una derecha homologable con la europea, sin ser capaces de entrar en sutilezas ni acertar a poner un ejemplo. Algo diferente a este contubernio atroz que dicen tener enfrente, un hatajo de fascistas. Una masa de descerebrados desafectos al régimen al que sólo falta llamar confabulación judeo-masónica, aunque todo se andará al paso que vamos. Lo de crear el cargo de presidentísimo aún no se les ha ocurrido, al menos decirlo. De la casta eran, el PP-Psoe que etiquetaban los más rabiosos y pintureros, hoy socios imprescindibles, esos pocos restos que ya hace tiempo que huelen a cadaverina; tras el abrazo de Judas y las cuarenta monedas de la nómina, se pasó al trifachito, luego a la extrema derecha y a la derecha extrema. Y en esas estamos. Mentían, como siempre. Sería un ejercicio inquietante para tales analistas el preguntarse con qué izquierda es homologable la que ellos representan. No se lo diré porque hay verdades que duelen y, en el fondo, a algunos, aunque no a demasiados, los aprecio. Me pondré un zócalo de ron para que se me serenen los ímpetus.

 Tras ese muro en construcción imaginado para dividir el país si no lo está ya, se van ubicando millones de españoles que hace poco tiempo se hubieran quedado en el otro. Pero a muchos en sus filas, incluso a destacadísimos militantes, hasta no hace mucho altos cargos socialistas, ya les da vergüenza tragar ciertos sapos y seguir diciendo a coro que saben bien y pasan a engrosar el rebaño de los fachas, según los sexadores del partido y la compaña. Vergüenza ética e intelectual que se llama. Gran parte de los socialistas callan. Algunos de los albañiles y canteros más cafeteros, que no les suelen votar pero se agarran a ellos como lapas para tocar pelo gubernativo, en un derroche burdo de disonancia cognitiva, falta de sutileza y desdén, a quienes no les apoyan en las urnas les llaman serviles, sumisos, ignorantes, cortitos, poco leídos, energúmenos, que lo de fachas ya nos da la risa floja a todos. Y se lo achacan entre balidos haciendo resonar el gangarro. Como originales tampoco son, siempre recurren a los tradicionales y manidos lamentos porque “los pobres, unos gilipollas desclasados, no votan ya a la izquierda”. Por algo será, alguna culpa tendrá en tal deserción eso que siguen llamando izquierda sin serlo, aparte de que a los pobres lo que les falta es dinero, pero muchos sí tienen neuronas y la vergüenza que a quienes se lo reprochan les falta. Una vez que se da por bueno que hay que votar a la contra de alguien que se perciba como un peligro para la democracia, ¿de qué se extrañan? ¿Tiene hoy la democracia en España  mayores enemigos que ellos y sus socios y apoyos? Eso es lo que ha llevado hasta a Leguina y a varias docenas más a taparse la nariz y proponer que se vote contra el que fue su partido hasta que lo expulsaron por discrepar. ¿Cómo puede funcionar y no desmoronarse un país en manos así?, se preguntan, refiriéndose a cualesquiera que no sean las propias. Hay que evitarlo a cualquier coste. Como han quedado en que somos tontos, no nos daremos cuenta del tocomocho. Lo malo es que sí que nos damos y cada vez somos más los que nos hacemos esa misma pregunta respecto a la suyas.

Para su desgracia, me refiero a la de estos fanáticos con retrogusto totalitario que no frecuentan el espejo, a este lado del muro donde quisieran ver aislada a esa media España que desprecian y demonizan, reprochando a sus adversarios lo que ellos cometen, queda una parte relevante de la inteligencia, del decoro, de la moderación, de la institucionalidad y del respeto a la separación de poderes, a las leyes y a las instituciones. También de las organizaciones civiles, asociaciones profesionales, gran parte de los jueces, fiscales, abogados del Estado, Tribunal de Cuentas, funcionarios de Hacienda y multitud de contribuyentes, ferroviarios, gremios y colectivos varios. No diré que toda la inteligencia que reflexiona, no soy como ellos, pero sí muy numerosa, si no mayoritaria, está en esta chusma, a su pesar. 

Siendo muchos, es cierto que, además de fachas, somos cortitos, sólo decimos verdades de Pero Grullo, pero no nos gusta que nos chuleen ni nos engañen. Dicen que leemos poco, que hasta analfabetos se atreve a llamarnos algún bandarra con anteojeras, aunque está claro que hace tiempo que mejores cosas y, a veces, hasta pensamos. Sólo Ovejero es mejor que todos ellos juntos. Y Trapiello, y Reverte, y Félix de Azúa, Daniel Gascón, Dudda, Françescs de Carreras, Pablo de Lora, Boadella, Escohotado y muchos miles más. Por eso procuran no leer nada que pudiera inquietar su 'convicciones inamovibles' y, cada vez más a menudo, indefendibles sin apuntalarse la cara. Sobre todo cuando, tras una vida de pétrea incuestionabilidad, las cambian por las contrarias cuando así conviene o se les manda, hasta hacer dudar de que alguna vez hayan tenido algo parecido a convicciones. La única operativa es la de que sólo ellos deben mandar, por la gracia de Dios o por la del diablo. Y claro, limitándose a rumiar en la parroquia y a leer sólo sus códices y sermones, entre telarañas y robines, no pensarán representar la vanguardia de la intelectualidad.

 Difícil gobernar en contra y a la contra de media España, curiosa forma de promover la concordia nacional, como curioso es un progresismo que consiste en pactar con carlistones, meapilas y xenófobos insolidarios, entre otros forajidos, para retrotraernos políticamente muchos decenios. A menudo por volverse obispos prescriptores de una moralina vacua que, a pesar de que crea más rechazo que adhesión, tan terca como inútilmente, intentan imponer a base de decretos-ley. Por no mentar la acreditada lealtad de sus apoyos y socios, en cuyas manos quedan, tan firme como la palabra de la parte contratante de la segunda parte. Presumen de ser capaces de llegar a acuerdos y pactos con cualquiera, en la peor de las acepciones de pacto y de cualquiera. Pero ni intentarlo con quien les ha ganado en las urnas, es decir, con quien representa la moderación de muchos millones de españoles más que las exiguas y extremadas minorías separatistas que les han vendido sus votos a cambio de imponer a la sociedad desvaríos, sueños y abusos que, encima, resultan incompatibles entre sí. Para esos millones que no les votan, después de asegurarles con hechos y con palabras que no gobiernan ni gobernarán para ellos, ahora un muro. Como para no resistirse. Los hijos de la Gran Bretaña, cuando había fuertes temporales que impedían navegar a la isla desde Calais, decían que el continente había quedado aislado. Pues eso. 

Sólo nos queda la esperanza de que Dios, escribiendo recto en reglones torcidos, le conceda a nuestro amado presidente esa capacidad que hasta él se consideraba imposible de alcanzar y mantener, y acabe engañando también a sus socios y apoyos, consiguiendo pasar a la Historia por haber sido el primero en engañar a todos siempre.

domingo, 19 de noviembre de 2023

De la irresolubilidad de los problemas

Una de las circunstancias que pueden hacer que un problema no tenga solución es que no exista. Al menos con el alcance o descripción con que se le caracteriza y considera. Este tipo de problemas, que pueden tener enredados a sociedades enteras durante siglos, suelen ser en gran parte inventados, creados interesadamente o, lo que es garantía de que cada vez avanzarán más en un proceso desde la inexistencia a la gravedad, es que alguien, sea persona, colectivo o secta, haya conseguido hacer de ese asunto su razón de ser o su medio de vida. Es imposible esperar que nadie solucione un problema si vive de él, como no cabe solicitar su ayuda para solucionarlo. En las religiones podemos encontrar muchos ejemplos pues, el misterio de la Santísima Trinidad, la misma existencia de Dios, son creencias, no problemas con un arreglo posible mediante la controversia y el acuerdo. Al final, no quedaba más que matar a los díscolos y afines y ya Dios reconocerá a los suyos. En las religiones laicas ocurre igual. Los principios son innegociables, sólo cabe imponerlos. Y si no se tienen principios, la cosa aún es más compleja pues se acaba discutiendo contra un monstruo multiforme y cambiante.

Una subclase especialmente nociva e irresoluble de este tipo de problemas es el de base histórica, esto es, intentar resolver con carácter retroactivo asuntos del pasado, a veces remoto, que en su momento no se cerraron al gusto del que hoy se dedica a intentar zanjarlos, normalmente labor de cazafantasmas e iluminados. Ese dilatado reconcomio va royendo el cerebro, convirtiendo en una secta religiosa a los acólitos que centran su vida en reparar un imaginado agravio, en imponer su dogma, a veces poco comprensible, haciendo proselitismo o recurriendo a los métodos y vicios de las religiones, que tanto han durado. Si a ese embrollo y ese constructo se le agregan algunas porciones de nacionalismo, ya hemos elaborado la receta perfecta para crear un problema que no resuelve ni dios. Como los antiguos cristianos o los actuales integristas islámicos, los une y realimenta el imaginarse perseguidos, lo sean o no, buscar el sacrificio, si es posible de los demás fieles, mientras los obispos que los espolean sobreviven plácidamente en sus palacios. Llorar a moco tendido a la vista de las derrotas, los agravios y las humillaciones sufridas por sus antepasados, poner flores a sus supuestos mártires —a veces unos desalmados— y otras escenificaciones, son cosas todas que llevan al rebaño a apiñarse en su vallado, a no cuestionar ni al pastor ni al perro y a buscar lobos tras las vallas. Porque para ellos, la cosa va de vallas, de fronteras, de bancales y terruños ancestrales, de misterios que a los de fuera se les escapan. Somos distintos, es decir mejores. Y, por tanto, merecemos más que aquellos ovejos tan sucios que pululan por fuera del cercado.

Es normal que no se les encuentre solución a todas estas supuestas problemáticas, y no es raro que al final, probatura tras probatura, intentando sanar al organismo de una enfermedad que no padece, se acabe teniendo un problema nuevo, este ya actual, cierto y peor que el inexistente que inició el desvarío, de forma que se acabe descompensando el delicado equilibrio de una sociedad o un cuerpo humano y consiguiendo, al fin, contraer una enfermedad, esta vez ya grave y real, o extender a todo el organismo una patología que sólo afectaba a un miembro. La homeopatía, por su propia incapacidad para sanar, intentando sobrellevar dolencias y achaques administrando nuevas dosis del morbo patológico disueltas en garrafas de agua clara, sólo garantiza el empacho, nunca la cura. A algunos partidos les viene a pasar como a las farmacéuticas: viven del enquistamiento, de la cronicidad, de procurar no curar las enfermedades de las que viven, porque si encuentran una pastilla que cure el colesterol, dejan de vender miles de millones de otras pastillas que mantienen la enfermedad sujeta a unos valores que no matan, pero hacen imprescindibles esos tratamientos generalizados tan lucrativos. De forma que, la clave del invento es descartar soluciones definitivas, mantener la preocupación en un eterno tente mientras yo cobro y los demás me pagan. Ya dijo un expresidente de triste recordación, hoy dedicado a combatir gigantes con su candoroso y claro sectarismo, que les venía bien la tensión, y ahí estamos, al borde de la electrocución mientras él sigue sonriendo y desfaciendo entuertos por el mundo. Al menos, eso cree él.

Se dan entre nuestros próceres casos claros de megalomanía, narcisismo, delirios de grandeza y otras dolencias que en la vida civil se sobrellevan metiendo la mano entre dos botones de la chaqueta y creyendo uno ser Napoleón. Al cabo, resulta inofensivo si no se hace con tropas, y la gente los suele mirar con comprensiva simpatía. Aunque el morbo patológico más extendido en el gremio es la amnesia, sin despreciar la disonancia cognitiva, en la política también proliferan la hipocondría, el narcisismo, la soberbia, la paranoia (no hay separatista sin un grado mayor o menor de ese desarreglo), incluso vamos viendo extenderse la esquizofrenia, el desdoble de la personalidad, que en algunos casos que todos conocemos se va desenrollando como una persiana mostrándonos lo que parecen ser no dos, sino muchas personas distintas. No un Jano, sino una hidra de Lerna. Y claro, nunca acabamos de conocer al personaje, que va sacando a la luz lamas y caras nuevas que revelan otras nuevas personalidades, a veces contradictorias, desconcertantes, cada una con sus principios, sus criterios y sus cambiantes derivaciones. En realidad, es en propio interés el motorcillo que va girando y mostrando novedosos rostros de alguien o de algo que así nunca llegamos a conocer, hasta que se ríe creyendo ser el último que lo hace. De que hemos votado a una lama, resulta que ya está desaparecida en el rollo y nos gobierna otra. Se gana con una cara y se nos gobierna con otra. Debe de ser una adaptación biológica a estos tiempos líquidos en los que es mejor ser caleidoscopio que daguerrotipo. 

sábado, 18 de noviembre de 2023

Del pasar a la Historia

 Hace tiempo Sánchez verbalizaba su confianza en pasar a la Historia. Con tantas como abriga, no debería dedicar tiempo a esa ambición, pues es de lo poco que tiene asegurado. Es cosa que todo presidente tiene garantizada. Ahí está la lista de los reyes godos, de los que nadie sabría decir quién fue bueno, si alguno lo fue, qué hizo cada uno de ellos, si es que algo hizo, cuanto tiempo reinó, ni quién lo mató para sucederle. Esas relaciones no dejan huecos: detrás de un rey o un presidente de gobierno viene otro, como un martes tras cada lunes, a menos que algún acontecimiento inesperado interrumpa la serie por un tiempo, para luego continuar con algún tipo de decíamos ayer. En cada época hay muchos que se dicen que esto no puede seguir así, a menos que continúe, pero la vida siempre persiste, la sociedad siempre encuentra una forma de proseguir, para adelante o para atrás. Vengan días y vengan ollas, otros vendrán que buenos nos harán, y esas cosas.

 Otro cantar es lo que la Historia diga de cada uno. La seria, la científica, se extiende y profundiza más, analiza, valora, entra en detalle, sopesa ejecutorias, causas, consecuencias, promesas, cumplimientos, talantes... Pero para el común es otra cosa; bueno es si la mayoría consigue recordar tras pocos años algo que decir de cada uno de los pasados próceres y mandamases, esos que en nuestro nombre decidieron en cada momento, bien o mal, que arreglaron algo o estropearon cosas que aún estamos intentando recomponer. Unos dejan un jardín, si no en flor, al menos con brotes viables; otros un erial, un bancal sembrado de sal; unos un país unido, otros roto, que no es mala piedra de toque. Del primer presidente de la I República, el barcelonés Estanislao Figueras, sólo se recuerda, si acaso, el episodio en el que dijo: "Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros", mientras compraba un billete para irse a vivir a París y allá os las compongáis, mandrias. A veces irse es la mayor aportación que algunos pueden hacer a la decencia y a la concordia nacional. Hasta Iglesias lo entendió, cierto es que ayudado, mejor espoleado, por un fracaso electoral en Madrid de unas dimensiones que su soberbia no pudo soportar.

 Lo que en su momento dijeran los propios y los extraños de cada uno de ellos, los cronistas oficiales, incluso la prensa, poco queda salvo como material para los especialistas, cuando no como risión general y descrédito de los firmantes. Al final, el tiempo va colocando a cada uno más o menos en el lugar que merece. Fernando VII, no pasó a la Historia precisamente con el apodo que el pueblo —siempre sabio dicen los que de ello entienden— le daba cuando vivo: "el Deseado". Ha pasado más como el rey felón que como modelo a seguir, a pesar de su declaración «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre Español, al mismo tiempo que labramos para siglos nuestra felicidad y nuestra gloria». (Palacio de Madrid, 10 de marzo de 1820). Eso se lo dirás a todas, opinaban entonces algunos, como otros pensamos hoy de otros personajes, de sus declaraciones, de sus promesas y de sus teatros.

 Aunque se puedan recordar, para escarnio a menudo, no son las frases o las declaraciones, sino los hechos y los procederes lo que el alambique del tiempo acaba destilando. Para su desgracia. De forma que Sánchez lo tiene crudo. A la Historia pasará, puede estar tranquilo. Más inquieto debería estar por el cómo. Algunos lo recordarán, aparte de como el presidente con menos palabra desde el neolítico, por esta risa, ese rictus, por estas carcajadas destempladas y fuera de lugar, un desenmascaramiento, algo penoso e inolvidable que refleja mejor que nada este esperpento.

En su «Historia Universal de la Infamia» Borges teje catorce relatos, «ejecutados», según él entre 1933 y 1934. La fecha le impidió, a pesar de su clarividencia de ciego, anticipar algunos ejemplos de igual mérito a los que entonces incluyó en el libro, con títulos y arquetipos que hoy vendrían al caso: proveedor de iniquidades, impostor inverosímil, incívico maestro de ceremonias, brujo postergado, por falto de palabra y vano en sus promesas, atroz redentor, el tintorero enmascarado, entre otros.

 En el «Arte de injuriar», incluido en su «Historia de la eternidad» explora, sin pretender agotarlas, las formas del insulto. Una de ellas es, en una enumeración, el contagio por las palabras cercanas, ya que inevitablemente hay compañías que manchan, también en el trato entre palabras. Cita a Swift y a su Gulliver, cuando en su conclusión dice: «No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un ratero, de un coronel, de, un tonto, de un lord, de un tahúr, de un político, de un rufián. Ciertas palabras, en esa buena enumeración, están contaminadas por las vecinas.» Hay quien, más que injuriarse, se retrata a sí mismo con sus compañías, acabando por enlodarse de forma recíproca.

 Hay cargos y títulos que honran. Como personas que hacen grandes los cargos que desempeñan o los títulos y premios que reciben. También personas que manchan y menoscaban los que ostentan o ejercen. Escribe Borges: «Un alfabeto convencional del oprobio define también a los polemistas. El título señor, de omisión imprudente o irregular en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo estampan. Doctor es otra aniquilación. Mencionar los sonetos cometidos por el doctor Lugones, equivale a medirlos mal para siempre, a refutar cada una de sus metáforas. A la primera aplicación de doctor, muere el semidiós y queda un. vano caballero argentino que usa cuellos postizos de papel y se hace rasurar día por medio y puede fallecer de una interrupción en las' vías respiratorias. Queda la central e incurable futilidad de todo ser humano.»

 Algunos trabajan incansablemente, nos cuentan, para pasar a la Historia. Aunque sea a la de la Infamia, en la que hay que reconocer que tienen un puesto asegurado. Se puede ser tonto, que tantos ha habido y hay que se puede intentar pasar desapercibido si no se está en un cargo demasiado expuesto al escrutinio. Lo imperdonable es pretender medrar y vivir de tomar por tontos a todos los demás. Como es el caso al que nos referimos.

Como mentiroso, encontrará poca competencia pues, a las falsas promesas, por estas que son cruces, dondedijedigos y mentiras propias, suma ahora el doctor Sánchez las ajenas, que hace suyas y se atreve a llevarlas hasta a la introducción de las leyes. Leyendo los relatos históricos, los funambulismos, los sofismas y los eufemismos del pacto con Junts (que ha venido a tapar el acordado con el PNV, no mejor) uno no sale de su asombro. Y se hace una idea de por dónde va a discurrir la legislatura. Dios nos pille confesados.


lunes, 13 de noviembre de 2023

Epístola amnistiante


 Mi resumen del asunto este de los pactos, acuerdos y comercios de investidura es que, en realidad, lo que ha acabado comprando a precio de oro Sánchez, una mercancía averiada, de baratillo, que ahora nos intentan revender como si delicadísimas sedas del Oriente fuesen, consiste, además de la totalidad del falso relato independentista, que en otro dondedijedigo ahora hace suyo (pobre Illa), es el modus operandi institucional de lo peor de lo perpetrado los últimos años en Cataluña: el talante de sus dirigentes, su difícil trato con la verdad, sus fabulaciones y manejos con la historia y la memoria, y su desprecio a leyes, normas, jueces y sentencias. A las mentiras propias, suma ahora el doctor Sánchez las ajenas, que hace suyas. 

En Cataluña tienen esa habilidad, que no cabe atribuir a la mala suerte, de elegir para los gobiernos a los que o son listos, pero sinvergüenzas y ladrones, o a los más tontos, los tractorícolas, sin otra virtud conocida que ser unos paletos que les lamen la oreja a sus paisanos recreándose en plan narciso y creando hechos diferenciales, a la vez que un patrimonio personal.

Hasta el momento los políticos del procés eran perseguidos por sus delitos, ya sólo por los económicos tras el traje legal a medida de la anterior componenda. Ahora el relato viene a contarnos que lo eran por sus ideas. Condenados de forma turbia, se nos sugiere, algo que no vimos en los juicios, forma ahora cuestionada y pendiente de revisar precisamente por los reos. El lawfare, que así se llama a la prevaricación judicial en otros lares, es algo que aparece en el acuerdo con Junts pero no en el texto de la ley de amnistía. Es otro palabro abracadabrante y tendencioso para usar cuando no se tenga otra cosa mejor que decir, como esa chatarra de la equidistancia, con que tantos debates ha creído cerrar quien no encontraba mejor argumento, en el caso de dar con alguno. Si algún caso se ha dado, denúnciese y persígase en sede judicial, a la luz, no se sugiera en oscuros despachos. Intentar llevar al Parlamento el cuestionamiento de sentencias adversas, como Junts pretendía y el negociador del gobierno, en principio asumió, sería un paso más, tal vez el definitivo, en el vaciamiento del poder judicial, la separación de poderes y el mismo estado de derecho. Consideran que eso del lawfare, la supuesta prevaricación judicial, asombrosamente admitida por el gobierno de España en el pacto con Puigdemont publicado, sea sinónimo de esa otra entelequia que llaman judicialización de la política, cuyo antónimo real y tangible es la impunidad del gremio. Una infamia, un sindiós. Leo en el texto de la amnistía, publicado hace un momento, que evitan por fin las referencias a esa palabra, respondiendo a las quejas unánimes del poder judicial, lo que muestra que ese poder es nuestra última esperanza y que por eso es el principal enemigo a batir por delincuentes y aspirantes a dictadores.

Las actuaciones y la penosidad de los argumentos que aparecen en la gestación de estos desaguisados legales hacen dudar de virtudes y convicciones anteriormente escenificadas. Esto es algo de especial gravedad, demoledor para todos los reyes hoy desnudos que han vivido mucho tiempo mirando por encima del hombro y exhibiendo una superioridad moral que ahora vemos derrumbarse. Demasiado elásticos han resultado ser su ética y sus valores como para seguir pensando que tienen esas cosas. Predicando falsamente (¡No merecemos un gobierno que nos mienta, decían!) que, además de venir a acabar con una corrupción del gremio que ahora se santifica y se intenta perdonar retorciendo las leyes en los despachos, se buscaba la concordia y el llevarse bien, aunque han traído y generalizado la división en el resto del país copiando de sus interlocutores y apoyos el unilateralismo, su astucia y su desprecio a las leyes y a quien las trujo.

Han conseguido obligar a la mitad de la población a sacar las uñas para defenderse de estos abusos y desafueros. Una mitad de los españoles que no merece respeto ni consideración por su parte, que se obvia, se desprecia, se demoniza y se ataca. Una mitad que incluye al grueso de los jueces (todos menos parte de los colocados por ellos en las instituciones, seguramente en lucha interior con el derecho y con sus conciencias), fiscales, abogados del Estado, ferroviarios, Tribunal de Cuentas, inspectores y técnicos de Hacienda, diplomáticos, sin olvidar a gran parte de los dirigentes históricos de un Psoe del que hoy se avergüenzan, como a muchos que en tiempos les votamos nos ocurre. En fin, el armazón institucional del Estado en sintonía con muchísimos millones de españoles, más o menos la mitad, considerados el enemigo por quienes deberían gobernar para todos, algo que ni siquiera se les ha pasado nunca por la cabeza. Intentan de forma grosera, con concurso de la peña entregada que, como sus caudillos, parecen haber renunciado a unos principios que uno llega a dudar que tengan, y un batiburrillo de partidos, grupos, y facciones, variopintas y cada una de ellas marginal por separado, hacer pasar a media España por peligrosos fascistas.

El PNV, con menos estruendos, a la chita callando, siguen pasito a pasito marcando diferencias en lo que verdaderamente les preocupa: el dinero para ellos y sus votantes.Obsérvese cuán demoníaca astucia. El resto del país completa las pensiones de los de aquí, que con nuestras cotizaciones no alcanza porque son las más altas de España, pero, cuando las reciban, que el membrete de la transferencia dé a entender, como en todo, que los servicios y beneficios los paga el gobierno vasco. Sigamos construyendo islas de prosperidad insolidaria a escote y que paguen los de siempre, encima los malos, los centralistas, unos fachas. Nos van a quedar algunas comunidades muy chulas, que diría aquella de la sonrisa, pero en el sentido en que se usa esa palabra en las casas de lenocinio. El resto a pagar, a callar y a votar estos progresos. No se van, no, les pagamos para que se rebajen a seguir siendo españoles. De solidaridad, igualdad, progresismo y otras gilipolleces, hablaremos otro día, porque a muchísimos no les entra, no les entra.

Hablando de entrar, no entro yo en esa retórica de gobiernos ilegítimos, y menos ilegales, golpes de estado y demás exageraciones. Ni compro ese discurso del miedo que ha llevado a esta coalición tan pinturera e informe, ni tampoco el contrario, aunque, puestos a temer, habría mucho que hablar respecto a socios y apoyos indeseables, corruptos y peligrosos. Entre los buenísimos y los malísimos hay infinidad de términos medios, que el fanático reduce en dos bandos irreconciliables, presentados como insoportables, perversos. Por no hablar de derechas extremas y xenófobas incrustadas en eso que llaman el bloque progresista, que ya es abusar de las palabras. Pero si veo muchas cosas alarmantes, no existe ningún discurso de nadie que hable de un proyecto común asumible por una mayoría que sí comparte muchísimo más que los líderes que sufrimos, causantes de gran parte de nuestros peores males. Y no se salva ni cristo.

El país no se romperá, hay suficientes salvaguardas para evitarlo y los intentos de rotura serían inevitablemente muy traumáticos, incluso peligrosos. Demasiado. En el fondo, nadie tiene intención ni interés en abandonarlo, que entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero. Se vive demasiado bien de la queja, mimados y con el prestigio inmerecido de la supuesta víctima, del ofendido, siempre encontrando gracias a esas milongas quien te defienda, que su liebre lleva cada uno y abundan los que viven en la confusión. Y de ella. Mostrada descarnadamente la insolidaridad y el egoismo de algunos separatismos, la gente de Teruel, Zamora o Cáceres, y otras decenas de provincias, dejadas de la mano de Dios y de los gobiernos desde el tiempo de los romanos, se ponen a echar cuentas y eso, como es natural, abre escenarios poco esperanzadores en cuanto a la convivencia y la concordia entre territorios. Se ceba la queja, que se recompensa sea o no justa y hay gente que ya ha callado demasiado soportando los llantos y las quejas de los territorios adonde van sus dineros a parar, pues allí están las grandes industrias y proveedores de servicios.

Los nacionalistas vascos y catalanes no se irían de España ni aunque les empujaran, salvo algunos miles de dementes románticos, egoistas y fanatizados, abueletes soñadores y sus retoños pijos con el riñón bien cubierto. Pero las soluciones y acuerdos para este pacto que pronto se cometerá en nombre del progreso hacen un país más desigual e injusto y con instituciones y poderes amenazados.

La lección del autoperdón gremial de la corrupción, el gobierno y el mismo parlamento convertidos en una sastrería de trajes legales a medida de políticos que han delinquido, y el torcer el brazo a la justicia, son ejemplos funestos para el futuro, mala cosa siempre. NO parecen contemplar que otras manos podrían compartir en un futuro que intentan evitar tal amplitud de miras y puertas abiertas en este todo vale por la causa. El estado de derecho es mejor que ayer y peor que mañana. Y no se me diga eso de la renovación del CSPJ como piedra de toque de la decencia institucional que, siendo cierto, es tema ya demasiado recurrente que nadie, en el fondo, quiere arreglar. Arreglar digo, no colonizar. Por supuesto, es mi particular forma de ver las cosas, tal vez equivocada, pero de mi cosecha, no soy portavoz de nadie.

Aunque en las dudosas manifestaciones de estos días ante la sede de un partido, que no aportan nada más que crispación y excusa para permitirles intentar igualar a todos los que se les oponen y critican, tienen que enviar a diez o doce propios con cámara para conseguir encontrar a alguien con la bandera del aguilucho que mostrar en portadas y noticieros afines, símbolo que ellos necesitan mucho más que los peores manifestantes, los que la lían parda, una minoría exigua y violenta, fanática y extremista, rechazable y rechazada con abucheos por la mayoría de los quejosos asistentes. Las realizadas ayer son otra cosa, sin esas interferencias que tan bien vienen a los que estos gentíos les molestan si se reúnen en su contra. Pero es igual, seguirán diciendo a coro que en España hay diez o doce millones de fascistas, de hecho es gilipollez que leo a diario a semovientes que me ahorro calificar, pues cada día más, son muchos de ellos los que realmente parecen serlo.

Conseguido, chapeau, ya estamos nítidamente partidos en dos, dos Españas a la greña (afortunadamente mucho menos que los que las representan), que es lo que decían que querían solucionar en las dos Cataluñas existentes, también por el curioso y nada democrático sistema de ignorar a la mitad. O el caos o yo, que más vale caos propio en mano que ciento volando. ¡Sálvese el que pueda!, que la camarilla y yo ya hemos salvado el cargo, lo único importante, lo único en cuestión, milongas aparte. Ya os iréis enterando del precio, que vosotros lo vais a pagar. Ahora bien, en el pecado lleva la penitencia el presidente que si insomnios temía a causa del señor Iglesias (afortunadamente hoy fuera de la industria gubernativa, que no faltaba nadie más que él), no le arriendo las ganancias, porque pocas noches va a pegar ojo durante esta legislatura con semejantes compañías y dependencias. Desde luego, barato no nos va a salir.

Dicen haber desactivado el procés, cosa incierta; ya estaba moribundo por la aplicación de la ley, las sentencias judiciales y otros estorbos, el 155, y el propio ridículo de esa movida palaciega y elitista, que sólo con ver el cuajo mental y la catadura moral, por no hablar de la ineficiencia y mano rota de los protagonistas, ya se veía inevitable el fracaso del invento. Lo mejor hubiera sido dejarlos cocerse en su propia salsa y verlos apuñalarse entre ellos en disputa del botín hasta el día del final de la obra. A menos que algún irresponsable los resucitara momentos antes del entierro, cosa que ha venido a ocurrir gracias a la parte contratante de la segunda parte, un tahúr. Ni una palabra para un proyecto común que integre a todos los españoles, pues a ellos la mitad les sobran. Y a sus socios y apoyos, les sobran todos menos los de sus sectas o sus aldeas respectivas. Ya tenéis lo que buscabais, que no era concordia, tranquilidad, igualdad, solidaridad y justicia, hermosas palabras, sino mando en plaza, el BOE, el presupuesto y la oficina de colocación para la clientela, que de cualquier badulaque iletrado sacamos un subdirector general. Y la peña a aplaudir, a insultar al oponente, que argumentos pocos y flojitos, salvo el pues anda que tú y el que viene el lobo. Nos dice el oso pardo, mientras se afila las garras.