lunes, 31 de mayo de 2021

Epístola indultante

Mis reflexiones acerca de los indultos a los presos del procés necesariamente entran más en el terreno de las quejas y las dudas que en el de las propuestas, pues hablamos de cosa hecha, no de un plan en el que quepa matizar o influir, algo siempre fuera de nuestros cortos alcances.

Lógicamente hay posturas enfrentadas acerca de ellos. Los que se oponen cuentan con razones y argumentos de peso. A mi juicio, más y mejores que quienes los defienden, que también tienen los suyos. Por su forma de hacerlo y lo peregrino de muchas de sus afirmaciones y razonamientos, estos últimos acaban por generar más dudas y oposición que convencimiento. Si renunciaran a la argumentación de baratillo conseguirían más apoyo entre la gente, menos estúpida y olvidadiza de lo que ellos piensan.

La torpeza y mendacidad de algunas declaraciones del gobierno (venganza, revancha) hacen que lo que podría haberse interpretado como una muestra de estiramiento respetuoso de la ley, de seguridad y confianza del Estado en sus fuerzas, aparezca como debilidad y desafuero. Puede aparentar una continuación del fracaso del Estado, de los gobiernos sucesivos, del cuerpo diplomático y de todas las instituciones a la hora de construir un discurso potente y legítimo para contrarrestar el relato, falso pero eficaz, de la parte nacionalista. Tanto dentro de Cataluña como internacionalmente, el discurso necesario por parte del Estado, cuando no inexistente, ha sido desmañado. Ha habido mucha torpeza. Algunas veces ni siquiera eso, solo inacción.

La izquierda más disolvente y vocinglera, como la derecha más extrema,  en exceso catacúmbrica a mi entender, también ayudan poco a que veamos las cosas, incluso los indultos, con calma y sensatez. Para defender los indultos cuestionan algunos la sentencia, la legitimidad y desarrollo del juicio, el tribunal, la entera justicia. Inexplicablemente del brazo de los separatistas intentan desacreditar, desactivar precisamente lo que nos ha salvado: la justicia, las fuerzas del orden público y el discurso oportuno y clarificador del rey. Alrededor de juicios, sentencias e indultos, continuamente se intenta presentar la ley, tanto como a sus intérpretes y ejecutores, como un enemigo a derribar, y para ellos sin duda lo es, como para todo aquel para quien las leyes sean un estorbo. La única forma de arreglarlo es nombrando ellos jueces más afines a sus ideas. De forma que el aspecto legal es central en el debate. La resolución del Supremo acerca de los indultos limita el alcance y reduce el campo de actuación del gobierno al terreno de la conveniencia, más que al de la justicia. Nada que rascar por ahí, aunque no pocos sigan con su raca-raca.

Durante la pandemia abundan los epidemiólogos; con la justicia ocurre igual, todos son desde hace un tiempo doctores constitucionalistas o penalistas. Si no, siempre hay un magistrado que escribió un libro, hizo un pregón o que vegeta rumiando sus rencores en los arrabales del gremio, que nos da la razón. El Supremo, como el Constitucional o el TSJC, son unos señores que pasaban por allí, parece ser, y que ya que andaban por esos andurriales fueron nombrados. Lo fueron por varios partidos. Es cosa que olvidan, como que sus fallos suelen ser unánimes.

Entre los argumentos que aportan, que más debilitan que refuerzan sus posturas, está el decir que la sedición es figura vetusta, como la rebelión. No es la antigüedad cosa que deslegitime inevitablemente una ley o una figura penal. En algunos estados de USA aun hoy se atienen algunas sentencias a lo dispuesto en las Partidas de Alfonso el Sabio, heredadas del México hijo del Virreinato de Nueva España. El asesinato es figura antigua, ya desde Hammurabi y, hasta donde yo sé, no hay proyectos para eliminar tan antañona prevención de los códigos de ningún país. Como argumento para achicar las trabas legales a la sedición y a otros delitos, no diremos que es flojito; es pura chatarra. Sin embargo, de forma tan paradójica como operativa y oportuna, actual y reluciente como moneda recién acuñada, brilla la ley que regula el indulto, que es de 1870, y que apela a la gracia regia. Este equivocado argumento, pendular a conveniencia, es más utilizado que honesto, traído por los pelos, hay que reconocer. En realidad, es de esas afirmaciones que ni siquiera son falsas.

Se equivocan gravemente, como siempre, los que para defender la conveniencia de los indultos intentan desacreditar la sentencia y a los magistrados que la redactaron. Es impecable, como lo fue el juicio. Y generosa, dada la gravedad de los hechos. No debe ir por ahí la cosa. Esos que disparatan poniendo en duda la calidad democrática y limpieza del juicio son los mismos que en el Parlament, en los manejos y abusos de la Generalitat y en la prensa que cobra un sueldo pagado por todos, pero de manos nacionalistas, nada vieron inquietante o merecedor de similares espantos. Su desinterés por la democracia es patente. Su opinión es poco relevante, van a otra cosa. Sin embargo, entre sus muletillas está esa del “no te oí yo decir…”

Dicen que este bondadoso trato, este pelillos a la mar, es propiciador del diálogo. Mal vamos. Nadie, por el mero hecho, aunque gravísimo, de quebrantar las leyes y usos de la democracia, de promover un levantamiento popular desde el poder para arramblar con la Constitución y el Estatut, merece que se negocie un armisticio en el que el independentismo derrotado trate de tú a tú con el Estado para vulnerar leyes, consolidar abusos y perpetrar otros nuevos. Más bien al contrario, deberían saber que los tratados con los que se cierra un conflicto llevan al perdedor a ceder más que a ganar. Y a pagar los platos rotos, los gastos e indemnizaciones de guerra. La tradición pastelera y rendida al chantaje ha ido dando por buena la perversidad de que ellos nunca han arriesgado nada. Sus apuestas no podían ser sino ganadoras. O llevaban a una nueva cesión del contrario, es decir, de la mayoría, o al menos se conservaban los avances conquistados. Hay que empezar a hacerles saber que estas aventuras deben de tener un coste. Que pueden perder parte de lo que ya tienen, posibilidad que nunca han contemplado, ni unos ni otros. Desde competencias indebidamente traspasadas, más viendo la deslealtad con la que se ejercen, hasta la misma autonomía, que podría ser intervenida durante un período suficientemente largo y con un alcance que permitiera desmontar la red clientelar, las estructuras educativas de hacer país, muestra de que no existe tal cosa, el control dictatorial de unos medios de comunicación públicos puestos a disposición de unos partidos contra la mitad de la población, o las embajadas dedicadas a corroer la imagen internacional de España. En realidad, hasta que en la Generalitat no haya un gobierno dispuesto y capaz de hacer esas cosas, no tiene arreglo la cuestión, todo son remiendos de tente mientras cobras. Eso de la conllevanza, que en catalán procesual se dice peix al cove.

Son precisamente ciertas defensas que leemos acerca de los indultos, como los anteriores sofismas, lo que acaba por hacerlos más difíciles de digerir. Argumentos de baratillo, datos falsos o equívocos, asunción de un relato victimista, de una particular y sesgada interpretación de la Historia, contradicción ideológica con que desde los arrabales de la izquierda se dan por buenas ideas que se oponen frontalmente al que antaño fue núcleo de su doctrina, lo que desvela más oportunismo y afán disgregador que racionalidad y aprecio por los valores de igualdad, justicia y solidaridad. Malos argumentos los que utilizan los que desean y proponen más una España de territorios diferentes que de ciudadanos iguales. Tendrían que ir haciéndoselo ver.

Hacer política. Sin duda. Los independentistas no han dejado de hacerla. Siguiendo de cerca a Maquiavelo y a Al Capone, eso sí. Los indultos, como la aplicación del 155, también son política y el mayor argumento a su favor lo ha proporcionado nada menos que Elisenda Paluzie, advirtiendo a la peña que su concesión los deja en pelotas argumentales ante ese mundo que les mira, aunque menos y peor de lo que quisieran. El Puchi queda en una posición surrealista, agarrado a la brocha del exilio pero sin esa escalera de agravios imaginarios haciendo de peldaños. Intentarán que este intento beatífico de no darles razones de queja pase por demostración de que les dan la razón, algo que también escucharemos en las bocas peor conectadas a los magines que se supone las dirigen. El fugitivo languidece en un limbo con nombre de derrota, huido demasiado lejos para que le alcancen estas medidas de gracia y vendrá resultando un gasto demasiado oneroso para las menguadas y divididas arcas indepes. Ya es un estorbo fantasmal hasta para los suyos.

Cuando se le pide al Estado que haga política se le viene a exigir que ceda, que negocie, que trate de tú a tú a quien no quiere ser nosotros. Efectivamente deberían hacer política. Es decir, apurar lo que su poder legítimo y las leyes pongan en sus manos para destruir el relato independentista y acorralarlos dejando de pensar que los pagos sucesivos, la independencia a cómodos plazos, la actitud franciscana hacia el hermano lobo, son la solución. Esperamos los gestos por la otra parte, lo que resultaría inédito, si es que se producen. Nunca estarán contentos. Sólo la independencia, etapa en la que iniciarían los lloros para reivindicar ampliar el espacio vital a sus paisos. Reclamarían nuevas e inventadas deudas históricas y, como ya anunciaron, no se sentirían concernidos por las deudas del Estado ni por ninguna otra obligación. Sus dirigentes son esencialmente deshonestos y chantajistas. Carne de psiquiátrico cuando no de presidio. Combatir esos delirios sería el marco, la base de partida para cualquier política. No caben estrategias de apaciguamiento, de ahí mis dudas acerca de la pertinencia, incluso del efecto balsámico de los indultos. De producirse, no será en los indultados. Nada es ni será nunca suficiente. Toda cesión pone la base para nuevas peticiones, así ha sido siempre y siempre les ha ido bien. Hay que cambiar el panorama, las reglas de la partida. Ellos también pueden perder, no hay que dar por buena la estrategia de que ellos nada arriesgan. Cuando pone uno en el tapete unas fichas, si la jugada sale mal se pierde lo apostado. Queda uno peor. Hay peligros que asumir. Un jugador que recoge lo ganado pero nunca paga las pérdidas se ve animado a multiplicar eternamente esas apuestas sin riesgos que los nacionalistas llevan decenios practicando. Es imprescindible hacerles entender que ellos también arriesgan algo, que esa partida amañada ya no da más de sí. Sería buena cosa ir retirando las competencias que se ejerzan de forma desleal, ilegal y perjudicial para sus administrados, aunque beneficien a algunos de ellos.

No hay necesidad de mesas de diálogo, otra cesión bastarda. Para eso se inventaron los parlamentos. Reunirse en privado con los dirigentes nacionalistas, representantes de menos de media Cataluña, tratando al Estado de tú a tú como fuerzas iguales en cuanto a legitimidad, no diré que es empezar mal, sino seguir a peor. Partiendo de la ruina hemos conseguido llegar a la miseria más absoluta.

Poniéndose uno en la posición de Maquiavelo, es decir bajando a su terreno, yo estaría a favor de los indultos. En el fondo, dañan gravemente al independentismo más radical y lo desarma internacionalmente, pues la acción de los gobiernos, desde antiguo escasa, rendida y vacilante, se ha limitado a una inactividad pusilánime, sin objetivos claros, siempre a la defensiva y deficiente en sus formas, que ha dejado el relato en manos de los enemigos de la democracia, presentes en todo el país. Estaría de acuerdo con muchos matices y condiciones. Con pedagogía y claridad, explicando las cosas sin tomarnos el pelo, como una muestra de fortaleza, no de debilidad. Pero hay muchos problemas que privan de gran parte de su virtualidad curativa a estos indultos. Primero por la persona que los impulsa, una veleta movida por los aires más tormentosos, las más de las veces en la dirección que conviene a él y a sus socios más que al país. Les resultará difícil convencer a los electores de que obran más por interés público que personal y partidista, algo que sería novedad. Sin duda, Sánchez debe de tener sus principios, aunque nadie sabe a ciencia cierta cuáles son, por cambiantes y porque su patológica falta de palabra le han privado de cualquier resto de credibilidad. Segundo, por su extrema torpeza, que es la opción más favorable a la hora de valorar el desvarío de calificar de venganza o revancha el cumplimiento de la sentencia de un tribunal en un juicio justo, que todo el mundo vio, como había visto y sufrido los hechos enjuiciados.

Aunque tendrán que ser aplicados de forma individual, adaptados a las condenas de cada uno para hacerlas extinguir, en realidad es un indulto colectivo, una amnistía grupal, un engendro legal. Doctores tiene la iglesia. Nos cuentan que es una forma de salir, como sea, (es decir, de cualquier forma) de un problema que nos creó el PP de Rajoy. Hace falta rostro, esclerosis facial y desmemoria. Hay que rebobinar más: hasta los 40 años de chantajes aceptados por PP y PSOE; también recordar a Maragall y a Zapatero, promotores principales del marrón, junto al igualmente desbordado Artur Mas. Mirar atrás ayuda poco, aunque siempre es necesario. Pero para ver cómo podemos corregir el rumbo sin perder los principios, quien algunos conserve. La culpa del crimen es del criminal, no cabe atribuirla a la víctima reprochándole no haber protegido suficientemente sus bienes o su vida. Casi todo el argumentario al que se recurre es mercancía averiada. Hay penuria argumental y, en no pocos casos y personajes, ruina moral. Son los riesgos de poner al futuro por testigo, cuando el pasado resulta poco amparador de las decisiones que se toman.

Esquerra y Junts se enfrentan a un horizonte judicial grave. Hay muchos juicios pendientes, con sus previsibles penas y, lo que no es menos gravoso, dineros que devolver y multas que pagar. Judicialización de la justicia, repetirán. Piden una amnistía general, lógico, a muchos les espera la cárcel, la ruina o ambas cosas. Consecuencia del procedimiento artero y habitual de acogerse a sagrado, de parapetarse tras los muros de la política, nombrando para cargos o incrustando en listas electorales a delincuentes para luego poder decir que se persigue a políticos, no a criminales, especies a veces indistinguibles en el principado. No hay ni habrá indulto para tantos. Algunos de ellos serán los mismos ahora indultados. Y el indulto no admite reincidencia, como los delitos que perdona.

El mejor y tal vez único argumento a considerar para conceder estos indultos con una pinza en la nariz y un Valium en la boca, es ver si convienen. No intentemos argumentar nada más porque la jodemos. Sólo podríamos tolerar, y con la nariz tapada, los indultos como un mensaje a Europa y a la parte de los catalanes seducidos por este montaje pero que aún conservan una rendija mental por donde se pudiera colar la razón. Es decir, los que no cobren de la industria indepe, que los que sí viven de ella son irrecuperables, al menos hasta que dejen de cobrar. Nada cabe esperar de ese mundo ensimismado, no les es posible plegar velas, reconocer que engañaron a todos. Hacer cierto que concederlos es demostrar la fortaleza del Estado requeriría mostrar y proteger esa fortaleza de la que presumen muchos que han trabajado más para debilitarlo que para reforzarlo. Poca robustez puede exhibir un país que tiene como socios y apoyos del gobierno a varios de sus peores enemigos. Desde luego no se hace más fuerte a un Estado desarmándolo jurídicamente, modificando figuras penales más para propiciar que para evitar delitos como los que se van a indultar. Reducir penas y despenalizar la convocatoria de un referéndum ilegal no deja de ser una curiosa forma de evitar que se produzcan otros. De las funciones del cumplimiento de las penas, ni se ha dado la reinserción, ligada al arrepentimiento, tampoco hay posibilidad de resarcir a la sociedad de los daños causados, y renunciamos para colmo al ejemplo y advertencia a navegantes. Legislar por encargo de la parte contratante de la segunda parte es lo que tiene. Los discursos con que se intenta sostener estas cosas, como vemos, son simple morralla argumental. Uno puede seguir tomando drogas, reconocer la propia impotencia para dejarlas, pero no argumentar acerca de su conveniencia. No argumenten, los indultos son más fáciles de conceder que de justificar. Su conveniencia, dudosa pero posible, hay que buscarla por otras veredas. Hay que recordar que estamos entre trileros.

Lo cierto es que más tiempo están en a calle que en la celda. Dada la blandura y laxitud con que cumplen las condenas, que en presidio les falta una pérgola y un estanque con nenúfares, a lo que se añade que pronto tendrán derecho a la libertad provisional y más cuando, tomadas las medidas que se anuncian, se les haga el traje ajustado a su talla por la revisión de la figura de la sedición. Las cosas así, tal vez le convenga al Estado mostrar generosidad, aparentar fuerza dando indultos. Decía el Quijote que «Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea por el peso de la dádiva, sino por el de la misericordia». Si entramos a considerar que tal generosidad sea un pago a cambio de apoyos, que en esta decisión hay más debilidad que fortaleza y otros condicionantes similares, llegamos a la melancolía. Sabemos que la vida no es justa, pero no busquemos argumentos para encontrar bondad y justicia en que nos caiga una teja que alguien ha dejado suelta. Se sufre y se aguanta si no hay otro remedio, pero no se dicen gilipolleces.

La coherencia, el respaldo de haber seguido con anterioridad una trayectoria sin meandros ni regates que buscando la ruta más cómoda en cada momento acaban por llevarnos a un mal sitio, así como la costumbre de honrar la palabra dada, hacen previsibles y fiables a las personas. Tal vez los independentistas hayan encontrado en Sánchez una cuña de su propia madera. Haciendo del defecto virtud, los que vienen años presumiendo de astucia y de bordear las leyes por la parte de fuera (en los mejores casos), pudieran acabar siendo los burladores burlados por alguien de su misma escuela de apuestas fuertes, pero más astuto y mejor tahúr que ellos, que ya reconocieron que iban de farol. Teniendo en cuenta que la gobernanza del principado, tras decenios a merced de orates tan alucinados como bien retribuidos, no ha ido haciendo sus levas precisamente entre los más listos, pudieran acabar cayendo en las trampas argumentales que hasta ahora tan buenos dividendos les han reportado. Incluso pusieron una pica en Flandes. Si esto va de relato, si estamos entre locos, si todo es ilusión como dijo el Supremo, quizás los indultos, infumables casi sismpre desde la decencia y la justicia, pudieran ser útiles para empezar a desportillar ese relato que ha calado en las mentes más perezosas de dentro y de fuera. Sería su única virtualidad positiva. Tal vez convenga otorgarlos aunque solo sea por joder. Para los afectados es pura homeopatía. No les sanarán. Es muy difícil, además, que nadie entienda algo cuando su sueldo depende de que no lo entienda. Y hay decenas de miles en esa situación. Nada cabe esperar de ellos. Pero los indultos podrían debilitar la ponzoña del relato nacionalista, siempre basado en el impostado victimismo. Que somos mejores que estos bandarras, es algo sabido, incluso por ellos mismos. Y con diferencia. Presumamos de bondad. Si hacer de san Francisco de Asís tampoco funciona, estaríamos en la peligrosa situación de que los cartuchos que nos quedan ya no son tan de fogueo, que es tal vez adonde los más indecentes nos quisieron llevar.

Debería ser un ultimátum expreso, no un paso más en el rosario de cesiones, un rosario más parecido al de la Aurora que al de la justicia. Dicen que volverán a repetirlo, aunque cada vez más solos y con menor convicción. Átense los machos tanto los que concederán el indulto como los que lo reciben. Si, a pesar de lo dudoso de su procedencia, ese mundo levantisco volviera a las andadas ya no podríamos seguir con los juegos florales. Deben saber, habría que demostrarles para que lo aprendan que, como hemos repetido antes, en una partida también se puede perder, que esta la han perdido ya y que la autonomía puede ser legalmente suspendida y no por unas semanas. Que no olvide nadie que las cárceles siguen existiendo.

lunes, 24 de mayo de 2021

Epístola del zoco

 

Seguimos con los "equidistantes", palabra de moda. Facha pierde puestos, vista la batalla de Madrid. El trifachito y la foto de Colón son prehistoria, pues hay en la escena nuevos tríos, cuartetos y otras fotos peores. La casta, yace enterrada, tras incorporar a los que usaban el palabro como arma arrojadiza.

No es que niegue que existen los que presumen de ser equidistantes, teniéndolo por virtud; lo que ocurre es que creo que esa palabra, como tantas otras, a base de arrojarla a cabezas ajenas se ha desportillado y ya no va de la mano del concepto a que se refería cuando se empleaba en un ambiente menos polarizado en el que, sin ser sinónimos, su significado podía acercarse al de ecuánime. Todo ronda, a mi escaso juicio, alrededor de esa creencia, no sé si cierta, de que en el medio está la virtud. In medio veritas. A veces te puede poner en modo Pilatos.

Funciona para algunas cosas. Como punto de partida en la búsqueda de un equilibrio que pida argumentos y renuncias a dos partes enfrentadas puede valer. En otras es puro chalaneo. Como Brian en el zoco regateando el precio de una barba postiza. Dicen que los principios no se negocian, lo que explicaría que en algunos terrenos triunfen los que no los tienen.

 Como suele ocurrir, de poco vale discutir sobre significados, pues, cuando las palabras se arrojan con intención de descalificar al oponente, previamente se las ha vaciado de contenido alguno. Como revisionista, facha o patriota, entre otras muchas. Hasta la misma democracia, pasando por libertad, igualdad, mandato o voluntad popular y otros nobles conceptos. Destaca entre ellos por su vacuidad eso del derecho a decidir, mercancía averiada. En todos los asuntos y dilemas no es posible negociar un término medio, esperando encontrar allí la razón y la justicia. Entre la vida y la muerte no existe tal punto de encuentro, el término medio no es la enfermedad, como entre el abrazo y el asesinato no lo es un tiro en la pierna.

Es cierto que hay quien pretende situarse a sí mismo en un término medio, sugiriendo que en el centro lo podemos encontrar del brazo de la ética y la razón, y que allí nos esperan. No siempre las encontraremos en la mitad de cualquier trayecto, sencillamente porque hay cosas frente a las que uno no puede ser neutral. No se puede ser equidistante entre el asesino y su víctima, entre el que abusa y el que sufre los abusos.

Lo que pervierte el uso descalificador de esa palabra (para ellos viene a significar enemigo camuflado) es que los que la malversan así suelen ser ellos mismos equidistantes, precisamente en temas en los que nadie puede serlo sin tener que apuntalarse la cara. Previamente deben renunciar a las ideas de igualdad, justicia, democracia, y otras cosas poco negociables, de esas que admiten poco regateo.

Por poner un ejemplo, muchas personas que son tachadas de equidistantes con el reproche de crear imaginarios extremos para así presentarse como centrados, en realidad molestan a sus acusadores precisamente por su falta de equidistancia, por situarse claramente en un lado. Suelen venir los reproches de equidistancia de esa izquierda extrema, no por violenta, sino por dogmática y posturera, esa que está acabando con la verdadera izquierda, la de los valores republicanos de igualdad, justicia y solidaridad, ente otros muchos. Aunque en su confusión argumental y vital, crean o digan defenderlos.

Su comprensión hacia los separatistas catalanes puede resultar buena balanza para medir equidistancias. Aquí es donde no cabe el chalaneo, la búsqueda del término medio, la negociación de lo innegociable. Es decir, la equidistancia. Y aquí precisamente es donde los reprochadores son equidistantes, cayendo en lo que con poco fundamento acusan a otros, pues muestran su poco fuste y su impostura. Los que dan por buenos abusos supremacistas que arrasan con toda idea de igualdad ante la ley, de redistribución solidaria de la riqueza, de los impuestos aportados por personas, no por territorios, los que según su declarada ideología debieran mejor defender el internacionalismo y la difuminación de las fronteras, son los que apoyan el aldeanismo que levanta unas nuevas a costa de privar de los derechos de ciudadanía a sus vecinos en razón de su apellido y su procedencia. No menos que por su nivel económico. Los impuestos de los territorios ricos para los ricos de allí, a los pobres que los zurzan. Además de que estas gents de fora, esas cohortes de garcías, de Fernández, Pérez, Gómez son unas bestias con taras genéticas que no hablan la lengua de la republiqueta. Ni aunque la hablen o sus abuelos nacieran aquí.

Aquí si hay que ser equidistante, a su parecer. Esa equidistancia esgrimida para descalificar a otros se torna ahora virtud si la ejercen ellos, cuando no toca. Ante estos señores del procés sí que todos deben ceder, buscar un acuerdo que a todos satisfaga, al menos a los quejosos. Aunque el punto de encuentro, uno más en el trayecto, lo sea de partida para nuevos descontentos y demandas en un bucle de impostados y eternos agravios, deudas y reparaciones por satisfacer. Hay que buscar ese punto de encuentro, o mejor ir directamente al que los que no llevan razón han marcado en el suelo. Cero votos la moción. Ahora la búsqueda del equilibrio, ni para ti ni para mí, nos obliga a negociar con quien quiere continuar abusando de sus conciudadanos, hasta el punto de levantar una frontera que proteja una prosperidad que no quieren compartir, menos en épocas de crisis, momentos en que secularmente aparecen estos movimientos insolidarios de tinte étnico, de aldeanismo supremacista.

Viene a resultar que el equidistante, además cuando no puede uno serlo, es el que utiliza esa palabra para descalificar precisamente a quien no lo es, a quien pone sus argumentos y su voluntad claramente en uno de los platos de la balanza. Sin dudas, búsqueda de equilibrios injustos ni cesiones al sedicioso. Como siempre, su superioridad moral les permite manejar la romana, manipular el fiel de la báscula. Nunca han necesitado argumentos, pues las cosas de la fe no los requieren. Si ven que no los encuentran para rebatir los ajenos y hacer de padrinos en una boda morganática, o mejor en un divorcio, está la tradición de recurrir a un bautizo: revisionista, equidistante, desclasado, o directamente fascista.

El recurso del método. Pero tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Las palabras se gastan, pero los argumentos también. Hay nervios porque ven que sus soflamas y valoraciones, estos ataques ad hominem más que a las ideas, sólo encuentran eco ya en parroquias cada vez más reducidas. De ahí su desconcierto. La crítica ya está en casa, ya viene de los nuestros, estamos rodeados de herejes en nuestra propia capilla. Si seguimos así nos vamos a quedar solos, vamos de la excomunión al cisma en nuestro sempiterno auto de fe y las elecciones no pintan bien. Nos advierten de que hay uno que circula en la carretera en sentido contrario, pero son todos. ¿No pudiera ser que los equivocados seamos nosotros?

 


miércoles, 19 de mayo de 2021

Epístola escolar

El éxito, como la victoria, siempre tienen muchos padres. El fracaso y la derrota suelen pasar por huérfanos, aunque a veces cabe hacer una prueba de paternidad. Si decimos que, al menos en algunas de sus etapas, la educación, la actividad docente en España "ha funcionado" de forma sorprendentemente satisfactoria, que las escuelas "se han mantenido abiertas" o que en los peores momentos de la pandemia la docencia "se adaptó" a la enseñanza telemática, usamos frases casi impersonales o de una pasividad descabezada que reclaman un sujeto más explícito. Las cosas no funcionan solas. A veces ni acompañadas. Por otra parte, el éxito resulta sorprendente solo para los que no confiaban en exceso en un gremio más atacado que defendido que, siguiendo su costumbre, ha dado una lección más. Y no pequeña.

Algo "se ha hecho" bien. Sería de justicia poner sujeto a estas afirmaciones, pues la diferencia positiva respecto a otros países, que a veces miramos con una envidia no siempre justificada, es un ejemplo de cómo somos capaces de hacer las cosas cuando todos remamos en la misma dirección. A veces, que algunos dejaran de remar ya sería una ayuda.

Tras 38 años en la escuela, conociendo el percal, soy incapaz de atribuir la clave de ese éxito a la administración. Será cosa mía, pero aún no se me ha pasado el regusto amargo de mis últimos años en la empresa, tiempos de recortes en personal, recursos y sueldos. Y, lo que fue peor, de descrédito inmerecido, a veces abonado por quien cobra por defender a la educación pública, cosa que no se puede hacer contra los enseñantes. Nunca se perdió, se pierde, ni se perderá ocasión para restregarnos por la cara que tenemos muchas vacaciones y que, para lo que hacemos, demás cobramos. Nunca me he explicado cómo no se dedica toda la población a este trabajo tan fácil y cómodo como generosamente retribuido.

Más que una ayuda, durante la crisis (la penúltima) la administración educativa llegó un momento en que era vista por los docentes como un nublo por un agricultor. No sé, y además ignoro, si esta percepción habrá cambiado. En siete años, desde mi jubilación, se han urdido dos leyes de reforma de la educación, papel mojado, cambio más de palabras que de contenido. Burocracia ideológica, una mezcla perversa alejada de lo que ocurre en las aulas. Si en esta ocasión esa administración confusa, no pocas veces hostil hacia lo que administra, no ha estorbado, incluso ha ayudado con instrucciones y protocolos claros, algo inaudito en esta industria, ha confiado en los que están a pie de obra, cosa que no es lo habitual, y no ha racaneado recursos personales, algo no menos excepcional, el avance ha sido evidente. Cabe la posibilidad de que, sin que sirva de precedente, se haya dejado aconsejar por los que saben. El caso es que muchos docentes han tenido que reinventar su profesión en cuestión de días. Y ha funcionado.

Que niñas y niños iban a estar a la altura era algo acerca de lo que pocas dudas podíamos tener los que con ellos hemos trabajado durante decenios. En contra de lo que muchos pudieran esperar de su corta edad, hacen caso, huelen la gravedad en el ambiente. Aunque no lleguen a entender el peligro, lo intuyen, lo ven en las caras de los adultos. Confían en ellos y reconocen de alguna forma su autoridad, más ahora cuando, quizás por vez primera, escuchan a todos decir lo mismo. Cuanto más pequeños mejor, pues esa confianza incondicional y esos respetos son cosas que se van perdiendo al crecer, no sin ayuda de propios y extraños. Las familias, sin duda, también han hecho bien su papel, valorando el de la escuela tal vez algo más que de costumbre, tanto como el de los docentes, gremio que no está acostumbrado a cosechar demasiados reconocimientos.

Apurando los medios disponibles y las horas del día, la comunidad educativa entera, alumnado y familias, pero en especial los docentes, se reconvirtió en dos semanas al trabajo virtual, telemático.  Aplicaciones, mensajes y videoconferencias que llevaban a casa la cara y la voz de la seño y de los compañeros de clase, junto a los quehaceres habituales. Luego se abrieron las escuelas para una enseñanza presencial, pues cerradas ni vacías nunca estuvieron, permitiendo a alumnos y familias una cierta normalidad. Facilitaron a estas últimas acudir a sus trabajos quien los tenía, incluso a mantener la salud mental, quien la conservaba. Ventanas abiertas en pleno invierno filoménico, grupos burbuja, lavado de manos, hidrogeles, mascaretas, distancias, seriedad, orden e imaginación. Queda quitarse la boina, como ante otros trabajadores hemos hecho.

 El curso está a punto de terminar, para desesperación de no pocos. Llamar normalidad a la forma en que se ha desarrollado sería exagerar, pero ha sido más parecido a ella que en muchos otros países y que en otros sectores y actividades, hasta el punto de que en estos meses eternos hemos podido hablar más de bares que de aulas, cosa que tampoco es novedad. Durante la pandemia ha habido personas y actividades que, por imprescindibles, han tenido que tragarse el miedo y aparentar que nada pasaba, pues había que cultivar, comer, llenar la despensa, limpiar, apretujarse en el metro,  fabricar y transportar mercancías, educar, atender y curar. Incluso enterrar. Aunque somos olvidadizos, pasado el trance, habrá que pasar al capítulo de reconocimientos y refuerzos de lo que se ha mostrado esencial, empezando por la sanidad, la ciencia que produjo en pocos meses las vacunas, siguiendo por la cajera del super, los que cultivan y recogen las cosechas y terminando con el que barre. Espero que no se olvide a los docentes.

 Eso sí, nunca sabremos dónde se han acabado produciendo la mayoría de los contagios. Pero parece ser que no ha sido trabajando.

 

 


sábado, 8 de mayo de 2021

Epístola de la corte. Y confección.

Vivimos desde hace años en una eterna campaña electoral. Y no es bueno porque en las campañas electorales todos acrecen de forma artificial las diferencias, pues ellas son lo que se enarbola, nunca lo que pudiera ser común. Todos los pavos reales deben desplegar el plumaje de su cola, aunque haya que añadirle extensiones. Siempre tienen algo de farsa, de teatro, influye más el reparto de actores que el guion y unos eligen al más guapo, otros a la más locuaz y desenvuelta y algunos al más bestia. En esta ocasión se ha rebasado el nivel disparatado ya habitual, de forma que me echo al monte, al río Tus, a no ver a nadie, ni escuchar noticias, leer prensa ni quemarme más la sangre. Sólo veo en la tv un rato los resultados de la noche electoral y las comparecencias de los líderes. Lamento el descalabro de Cs, me alegra el de Iglesias. Los madrileños han descartado, además de totalmente a Ciudadanos, a los dos extremos, Podemos y Vox, demostrando un cierto criterio al ser los menos votados. No suele ser recompensada la moderación, aunque cada uno paga ahora sus faltas. Esto no va de que esta o aquella persona o partido merecería mejores o peores resultados, pues se vota más contra alguien que a favor de otros. Si el marco establecido es irreal, poco importan hechos y talantes.

Nos querían despavoridos. A mí, como a todos, me habían amenazado los actuales profetas del apocalipsis con que al regreso a casa me encontraría con un Madrid y una España fascistas o bolcheviques. Sabía que esos disparates eran espantajos para distraer y asustar, pensaba que más ayudarían a chocear votantes que a atraerlos hacia los que aullaban tales proclamas, que eran casi todos. Sin embargo, plusmarca de participación, cosa que está bien. Tal vez el efecto de esos augurios dependería de cuál de esas dos falsas amenazas a la libertad pareciera más temible o verosímil al votante, aunque no creo que nadie las haya tomado demasiado en serio, ni siquiera sus promotores.  Ninguno de esos dos peligros era real, como ellos sabían mientras nos encandilaban con esos miedos. De paso se evitaba hablar de lo importante, como es costumbre, tal vez lo que casi todos prefieren tapar, pues nadie puede presumir ni de gestión ni de palabra. Y a quienes han hablado de algo real, tampoco es que se les haya hecho demasiado caso.

Como siempre, contados los votos, los más indecentes y sectarios de los perdedores concluyen que los electores son gilipollas. Los mismos que un día fueron y volverán a ser agudos, intuitivos y consecuentes, virtudes intermitentes que solo se encienden en el pueblo cuando acierta a votarnos. Nada comparado con lo que ya les habían dicho antes aquellos a los que la mayoría de los madrileños, en agradecimiento a los elogios, han decidido no votar: Madrid, un poblado desleal, amorfo y abusador de la riqueza patria aquejado de supuestas y sobrevenidas desmesuras identitarias, fascista, rebosante, según el comisario Tezanos, de tabernarios, de ignorantes alucinados que prefieren una caña y unos berberechos a unos servicios públicos adecuados, gobernado por quien yerra tanto si levanta hospitales públicos como si subvenciona privados; unos suicidas irresponsables, nazis latentes, que estaban cerca de crear campos de exterminio, como nos avisaba una ministra que como tantos otros no merece su cargo, que mucho abundan los de esa calaña sectaria en todos los barrios. Demasiados votos han obtenido tras agasajar de tal forma al electorado; indudablemente más de los que merecían vista la consideración en que los tienen. Poco favor le han hecho sus correligionarios al soso pardo, al buen fraile de Gabilondo, hasta empujarlo a decir algunas cosas que no debió decir en el fragor de la contienda electoral, frases y lemas que chirriaban al salir de su boca. La victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana, de forma que dejaron solo al buen vasallo, que no tiene buen señor. Ahora convalece de arritmias de las que deseo sinceramente pronta y total recuperación. Ayuso le hizo una visita al hospital, no sé si acudiría alguien de su partido. Era el mejor de los suyos, y mejor que muchos de los que lo veían como enemigo pero posible socio, como también lo era Edmundo Bal, ambos pagando ahora muchas culpas ajenas y también algunas propias, que no solo de campaña electoral vive el hombre. No son la mesura ni la verdad valores en alza. Salva los muebles Más Madrid, el otro Podemos, mejor por haberse desprendido antes del lastre de Iglesias, menos caudillistas por escarmentados, menos insultantes con los electores equivocados, más posibilistas y que anuncian dedicarse ahora a solucionar problemas reales y posibles. Sin duda sería un buen itinerario, nuevo para ellos y para los demás en la política autonómica y nacional: pasos cortos, todos los posibles, y siempre en la buena dirección, lo que supone saber a dónde se va y requiere que ese lugar exista. Otros olvidaron esas minucias. O César o nada. Ahora deben dedicarse a la farándula, lo suyo. En realidad, nunca han hecho otra cosa.

De los más extremos era cosa de esperar, era su única baza, el miedo, y había que cargar las tintas. Pero Sánchez y sus oráculos se equivocaron al contribuir a plantear una confrontación a cara de perro en clave nacional, entre dos Españas, ignorando que hay otra numerosísima en medio, bastante harta ya de toda esta tropa de banderías enfrentadas, mezquinas y despreciativas del que piensa distinto. Con ello dejaban el campo abonado a Ayuso, que no ha tenido ni que despeinarse para arrasarlos hasta el ridículo en lo que habían planteado como una nueva e irreal batalla de Madrid. Un endeble neofrente popular a la greña, que nos salvaría de un fascismo que, salvo sus mentes delirantes, nadie veía venir por ninguna parte, resucitando el no pasarán. Otros nos asustaban con el fantasma de una revolución de octubre en mayo, amenaza que tampoco ha calado. Y, entretenidos en esas pesadillas, la realidad más prosaica ha pasado por encima de ambos desvaríos, de forma tan multitudinaria que, si se creen a sí mismos que no creo, hasta a ellos les debe extrañar que en Madrid ni en España haya tantísimos fascistas como ellos dicen ver, sin detectar a los que sí lo parecen y que tienen de socios o apoyos. Comunistas de verdad, es sabido que quedan seis o siete. Si de verdad creyeran que el fascio está ya aquí deberían de andar agolpándose en los aeropuertos rumbo a un país libre, según su criterio. Qué menos. Se quedan en este, ya un infierno los últimos 26 años de fascismo madrileño, según nos cuentan. También ellos saben que ni lo han sido ni lo son, pero puestos a delirar, no te quedes corto. Porque la parte donde sí hay algo parecido a lo que ellos denuncian, por extremista, xenófobo, descalificador del contrario y por intentonas separatistas tan ciertas como antidemocráticas, a ellos les causa poca alarma. Y esas malas compañías han sido algo decisivo. Lo han pagado de nuevo. Y hasta que no rectifiquen y suelten esas rémoras lo seguirán pagando en las urnas, merecidamente a mi escaso juicio. Si no se explican porqué no les han votado ni los suyos, que mediten sobre los lastres de sus socios y compañías.

Dejad que los niños se acerquen a mí. Venid a votar todos, hijos míos; también los de Vallecas, invocaban los que creen aun hoy en el determinismo ideológico de la cuenta corriente, los hombres del libro. Los ricos deben de votar a los ricos, los pobres a los pobres. Acudamos a llorar a las tertulias y mítines en taxi, al que nos subimos en la esquina por escenificar la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, pero sin palmas. Y disfrazados de pobres a ver si así nos salen las cuentas, que la cosa pinta chunga, refiriéndose a las electorales, que de otras mejor lo dejaremos estar. No es que siendo de izquierda, incluso de extrema izquierda no merezcan vivir bien, universal y legítima aspiración que desborda ideologías, pero su discurso se urdió con los mimbres que se urdió, y esa cesta llevan colgando del brazo, qué se le va a hacer. Todo no se puede tener, barcos y honra, relato y contradicciones, la puta y la Ramoneta. Mostremos callos postizos y no olvidemos espolvorear por los lomos polvo de la dehesa, sin dejar de cepillarnos los pétalos de jazmín y las briznas del césped de alrededor de la piscina, que nuestros antiguos vecinos del barrio obrero se mosquean. Si tan sencilla fuera la cosa sobrarían las elecciones. Hay otras muchas motivaciones y sentimientos, legítimos por humanos, aunque no vengan en el manual o en el catecismo de la secta. Los condes y marqueses tienen todo el derecho a asociarse y defender los intereses de la aristocracia. También lo tendrían los carteristas, los arzobispos o los fontaneros. Pero siendo minorías exiguas poco futuro electoral tienen como grupo de presión decisivo. Hay que darles, eso sí, solo el peso que verdaderamente tienen, pero no cabe descalificarles y negarles el derecho a existir y a hablar. Es extremo al que se ha ido degenerando últimamente, llegando a escucharse propuestas de ilegalización o de cordones sanitarios. Acallar y cancelar al oponente es lo totalitario, más que dejarles hablar diciendo que los silenciables lo son. Menos que ellos. Es lo que ocurre con ciertos antifascistas que no hubieran desentonado al lado de Mussolini. Los madrileños han demostrado ser mejores sexadores de fascistas que los que de ellos les prevenían. Ahora, si rebobinan la jugada, podrían explicarse en parte por qué este año san Joderse cayó en martes.

El desprecio a eso que llaman el régimen del 78, algo a demoler para estos orates, es un equipaje muy pesado, muy grande, no cabe por muchas puertas. Una obsesión para un Iglesias que, sin que nadie le llevara la contra, reconoció ser un lastre para su partido, club de fans que desde hace demasiado tiempo fue quedando en cosa de familia, con escaso futuro tras haberlo fagocitado y asimilado a su persona. Lo que su talante no le permite reconocer es que el lastre no es él, su genio y figura, (que también, pues poco ayuda su dogmatismo y su soberbia), sino sus ideas. Sobre todo las que han dejado infame y eterna constancia en una nutridísima colección de vídeos y declaraciones, hemeroteca demoledora que nos lleva a ver con consuelo y alegría el inevitable fin de su carrera política. Sabemos por ella cuáles son sus referentes y modelos, sus amigos, sus emociones y sus miserias. Un espanto. Su despedida forzada, incapaz de ser un simple portavoz del menor grupo en la asamblea, es un alivio hasta para los suyos, si es que los hay, pues no ha habido señas de que él nunca considerara a nadie a su altura. Una ausencia que sosegará el ambiente, aunque lo más probable es que procure seguir enturbiándolo, ahora reconvertido en un Jiménez Losantos especular en el otro extremo, capitalizando su popularidad en algún medio afín, sea del Roures o de algún otro magnate mediático y ambos a hacer caja. Nada que decir, comparado con lo que él diría de cualquier otro en semejantes circunstancias, con su habitual romana que tan buenas pesadas arroja cuando es a él a quien sopesa. Ya se dará a vistas o a oídas tras girar la última puerta al salir. Sus forofos, que aún siguen agarrados a tal clavo ardiendo, aunque ahora colgados de la brocha ya sin esa escalera eclesial que los llevaría a los cielos, al menos seguirán durante unas semanas más con los juegos florales que hoy leemos. Señalarán algunas cucharadas de azúcar social que le atribuyen, pero pasará a la historia como crispador mayor del reino, personaje nefasto que en su estrategia de asalto a los cielos puso sobre el tapete algunos temas inoportunos, otros irreales y no pocos insustanciales o disparatados, meras fijaciones de una mente anclada en el siglo pasado, enturbiada por lecturas de libros de caballerías políticas y sociales, mal interpretadas y peor digeridas. ¿Qué habrá enseñado este señor en la universidad? Por Dios, pobres alumnos. Le deseo lo mejor en su vida privada, a él y a los suyos: paz, salud, sosiego, que disfrute de lo legítimamente ganado y que él haga lo propio con los demás, dejarles vivir sus vidas de acuerdo a sus posibilidades y gustos, a salvo ya de sus intentos de ingeniería social.

Los enemigos del 78 son los verdaderos perdedores de estas elecciones y espero que de todas las siguientes si no rectifican a tiempo. Las constituciones no son, en el fondo, otra cosa que los límites que un pueblo se autoimpone en evitación de calentones provocados por hogueras pasajeras y fugaces, siempre alimentadas por iluminados, que les empujaran a tomar decisiones viscerales e inconvenientes, a veces irreversibles, espoleados por situaciones o hechos concretos que enturbian las entendederas. Esas salvaguardas y barreras a la improvisación y al oportunismo son lo que impide, por poner un ejemplo, que se pudiera hacer un referéndum para reinstaurar la pena de muerte tras un atentado o un crimen especialmente insoportable. No procedería argumentar para convocarlo que muchos son los que lo piden. Sería un sofisma alegar que en eso consiste la democracia, que el número equivale en toda circunstancia a la razón; sería una indecencia plantear que ejecutar a los criminales reflejaría y daría satisfacción a la voluntad popular. En otros casos esos son los argumentos que se han puesto y se ponen encima de la mesa. Elucubrar sobre qué hacemos con nosecuántos cientos de miles o millones de personas que proponen algo ilegal, insolidario y disparatado, decir que alguna negociación habría que iniciar con ellos, que siempre es necesario el diálogo. Hasta el disparate de acudir a las cárceles a escuchar sus propuestas y condiciones. No sé si procede hacer lo mismo con los narcotraficantes, visto que negociar con algunos golpistas, incluso con antiguos asesinos sí es de recibo para ellos. Hemos escuchado que algo habrá que hacer con ciertas aspiraciones nacionalistas y que todos hemos de ceder en una democracia, aunque siempre los mismos. Demasiadas veces hemos soportado con indignación e impotencia esos argumentos falaces en las recurrentes intentonas separatistas, de discursos tan dulces para algunos oídos como amargos para la mayoría que elige su voto, sorprendiendo más a los propios que a los extraños. Obviar que luego esos devaneos, amistades y cesiones se pagan en las urnas, creer que se vota solo con la cartera es pensar que solo ellos tienen corazón, ideas, historia y sentimientos. La gente piensa, valora infinidad de cosas, intuye, escucha, compara y, sobre todo, vive y quiere que le dejen vivir. Los que intentan reglamentar cada minuto, cada faceta del comportamiento de la gente, de la cuna a la tumba, del comedor a la alcoba, de la conversación a las aficiones, los que airados les censuran desde el púlpito recriminándoles con desprecio su forma de expresarse, divertirse, de vivir y pensar, los que les llamaron ayer tabernarios, fascistas, imbéciles, desclasados, son los que hoy se quejan de que el personal no ha ido a lo esencial, no ha entendido el mensaje, ha votado al enemigo. Que la libertad estaba en juego era una exageración electoral, fuera dicho por unos o por otros. No se elegía entre fascismo y comunismo, entre libertad o esclavitud. Tal vez la gente, aunque otras tal vez no, tiene entendidas ciertas cosas demasiado bien. Las de sus problemas verdaderamente acuciantes, sus afanes y sus jornadas, pues lejos de ideologías y doctrinas, la vida no deja de ser unos días, pocos y la mitad de ellos es noche.

Demasiado tiempo nos han hecho perder como sociedad en discusiones bizantinas sobre temas no demasiado relevantes para el común, siempre menospreciado por ellos, cuya cercanía se invoca a la hora de votar para luego alejarse, volver a entretenerse y diluirse cada parroquia en sus fijaciones autorreferenciales, sus repúblicas o republiquetas, sus correcciones, sus identidades, sus agravios seculares eternamente en espera de reparación, sus mantras y otros temas de postín que no llenan la despensa. Y a Franco ya no se le puede volver a desenterrar, aunque siempre haya quien, no teniendo otra cosa más a mano, esgrima un fantasma y unos huesos que ya espesan poco el caldo, como han podido comprobar. Seguid, seguid así, que vais bien, como se ha visto en Madrid. Aunque siempre hay ocasión para corregir rumbo y plegar ciertas velas que recogen poco viento del que sopla en una dirección favorable y posible. Al menos hacia algún sitio.

Vale.