jueves, 29 de septiembre de 2022

A vueltas con la equidistancia

Leo dos artículos sobre The New York Public Library y otras bibliotecas públicas estadounidenses que piden ayuda económica para enfrentarse judicialmente a censuras y denuncias por permitir la lectura de libros que los trumpistas, integristas religiosos, neofascistas y asimiliados, entre otras malas hierbas, encuentran peligrosos y censurables, condenándolos a la hoguera o al olvido. Ambos artículos, bastante similares, llevan razón. Pero no toda, pues olvidan o pasan de puntillas sobre las censuras y cancelaciones —no menos numerosas, absurdas ni mejores— que otros perpetran y que, al parecer, no merecen repulsa, ni siquiera mención. Suele ocurrir. Nos ocurre a todos; nuestros silencios son más reveladores que nuestros estruendos. 

Los primeros abominan hasta de Harry Potter, de cualquier obra en la que se aborden con libertad temas para ellos rechazables o espinosos, como el racismo, la homosexualidad, las ortodoxias religiosas, incluso la ciencia pues, al final, la realidad, la verdad, la discrepancia y, en especial, la mentada libertad, son los enemigos peores de todo integrismo, por esencia autoritarios y censores. Los nuevos puritanos neocorrectos, por sus partes, se espantan hasta de las obras de escritores y filósofos que son los pilares de nuestra cultura y de nuestro pensamiento. Desde Platón a Shakespeare, de Homero a Kipling, a Borges o a Horacio Quiroga, hasta Tintín. Para estos censores autodenominados “progresistas”, de la subespecie “woke”, en neolengua, no menos inquisitoriales que sus adversarios paralelos, poco de la literatura antigua, clásica o moderna, culta o popular, sería hoy de recibo ideológico. Ni los cuentos de hadas. Odiseo era un machista. Como su hijo, que hace tres mil años mandaba a Penélope, su madre, callar estando entre hombres y retirarse a sus habitaciones a atender sus obligaciones y sus cosas. No digamos los personajes bíblicos, los autores medievales, renacentistas o de cualquier siglo pasado y gran parte de los contemporáneos, pues nadie se salva de esta quema. ¿Qué otra cosa podrían haber sido sino incorrectos, racistas y machistas, cuando, como todos, hasta los que hoy se lo reprochan, anteayer aún lo eran? 

Buscan antiguas tribus y culturas que pudieran presentar como matriarcales para revelarnos cuándo se jodió el Perú de la humanidad con el “heteropatriarcado”, hasta el momento actual en que, por fin y gracias a esta ilusa tropa, se va a alcanzar la Arcadia feliz que ellos dicen inaugurar y cuyos desvaríos, alucinaciones y excesos quisieran imponer, junto con su ignorancia intransigente. Son adanistas y a la vez apocalípticos. Se consideran la alfa y la omega. Nada hubo válido y sensato antes de ellos y no encontrarán sucesores a su altura, por lo que conviene dejar definitivamente cerrados todos los temas. Su corrección es la corrección final, tan perfecta que, tras ellos, no hay que esperar cambios ni mejoras. Para ellos sólo resultaría encomiable y admisible la literatura «woke» (despierta, alerta), comprometida con los valores del momento, siempre efímeros y variables, contra lo que ellos piensan. Despierta, alerta hacia unas cosas y dormida y rendida ante otras. Lo malo es que a mí la literatura comprometida, será por la palabra, siempre me sugiere que ha sido escrita por compromiso. Es decir, por obligación, por agradar, por sometimiento a una causa o un dogma en boga, de forma no siempre acertada ni coherente. El tiempo, si le dejan, pone cada cosa en su sitio, por eso conviene huir del presentismo al juzgar lo pasado o nos quedamos solos, tambaleantes y en cueros. Hemos llegado al punto de dar por bueno que lo más avanzado y "progresista" sea el sometimiento y la acomodación a un dogma incuestionable, el remar a favor de los vientos. Curiosa vanguardia. Acomodación a su lecho de Procusto. Acomodar viene del latín 'accomodare', colocar algo de un modo que se ajuste a una forma o espacio previo. Modus, modo, de ahí moda. De la calidad ni hablemos. Poco o nada quedará de lo que hoy se escribe bajo esos impulsos y condicionantes.

Cruzan la calle cuidándose de mirar si viene un coche por la derecha. Y hacen bien. Peor obran al dejar de mirar también hacia el otro lado, exponiéndose a morir atropellados, y no por el carro del fascismo, sino por el de la razón. No sé con certeza quién decía eso de que cuando escuchaba la palabra cultura se echaba la mano a la pistola, pues unos la atribuyen a Goebbels y otros a Millán Astray. Al menos metafóricamente, siguen existiendo millones de semovientes que reaccionan igual ante otros estímulos. A mí me pasa con algunas palabras. Unas, nobles y deseables, han sido malversadas y casi vaciadas del significado original y compartido, como libertad, igualdad, independencia del poder judicial, separación de poderes, poner las urnas, negociación, o voluntad popular. Otras o nacieron vacías o se han ido llenando del serrín que ocupa muchas cabezas. Cuando escucho morrallas y bisuterías léxicas de tan baja ley como capitalismo heteropatriarcal, derecho a decidir, mandato popular, facha, progresista, apropiación cultural, desjudicializar, el pueblo real, identidad, hechos diferenciales, racializado, blindar competencias e incompetencias y, especialmente, equidistante, me echo inmediatamente de forma refleja la mano a proteger la cartera de las ideas y los significados. Con esas herramientas desafiladas el debate serio y limpio se enfanga, acaba resultando imposible saber de qué se habla.

Equidistancia. Sin duda la hay, siempre la ha habido. Y es censurable. El verdadero equidistante, menos abundante tal vez de los que algunos contabilizan y censan, paradójicamente sin ser capaces de percibir que ellos a veces caen en el defecto que critican, es alguien que se engaña a sí mismo y quiere engañar a los demás. Es un simulador que intenta tapar su parcialidad bajo la capa de una ecuanimidad de la que a menudo carece. No siempre el término medio es aceptable. Sería dar por bueno que te quiebren una pierna, si eso resulta el término medio entre un insulto y un asesinato. Sería una falsa y extrema equidistancia.

En último término, todo el que generaliza en exceso lo acaba siendo. La cumbre de la equidistancia es: «Todos los políticos son iguales». Además de no ser cierta, esa frase invariablemente viene a intentar esconder que los suyos son peores. Y, más peligroso aún, en el fondo se sugiere que están demás, como los partidos, una de esas creaciones imperfectas que están en la esencia de la democracia, que es lo que en realidad se ataca. Esta pose, uno de las muchos trajes de la impostura, usada hasta por los peores de los equidistantes censados, viene a ser como el declararse apolítico cuando y donde los tuyos mandan, equivalente durante el franquismo a ser de la derecha más afecta y satisfecha, o ser un estalinista cómodamente integrado en el sistema y a gusto en la Rusia de Stalin. No se puede ser tal cosa. Tampoco equidistante ante cualquier otra dictadura.

El problema con tal palabro, como ocurre con tantos otros, es que últimamente se usa mucho —y de forma artera—para intentar desactivar por la vía del descrédito a quien mira a los dos lados de la calle antes de cruzarla. Es proceder habitual de los que, huyendo del argumento y del espejo, usan y abusan de un adjetivo tan vidrioso y versátil, malversando su significado y su utilidad. Su único sentido apropiado y justo, como antes hemos apuntado, sería emplearlo para referirse a aquellos que, queriendo defender a los suyos y no encontrando argumentos, buscan en los contrarios algo que pudiera asemejarse a los desmanes de los propios, un parapeto para poder decir que todos son iguales, creyendo así que haber logrado un pretendido encandilamiento que haga pasar por buenos y decentes a los que no lo son. A los suyos. Ese es el único uso legítimo que reconozco a esta palabra usada contra alguien. Lo que la envilece y vacía de todo valor y significado es que sus más asiduos usuarios ni siquiera llegan a ser equidistantes, y menos ecuánimes, algo a lo que desde siempre han renunciado ser.

Los que así defienden sus opiniones y adhesiones, escudados en ese reproche fraudulento, esgrimiendo la chatarra dialéctica de la equidistancia como argumento, pretenden quedar ellos y sus ideas fuera de toda comparación, como algo impoluto, evidente, incuestionable. Ven, a veces con acierto, los peligros de un lado, el que está frente a ellos. Pero ahí acaba su capacidad y su intención de examen. Como los vampiros, tienen una relación conflictiva con la luz y con los espejos y evitan mirarse en ellos por si no les gusta la imagen que les devuelven. Parten de la imposibilidad metafísica de que en su mente o en su parroquia pudiera cobijarse el mal, el error o el abuso. Para ellos, si son de izquierdas, se puede cruzar la calle con seguridad mirando sólo hacia la diestra, ningún peligro puede aparecer por la siniestra. Y viceversa. Y los extremistas de ambos bandos mueren atropellados por la realidad, al menos argumentalmente, y tanto su credibilidad como su ética quedan aplastadas, sólo reconocidas dentro de sus parroquias de lisiados morales.

Uno lee estos artículos sobre la persecución de libros por parte de la extrema derecha en USA. Y se indigna, claro, pues lo que cuentan es indignante, peligroso y cierto. Los que, sin más reflexión ni duda, se quedan ahí, reconfortados al comprobar que están en el lado bueno, son los que acusarán de equidistantes a los que, dando ese paso más que ellos se prohíben, reflexionemos y dudemos, sospechando que por el otro extremo pudieran amenazarnos peligros semejantes. Hacerlo te convierte en su enemigo, aunque se contengan y sólo te tilden de equidistante. Así arguyen muchos de los que ni eso están dispuestos a ser, limitándose a ser simplemente sectarios. En sus variedades, no excluyentes, de tuertos, hemiópticos, escleróticos faciales, banderizos, parciales o tramposos. De la peor y más absurda de las trampas, que es la que uno se hace al solitario. Sin la figura del abogado del diablo la nómina de canonizados sería innumerable. Por eso en algunas parroquias laicas abundan tanto los santos que no lo fueron, adorados por feligresías que tampoco lo son, y en esas capillas minoritarias y estancas se siguen venerando muchos 
ángeles caídos, súcubos y demonuelos.

Leí un libro muy revelador acerca del largo y casi amigable descenso de Turquía de la mano de Erdogán a los abismos del totalitarismo: «Cómo perder un país», de Ece Temelkuran. Y se ponen los pelos de punta al reconocer lemas, hechos, mantras, estrategias y procesos que resultan familiares y cercanos, para, aprovechando sus libertades, sus fisuras y sus debilidades, ir haciendo degenerar una democracia, tal vez imperfecta,  hasta convertirla en una perfecta dictadura. Cuenta la deriva totalitaria de Erdogán, su paulatino y plebiscitario acaparamiento de todos los poderes, contrapoderes y controles, puestos en entredicho hasta su descrédito, antesala de su supresión, para convertirse en un sátrapa de la misma ralea que Putin, Trump, Maduro, Ortega, la dinastía castrista, el líder surcoreano que no me merece el esfuerzo de buscar su nombre, o el dictador que reina en China. El proceso de Erdogán, como otros, es básicamente hacer que el pueblo se comporte como las langostas, confiadas y hasta contentas cuando el agua se va poniendo tibia, hasta el punto de no retorno de la ebullición que las cuece. Demasiado familiares me resultan ciertos reproches, descalificaciones y aspavientos hacia instituciones clave. Como la continuada erosión de su independencia, el afán de controlarlo todo, incluyendo los contrapoderes que están precisamente para controlarlos a ellos. La ley y la justicia son nuestra línea Maginot, la última defensa. Desconfiemos de quienes las cuestionan, desacreditan e intentan escriturar a su nombre. 

Me importan poco los libros de cabecera de los autócratas in péctore, si resultan ser mamoncillos ideológicos de Mao, de Stalin, de Hitler o de Mussolini. Hablamos de dictadores totalitarios y señalar paridad entre ellos no creo que resulte ser un equivocado y estéril ejercicio de equidistancia, sino rendirse a las evidencias que nos obligan a permanecer alertas. No hacerlo, tratar de dar con tranquilizadoras diferencias que hagan mejores a unos que a otros es el rasgo que iguala a quienes de entre esos criminales defienden a unos sí y a otros no. Se encontrarían a gusto en cualquiera de esos paraísos de los amantes del pensamiento único, de la organización férrea que esclaviza y supedita una sociedad a una ideología, para mí igualmente perversas e indeseables, pero que ellos consiguen diferenciar hasta el punto de encontrar defendibles las de su gusto. Lo que me espanta de muchos cazadores de equidistantes, así, a bulto, a los que no siempre llaman fachas aunque piensen que lo son todos los que piensan distinto, es que, en el fondo y a veces también en la superficie, no conciben ni admiten la discrepancia. Si pueden, tratan de imponer sus visiones y de censurar o prohibir las ajenas. Y, como decía Muñoz Seca en «La venganza de don Mendo»:

`[...] «Y me anulo y me atribulo
y mi horror no disimulo,
pues, aunque el nombre te asombre,
quien obra así tiene un nombre,
y ese nombre es el de …chulo.»

   Lamentablemente, tal vez no sean la chulería o la soberbia el único ni el mayor de sus defectos. Y, esa es la diferencia, señores, una diferencia que algunos cazadores de equidistantes y de fascistas, sólo en casa ajena, son incapaces de entender, y menos de ejercer. Gentes como ellos son las que desde dentro hacen posible la pervivencia de esos regímenes abominables y a sus caudillos. Desde fuera los blanquean, los quieren presentar como baluartes y paladines anticapitalistas y antifascistas, como sus opuestos con las dictaduras de derechas, amparables por su anticomunismo, por tanto, regímenes más deseables que las democracias en las que viven, critican y desprecian. Nunca entenderán nada, menos soportarán que les muestran las vergüenzas, que muchas son, aunque no decimos con ello que sean los únicos que tienen que rectificar. No aciertan con la palabra y yerran con el tiro, se equivocan de adversario, si es que tienen otro que no sea la libertad, pues ponen en la diana a los que no somos defensores ni de las dictaduras parafascistas ni de las comunistoides, como tampoco de este capitalismo feroz e inhumano, cuya maldad es tan evidente que se critica solo. Repudiar la dictadura castrista no equivale, como ellos quisieran hacer creer, a dar por buena la de Pinochet, aunque ellos sí lo hagan invirtiendo los términos de esa comparación.  Ocurre que, a nosotros, a los que, con mayor o menor acierto, intentamos pensar, discernir, comparar, a diferencia de los extremistas del pensamiento único, se nos exigen preámbulos, considerandos y explicaciones previas, explícitas renuncias a Satanás, que hagan perdonables nuestras reflexiones. Ellos nacen perdonados y avalados por la Historia. Al menos eso quieren pensar y hacer creer, demostrando que o no la conocen o que les estorba y contradice. Nuestro rechazo visceral a toda dictadura nos hace recelar de ellos, de sus referentes y amigos y de su ideal de sociedad, como nos ocurre con su descalificación de la monarquía parlamentaria, que, sin despertarnos excesivos entusiasmos, no vemos en ellos una alternativa. Escohotado los retrató y definió con acierto en su monumental obra “Los enemigos del comercio”. También son los enemigos del matiz, de la moderación y, a menudo, de la libertad y del pensamiento.

 


miércoles, 28 de septiembre de 2022

Crónica subastante y tributaria

Et voilá. Donde menos se espera salta la liebre. La liebre electoral tributaria, perseguida por gran copia de galgos y golosos. Bajan unos y otros de las nubes, dejan para luego los encierros culturales y pisan terrenos del cinco, los de la cartera. Seguramente todos tienen sus razones aunque ninguno razón, pero, al menos, saltándose sus costumbres, hablan ahora de las cosas de comer, cuando han visto que sus precios alcanzaban las dichas nubes donde habitaban y entretenían sus ocios.

 Visto el panorama, envidioso de las orejas que consiguieron algunos diestros en similares faenas, Ximo Puig, siniestro él, hace una finta, un quiebro taurino, una pagetina baronesca, se demarca del gobierno y baja el IRPF. ¡Ooooolé! División de opiniones entre el público y también entre el respetable. Demagogito de Morella, anunciaba el cartel. Bueno, tampoco es para exagerar eso de contradecir —dirán algunos, acudiendo al quite. En algún momento anterior se habrá dejado dicho que eso precisamente es lo que convenía hacer, y también lo contrario. Ya lo anuncié yo, presumirían Nostradamus y el calendario zaragozano. Es lo bueno de la inconsistencia y del albur, que pase lo que pase, siempre se tiene o se ha tenido razón en algún momento, o ya se tendrá. Lloverá, infalible predicción. La verdad es cuestión de fechas. ¡Quién da más! ¡Quién pide menos! La sorpresa constante no sorprende. (Alejandro Dolina).

 No consigo recordar en este momento quién venía proponiendo hacer algo parecido y llevándose sonoras bofetadas, que me he levantado espeso hoy, pero creo que no era Sánchez. Si eso, me corregís. Tampoco sé, y además ignoro, si esto es crecerte los enanos en circo revuelto, hablando en incorrectos términos coloquiales, tener la picha hecha un lío, dicho en términos científicos y fiscales o hacerse un roto, en términos electorales y argumentarios. A melón abierto —fruta de moda geminada, porco governo—, cada uno estirazando para no quedarse sin tajada, vamos, que me las quitan de las manos. A recolectar dondedijedigos, marca de la casa y a desternillarse escuchando y leyendo sutiles matizaciones, considerandos y otrosís. Los dos decimos vamos, pero en su boca significa venimos. Mejor estarse quietos.

 Es un muchacho excelente y siempre lo será, cantan la tuna y los mariachis. Llevábamos razón, siempre llevamos razón, y siempre la llevaremos. Lo malo es que no sabemos quiénes somos. En tiempos de mares revueltos, arrecifes acechantes, tempestades y derivas, el barco al pairo, a muchos navegantes extraviados siempre les queda el faro de la lucetita del palacio. Ahí os quería yo ver, que, cuando no sopla el viento, hasta la veleta tiene carácter, que decía Stanislaw Lem. Ya se nos dirá, mirad hacia esa luz y no perdáis la fe ni la esperanza, que infalibles, aunque cambiantes y oscuros, son sus oráculos y a los dioses hay que saberlos interpretar. Cada época tiene su palacio, con su lucecita encendida toda la noche, su morador insomne y su canesú.

 


lunes, 26 de septiembre de 2022

Epistolilla italiana, política y frutal

Italia y las orejas del lobo. Abundarán estos días escritos y peroratas, comentarios, memes y tuits, intentando desrazonar la desafección de los ciudadanos, que acaban votando a payasos, melones, actores o gañanes, buscando lo que menos se parezca a los actuales políticos, gremio empeñado en no dejar inexplorada ninguna ruta de la indecencia. No faltarán los que se refugien es eso de que la gente está engañada, manipulada, es muy torpe y se ha vuelto a equivocar, no han entendido los mensajes, votan contra sus intereses y tal y cual. Para cada partido el principal nicho e impulso de los menguantes votos son los errores ajenos.

 La abstención crece, en gran parte por el rechazo a los líderes, mejor caudillos, que son más rémoras que activos para sus partidos. Programas, promesas y compromisos, por estas que son cruces en campaña, se contradicen luego, papel mojado para reírse de unos votantes que creen tener presos, fraude que confían les saldrá electoralmente gratis. Y no.

 A VOX le dan más votos Irene Montero y Sánchez que Olona, y viceversa. En fin. Sigan cada uno viviendo su adolescencia, su mundo paralelo e irresponsable, su matrix; persistan en su agenda de moldeamiento social intentando llevarlos a donde no quieren ir, obsesionados en lo que a nadie más preocupa, procurando todos tener una justicia afín, discutan del sexo de los ángeles y las ángelas, identidades e identidadas, miren más al pasado que al futuro, aunque a Franco ya no se le puede desenterrar otra vez, los paraísos prometidos cada vez se ven más lejos e improbables, sigan haciendo depender la gobernanza de España de las manos sucias de socios y apoyos que quisieran verla deshecha. Estamos en guerra, en la puta ruina y entrampados hasta los ojos, las redundantes instituciones que bullen de asesores y parientes viven en el lujo y el derroche, que a nosotros no nos falte de ná', para el resto la nevera vacía y la casa sin barrer.

 Manténganse enfangados en sus guerras partidistas, paralizantes, destructivas, centradas en la propia supervivencia. Continúen polarizando, disolviendo, fragmentando, enredando y enfrentando, sigan comprando y vendiendo derechos, privilegios y desigualdades a cambio de apoyos, pagando con lo que es de todos, no suyo. No dejen de pensar que para ministro o cargo público cualquiera sirve, que basta con que sea de una peña necesaria para la investidura, que luego Dios dirá, o nómbrese al tonto del pueblo por cubrir un cupo o atender un acuerdo... Y luego extráñense. La culpa es de la gente, que es tonta. Pero, mientras tanto, háganselo ver.

 -o-o-o-o-o-

Leo ya en la prensa algunos primeros artículos, escritos con los pelos de punta, como asombrados de lo ya previsto, de los muchos análisis que habrá, mejores y peores, previsibles unos, otros más realistas, ninguno autocrítico. El anterior es el mío, con referencias a España, pero común a gran parte a muchos países occidentales, pues coincidimos en perdernos por las mismas rutas de la irrealidad, más atentos al envoltorio que al contenido del paquete. Al final, ganarán partidos caudillistas, que ya no hay de otros, simplemente sacando algo parecido a un programa rebuscando en los cubos de la basura de los demás, siempre rebosantes. Competencia entre excesos, pérdida de la centralidad, incapacidad para pactar unos mínimos con los más cercanos adversarios, por ser los que nos podrían sustituir, pero dispuestos a la rendición con armas y bagajes, capitulando con la entrega de lo que nunca se debería ceder ante los más extremos y electoralmente irrelevantes, convertidos en decisivos por caudillos con más ambición que principios. En el mundo, entre los que aún la conservan, la democracia para muchos se va convirtiendo en una pejiguera que, como sabemos, es cosa molesta y de poco provecho que acarrea muchos problemas y dificultades. No vamos bien, hermanos.

martes, 6 de septiembre de 2022

Epistolilla conmemorativa y recordatoria

 

Hace ahora cinco años del inolvidable esperpento totalitario de las sesiones del Parlament. Desde la tejerada y salvando las distancias, es decir, los mancillados tricornios y los tiros, no habíamos visto nada equiparable en sede parlamentaria. Un episodio triste y dramático que miraron con condescendiente indiferencia, cuando no con simpatía cómplice, seguida de silencio vergonzante y después de imposible olvido, muchos amantes de la Historia y del recuerdo, siempre tan puntillosos con las garantías y observancias constitucionales por parte de los demás como olvidadizos en cuanto a ellos se refiere. No suelen andar muy finos acerca de qué convendría recordar y qué no, aunque pretendan escribir su relato en nuestras memorias. Algunos, empezando por los separatistas, vienen a resumir en la frase «poner las urnas» toda aquella pequeña y frustrada revolución de aromas xenófobos y totalitarios orquestada e inducida desde unas instituciones levantiscas pagadas por todos pero al exclusivo servicio de los delirios de unos pocos, supurados en aquellas sesiones para la historia de la infamia, con la culminación del golpe palaciego, esa declaración de independencia con record Guiness con sus 8 segundos, 8, de republiqueta bananera independiente de Damasco. Les ha frenado más su propio ridículo que la acción de los gobiernos centrales, empezando por la del indolente tentetieso de Rajoy que, al menos, tuvo un momento de coraje aplicando el 155, aunque mucho después de lo que hubiera debido hacerlo. También influyó decisivamente (incluso en Rajoy) el mensaje del rey, cuya eficacia, acierto y oportunidad recabó tanta inquina entre espumarajos por parte de los que hubieran preferido ver triunfar el golpe. A partir de ahí, partida de trileros y mercachifles, cosa no nueva, una ópera grandilocuente, una tragedia interpretada por cómicos, una función que llega al tutti final, con el coro cantándole a los protagonistas, —sujetadme, que me conozco:

Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Poco cabe argumentar y debatir con los que así ven la cosa. Debe ser cuestión hormonal, ideológica, o psicológica, vaya usted a saber. Pero salen de fes distintas e irreconciliables. Al menos tengo claro quien está del lado de la ley, de la Constitución, de la igualdad, de la democracia, de la libertad y de muchas otras cosas importantes. Esos hechos, al parecer, vienen bien a determinados proyectos y ambiciones, unas más confesables que otras, les hacen el caldo gordo, como todas las situaciones embarradas y fangosas, únicas en las que creen que pueden pescar con facilidad algún pescado agonizante que echar a su puchero. En aguas limpias lo tienen peor, que los peces les ven venir.

En fin. Ven golpes de estado detrás de todas las esquinas, menos en las de su barrio y nada hay que se pueda argumentar, pues no va la cosa de derechos ni de verdades, sino de ambiciones, ideológicas en unos, económicas en otros, con diferentes proporciones en algunas mezclas y coupages, que de todo hay en la viña del señor.

Por eso es tan ansiado el control del poder judicial, porque antes o después tendrá que establecer hasta dónde dan de sí y de no la Constitución y las leyes, si ciertas cosas se pueden considerar moneda de pago, incluso si hay que reclamar la devolución de lo mal cobrado y peor vendido en pasadas transacciones. Y hay que tener los peones allí. Y no hay más. No nos pongamos estupendos perorando acerca de una indeseada independencia de un poder judicial que se quiere controlado.

Hace cinco años escribí varias epístolas comentando estos hechos, lógicamente bajo mi punto de vista, no sé si acertado, pero desde luego no sometido a otros límites ni intereses que lo que estimo que es bueno para mi país y lo que creo que lo pone en peligro de supervivencia. Tengo claro cuáles son los principales problemas de fondo, ajenos a las graves e inevitables coyunturas pasajeras que afectan hoy a Europa y al mundo, y también quienes son los peores enemigos del Estado, que hay varios y están dentro, como suele ocurrir. Bueno, también tenemos algún orate fugado a Waterloo, donde las derrotas.

 


jueves, 1 de septiembre de 2022

Epístola descreída y corrupcional

«A mí no me deis, pero ponedme donde haya», que decía aquel. No se sabe con certeza quién fue aquel, porque más son los que lo piensan y practican que los que lo van pregonando. Grandes fortunas se acumularon ya desde la antigüedad gracias a cargos donde el sueldo, a veces inexistente, se complementaba con «lo que afanar pudiere». Si te nombraban cónsul, pontífice, gobernador o virrey, ya se contaba con que al abandonar el cargo el titular regresaba a casa (ya convertida en palacio) más rico de lo que de ella salió. A veces, obscenamente rico. Dado que, cada uno en la medida de su situación y alcances, tenía la aspiración común de acceder a uno de esos beneficios, prebendas o bicocas, que a veces se podían comprar y vender, patentes de corso sobre los caudales públicos o privados que los vientos del cargo hiciesen navegar hasta sus garras, nadie protestaba. Sobre todo, de entre los que podrían hacer escuchar sus quejas, pues esos y su ambición también estaban a la cola para algún día poder hacer lo mismo.

Las antiguas monarquías eran patrimoniales. Aún quedan algunas que de alguna forma lo son, como también algunas repúblicas. Por la gracia de Dios, decían, eran dueños de vidas y haciendas en un reino que venía a ser una finca particular de la que se subarrendaban parcelas en usufructo. Sin títulos similares expedidos por las alturas, otras formas de gobierno, con parecidas cortes o camarillas y también con un ejército que, puestos a la malas, venía a ser la última razón y fuente de derecho, se llegaba y llega a situaciones similares. El asunto y el problema no es el modelo, sino la condición humana que, dejada a sus anchas, tiende a la corrupción y hace que la avaricia, el nepotismo y la maldad, entre otras virtudes envueltas en indiferencia ante el sufrimiento ajeno, hagan del mundo un vivero de abusos e injusticias. Podemos decir que ha sido algo universal y eterno el que una élite, sea civil, eclesiástica o militar, haya exprimido al resto de la población, a los pecheros, paganos o sufragáneos, hasta donde se podía y a veces hasta más allá. Sin necesidad de acometer grandes estudios ni averiguaciones podemos establecer que lo normal, independientemente de los discursos teóricos, jurídicos o teológicos que nunca han faltado para justificar ese sindiós, las más de las sociedades se han dividido en una mayoría que trabajaba y las pasaba como el que se tragó el paraguas, a veces en poder del hambre viva, mientras un pequeño número de privilegiados, disfrutando de un lujo oriental, sufría de gota y colesterol por unos excesos que, como sus abusos, llegaban a cotas de inmoralidad notables. Como a veces se les ha ido la mano y les han acabado haciendo el cuello, se ha aprendido que no conviene estirar de la cuerda hasta el punto de rotura y, a resultas, la cosa se ha ido moderando, en unos sitios más que en otros, de forma que en las sociedades más avanzadas y democráticas los partidos más relevantes, con algunas diferencias, matices y grados de convicción, han asumido ciertos consensos básicos sobre lo que se ha venido en llamar estado del bienestar. Conseguidos por ese término medio que conocemos por socialdemocracia, consolidan (aunque nada es para siempre y Alá es el más sabio), incluso superan, antiguas reivindicaciones de sus ancestros ideológicos, avances que hoy dejan a los más extremos sin discurso. Por eso, para tener clientela y razón de ser, suelen aprovechar ocasionales y razonables descontentos y justas indignaciones para ponerse al frente de demandas para las que ellos no suelen tener solución, incapacidad que no han perdido ocasión de demostrar allí donde han tenido la desgracia de ser seducidos por sus cantos de sirena. Como ellos lo saben, y los demás también, se tienen que centrar hoy en aspiraciones más etéreas e ideológicas, a menudo menos compartidas. Con ellas intentan modelar la sociedad a su gusto, aunque sea a ostias, previa fragmentación en tribus identitarias que enfrentan entre sí, incluso entre do, para tener clientela y campo de acción. Cuando alguien es incapaz de saber cómo funciona el motor suele centrarse en cuestionar el color de la pintura del coche. Lo malo es que pretendan dirigir el taller.

Estos valles de lágrimas que perviven a lo largo de los milenios, cierto que en unos se lloró más y en otros menos, se han intentado hacer llevaderos con la promesa, hasta donde yo sé eternamente incumplida, de un futuro mundo perfecto, un paraíso postergado, más alcanzable en la otra vida que en esta en clave religiosa, más para las generaciones futuras que para las vivas, en clave descreída. Aunque a veces lo que han heredado es la ruina de sus abuelos. —Mirad, hermosos míos, os espera el cielo. Vuestros padecimientos aquí serán recompensados en el más allá. Tanto más cuanto más sufráis a cuenta ahora. Paciencia, pues, y no envidiéis a quien aquí y ahora vive mejor, que Dios sabrá el porqué de estas pasajeras diferencias. Ya sabéis lo del ojo de la aguja y el camello. Al final, todos calvos. Ahora, al tajo. Por lo civil, no me atrevo a decir laico, viene a ser lo mismo: Proletarios, las vais a pasar canutas cuando nos comamos lo del reparto. Pero sabemos que vuestros hijos o vuestros nietos vivirán en un mundo de una abundancia tal que de todo sobrará. Nadie tendrá necesidad de acaparar, pues (la verdad es que no sabemos cómo) vivirán en un paraíso con ríos de leche y miel. Sin obligaciones ni agobios, sin envidias, guerras ni pelarzas; paseando por amenas praderas, pescando, persiguiendo mariposas y cogiendo flores en una sociedad sin clases ni diferencias. Nosotros, la dirigencia, como avanzadilla, vamos a empezar a vivir bien ya y os lo vamos contando, que por ahora la cosa no da para todos y a lo mejor no es para tanto y no es oro todo lo que reluce.

En toda estructura jerárquicamente organizada el trabajo busca los niveles inferiores. Justo al contrario que la riqueza que, por algún principio físico al parecer inmutable y de difícil entendimiento, obra al revés. Al que mora en lo más alto de la pirámide le podemos llamar rey, presidente, caudillo o duce. Es igual. Él y su abundantísima parentela y camarilla harán de hojas y de flores. Abajo estarán las raíces gobernándoselas como puedan para agenciar agua y nutrientes escarbando entre la tierra, como mineros vegetales, para permitir el esplendor de las frondas de las alturas, las que ven la luz y saben. Luego, durante y después, vendrán los discursos, las promesas y las justificaciones. Pero la cosa va así. La humanidad, por ahora, solo ha conseguido atemperar en algunos momentos y lugares esas diferencias. Pero las patatas siempre están enterradas y las hojas al solano, criando venenos y rencores. En los tomates, siendo también solanáceas, ocurre al revés y son los frutos los que medran y respiran. En el mar y en el Serengueti ya sabemos lo de los peces grandes y chicos, y lo de los leones y los ñus. La naturaleza es muy sabia, pero, salvo Walt Disney y demás incautos, nadie con dos dedos de frente ha dicho que no sea cruel. En ella no rige nada que se parezca a nuestro concepto de justicia. Más bien es indiferente, y la indiferencia es el máximo refinamiento de la crueldad.

Yo, que no soy cruel, pero tampoco ingenuo, procuro engañarme con otras cosas. Y no soy nada roussoniano. No comparto su ilusoria creencia en la bondad del buen salvaje, del hombre dejado a sus once vicios, como antaño se inventariaban; aunque ahora hay muchos más, simples variaciones o refinamientos de los antiguos. De la bondad de la mujer tampoco pongo la mano en el fuego, que ninguna se sienta agraviada, pero tampoco salvada por el genérico. Hay quien, no sin argumentos atendibles, apunta a que los siete pecados capitales son el sostén de la vida y de una sociedad que colapsaría sin ellos. A pesar de que la lujuria, la avaricia, la gula y demás, tengan una innegable mala fama, el hecho de que sin lujuria se acababa la especie está fuera de toda discusión, y en ello estamos. Sin estos pecados, y hasta en el pecado es recomendable la moderación, la existencia sería un fracaso, un fraude, un aburrimiento, lo que ha llevado a no pocos a pensar que, en lo tocante a buenas compañías, entre el cielo y el infierno habría mucho que hablar. Sin pulir, un contribuyente es una bestia parda, un cabrón con pintas, al que la educación y la vida en sociedad a duras penas consiguen suavizar sus lijas genéticas. Si alguien es materialista y, en consecuencia, darwiniano social, bueno está, que allá cada uno, pero al menos debería ser coherente. Lo digo por lo de las peras del olmo. Con esos mimbres se va abocetando una teoría, una ideología política, incluso un plan; y luego, viéndolo fracasar una y otra vez, ya no saben a quién y a qué echarle la culpa. Hay utópicas construcciones políticas que han querido mantener una lechería con lagartos. El papel y la teoría todo lo aguantan, pero leche dan poca. Ni las lagartas. Tienen a su favor la engañifa de que encausan a los demás por sus resultados, pero ellos exigen ser juzgados por sus palabras, a menudo hueras.

La corrupción está latente en nuestra genética, ya activa de vivos, y por ende en la sociedad. El gen egoísta, libro de Richard Dawkins, ya explicaba en 1976 que el gen es bicho que va a lo suyo y, aunque tengamos muchísimos, no están ahí buyendo para hacer amigos, sino que somos una simple (aunque complicada) herramienta para que ellos sobrevivan. Somos su pensión. De hecho, compiten entre sí para medrar hasta conseguir reproducirse, salte o raje y que gane el mejor. —¡Es que no piensas en otra cosa, Manolo!, reniegan en cuanto se juntan dos cromosomas X a los Y, unos sátiros rijosos. Y, como la evolución de los genes es cosa de una lentitud exasperante, no cabe suponer que cincuenta años después del libro hayamos avanzado mucho. Incluso nada hace pensar que no estemos evolucionando a peor, pues hace tiempo que la evolución biológica ha delegado en la cultural, ha externalizado el servicio y la cultura ha demostrado que no puede acabar ni con la muela del juicio ni con el dolor de lomos, salvo recurriendo a la violencia quirúrgica. Que muchos ejemplares de la especie están degenerando, y con ellos no pocas sociedades, es un hecho que también admite poca discusión, a la vista está, que a los hechos me remito. Un neandertal, al lado de algunos especímenes contemporáneos, incluso de los que tienen mando en plaza, es todo un gentleman. Compararlos con Aristóteles podría llevarnos a la depresión. Un ancestral grupo de cazadores recolectores resultaría versallesco comparado con algunos consejos de ministros y casi todos los de administración. Y sin duda más expertos y competentes con lo que se llevan entre manos.

Para producirse la corrupción precisa lugar, objeto y ocasión adecuados, pues la tentación siempre sobrevuela por determinados nichos ecológicos. Igual que no cabe buscar renacuajos donde no hay agua, el corrupto acude donde abunda el dinero. Aunque para Dios nada hay imposible, es más fácil que se produzca en ciudad que en despoblado o en un desierto, salvo si tiene petróleo o gas, que entonces me callo. Eso es para nacer, que para que se extienda y prolifere la corrupción necesita un ambiente adecuado de tolerancia y comprensión, que es su caldo de cultivo, su conditio sine qua non. Es menester que en la sociedad encuentre quien la oculte o la ampare, si no moriría por falta de oxígeno.

Incluso hay corrupciones sistémicas que parecen planificadas hasta su último detalle. No, no me refiero a los paraísos fiscales, que eso viene después. Tenía en mente el tráfico de drogas. Tenemos unas que son legales y otras que no lo son. Tampoco es que haya razones especiales para algunas de esas diferencias de trato. Escohotado lo explicó bien. A veces las prohibiciones más agravan que solucionan ciertos problemas, por eso son de temer los que, aparte de prohibir cosas (solo las que a ellos les molestan, los vicios, gustos y costumbres que les son ajenos), poco más se les ocurre. Declaramos ilegales unas drogas y, como ocurrió en la ley seca en USA, el alcohol pasa a la clandestinidad, se elabora de cualquier forma llegando a ser aún más perjudicial. Y, ¡oh maravilla!, lo que antes se vendía bajo control por unos centavos en bares, colmados y licorerías, se convierte en un rentabilísimo tráfico ilegal y semioculto en manos de la mafia. Ponemos entonces miles de policías y jueces a combatir el problema que nos hemos creado y que hace obscenamente ricos a unos traficantes que ahora recaudan multiplicado por mil el dinero que antes iba a las arcas públicas, después de regar miles de economías particulares. Un pan con unas tortas. En Japón hacen estos días campañas para incentivar el consumo de alcohol entre los jóvenes, alarmantemente abstemios, con grave quebranto de la hacienda pública. Entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero. De la salud para qué vamos a hablar. Los policías y jueces que contienden con esos traficantes para los que hemos creado un mercado multimillonario rodeado de violencia, muerte y miseria, ven pasar ante sus ojos mercancías tentadoramente lucrativas y sus manos acarician sacos de billetes como para asar una vaca, que decía la madre de otro aquel. La carne es débil y la nómina no es muy fuerte y, claro, alguno se corrompe. Pero en este caso un policía corrupto es detenido por otro policía decente, como son prácticamente todos, y juzgado por un juez que también lo es, algo que ocurre salvo en escasísimas ocasiones. Eso resulta reconfortante, se mancha la persona, no el gremio y la gente aplaude y duerme tranquila. No ocurre igual en todos los ámbitos.

Los partidos políticos necesitan dinero. En todos sitios y a todas horas. Y no poco, porque vivimos desde hace años en eterna campaña electoral. Hay países donde las donaciones privadas son legales, aunque más o menos controladas. De forma que es un mal menor conocer quién financia a cada partido. Cada uno ya piensa por qué y para qué. Mal está, pero se sabe. Nos ponemos estupendos y limitamos drásticamente esas aportaciones, esos pagos a cuenta. Prácticamente los prohibimos, lo que no quiere decir que no existan. Dejando aparte esos pagos dudosos de las puertas giratorias, que no se sabe si recompensan lo ya hecho o financian y apalabran lo por hacer, las elecciones dan poder, permiten acceder a la gestión del dinero público, tarro de miel siempre rodeado de moscas golosas. Aunque hay algunos impacientes desalmados que directamente se lo embolsan, algo torpe que no tiene mucho recorrido, pues acaban en el trullo antes o después, la almendra del asunto es cómo usar parte de ese dinero en cebar una clientela para comparecer a las elecciones con alguna ventaja. Uno puede intentar favorecer económicamente a posibles votantes, financiarse una tropa dependiente con ese dinero que, según algunos bandarras, no es de nadie. Y tenemos los EREs de Andalucía. Podemos conceder obra pública a cambio de mordidas, comisiones o pagos en especie, cosa también peliaguda, porque antes o después se sabe y pasa lo que pasa; por no señalar que siempre se queda pegado algo en los bolsillos de quien administra esa caja B, C o D. Y ahí está el Bárcenas y la Gürtel. Hay otras variedades, más sofisticadas, aunque no menos inmorales y perversas. Colocar a toda la parentela y a la peña, aunque no sepan hacer la o con un canuto, no deja de ser un comportamiento nada ejemplar que a casi nadie espanta, y que evidente y lamentablemente resulta legal. Denunciar que derrochar y dilapidar la pólvora del rey en gastos más que dudosos e improductivos supone una forma no penada de corrupción es anatema. Lo dejaremos así porque no hay quorum, pero tal vez sea la peor y más dañina de todas las formas de corrupción económica y administrativa. Porque hoy no tratamos de otras peores, las que llevan a militantes y coristas a la complicidad de defender a sus Oltras, Puigdemones, fugitivos de la justicia, sediciosos, golpistas, incluso a secuestradores y asesinos.

Una administración puede regar con dinero público, vía subvenciones, pagos por publicidad institucional y otras prebendas a medios de comunicación afines. Incluso puede comprar la afinidad de los que aún no lo son. Si alguno no se vende y va por libre, que se han dado casos, nos quejamos amargamente de sus campañas contra nosotros. Directamente pueden dedicar un presupuesto que supera al de algunos departamentos o consejerías a apesebrar un conglomerado de cabeceras de prensa, cadenas de radio y televisión puestos al servicio, incluso a la esclavitud, del partido en el gobierno. Es hacer que la sociedad, vía impuestos, nos financie una gigantesca y permanente agencia de publicidad al servicio del partido, no de quien la paga. Es decir, dinero público utilizado por una facción o coalición para defender sus particulares intereses y para atacar a los contrarios, llegando a considerar enemigos a la mitad o más de los ciudadanos a los que se ofende, ridiculiza y desacredita, para más inri, con su propio dinero. Sin duda es un refinamiento de la corrupción poco perseguido, es el abuso perfecto. Pero para alcanzar esas cimas hay que ser separatista y tener cogidos a los sucesivos gobiernos por salva sea la parte.

Como ya habíamos dicho, para que estas corrupciones puedan ser algo más que casos excepcionales, inevitables, pero inmediatamente detectados y condenados, se necesitaría que los conmilitones y simpatizantes de los corruptos los denunciasen, cosa que entraría dentro del terreno de lo milagroso, no que los defiendan y justifiquen, como hasta ahora viene ocurriendo. Esos discursos dirigidos a las parroquias propias en los que se viene a decir que el corrupto propio es buena gente, que tampoco fue para tanto, que los demás aún son peores, que hay que ver qué pena que metan en la cárcel a este buen hombre, que fue nuestro compañero, tesorero, presidente o secretario, un bandido generoso que a tantos y tantos benefició, que todo lo hacía por el partido… No vamos a tener más remedio que indultarlo. Luego, las peñas, las parroquias, los mariachis, todos en manada, prietas las filas, cada uno a defender a los suyos, que viene ser justificar, dar por bueno lo malversado. La sociedad, con tal ejemplo por parte de quien debería haber evitado esos desmanes, hace otro tanto, al menos la parte más incondicional de los partidos afectados, mientras que la menos cafetera mira a unos y a otros, como en el tenis, sin ser capaz de ver las diferencias abismales que los militantes ven y proclaman y con las que atizan al enemigo. En fin. El huevo de la corrupción necesita un nido. Y el nido se trenza con estos mimbres. Tanta confianza en la bondad humana para acabar concluyendo que no damos más de sí. Ni siquiera los elegidos, y menos algunos electos.