sábado, 23 de octubre de 2021

Epístola divorciatoria


    Sin duda, un acierto algunas de las medidas económicas del gobierno que han ayudado a mucha gente a bandear mal que bien la actual crisis económica, coincidente y en gran parte derivada de la pandemia. Hay ocasiones en las que no hay más remedio que entramparse, como hay otras en la que no es posible hacerlo suficientemente, como ocurrió en la anterior. A la hora de repartir los méritos son tan evidentes como esperados los estirazones dentro de la yunta gubernamental, donde coexisten a duras penas, a veces torciendo los surcos, dos contrayentes (al menos) de familias secularmente enfrentadas que hoy, ya cada una por su parte, quieren escriturar bondades y escabullirse de las culpas. Aparte de los tipos de interés de la prima de riesgo, la diferencia esencial respecto a la crisis anterior ha sido la postura (y el dinero) de Europa, muy distinta esta vez, casi humana, opuesta a la que entonces perpetró cuando se defendió cualquier cosa menos a los países y ciudadanos que más lo necesitaban. Algunos de entre ellos difícilmente levantarán cabeza.

    Ni Zapatero ni Rajoy creo que disfrutaran aplicando medidas tan duras como las que ambos se vieron obligados a imponer. Se trataba de, arruinados y rebasados por la situación, dar traslado a la imposición de los guardianes de la caja europea, que el que paga manda. El primero, después de calibrarla mal y cuando ya le resultaba imposible negar una crisis agravada por el tiempo perdido en sus intentos por taparla, que demasiado le costó tanto verla a tiempo como emprender medidas ya a destiempo. El segundo, a la hora y en la forma de administrar la quiebra que recibió. Todo se pudo hacer mejor, tanto por desentenderse uno del problema hasta que se tenía ya un pie en el barranco, como por echar el otro a lomos de los más débiles los costes de la crisis. Aún me acuerdo del ¡que se jodan! Lo de las cajas de ahorros, tema en el que ni unos ni otros, ni nadie, pueden mirar a los ojos a los ciudadanos, fue un rescate indecente tras una ruina incubada por todos ellos, sin que se salve ni Dios. Lo que se empleó en intentar medio sanearlas para, ya solventes, regalarlas a los bancos, (todos ellos malos aunque se creó uno aún peor, si cabe), seguramente hubiera bastado para prestarles a los ciudadanos dinero suficiente para pagar sus hipotecas y devolverlo a Hacienda a largo plazo. Las cajas hubieran cobrado sus préstamos, los ciudadanos no hubieran perdido sus casas ni sus ahorros, y el dinero que pedimos prestado a Europa y que aún debemos, lo irían devolviendo en treinta o cuarenta años los rescatados, que así hubieran sido las personas, no las entidades que lo recibieron a fondo perdido y a las que nunca se obligará a devolver un dinero que era de todos. Un expolio de libro que empobreció a muchos e hizo más ricos a unos pocos. Pelillos a la mar, nos dicen. Si no fuera por la fortuna que nos costó y nos seguirá costando, la desaparición de las cajas sería motivo de alegría y contento. Una vez colonizadas por partidos y sindicatos, al menos han perdido un filón ajeno con el que financiar sus derroches, sus clientelas, sus inversiones tan alucinantes como improductivas y, a veces, hasta sus vicios,  a costa del común. De paso que desacreditaban para el futuro la conveniencia de una banca pública, donde seguir ejerciendo. Es la confusión entre lo público y lo que no lo es, esos dineros que algunos no se privan de decir que no son de nadie, como si fuera una mina encontrada en descampado que algunos elegidos (o electos) atesoran y explotan. En realidad lo es. Para poca salud, ninguna, ya te digo.

    Hoy contamos con pólvora del multicéfalo rey europeo, que es republicano. Ingentes cantidades de euros asumidos como deuda común, un adelanto de billetes que escupe la máquina y que, junto a otros motivos sobrevenidos,  ya va haciendo crecer la inflación. Aumentada en dos años de forma vertiginosa y desmesurada la deuda pública heredada, ya alarmante, esperemos que la prima de riesgo no se acerque ni de lejos a los valores inasumibles que entonces alcanzó, porque si eso ocurriera no tendríamos lágrimas bastantes. Decir esto puede ocasionar que te llamen agorero, catastrofista, incluso facha. Lo normal para un perro. Recemos. Pero sigamos dando con el mazo.

     Uno de los problemas es que ese dinero, siendo mucho, no será ni suficiente ni eterno, como algunos quieren pensar y hacer creer. Hay una parte del gobierno, la más populista, la peor, que parece soñar que sí, que nunca se va a acabar ni a devolver ese maná dinerario con el que piensan tapar agujeros y abonar la cosecha electoral. Si por ellos fuera, nada quedaría para algo sólido y productivo. No creo que en este caso digan como antaño que se trata de una deuda ilegítima, que su política económica consiste en que mientras tengas quien te dé, cuerpo no lo pases mal, tan dados ideológicamente a repartir la riqueza existente como incapaces de crearla.  

    La realidad es que el responsable de lo que se haga, bien o mal, será el presidente del gobierno, tan cierto como que la labor es de todo el ejecutivo. No es de recibo que sus socios, de deslealtad prevista y no defraudada, pretendan endosarle al Psoe el coste electoral de algunas medidas impopulares y amargas, que sin duda habrá que tomar, mientras cuelgan de su pared como trofeo las astas de los decretos más dulces. Ya ocurre esto desde el principio de sus bodas, que ni luna de miel tuvieron, más bien una feroz y descarnada oposición interna en su misma alcoba, nada sorpresiva dada la indecencia interesada de los padrinos. Incluso los más bandarras llegaron hace poco a sugerir la posibilidad de llamar a manifestación por el precio de la luz en contra del gobierno del que forman parte, como antes y por muchísimo menos pidieron hacerlo contra el que había, siempre instalados en la irresponsabilidad populista que busca culpables, no soluciones. Yo, simplemente pasaba por aquí, nos dirán. Hay que tenerlos cuadrados. Tanto ellos como la claque que invariablemente aplaude sus ocurrencias y luego las contrarias cuando rectifican. Servidumbres del sometimiento partidario o ideológico. La cuadratura del óvulo.

    Algunas de sus propuestas suenan bien, es cierto. Aunque, como Josep Pla ante las luces de Nueva York, cabría preguntarse: ¿I això, qui ho paga? A nadie le gusta pagar peajes, o un recibo de la luz desorbitado, ni impuestos, incluso trabajar. Mal se venden las promesas de ayunos y penitencias: los sangre, sudor y lágrimas de Churchil no ganan elecciones. Mucho más dulce y vendible es pregonar repartos, ayudas y subvenciones, para alquilar pisos o para consumo, rentas vitales generalizadas, incluso un cheque para gastar en cultura casualmente justo antes de votar. Unos dineros y ayudas que, por cierto, hasta ahora se le han negado al gremio. No sé si esa es la mejor forma de ayudar a la cultura, aunque seguro que sí lo es para recabar votos y apesebrar ilusos, tibios e indecisos.

    Los socios morganáticos se desentenderán si Europa obliga a pagar algún tipo de peaje en las autovías, como parece, o a modular las imprescindibles reformas laborales y sociales, a ir recortando el déficit una vez acabado el actual chorro dinerario, inevitablemente breve y coyuntural. A mí que me registren. ¡Si por mí fuera! Ya sabéis a quien hay que votar si queréis hacer eternas tales bonanzas momentáneas, aunque sigamos hipotecando a vuestros nietos, y el que venga detrás que arree. Siempre quedaría expropiar Iderdrola, el Santander o Inditex, dirán los más cafeteros. Europa pondría coto a desvaríos, pues no es esa su línea editorial. Obligará y controlará, dentro de lo posible, que esos fondos se dediquen a temas concretos y productivos, no a cultivar votantes. Si no, arreglados íbamos. Lo único claro es que lo que queda de Podemos, es decir los ministros, pues poco más hay en ese erial en el que hoy por hoy sólo se salva la camarada Yolanda, mientras se sujete, intentarán apuntarse la autoría de todas las medidas más azucaradas y de atribuir las más agrias y ásperas al resto del consejo, a su presidente y, en definitiva, al PP-PSOE, animal mitológico que no tardarán en resucitar en cuanto se deshaga la coalición al son de los clarines electorales. Si no antes. No creo que se atrevan a mentar a la casta una vez que ya forman parte de ella, aunque algo inventarán. Siempre quedará lo de los fachas y los franquistas, metidos en mitologías, fantasmagorias y resurrecciones. Leyes y tribunales también tendrán que taparse los oídos, que los ataques se recrudecerán por parte de quienes reconocen en esos poderes un enemigo. Sentencias y tribunales pueden, como todo, ser criticados. Ahora bien, siempre hay que desconfiar que quienes ven en la la ley y en la justicia un problema, un límite, un obstáculo a eliminar. Es discurso habitual y propio de hampones y dictadores.

    Por lo pronto, volviendo a los contrayentes, el que aportó menor dote ha ido haciendo tragar a su poco amado consorte no pocos sapos ideológicos, muchos de ellos reformas, leyes y discursos, no digamos tuits, que pronto habrá que matizar, pulir, incluso revertir, cosa que no solo ni necesariamente habrá que dejar para el PP si ganara o ganase los próximos comicios. Indudablemente ambos desposados se necesitan, aunque unos más que otros, sobre todo hasta aprobar los presupuestos. Tras esta boda concertada por el mero interés, celestinada por testigos y padrinos en el sentido siciliano del término, los dos riñen por ser la novia defraudada. Ganas se tienen, que eso de simular unidad acaba por pasar factura a la salud mental y a la credibilidad. Y al futuro en las urnas. La casa y los muebles, como la mayor parte de la dote electoral los pusieron unos, no otros. De ahí sus discusiones sobre las capitulaciones matrimoniales y por ver quién se queda con la tostadora y el pisito de la Moncloa.

    No es menor el problema que ahora tienen los parroquianos, los testigos, invitados y familiares de los dos contrayentes que, escenificando ser unos y a veces trinos, llevan una larga temporada prietas las filas, simulando, con una pinza en la nariz y en bloque, ser una familia que a base de sapos y silencios aparezca unida, dando por buena, a regañadientes y cara a la galería, cualquier ocurrencia de la coalición. Creen unos que eso hace el caldo gordo a los suyos; otros que permitirá sobrevivir a los propios, conscientes de que solos poco pintan. Deshecho el abrazo, de Judas por parte de unos y del oso por la de los otros, concedida por Rota la nulidad de este matrimonio de conveniencia por no consumado y contraído de mala fe, veremos ahora a los invitados al convite pensar que su regalo de bodas fue excesivo para los merecimientos. Tendrán ahora que discriminar algo más, apuntar mejor, no mezclar ni fingir sus amores, destapar desavenencias y rencores, rectificar no pocas opiniones, limitar sus apoyos solo a los suyos, que a ti te encontré en la calle, y aflorar las críticas a los que ya es posible y conveniente llamar ajenos. No se si llegan a los turrones. Resonarán los reproches tras el divorcio y veremos asomar por fin los puñales por encima de la mesa, reñir por las llaves del piso, la cuenta corriente, el coche y los niños. E intentando endosar culpas, deudas y desaciertos a la parte contratante de la segunda parte. De nuevo capuletos y montescos. Para ello los parientes de cada contrayente tendrán que desdecirse de gran parte de lo dicho, cosa que ni para ellos ni para sus lideres ha sido nunca un gran problema. Pero va a ser una descojonación ver a muchos recolocar las lindes entre buenos y malos, ser por fin solo de los suyos, decir de nuevo lo viejo que decían antes de que las circunstancias les espolearan a decir lo contrario de lo que siempre han pensado. Aunque de pensar no hablemos demasiado, que eso es cosa personal y no demasiado frecuente.