domingo, 10 de abril de 2022

Breve cínico

Creo que, como era de esperar, ha triunfado definitivamente la dulce ilusión de Walt Disney frente a la cruda realidad del Serengueti. No nos vengáis ahora a decir que la vida iba en serio, que las ideas tenían consecuencias. Si la realidad o la Historia nos abruman, contémoslas de otra forma menos inquietante, hechos alternativos, o un relato en el que salgamos favorecidos, que más importa el equilibrio emocional que la verdad. Siempre habrá a quién echarle la culpa de cualquier barbaridad y más sencillo y creíble resulta cuanto más lejana en el tiempo. Porque nosotros vamos bien, somos los buenos, siempre lo hemos sido. Somos decentes y empáticos; nuestras causas? y aquiescencias son las justas.
Hemos acertado al elegir, piensan casi todos los votantes del mundo. Donde no es necesario votar, donde están libres de estos trámites de la democracia, no tienen tamaño problema sobre su conciencia, pues en esos lugares siniestros, que no dejan de gustar a algunos, se empezó por abolir la conciencia, un rato antes o después que la misma verdad. En el resto del mundo se hace en nombre del votante lo que hay que hacer, la única política posible, nos dicen y les creemos. Si es a los nuestros a quienes les toca ejecutar lo que es menester, demos por buenas sus excusas y dejémosles hacer, que otros aún lo harían peor. Demos gracias a Dios por la suerte que hemos tenido de estar en sus manos, que ahora nos toca a nosotros redactar los ditirambos. Que obren, que hagan, que por nuestra parte nos conformamos con que no nos lo cuenten con demasiado detalle, con que nos dejen soñar, pensar que los principios aún siguen contando. Que hagan lo que quieran o lo que buena o malamente puedan. Pero que no nos despierten.
Si no fuese real esta visión tan pesimista, la promesa, la palabra dada seguiría valiendo algo, como lo es entre tratantes de ganado, cosa que en la política no ocurre. Incluso la realidad debe seguir la tendencia del vino que tiene Asunción, de preferir lo desnatado, descafeinado, desgrasado, lo sin sal ni azúcar, ni chicha ni limoná. Porque la realidad es dura, intensa, nos da ardor, nos perjudica, los hechos nos estorban, nos asustan. Y hasta ahí podíamos llegar. Por ejemplo, el Gobierno de Biden deporta en 2021 a 41.135 mexicanos más que Trump en su último año, pero es mejor, quién lo duda. El Sáhara y los saharauis, quién va a sufrir la inflación, quién pagará la deuda, qué guerras son más malas que otras, como las dictaduras, cuándo hay que defenderse y cuándo no, y mil cosas más. Bien. ¿Qué importan esos detalles menores? Haced lo que veáis que hay que hacer. Decidnos quién es el malo, los malos, los que tienen la culpa de todo, que así deduciremos que quien los señale debe de ser el bueno. Hemos conseguido ya lo más difícil: hemos transigido con lo aberrante, hemos normalizado la anormalidad. Incluso hemos desterrado tal palabra al desierto de la incorrección. Si alguien dice que se considera normal, ofende a cuarenta colectivos. No sufráis a cuenta. No os mortifiquéis en vano. Nada podemos entender, y menos influir, pobres de nosotros; ni siquiera se espera tal cosa. Haced, pero no nos lo contéis, que luego tenemos pesadillas.

Estas reflexiones, seguramente improcedentes y desacertadas, como en mí se acostumbra, salen de rumiar este artículo sobre los tiempos revueltos que vivimos, si es que hubo de otros, de Máriam Martínez-Bascuñán en El País:

Elecciones en Francia


 

viernes, 8 de abril de 2022

Breve estalibano

    Izquierda estalibana. Es la primera vez que leo esta palabra, en un brillante e iluminador artículo de Santiago Alba Rico. Desde la izquierda para esa otra supuesta izquierda, la más extrema, más centrada en defender e imponer disparates posturales e identitarios que en desarrollar un programa justo, eficaz y modernizador, que es lo útil y necesario. Y les da donde más duele, que es en la cara real, la verdadera, aunque la que recibe el puñetazo es la falsa y maquillada que exhiben ante sus feligreses. Me guardo el neologismo porque es muy gráfico. Retrata muy bien a una nueva y a la vez mohosa Internacional; un tropelillo de gente, un amasijo coral desafinado, unas sectillas por número marginales, aunque de estruendo, de pensar telarañoso, avejentado, fuera de lugar y del tiempo, unas curias con su correspondientes y limitadas parroquias que se autoproclaman progresistas, esgrimiendo ideas y proclamas que ya eran viejas, desacreditadas y caducas cuando aprendieron a leer. Y no muy bien, al menos no buenas cosas, por lo que se les oye decir. No pierden ocasión de hacer el ridículo, de defender lo indefendible, de cogerse del brazo de lo peor que el terreno ofrece, sin desdeñar lo podrido, cerca o lejos, siempre exquisitos y superiores moralmente, siempre rabiosos, estériles y a la greña. Como lo único que les importa en mandar para imponer sus intereses y sus delirios, y todos no pueden mandar a la vez, acaban matándose entre ellos y, de resultas, a la sociedad donde habitan y a la que odian hasta que no la moldeen a su entero gusto. Un sectarismo herrumbroso que va del rencor a la paranoia. Un peligro que necesita, y si no existe lo crea, de otro extremismo especular para tener razón de ser, al menos en sus cabezas.

    Afortunadamente, no toda la izquierda es así, y ya hay quienes entre ellos se atreven a decir que el emperador estaba y sigue desnudo. Pocos, pero cada vez más. De igual forma que no toda la derecha es como esos fanáticos quisieran que fuese, como la pintan, situándola justo desde donde termina su talibanismo. Al final, acaban siendo difícilmente distinguibles de los extremos que imaginan y que encuentran, existan o no, pavores que usan para que, puesto en la balanza un mal mayor, en gran parte imaginario, aparezca como soportable el cierto y real que ellos representan. Ahora ven nazis por todos sitios, empezando por Ucrania y siguiendo por su barrio y su país. Y menos lobos.

Viendo quiénes, de una forma u otra, acaban justificando a Putin y a su comportamiento criminal, los vemos juntos y revueltos, de derechas y de izquierdas, que mierda sobra en ambos bandos. En la ONU, votan a favor de Rusia  Bolivia, Cuba y Nicaragua. Se abstuvieron: Brasil, El Salvador y México. China, Corea del Norte y otros paraísos para qué decir. En España, miren y vean, admiren la colorida vistosidad de los plumeros, desplegados sin rubor, sin recato, sin vergüenza.

Hay quien escribe proclamas pacifistas, equidistantes noes a la guerra, aunque anden tibios acerca de quiénes tienen la culpa de esta, que al final vamos a ser nosotros, es decir, las democracias, que en definitiva es su enemigo. El de Putin y el de todos los que, de una forma u otra, más fuerte o más flojo, por acción o por omisión, le defienden. Y escriben sus proclamas pacifistas, sus convocatorias y rogativas, no contra Putin, sino contra el concepto de guerra, así como el que pisa una mierda, apuntando en el caso de Ucrania como solución y remedio la rendición incondicional, el poner la otra mejilla. Incluso la disolución de la OTAN, precisamente ahora. En el fondo, más que comecuras son meapilas, pero de un credo equivocado. Impostada versión degenerada e insustancial de Ghandi, escriben sus odas a la no violencia —esas que repudian la ayuda y la entrega de armas a los ucranianos— cómodamente sentados, con carteles en la pared que muestran a sus adorados referentes, casi siempre vestidos de caqui. Aunque ahora algunos calcen chándal. ¡Quién te ha visto y quién te ve! ¿Dónde quedaron los partisanos, los brigadistas, los maquis, los revolucionarios, los tupamaros y los bolcheviques?

Si algo ha mostrado el pasar del tiempo es que lo que amaban y aman era simplemente a los regímenes totalitarios, a los líderes fuertes, incontestados, autocráticos, y a los pueblos sometidos a una idea, la suya. Su afán no era el escudo encandilante de su discurso acerca de una pretendida justicia social, una igualdad que nunca han defendido cuando han tenido mando y ocasión, y mucho menos la libertad, algo que les estorba, pues son censores que cuando mandan y pueden reprimen cualquier idea o pensamiento que no sea el suyo. Hay otros que han defendido esos valores mejor, incluso los han hecho realidad en gran parte, tarea siempre inacabada y en la que ellos más han estorbado que colaborado. Aunque difusamente digan defender tales cosas, se persiguió hasta el exterminio al discrepante, de forma invariable, allí donde sus doctrinas se implantaron, casi siempre a la fuerza y no pocas veces con las armas. Y más que esas promesas llevaron y llevan el hambre y la miseria a cualquier país que tiene la desgracia de padecerlos. 

A esas mentalidades totalitarias, rígidas, ordenancistas, fanáticas, si me apuras, tanto les da Hitler como Stalin, Maduro que Putin, los Castros o Perón y sus sucesores dinásticos e ideológicos. Incluso la mafia calabresa a algunos de ellos. En cualquiera de estos sistemas criminales hubiesen vivido a gusto, y seguro que hubieran caído bien, boca arriba, como siempre, a ser posible, en posiciones de mando que es donde se vive como es menester. Y el que venga detrás que arree, que siempre ha habido clases, mande el zar, mande Lenin. Han demostrado que, desde uno u otro extremo, igualmente repudiables para las gentes de bien, lo que ellos aman son las dictaduras. Y en el fondo les da lo mismo de qué signo sean. Han pasado del amor por el estalinismo soviético a defender sibilinamente lo que Putin representa, sea lo que sea, si es que alguien lo sabe. Rusia sigue siendo para ellos la misma o parecida arcadia, fue durante demasiado tiempo su referente, su faro y su luz, como para no mirar hacia esa torre, hoy apagada, que quisieran ver brillar de nuevo. Un paraíso, un dudoso monte Sinaí de donde bajaba el profeta con las tablas de la ley, como para ahora entrar en distingos. Total, en Rusia están acostumbrados a ser esclavos, nunca han dejado de serlo. Incluso durante la era soviética fueron esclavizados por una dictadura que los proletarios creían ejercer. Al menos eso les contaban, aunque solo la dirigían mediante el terror los miembros del partido comunista, escasos y privilegiados. Y acabaron diciendo lo mismo que ahora: «No nos podemos quejar». Nunca les han dejado.