viernes, 25 de febrero de 2022

Del injustificado espanto

Pedir a la politica que sea humana, echarse las manos a la cabeza como descubriendo ahora que aquí se juega, ¡qué indecencia!, resulta enternecedor. Sobre todo, dicho desde un casino. En los últimos episodios nacionales, protagonizados esta vez por el Partido Popular, nada nuevo ni original hay; simplemente hemos visto ahora en directo lo que normalmente se nos oculta, hasta cuando y hasta donde se puede, que luego todo se sabe. De ahí los impostados espantos. Le diu el mort al degollat: ¿qui t’ha fet eixe forat? Ya habíamos visto muchas veces borrados de la foto a otros Trotskys y Kámenevs patrios. Que otras escenas semejantes se produjeran con menos publicidad, no quiere decir que los navajazos fuesen menos sangrientos. La política, las leyes y las salchichas son cosas que es mejor no ver cómo se fabrican. La política es fratricida y no hace prisioneros. Tampoco hace falta ser "un equidistante" para añadir que lo es siempre, salvo excepciones que no conozco. De algunas fotos, que en poco tiempo resultan ya antiguas, por ejemplo las del “núcleo irradiador”, sólo quedó el caudillo, el macho alfa, el ángel exterminador, para acabar desapareciendo también. Ahora se manifiesta como un ectoplasma zumbón, un martinico que sigue dando consejos y dictámenes desde ultratumba. En otros cielos distintos a los que quería asaltar espera las almas de lo que queda de su partido, flor de un día. La lealtad es virtud rara en el gremio, es más usual y rentable el mero interés por la carrera personal. Todo lo más, de la cuadrilla.

Entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero. Y no suele haber mucho más en esas alturas, salvo soberbia y ambición de poder, en ese mundo paralelo y mezquino que se extraña de los rechazos y desafecciones que su comportamiento barriobajero y su inoperancia provocan entre el resto de los mortales. Hay, más abajo de esta nata agriada que flota sobrevolada por moscas verdes, unos cuadros más profesionales, menos conocidos e influyentes, pero más útiles y necesarios, con una formación y capacidad a años luz de los que, más arriba, están centrados en sus pelarzas. Son los de más abajo quienes hacen las cosas, los que trabajan, esos que a duras penas van consiguiendo que lo esencial funcione y salga agua de los grifos. Y miles de ayuntamientos, presos del día a día, donde se gesticula menos y se hace más y mejor. Ideas en las alturas, pocas, y no muy buenas ni relevantes. Lealtad, en Montesinos y poco más hemos visto en este caso, en otros, ni el Tato. La victoria tiene mil padres, la derrota es huérfana. Poder, poder y poder. Cada camarilla o caudillito desbroza el camino para alcanzarlo con las armas, informaciones y venenos de que dispone; varía poco el sistema, solo la artillería utilizada, y todas sus carreras dejan tras de sí una larga senda de cabezas cortadas. El debate dentro de cada peña, escaso dada la habitual sumisión ovejuna que las caracteriza, resulta estruendoso o acallado, según se haya conseguido amordazar más o menos a la feligresía, con el concurso de prensa y activistas en redes afines. El poder principal, aparte claro está de el de administrar y repartir los dineros públicos, es el de conceder puestos y cargos, prebendas y presencia en las listas en puestos de salir. Por él se riñe, por él se apoya, por él se traiciona, por él matan; sobre todo los que no tienen a donde volver, que no son pocos en esa industria. Ideas, las justas, que esto son cuatro días. Y no, no es cosa de los otros, ya que, si no es general, al menos es teniente coronel.

Desde el “a moro muerto, gran lanzada”, pasando por “el todos acudieron en ayuda del vencedor”, para terminar en el “ya lo decía yo”, son procederes propios del gremio y las militancias, a los que ya estamos acostumbrados los que opinamos libres de tales jaulas mentales, obediencias y ataduras, pero ya prescindimos hasta de la tradición española del buen entierro.

Lo que está claro es que, visto lo visto y leído lo leído, comprobamos que Feijóo les resulta más temible electoralmente a los que ahora empiezan la labor de descalificarlo, sea como sea. Igual hubieran hecho con cualquier otro candidato con posibilidades electorales. Porque lo temible es que los oponentes fueran serios y razonables, creíbles, moderados. Las virtudes que les exigimos, aunque tampoco las tengamos, serían nuestra ruina. La política funciona así. se trata de vivir de los errores del contrario, reales o supuestos. (Enemigos y errores). Antes decían que querrían algo así como Feijoo. Juanma Moreno aún les preocupa más, por eso hablan poco de él. Los andaluces comparan y luego eligen. De forma que poco creíbles sus lemas y argumentarios, antes y ahora, por previstos y anticipables, fuere cual fuere el sucesor.

Queremos una derecha civilizada, mienten los que le reprochan a la derecha simplemente que no sea de izquierdas, como sería menester. Sí, queremos una derecha civilizada, dicen; pero lejos, en Singapur como muy cerca, piensan y callan. No quisieran, no conciben siquiera que nadie piense de otra forma, algo que todo sectario considera una patología.

Quieren hacer a la oposición competir con una mano atada a la espalda, jugar con la ventaja de exigirles la aplicación de unos cordones sanitarios que ellos no consideraron conveniente aplicar a socios y apoyos que ningún dato o argumento puede hacer pasar por mejores. Algunos a los que no han hecho ascos manchan para siempre al partido que se haya fotografiado sonriendo de su brazo, y manchados siguen los que exigen a los demás lo que, beneficiándoles, ni se aplicaron ni se se aplican a sí mismos. Si las malas compañías, como la corrupción, se pagaran electoralmente, y se van pagando, que Dios les pille confesados. Esa fragmentación de la que algunas minorías tan contentas están, pues acaba con el bipartidismo y les otorga una presencia y un peso que por votos no merecen, hace ya, y hará por un tiempo, inevitables pactos y acuerdos dudosos en unos casos, infames en otros, y nadie puede exigir al contrario que renuncie a pactar con algo similar a lo que ellos aceptan como animal de compañía. Es decirles, sólo nosotros podemos gobernar, sólo nuestra ideología tiene carta blanca para pactar con Jack el Destripador. Han alimentado una derecha más extrema que la anterior, que acogía todo ese campo y ese electorado, algo amorfa, tan extrema y populista (no más, en todo caso) como la clase de izquierdas, separatismos y otras malas compañias que, aun rozando lo criminal, dan por buenas. La han hecho crecer, aunque culpen precisamente a los perjudicados, por el expediente de decir que fuera de ellos todo era una masa indiferenciada de fachas. El trifachito. Mientras no acceda a puestos de gobierno relevantes y decisivos Vox puede permitirse vivir con la lengua suelta y desenfrenada, dando lametones ideológicos a todo tipo de descontentos, indignaciones y hartazgos, como para medrar hicieron otros, hoy al borde de la extinción. Tiempo al tiempo. Ya se aplatanarán, como viene ocurriendo, que el poder modera mucho, pues nunca es ilimitado. Algunos, al alcanzarlo, simplemente no han sabido qué hacer con él, salvo el ridículo. Es la tentación y la ventaja que tiene el vivir en las nubes de la oposición sin presencia institucional, donde se habla gratis. Si mucha gente no discrimina dentro del campo liberal conservador, si les han aleccionado para no ver diferencias dentro de la derecha, ámbito ideológico tan digno, legítimo y necesario como el contrario, bastante más que ciertos grupos, es gracias al poco tino clasificador que interesadamente ejercieron algunos orates y palmeros de la izquierda. Exigen una moderación que no practican, dicen echar de menos una centralidad que han hecho todo lo posible por desacreditar y destruir. Llegados aquí, con estos bueyes tenemos que arar, debemos concluir, pues así habéis encastado la cabaña entre todos. Y que Dios reparta suerte. Ahora, gracias a la polarización incentivada por los que, ya tarde, de ella se quejan, es decir, por todos, san Joderse caerá en jueves, de forma que menos aspavientos.

Llega Feijóo, algo así como lo que decían preferir tener enfrente. Vemos que no; llevan demasiado tiempo viviendo de decir que, salvo ellos, todo era espantoso. Los coros van ensayando, ya se escuchan y pronto se popularizarán en sus capillas salmodias y gregorianos unísonos, repetitivos, dirigidos, previsibles, vacuos. Es simple temor a tener que contender con alguien con mejores armas que el anterior enemigo. Y otro que les va creciendo, bien alimentado por ellos.

De lo que se lee y escucha, todo es mentira, salvo alguna cosilla. Uno, a veces, por no decir siempre, no sabe exactamente cómo son las cosas en realidad. Sólo está seguro de que son de cualquier forma menos como nos las cuentan. Sobre todo si nos las interpretan algunos, sean medios, particulares o activistas, esos que no necesitarían hablar, porque ya antes sabemos qué van a decir. Simple ruido en espera de los ecos previstos. Aplausos de la parroquia y ahí queda la cosa. Todos contentos salvo las estupideces que pueda alegar alqún bandarra. Como yo. Se le llama equidistante y arreglado. Y si las cosas se complican, los más tontos recurren a llamarte facha, algo definitivo, a su entender.

lunes, 21 de febrero de 2022

El retablo de Maese Pablo

—¡No puedo!, ¡No puedo! Exclamó airado Pablo mientras daba un fuerte puñetazo en la mesa. Alrededor, con caras apesadumbradas, su mano derecha, su mano izquierda y una pequeña corte de acólitos y asesores, entre ellos algunas de las mentes más brillantes de la política española, asentían con gravedad.

—Ya lo sabéis. Todo el mundo me conoce y sabe que yo no puedo con la corrupción; por pequeña que sea. Fue la excusa que dio pie a esa moción de censura que nos quitó el gobierno. Para dar aliento y mando en plaza a la pandilla de delincuentes que apoyan al gobierno de este trepa sin palabra ni vergüenza. La limpieza que emprendí en el partido apartó de cualquier puesto visible a todo resto de esa vieja guardia que, perpetrando o consintiendo corruptelas, llevó al partido al descrédito y a la ruina. No dejé, como sabéis, ni uno. España y el partido están por encima de cualquier otro interés o ambición personal. No podemos perdernos en estrategias, riñas de familia y eternizar este desangramiento del pulso con la Ayusa, cosa que me reprochan, como si hubiera otro remedio, si queremos mantener prístina e inmaculada nuestra marca. Toma aire y brama: ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Hay que darle la puntilla! Que si barrió en Madrid, que si tiene carisma, que si ella tiene más huevos que yo y que ella sí que puede con VOX, que si, cuando Iglesias dejó la vicepresidencia del gobierno y dijo ¡dejadme solo! retándola a un duelo singular, hizo tal ridículo que se tuvo que retirar del negocio, que si patatín que si patatán. ¡Engreída! Otro puñetazo en la mesa, que empieza a agrietarse. ¡Soberbia! Otro puñetazo. ¡Ingrata! Sale despedido el reloj, que se estampa en la cabeza a Egea, contento de que no le haya alcanzado ningún órgano vital ¡Corrupta! Eso es lo que es: una corrupta. Y por ahí sí que no paso. Nos cueste lo que nos cueste.

—¿Te refieres, jefe, con eso de la limpieza y la depuración a nuestros mentores y maestros de toda esta camada criada las Nuevas Generaciones? —dice uno. Siguen todos en nómina.

—¿Y Pío?, —incide otro. ¿Y Arenas, y Hernando? O Esperanza, Rajoy, y doscientos más. Llevan aquí desde que tomaron la primera comunión. Como nosotros.

Casado da otro puñetazo sobre la mesa y se levanta, tirando la silla. —¡Pero ostias!, ¿estáis aquí para ayudar o para joder aún más la marrana? ¡Que parecéis gilipollas! Lo cierto, como decía, es que no podemos consentir ningún caso más de corrupción, ni pequeño ni grande. Ni siquiera la duda o la sospecha. Aunque le afecte a la hijaputa esta. Más lo siento yo; es tristísimo tener que decir a la prensa, con el corazón partido, lo que no hemos tenido más remedio que explicar. La he criado en mis pechos, la propuse yo para ese cargazo y así me paga, moviéndome la silla. Pero ya lo dijo Bono, que de esto sabe: Bolsillos de cristal. Tenemos que tener, tienen que tener, los bolsillos de cristal. La mujer del césar…

—Es que —le interrumpe otro, hablando flojito— si este mont…, digo este caso de corrupción, tan gravísimo como excepcional en la casa, se lleva por delante a la Ayuso, detrás va el partido. Vamos todos a la puta calle. Yo no sé a qué os dedicabais vosotros antes; yo, la verdad, tengo crudo lo de incorporarme a la vida laboral, a mis años. Y del apartamento y el Audi aún me faltan años que pagar.

—Intereses espúreos. Los asuntos personales en el bar. Aquí se habla de principios. Lo primero es el poder… (se rasca tras la oreja) …ir por calle con la cabeza bien alta, —termina la frase mientras se mira las uñas. Todos amamos al partido, compañero, pero (elevando la barbilla) ¿Desde cuándo un político español pone por delante los intereses del partido a la verdad, a la honradez, a España, en definitiva? ¡Que le den por el culo al partido si lo que está en juego es la conciencia! ¡Zaaas! (Después de este puñetazo, la mesa empieza a resquebrajarse). ¡Me la cargo, por estas que me la cargo! ¡Salte o raje! El más tonto, puesto muy reñido en la sala, mira la mesa creyendo que a ella se refiere.

—Yo no veo esto claro —dice uno mientras se atusa una ceja—. Estas facturas y esos datos de Hacienda, que vosotros sabréis cómo habéis conseguido, quién las buscó y porqué... No sé, no sé. Lo único que pillo es para qué. Porque, lo del detective no acabó de cuajar, ¿verdad, Egea? ¿Quién coño os facilitó esos datos confidenciales? Egea le responde escupiéndole un hueso de aceituna que le acierta en todo el ojo. 

—¡Recoge el hueso, coño, que se va a escurrir alguien —ordena Casado. Joder, Teodoro, no ganamos para esguinces con tus putos huesos de oliva.

—Pablo, —le susurrra conciliador Egea a Casado arrimado al cartílago auditivo—, estamos rodeados de gilipollas. No dan una a derechas. Si salimos de esta con bien, hay que cambiar de equipo. Te dije que no había que elegirlos muy listos, pero nos hemos pasado.

—¿Habéis escuchado a Feijoo pedir cabezas. Y las más gordas, además, —pregunta Almeida, asomándose por la puerta que entreabre mientras pasaba por allí. A mí ya me estáis quitando de portavoz porque ya no sé qué decir y me da la risa. Me vais a arruinar la carrera, bandarras. Y cierra de un portazo.

—Mala cosa, jefe. Ya empiezan a huir las ratas.

—Pues espera a mañana, cuando vengan los barones a poner orden. Llevan todo el día afilando las navajas. Veremos. Como Feijoo se haya hartado de lluvia, nuestras horas son llegadas.

-o-o-o-o-

En la política pocas cosas son lo que parecen ser, aunque en esta ocasión la irresponsabilidad nos haya mostrado en directo, sin intermediarios, lo que han querido que veamos, jugando a la ruleta rusa. Algunos miran comiendo palomitas, pensando que Dios los ha venido a ver tras varias elecciones empeorando los resultados. Ni se habla de eso, ni de la pandemia, ni de la guerra, ni de los EREs, la independencia ya se olvidó, los socios languidecen esperando que la muerte sea dulce… Otros pensando que lo mejor es callar, que ya les van haciendo la campaña estos mandrias. Ya recogerán los despojos. Y otros pensando cómo sacar tajada de estos espectáculos, aunque ya no haya en sus partidos quien salga a cosechar.

—Adelanta elecciones generales, Pedro, ahora que están distraídos dándose ostias. Ponemos de lema “PSOE, 143 años de honradez”, y barremos.

—Calla, gilipollas. ¿Tú no eres de Sevilla, alma de cántaro? Ponle una vela a san Judas para que dejen a estos inútiles al mando. Como se anime Feijoo o la Ayuso con Cayetana, acabamos la mitad en el paro. No te digo si resucitan a Aznar, que tendríamos que llamar a González. Y si no vienen los socorros y estos panolis desaparecen, pintan bastos porque ya nos hemos encargado de engordar un enemigo peor. Reza, hermano, reza, porque a veces los dioses, para castigarnos, atienden nuestras plegarias.


martes, 15 de febrero de 2022

Epístola genial y vocabularia

 

«El genio del idioma», «La seducción de las palabras», «Palabras moribundas», «Defensa apasionada del idioma español»… Estos son algunos de los libros, todos de recomendable lectura, en los que Álex Grijelmo, entre otras muchas cosas, nos habla del «genio del idioma», que viene a ser el criterio colectivo, tan misterioso como inapelable, del conjunto de los que emplean una lengua como herramienta de comunicación. Ese genio es quien al final dictamina, quien decide si acoge o rechaza, quien, con sabiduría antigua, acaba sentenciando a los vocablos o expresiones de varia procedencia que surgen o que invaden, permitiendo a unos pervivir, condenando a otros a desaparecer en el caldero siempre en ebullición de una lengua viva. Nadie tiene mando en esa plaza. Nada hay más democrático que una lengua, un mundo en referéndum perpetuo que a lo largo de los siglos va eligiendo unas soluciones, mientras rechaza otras. Sobran imposiciones, arbitrios, proyectos de ley o campañas evangelizadoras. No funcionan; el genio, que somos todos a una, es inmune a esos manejos. Cientos de millones de hablantes acaban defendiendo lo que es suyo, lo que es de todos, frente a gustos, manías o pretendidas correcciones particulares de unos pocos. El lenguaje debe de ser capaz de expresar tanto lo correcto como lo que no lo es, lo santo y lo perverso, y es espejo, no pintor. Hable usted como quiera y deje a los demás hacer lo propio. Los usuarios darán su veredicto colegiado, adoptando unas formas y usos y despreciando otros. Y que gane el mejor.

Es muy tranquilizador ver cómo funciona una lengua a la larga, superando riesgos y retos ocasionales. Ese genio es el que da por buenas palabras como cefalópodo mientras rechaza cabezópodo. Bueno es platirrino o bocachancla, malo planijétido o monohuévido. Nos permite construir neologismos recurriendo a los abuelos de la lengua, el latín y el griego, solos o mezclados. Pero no bendice bodas entre una aristocrática palabra de los ancestros con otra plebeya, incluso de las que florecieron cuando nuestro idioma era todavía algo nuevo, en formación, pero ya apuntaba maneras de devenir sólido y diferenciado. En otros casos se muestra más liberal, pues suele tener manga ancha con la ciencia y la tecnología, con la poesía y con la aldea, pero sin salirse de sus manías, que suelen ser norma. Es el mismo duendecillo terco que lleva siglos sin permitir la aparición de nuevos verbos terminados en -er (muy pocos han brotado una vez consolidado el idioma), ninguno en -ir, pocos y antiquísimos. Si se crea un nuevo verbo, el neologismo acabará invariablemente en -ar. De las tres conjugaciones, sólo queda disponible la primera. Podría aparecer una mente original que quisiera romper esa norma y parir la palabra “cliqueer” o “cliqueír”. Sería inútil, el martinico es muy taimado y por ahí no pasa. Cuando empezó a utilizarse en los ordenadores un nuevo artilugio señalador, ese ratón que, perdida la cola, ya nadie llama “mouse”, se extendió el uso de “cliquear”. Los que propusieron esa palabra, sin antes buscar en nuestro idioma otra mejor que pudiera reciclarse para ese significado, perdieron la guerra y acabó venciendo “pinchar”. Como ocurrirá con “pen-drive”, para el que ya vamos buscando sustituto castizo. El tiempo y los usuarios decidirán si, al final, nos quedamos con lápiz USB, chupete, archivo externo, o vaya usted a saber. Lo de USB tiene menos arreglo, pudiéramos pensar, pues quien inventa bautiza, pero seguramente memoria iría bien. Tampoco conviene ponerse a estrujarse la cabeza en ello, pues el geniecillo abrazará a una sola palabra, mejor que dos, cuando a alguien se le ocurra. Y se le ocurrirá.

Es el mismo genio, cierto que lento, que desterró del uso palabras como speaker, interviuvar o outside, para acabar imponiendo locutor, entrevistar o fuera de juego. Tarda tiempo, pero va limpiando. Y es el genio, es decir, el sujeto colectivo de los hablantes, no la Academia, quien limpia, quien decide, quien busca y a veces encuentra términos propios, de los que llamamos patrimoniales si han evolucionado dentro del meollo de nuestra lengua desde el latín vulgar, u otras incorporaciones antiguas, ya sin uso o con otro distinto hasta ahora, para sustituir esos barbarismos. Como el afortunadísimo reciclaje de la palabra azafata, que del árabe as-safat, cesto, pasó al castellano azafate con igual significado, para terminar nombrando azafata a la dama que llevaba a la reina el azafate de la costura, con los reales hilos, el dedal real y las no menos regias agujas. Y de ahí a los aviones de Iberia. La academia, por su parte, es simple notario, aunque muchos le pidan que ejerza de juez o de creador.

No pocos de esos anglicismos se quedan a vivir entre nosotros, una vez los vestimos con un traje local. No hemos encontrado nada mejor que túnel, vagón, yarda, líder o récord, entre otros cientos o miles de palabras para cuyos conceptos asociados no teníamos ni hemos encontrado aún nada mejor. A los angloparlantes les ocurre igual y para ciertas cosas han adoptado no pocas de nuestras palabras: fiesta, amigo, suave, caballero, señorita, latino, sierra, burro, patio, bravo, maestro, plaza, olé, tapas, gusto, sangría, paella, arena, barrio, cafetería, aficionado, guerrilla, liberal, solo, vigilante, bonanza, lolita, macho, mosquito, hombre, siesta, hasta la vista, mi casa es tu casa… Incluso cojones. ¡Manda huevos!

Lo que ofende o perjudica no es que un idioma tome de otro palabras de las que carece para designar algo nuevo o porque ofrecen matices que uno no consigue encontrar, por el momento, en ninguna palabra de su lengua. Eso es bueno, antiguo e inevitable, enriquece unos idiomas tomando prestados, sin intención de devolverlos, aciertos lingüísticos ajenos. Siempre ha ocurrido y ocurrirá así, solo que va cambiando la lengua de prestigio de la que se van tomando. El castellano desde hace más de mil años, desde su nacimiento, fue incorporando durante siglos cientos y cientos de hermosísimas palabras árabes que ya son parte constitutiva y esencial, además de singularidad y ornato de nuestra lengua. La ciencia siempre recurre a las lenguas clásicas; las novedades tecnológicas, hoy, al inglés. La desgracia no es que importemos las palabras, sino que tengamos que comprar además los inventos, las ideas, los artilugios que así, en su idioma, nombró quien los invento y nos los vende. El que inventen ellos sale carísimo.

Lo malo son los palabros innecesarios (y a veces malsonantes para nuestros oídos), y ninguna necesidad tenemos de estropear el idioma utilizando coach por entrenador, bullying por acoso, mail por correo, kit por lote o equipo, followers por seguidores, link por enlace, online por “a distancia”, meeting por encuentro (ya adoptamos mitin para una reunión pública de carácter político), crowfounding por colecta o financiación colectiva, ranking por clasificación, newsletter por boletín, streaming por en directo, o influencer por gilipollas mediático. Cuando se llega el extremo de ir salpicando cada frase con un anglicismo de forma innecesaria, más que otra cosa revela las miserias del hablante, el ridículo afán de darse lustre (pisto, que decimos en La Mancha), de aparentar ser persona de mundo, políglota y cosmopolita, cuando más se retrata como snob o petrimetre, por usar adjetivos foráneos ya bien aclimatados que, por coherencia con lo escrito, dejaremos en cursi y pedante, ridículo y pretencioso. Dígamelo todo en inglés, por favor, lúzcase si puede, pero no me someta al tormento de esa mezcolanza patética.

En otras ocasiones se usa el anglicismo como eufemismo. Siendo mala la realidad a nombrar, una palabra foránea, a medias entendida si acaso, parece dulcificar lo crudo o abusivo de lo que así se escamotea a la comprensión: riders, call center, fakenews, co-living, job-hopping, usados por no nombrar en castellano castizo lo que en verdad son, de una forma que todos entiendan: distintas formas de precariedad, de abuso, de avasallamiento, de presentar como normal y deseable el vivir realquilado o dar por natural o pasable la mentira. Lo malo es que, como se lamenta Grijelmo "en apenas medio siglo el inglés ha colocado tantas palabras en las bocas de los hispanohablantes como el árabe en ocho centurias". Y eso resulta un innecesario e injustificable servilismo lingüístico.

Antes o después, el genio del idioma nos obliga a llamar a cada cosa por su nombre. Si no puedo alquilar una casa, menos comprarla, y tengo que resignarme a realquilar una habitación, llamarle a esa situación co-living, quedará más bonito, pero no mejora mi situación ni la ajena. Y no es exactamente convivir, que hay matices que la diferencian de un co-vivir, juntos pero no revueltos, con derecho a cocina. Llamar nesting a quedarnos en casa, en el nido, nada aporta, salvo que esa palabra no nos cuenta si se hace por gusto, obligación, necesidad, confinamiento o arresto domiciliario. En fin, cuando no se quieren nombrar las cosas en román paladino, de una forma que todos las entiendan, si se ampara uno en tales encandilamientos léxicos, es señal de que alguna liebre se lleva en mente.

Acabará el geniecillo dándoles en el testuz a los amantes del alargamiento innecesario de las palabras, no sólo a los que eligen la más rebuscada de las disponibles, sino a los que añaden sílabas innecesarias creyendo que la palabra más luenga, campanuda y descomunal es mejor que la más breve y concisa. Hay quien cuantifica las monedas del bolsillo, creyendo que resultarán ser más que si simplemente las cuenta; le parece más de temer la peligrosidad que el peligro, o cree que diciendo intencionalidad borra la posibilidad de que sus intenciones sean malas. Como decimos, al final, el genio del idioma se acaba imponiendo. Como su longevidad le hace un ser sin prisas, a veces nos pone nerviosos, creyendo que se ha desentendido del problema. ¡Señor, dame paciencia! ¡Pero dámela ya!.

A algunos les ocurre esto de los nervios, entre otras cosas, con los excesos del lenguaje inclusivo, empezando por el repetido y cansino desdoblamiento de género, cuando de él se abusa hasta la parodia. No hablemos de desafueros como el niños, niñas y niñes, o el infumable tod@s, engendros condenados al fracaso, al olvido. Serán algo extraño, harán sonreír dentro de un tiempo incluso a los que hoy aún no lo ven así, que no son demasiados. Ese genio del idioma (al contrario de lo que a mí, goloso de las palabras, me ocurre), ama la brevedad, la concisión, odia el alargamiento innecesario, la perífrasis, la redundancia, la repetición. Y, se quiera o no, es muy tradicional este duende taimado, siempre reacio a desprenderse de vetustos estereotipos y prejuicios, este martinico de la lengua que no gusta de peregrinos inventos  ni ocurrencias, ni siquiera de algunas que, siendo razonables, además serían convenientes. Pero necesita tiempo, pues el tiempo a menudo nos lleva a olvidar ciertos problemas antes de habernos puesto a encontrarles una improbable solución; lo que viene a demostrar que no eran tal problema. Gran parte de las palabras que la Academia reconoce, tal vez con precipitación, acabarán languideciendo, criando telarañas en el diccionario. No desaparecerán del uso generalizado, porque nunca lo alcanzarán, y en pocos lustros sonarán a jerga minoritaria, a moda ya antigua. Y habrá que señalar al lado de su definición su carácter de vulgarismo, de palabra ya inusual, propia de un momento, un lugar o una tribu concreta. Bien está que figuren en las páginas del diccionario, que para eso está, para buscar los usos de palabras a veces poco frecuentes, pero etiquetadas como de uso poco recomendable para un habla o escritura llanas, pero de un cierto nivel cultural, entendible por una mayoría de los cientos de millones que hablan nuestro maravilloso idioma. Que, afortunadamente, está a salvo de cualquier ataque y, a largo plazo, también de ocurrencias, postureos e inventos de las diferentes tribus, aunque no de estos molestos sarpullidos temporales.

jueves, 3 de febrero de 2022

Epístola laboral

    Sigo el debate de convalidación del Decreto-ley de la Reforma Laboral. Me recuerdan, entre alabanzas de unos y reproches de otros, los cambios que introduce respecto a la ley anterior que, a su vez, cambiaba unas cosas y conservaba otras de las precedentes, algunas de ellas bastante antiguas. No se me ocurren mayores objeciones que poner a esos cambios que, dentro de mi ignorancia sobre los intringulis del tema, considero un avance. Parecen medidas que dan un marco de seguridad a unos y a otros, a la vez que limitan o modifican algunas medidas que, si acaso en otra situación fueron un mal menor, hoy no tienen pase. Estaremos de acuerdo en que no se puede obligar a un ayuntamiento a hacer contrato indefinido a una cuadrilla de gigantes y cabezudos para la cabalgata del día de la fiesta mayor, aunque otros cargos y partidas con menos fuste mantienen, pero también en que demasiadas empresas abusan de contratar por horas puestos que necesita de forma casi permanente. O evitar los abusos en las subcontrataciones, descontrol que a veces permite que quien recibe el servicio pague al día mientras que el que lo realiza cobre meses después. O cobre la mitad de lo que se pagó por su trabajo, dineros que se distraen en la subcontratación. Si la reforma corrige cosas así, bienvenida sea. Una cosa es defender empresarios y trabajadores, otra a sinvergüenzas.

    Las leyes se suelen reformar, algunas veces para mejorarlas, siempre para adaptarlas a las preferencias del que en cada momento gobierna. Pero pocas son las que se derogan totalmente. Una ley de educación, un código civil, una ley laboral, no se hacen ex novo, escribiendo en una tábula rasa; al contrario, parten de una situación, de un texto legal que se intenta mejorar adaptándolo a las circunstancias cambiantes, a la sociedad siempre en evolución, eliminando o modificando disposiciones y artículos que hoy se consideran inconvenientes. Algunas leyes fueron buenas para un momento, para una situación; otras ni siquiera eso. Las reformas legislativas, aún más que las acciones de gobierno, deberían hacerse con luces largas, pues solo una permanencia en el tiempo, que el acuerdo favorece, las hace fértiles. Seguramente se legisla en exceso, al final a todos les gusta un reglamentarismo que conforme la vida de los gobernados de acuerdo a las ideas, gustos y manías de los gobernantes que las impulsan y redactan, que se quisieran eternos, y enfrentan su inevitable declive y desaparición intentando dejarlo todo “atado y bien atado”. Todos quisieran legar una eterna herencia legislativa. Cada vez que alguien dice que va a blindar alguna norma, disposición o medida, sé que estoy ante un dictador, un totalitario que lo será hasta donde la justicia le permita; revela que estamos frente a alguien que no sabe lo que es la democracia. Por eso, para los amigos de blindajes, abusos e imposiciones totalitarias, las leyes, los tribunales y sus ejecutores, las fuerzas del orden entre ellos, son sus enemigos. Como ellos lo son de la democracia.

    Malo es que una ley se apruebe por una exigua mayoría de votos, cogida con alfileres, siendo la aprobación dudosa hasta último momento. De hecho, ha necesitado un milagro en forma de error. Ninguna reforma de calado puede imponerse si se quiere que dure el tiempo suficiente como para modificar realmente aquello que regula. Miremos a las leyes de educación, papel mojado una tras otra. El número de apoyos, ajustadísimo y conseguido in extremis, incorporando a grupos que para los habituales apoyos del gobierno son indeseables, pudiera hacer pensar que esta ley tiene los días contados. No lo creo. Gran parte de estos votos son estratégicos, simple gesticulación, teatrales concesiones a la galería o a la parroquia. Obran presos de lo dicho, incluso del libro santo de cada secta ideológica, tanto como de lo que de ellos se espera o se teme. Porque a veces, y eso es lo peor, algunos se limitan a hacer lo que creen que se espera de ellos, uniendo la inconsistencia a la equivocación.

    Tanto se gruñe, tanto se descalifica y se proclama, tanto se finge y se escenifica que, paradójicamente, están más a favor de cómo queda retocada la ley laboral muchos de los que hoy votarán en contra de ella que bastantes de los que votarán a favor. Tiene un punto surrealista el grado de impostación al que ha llegado la política española. Nada es lo que parece ser. Poco tiene que ver lo que se dice con lo que se cree o se desea. Y casi nunca con lo que se hace. El PP votará que no a unas modificaciones a su ley que la propia ministra que la impulsó no rechaza. Firmada por Garamendi, presidente de la patronal y bien vista por la presidenta del Santander. Pedro J. dice que cree que es lo mejor que ha ocurrido en los últimos tres años. Como vemos, una ley de extrema izquierda.

    Si en el PP quedara vida inteligente, que no es el caso, votarían que sí entre aplausos y gritos de entusiasmo. Es más, sacarían del hemiciclo a hombros a Yolanda Díaz, hundiéndola definitivamente en la miseria. Votando a favor pondrían en un brete a la ministra, al pie de los caballos afines, incluso propios, que le reprochan defender hoy los retoques con igual énfasis y convicción con que proclamaba lo irrenunciable de la derogación de una ley que, hasta hace poco, nada tenía de bueno ni de aprovechable. Un voto del PP clavaría algunos clavos más en su ataúd, que los tendrá de colores variados. Ya le ha renegado agriamente Rufián, forzando a que la ministra le lleve la contra a una de las patas que la mantiene en el taburete gubernamental, que hoy se tambalea más que ayer pero menos que mañana, que así es el amor verdadero. De hecho, a la ministra y a su futuro en el gremio le hacen más daño las percepciones y críticas de los propios que las de los ajenos. Al revés que ocurre con los elogios: las declaraciones de la señora Botín, dueña del Santander, es el abrazo del oso. Pero el peor enemigo es el de casa, el de la familia. Como es normal.

    Las excesivas expectativas, el uso electoral de promesas irrealizables, como era la bandera (o espantajo) de la derogación, hace que para muchos esta reforma sea un fracaso, una claudicación, independientemente de sus bondades. Prometer el cielo, os bajaremos la luna, no puede llevar a los incautos creyentes más que a la frustración. Y al descrédito a los que prometen lo que saben que no podrán cumplir.

    Una vez que se ha alcanzado un acuerdo entre sindicatos, empresarios y gobierno, cosa tan ardua como insólita, todos deberían felicitarse y apoyar unos cambios que garantizan paz social, estabilidad y seguridad jurídica a unos y a otros. Han sabido equilibrar lo que en estos momentos creen mejor y posible, que casi nunca es lo perfecto, cosa que saben y reconocen quienes estaban a un lado o a otro de la mesa. Reconforta ver que aún queda quien entiende que negociar es ceder, asumir algunas de las propuestas del contrario. Se busca el equilibrio. Pero no vivimos tiempos de consensos y acuerdos, sino de imposiciones y aspavientos, de líneas rojas, incluso dentro del ámbito de los pactos que son emulsiones inestables compuestas por sustancias inmiscibles. Esta reforma puede hacer que se corte una mayonesa gubernamental que, además, empieza a prescindir de especias que, a pesar de la insignificancia cuantitativa de su aporte, modifican, casi siempre para mal, el sabor y textura final de la receta, haciendo difícil su digestión hasta para sus mismos cocineros.

    Los que más gravemente han atacado la convivencia, vulnerado las leyes, despreciado a los tribunales que juzgan sus desmanes, como suele ocurrir con todos los delincuentes, son a los que vemos con asombro cogérsela hoy con papel de fumar apelando a la pureza democrática, al papel poco glorioso de un parlamento al que se lleva un acuerdo sobre esta ley para que den su visto bueno, su cabezada, como es menester. Un acuerdo al que ellos han sido incapaces de llegar, ni siquiera proponer. Un trágala, nos dice Rufián. Con una influencia desmesurada respecto al número de votos obtenido, peso que una ley electoral razonable haría irrelevante, ponen en duda la legitimidad de los estamentos que han llegado al acuerdo que hoy se somete a su aprobación. Olvidan que la Constitución (Art. 7) también da a los que han participado en la negociación de las reformas laborales un papel como actores fundamentales de la vida económica y social, y ordena a los actores políticos fomentar su participación en las decisiones públicas. Hablan del pueblo, de incentivar la participación política de la sociedad civil. Palabras, palabras, brozas dialécticas de mentes totalitarias. Hartos y avergonzados estamos de ver como no pocas veces se hizo al Parlamento bajar la cabeza y dar por bueno lo chalaneado en escondidas mesas de negociación, ratificar acuerdos perpetrados en cárceles, o dar estatuto legal a los chantajes cometidos por algunos de los que hoy se lamentan del papel poco airoso de sus señorías.

    Es cierto que chirría que se lleve al Parlamento un decreto para convertirlo en ley, anunciando que no se puede cambiar ni una coma. Pero ya deberían estar curados de espanto. Lo que se les pide es la convalidación parlamentaria de una ley ya vigente, cierto que merced a un decreto del gobierno, práctica legal de la que se abusa. Pero las cosas se han hecho así. Se han vendido pieles antes de cazar los osos, se les ha ido la fuerza por la boca, tanta maravilla se ha anunciado y con tanto aparato, que hoy todo sabe a parto de los montes. Mucho desafío, mucha bravata. Tanto ruido para terminar como el estrambote del soneto de Cervantes: «Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada». Es lo malo de exagerar, es lo que ocurre cuando para llegar tan alto como hoy están tuvieron que prometer lo que sabían que era imposible de cumplir, como se acostumbra, algo que, una vez al mando, ni siquiera se sigue considerando conveniente. Esto no es la derogación prometida, no podía serlo. Y lo sabían. Nos perdemos en las palabras y luego somos presa de ellas. Tal vez el anunciar lo posible, lo cierto, lo real, no ayude a ganar elecciones. Pero evita posteriores sonrojos y no pondría a las sumisas parroquias a protagonizar el penoso espectáculo de tener que justificar sucesivamente y con igual entusiasmo y convicción una cosa y su contraria. De todas formas, con esta tropa ya están acostumbrados.

    Veo quien apoya y quien queda fuera de ese acuerdo. Y me hago cruces viendo a quiénes une el rechazo. Mucho deben afinar sus discursos y sus sofismas para hacer entendible su voto negativo. La derecha rebasa por la derecha a la patronal y la izquierda nacionalista, (otra derecha en realidad), rebasa por la izquierda a los sindicatos. Un sindiós. Para que nos enseñen estos a cruzar rotondas. Una vez más, nos deberán engañar. Al menos intentarlo. Deberán tirar de retórica para convencernos que todo lo hacen por nuestro bien. No, no nos canten milongas. Sus votos más que a favor de algo, siempre van contra alguien, son demostración de que viven absortos en sus líos internos y externos, y muestran un problema de fondo en la representación política, demasiado a menudo alejada de los intereses de los representados. Saben con certeza que las bases de algunos partidos no votarían hoy lo mismo que votan los líderes y parlamentarios que dicen representarlos. Hay diputados, como los dos de UPN, que hace unas horas anunciaron compungidos que votarían a favor, estando en contra, cumpliendo órdenes de su partido. Han votado en contra al final, que buscando el pañuelo han encontrado la conciencia. ¡Coño, que estaba aquí! Uno del PP dice que se ha equivocado sin querer. Otros lo han hecho queriendo, aunque no lo digan.

    Este desmierde revela a la clase política como un mundo aparte, irreal, con códigos propios, una reserva artificial en la que no faltan especímenes parasitarios, un nicho ecológico regido por unas reglas que más miran por la supervivencia y el éxito de líderes y camarillas que por el bienestar y la prosperidad de aquellos que les pagan y a quienes deberían defender. El único acuerdo posible es el de evitar mostrar acuerdo, pues todos basan su retórica en la escenificación de una hostilidad irreconciliable. Un acuerdo demovilizaría a las respectivas clientelas. Adaptarse a la realidad, corregir rumbos, es duro, pues mostraría lo errado de lo que hasta ahora han defendido. No hablemos cuando en este cóctel entra el licor territorial, submundos que viven en una perpetua borrachera ideológica que contagian a sus seguidores.

    Al menos hoy, Ciudadanos ha jugado un papel que debió desempeñar hace tiempo: hacer irrelevantes con sus votos los de ERC, Bildu y PNV. Con solo eso un partido tiene justificada su existencia y merece el voto. Por fin, que a la fuerza ahorcan, los restos mortales de Podemos han dado permiso al Gobierno para no despreciar los votos de Ciudadanos, otro cadáver, hasta ahora unos apestados, parte del trifachito según los lemas y  leyendas urbanas de la peña que se dice progresista. Tal vez se rinden al ver hoy que sin los votos de Ciudadanos peligra el gobierno del que forman parte. Mañana ya veremos, algo se nos ocurrirá. Y hasta ahí podíamos llegar, hasta la cola del paro. Es lo que tiene poner las líneas rojas donde no procede, si es que alguna vez tienen razón de ser. Si Bildu, ERC y demás declarados enemigos del Estado Español son apoyos de recibo, pactar con el diablo no debería suponer mayor problema.

    Hoy mismo, el abate Junqueras, dice que exige a las fuerzas vivas? secesionistas volverlo a hacer. Le tomó gusto a la cárcel se conoce y, si reincide, no debería la justicia privarle de ese capricho. El caso es que a veces se ganan batallas que te llevan a perder la guerra. Sobre todo, si ves que en el curso del ataque van desertando las alas que te protegían los flancos, aliados que ahora ves votando del brazo del enemigo. Si esto supone un desplazamiento hacia el centro del gobierno, del PSOE, nos vamos a hartar de reír, de sorpresa en sorpresa, entre dondedijedigos, puesandaquetús y amiquemeregístrenes en boca de ellos, sus socios y de sus ecos en las redes, que andarán borrando tuits y comentarios de Facebook, por lo de la maldita hemeroteca. Es lo que tiene asumir el papel de sumiso aplaudidor de oficio, claque pataleadora en obras de mediocre libreto y dudoso elenco, de plañidera que finge lágrimas en entierro ajeno, anticipando las reales en el propio.

    Al final, tras el susto del recuento y el precipitado anuncio de derogación por parte de la atónita Batet, vistas las caras descompuestas del banco azul, no menos que las de varios grupos que votaron no, confiados en que la ley se aprobaría con los votos de otros, fueron felices. Fumata blanca. Habemus reforma. Y gracias a un voto del PP, agárrate y no te menees. Dice que se ha equivocado, otros que es justicia poética. Un esperpento. Esperemos que habiéndose aprobado por un solo voto (y equivocado) entre 350, no se cuestione la legitimidad de la ley, como suelen hacer a menudo sopesando los votos de las sentencias judiciales que les desagradan.


miércoles, 2 de febrero de 2022

Epístola tenística

Las declaraciones de Toni Nadal, tío y pigmalión deportivo y vital de Rafael Nadal, sí que serían buen tema para dar lugar a reflexiones y debates serios, en lugar de las memeces que, en gran parte, nos suelen ocupar. Sería muy largo hacerlas aquí, aunque a bote pronto, se me ocurren varios aspectos a considerar.

 Viendo que muchos elogios forzados se inician más o menos diciendo: "la verdad es que...", "hay que reconocer...", y otros atenuadores de la alabanza, uno percibe que su éxito se admite a regañadientes, con esfuerzo, con gran pesar, porque no hay otro puto remedio viendo los datos. Envidia al éxito, mal nacional, a lo que se le añaden reproches porque haga ondear la bandera equivocada o no hable en la lengua que algunos quisieran exclusiva, no aplauda los lemas de la parroquia, y otras miserias del sectario. Para ellos es un mal ejemplo, un espejo que los muestra en cueros vivos. Lo gris, lo mezquino, lo ovejuno, por contraste, siempre se siente agraviado por la excelencia ajena.

 Destaca por su ruindad aldeana Alfons Godall, típico producto del separatismo que, como suele ocurrir, muestra bien enraizadas todas las calamidades y miserias de la hispanibundia.  Vicepresidente del Barça con Laporta, considera que Nadal, la roja, como Fernando Alonso o el Madrid, y otros tantos mucho mejores y más decentes que él y los suyos, son enemigos del país, de su soñada república bananera. Son del país enemigo, dice. Si esos son sus enemigos, los de su parroquia, para qué seguir, salvo dar gracias por no contarnos entre los amigos de tal desecho humano ni entre los indios de su tribu. Por sus enemigos los conoceréis.

 Lo segundo es lo del esfuerzo. La exigencia vende poco. Si acaso algún partido en su programa pide algún sacrificio o aportación, siempre se refiere a aquellos a los que no considera sus posibles votantes. El esfuerzo corresponde a los demás, la cosecha a los nuestros. Una población a la que nada se pide y de la que nada se espera, un sentimiento fatal que acaba siendo recíproco. Por eso, cuando, gracias a estos dulces mensajes y a las críticas a los más privilegiados o exitosos, unas veces con razón y otras sin ella, pues entre sus virtudes está la de no conocer los matices ni las diferencias, cuando gracias a estos discursos más teatrales que interiorizados alcanzan un buen pasar, un nivel de rentas cercano al de las castas que criticaban, se cambian de barrio, calcan su modus vivendi, sus lujos y sus racaneos fiscales.

 Lo tercero es que Toni, el tío de Nadal, debería formar parte de las comisiones que redactan las leyes de educación, que hace decenios renunciaron a tan sanos principios como los que han llevado a Nadal a donde hoy lo vemos, los más con respeto y admiración, algunos con irritación, otros con desprecio y los peores, como enemigo.

 "La imprescindible escuela de la dificultad". Toni Nadal en El País