jueves, 25 de febrero de 2021

Breve canino y cantor

Siempre me ha asombrado que, si dejar de ser perros, los haya de tantos tamaños, pelajes, genios y modelos. Unos lamen, acompañan, entienden, dan la pata hasta a quien no la merece, nos miran con la más noble de las miradas; casi todos. Otros (estos con estudios) ayudan y buscan al accidentado o al perdido, guían al ciego, protegen al rebaño. Unos pocos, muy pocos, los que tienen un cable pelado, por taras heredadas, por haberse criado en la mala compañia y ejemplo de un amo que los hace peores de lo que con otro hubieran sido, por falta de adiestramiento en una buena familia, se asilvestran, vuelven a la manada si pueden, gruñen, ladran sin venir a cuento, incluso muerden y matan.

 Ocurre con ellos como con las personas, aunque tienen menos culpa. Se da entre estas últimas la misma variedad, la que va del caniche al san bernardo, del galgo al podenco, del chihuahua al bulldog. Cada persona tiene su música, como cada perro su ladrar, según su cultura y grado de desarrollo evolutivo, que nadie puede dar más de lo que tiene. Aún quedan neandertales entre nosotros, y hombres de las cavernas degenerados que ya no pintan bisontes. Ni cantan, ni sacan notas del hueso o de la caña.

 Hay quien llega a tocar el violín como Paganini, la guitarra como Paco de Lucía o Martin Taylor, la batería como Dennis Chambers, el piano como List, el clarinete como Paquito D'Rivera, la trompeta como Wynton Marsalis o a cantar como Ella Fitzgerald. Sin llegar a esos extremos, que mucho hay que ser y hacer para acercarse siquiera, hay quien toca el bombo en la esforzada y digna banda de su pueblo, pone ritmo a la tonadilla con la botella de anís del mono o acompaña con sus palmas el cante o la copla. O se conforma con tocar la guitarra como yo. Cada uno hace lo que puede o sabe, que mucho cuesta en el arte llegar a hacer un poco.

 Lejos de ellos, muy lejos, están esos otros especímenes asilvestrados que quedan ya fuera de la música y casi de la especie humana. Como ocurre con los perros que muerden deshonrando a los que no, los que les ladran a los pájaros, envidiosos de no ser capaces de cantar como ellos, los perros peligrosos, es decir, los mal criados, los que tienen un mal dueño. No hay perro que no se parezca a su amo. También en eso se parecen a las personas.

Por sus obras los conoceréis. Y por sus ladridos.


martes, 23 de febrero de 2021

Breve artístico

 

Sería muy presuntuoso por mi parte considerarme un artista. Pero la nochevieja del 69 estaba tocando en un baile, un mes antes de cumplir 16 años en una nochevieja en el Hotel Central. Y hasta la última feria en que se pudo, hace dos años, cuando creo recordar fue la última vez que toqué en público. Aunque he vivido de otras cosas, la música ha sido mi vida. Al menos, lo mejor de ella.

Cincuenta años haciendo música en bolos, fiestas, bodas, auditorios, festivales, cafés y teatros. En ese ambiente he tenido la suerte de compartir escenario con muchas de las mejores y más valiosas personas que he conocido. Mis amigos músicos, siempre admirados, siempre admirables. Merecen, merecemos, mayor respeto que equiparar su oficio, su saber y sus producciones con las basuras de este babuino engreido y faltón, jaleado por un nutrido coro de otros primates poco evolucionados.

Miles y miles de horas de trabajo, estudio, ensayo, práctica, audición, esfuerzo, gastos en discos, guitarras y demás parafernalia. Todo ello, que es inmenso, para ser un músico del montón, nada ni nadie en ese mundo de la música, del arte, un lugar para elegidos, siempre mejores que yo. La pintura o la escritura son dos aficiones a las que también he dedicado muchísimo tiempo y esfuerzos, aún con peores resultados y logros. Demasiado para, desde mi modestísima aportación al arte, no sentirme insultado al escuchar que este niñato de encefalograma plano cultural, artístico y personal, es un "artista" encarcelado por sus canciones o sus letras. Tales cosas no existen en su caso, son, lo dicho, basura, lo único que hay en su cabeza.

Me asombran la mayor parte de las defensas que escucho y leo. Y me defraudan y me indignan quienes las firman. Para los que, visto lo visto, animan y jalean a los delincuentes y hacen de Nerón viendo arder Roma, mi desprecio más absoluto, son tan criminales como los de los adoquines y las teas reponiendo vestuario en las tiendas saqueadas o atacando sedes de periódicos o agrediendo a periodistas. Hasta el Palau de la Música. Sin duda estos personajes, algunos con tratamiento de Excelentísimo Señor, llevan otra liebre que la defensa de la libertad de expresión, algo que, como el arte, les importa un carajo. Siendo grave su actitud falsaria, y en algunos casos perversa, la otra opción es que tengan cabezas igualmente desamuebladas.

Nada hay peor para una buena causa que ser defendida con argumentos y métodos depravados y por las personas inadecuadas. La verdad sufre cuando es defendida con la mentira, como la libertad con la imposición. Si algo se apoya con la violencia, seguramente nos estamos equivocando de causa o de compañía. No solo de método.

domingo, 21 de febrero de 2021

Epístola luperca

 

Leo un artículo de Lluis Basset sobre Draghi y su discurso como nuevo jefe del gobierno italiano y... me da mucha envidia de Italia. Fíjate tú. Dice Draghi, que ya salvó el euro y ahora va a intentar salvar a su país con un gobierno de unidad nacional aquí tan necesario como, por ahora, inimaginable: “Sin Italia no hay Europa. Pero fuera de Europa hay menos Italia. No hay soberanía en la soledad. Solo hay el engaño de lo que somos, el olvido de lo que hemos sido y la negación de lo que podemos ser”. “Hoy la unidad no es una opción, la unidad es un deber. Pero es un deber guiado por lo que estoy seguro nos une a todos: el amor a Italia”.

Si alguien dice algo así en el parlamento estepaiseño o en los virreinales una de dos, o lo toman por loco o por facha. Seguramente se le supondrán ambas virtudes.

Como miembros de la misma familia que somos, primos hermanos mamones de Luperca, que siempre del Mediterráneo y luego de Roma venimos, se nos parecen los italianos en muchas cosas, pero son muy diferentes en otras. Están acostumbrados nuestros primos de leches remotas a cambiar de gobierno, incluso a vivir sin él, a tejer pactos aquí inverosílimes, a veces al filo de la navaja; a mezclar el agua con el aceite sin los grumos que aquí nos salen en estas mezclas difíciles. No le cogemos el punto a esos alliolis. Será porque usan nuestros próceres la mano del mortero para arrear porrazos al contrario, incluso al socio. Y ponen la cocina y el parlamento perdidos. Además, con el testuz lleno de chichones y mataduras no se piensa más que en devolver los golpes. Y en ello están gran parte del día y de los días.

 Tienen casi todo lo bueno y mucho de lo malo que aquí tenemos, empezando porque la justicia aún se imparte a base de latinajos. Y que nos gustan las calles, hasta el punto de que todos dicen que son suyas. La quemé porque era mía, puro machismo criminal. Como nosotros, tienen sus extremos y sus locuras, siempre muy creativos y ocurrentes. Sus payasos, será porque inventaron el circo, sus antisistemas incrustados en el sistema del que reniegan, pero cebados por él. Otros mamoncillos. Nada tienen que envidiar los nuestros a sus grillos y sus mantis, a sus fieras en sus circos, sus cigarras y sus hormigas, sus lobos y sus corderos, sus pavos reales y sus cotorras, sus buitres y sus cerdos, sus tenias, unas solitarias, otras societarias y arracimadas. Sin salir del reino animal tienen en el foro, como aquí, señoritos abonados al palco, imbéciles con balcones a la calle, xenófobos, cabrones con pintas, cantamañanas y abrazafarolas de uno y otro pelaje, con su verborrea, su desvergüenza y su canesú. Y, además, la mafia. Varias. Y allí están, los reyes del diseño, siempre unos artistas. Nos dicen, (Andreotti refiriéndose a nuestra política), que aquí manca finezza, y se quedan cortos. Aquí tenemos gerifaltes que son neurocirujanos operando con legona. Y algunos pacientes aplaudiendo la suerte y diciendo que con qué mejor

Pero cuando pintan bastos en Italia se ponen de acuerdo, a veces en el último segundo, ya asomados al barranco. Y se sacuden a los extremos, esos insectos dañinos que les caen en el hombro a las democracias, las parasitan, chupan de ellas todo lo que pueden, las infectan y las hacen peores, las cuestionan y las ponen en peligro. De palabra o de obra. Un hereje está bien en su secta, pero no en la conferencia episcopal.

En Italia se ponen a las cosas, ese consejo que un Ortega y Gasset escaldado dio a los argentinos en 1939. Aquí nuestras cosas vienen siendo el Hasél, el impostado e inexistente problema de los estudios de la infanta, o el inoportuno de si monarquía, república o directorio, si son presos podencos o políticos galgos, si nos vamos de la sede, como el que deja un hueso en un santuario creyendo dejar con él la artritis, si nuestra democracia es de recibo (o de albarán) o si la podemos estropear para que deje de serlo. Si la caja de estos era A o B y la de aquellos C o D, a ver quién está pagando la niñera,  si odiamos al que debemos de odiar o no atinamos al elegir, si nos ponemos de acuerdo en qué hay que olvidar y perdonar y lo que no; si al dar por bueno que alguien se crea Napoleón debemos también alojarlo en las Tullerías y luego enterrarlo en la iglesia de los Inválidos, si a esta ley le buscamos opositores porque no la hemos presentado nosotros, si Jack el destripador era o no era un hombre de paz, si la libertad de expresión se amplía a adoquines, teas y saqueos, si los okupas existen o es ilusión, si la violencia policial en los disturbios debe ser proporcional a la de los vándalos o si sería necesario y más razonable que fuera mayor, como poco disuasoria, a menos que queramos contemplar con interés deportivo quién gana, cuando está claro quién necesariamente tiene que ganar. Salvo los que se ponen en corto respecto a la democracia, que los hay, y bien situados, hasta excelentísimos. Si gastar millones de dineros públicos en financiar los desvaríos de mi secta,como viene ocurriendo decenios en Cataluña, es malversar, robar o es gasto corriente, si aquella asonada parlamentaria, entre surrealista y alucinatoria, fue golpe o gachapazo, si la justicia debe de ser independiente o lo suyo es que dependa de mí, etecé, etecé. Esas son nuestras cosas, una pequeña muestra de ellas. Las que nos entretienen. Estos son (o quieren que sean) nuestros dilemas, entre otros que, como decía el físico teórico Wolfgang Pauli acerca de algunos argumentos estrafalarios: ni siquiera son falsos.

 Siempre nos pilla el toro, y más desde que hay tanto antitaurino. O el virus. Uno porque corre mucho y ya no sabemos escurrir el bulto, otro por que no se le ve venir y porque hay más virus que mihuras y victorinos. Hay muchas cosas más gordas que tampoco vemos, ni queremos ver, ni ir ni venir ni caer. Por eso también nos pilla la nieve en una carretera que se nos avisó que quedaría bloqueada. Que vengan por mí, pero ya, que para eso está el Estado, el gobierno y la diputación. Si no el ayuntamiento. Para eso y para todo, que yo con nacer ya hice lo mío y de pagar impuestos, tampoco hay que pasarse. Pues anda este. El problema nacional durante la pandemia ha sido más el cierre de los bares que los muertos, para qué nos vamos a engañar. De todas formas casi todos eran viejos demás, aparte de que las pensiones se ponen en un Perú. No hay mal que por bien no venga, habrán pensado algunos jóvenes rumbo al botellón, si es que algo piensan. Afortunadamene la mayoría son mejor que eso. De infamia a infamia, como algunos no saben si este país es uno o trino, como ocurre con todo lo espiritual etéreo, volátil o licuable. Desde luego el país es exprimible, que el mundo tiende a lo líquido y no está demás ayudar al proceso. Y repartible, parcelable y escriturable, que el terruño es el terruño y a ti te encontré en la calle. Quedamos en tener autonomías, no autonosuyas, que los territorios también se inmatriculan, lo que no es raro dado el porte y carácter episcopal de algunos dirigentes meapilas y trabucaires de talante carlistón.

 En fin. Aunque no creo que fuera suya la frase, hubo un presidente de la diputación de Albacete que, apaletando el lenguaje tal vez para sugerir que era refrán, no idea suya, decía que “a gastar mientras haiga y cuando no haiga, a poner orden”. Cuando llegue el momento de hacer la raya y sacar cuentas, si por entonces hay en el gobierno alguien que recuerde cómo era eso de sumar llevando, que no llevamos camino con tanta y tan mala reforma educativa, no sé si estaremos ya a tiempo de poner orden, que vivimos de prestado desde hace ya demasiadas legislaturas. Y un país, como una familia o una empresa, puede pedir un préstamo para un gasto urgente, imprevisto, ocasional. Para financiar una inversión, una casa, una infraestructura, única deuda o hipoteca que se debería dejar como herencia. Pero no como modus vivendi para pagar las nóminas ni para comer. Si no ganamos ni para comer, hay que cerrar la boca y la industria. Y en esas están ya muchos, sin comerlo ni beberlo, que ni hay dónde ni con qué. Lo que no podemos es cerrar el país, aunque a no pocos le gustaría. Sigamos debatiendo de gilipolleces y dedicándonos a justificar paridas, o a rebatirlas, siempre según quién las diga, que el despertar va a ser crudo y la casa sigue sin barrer.


lunes, 8 de febrero de 2021

Epístola léxica y jardinera

Lo mejor que puede uno hacer en la situación política y mediática actual en España es dejar de meterse en jardines artificiales. De esos jardines cuadriculados de caminos ya trazados, con su laberinto incluido y donde cada flor y cada mata ha sido puesta a mayor gloria y gusto del jardinero que los urdió. Dedicar nuestro tiempo, pensamiento y argumentaciones solo a problemas reales, serios y generales. No perder ni tiempo ni fuerzas en leer, analizar, y menos a discutir de tantos y tantos temas menores que se nos ponen encima de la mesa, seguramente para encandilarnos con ellos y conseguir que olvidemos otros más relevantes. Nada nuevo.. Con la que está cayendo, mejor desconectar de ciertos asuntos y dilemas, unos por amortizados, aunque resucitados con oportunismo, otros por artificiosos y no pocos por demenciales.

Suelen aparecer las noticias como las cerezas, arracimadas. Unas provocan la aparición de las otras, con coincidencia en el tiempo, en un intento general del gremio por compensar, difuminar o tapar cada banda sus vergüenzas haciendo aflorar al unísono las ajenas. Poco importa si hay que resucitar temas ya amortizados, personajes fantasmales, ideales o afanes muy mionoritarios, juicios ya sentenciados o antojos con olor a naftalina. Muchos temas más actuales, unos muy graves, algunos reveladores y otros bochornosos, quedan sospechosamente en el tintero, fuera del foco o intencionadamente silenciados. Depende del partido, del canal o del periodista. Si se trata del contrario, nos remontamos a Adán, pero nuestra historia y nuestra responsabilidad empieza a contar desde cuando nosotros digamos. Faltaría más. La memoria es lo que tiene, que por ser algo necesariamente personal es acomodaticia y benévola con el pasado del recordante y los suyos.  Así, hay pasados eternos, los ajenos, que nunca prescriben ni caducan, mientras otros —los nuestros— son pretéritos guadiana, que intermitentemente afloran o se soterran, según el lustre que cada episodio aporte a la construcción de la leyenda propia, que siempre debe quedar apañadita, lustrosa y sin mancha. Siempre hay un matiz, un sucedáneo de argumento para dar a entender que, haciendo lo mismo, cuando son los míos está bien, pero cuando lo hacen otros está mal. Sin mover una ceja gracias a la esclerosis facial. Estando disponibles versiones opuestas de cada cosa, ya cada tribu elige la editorial que en sus publicaciones más refuerza sus opiniones y sus simpatías. Una que se limitara a difundir la mera verdad no vendería una escoba.

Tal vez merezca la pena refugiarse en la filosofía, sobre todo en la última, la que se centra en el lenguaje, en las palabras, que acaban siendo la única realidad operativa. Simplemente con desbrozar el lenguaje político e ideológico, que está menos en las cosas que en las hegemonías tendentes a escriturar temas, ideas y valores, ya estaríamos empezando a clarificar la situación. Desenmascarar eufemismos interesados, malversaciones semánticas, falacias y sofismas creo que es lo único útil y razonable que podemos hacer. Es inútil intentar debatir, argumentar, mostrar razones y realidades. Ambas cosas hace tiempo que poco cuentan, se han rendido frente a los sentimientos y las creencias, no pocas veces supersticiosas, que hoy reinan casi sin oposición. Se llega a un punto tal de empecinamiento en defender cualquier cosa que marque la diferencia entre los nuestros y los otros, con razón o sin ella, que no merece la pena entrar en pelarzas estériles pues, sabiendo de antemano que es imposible convencer a nadie de nada, al menos sería deseable que unos se escuchen a otros y que todos dejen de actuar como creyentes en defensa de la única fe verdadera. La suya. Fuera de ella y su catecismo todo es herejía, error y confusión, si no patología. Con su pan se lo coman, junto con sus letanías.

Simplemente entrar en discusión sobre algunos supuestos problemas, que solo lo son para los que los plantean, a veces después de haberlos creado, ya es empezar mal. Supone reconocer que el problema existe realmente tal como ellos lo presentan, algo dudoso. Mejor dejarles cocerse en su propia salsa, pues son controversias escolásticas, bizantinas, siempre apartadas de lo que afecta y preocupa al común, que son las urgencias de la vida real, que precisamente hoy no dejan espacio para mucho más. Dada la propia irrealidad de no pocos debates, el carácter académico o sectario de muchas de las cuestiones que mantienen entretenida a la feligresía, pronto aparecen las herejías, los otrosís, los intentos de quedarse con el invento, las divisiones y los cismas. Lo mejor es reírse desde fuera, pero no mojar en ese plato envenenado.

Demasiadas guerras hemos perdido ya, la razón y nosotros, por no mantener afiladas las armas del debate, pues casi siempre las batallas que nos llevaron a anteriores rendiciones eran palabras cuyo significado cedimos. Eran nuestras fortalezas, nuestros fortines, las murallas que mantenían a salvo el raciocinio y la posibilidad de dar con la verdad. Defendamos las que quedan e intentemos recuperar las perdidas, al menos no utilizándolas en nuestros argumentos ni aceptándolas en los ajenos. Exiliados, presos políticos, memoria histórica en lo que se refiera a recordar u olvidar selectivamente y por decreto, como se quiere fijar en los cronicones y manuales, cuando no en el BOE. Valores republicanos no siempre defendidos ni procurados por los que no se sienten monárquicos, lucha para nombrar los crímenes de mafias terroristas, recuperar por conseguir lo que nunca se tuvo, corona catalano-aragonesa en lugar de Corona de Aragón, única que existió en esos territorios condales, deudas históricas discriminatorias basadas en una historia interesadamente incierta que recuerda lo no ocurrido tanto como esconde lo que sí para justificar seguir esquilmando a los que debemos concluir que ni tenemos historia ni los derechos que de ella derivan otros; dar por bueno que se haga pasar todo lo antiguo o tradicional por periclitado y pernicioso, desde una idea a una costumbre o una ley, pues admitido tal dislate se presenta como necesario reformar la sedición o la rebelión para adaptar tales figuras legales más a situaciones y delincuentes concretos que a los tiempos, con un argumento que no se extiende al asesinato, más antiguo. La lista sería casi infinita, pues pocas palabras (y los conceptos que reflejan) quedan que no hayan sido desportilladas y tergiversadas. Hay antifascistas claramente más fascistas que aquellos a quienes dicen combatir, memorias que mucho tienen de olvido, liberales que no lo son, como izquierdistas que tampoco. Antifranquistas sobrevenidos y extemporáneos ya sin ningún hueso que echar al caldo, ciertos comunistas nostálgicos que respecto al desacreditado y enmohecido afán de la dictatura del proletariado muestran más simpatías hacia la primera que hacia el segundo, Progresistas que, como los cangrejos, creen avanzar andando hacia atrás, conservadores que arramblan con monumentos, murallas y edificios de antaño, con humedales, bosques y todo lo que ponga por delante si con ello llenan la bolsa. No, no fueron los anarquistas con sus bombas los que echaron abajo las murallas y puertas monumentales que rodeaban las poblaciones, ni los que devastaron los primores de los centros históricos de pueblos, villas y ciudades para amontonar en sus solares ladrillos en masas tan informes como lucrativas. En las fotos los vemos con chaqué y sombrero de copa sonriendo entre los escombros. Eran los progresistas de la época.

Liberación, igualdad, derecho a decidir, pero solo para unos, que no para otros; museo nacional de una región, defensa de una lengua laminando la que es común, Cataluña o los catalanes para referirse a parte de ellos, los vascos y los españoles en lugar de los vascos y los demás españoles, autodeterminación de los pueblos y las aldeas, plurinacionalidad, problema catalán que lo es más entre catalanes que nacional, mandato popular, la voz del pueblo tomada por la mía o por la de unos de mi pueblo, judicializar la política por ejnuiciar a un político que delinque, hacer pasar la independencia de un poder a hacerlo depender de mí, Transición por régimen del 78, llamar genéricas a las relaciones sexuales, etcétera, etcétera. Mal cesto se puede hacer con mimbres dejados pudrir y deshilachados. ¿Cómo entenderse cuando las palabras, como en Alicia en el País de las Maravillas, significan lo que quiere el que las usa, el que manda o el que quiere mandar? El Perú de nuestra cultura occidental tal vez se jodió o empezó a hacerlo en el Romanticismo, cuando se dio prevalencia al deseo, a la intuición y a la voluntad personal, al culto a la identidad, a la ilusión y a lo etéreo frente a lo real, lo cierto y lo tangible. Y ya no han dejado estas falacias y perversiones de estar ahí, sobre todo en muchas mentes e ideologías, más cuando se confunden con intereses, si es que hay o ha habido alguna que no sea un constructo que justifica y favorece a quien la diseña o adopta.

Leo últimamente acerca de un proyecto de ley de esos que, presentándose como solución a un problema, crea otros mayores, como es costumbre en los que nacen en tales magines. No es que venga a adaptar las normas legales a situaciones no por muy minoritarias menos dolorosas, hasta ahora olvidadas, que necesitan un amparo normativo que termine con una discriminación o un agravio. Eso está bien, para eso nacen o se cambian las leyes, para dar carta de naturaleza y solución a nuevos u olvidados problemas, cuando hay consensos mayoritarios tanto sobre la existencia del problema como sobre la posible solución. Lo que ya está peor es ir más allá del problema y de lo que el consenso social permite y aconseja. Se aprovecha para estirar de una sociedad que se quiere modelar hacia la dirección deseada por una ínfima parte de ella, con diseño e imposición por parte de quien inexplicablemente se cree con el poder de hacerlo, una especie de mandato divino, lo que tiene no poco de sectario. Se elabora un discurso a gusto de la peña y en una estrategia de libro se eligen unas palabras que crean una nueva realidad, no que la describen, como debe de ser su función; ambas cosas se incorporan inmediatamente al catecismo de la parroquia y ahí están, todos conversos a ideas que, siendo ya talludos, nunca antes tuvieron. Ni imaginaron siquiera. Y lo que es peor, tema cerrado. Roma locuta, causa finita. Nadie, ni dentro ni fuera del consejo de ministros y ministras, se atreva a disentir, matizar ni corregir a la papisa Irenea que, dada su infalibilidad, es anatema atacar sus dogmas. A la hogueras del descrédito con el hereje. Empezando por la Lidia Falcó, una advenediza a esto del feminismo.

Pero no, aunque insistan y pontifiquen, cuando uno nace no se le "adjudica" un sexo, simplemente se constata el que la criatura presenta. Ya que no respetamos a la naturaleza, a la ciencia ni a la ontología, al menos respetemos las palabras, que por ellas se empieza a respetar a las personas. A partir de ahí, ya podemos argumentar. Si queremos llegar a soluciones verdaderas y correctas no usemos palabras inadecuadas y mentideras. Y así con todo. 



lunes, 1 de febrero de 2021

Epístola ingenua

 


    Uno de los recursos literarios más apropiados para la crítica de las irracionalidades y supersticiones arraigadas en una sociedad, un gremio o una ideología, es la de crear un personaje dotado de una mirada inocente, virgen, externa. Sea la ingenuidad infantil de Mafalda, la del Pequeño Nicolas (el de Goscigny, no aquel bandarra imberbe infiltrado en los salones políticos demostrando que si él era un oportunista vacuo, el cuajo y fuste de los demás no iba mucho más allá), el marciano perplejo de Sin noticias de Gurb de Mendoza, o el Ingenuo de Voltaire, por poner unos ejemplos. Todos ellos estaban dotados de esa candorosa simpleza, pero limpia e inteligente, que atribuye Mark Twain a su yanqui de Connecticut, republicano y protestante que, tras un golpe en la cabeza, hace aparecer en la corte del rey Arturo en el siglo VI, lugar y época utilizadas como espejo de lo propio.

 Mirar desde fuera permite a esa mirada supuestamente cándida mostrar sus colmillos retorcidos, que no son otros que los de la realidad, para triturar con ellos muchas de las cosas que damos por supuestas, esas que la costumbre no nos deja ver hasta qué grado son falsas, absurdas, incluso disparatadas. Esa ingenuidad supone atenerse a una razón incontaminada por la tradición, la autoridad o los prejuicios. Por eso un ingenuo dogmático, que no pocos incautos así hay, vive en una eterna contradicción. Recurriendo a la ironía, la mirada virginal desprovista de los lastres y artificios de la asumida corrección de la costumbre o la moda, se atreve a cuestionar muchas de esas losas que aplastan a la lógica y que, como decíamos, solo por el amor y el respeto a lo inveterado y consuetudinario, incluso a lo inútil, se mantienen operativas a veces siglo tras siglo, aun siendo irracionales y perniciosas.

 Toda esta larga introducción, (la brevedad tampoco es mi campo), es para justificar mi atrevimiento para opinar de virus o de economía, ya que en mi caso la falta de ingenuidad, carencia propia, más por vejez que por inteligencia, se ve compensada por mi total ignorancia de los arcanos del asunto. Asumo de antemano que se me diga ¡Ay, alma de cántaro! No es nada excepcional mi caso, pues es frecuente que los semovientes se enfrenten a noticias, tratos, incluso a programas políticos con iguales armas, una mezcla de candor e ignorancia, lo que les arroja a los barrancos del engaño. Todo es cuestión de engatusar a cada uno según su gusto, pastorear rebaños de afines con promesas de verdes prados, haciéndoles reafirmarse en sus errores, empujados por su guía suavemente hacia el despeñadero al que ya se dirigían por propio convencimiento, que por y para eso se habían arrebañado. El resultado es una procesión cantando salmos hacia los leones del circo, pero a gusto, convencidos y sin apartar la vista del frente, del cogote del que les precede, que él sabrá a dónde vamos.

 Si mi formación científica es lamentable, mis saberes económicos se pueden resumir en la certeza de que por la plata baila el mono, que decía el merengue de Wilfrido Vargas, siendo en Hispanoamérica el mono aludido por tal copla una persona inmadura, sin voluntad propia y que es manipulada fácilmente por placeres efímeros. Al final, y al principio, ninguna persona o ideología hace ascos al papel moneda, pues en el fondo todos sabemos que el dinero no da la felicidad, sobre todo si se tiene poco. Qué ocurre si se tiene mucho es algo que mantenemos en el terreno de las hipótesis. También me rijo por el axioma inapelable de que quien gasta más de lo que gana, debe. Y que quien debe depende de quien le presta, como corolario. Intuyo que, salvo fiado o incautado, es imposible repartir lo que previamente no se creó o produjo, sobre todo eternamente. Mi ciencia económica termina con la que proporcionan los cuadernos de Rubio de sumar y restar llevando. Con este bagaje, creo acreditar suficiente ingenuidad y extrañamiento al acercarme al tema.

 De la pandemia hemos aprendido algo de virus, que también tienen su economía. Aunque abundan los conspiranoicos que en todo ven complejas maquinaciones de fuerzas ocultas que urden nuestra ruina y tejen nuestra impotente desesperación, a veces tanto en la economía como en las infecciones víricas no hay inteligencia ni intención concertadas. Sus proteínas y su estructura conforman un solo propósito, sin que en ellos exista conciencia alguna que les capacite para hacer planes. Esa intención única e irracionada es la de multiplicarse; únicamente eso: sobrevivir para reproducirse. Para ello cambian, mutan cuando chocan con una pared que no pueden ver, degenerando para morir o mejorando sus posibilidades de encontrar una salida. No hay planificación ni más objetivo existencial que el de dejar suficiente descendencia. Podrían ser beneficiosos y, en lugar de provocar una neumonía, tal vez alguna variedad o mutación llegara a sintetizar azúcar a partir de la luz, haciendo nacer una raza de contribuyentes dulces, clorofílicos y verdosos. No sigo poniendo ejemplos para no mostrar que mis carencias biológicas son equiparables a las económicas. Pero la idea es esa, a veces no hay plan concertado, sólo afán de supervivencia individual; no existe confabulación, cooperación ni destino, sino simple caos, azar, aunque constreñidos por los límites de lo posible, dada la química de la vida. El menos interesado en acabar con la especie que le cobija es el propio virus. Una variedad que matara a todos los que le podrían hospedar moriría con ellos. Le conviene no ser letal en todos los casos. Es reconfortante ver que no les saldría a cuenta obrar así.

 En la economía ocurre otro tanto, a mi escaso juicio, salvo que sus virus con patas, traje y corbata, tienden más a la acumulación que a la mera supervivencia. El sindiós que padecemos y que nos chupa la sangre tiene unos límites, pues también debe mantener vivos el número suficiente de manos para fabricar y de bolsillos que compren lo fabricado. Algunos de los bienes con los que se trafica son etéreos, cercanos a lo metafísico. Cierto es que cabe suponer que la cosa está dirigida en sus acciones individuales por algunas inteligencias o ingenios algo superiores a los de los virus y que, en el caso de los chupópteros monetarios, hay jerarquías, planes e intenciones. El comportamiento de algunos actores económicos es en parte parecido a los víricos, en lo parasitario y en lo de acabar dando siempre con una vía de salida, mutar para seguir chupando. Aunque en este caso, a diferencia de los virus, chupones y chupados sean de la misma especie. Pero no hay un plan, una conspiración. Hay muchas, todas ellas en principio individuales, por eso del gen egoísta de Richard Dawkins, lo que iguala a todo lo que bulle, al virus y al ciudadano. Luego se producen, a veces casualmente por confluencia de intereses y estrategias, coaliciones, simbiosis y alianzas, ocasionales o perpetuas, como las hormigas pastorean pulgones o los hongos gorronean el jugo de las raíces. Hay cosas que están en la naturaleza, más cruel que lo que Disney enseña a los niños, para su perdición y la de ciertas ideologías utópicas. Eran más educativos los cuentos tradicionales, si por educación entendemos preparar a los tiernos infantes para enfrentarse a un mundo real donde los unos se comen a los otros. Y hay sangre.

 Cherchez la femme, decían aquellos, y atinados iban por eso de las tetas y las carretas. Como los que desentrañan crímenes y fechorías buscan quién se beneficia del entierro, quién hereda, pues si no siempre se llevaría las culpas el mayordomo, que nunca deja de estar en el ajo.

 España está en venta. Se están desmontando desde hace tiempo los mayores grupos industriales, como lo era Criteria, de la Caixa. Sectores estratégicos como la energía, la imprenta, incluso la alimentación, van a manos foráneas por cuatro perras. Santillana, nuestra Oxford University Press, mascarón de proa de una lengua que podría ser pujante industria, una multitud de editoriales vetustas fue malbaratada por Prisa a cambio de 465 millones. A manos finlandesas, que andan solventes. La propia Prisa, editora de El País está en almoneda. Para llorar. Como la luz, la información de masas, (varias cadenas de televisión) están en manos italianas, y no de las más limpias, como las de Berlusconi. Ya habían comprado a precio de saldo empresas eléctricas, gasísticas y otras que nos empobrecen y esquilman, pues sus manos no buscan prosperidad general ni eficiencia, sino beneficios a cualquier coste ajeno. La lista sería larga, por desgracia, pues vendemos desde las galletas, las bodegas y las minas, hasta el aceite a nuestros competidores. Las joyas de la abuela.

 Los dirigentes de esas compañías conducidas al saldo, siempre en rebajas de enero, con contratos blindados condicionados al precio de sus acciones, no a la fortaleza real de la empresa y a los beneficios de la producción, juegan a la ruleta de la bolsa y maniobran para salir forrados de esas corporaciones o bancos que malvenden sin ser suyos, en lugar de esposados, como correspondería. Son admirados como modelos de éxito, para más inri, pues antes reverenciamos con no declarada envidia el pelotazo que el éxito legítimo. Los pocos que no obran así, cabezas que sobresalen en ese mar sembrado de piratas, son decapitados por una envidia más difícil de ocultar y por el integrismo ideológico. Inditex, Mercadona, Corte Inglés y poco más. Leña al mono, incluso al que baila cuando toca. Hay más de los otros, más Florentinos y March, Botines y Entrecanales, Reynés y similares gestores y pseudoempresarios zalameros con el que manda, banqueros y especuladores, menos visibles a veces, aunque más cercanos al poder que los anteriores. Más cenas de negocios y enredos paga Florentino que Amancio y es revelador conocer con quién comparte palco y mantel. Algunos aún más cándidos que yo se asombrarían.

 Veremos si ciertas operaciones de venta de lo invendible en un estado serio tienen o no la venia para ser perpetradas. Entre el nacionalícese y el bueno está, hay un término medio. Si bien lo primero no debería ser anatema, salvo por el espanto de pensar a qué amigo, siempre un inútil, se encomendaría la gestión de lo expropiado, también está la posibilidad de impedir que ciertos sectores estratégicos caigan en las manos indebidas, más por indecentes que por foráneas, que también. Luego nos quejamos de que siempre nos quedará servir cañas, que es lo nuestro. Pero el modelo se mantiene, si no se empeora, pues se habla y se critica más que se hace y se destruye más que se crea, que siempre resulta más fácil y más rápido. Y el gobierno, las oposiciones y yo, con estos pelos. Seguramente será mi declarada candidez, pero compruebo que nos están sacando la piel a tiras y no quisiera llegar a pensar que también nos toman el pelo.