Me
acuso de que he vuelto a leer la prensa. Leo estupefacto, y que Dios me perdone
por usar estas palabras, que putas y narcos van a ayudarnos a reducir el
déficit, aportando una subida del 4,5% al PIB. Sin duda merecen el Príncipe de
Asturias por tan sustancial contribución a la economía del reino. Inquieta
saber que nos gastamos en coca y putas más que en sanidad y educación, y que si
contáramos la aportación del tabaco y el alcohol, nos salíamos de cuentas. Los
caminos del Señor son inescrutables, y en manos de la divina providencia ha quedado la tarea de
cuadrar el balance. Brindaba mi padre diciendo “Dios, que es justo y nos
mantiene, en su infinita bondad, si aquí bebiendo nos tiene, será porque nos
conviene. Hágase su voluntad.
También
me sorprende conocer que a la coronación del nuevo rey Felipe no irá ni su
padre, algo que sin duda argumentarán en Izquierda Unida para justificar que
ellos no acudirán tampoco, aunque sus respectivas ausencias creo que tienen diferentes
motivos. En realidad, ninguna de esas presencias resulta imprescindible, ni
siquiera relevante, para la validez y el lustre del acto. Adiós Madrid, que te
quedas sin gente. Pero la coherencia no deja de ser un valor respetable, y en
este caso, el no ir es una postura coherente y merecedora de respeto, cosa casi
inaudita en una formación política. Cierto es que se hubiera agradecido una decisión
igual de consecuente al ponderar la posibilidad de negarse a estar presentes como
cómplices en los consejos de administración de los bancos, entes y chiringuitos
que nos han llevado a la ruina, donde se repartía una buena pasta a la que no
hacían ascos, que la coherencia está bien, pero una cuenta corriente como Dios
manda tampoco es moco de pavo. A ver si no van a poder tener un audi más que
los ricos de siempre. Pero ahora hay que echar meaditas como los lobos, marcar
bien el territorio, que los de Podemos se nos están subiendo a las barbas y nos
arrebatan la clientela. A mi modesto entender, ya es tarde para amojonar la
finca, para recuperar unas lindes tan removidas después de decenios de
compadreo, de arrojar de sus filas a los mejores, cosa que no ayuda a
diferenciarlos de los demás. No pongas cara de santo, que te conocí ciruelo. Un
partido político no es una empresa que saca al mercado nuevos productos según las preferencias y demandas de potenciales compradores. ¿O sí? Visto que las jaulas de grillo ya
no se venden con la alegría de antaño, fabriquemos portaaviones, concluye el
avispado empresario. Todo es cuestión de voluntad y un poco de I+D.
'Podemos'
nunca va a gobernar, pero es sanísima la inquietud que está llegando a
transmitir a las cúpulas de los partidos de siempre, que ven cómo les agitan
los palos del sombrajo, cómo este tío de la soguetilla hace que se tambaleen edificios
que se creían construidos con egipcia durabilidad y consistencia, poniendo en
peligro muchas poltronas. Les debe de tranquilizar el ver que ya riñen entre
ellos, lo que les acerca a la normalidad y les muestra vulnerables. Los que
creían que un partido de una sola persona era ámbito inmune a riñas y repartos,
ven que las bases, hasta ahora etéreas y ectoplasmáticas, van tomando cuerpo y,
una vez sustanciadas, se ponen levantiscas ante las listas cerradas con las que la Nomenklatura, que de ellas abominaba hasta hace sólo unos días, quiere garantizarse butacas de
primera fila. A ver si nos van a usurpar el sillón estos parias sin estudios que
vociferan en las asambleas. Que ya nos vamos encastando. No debemos olvidar que
todos los partidos que nazcan entre nosotros no pueden evitar el insoslayable y
sustancial problema de estar formados por españoles, incluso en las comunidades que afirman no serlo, y bien que se nota, y que haber sido amantados
por una misma teta marca mucho. Somos hermanos de leche. De mala leche, por más
señas. En España siempre ha habido más mamones que tetas y apartar a un ternero
de las ubres que le nutren es trabajo baladí comparado con arrebatar su despacho
o su escaño a quien lleva en él varios decenios. Un trabajo de Hércules. Hay
que cortarle la soguetilla a este niñato, a ver si pierde las fuerzas, se dicen
los de diestra y los de siniestra. Y en ello están. Los de fuera y ahora también
los de dentro. ¡A cubierto, que vienen los nuestros!
Yo
opino que hay de dar cancha a la utopía, que hay que decir cómo deberían de ser
las cosas, con arreglo a los principios de la justicia y del sentido común,
aunque se puedan considerar difícilmente alcanzables por el momento. Si sólo
aspiramos a lo que naturalmente vendrá, a la mezquindad de lo posible, evitando
romper el huevo para hacer la tortilla, no resultaría explicable cómo hemos
pasado de un hacha musteriense a un cohete espacial. Lleva años alcanzarlo, y
malas son las prisas o las improvisaciones o emprender senderos que a ningún sitio llevan, pero hay que tener en el horizonte
un ideal que merezca la pena.
Tan
grande es mi fe en la bondad y rectitud de la mayoría de las personas, de una
en una, como inmenso mi resquemor ante el comportamiento de esas bondadosas
individualidades cuando se arrebañan, se diluyen y amparan en una masa informe,
convertida en irracional, manipulable y donde el espíritu del grupo se impone a
los individuos, usurpándoles toda capacidad crítica. Llevados por un
instinto animal que, como a las aves y los peces, les impulsan a ir por donde marcha
el primero, adopta el enjambre o el cardumen unas formas, a veces
inquietantes, que los individuos no llegan a percibir desde dentro. Hay que
mirar desde lejos y desde fuera, para constatar esa verdadera forma. Considero
una asamblea como un foro manipulable por quien más vocea, arropado por una
claque tan ruidosa como demagógica, donde pocas veces son los argumentos y las
razones quienes acaban imponiéndose, arramblados por la víscera, por los ardores
y calentamientos de la ocasión, alimentados por expertos calefactores. En ellas
todo se suele acordar por aclamación, no siendo usual que se recurra al voto
secreto. No espero que las soluciones a nuestros problemas nazcan o se acuerden
en una asamblea popular. Sería bonito, pero no.
La
democracia
se basa en el respeto a las decisiones adoptadas por la mayoría. Tanta
obligación tienen las mayorías de conceder espacio y protección a las
minorías,
que en ningún caso deben ser avasalladas por la ley de los números, como
las
minorías de ser conscientes de que lo son, de su intrínseca incapacidad
para
imponer su criterio a unos ciudadanos que en las urnas les han puesto en
el
lugar que han considerado conveniente, negándoles el derecho, la legitimidad y el
mandato de
aplicar sus propuestas. El pueblo nunca se equivoca. Ese es el principio
de la
democracia. Fuera de lugar están esas recriminaciones a quienes se han
decantado por distintas opciones a las que el opinante prefiere. En mi
idea de
no discutir más que conmigo mismo, no respondo a esas descalificaciones,
a esos
insultos a millones de ciudadanos que han decidido votar a opciones
diferentes
a las que eligió libremente el que les reprende. Me asustan esos
oráculos de
Delfos que desde los foros enjuician a quienes se han equivocado al no
votar lo
que ellos ven tan claro, fuera de toda duda, a los que votan en blanco o
a los
que, simplemente, se quedan en sus domicilios. Cada votante vota o deja
de
votar lo que le sale de sus santos cojones, en términos científicos, y
no
faltaría más que tener que justificarse uno antes estos imanes que ex
cátedra
nos recriminan por no coincidir con sus análisis. Todos llevamos un
dictador
dentro, pero que estos totalitarios intransigentes, de todo signo, den
clases
de democracia al cuerpo electoral, ninguneando el criterio de millones
de
votantes por no haber sacado de su situación residual a quienes piensan
como
ellos, o de no darles el apoyo que una vez tuvieron y que creen seguir
mereciendo, es algo que deberían hacerse ver. Yo ya me cuido de no dejar
mi voto en compañía de los mansos cabestros con cencerro que lo quieren
conducir a su corral contra mi voluntad, aunque a música celestial
suenen
algunas de sus propuestas. Ya no me valen las palabras. Otros, no
lastrados áun por su pasado, por inéditos, ya que por ahora el valor
sólo se les supone, lanzan propuestas que muestran su angelical
desprecio por
la realidad. Ni harto de whisky doy mi voto para que por el hecho de ser
español se cobre un sueldo, dejando fuera de consideración la aportación
que al
bien común haya hecho el perceptor. Faltan siglos para eso, decencia,
honradez,
dineros y, sobre todo, repoblar con marcianos la península, a ver si esta vez hay
más suerte.
Últimamente
discuto mucho conmigo mismo. Me llevo la contra, me rebato los argumentos, me
quito la razón y me la vuelvo a dar. Me enfado conmigo mismo y luego me
perdono, porque a mis años hace ya mucho tiempo que conseguí llevarme bien con mi
persona. Cuando era joven e ingenuo llegué casi al enfado discutiendo con
amigos sobre política. Hoy lamento haber puesto en peligro esas valiosísimas
amistades defendiendo a quien el tiempo ha demostrado que no lo merecía. He
tardado muchísimos años en resignarme a que, en realidad, siempre es el dinero
lo que se dirime aunque, oculto bajo el disfraz de hermosísimas palabras e
ideas que nos mantengan encandilados: la libertad, la democracia, la justicia, el
pueblo. De risa. Discutíamos hasta no hace mucho sobre la derecha, el centro,
la izquierda y la madre que los parió. Me produce cansancio y vergüenza
recordarlo ahora, aunque reconozco que algunos
merecían que sobre ellos se discutiese, pero que últimamente ya es otra cosa. No hay color. En
estos tiempos ya no entro a debatir sobre Anasagasti, Rajoy, Mas, Rubalcaba o Pablo
Iglesias. El tiempo que todo pone en su sitio, menos los objetos de mi mesa, ha
reconocido la grandeza de unos pocos de aquellos, aunque en su difícil momento
fueran tenidos por tahúres del Mississipi, ha arrojado a un merecido olvido a
unos, entre ellos a quienes así le calificaban, ha evidenciado la miseria de
otros, la vacuidad risueña de alguna confluencia planetaria, la mediocridad de sus
corifeos y coriguapas… Hoy nos avergüenza ver el acomodo de casi todos en bien
remunerados consejos de administración, a los que aportan su nombre, su pasado,
su extinto prestigio y su inexistente futuro político. Y la capacidad de
influencia que todavía conservan, por la que tan generosamente se les paga.
Si
por defender a tales próceres me niego a
entrar en terrenos del cinco, ¿qué decir de personajillos como Bárcenas, el
bandido generoso de Sierra Morena, Amaiur y otros de tal calaña, que han bajado el listón hasta el crimen y la delincuencia y cómo perder
el tiempo glosando a los que degradan el discurso a un tono y altura propios de
la taberna, de la barra del bar llena de copas, donde todo disparate encuentra
acomodo? Se trata de delincuencia, no de acción política o gestión poco
acertada: Desde los ERES o la rapiña de los fondos de formación de Andalucía,
hasta las Aguas de Valencia, Terra Mística, pasando por el aeropuerto de
Castellón —¡Mira que aeropuerto tan bonito que se ha hecho el abuelo!—, a las
ITV catalanas, al Palau, el 5% de mordida, el rescate bancario, la socialización
de las deudas… El país y sus comunidades se han gestionado con criterios
equiparables a la mafia siciliana. Y no se salva ni Dios.
¿Cómo
defender la democracia parlamentaria reconociendo lo anterior? Pues sí. No hay
otra forma. Y también es necesario defender a los partidos y a los sindicatos,
mayoritariamente poblados, que no capitaneados, por gente honrada. Atacarlos,
sugerir su sustitución por caudillos más o menos amables y elocuentes, es un
suicidio. Ya sabemos bastante de eso. Es necesario sanear esas formaciones,
algo que sólo desde dentro es posible hacer. Que dejen de defender a sus
corruptas cúpulas, eviten poner manos en el fuego en defensa de acreditados
ladrones, arrojando fuera de la vida pública a quienes han llegado a ella para
hacerse de oro, a los mesías que embarcan hacia terra incognita a los
ciudadanos cuya prosperidad deberían procurar en lugar de obviar la realidad y
sus retos acuciantes, para hacerse ellos un hueco en la historia con la llegada
a la tierra prometida. Incapaces de enfrentarse a los problemas del día a día intentan
encubrirlos con una bandera, hasta cuando sea posible. Cada vez que hablan ciertos
orates del gobierno y aledaños, nace una docena de independentistas. Cada vez
que se habla de república y se dejan caer nombres como Aznar o González, como
futuribles presidentes, o uno se inquieta ante la posibilidad de que sean otros
como Rajoy, Zapatero o Cayo Lara, nacen cien monárquicos. ¡Virgencica, que me
quede como estoy!
El
problema es que, como Ortega y Gasset si no recuerdo mal dijo, la única razón
que unos tienen es la que han perdido los demás. Cuando uno se permite poner en
cuestión el fondo o las formas de un político o de un partido, se entiende que
se está defendiendo al contrario. O conmigo o contra mí. Ya hemos vivido, leído
y reflexionado lo suficiente como para entregarnos con armas y bagajes al
primero que nos regale el oído. Ni al segundo. Estos recelos, este
descreimiento, que en mi caso es universal, no deben interpretarse como
resignación, como complacencia ante una situación demencial, injusta y que
necesita de un saneamiento urgente.
Yo,
más que programa, pediría a los partidos concurrentes a unos comicios que me cuenten
la historia de España, pues su versión de los hechos nos revelaría la enjundia
y solidez de su proyecto. Sería un psicoanálisis que arrancara desde lo más
recóndito de sus magines su verdadero talante, mostrando la consistencia o
endeblez de su juicio, sus inconfesas intenciones, puestas de relieve bajo la
forma de una exigible visión y análisis de nuestro presente, pasado e
inquietante futuro. Viene esto al caso porque leo que, viéndose sobrados de
presupuesto, el gobierno vasco acaba de encargar una historia del país vasco a
un grupo de trabajo. Al caballo lo creó Dios, y vió que era hermoso. El camello fue encargado a una
comisión. Oye, las patas del proyecto me parecen cortas, pon un par de palmos
más,. El otro: —“Una chepa se me antoja poco, cáscale otra. Aquí unos ojazos.
Los dientes los hemos subcontratado… Resultas: un adefesio. Me congratula que
no oculten que será una historia de encargo, pues los retratos de encargo ya se
sabe que son el antecedente del Photoshop, que borra verrugas, manchas, imperfecciones,
cicatrices y te muestra más presentable. ¡Cómo sería de feo Carlos III y los demás
Borbones o sus decrépitos antecesores de la casa de Austria cuando no mandaron
ejecutar a los pintores de la corte que plasmaron tales jetas sobre un lienzo! Me veo a esta comisión pagada por el gobierno
vasco discutiendo con Cucurrull, preclaro erudito de la ANC, subvencionada a su
vez por la Generalitat catalana, sobre si San Ignacio de Loyola nació en
Azpeitia o en San Feliu de Gixols, como tan rigurosísimo historiador sostiene.
Por lo menos, garantizado tenemos el descojone.
Después
de tantos años, tantos libros leídos y tanto estudiar nuestro pasado ¿cómo
entrar en debate con quienes deben de estar muy avergonzados de su historia
cuando creen necesario inventar otra? Todos los deseos, las aspiraciones y los
proyectos, tanto individuales como colectivos me parecen legítimos y
defendibles de forma pacífica y racional. Pero también honrada y sin engaños.
Si
uno cree llevar la razón, ¿porqué intentar apuntalarla con falsedades risibles
evidenciando la poca solidez del edificio? ¿Cómo entender que quien abomina del
pasado común, del idioma del Imperio, desentendiéndose del descubrimiento de
América o del tradicional catolicismo nacional, pasee por la cuerda floja de la
Historia para censar en Granollers a Colón, en Pedralbes a Santa Teresa de
Jesús, en Sitges a San Ignacio de Loyola y hasta al mismo Cervantes, en realidad un tal Servent que, según los
fehacientes datos que obran en poder de Cucurrull, en catalán escribió el
Quijote? Américo Vespucio en realidad era Aymerich Despuig, vecino de Olot. Por
cierto, el condado de Aymerich fue título creado por un tal Felipe V de Bourbon,
dato que aporto al Cucurrull por si le resulta útil en sus investigaciones. Otrosí ocurre con las
élites dominantes en el norte que también, y sin caer en la cuenta, reivindican ser tataranietos de los
padres de un país del que abominan, al empadronar en sus lares ancestrales y a
beneficio de inventario a quienes eran y se sentían españoles, aunque eso les duela. Cuantas más diferencias buscan, más evidencias
encuentran de su inexistencia, más iguales se reconocen, teniendo estos
dirigentes que llegar al delirio y al ridículo de intentar sepultar o falsear
los datos que delatan el poco fondo de los cimientos con que intentan sustentar
la romántica invención con que llevan engañando a sus pueblos durante decenios.
Aunque creo que todos los habitantes de España somos bastante iguales, algunos
peores, al menos hay regiones menos paranóicas, que no le echamos la culpa al vecino, que no renegamos
de nuestra historia y que bastante tenemos con sobrevivir, objetivo al que los
dirigentes de otras comunidades han renunciado. Las banderas hacen un caldo muy
poco sustancioso y, a lo largo de esa historia que se va adaptando a los gustos
e intereses del momento, han la sido causa de más desgracias y quebrantos que
de paz y alegrías.
Una
causa defendida de tal forma, con tales desvaríos, necesariamente lleva al
desaliento a quienes pudieran verla con simpatía, pues les va haciendo pasar de
su defensa al matiz, y de los matices al rechazo, pues tanta pobreza
intelectual, tal oportunismo infantil, da idea de la talla de quienes encabezan
el proyecto, por llamarlo de alguna forma, del ingente poderío de sus magines,
de su falta de escrúpulos intelectuales, de la endeblez de sus principios y
fundamentos, si es que los hay, y en definitiva de una inmensa falta de respeto
a la inteligencia ajena. Pobre criatura sería la que con estos comadrones llegara
al mundo para ser luego dirigida y administrada por tan excelsos pensadores que,
envueltos en una bandera, ponen en un segundo lugar la prosperidad de sus
ciudadanos, única misión que justifica
su existencia y su sueldo.
El
mundo actual no concede espacio ni tiempo para argumentos o razonamientos largos,
por ello felicito a quienes hayan leído hasta aquí, si es que se da algún caso.
Triunfan las frases breves y redondas, las citas y los eslóganes, brillantes,
escuetos, tan bien construidos como incapaces de reflejar la compleja
realidad. Vivimos en un mundo de titulares,
sin análisis, sin matices. Hablamos en mayúsculas, ex cátedra, Twitter
es el libro de estilo, pues 140 caracteres son hoy suficientes para cualquier argumentación,
tal vez mostrando el límite de la capacidad de atención y de comprensión de los
cerebros actuales. No está el personal para leer ensayos, pero el mundo no se
arregla con un folleto de autoayuda. Los debates televisivos, unica fuente de información de los más, son un guirigay de
varios mítines superpuestos, sin diálogo ni argumentos, donde nadie escucha a nadie.
Se grita para la audiencia a la que se acaricia los oídos con aquello que
quiere escuchar, buscando el aplauso fácil del público, no rebatir con
fundamento las ideas del adversario, por llamar de alguna forma al contenido de
semejantes y huecas verborreas… No olvidemos que con estos mimbres se forma el
cesto de la actual opinión pública. Y así nos va.
Todos
queremos que el mundo y la sociedad en que vivimos cambie. Pero queremos que
otros sean quienes la hagan cambiar. Yo, por mi parte, intento razonar, pues
sólo la razón puede sacarnos de esto. Hacerlo e intentar difundirlo es mi modesta aportación.
Entre
las cosas esenciales que hay que regenerar es el lenguaje, ámbito en el que ya
hemos perdido demasiadas guerras. No es tema baladí. No debemos consentir que
con altisonantes palabras utilizadas de forma equívoca o falsa se nos
encandile, se nos escamotee la realidad. Repito que todas las aspiraciones
individuales o colectivas, pueden ser defendidas dentro de la ley y el respeto.
Incluso las que aspiran a cambiar la ley, algo legítimo y necesario. Mientras
esta no se cambie, a ella debemos sujetarnos. En ningún caso podemos admitir
que un uso interesado del lenguaje ampare el delito, el incumplimiento de las
leyes, algo tanto más exigible a aquellos que han jurado defender la legalidad
que soporta su mandato y por cuyo ejercicio cobran. Y no poco.
Perdida
la guerra del lenguaje con el terrorismo, cuyos apoyos, muchas veces desde las
mismas instituciones, nos intentaron hacer tragar inmensas ruedas de
molino, a veces con éxito, debemos
evitar que, por sanidad lingüística e intelectual, sea suplantado el
significado de ‘obtener’, ‘alcanzar’ o ‘conseguir’, por el muy distinto de‘recuperar’,
pues nadie puede recuperar lo que nunca tuvo, a nadie en particular le puedan haber
robado lo que es de todos, no transigir con que se denomine invasión a un episodio
de una guerra europea que fue de sucesión, en la que los tatarabuelos de quienes hoy se lamentan apostaron a caballo perdedor, por cierto luchando en el
mismo bando que aquellos en los que personalizan hoy al supuesto invasor. Haber
pedido muerte. Hay que leer más y hacer menos caso a los paranoicos e incultos cucurrules del cuarto milenio de la historia, lo que evitaría caer en la interesada falsedad de llamar y tener por rey a quien fue conde y que cuando escuchemos la palabra
'nacional', sepamos que nos estamos refiriendo a la nación, no a una parte de
ella. Los equilibrios y consensos constitucionales, minusvalorando el poder de
las palabras, jugaron peligrosamente con el significado y peso de algunas de
ellas. Es imprescindible ir acotando su sentido, pues las palabras no solo
describen o enuncian la realidad, muchas veces la modifican o crean una nueva. Vivimos
en un constante “Hágase la luz”, pero ya debemos demasiados recibos y hay demasiada
gente que recuerda perfectamente lo que nunca ocurrió.