jueves, 28 de julio de 2022

Epístola disgustada


Cada vez dejo pasar más tiempo entre una epístola y la siguiente. No es por escasez de temas, más bien por falta de humor. Vamos de una catacumbre a otra, las siete plagas de Egipto, los cuatro jinetes del Apocalipsis, nos ha mirado un tuerto o tenemos un gafe por ahí. Poco campo para el buen humor, ni siquiera para el sarcasmo. Salvo excepciones, para mí estas epístolas son un refugiarse en la ironía para poder digerir ciertas cosas. No es que con ellas intente convencer de nada a nadie, dado que en política eso es un imposible metafísico, pues casi siempre contendemos con los que quieren que las cosas sean y no sean, a la vez, según autorías y conveniencias. Y menos cuando los asuntos tratados, unos curiosos, otros aberrantes, con frecuencia se centran en las miserias, engaños y desvaríos de una clase política que padecemos en un desesperante in crescendo.

Siendo así, el destinatario final de muchos de mis escritos sería precisamente un conjunto de encumbrados personajes que nunca van a leerlos, de forma que me dirijo a dos posibles y pequeños grupos de lectores. A saber: primero, los feligreses que, con más pasión que fuste y vergüenza, defienden de oficio cualquier abuso, disparate o desmán que perpetren los cardenales y obispos de su fe, a los que tienen entregada el alma. No digo la inteligencia, pues el grado de sumisión acrítica alcanzado es tan elevado que cabe dudar de que, en caso de existir, la ceguera sectaria haya permitido que tal facultad entre en juego. Por otra parte y en segundo aunque principal lugar, son destinatarios otros posibles lectores, por mí más apreciados, menos coriáceos, más reflexivos, a los que nada se descubre; nunca se cuenta nada que no sepan. Pero a veces sonreíamos, porque la ironía y el humor siempre se agradecen, hacen soportables ciertas situaciones y, sobre todo, es la mejor forma de destapar imposturas y falsas superioridades morales, a menudo tanto más reivindicadas cuanto más ausentes. Quien es de verdad superior en algo no necesita ser él mismo quien vaya proclamando sus virtudes a grandes voces por las esquinas, encaramándose en las hornacinas y peanas a falta de otros que los eleven a los altares. Cacarean en vano pues ya conocemos de antiguo lo huero de sus puestas.

De eso suelen ir mis epístolas. Nada solucionan, nada descubren. Si acaso ofrecen el consuelo de mostrar que no nos engañan. Al menos no a todos. Que muchos, no sé si los más, vemos la mano que saca la carta de la manga o escamotea la bolita, que los trucos y milagros del gremio solo funcionan dentro de cada parroquia. Que tal vez ni somos más listos ni más enterados, pero que nos gusta equivocarnos solos, con el riesgo de acertar (y viceversa), actitud siempre mejor que apadrinar y defender, con pasión digna de mejores causas, errores y abusos ajenos. Incluso llegar al colmo del ridículo y de la sumisión intelectual, como es el caso, tan frecuente como penoso, de ver a no pocos defender ideas en las que no creen. Al menos no creían en ellas hasta hace poco tiempo, a veces días. Incluso dejarán de defenderlas cuando a toque de corneta se les diga que ahora lo malo pasa de nuevo a ser bueno, lo inconveniente deseable y lo correcto inadecuado. Es lo que llevan tiempo haciendo, siguiendo y jaleando sumisos los meandros de un presidente a merced de los vientos y, a su vez, pastoreado por sus socios y apoyos. Pocas cosas tienen algunos de qué presumir, pero desde luego no de fuste. Son, además, desmemoriados salvo para episodios concretos, tienen lagunas, algunas de ellas voluntarias, lo que hace de su memoria algo poco de fiar, nada transvasable, por intermitente, parcial e interesada. Malas credenciales como para intentar imponer sus selectivos recuerdos y olvidos como memoria común. El mismo concepto de establecer por decreto una memoria oficial ya rechina y ofende a cualquier verdadero demócrata, es decir, no de la rama orwelliana.

Dado que el humor a menudo se edifica con los sillares de la estupidez y los escombros del ridículo ajenos, siempre hay tajo. Si sus consecuencias no fueran trágicas podríamos recrearnos eternamente con el hilarante, aunque descorazonador, espectáculo de ver como el sectarismo lamina el entendimiento, se desentiende de la verdad, desactiva virtudes como la modestia y el pudor, es refractario a la objetividad y hace perder el decoro, la razón y la vergüenza. Porque llega a ser cómico el terraplanismo político que a tantos lleva a defender lo indefendible, queriendo hacer pasar por razonables y convenientes hasta aquellos disparates y abusos con que nuestro presidente paga irreligiosamente a socios y apoyos, lo peor de cada casa. Corta es su mirada, falsa su palabra, hipotecado su criterio, esclava su voluntad y dudoso su futuro, como elección tras elección les muestran los recuentos.

Errar es humano, pero para llegar al desastre hace falta un ordenador. O una tribu, un arrebañamiento que sume los errores particulares y los quintaesencie, reste las inteligencias individuales, multiplique la magnitud del daño provocado y divida la sociedad en buenos y malos. Esto es, los míos y los demás, los otros, el enemigo.

Lee uno artículos con las opiniones de juristas, doctores, analistas, supuestas eminencias en sus respectivos campos, lumbreras que, cuando se adentran en el comentario político, entran a ese mundo por la estrecha puerta de la militancia o el dogmatismo. Y da pena leerlos. Pasan de la tesis doctoral a la hoja dominical, la prosa parroquial, bazofia sectaria. Tanto la estadística como los estudios sociales, no digamos el derecho o la política, son ámbitos caracterizados por una elasticidad que permite a sus santones prescindir del rigor exigible, emplear sus triquiñuelas y artificios dialécticos para, si no demostrar, al menos defender una cosa y su contraria. Cuentan siempre con que los suyos nacieron ya convencidos, aunque principalmente se dirigen a crear un estado de opinión que condicione a los compañeros de gremio que llegado el momento tendrán que decantarse, dando y quitando razones. Por eso los partidos riñen encarnizadamente por controlar los tribunales que habrán de juzgarles a ellos y a sus acciones. Y al final, esto es lo que se pretende, y tal vez en eso consistan para ellos esas artes y oficios donde más se premia a veces el oportunismo servil y la astucia que la independencia y la moral. Una moral que de esa liquidez se deriva, que no solo conserva la elasticidad de los mimbres con los que su cesta se trenza, sino que se diluye en las aguas cenagosas del pensamiento sectario. Aunque quizás eso de pensamiento sea una exageración por mi parte; si acaso estrategia, argumentario, lema, letanía y amén. Ya lo decía en otro escrito: es imposible militar en un partido, con carnet o sin él, y conservar la claridad de juicio, la imparcialidad. La verdad es que me cito mal, en realidad terminaba la frase diciendo que era imposible seguir pensando, que viene a ser lo mismo. Afecta este síndrome de forma dramática a quienes viven de ello, los que no tienen a donde volver que más valgan. Esos no pierden la claridad del juicio, sino todo él, si es que antes lo tenían. Esos matan, a veces más a los propios que a los ajenos. Las excepciones, que las hay, a la espera de tiempos mejores se refugian en el silencio, sabedores de que toda discrepancia se paga, acarrea la hostilidad y el descrédito entre la parroquia y atrae a las hienas y buitres que, como es sabido, se alimentan de cadáveres.

Ejemplo de esta derrota de la inteligencia frente al sectarismo, y hay miles, es un escrito perpetrado ayer por el más eminente que imparcial jurista Javier Pérez Royo acerca de la confirmación de la condena por el caso de los ERES andaluces. Dice, sin mover ni una de sus dos cejas de catedrático de derecho constitucional, que la potestad presupuestaria reside en el parlamento, nacional o regional. Los ERES solo pudieron nacer por la soberana potestad legislativa del parlamento andaluz. Ergo, qué responsabilidad cabe pedir a Chaves o a Griñán de esa decisión colegiada, y por ende ajena. Con un par. Obvia, a mi escaso juicio, tanto esa responsabilidad que se llama “in vigilando” como que no se juzgan los ERES, sino su fraudulenta aplicación, conocida, planificada y consentida; olvida otros casos de mal uso de fondos públicos en los que, siendo otros los culpables, se abrigaban menos dudas, no se entraba en esos considerandos y, sobre todo, que no es eso lo que se dirime ni condena, sino la delictiva aplicación posterior de esas ayudas multimillonarias que se usaron arteramente para mantener una masa crítica de clientes suficientes como para influir en los resultados electorales. Pudo hacerse bien, que es donde el doctor se queda. Pero se hizo mal, durante años, y con el reconocido conocimiento y visto bueno de los condenados y otros cargos en espera de sentencia, que es hasta donde el picapleitos no quiere llegar con sus otrosís. Ellos, (y otros, y otras), conocieron y autorizaron esos pagos improcedentes, a veces para regalar una jubilación anticipada a amigos, parientes y conmilitones que nunca habían trabajado en la empresa beneficiada por esos fondos, en el caso de existir. Incluso cabe dudar, conociendo a la peña, que hubieran trabajado alguna vez en otra. Su firma era imprescindible para perpetrar la malversación, su visto bueno a sabiendas del fraude, los hace prevaricadores. La implicación necesaria de toda la estructura que desatendió los avisos de ilegalidad de los interventores, los hace indecentes. Y, según la sentencia y el sentido común, culpables. A otros no sé si por lo mismo, no más, seguramente por menos, se les tildó de organización criminal. Un abogado debe defender hasta a un asesino en serie, es su trabajo. Pero lanzarse de oficio a la plaza pública a disculpar y justificar estos delitos es para nota. Y buena. Hay que hacer méritos, más de los que ya atesora, que no son pocos, que la judicatura ya sabemos que todos la quieren independiente. Sin duda fue y sigue siendo un buen candidato, aunque ya talludo, para el Supremo o el Constitucional, por parcial, poco ecuánime y nada independiente de los que no se debe depender, que de eso se trata y así los quieren. Justo como no deben ser.

No sé cuál portavoz, porque, dada la rápida evolución del criterio y de la voz a portar, acaba dándoles la risa tonta al leer lo que tienen que decir y hay que cambiarlos, va y dice que total solo fue malversación. Fíjate tú. El argumentario del partido manda decir que ninguno de ellos se llevó un euro al bolsillo. Ahí te espero, en la doctrina del bandido generoso. Ya se fallará sobre los piezas en que sí robaron hasta para coca y putas. Casi doscientas piezas separadas quedan por juzgar. Sin prisas, mientras van prescribiendo.

El paso siguiente a la equidistancia, un paso a peor, en lugar de intentar hacer pasar por iguales comportamientos diferentes, es pretender buscar diferencias donde no las hay. En realidad es una cuestión ontológica. Los nuestros siempre serán mejores, hagan lo que hagan. Aquí estamos nosotros para perdonarlos y para defenderlos. En último caso, siempre queda la absolución.

Cabría suponer que los que apoyaron una moción de censura porque su conciencia no les permitía dejar en el gobierno ni un día más al corrupto PP, obrarán en consecuencia al ver retratada en sentencia firme la catadura moral de algunos personajes relevantes y equipos del partido que pusieron en su lugar en busca de mayor decencia. Les llevaría a presentar otra moción de censura contra sí mismos, y a sus socios a apoyarla y echarlos y echarse del gobierno para dejar paso a otro de un partido menos corrupto. No es de esperar tal coherencia. Los que no soportaban ser gobernados por partidos con sombra de corrupción, son los mismos que exigían un gobierno y un presidente que no nos mientan, que no falten a su palabra. Toma tres tazas. Pero al menos no se engallen, no digan tonterías, no nos tomen el pelo, que ya va siendo gris. Feijoo y Juanma Moreno comentan la sentencia de forma tierna, comprensiva, versallesca llegando a franciscana, tal vez por no mentar la soga en casa del ahorcado, por lo del mort y el degollat. Seguramente ese es el tipo de oposición que decían querer tener. Es decir, blandita y mejor que la que en estos asuntos ellos practicaron siempre. Ni aun así. La portavoz intenta defenderse atacando, equivocándose en el tono, la ocasión y el contenido. Teatro, puro teatro maniqueo.

Ya dijo Pujol, al que tampoco faltan defensores, en ocasión solemne, con dedo enhiesto y amenazador, cejas en V y barbilla en alto, que desde aquel momento la dignidad era cosa suya, cuando el PSC, al necesitar sus votos en Madrit tuvo que envainarse su acusación del 3% de CIU, a pesar de que era tan cierta como falsa la decencia del prócer catalán, creador después de un garito para promover la ética en la política, que tiene pelendengues la cosa. Ahora tenemos el episodio de la Borrás, que también tiene quien le escriba, en su intento de llegar a marzo para abrocharse 4000 europios al mes de por vida por dos años de presidir esa jaula de grillos.

De forma que las cosas de la res publica te dejan para poco humor. Incluso cuando la imbecilidad avasalladora o suicida llega al mando en otros países, y sea Trump, Boris Johnson, Putin, Maduro o Bolsonaro, acaba dando poca risa porque también te afecta, pues la globalización no se limita a mercancías y manufacturas, normalmente las acompañan y a menudo las preceden la estupidez y la maldad, que, separadas o del brazo, tienen infinitas formas de manifestarse, desde la prepotencia y el egoismo hasta la imprevisión y la incompetencia, pasando por la mentira, el fanatismo y el desdén por el prójimo, para terminar invariablemente en algún modelo de afán totalitario.

Podría extender esta epístola o dedicarle otras a temas como la memoria llamada democrática, los TRANS, el yo si te creo, ejemplificado con descarnada claridad por Mónica Oltra, que así bailaba que yo la vi. Y de la mano de Valdoví. Pocas veces se ha escenificado con tal patético ridículo, entre saltos y risas falsas como moneda de cuero, hasta dónde ha degenerado la política, en manos de qué clase de personajes hemos dejado nuestras vidas. De cómo morir bailando por parejas. Otros que ya no suman, que los cuadernos de Rubio nos enseñan que la adición de ciertos sumandos arroja un resultado negativo. De la incomprensible e insultante mesa de negociación de tú a tú que reemplaza y calla al Parlamento para dar voz y poder a los validos de Sánchez y a los separatistas de Aragonés. Allí unos y otros a ellos solos se representan, desde luego no a mí ni a otros millones de ciudadanos, y solo sus particulares intereses y futuros defienden, no los comunes, trapicheando para “desjudicializar” la política catalana y “blindar” el idioma, frases que ponen los pelos de punta. ¡Por Dios, qué concepto tienen estos señores de lo que es la democracia, la representación popular o la independencia de los poderes del Estado! Lo vemos en la pactada y cómplice inacción del gobierno ante decretos e instrucciones que incumplen una vez más las sentencias de los tribunales sobre el destierro del español en aulas, patios y cursos de verano del principado. Otro pago con derechos ajenos. Pero bueno, el PSC ya se sabe, nunca está claro con quién va, que es lo mejor que podemos decir de ellos, aunque se adivina. El PSOE ya es solo un decorado, una ciudad del oeste vacía donde se ruedan las películas con guiones que se escriben en la Moncloa, funciones en las que los ajenos a la camarilla más cercana y acrítica hacen de extras sin frase. Un papelón. Como se ve, temas hay, esos y muchos otros, que esto es un sinvivir. Hace calor, pero la sensación térmica es varios grados más de lo que marca el termómetro, con los acaloramientos añadidos por las pelarzas inducidas por el gremio del que hablamos.

La corrupción llegó hasta donde llegó precisamente porque siempre ha habido correligionarios, parroquianos y mariachis dispuestos a relativizar, a hacer comparaciones pretendidamente exculpatorias, cuando no a negar las corrupciones propias. Todas esas cacareadoras gallinas de los desmanes ajenos y ciegas a los propios han incubado el huevo de estos y otros latrocinios. Y vemos que aún siguen en ello.

Los partidos predominantes intentan hacer de los otros una patología, una enfermedad crónica, ni curar ni matar a los enemigos que les apoyan, a los que quisieran absorber o destruir, pero que necesitan imperiosamente para completar los números. Matarlos lo justo. Dejarles que entren en el mundo del poder, pero con poco poder. Si acaso dejándoles incrustar en la legislación algún disparate que les haga sentirse vivos e influyentes. Lo malo, tras decenios de estos mercadeos entre trileros, multiplicados en la actualidad, que a la fuerza ahorcan, es que la legislación y la sociedad quedan hechas unos zorros. A la igualdad hace tiempo que se renunció, y con ella a la justicia.