miércoles, 20 de diciembre de 2023

Breve elitista


Reflexionando acerca de un artículo de Tony Soler en El País («El canon de la tribu»), en el que se nos avisaba de la medianía, de la mediocridad a que lleva el intentar en todos los campos (desde los vinos, las películas, a las decisiones políticas, incluidas las leyes de educación) adaptarse al nivel, juicio, capacidad, valoraciones y expectativas del ciudadano medio, se me ocurre que ¡qué tema tan bonito ese del libre albedrío!, que decían en Amanece que no es poco.

Esa falta de exigencia y de ambición se complementa con la pulsión catequista de moldear el comportamiento de los ciudadanos, incluso por medio del BOE, de acuerdo a una moralina tenida por avanzada, llena de supuestas correcciones, consejas, supersticiones y manías del ocasional legislador que quieren hacer canónica, reguladora de todos los aspectos de la vida de los individuos. La tensión entre esas dos fuerzas opuestas, por una parte cualquier cosa es de recibo, la excelencia es elitista y reaccionaria, todo el mundo es bueno, por otra, yo os voy a enseñar a ser aún mejores, a ser como se debe ser, queridos hermanos, no puede producir más que una ideología deslavazada, contradictoria y, por supuesto, simple barniz superficial que los más sumisos soportan por no reñir, por no desentonar con un entorno que se vuelve censor y agobiante. La contestación, la actitud discordante y rebelde, indócil, en tiempos propia de las vanguardias progresistas, acarrea hoy reproches de ser reaccionario, cuando no facha. Hay temas que ni mentarlos. La actitud disonante y descreída, indisciplinada y crítica con el poder ha cambiado de bando y la progresía actual es unánime y sumisa. Más son acólitos que militantes. Sus discursos, en el fondo contradictorios y a menudo inexplicables, siempre vaciando el significado de las palabras del debate, se desentienden de valores que fueron su seña de identidad, hoy difusa y adaptativa, complaciente con el que manda hasta la vergüenza, si son los suyos. Se desprecia y desprotege la igualdad de los ciudadanos en lo importante, cierto y necesario, esto es, en los derechos, y se intenta igualar en lo dudoso y opinable, la moral y los comportamientos, a gusto de la religión que quisieran dominante, de base adanista y redentora. Por contra, se consienten y acrecientan ciertos privilegios, se estimulan no pocas diferencias, dando por ciertas algunas interesadamente inventadas, y se cultivan las identidades excluyentes, viviendo el promotor, bien de las ventajas que concede, bien de los enfrentamientos que provoca.

Poco sitio hay aquí para temas tan vidriosos como la moral, la corrección, lo que es nuevo o viejo, progresista o reaccionario, igualitario elitista. A mi edad uno ya pasa de ciertos remilgos y supuestas correcciones, tan en boga dado el infantil buenismo actual, tan querido por los mediocres como destructivo para la sociedad. No sé si se trata de elitismo o de experiencia, de especialización, de evitar falsas humildades o simplemente de reconocer que todos somos diferentes, que cada uno tiene su alma en su almario, sus debilidades y sus fortalezas, sus temas de interés, cosas a las que ha dedicado millones de horas y que, en eso, se separa, aventaja a la media.

 Afortunadamente, pues esto permite el avance de la humanidad. Todo el mundo es mejor (y peor) que la media en algo, lo que no es gran cosa pues precisamente esa media, lo que tenemos todos en común, resulta ser una estática mierda sobrevolada por moscas verdes. Lo común, lo que todos compartimos, a veces resulta ser la mezcla de lo peor de cada uno, lo más gris y miserable del género humano. Y es así porque es nuestra parte animal, la que no es fruto del estudio, la divergencia, el aprendizaje, la educación, la curiosidad o el esfuerzo personal, sino los meros mecanismos de defensa de la especie, los sentimientos viscerales nada reflexivos, la respuesta rápida del cerebro como el reflejo al golpear la rodilla. Algunos toman esos rudimentarios resortes por pensamiento, incluso por ideología. Eso es lo que compartimos los humanos; lo demás es la capa de grosor muy variable que la cultura añade —o no—, la que permite la convivencia, la colaboración, la empatía y el avance de la sociedad. No sé si esto es un hecho triste o esperanzador, pero lo bueno, lo mejor de la humanidad, precisamente viene a ser ese conjunto de diferencias que quedan fuera de la media. Por eso la diferencia, bellos discursos aparte,  siempre ha sido mirada con recelo, a veces rechazada y no pocas veces perseguida por la común mediocridad que se ve ofendida, enfrentada con algo mejor. Se da la contradicción de que se intentan sujetar las diferencias que pudieran llevar a la excelencia, cortar las cabezas que sobresalen o desentonan, mientras se ensalzan otras, más circunstanciales y epidérmicas que dan entidad a un colectivo, a una tribu, fuente de reconocimiento, privilegio, resarcimiento o impunidad.

La opinión más extendida, el libro más leído, la canción más escuchada y, a veces, el resultado de un referéndum o de unas elecciones, lo demuestran. Eso es la masa, colectivo amorfo del que todos formamos parte en algunos momentos y campos. Prefiero quedarme con mis ratos y facetas de excelencia, esos que me han costado 60 años de tocar la guitarra, leer miles y miles de libros o pintar otros tantos dibujos y acuarelas. En esos escasos campos concretos soy infinitamente mejor que la media, cosa que a los demás les sucede con otros temas. En esos asuntos soy elitista, no me conformo con cualquier estupidez musical, pictórica, literaria o argumentativa, tan del gusto de la media, ese ente de razón que llaman el pueblo, así a granel, como masa indiferenciada de ciudadanos de garrafón. A cambio, y dicho en términos científicos, soy una mierda en el deporte, tengo varios músculos sin estrenar, me oriento mal en rutas y ciudades, cojeo y peso dos arrobas demás, entre otras muchas miserias.

Por eso —por reflexivo, no por cojo— tanto como de los profetas desconfío de las multitudes, las asambleas, los referéndums y otras cándidas manifestaciones de una inmerecida confianza en una inexistente inteligencia de las personas al montón, como las patatas fritas. Decía Chesterton que "el que un hombre sea bípedo no quiere decir que cincuenta hombres sean un ciempiés". La inteligencia individual, enturbiada con visiones e intereses diferentes, a veces se contrarresta con la del vecino en lugar de sumarse, de forma que no hay que suponer que mil piensen más ni mejor que uno. Los avances, inventos e ideas novedosas son creaciones individuales, nunca colectivas, del pueblo. Pensar eso seguramente es tan elitista como verdadero y difícil de aceptar por quien nunca ha tenido un solo pensamiento propio y original. El desprecio a todo lo que destaque, el intento de igualar podando las ramas altas dejan el paisaje más apañadito, ningún árbol se ofende, pero ni es natural ni conveniente. Si eso es elitismo, soy un elitista redomado, a Dios gracias.

 

lunes, 20 de noviembre de 2023

Epistolilla mural

 

En las Cortes de Cádiz, discutiendo acerca de la Ley de Imprenta, unos defendían la libertad de prensa, los liberales, otros preferían limitarla, controlarla. A estos últimos se les llamó "los serviles". Con la igualdad y otras minucias ocurría lo mismo. Hoy, dejando aparte los discursos, los lemas, los relatos y los alucinantes preámbulos de algunas leyes en las que se ha llegado a atacar a la oposición desde el BOE, sería un tema muy bonito, como el del libre albedrío de Amanece que no es poco, deslindar quién defiende y quién no la libertad, la igualdad, la solidaridad, la separación de poderes, el respeto a la ley y otras cosas importantes. Y, sobre todo, quiénes son hoy los serviles.

 También habría que dejar aparte las ventanas de Overton, las disonancias cognitivas, los tópicos y las superioridades morales imaginarias de no pocos hooligans de la política. Pocas lecciones pueden dar. Desde sus reductos y sus burbujas, procurando su abrigo, que pocos se atreven a salir de allí a opinar, pontifican y predican a su entregada peña, atribuyendo a los demás sus propias miserias. Dividen, demonizan y enfrentan, mientras acusan a los demás de polarizar y de deshumanizar al adversario. Ya nos han dicho que para conseguir esa concordia que falsamente dicen perseguir, algo buscado, al parecer, sólo con delincuentes, van a hacer un muro y el señor presidente colocará un ladrillo más, aunque no el primero, pues llevan ya años levantando el tabique con los planos de algún animoso antecesor.

 —¡Pum, pum! ¿Quién es?
—El gusano y el ciempiés. (Y el Puigdemont).
—Abre la muralla.
—Pum, pum, quién es?
—La igualdad, la justicia y la ley.
—Cierra la muralla.

 Un muro no como el de Trump en México ni como el de Berlín, pero un muro. Tras él quedará «la derecha», aislada, como debe de ser, un peligro, pues hay que evitar a cualquier precio que se pudiera producir ni ahora ni nunca una indeseable alternancia, haya que pactar con Dios o con el diablo para evitarlo.

Así, a este lado del muro, descojonándose de risa a coro con el doctor Sánchez, quedarán los buenos y los regulares, incluso alguno malo, para qué engañarnos, pero ahora de los suyos, que a todos nos ha costado un Perú su compra; al otro lado el peligro fascista, así, al montón. ¡Por Dios, —se dicen— que no nos falte algún exaltado tan fanático como nosotros en alguna manifestación, que se nos jode el relato del miedo!

 Algunos decían con la boca pequeña que envidiaban una derecha homologable con la europea, sin ser capaces de entrar en sutilezas ni acertar a poner un ejemplo. Algo diferente a este contubernio atroz que dicen tener enfrente, un hatajo de fascistas. Una masa de descerebrados desafectos al régimen al que sólo falta llamar confabulación judeo-masónica, aunque todo se andará al paso que vamos. Lo de crear el cargo de presidentísimo aún no se les ha ocurrido, al menos decirlo. De la casta eran, el PP-Psoe que etiquetaban los más rabiosos y pintureros, hoy socios imprescindibles, esos pocos restos que ya hace tiempo que huelen a cadaverina; tras el abrazo de Judas y las cuarenta monedas de la nómina, se pasó al trifachito, luego a la extrema derecha y a la derecha extrema. Y en esas estamos. Mentían, como siempre. Sería un ejercicio inquietante para tales analistas el preguntarse con qué izquierda es homologable la que ellos representan. No se lo diré porque hay verdades que duelen y, en el fondo, a algunos, aunque no a demasiados, los aprecio. Me pondré un zócalo de ron para que se me serenen los ímpetus.

 Tras ese muro en construcción imaginado para dividir el país si no lo está ya, se van ubicando millones de españoles que hace poco tiempo se hubieran quedado en el otro. Pero a muchos en sus filas, incluso a destacadísimos militantes, hasta no hace mucho altos cargos socialistas, ya les da vergüenza tragar ciertos sapos y seguir diciendo a coro que saben bien y pasan a engrosar el rebaño de los fachas, según los sexadores del partido y la compaña. Vergüenza ética e intelectual que se llama. Gran parte de los socialistas callan. Algunos de los albañiles y canteros más cafeteros, que no les suelen votar pero se agarran a ellos como lapas para tocar pelo gubernativo, en un derroche burdo de disonancia cognitiva, falta de sutileza y desdén, a quienes no les apoyan en las urnas les llaman serviles, sumisos, ignorantes, cortitos, poco leídos, energúmenos, que lo de fachas ya nos da la risa floja a todos. Y se lo achacan entre balidos haciendo resonar el gangarro. Como originales tampoco son, siempre recurren a los tradicionales y manidos lamentos porque “los pobres, unos gilipollas desclasados, no votan ya a la izquierda”. Por algo será, alguna culpa tendrá en tal deserción eso que siguen llamando izquierda sin serlo, aparte de que a los pobres lo que les falta es dinero, pero muchos sí tienen neuronas y la vergüenza que a quienes se lo reprochan les falta. Una vez que se da por bueno que hay que votar a la contra de alguien que se perciba como un peligro para la democracia, ¿de qué se extrañan? ¿Tiene hoy la democracia en España  mayores enemigos que ellos y sus socios y apoyos? Eso es lo que ha llevado hasta a Leguina y a varias docenas más a taparse la nariz y proponer que se vote contra el que fue su partido hasta que lo expulsaron por discrepar. ¿Cómo puede funcionar y no desmoronarse un país en manos así?, se preguntan, refiriéndose a cualesquiera que no sean las propias. Hay que evitarlo a cualquier coste. Como han quedado en que somos tontos, no nos daremos cuenta del tocomocho. Lo malo es que sí que nos damos y cada vez somos más los que nos hacemos esa misma pregunta respecto a la suyas.

Para su desgracia, me refiero a la de estos fanáticos con retrogusto totalitario que no frecuentan el espejo, a este lado del muro donde quisieran ver aislada a esa media España que desprecian y demonizan, reprochando a sus adversarios lo que ellos cometen, queda una parte relevante de la inteligencia, del decoro, de la moderación, de la institucionalidad y del respeto a la separación de poderes, a las leyes y a las instituciones. También de las organizaciones civiles, asociaciones profesionales, gran parte de los jueces, fiscales, abogados del Estado, Tribunal de Cuentas, funcionarios de Hacienda y multitud de contribuyentes, ferroviarios, gremios y colectivos varios. No diré que toda la inteligencia que reflexiona, no soy como ellos, pero sí muy numerosa, si no mayoritaria, está en esta chusma, a su pesar. 

Siendo muchos, es cierto que, además de fachas, somos cortitos, sólo decimos verdades de Pero Grullo, pero no nos gusta que nos chuleen ni nos engañen. Dicen que leemos poco, que hasta analfabetos se atreve a llamarnos algún bandarra con anteojeras, aunque está claro que hace tiempo que mejores cosas y, a veces, hasta pensamos. Sólo Ovejero es mejor que todos ellos juntos. Y Trapiello, y Reverte, y Félix de Azúa, Daniel Gascón, Dudda, Françescs de Carreras, Pablo de Lora, Boadella, Escohotado y muchos miles más. Por eso procuran no leer nada que pudiera inquietar su 'convicciones inamovibles' y, cada vez más a menudo, indefendibles sin apuntalarse la cara. Sobre todo cuando, tras una vida de pétrea incuestionabilidad, las cambian por las contrarias cuando así conviene o se les manda, hasta hacer dudar de que alguna vez hayan tenido algo parecido a convicciones. La única operativa es la de que sólo ellos deben mandar, por la gracia de Dios o por la del diablo. Y claro, limitándose a rumiar en la parroquia y a leer sólo sus códices y sermones, entre telarañas y robines, no pensarán representar la vanguardia de la intelectualidad.

 Difícil gobernar en contra y a la contra de media España, curiosa forma de promover la concordia nacional, como curioso es un progresismo que consiste en pactar con carlistones, meapilas y xenófobos insolidarios, entre otros forajidos, para retrotraernos políticamente muchos decenios. A menudo por volverse obispos prescriptores de una moralina vacua que, a pesar de que crea más rechazo que adhesión, tan terca como inútilmente, intentan imponer a base de decretos-ley. Por no mentar la acreditada lealtad de sus apoyos y socios, en cuyas manos quedan, tan firme como la palabra de la parte contratante de la segunda parte. Presumen de ser capaces de llegar a acuerdos y pactos con cualquiera, en la peor de las acepciones de pacto y de cualquiera. Pero ni intentarlo con quien les ha ganado en las urnas, es decir, con quien representa la moderación de muchos millones de españoles más que las exiguas y extremadas minorías separatistas que les han vendido sus votos a cambio de imponer a la sociedad desvaríos, sueños y abusos que, encima, resultan incompatibles entre sí. Para esos millones que no les votan, después de asegurarles con hechos y con palabras que no gobiernan ni gobernarán para ellos, ahora un muro. Como para no resistirse. Los hijos de la Gran Bretaña, cuando había fuertes temporales que impedían navegar a la isla desde Calais, decían que el continente había quedado aislado. Pues eso. 

Sólo nos queda la esperanza de que Dios, escribiendo recto en reglones torcidos, le conceda a nuestro amado presidente esa capacidad que hasta él se consideraba imposible de alcanzar y mantener, y acabe engañando también a sus socios y apoyos, consiguiendo pasar a la Historia por haber sido el primero en engañar a todos siempre.

domingo, 19 de noviembre de 2023

De la irresolubilidad de los problemas

Una de las circunstancias que pueden hacer que un problema no tenga solución es que no exista. Al menos con el alcance o descripción con que se le caracteriza y considera. Este tipo de problemas, que pueden tener enredados a sociedades enteras durante siglos, suelen ser en gran parte inventados, creados interesadamente o, lo que es garantía de que cada vez avanzarán más en un proceso desde la inexistencia a la gravedad, es que alguien, sea persona, colectivo o secta, haya conseguido hacer de ese asunto su razón de ser o su medio de vida. Es imposible esperar que nadie solucione un problema si vive de él, como no cabe solicitar su ayuda para solucionarlo. En las religiones podemos encontrar muchos ejemplos pues, el misterio de la Santísima Trinidad, la misma existencia de Dios, son creencias, no problemas con un arreglo posible mediante la controversia y el acuerdo. Al final, no quedaba más que matar a los díscolos y afines y ya Dios reconocerá a los suyos. En las religiones laicas ocurre igual. Los principios son innegociables, sólo cabe imponerlos. Y si no se tienen principios, la cosa aún es más compleja pues se acaba discutiendo contra un monstruo multiforme y cambiante.

Una subclase especialmente nociva e irresoluble de este tipo de problemas es el de base histórica, esto es, intentar resolver con carácter retroactivo asuntos del pasado, a veces remoto, que en su momento no se cerraron al gusto del que hoy se dedica a intentar zanjarlos, normalmente labor de cazafantasmas e iluminados. Ese dilatado reconcomio va royendo el cerebro, convirtiendo en una secta religiosa a los acólitos que centran su vida en reparar un imaginado agravio, en imponer su dogma, a veces poco comprensible, haciendo proselitismo o recurriendo a los métodos y vicios de las religiones, que tanto han durado. Si a ese embrollo y ese constructo se le agregan algunas porciones de nacionalismo, ya hemos elaborado la receta perfecta para crear un problema que no resuelve ni dios. Como los antiguos cristianos o los actuales integristas islámicos, los une y realimenta el imaginarse perseguidos, lo sean o no, buscar el sacrificio, si es posible de los demás fieles, mientras los obispos que los espolean sobreviven plácidamente en sus palacios. Llorar a moco tendido a la vista de las derrotas, los agravios y las humillaciones sufridas por sus antepasados, poner flores a sus supuestos mártires —a veces unos desalmados— y otras escenificaciones, son cosas todas que llevan al rebaño a apiñarse en su vallado, a no cuestionar ni al pastor ni al perro y a buscar lobos tras las vallas. Porque para ellos, la cosa va de vallas, de fronteras, de bancales y terruños ancestrales, de misterios que a los de fuera se les escapan. Somos distintos, es decir mejores. Y, por tanto, merecemos más que aquellos ovejos tan sucios que pululan por fuera del cercado.

Es normal que no se les encuentre solución a todas estas supuestas problemáticas, y no es raro que al final, probatura tras probatura, intentando sanar al organismo de una enfermedad que no padece, se acabe teniendo un problema nuevo, este ya actual, cierto y peor que el inexistente que inició el desvarío, de forma que se acabe descompensando el delicado equilibrio de una sociedad o un cuerpo humano y consiguiendo, al fin, contraer una enfermedad, esta vez ya grave y real, o extender a todo el organismo una patología que sólo afectaba a un miembro. La homeopatía, por su propia incapacidad para sanar, intentando sobrellevar dolencias y achaques administrando nuevas dosis del morbo patológico disueltas en garrafas de agua clara, sólo garantiza el empacho, nunca la cura. A algunos partidos les viene a pasar como a las farmacéuticas: viven del enquistamiento, de la cronicidad, de procurar no curar las enfermedades de las que viven, porque si encuentran una pastilla que cure el colesterol, dejan de vender miles de millones de otras pastillas que mantienen la enfermedad sujeta a unos valores que no matan, pero hacen imprescindibles esos tratamientos generalizados tan lucrativos. De forma que, la clave del invento es descartar soluciones definitivas, mantener la preocupación en un eterno tente mientras yo cobro y los demás me pagan. Ya dijo un expresidente de triste recordación, hoy dedicado a combatir gigantes con su candoroso y claro sectarismo, que les venía bien la tensión, y ahí estamos, al borde de la electrocución mientras él sigue sonriendo y desfaciendo entuertos por el mundo. Al menos, eso cree él.

Se dan entre nuestros próceres casos claros de megalomanía, narcisismo, delirios de grandeza y otras dolencias que en la vida civil se sobrellevan metiendo la mano entre dos botones de la chaqueta y creyendo uno ser Napoleón. Al cabo, resulta inofensivo si no se hace con tropas, y la gente los suele mirar con comprensiva simpatía. Aunque el morbo patológico más extendido en el gremio es la amnesia, sin despreciar la disonancia cognitiva, en la política también proliferan la hipocondría, el narcisismo, la soberbia, la paranoia (no hay separatista sin un grado mayor o menor de ese desarreglo), incluso vamos viendo extenderse la esquizofrenia, el desdoble de la personalidad, que en algunos casos que todos conocemos se va desenrollando como una persiana mostrándonos lo que parecen ser no dos, sino muchas personas distintas. No un Jano, sino una hidra de Lerna. Y claro, nunca acabamos de conocer al personaje, que va sacando a la luz lamas y caras nuevas que revelan otras nuevas personalidades, a veces contradictorias, desconcertantes, cada una con sus principios, sus criterios y sus cambiantes derivaciones. En realidad, es en propio interés el motorcillo que va girando y mostrando novedosos rostros de alguien o de algo que así nunca llegamos a conocer, hasta que se ríe creyendo ser el último que lo hace. De que hemos votado a una lama, resulta que ya está desaparecida en el rollo y nos gobierna otra. Se gana con una cara y se nos gobierna con otra. Debe de ser una adaptación biológica a estos tiempos líquidos en los que es mejor ser caleidoscopio que daguerrotipo. 

sábado, 18 de noviembre de 2023

Del pasar a la Historia

 Hace tiempo Sánchez verbalizaba su confianza en pasar a la Historia. Con tantas como abriga, no debería dedicar tiempo a esa ambición, pues es de lo poco que tiene asegurado. Es cosa que todo presidente tiene garantizada. Ahí está la lista de los reyes godos, de los que nadie sabría decir quién fue bueno, si alguno lo fue, qué hizo cada uno de ellos, si es que algo hizo, cuanto tiempo reinó, ni quién lo mató para sucederle. Esas relaciones no dejan huecos: detrás de un rey o un presidente de gobierno viene otro, como un martes tras cada lunes, a menos que algún acontecimiento inesperado interrumpa la serie por un tiempo, para luego continuar con algún tipo de decíamos ayer. En cada época hay muchos que se dicen que esto no puede seguir así, a menos que continúe, pero la vida siempre persiste, la sociedad siempre encuentra una forma de proseguir, para adelante o para atrás. Vengan días y vengan ollas, otros vendrán que buenos nos harán, y esas cosas.

 Otro cantar es lo que la Historia diga de cada uno. La seria, la científica, se extiende y profundiza más, analiza, valora, entra en detalle, sopesa ejecutorias, causas, consecuencias, promesas, cumplimientos, talantes... Pero para el común es otra cosa; bueno es si la mayoría consigue recordar tras pocos años algo que decir de cada uno de los pasados próceres y mandamases, esos que en nuestro nombre decidieron en cada momento, bien o mal, que arreglaron algo o estropearon cosas que aún estamos intentando recomponer. Unos dejan un jardín, si no en flor, al menos con brotes viables; otros un erial, un bancal sembrado de sal; unos un país unido, otros roto, que no es mala piedra de toque. Del primer presidente de la I República, el barcelonés Estanislao Figueras, sólo se recuerda, si acaso, el episodio en el que dijo: "Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros", mientras compraba un billete para irse a vivir a París y allá os las compongáis, mandrias. A veces irse es la mayor aportación que algunos pueden hacer a la decencia y a la concordia nacional. Hasta Iglesias lo entendió, cierto es que ayudado, mejor espoleado, por un fracaso electoral en Madrid de unas dimensiones que su soberbia no pudo soportar.

 Lo que en su momento dijeran los propios y los extraños de cada uno de ellos, los cronistas oficiales, incluso la prensa, poco queda salvo como material para los especialistas, cuando no como risión general y descrédito de los firmantes. Al final, el tiempo va colocando a cada uno más o menos en el lugar que merece. Fernando VII, no pasó a la Historia precisamente con el apodo que el pueblo —siempre sabio dicen los que de ello entienden— le daba cuando vivo: "el Deseado". Ha pasado más como el rey felón que como modelo a seguir, a pesar de su declaración «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre Español, al mismo tiempo que labramos para siglos nuestra felicidad y nuestra gloria». (Palacio de Madrid, 10 de marzo de 1820). Eso se lo dirás a todas, opinaban entonces algunos, como otros pensamos hoy de otros personajes, de sus declaraciones, de sus promesas y de sus teatros.

 Aunque se puedan recordar, para escarnio a menudo, no son las frases o las declaraciones, sino los hechos y los procederes lo que el alambique del tiempo acaba destilando. Para su desgracia. De forma que Sánchez lo tiene crudo. A la Historia pasará, puede estar tranquilo. Más inquieto debería estar por el cómo. Algunos lo recordarán, aparte de como el presidente con menos palabra desde el neolítico, por esta risa, ese rictus, por estas carcajadas destempladas y fuera de lugar, un desenmascaramiento, algo penoso e inolvidable que refleja mejor que nada este esperpento.

En su «Historia Universal de la Infamia» Borges teje catorce relatos, «ejecutados», según él entre 1933 y 1934. La fecha le impidió, a pesar de su clarividencia de ciego, anticipar algunos ejemplos de igual mérito a los que entonces incluyó en el libro, con títulos y arquetipos que hoy vendrían al caso: proveedor de iniquidades, impostor inverosímil, incívico maestro de ceremonias, brujo postergado, por falto de palabra y vano en sus promesas, atroz redentor, el tintorero enmascarado, entre otros.

 En el «Arte de injuriar», incluido en su «Historia de la eternidad» explora, sin pretender agotarlas, las formas del insulto. Una de ellas es, en una enumeración, el contagio por las palabras cercanas, ya que inevitablemente hay compañías que manchan, también en el trato entre palabras. Cita a Swift y a su Gulliver, cuando en su conclusión dice: «No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un ratero, de un coronel, de, un tonto, de un lord, de un tahúr, de un político, de un rufián. Ciertas palabras, en esa buena enumeración, están contaminadas por las vecinas.» Hay quien, más que injuriarse, se retrata a sí mismo con sus compañías, acabando por enlodarse de forma recíproca.

 Hay cargos y títulos que honran. Como personas que hacen grandes los cargos que desempeñan o los títulos y premios que reciben. También personas que manchan y menoscaban los que ostentan o ejercen. Escribe Borges: «Un alfabeto convencional del oprobio define también a los polemistas. El título señor, de omisión imprudente o irregular en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo estampan. Doctor es otra aniquilación. Mencionar los sonetos cometidos por el doctor Lugones, equivale a medirlos mal para siempre, a refutar cada una de sus metáforas. A la primera aplicación de doctor, muere el semidiós y queda un. vano caballero argentino que usa cuellos postizos de papel y se hace rasurar día por medio y puede fallecer de una interrupción en las' vías respiratorias. Queda la central e incurable futilidad de todo ser humano.»

 Algunos trabajan incansablemente, nos cuentan, para pasar a la Historia. Aunque sea a la de la Infamia, en la que hay que reconocer que tienen un puesto asegurado. Se puede ser tonto, que tantos ha habido y hay que se puede intentar pasar desapercibido si no se está en un cargo demasiado expuesto al escrutinio. Lo imperdonable es pretender medrar y vivir de tomar por tontos a todos los demás. Como es el caso al que nos referimos.

Como mentiroso, encontrará poca competencia pues, a las falsas promesas, por estas que son cruces, dondedijedigos y mentiras propias, suma ahora el doctor Sánchez las ajenas, que hace suyas y se atreve a llevarlas hasta a la introducción de las leyes. Leyendo los relatos históricos, los funambulismos, los sofismas y los eufemismos del pacto con Junts (que ha venido a tapar el acordado con el PNV, no mejor) uno no sale de su asombro. Y se hace una idea de por dónde va a discurrir la legislatura. Dios nos pille confesados.


lunes, 13 de noviembre de 2023

Epístola amnistiante


 Mi resumen del asunto este de los pactos, acuerdos y comercios de investidura es que, en realidad, lo que ha acabado comprando a precio de oro Sánchez, una mercancía averiada, de baratillo, que ahora nos intentan revender como si delicadísimas sedas del Oriente fuesen, consiste, además de la totalidad del falso relato independentista, que en otro dondedijedigo ahora hace suyo (pobre Illa), es el modus operandi institucional de lo peor de lo perpetrado los últimos años en Cataluña: el talante de sus dirigentes, su difícil trato con la verdad, sus fabulaciones y manejos con la historia y la memoria, y su desprecio a leyes, normas, jueces y sentencias. A las mentiras propias, suma ahora el doctor Sánchez las ajenas, que hace suyas. 

En Cataluña tienen esa habilidad, que no cabe atribuir a la mala suerte, de elegir para los gobiernos a los que o son listos, pero sinvergüenzas y ladrones, o a los más tontos, los tractorícolas, sin otra virtud conocida que ser unos paletos que les lamen la oreja a sus paisanos recreándose en plan narciso y creando hechos diferenciales, a la vez que un patrimonio personal.

Hasta el momento los políticos del procés eran perseguidos por sus delitos, ya sólo por los económicos tras el traje legal a medida de la anterior componenda. Ahora el relato viene a contarnos que lo eran por sus ideas. Condenados de forma turbia, se nos sugiere, algo que no vimos en los juicios, forma ahora cuestionada y pendiente de revisar precisamente por los reos. El lawfare, que así se llama a la prevaricación judicial en otros lares, es algo que aparece en el acuerdo con Junts pero no en el texto de la ley de amnistía. Es otro palabro abracadabrante y tendencioso para usar cuando no se tenga otra cosa mejor que decir, como esa chatarra de la equidistancia, con que tantos debates ha creído cerrar quien no encontraba mejor argumento, en el caso de dar con alguno. Si algún caso se ha dado, denúnciese y persígase en sede judicial, a la luz, no se sugiera en oscuros despachos. Intentar llevar al Parlamento el cuestionamiento de sentencias adversas, como Junts pretendía y el negociador del gobierno, en principio asumió, sería un paso más, tal vez el definitivo, en el vaciamiento del poder judicial, la separación de poderes y el mismo estado de derecho. Consideran que eso del lawfare, la supuesta prevaricación judicial, asombrosamente admitida por el gobierno de España en el pacto con Puigdemont publicado, sea sinónimo de esa otra entelequia que llaman judicialización de la política, cuyo antónimo real y tangible es la impunidad del gremio. Una infamia, un sindiós. Leo en el texto de la amnistía, publicado hace un momento, que evitan por fin las referencias a esa palabra, respondiendo a las quejas unánimes del poder judicial, lo que muestra que ese poder es nuestra última esperanza y que por eso es el principal enemigo a batir por delincuentes y aspirantes a dictadores.

Las actuaciones y la penosidad de los argumentos que aparecen en la gestación de estos desaguisados legales hacen dudar de virtudes y convicciones anteriormente escenificadas. Esto es algo de especial gravedad, demoledor para todos los reyes hoy desnudos que han vivido mucho tiempo mirando por encima del hombro y exhibiendo una superioridad moral que ahora vemos derrumbarse. Demasiado elásticos han resultado ser su ética y sus valores como para seguir pensando que tienen esas cosas. Predicando falsamente (¡No merecemos un gobierno que nos mienta, decían!) que, además de venir a acabar con una corrupción del gremio que ahora se santifica y se intenta perdonar retorciendo las leyes en los despachos, se buscaba la concordia y el llevarse bien, aunque han traído y generalizado la división en el resto del país copiando de sus interlocutores y apoyos el unilateralismo, su astucia y su desprecio a las leyes y a quien las trujo.

Han conseguido obligar a la mitad de la población a sacar las uñas para defenderse de estos abusos y desafueros. Una mitad de los españoles que no merece respeto ni consideración por su parte, que se obvia, se desprecia, se demoniza y se ataca. Una mitad que incluye al grueso de los jueces (todos menos parte de los colocados por ellos en las instituciones, seguramente en lucha interior con el derecho y con sus conciencias), fiscales, abogados del Estado, ferroviarios, Tribunal de Cuentas, inspectores y técnicos de Hacienda, diplomáticos, sin olvidar a gran parte de los dirigentes históricos de un Psoe del que hoy se avergüenzan, como a muchos que en tiempos les votamos nos ocurre. En fin, el armazón institucional del Estado en sintonía con muchísimos millones de españoles, más o menos la mitad, considerados el enemigo por quienes deberían gobernar para todos, algo que ni siquiera se les ha pasado nunca por la cabeza. Intentan de forma grosera, con concurso de la peña entregada que, como sus caudillos, parecen haber renunciado a unos principios que uno llega a dudar que tengan, y un batiburrillo de partidos, grupos, y facciones, variopintas y cada una de ellas marginal por separado, hacer pasar a media España por peligrosos fascistas.

El PNV, con menos estruendos, a la chita callando, siguen pasito a pasito marcando diferencias en lo que verdaderamente les preocupa: el dinero para ellos y sus votantes.Obsérvese cuán demoníaca astucia. El resto del país completa las pensiones de los de aquí, que con nuestras cotizaciones no alcanza porque son las más altas de España, pero, cuando las reciban, que el membrete de la transferencia dé a entender, como en todo, que los servicios y beneficios los paga el gobierno vasco. Sigamos construyendo islas de prosperidad insolidaria a escote y que paguen los de siempre, encima los malos, los centralistas, unos fachas. Nos van a quedar algunas comunidades muy chulas, que diría aquella de la sonrisa, pero en el sentido en que se usa esa palabra en las casas de lenocinio. El resto a pagar, a callar y a votar estos progresos. No se van, no, les pagamos para que se rebajen a seguir siendo españoles. De solidaridad, igualdad, progresismo y otras gilipolleces, hablaremos otro día, porque a muchísimos no les entra, no les entra.

Hablando de entrar, no entro yo en esa retórica de gobiernos ilegítimos, y menos ilegales, golpes de estado y demás exageraciones. Ni compro ese discurso del miedo que ha llevado a esta coalición tan pinturera e informe, ni tampoco el contrario, aunque, puestos a temer, habría mucho que hablar respecto a socios y apoyos indeseables, corruptos y peligrosos. Entre los buenísimos y los malísimos hay infinidad de términos medios, que el fanático reduce en dos bandos irreconciliables, presentados como insoportables, perversos. Por no hablar de derechas extremas y xenófobas incrustadas en eso que llaman el bloque progresista, que ya es abusar de las palabras. Pero si veo muchas cosas alarmantes, no existe ningún discurso de nadie que hable de un proyecto común asumible por una mayoría que sí comparte muchísimo más que los líderes que sufrimos, causantes de gran parte de nuestros peores males. Y no se salva ni cristo.

El país no se romperá, hay suficientes salvaguardas para evitarlo y los intentos de rotura serían inevitablemente muy traumáticos, incluso peligrosos. Demasiado. En el fondo, nadie tiene intención ni interés en abandonarlo, que entre el amor y el dinero, lo segundo es lo primero. Se vive demasiado bien de la queja, mimados y con el prestigio inmerecido de la supuesta víctima, del ofendido, siempre encontrando gracias a esas milongas quien te defienda, que su liebre lleva cada uno y abundan los que viven en la confusión. Y de ella. Mostrada descarnadamente la insolidaridad y el egoismo de algunos separatismos, la gente de Teruel, Zamora o Cáceres, y otras decenas de provincias, dejadas de la mano de Dios y de los gobiernos desde el tiempo de los romanos, se ponen a echar cuentas y eso, como es natural, abre escenarios poco esperanzadores en cuanto a la convivencia y la concordia entre territorios. Se ceba la queja, que se recompensa sea o no justa y hay gente que ya ha callado demasiado soportando los llantos y las quejas de los territorios adonde van sus dineros a parar, pues allí están las grandes industrias y proveedores de servicios.

Los nacionalistas vascos y catalanes no se irían de España ni aunque les empujaran, salvo algunos miles de dementes románticos, egoistas y fanatizados, abueletes soñadores y sus retoños pijos con el riñón bien cubierto. Pero las soluciones y acuerdos para este pacto que pronto se cometerá en nombre del progreso hacen un país más desigual e injusto y con instituciones y poderes amenazados.

La lección del autoperdón gremial de la corrupción, el gobierno y el mismo parlamento convertidos en una sastrería de trajes legales a medida de políticos que han delinquido, y el torcer el brazo a la justicia, son ejemplos funestos para el futuro, mala cosa siempre. NO parecen contemplar que otras manos podrían compartir en un futuro que intentan evitar tal amplitud de miras y puertas abiertas en este todo vale por la causa. El estado de derecho es mejor que ayer y peor que mañana. Y no se me diga eso de la renovación del CSPJ como piedra de toque de la decencia institucional que, siendo cierto, es tema ya demasiado recurrente que nadie, en el fondo, quiere arreglar. Arreglar digo, no colonizar. Por supuesto, es mi particular forma de ver las cosas, tal vez equivocada, pero de mi cosecha, no soy portavoz de nadie.

Aunque en las dudosas manifestaciones de estos días ante la sede de un partido, que no aportan nada más que crispación y excusa para permitirles intentar igualar a todos los que se les oponen y critican, tienen que enviar a diez o doce propios con cámara para conseguir encontrar a alguien con la bandera del aguilucho que mostrar en portadas y noticieros afines, símbolo que ellos necesitan mucho más que los peores manifestantes, los que la lían parda, una minoría exigua y violenta, fanática y extremista, rechazable y rechazada con abucheos por la mayoría de los quejosos asistentes. Las realizadas ayer son otra cosa, sin esas interferencias que tan bien vienen a los que estos gentíos les molestan si se reúnen en su contra. Pero es igual, seguirán diciendo a coro que en España hay diez o doce millones de fascistas, de hecho es gilipollez que leo a diario a semovientes que me ahorro calificar, pues cada día más, son muchos de ellos los que realmente parecen serlo.

Conseguido, chapeau, ya estamos nítidamente partidos en dos, dos Españas a la greña (afortunadamente mucho menos que los que las representan), que es lo que decían que querían solucionar en las dos Cataluñas existentes, también por el curioso y nada democrático sistema de ignorar a la mitad. O el caos o yo, que más vale caos propio en mano que ciento volando. ¡Sálvese el que pueda!, que la camarilla y yo ya hemos salvado el cargo, lo único importante, lo único en cuestión, milongas aparte. Ya os iréis enterando del precio, que vosotros lo vais a pagar. Ahora bien, en el pecado lleva la penitencia el presidente que si insomnios temía a causa del señor Iglesias (afortunadamente hoy fuera de la industria gubernativa, que no faltaba nadie más que él), no le arriendo las ganancias, porque pocas noches va a pegar ojo durante esta legislatura con semejantes compañías y dependencias. Desde luego, barato no nos va a salir.

Dicen haber desactivado el procés, cosa incierta; ya estaba moribundo por la aplicación de la ley, las sentencias judiciales y otros estorbos, el 155, y el propio ridículo de esa movida palaciega y elitista, que sólo con ver el cuajo mental y la catadura moral, por no hablar de la ineficiencia y mano rota de los protagonistas, ya se veía inevitable el fracaso del invento. Lo mejor hubiera sido dejarlos cocerse en su propia salsa y verlos apuñalarse entre ellos en disputa del botín hasta el día del final de la obra. A menos que algún irresponsable los resucitara momentos antes del entierro, cosa que ha venido a ocurrir gracias a la parte contratante de la segunda parte, un tahúr. Ni una palabra para un proyecto común que integre a todos los españoles, pues a ellos la mitad les sobran. Y a sus socios y apoyos, les sobran todos menos los de sus sectas o sus aldeas respectivas. Ya tenéis lo que buscabais, que no era concordia, tranquilidad, igualdad, solidaridad y justicia, hermosas palabras, sino mando en plaza, el BOE, el presupuesto y la oficina de colocación para la clientela, que de cualquier badulaque iletrado sacamos un subdirector general. Y la peña a aplaudir, a insultar al oponente, que argumentos pocos y flojitos, salvo el pues anda que tú y el que viene el lobo. Nos dice el oso pardo, mientras se afila las garras.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Epístola overtoniana


 Aconseja la prudencia contar hasta diez antes de lanzarse al ruedo de llegar a una conclusión y responder en situaciones en las que el enfado o el pasmo nos pudieran llevar a dejar al mando más al estómago que al magín. Es lo normal cuando nos hacen vivir en un mundo de palabras que poco se corresponden con los hechos, un callejón del Gato, un esperpento donde los espejos partidistas nos muestran una imagen deformada de la realidad. Se ha invertido el orden normal y conveniente de pensar, argumentar, deliberar, parlamentar, debatir, llegar a conclusiones y acuerdos y luego, sólo luego, obrar, para hacernos entrar en un torbellino de decisiones unilaterales a salto de mata, espoleados por urgencias que dan paso a imprevistas huidas hacia adelante que contradicen lo dicho y prometido. La superposición de despropósitos, cuando no abusos, siempre intentando tapar un escándalo con otro mayor, no nos da tiempo a digerir tanto sapo, aunque cierto es que han conseguido que la clientela haya llegado a tragarlos con gusto sin mayores problemas de ingesta y digestión. Por separado, cada uno de estos episodios hubiera sido un terremoto político, pero cuando los sapos bullen en la ciénaga como garbanzos en la olla, el personal no puede fijar la vista en ninguno por separado y pronto se le cruzan los ojos, desbordados y sin capacidad de atención ni tiempo para tanto. Si acaso, el debate —si es que hay algo que así pueda llamarse— se limita al postrero desaguisado y los anteriores quedan subsumidos, olvidados por unos y archivados por otros en espera de futuros ajustes de cuentas.

Dada la situación, contar hasta diez me parecía poca cosa para el caso y, antes de ponerme a escribir, mi conteo ya supera las seis cifras. Casi dos meses mordiéndome la lengua, con la que está cayendo. Pero esta tropa hace hablar a los toros de Guisando.

La necesidad del doctor Sánchez de buscar apoyos hasta debajo de las piedras —como textualmente nos amenazó— para volver a ser investido y formar gobierno le lleva a no poder prescindir de nadie de los que no sean del partido Popular o Vox. A base de minar debajo de las piedras, cavando y socavando sin respetar ni los cimientos, se va metiendo —y a todos con él— en un hoyo que se va acercando a los infiernos de la política. Aparte de su sumiso partido, ningún ser del inframundo político puede fallarle, a todos hay que satisfacer y pagar, a todos hay que dar por buenos. Algunos despistados hablan de nuevo Frente Popular, que así andamos de memoria y de conocimiento de la Historia. Poco acomodo hubieran tenido allí partidos de derechas, hasta de extrema derecha separatista, supremacistas infinitamente más cercanos al fascismo que aquellos a los que dicen combatir.

Resulta curioso, y trágico, que hayan conseguido atemorizar a gran parte del personal con la imaginaria o exagerada amenaza de una derecha y una extrema derecha, algo temible, puro fascismo, según nos cuentan, a los que acusan de tener una idea patrimonial del país, del gobierno y de las instituciones, mientras dan por sentado que nadie salvo ellos puede gobernar legítimamente y, sin pausa, van poniendo a su servicio a todas ellas. Al paso, intentan difuminar los extremismos propios, incorporados, así, al montón, a eso que voluntariosamente llaman bloque progresista, que no pocas derechas más cercanas al fascismo que PP y Vox integra, santifica y blanquea. Resulta un contubernio o amasijo coral informe que mantiene juntos pero no revueltos ingredientes que, en realidad, resultan radicalmente incompatibles, sólo unidos precariamente con la débil argamasa de sus intereses particulares. Saben que, si juntos van mal, a trompicones y a ningún sitio de provecho que no sea el particular, separados no son nada. O sacamos esto adelante tragando los sapos que sea menester —piensan todos ellos—, o cada cual a buscarse las habichuelas en otra industria —saben—.  Allí, como en un gabinete de curiosidades políticas y paleontológicas, se muestran y ofrecen especímenes variopintos, incluyendo algunos telarañosos fósiles ideológicos, herrumbrosas supervivencias de lo peor de los dos siglos pasados. Así, eso que tan eufemísticamente llaman bloque progresista —fíjate tú— alista e incorpora desde tribus que ellos y sus corifeos rotulan con el perifrástico embeleco de izquierda a la izquierda del Psoe, donde se arraciman desde totalitarios decimonónicos, maoístas, troskistas y antisistemas, algunos secuestradores y defensores de asesinos, hasta carlistones, requetés, meapilas, mafias regionales, malversadores, golpistas, y otras muestras de la carcundia patria.  Estos últimos, llave de la investidura, son más encuadrables en la derecha extrema que aquellos que señalan y utilizan como espantajos de la hispanibundia cavernícola, intentando hacer sentir un espanto que les haga a todos ellos parecer soportables. Desde luego son una buena muestra de lo que da la cepa hispana, aunque incorporen algunas variedades infectadas con la filoxera y otras miasmas políticas, de esas que los votantes, una por una, han rechazado estrepitosamente y que sólo arracimados en esa mescolanza pueden encontrar alguna posibilidad de supervivencia, aunque sea a costa de la del país.

Atribuyéndose méritos cosechados por la justicia, la ley, los tribunales, los votos y el hartazgo de los ciudadanos, dicen haber desactivado la amenaza separatista. Ese submundo ya era un pasacalles ridículo de gigantes y cabezudos desfilando ante un decorado de cartón piedra. Si acaso, han conseguido revitalizar el cadáver del santón de Waterloo, reedición del Palmar de Troya, cuando ya le estaban tomando medidas para su ataúd político e institucional. Los ves declamando sus lemas de palabras hinchadas con tan poca convicción como escasa vergüenza, que ni los suyos creen, dejando claro que ya se conforman con salvar los muebles, los suyos, los de la casa del Ampurdán, su patrimonio. Ya sólo buscan verse libres de los delitos por los que lógicamente les persigue una justicia que, a cambio de su apoyo, la parte contratante de la segunda parte desactiva con leyes a medida y anulando juicios y sentencias, algo de lo que más pronto que tarde habrán de arrepentirse. Se quiere hacer borrón y cuenta nueva de la malversación y la desobediencia al Constitucional, una vez desactivados arteramente otros delitos y desafueros aún más graves, pero de los que ya ni se habla. Por el menor de los que han cometido, cualquier otro ciudadano pararía en el trullo una buena temporada y no sería raro que de paso, queriéndolo o no, sea inevitable que esos perdones alcancen a otros delincuentes y sinvergüenzas del gremio. Veremos encaje de bolillos y tormento a las leyes en potro parlamentario. Si no fuese trágico sería una risión, un esperpento legal que muchos prestigios va a desportillar, tanto entre los actores como en la entregada claque.

No es la cárcel lo que les deseo, nada me da ni me quita verlos encerrados. Pero nunca libres e indultados sin juzgar, sin reconocer sus delitos ni asumir sus culpas, sin pedir perdón y, desde luego, inhabilitados para volver a la política en cargos de representación donde puedan seguir viviendo como califas de contar leyendas, prometer imposibles y tener al país ocupado y enfrentado con sus delirios, como desde hace demasiado tiempo ocurre. Son unos impresentables y, como la palabra indica, al menos la ley debería impedirles que, como delincuentes que son, sigan figurando en listas electorales, tomadas como escudo ante la justicia, para persistir en representarse a sí mismos. Bastante hemos soportado el abuso y el fraude de ley de incrustar como candidatos a personajes así, usando la representación política como parapeto que les salve de toda responsabilidad.

Lamentablemente, hay quien necesita sí o sí el voto de gente de esa calaña para ser presidente del gobierno y ese pequeño detalle hace ridículos ciertos discursos a posteriori que intentan argumentar que los pagos en especie a cambio de esos votos envenenados, la desactivación de la justicia para impedir que juzguen a estos delincuentes, son cosas que nos convienen a todos, cosas justas y necesarias que se harán por el bien del país y que nada tienen que ver con la investidura. Decir que, hasta necesitarlos, habían prometido que nunca cometerían tales desatinos es nostalgia de unos tiempos en los que uno creía aún que la palabra dada valía algo. Nadie da lo que no tiene, lo haya prometido o no. De forma que de vergüenza, de ética y respeto a la palabra nada cabe esperar.

Sobre la última ocurrencia, una salida de peón caminero sólo digerible por la parroquia más incondicional,  pienso que una cosa es hacer de la necesidad virtud y otra muy distinta renunciar a la virtud por una necesidad personal o partidista. El ejemplo es nefasto, tanto para la política como para la vida. La verdad es que poco ejemplares han sido nuestros próceres desde antiguo y, desde luego, a nadie se le ocurriría ponerlos como modelo en la casa ni en la escuela, lo que es mala cosa para la salud de un país. La lección moral que se deriva de ese relativismo, de esa liquidez huera muy cercana, cuando no reveladora de la falta de principios, es, en realidad, que resulta admisible renunciar a la ética en aras de la conveniencia. Es más, la moral, la idea de lo justo, como la ley y los tribunales, se diluyen, vienen a ser un estorbo, una barrera franqueable si la estrategia lo impone. La justicia, los tribunales, las sentencias, el propio estado de derecho, se convierten en obstáculos, en enemigos a batir, y grandes cosas escucharemos al coro parroquial en cuanto la justicia asome las uñas, algo inevitable y necesario. Se quiere vender que se hace para dar una satisfacción a Cataluña. Como se acostumbra en el sector, son unos más de los que han comprado la falacia nacionalista de que Cataluña son sólo los separatistas. Se les contenta estirazando de la ley, alimentando a la fiera para aplacarla un tiempo, porque hoy sus votos son necesarios, y se desprotege y se agravia al resto, a la mayoría de los catalanes. Lo demás son milongas y no cabe distraerse y perder el tiempo argumentando sobre si lo indigno es o no constitucional o conveniente.

Recordemos que el señor Puigdemont y sus secuaces son la quinta fuerza política del principado. Esquerra, la cuarta, si no me equivoco. Como vemos, menos lobos eso de hablar en nombre de Cataluña. Dar por buena esa suplantación de representatividad y someterse a sus exigencias, en contra de gran parte de la opinión pública, será para infinidad de españoles una indecencia provechosa para un partido y una persona, un intercambio de favores y pagos que permitirán formar un gobierno a gusto de muchos que hoy se tienen que tapar la nariz, mirar para otro sitio y silbar distraídamente. Pero seguirá pareciendo indecente a más de media España, como lo es para no pocos del mismo partido en que el sector en el poder y su feligresía aplauden con unanimidad norcoreana lo que sea menester. Al menos no argumenten, no insulten la inteligencia ajena recitando convicciones sobrevenidas e inesperadas, no apliquen la ventana de Overton para tenernos enredados debatiendo sobre si el canibalismo o el restablecimiento de la esclavitud serían de recibo si llegaran a ser pago necesario para una investidura. Sigan con su monólogo. Hay debates falsos que sólo con entrar en ellos ya se les da apariencia de plausibilidad, haciendo atendibles despropósitos y desafueros. Es mejor no participar en tal cosa. No hay deliberación o debate decente ni real cuando de antemano se sabe a qué conclusión hay que llegar sí o sí. Y por qué.

Esos a los que llaman fachas, más de la mitad de la población, sólo siguen opinando y diciendo lo que quienes así les insultan hasta hace días o semanas decían pensar, lo contrario de lo que ahora cacarean con fingida convicción. Aunque lo cierto es que el éxito ha sido el conseguir que sus acólitos renunciaran a la funesta manía de pensar hace ya mucho tiempo.

La Ventana de Overton



jueves, 7 de septiembre de 2023

Epistolilla de Waterloo

Un gobierno que se dice progresista que, para repetir su mandato sea cual sea el precio a pagar, se rinde, da por bueno y hasta hace suyo todo aquello que, mintiendo, como sus socios, nos dijeron que venían a combatir. Promesas, declaraciones de intenciones y argumentos, por cambiantes y elásticas, más parecen una farsa que un proyecto. Un programa que se va haciendo sobre la marcha al albur de las necesidades. Era cosa que no cabría esperar de un partido que fuera verdaderamente de izquierdas que, en la mayoría de los asuntos, ya no es el caso del Psoe. No era cierta su repulsa a la corrupción, bandera ondeada cuando la moción de censura a Rajoy. Aceptable y asumible les resulta ahora la corrupción endémica de los herederos de Pujol, ya veremos si no incluso la de esta familia siciliana, que llega hasta hoy, en parte perdonada por las reformas legales a medida. Un nuevo sapo que es menester tragar a cambio de los votos que necesitan para seguir gobernando, pues ese es su único y verdadero programa, siendo el para qué cosa secundaria. Pelillos a la mar. Hoy por ti y mañana por mí.

Cosa menor resulta también el supremacismo fascistoide de una extrema derecha insoportablemente xenófoba hacia sus propios conciudadanos, separatista y golpista; la renuncia a toda idea de igualdad entre los ciudadanos, la consolidación y agravamiento de privilegios regionales amparados en fueros extemporáneos, reliquias del antiguo régimen y leyendas que embellecen un relato falaz. Resultado: la ruina definitiva de la separación de poderes. Profunda regeneración democrática supone el torcer la mano a la justicia y revocar de forma artera sus sentencias como parte del pago por los votos que necesita. Como el desprecio a las leyes y a los tribunales que las aplican hasta que consigan controlarlos y ponerlos a su servicio sin disimulos, supeditando todo aquello que conforma un estado de derecho a las ensoñaciones de minorías electoralmente marginales pero ahora necesarias para asegurarse una investidura, lo único importante. Sánchez ya está más cerca de Erdogan que de ser un demócrata cabal. Sus juristas de cabecera, pocos pero tan iluminados como sumisos, dicen con ellos que el poder del parlamento es omnímodo, es decir no limitado por ley alguna, que todo acuerdo parlamentario es constitucional. Sobran otros controles, siempre molestos para los aspirantes a dictador. Tomemos nota para cuando otros tengan mayoría y llegue la hora de los lamentos. Demasiadas puertas van abriendo y todas llevan a mal sitio.

 Luego, para rematar, entra en escena la sonrisa del régimen, la José Solís de la Marcha Verde separatista que, ejerciendo de mamporrera, va a Waterloo a capitular. Mientras, las tertulias, los informativos y los debates están ocupados ya dos meses en otras cosas mucho más relevantes y de sustancia, asuntos de tetas, besos y el júrgol. Me gusta como bala la ovejita. Los coros de la copla los hace la peña. 

Felipe González y Alfonso Guerra comparecen tratando de salvar los muebles de un partido que ya no reconocen, rechazando esta deriva hacia ningún sitio, que Guerra califica de infamia a la vez que a Puigdemont de gánster. Dinosaurios, momias, reliquias de otros tiempos. Sin duda más decentes, tiempos y personas. No son los únicos, pero tampoco suficientes para reconducir este partido imprescindible hacia la democracia, el respeto a la ley y a emprender consensos y pactos más asumibles y presentables. No los hay peores que los que los que hoy por hoy Sánchez y su camarilla dan por buenos. 

jueves, 27 de julio de 2023

¡Vae Victis! Epístola postelectoral

La anterior investidura de Sánchez, comparada con los pactos, acuerdos, intentos y cesiones que se avecinan y se intuyen, susto o muerte, viene a demostrar que, sea como sea la magnitud de un desastre, todo puede ir a peor. Conseguido. Cualquier caos es mejorable, es decir, mayor. No es que aquello fuera para echar cohetes, pero, dada la costumbre de seguir cavando para intentar salir del hoyo, veremos grandes cosas. No creo que nuestra capacidad de asombro pueda ya crecer tras el umbral de una legislatura accidentada que, entre volcanes, guerras, carestías y pestes medievales, está logrando, por fin, consolidar (imitando lo conseguido en Cataluña, mal modelo) la fractura de la sociedad española en dos bloques irreconciliables y estancos. Siempre a base de blanquear apoyos poco homologables y socios tan inconveniente como necesarios, mientras se demoniza a los hostiles a base de argumentario, insistencia y tremendismo guerracivilista. Del PP-Psoe pasamos al trifachito, de ahí a la extrema derecha y la derecha extrema, los fascistas, así al montón, sin que enfrente haya nada que pueda considerarse extremo, radical o rechazable. Hasta la extrema derecha separatista se considera 'progresista'. Se atemorizaba al personal con la vuelta a unos tiempos que, en realidad, sólo ellos, los cazafantasmas, recuerdan, incluso añoran. El sitio de Madrid era para Alberti, según nos contó, el recuerdo de una época feliz. De hecho, vivía en un palacio requisado y engordó no pocos kilos mientras el pueblo al que decía defender disfrazado con un mono azul, pero bien cortado, se moría de hambre. Siempre ha habido clases, más que memoria de lo cierto, aunque menos que de lo imaginado, siempre tan favorable, tan dulce, tan reconfortante. Y tan falso.

Si se trataba de dar aire y protagonismo a los separatismos como un mal necesario para alcanzar la masa crítica parlamentaria, el éxito ha sido total, aunque no pocos ni leves los daños. Dando carnés de demócrata a los que no lo han sido ni lo son, a la vez que se les niega a los que nunca han dejado de serlo, se ha conseguido catalanizar la política nacional, de la peor forma, más con la rauxa que con el seny. La astucia de la que presumía el irresponsable suicida político Artur Mas, gerifalte del país de los capitanes Araña, el estirazamiento y la creatividad interpretativa de las leyes, cuando no el desprecio y el incumplimiento, para adaptarlas a una realidad y a unos comportamientos que no caben dentro de ellas, el regate corto e inesperado, la apuesta arriesgada, el vértigo de acelerar, de correr hacia algún sitio, simplemente para no caerse de la bicicleta y luego Dios dirá. Se ha ido ampliando el horizonte de lo posible, dando por buenas cosas antes inimaginables, siempre mirando al abismo por la ventana de Overton. En fin, los eclesiásticos mamporreros de cámara, casi póstumamente como el Cid, van consiguiendo que hoy ya les parezca soportable, hasta conveniente, ver a los cristianos llamar a los almohades en su auxilio. Se negociará con el santón de Waterloo, un delincuente huido de la justicia al que sus menguantes acólitos veneran como los fundamentalistas persas al imán Jomeini cuando estaba en París. Su regreso bajo palio a Irán no aportó demasiados beneficios. Pero las parroquias sumisas y unánimes también lo darán por bueno, que la moral y la fe son cosas de frailes, de gente apocada, débil, encandilada por algún tipo de principios. La disonancia cognitiva ya viene de serie, es marca de la casa, sólo muy recientemente interesada por la verdad.

Porque lo que no hemos visto en la campaña es fe en algún credo comunal, unos principios ni una moral mínimamente compartidos. Vamos de herejía en herejía, de cisma en cisma, de ocurrencia en ocurrencia, espoleados por las urgencias partidistas del momento. No hay lugar para ese mínimo común entre diferentes que deje a salvo lo básico: la existencia de un país unido donde convivan solidariamente ciudadanos iguales ante la ley, cosa de fachas. Y no es posible porque, mientras se demoniza a los contrarios, renunciando definitivamente y ya sin máscaras a aspirar a la igualdad entre todos los españoles, se va del brazo, antes a la fuerza, hoy a gusto, de los que no se esconden para declarar que ellos trabajan únicamente para los suyos, para los conmilitones de su aldea y, si no les importa nada ni la opinión ni la libertad de los ciudadanos de su región que no les votan, qué esperar acerca de los conciudadanos de un país que consideran ajeno y quisieran ver deshecho. Cuesta encuadrar en la izquierda, incluso en la simple decencia, a los que dan el visto bueno, consienten y alientan a estos personajes, estas tribus y estos planes. Tal vez esos desarreglos morales, como la urdimbre y apoyo al procés, tengan una explicación más psiquiátrica que política. O es que trabajan para Putin.

La moral es líquida, el que alguna tenga, que hay quien ha demostrado que no. Se hace lo que conviene y luego se buscan argumentos y excusas de mal pagador. El aplauso está garantizado, que la parroquia fiel ya está acostumbrada a tragar sapos, incluso a pregonar luego sus virtudes gastronómicas. Primero costaba tragarlos, pero una vez que uno se acostumbra, acaban gustándote. ¡Vaya usted a saber qué nos harían comer los otros! De esa forma los programas ya son innecesarios, que bien claro ha quedado. La gente ha comprobado (y consentido) que lo prometido no compromete ni ata, que ya ni hace falta aparentar que alguna vez se pretendió cumplir la palabra dada, menos gobernar para todos. La banca se queda con todo. Vae victis, ¡Ay del vencido!, dolor al conquistado. La palabra, la promesa, qué antiguallas, qué sandeces.

Cuatro brindis al sol, un par de lemas, grandes lamentos, mirad compañeros, aunque parezca inconcebible, aquel aún es peor que yo. Algo temible, el fin de la democracia si ganan ellos. Pinturera, estéril, oportunista y vacua, provocadora en lo castizo, lenguaraz, dedicada exclusivamente a la provocación fácil, a meter el dedo en el ojo del progre, pero más democrática y respetuosa con las leyes que muchos de los que la descalifican, tenemos una extrema derecha en España que, trasplantada a Estados Unidos, por poner un ejemplo aunque hay más, sería aborrecida por excesivamente liberal. En cuanto a su defensa del estado del bienestar, sería allí revolucionaria. Socialistas peligrosos les llamarían, que allí tampoco andan demasiado finos con los marchamos ideológicos. No se atrevería Obama a proponer allí lo que aquí lo que llaman extrema derecha fascista, tal vez arrastrada por consensos ciudadanos definitivamente consolidados, tiene asumido y da por irrenunciable, aunque cuestione su funcionamiento o su extensión. La sanidad universal sin ir más lejos, las pensiones o el simple permiso por maternidad, cosas ni imaginables ni asumidas en un país en el que en algunos estados sigue siendo legal negar el evolucionismo en las escuelas. De las exquisitas destilaciones de sus decadentes campus de Estudios Sociales salen los desvaríos que aquí los más tontos defienden como progresías. Las censuras, cancelaciones y hasta prohibición de libros en bibliotecas y planes de estudios, obras teatrales, películas y cuadros que predica la religión woke son desmanes paralelos a los del extremismo contrario, estos bien vistos y alentados por esa peste de los que sólo para un lado miran y que tan pronto se espantan cuando les conviene. Y así les va y de paso al resto. Aunque siempre andamos enredados con las palabras y las etiquetas para demonizar o para blanquear partidos según los propios gustos y conveniencias, lo cierto es que la extrema izquierda nacional, esa que para muchos no parece existir, sólo tendría cabida al mando en Nicaragua, en Venezuela, en Corea del Norte y en similares paraísos tan de su gusto. Sin embargo, para muchos, sin que nadie consiga explicarse qué servidumbres mentales les tapan los ojos y las bocas, esos fósiles ideológicos patrios, de fondo y talante totalitarios, dicen representar la libertad, la modernidad y el progreso. La igualdad ni la nombran y siguen negándose a condenar o llamar dictaduras a los regímenes aborrecibles de su cuerda, que los más fanáticos tienen por modelo.

Como no hay programas, proyectos a largo ni a medio plazo, ideas ni éticas de las que debatir, según parece, recurrimos a la lucha singular. Al final, no teniendo gran cosa de sustancia de la que discutir se pelea por nimiedades, palabras y banderolas; el duelo a primera sangre de los caudillos sustituye a la batalla de ideas en campo abierto. Llegaremos al juicio de Dios. Nadie cuenta con un proyecto a largo plazo, y menos común, empezando por el de unir al país en lugar de dividirlo y enfrentarlo (promover la concordia no parece entrar dentro de los planes de nadie), y menos en los que se dedican de forma proclamada y pertinaz a dividirlo. Por ello, se anda a salto de mata, sólo cuenta un inmediato éxito electoral que, al precio que sea, permita mandar un tiempo en beneficio de los propios y en contra los ajenos, medio país, si no más. Un fulanismo sectario que no perdona el fracaso. No tenemos estadistas ni verdaderos líderes, ni buenos ni malos, sino caudillos charlatanes, hueros y soberbios, y no se ponen los científicos de acuerdo si eso es la causa o la consecuencia de que los dirigentes duren menos que las leyes de educación que perpetran, consiguiendo con esas y con algunas otras seguir perjudicando a la sociedad hasta después de perdido el mando. Los lugartenientes y liderzuelos de las distintas camarillas afilan sus cimitarras esperando asestar el último golpe si ven que el líder flaquea, que los caudillos son pasajeros, útiles sólo mientras nos ganen las batallas y el botín de los cargos, sacrificables en cuanto les tiemblen las piernas. Lo único que tienen todos en común es saber que el engaño y la astucia es la mejor estrategia para rendir la plaza. Que la gente no tiene memoria, o prefiere olvidar. Un caballo de Troya tampoco vendría mal y siempre hay mercenarios en alquiler.

Cada uno defiende su enseña en estas guerras feudales. No hay una bandera común que los una, y de paso a nosotros. Los peores luchan desde siempre para evitarlo, que ni la palabra España son capaces de pronunciar sin asco, para luego extrañarse de que a muchos españoles, mejores que tales fanáticos, les provoquen la misma repulsión que la bandera de todos les produce a ellos. Estado plurinacional, federalismos asimétricos, fueros medievales, autodeterminación que les permita separarse de sus vecinos, de los de la nación y los de su calle, promoción de supuestos hechos diferenciales hasta conseguir que existan, las lenguas como división excluyente, para acusar a las víctimas de opresores. Para hacérselo ver. La progresía local, las periféricas y especialmente la mesetaria. Mejor muchos señoríos que un solo reino, muchos jefes hay para tan pocos indios; la división crea taifas donde mandar todos, hasta los más nefastos. Ya los convenceremos de que son diferentes a los otros, al enemigo que hemos elegido para ellos. Bajo un estandarte colorido y alegre forman cuadrillas de raros uniformes, guerrilleros de tribus feroces y asilvestradas hasta ahora irreconciliables, sólo unidos y ansiosos por la promesa del reparto del botín si la cosa va bien, aunque ya contamos con que están en espera de ir desertando y dejando los flancos descubiertos en cuanto pinten bastos. Otro pendón ondea sobre los cascos de muchos que se preguntan qué hacen allí dirigidos por alguien tan poco de fiar, incluso cuál es la causa que se defiende. Enfrente, los infieles, que Dios y la razón están con nosotros, se dicen unos y otros. El caso es ser, si no mejores, al menos más, aunque la afinidad y el cemento que los une sea el interés por el botín, ya que poco más los une ideológicamente. Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos, aunque tal vez estemos en el caso de que ambos sean peores, encima necesitados de apoyos inclasificables, tribus de bárbaros. Los aldeanos miran desde lejos no sabiendo quién les conviene que venza, dudosos de que lo que se dirime sea otra cosa que las llaves del castillo, el poder y el disfrute de los placeres del mando. Sólo esperan que se decida a quién tienen que servir. Las curias siempre están dispuestas para el amén y preparadas para entonar el Te Deum.

lunes, 10 de julio de 2023

Epístola problemática

Hay personajes y colectivos que alardean de una infundada superioridad ética que, a falta de una ejecutoria personal que la acredite, heredarían de sus bisabuelos, ilusión que les exige poco pero que los obliga a sostener una interpretación sesgada y mohosa de la Historia. Esa versión acrítica, olvidadiza y autocomplaciente estiraza de los hechos pasados para salir siempre valorados como el bueno de la película, ángeles sin mancha, sin error. De paso empadronan en su bando, inventariando en su haber, todo cuanto de noble e inteligente ha dado el bancal de nuestro pasado, aunque gran parte de los involuntarios alistados como valedores de su superioridad se estarán revolviendo en sus tumbas al ver quiénes dicen ser sus herederos y continuadores. Y qué hacen y cómo lo hacen. También les lleva a concederse en exclusiva el derecho de utilizar tópicos, medias verdades y mentiras. Los demás, empezando por la prensa no afín, hacen campañas, normalmente pérfidas y tendenciosas; ellos simplemente informan, que suya es la verdad. Esos son los fundamentos de una pregonada superioridad que se alcanza por mera adscripción. Si estos fueron o son los buenos, que me apunten. Con esos mimbres exigen que los demás acepten y den por buenas sus prioridades, y consideren irrefutable su memoria, su relato y su versión. Rematan reservándose la potestad de elegir qué temas son importantes y cuáles no, qué asuntos suponen un problema grave y urgente y cuáles son accesorios. Es decir, suya es también la función de señalar la agenda, de pretender solucionar a lo Juan Palomo los problemas que ellos eligen, incluso los que crean, con alguna ocurrencia o receta de las muchas que contiene su telarañoso vademécum ideológico. 

Hasta sus supersticiones quieren hacer pasar por postulados. Su pensar, por llamar de alguna manera a su papel de meros ecos de un discurso unánime de autoría ajena, viene a resultar la ciencia oficial. Hablan ex-cátedra, con infalibilidad papal y, si les cuestionas sus santísimas trinidades, te miran raro, de lado, desde arriba y arqueando la ceja, como perdonándote la vida. De hecho, a muchos de ellos se les ha quedado la cara así, con ese gesto despreciativo y agrio del que se siente el más listo de la clase o el matón del patio. Esa forma tan peculiar de mirar de lado, entre mantis y camaleón, los ojos semicerrados, dispersos, opacos, serpentinos, les impide ver bien, tanto la realidad de las cosas como las miradas de asombro, por encima de las gafas y con los ojos de par en par, que ellos, a su vez, reciben de unos interlocutores a los que nunca escuchan. En realidad, tampoco te miran, enfocan varios metros detrás de los ojos del oponente, lo traspasan, aunque más lo obvian que lo radiografían. Les falta comprarse una peana con ruedas para que los arrastren en procesión por las aceras con la dignidad que merecen. Ridículo, cuando actúan o predican fuera de su parroquia.

Sería imposible que, como cada cual, no llevaran razón en ciertas cosas. Y la llevan. Pero no en todas, como quieren hacer creer. Y tienen dos problemas al respecto: primero, que suelen centrar sus esfuerzos y su propaganda precisamente en los temas en los que más les falta el consenso y la razón. Ni han gobernado para todos ni siquiera han intentado aparentarlo, más bien lo contrario. Suele ocurrir cuando se imponen el rencor, el revanchismo y el fondo autoritario a los ideales de igualdad y de libertad que hace tiempo abandonaron en el sector. Y segundo, que el suyo es un menú cerrado, sin opciones, que hay que embuchar completo, sin dejar sobras. Y se hace bola, a menos que tengas unas tragaderas fuera de lo común, de fakir, de boa constrictor, unas fauces que a base de práctica y sumisión acrítica ellos han conseguido hipertrofiar. El sapo de la reforma a medida de la malversación, por poner un caso entre muchos, un zampoño de las ciénagas, viscoso, emponzoñado y de un tamaño descomunal, fue engullido sin hacerle ascos ni supuso mayores problemas de garganchón o de estómago para la mayoría de la congregación. Como ese batracio era difícil de digerir, es ahora, cuando las elecciones, el momento en que se manifiestan los ardores, las nauseas y no pocas diarreas. Aunque ciertas particulares cagálisis actuales entre el gremio se deben más al miedo a los números que a la mala conciencia o a una penosa digestión.

Como hemos llegado a un punto en el que hay que argumentar lo obvio, para rebatir algunas de sus posturas más dogmáticas y equivocadas —pues suelen hacer suyas las ideas de los peores, los más zotes y fanáticos del sector— hay que ir al principio, al abc, a Adán y Eva, como al hablar con niños. Y claro, si te dicen que dos y dos son cinco, que el zorro ártico es un coleóptero o que el comunismo es libertad, no deberían pretender que les hables de logaritmos neperianos, de Linneo o de John Rawls. Al verte obligado a sacar los dedicos para contar números y patas o el mapa de señalar paraísos, el que pareces tonto eres tú. Si uno argumenta en una discusión que no es lo mismo libertad que libertinaje ya sabe que ha perdido la disputa y que le van a responder con risas. A pesar de llevar razón. Los tópicos son para su uso particular y al recitarlos se ponen muy serios. Como si les dices que los países, entre otras cosas, se pueden clasificar entre los que levantan muros para que no entren y los que los construyen para que no se escapen, siendo estos últimos los que los más fanáticos y peligrosos de ellos prefieren, habiendo llegado al desatino de tomarlos como ejemplo. Ya sabemos que hay tres clases de personas: las que saben contar y las que aún no. Y a mí, tanto tiempo tratando con niños, 38 en la escuela, me ha curado de espantos, curtido la paciencia y dado cierta práctica en contender con el 'yo no he sido', el recurso al llanto, el pensamiento mágico, la disonancia cognitiva, la maldad irresponsable del inocente y con el candor. No hasta el extremo de llegar a entender a Zapatero, es cierto, pero al menos me ha venido bien en algunos debates y pelarzas con personas que, a pesar de su edad, aún no parecen haber alcanzado el uso de razón.

Sus mantras, sus fijaciones y sus letanías, que a menudo chocan con el sentido común y a veces con los otros cinco (porque para ellos la realidad está equivocada, es un estorbo), se han ido constituyendo en un canon arduo y peligroso de acometer. A base de ser proclamados y repetidos, despachados a granel por colectivos que ejercen como lobby ideológico o por ese difuso pero agobiante runrún de lo correcto, lo woke, lo ‘progresista’ de liberal anglosajón, cuesta trabajo, hace falta valor para manifestarse en contra, señalar la desnudez y la vacuidad de muchas de sus propuestas, lo marginal de sus promotores, la irrelevancia para el común de algunos problemas que, a pesar de ser particulares, identitarios, discutibles o directamente inexistentes, intentan situar en los primeros lugares de la lista de las preocupaciones generales. De pronto, nos vemos, no enterados o curiosos, sino concernidos y ocupados por cosas que en forma alguna nos atañen, nos inquietan, ni forman parte de nuestra experiencia personal. Nos vemos braceando para escapar de las olas y corrientes originadas en las lejanas costas de la estupidez torturada y autoflagelante de las facultades de estudios sociales anglosajonas. Sin embargo, otros problemas, estos reales y sufridos por muchos, se nos señalan como inexistentes, estadísticamente irrelevantes o producto de la manipulación confabulada de oscuros y procelosos poderes e intereses.

La estadística, referida al número de personas afectadas por un determinado problema, se esgrime ahora sí, ahora no, según conviene. Unos problemas, de base más ideológica que científica, que a muy pocos afectan, se magnifican por su supuesta gravedad. Son esenciales, todos debiéramos implicarnos vitalmente en su solución, dejando aparte otras urgencias, independientemente de que sólo el 0,0001 % de la sociedad se vean afectados por ellos. Aquí el número no es el dato relevante. Sostener que cada problema es importante por sí mismo, aunque afectara a una sola persona, sería una ética aceptable si se aplicara en todos los temas y circunstancias, no según convenga, como se acostumbra. Normalmente, con respetar, vivir y dejar vivir, además de proporcionar reconocimiento y  protección legal a las minorías, es suficiente, pero sin llegar a parcelar la sociedad en tribus identitarias de víctimas enfrentadas. No hay que ocultar, pero tampoco emprender campañas para visibilizar, promover, incentivar, evangelizar, para intentar convertir de forma artificial un tema extremadamente minoritario en una de las principales preocupaciones de la mayoría. Ni lo es, ni lo será ni tiene porqué serlo. A menos que se haya convertido en el medio de vida de los que se dedican a la vez a su remedio y a su extensión.

Por contra, otros asuntos y situaciones que afectan a un mayor número de personas, que preocupan a casi todas las demás y que por sí mismas son muy graves, se intentan silenciar y menospreciar alegando ahora que se dan pocos casos como para llegar a convertirse en un problema común, grave y atendible. El número, mayor que en otros asuntos más oreados, pasa ahora a ser algo secundario, irrelevante, un dato prescindible, cuando no negado. Como la política neofranquista de persecución institucional del español en algunos territorios o, algo más nuevo y localizado, los casos de ocupaciones de viviendas. Son problemas que no existen, simple resultado de campañas de desinformación interesada, para enredar, atemorizar o para vender alarmas. El primer problema afecta a la mitad de la población de algunos territorios, en el segundo, si unos exageran su número, a otros casi 2.000 casos al año les parecen poco merecedores de medidas o de simple preocupación y, mientras no sea suya la casa tomada, siguen defendiendo que eso es un cuento de Cortázar.

Poco preocupan ciertos problemas reales y graves, como el separatismo supremacista y xenófobo dado por bueno, consentido y alentado. Menos que otros nimios que copan agendas, portadas y argumentarios. Y esos son los que, hasta el toque a rebato electoral, ya tarde, han acaparado el guion del gobierno, siendo su escaparate, su barniz y su perdición. La ineficacia, el despilfarro, la arbitrariedad y el clientelismo son lastres pesados que algunos partidos, que de nuevo sólo tenían y tienen el nombre, han venido más a agravar que a corregir. Pero, como la mentira, solo son abusos condenables cuando son ajenos. Son formas de corrupción, versiones menos escandalosas y perseguibles, más asumidas e ignoradas que la económica, que el robo directo, aunque nos cuestan mucho más. Podemos adornar ideológicamente esos comportamientos, buscarles una justificación, decir que son daños colaterales, menores, que lo importante son las buenas intenciones —recordad que hubo un tiempo en que fuimos honrados—, que, a pesar de los errores y disfunciones, todo lo hacemos por vuestro bien, por el pueblo. Hasta perjudicarlo en ocasiones en el altar de la propia ideología.

Todo es cuestión de énfasis, de proporción. La polarización no es cosa sólo de unos, sino de todos los extremistas, quedaría discutir los grados. La mejor España, la verdadera España, frente a la mala y la indeseable, nos dicen unos y otros. Cada cual apechugue con su parte de culpa, con las mentiras, los sectarismos y las provocaciones que promueven el enfrentamiento con la descalificación del contrario.

Lo que ya se sitúa fuera de lo soportable es ver a una sociedad enredada y enfrentada por unos problemas que no teníamos hasta la aparición en escena de algunos orates y chamanes, unos santos de ciruelo que muchos han tardado demasiado en reconocer. Y eso que eran bien visibles la corteza, los nudos y los brotes del tarugo de abeto siberiano en el que se talló el san Pablo. Como para esperar milagros. Ese viene a ser el verdadero y principal problema que nos paraliza a todos, nos enfrenta, nos encabrona y nos distrae, al paso que desnuda a sus promotores, precisamente las destilaciones y resinas de todo ese bosque de marginalidades vetustas, recuperadas por chamarileros de la política del basurero de la Historia, una vez más barnizadas y ofrecidas como nuevas entre sonrisas, envueltas en celofán para regalo, que han sido socios o sostén de este gobierno presidido por un personaje que se ha dejado lobotomizar a riesgo de acabar con su partido. Y, para cerrar el circulo, otro partido que, como reacción, ha ido recolectando los desbarres y disparates de esa peña de marginalidades heterogéneas e irreconciliables para urdir su programa especular. In medio virtus.