jueves, 24 de septiembre de 2020

Epístola puñetera

 

Una ley nunca se debe modificar bajo presión. Y menos con dedicatoria. En momentos trágicos, ante casos que han enfurecido a la población por su especial inhumanidad, asesinatos de criaturas, violaciones que terminan en muerte por ocultar el cuerpo ultrajado por el delito, atentados terroristas, se nos ha aleccionado acerca de lo peligroso de legislar en caliente, pues la acción legislativa debe ser producto elaborado tras una reflexión serena y técnica, con sosiego y con una mirada amplia, nunca condicionada por intereses o acaloramientos fugaces que nos nublan la vista.

Como tantas otras cosas, era literatura. Hay quienes encontrando algo que decir creen contar con un argumento válido. Por supuesto, siempre darán con alguien que pierda su anterior prestigio para darles la razón. Al menos podremos contar con el juez Vidal y otros similares para vestir con ropajes jurídicos cualquier despropósito. Así ya tendremos el recurso a eso de hay juristas prestigiosos que dicen que… y aquí vendría lo que ni la ley ni el sentido común dan por bueno. Por eso, cuando hablamos de renovación de la cúpula del poder judicial o del Constitucional, nos espanta pensar que los partidos sigan colocando allí sus peones para que, agradecidos a quien los nombró, estén más dispuestos a ratificar sus decisiones más sectarias. Al menos, evitemos el ridículo de discutir sobre un tema que ya viene torcido desde hace tiempo, haciendo como que creemos que se habla de buena fe sobre su independencia, algo que nadie desea ni procura.

Se nos dice, incluso por personas que me merecen gran respeto, como Gabilondo y algún amigo, que otorgar indultos es potestad del gobierno, que si se solicitan hay que tramitarlos, que es algo previsto por la ley. Llevan toda la razón, pero contra el vicio de pedir está la virtud de no dar, cuando se pide algo excesivo o poco razonable. Otros, que también creemos ser merecedores de igual respeto, pensamos como el refrán. También se nos cuenta que a los cargos públicos juzgados por sus delitos perpetrados abusando de sus cargos institucionales en Cataluña, de sus medios y recursos, se les aplican unas figuras legales poco ajustadas a la realidad actual, obsoletas y sin equivalencia en nuestro entorno europeo.
Rebelión, sedición, palabras y figuras vetustas, anticuadas y de dudosa aplicación hoy en día. No podemos decir que aquella asonada parlamentaria e institucional arropada por tumultos y sabotajes contra media Cataluña, orquestados y posiblemente financiados desde las instituciones de todos, fue una rebelión de libro, porque ni los libros ni las leyes se actualizan al ritmo de la astucia de estos y otros fanáticos. Previamente y no hace demasiado tiempo, tras el desarme legal de la oportunísima eliminación del delito de convocatoria ilegal de referéndum, a la figura de la rebelión se le habían limado las uñas, de forma que sin el recurso a las armas quedaba fuera de lugar. Bien. Pasamos a sedición. Figura antañona, mohosa, predemocrática, se nos dice. El delito de asesinato, y la figura legal que lo castiga aún lo es más. Eliminemos de nuestro ordenamiento un delito que arrastramos desde Caín, una antigualla, que hay que ponerse al día. Eso del aggiornamento es una falacia, no un argumento, cuando se actúa en la dirección de favorecer el delito más que a evitarlo. Alguna más habrá, pues haciendo memoria uno cae en que una ley que sí que es preconstitucional, la ley electoral, es antigualla que nadie tiene intención de reformar, a pesar de que es la que más cambios necesitaría, pues es la que nos lleva al sindiós que ha convertido la gobernanza en un mercado y al parlamento en su mostrador. Las leyes se despachan más que se aprueban tras deliberación, debate y acuerdo de grandes mayorías en el parlamento que simplemente da por bueno lo acordado en otros ámbitos menos iluminados. Más revelador es todavía que en sus reformas al estatuto de su autonomía los separatistas regionales al mando no tengan intención de redactar tras casi cincuenta años una ley electoral propia y se acojan a la nacional, a la que no hacen ascos. Y ellos y todos sabemos porqué.

El caso es que viendo lo obsoleto de tales figuras se anuncia que hay que reformarlas con urgencia. Es decir, con prisas, a empujones. En caliente, ahora sí. De forma que la sedición verá rebajadas sus penas y, de forma tan elegante, los condenados podrán salir a la calle para intentar hacerlo mejor esta vez frente a un Estado aún más inerme que antes. En realidad, la ley reformada podría iniciar su introducción justificatoria como aquellas entradillas de las emisoras antiguas de radio: Y cumpliendo una amable petición de un oyente, ponemos La del Soto del Parral, dedicada a Marcial, su primo hermano por parte de madre. No parece una reforma necesaria a pesar de lo que se nos explica; es un anticipo, otro plazo del pago por unos votos necesarios y un pésimo precedente para el futuro, por si hubiera que retocarle a otras leyes las costuras para que el traje quede a medida. Llevamos años amortizando esa hipoteca y no sabemos qué es lo que se están comprando con lo que no es suyo. Lo de impedir al rey asistir en Cataluña al nombramiento de puestos judiciales es otro pago a cuenta, tan infame como los plazos anteriores y los que quedan pendientes. Eliminar de forma insidiosa el delito de convocatoria ilegal de referéndum, algo que no ingenuamente abonó Zapatero a estos mercaderes insaciables, les aplacó poco. Más bien les abrió vías que Rajoy, en su inacción habitual, no cerró. Luego Sánchez anunció que lo volvería a poner en vigor, algo que tampoco cumplirá, siguiendo su costumbre. Cabe la posibilidad de que, mareado por los giros pues nos cuesta creer que él crea en algo, al final acabe sirviendo a su palabra, a alguna de ellas, antes o después, de una forma o de otra, pues lo ha prometido todo, esto, aquello y lo contrario, según las circunstancias, las compañías y sus necesidades. Cuando no sopla el viento hasta la veleta tiene carácter.

El caso es que no es de recibo que se nos vayan presentando reformas legales como mejoras de nuestro ordenamiento jurídico, algo que se debería hacer para reforzar la justicia y el Estado, para anticiparse a los delitos con el fin de evitarlos. Lo cierto es que arrancarle los colmillos a las leyes para que no arañen a los socios cortejados no las mejoran, al contrario, las debilitan, y con ellas al Estado, a la democracia. No se avanza en la protección contra posibles delitos, más bien se retrocede para propiciarlos, y da miedo pensar que eso sea lo que se pretende.

Vemos que con gran farfolla argumental y con el apoyo anticipado e incondicional de la parroquia, sea lo que sea lo que haya de venir, pues ni ellos lo saben, se nos intenta convencer de que las figuras legales aplicadas son inadecuadas, obsoletas, pero sin decirnos cuáles otras habría que aplicar, si es que hay alguna que venga al caso y, sobre todo, por qué, para qué y en qué sentido habría que modificarlas. Nos distraen sobre los supuestos errores del Estado, al que se le pide pulcritud en sus actuaciones, como no podría ser de otra forma. A la parte juzgada, la que incumple sistemáticamente todas las leyes, incluso las que ellos han aprobado, se la presenta como la parte maltratada, víctima de leyes en exceso severas aplicadas de forma cicatera. Si al juicio del procés se le llama pantomima, ¿qué calificativos les merecen los plenos del Parlament y la astracanada que le siguió? Pelillos a la mar, hay que limar asperezas, crear climas, propiciar el diálogo. No, señores. No es el Estado quien debe sacar la bandera blanca. La romana se la vuelven a dejar en casa tales argumentadores y nos engañan en la pesada. En realidad, lo que se propone es la impunidad, la invitación a reincidir con más éxito frente a un Estado desarmado de forma concienzuda, irresponsable y suicida.

Corregir una sentencia del Supremo, retransmitida urbi et orbe, torcerle el brazo vía indulto liquidando otro plazo del pago de los apoyos, mostraría de qué hablan algunos cuando se les llena la boca de independencia y respeto al poder judicial. No creo que lo concedan. Al menos no a todos. O sí. Además, es asunto que se resolverá en marzo, aprobados los presupuestos y tras las elecciones catalanas. Como para entonces, si seguimos vivos, muchas cosas habrán cambiado en el actual escenario, (dicho sea en su sentido más literal), tal vez incluso la coalición de gobierno, nos movemos hoy en el movedizo terreno de las promesas, los gestos y las declaraciones. Si habláramos del apretón de manos con que el tratante de ganado sella un acuerdo, tal vez deberíamos preocuparnos más. Pero estos señores no son tan serios.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Epístola discográfica

 

    Tengo muchos discos que compré por una sola canción. Sólo los grandes genios, escasos y de imaginación inagotable, se pueden permitir el lujo de sacar al mercado una grabación en la que todas las canciones sean buenas. De aquellos otros discos pequeños, de siete pulgadas, que había que poner a girar a 45 revoluciones por minuto, en gran parte de las ocasiones la cara B podría haberse dejado en blanco, lo que habría evitado gastos a la editora y vergüenzas a sus intérpretes, pues pocos temas publicados en ese lado merecía la pena que vieran la luz. Pero ahí estaban. De hecho, para efectos contables, eran canciones que se vendían en igual cantidad que el tema de la cara A, el que justificaba la compra. Era algo sabido y asumido: si querías tener una canción que apreciabas, tenías que cargar con el engendro que venía por detrás. Lo bueno es que no era necesario escucharlo nunca.

    En los programas de los partidos políticos ocurre otro tanto, aunque una vez elegidos te condenas a escuchar todos sus temas, incluso algunos que no venían en la portada. Todos menos el que te llevó a comprarles el disco y el discurso, que es la política un ámbito raro en el que escasea más el singular que el plural, pues de palabra no andan sobrados. Ya dijo Lincoln que un dilema era un político intentando salvar sus dos caras a la vez. Y no estar loco. Lo que no recuerdo es quién dijo que todos sabían en el gremio lo que habría que hacer, pero también que haciéndolo no se ganan las siguientes elecciones, único horizonte de los nefastos políticos que desde hace  ya demasiado tiempo tenemos  la desgracia de padecer. Viendo el percal, nos los merecemos. En el long play que ofrecen al mercado como programa, saben que tendría que haber, como poco, alguna canción buena, al menos que lo parezca. A ser posible pegadiza, bailable, que se pueda tararear y dar palmas. Escuchando los temas musicales que llegan a hacerse populares, un espanto salvo raras excepciones, vemos que no triunfan composiciones que requieran muchos conocimientos musicales, temas de difícil digestión, de esos que exigen una audición atenta a los matices, las armonías y el desarrollo de su melodía. Por el contrario, mal futuro tiene en el mercado una melodía que no se pueda silbar, y al final lo que a la fuerza nos llega y nos ofende a toda potencia desde la ventanilla del buga que pasa por la calle es una frase musical breve y ramplona, repetida machaconamente y acompañada por algo similar al tam-tam de una tribu de caníbales. Si cambiamos melodías por ideas políticas, ya tenemos la base de un programa con posibilidades de triunfar. Sencillo, directo, breve, mensajes asequibles sin muchas elaboraciones, pues se despachan más para ser repetidos como lemas que analizados como propuestas. La publicidad y el club de fans se encargan del resto.

    Todo programa político de entre los que se nos da a elegir como menú cerrado, o carne o pescado, tiene una cara A, un tema de posible éxito, y muchas caras B. Ya en Mary Poppins se nos cantaba que con una cucharada de azúcar la medicina atraviesa mejor el galillo, the medicine goes down. Habían ya inventado lo que llaman leyes ómnibus, en las que en una disposición transitoria o en un apartado agazapado al final del texto legal se nos endosa un apaño que poco tiene que ver con el enunciado e intención de la ley, en tales casos tramitada con urgencia, algo que en otros terrenos se conoce como metértela doblada. Los programas, todos, ya lo habíamos dicho, aunque defendidos con teatralidad y pompa, suelen consistir en una relación de brindis al sol, poco detallados y que a poco comprometen, varios temas de postín ideológico, carnaza para la parroquia, que de paso encorajine a la contraria, llevando el debate a temas a veces no sólo laterales, inoportunos o inconvenientes, sino surrealistas, distópicos y peligrosos. Nunca entran en la almendra de los temas, a veces ni en la cáscara de los vitales.

    Cuando con esos mimbres se intenta un mínimo debate, uno siempre se encuentra frente a esa cara A, ese tema apañado que se esgrime como escudo moral. La cucharada de azúcar que desarme al crítico y lo muestre en pelotas éticas. Ya están aquí los que se oponen a cosa tan noble y beneficiosa, dirán. De forma que el personal se la envaina y compra todo el disco, que incluye 11 canciones programáticas que van desde la inconveniencia al disparate. El sistema se replica como un fractal en cada una de las medidas estelares del programa. Contando con que no hay ninguna persona decente que se oponga a ayudar a sus familiares a dar una sepultura digna a quienes aún yacen en las cunetas, te endosan en el lote una novela histórica de encargo. Y la Historia puede ser muchas cosas, pero nunca un encargo al gusto del mecenas. Va todo en el menú. O lo tomas o lo dejas, no se te ocurra pedir que te cambien la pizza de piña o el revuelto de alacranes sobre lecho de brotes de bambú caramelizados por cosa más apetitosa, al menos digerible.

    Ni siquiera se permite, en aras de la corrección, opinar sobre la guarnición de cada uno de los platos del menú. El solo hecho de poner encima de la mesa el tema ya te retrata. Otro de la cáscara amarga. Asunto cerrado, todo es asunto cerrado, todos mis asuntos son cerrados y tú métete en los tuyos. Así llegamos al problema de que haya partidos, personajes y bandarras que se han apropiado de una causa, de un tema o de una bandera, al menos ellos lo intentan y los demás les dejamos que vayan escriturando. Hemos escuchado y leído que sobre un asunto nada tienen que decir ni aportar tales o cuales millones de ciudadanos. Incluso escuchamos a ciertos propietarios ideológicos preguntarse qué coño pintan esos en esta manifestación de nuestro tema. A partir de ese comportamiento fanático de autocomplaciente y falsa superioridad moral, muchos llegan a la conclusión de que llevan razón, de que presentado así el disco, con tanta farfolla de relleno ideológico, el tema les es ajeno, pues abundan los que ya dudan, incluso rechazan, cualquier tema sobre el que de antemano se haya descartado la posibilidad de discrepar, opinar y matizar.

    De esa forma, problemas que son de todos, o que deberían serlo, pasan a ser asuntos de bando. Mala cosa. El personal pensante, escaso y perplejo, ve esta partida de tenis con el cuello condolido, anestesiado el pensar por falta de riego ante tanto trasiego cervical: Para ti los okupas, para mí la memoria. Me pido el feminismo y la renta básica y te lo cambio por la bandera y la seguridad. Para mí los judíos y para vosotros los árabes. Oye, que los árabes andan flojos en eso del respeto a las minorías, a las mujeres y a la cosa del votar. Tú te callas, facha. Bueno, pues me callo, pero vuestro alineamiento más se parece al de Franco, que por él fuimos el último país occidental en reconocer al estado de Israel. Eran otras circunstancias y otros motivos, cosas del pasado. Ah, bueno, bendito pasado que igual vale para un roto que para un descosido, perdone usted. Oiga usted, buen hombre, ¿me puedo acordar de unos años antes del 36? Y unos cojones, que ahora estamos en lo que estamos. ¿Y si desenterramos a Franco y lo volvemos a enterrar, esta vez peor, antes de las elecciones? Krushev, por equilibrar las citas, decía que todos los políticos son iguales, prometen edificar un puente incluso donde no hay río. No dijo si era por distraer al personal o por la comisión, cosas no excluyentes entre sí. Ni entre mi bemol.

    En ese long play que nos venden hay mucho refrito, mucho revival. Andan los cimborrios hueros de inventiva y se recurre a reeditar antiguos éxitos. Algunos programas políticos son básicamente eso, The Greatest hits del 78, del 36 o de 1492, con las coplas antañonas y castizas o los romances a gusto del intérprete o del productor. Luego está la compaña. Es importante rodearse de buenos músicos, tanto más cuanto menos enjundia y tronío atesora el figura que pone su jeta en la portada. A veces son ellos, anónimos instrumentistas de estudio,  los músicos funcionarios que salvan el producto, que por eso seguimos vivos. Incluso se han dado casos en que en el estudio de grabación no había nadie más, que el artista era casi imaginario, como la chupa del dómine Cabra, que unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca precía negra, y desde lejos entre azul. Cuando los músicos son malos, no salva la cosa ni Santa Cecilia. Ni santa Tecla si santa Blao, patrona del flamenco. No hay milagros, ni aunque encuentren las castañuelas incorruptas de la cupletista de referencia para la peña. El único y verdadero milagro, viendo la inanidad y grisura de la dirigencia actual y las pasadas, desde hace muchos años a veces rozando o alcanzando lo criminal, insisto, lo milagroso es que siga saliendo agua por los grifos, se enciendan las farolas, se recojan las basuras y se cobren las pensiones. Toco madera.

    Sobre la compaña, habría que añadir para terminar, que muchas veces han sido las malas compañías quienes han manchado carreras y arruinado futuros. Les han llevado a la droga, a la alucinación y al desastre. Le pasó a casi todas las estrellas del jazz y del pop, desde Billy Hollyday a Joe Pass; de Janis Joplin a Jim Morrison. Esto se lo deberían hacer ver. A algunos, unos sentimentales, nos desanima mucho a la hora de elegir a quién votar el ver a un político en edad de merecer dando abrazos entre sonrisas a un reputado asesino o secuestrador en una herriko taberna de uno de esos pueblos podridos por los silencios cómplices, o invitar a dar charlas en la uni a un primate que dejó tetrapléjico a un policía y que, viendo cuán barato le salió y cuántos defensores le salieron, mala gente como él, asesinó a un señor que llevaba unos tirantes con la bandera de España, un facha. O ver torturar leyes en potro parlamentario para que la sedición ya cometida sea cosa menor y puedan salir a la calle entre vítores los golpistas posmodernos catalanes a terminar el trabajo, cosa que anuncian sin muestras de arrepentimiento. Hay precios muy altos que nunca se deberían pagar a cambio de unos sillones azules, compañías que descalifican y voces que desafinan en el amasijo coral que nos gobierna. A pesar de que algunos corifeos tengan una partitura con todos los compases llenos de silencios, cosa de agradecer pues, al menos, no añaden confusión. Hay discos que resulta difícil comprar, a pesar de llevar algún tema aceptable. No sé si están a tiempo de mejorarlo y no deberían ampararse en el hecho de que en las tiendas no se encuentre mucho que merezca la pena escuchar. No se debe tirar demasiado de las cuerdas, que los guitarristas sabemos que acaban rompiéndose, oxidadas por tocarlas demás, o quebradizas por no tocarlas nunca.

Vale.