martes, 24 de noviembre de 2020

Epístola califal

Comiendo en la Explanada de Alicante, para envidia del califa.

Abd al-Rahmán ibn Muhámmad Abul-Mujtarrif, llamado al-Nāir li-dīn Allah por los musulmanes y Abderramán III por los cristianos, comendador de los creyentes, vencedor en cien batallas y constructor de Medina Azahara, primer califa omeya de la rica Córdoba, ornamento del mundo, la ciudad más refinada y opulenta de occidente en su época, que a ningún exceso o crueldad renunció en ninguno de sus setenta años de vida, tras cincuenta de reinado y ya próximo a la muerte hizo recuento de los días en que había sido feliz a lo largo de su existencia: catorce.
Quizás siempre le atormentara su origen mestizo, evidenciado por su pelo rojo y sus ojos azules heredados de Muzayna, su madre cristiana, vascona como lo fue su abuela Onneca, hija de Fortún Garcés, y causa de que, a sus espaldas en la mezquita y en el zoco, sus súbditos le llamaran Sanchuelo. Seguramente la alegría de las victorias se viera empañada por volver al palacio con las sedas manchadas de sangre enemiga, que en tres cuartas partes era la suya, y es posible que la derrota de Simancas pesara en su ánimo más que todas ellas. A veces el vino de la vida se agría por pequeñas cosas y tal vez el primer recorrido por los jardines y salones de su mayor capricho, Medina Azahara, fuera amargado por alguna piedrecilla en su babucha o se viera contrariado por el error o el descuido de algún alarife o tallador de yeserías. Es posible que lamentara el naufragio de algún barco de los que traían desde lejanos países los mármoles y maderas que había deseado para su medina, o que el agua de las fuentes no brotara hasta la altura deseada en la alberca de los arrayanes. Es probable que en el harén percibiera más sumisión y temor que amor y aprecio, y que la sospecha y el miedo a la traición no le dejaran disfrutar de banquetes y recepciones, siembre barba en hombro y sin nadie a quien llamar amigo. Las crónicas dicen de él que fue de carácter cortés, benévolo y generoso,​ inteligente y perspicaz,​ con intensos escrúpulos morales, aunque dado a los placeres. Esas virtudes no le frenaron de ejecutar a su propio hijo, como su padre había muerto a manos de su tío. Eso lo muestra además como amante y respetuoso con las tradiciones. Bendita la rama que al tronco sale.

Cuanto más extenso, rico y refinado era su reino, más temía perderlo, pues su prosperidad y sus lujos multiplicaban sus enemigos en la tierra y los miedos en su mente. Incluso llegó a correr el rumor de que en la lejana Bagdad habían levantado un minarete más alto que el de su mezquita. Cualquier goce era apagado por la inquietud y nada estaba a la altura de sus merecimientos.
Le faltó frecuentar la derrota y tal vez sufrir la humillación de la enfermedad, atravesar como sus antepasados la aridez del desierto, conocer la privación y soportar la escasez. Tal vez unos días encerrado en las mazmorras que guardaba para sus enemigos le hubieran permitido descubrir más momentos felices al repasar su larga vida. Al menos le hubieran enseñado que no cabe esperar una felicidad eternamente quieta a sus pies, como un esclavo, pues no es pájaro que pueda vivir enjaulado, más bien es balanza que necesita ambos platos para que, con el contrapeso, el fiel muestre el peso cierto y real de los días.

Sin ser califa, uno recuerda muchos más de catorce días felices, muchísimos más que los infelices. Años enteros. Será que nos conformamos con poco o que hemos tenido mucha suerte. O será la pandemia.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Epístola de la educación subóptima

Con Gabilondo se perdió tal vez la única ocasión en la que se estuvo a punto de acordar una ley de educación consensuada, que en eso hubiera sido la primera. Esta nueva ley nace muerta, como difunta vino al mundo la de Wert. Ahora impongo yo, que ya te tocará a ti. El proyecto, la ambición, la idea única que las trae el mundo es derogar la ley anterior, incorporar meaditas para marcar como lobos los lindes ideológicos del terreno donde se educan los españoles. Mala cosa es que precisamente regular la educación esté en manos de muchos que ni la tienen ni la conocen, con lo que en la tramitación de las sucesivas reformas se habla casi de todo, menos de educación. Cada partido hace de su capa un sayo, impone, compra, vende, y publica en el BOE un texto que ya incorpora la necesidad de ser modificado en cuanto el gobierno de turno cambie. Leyes perpetradas con los días contados, ocho en cuarenta años, todo lo contrario de lo que la educación necesita, que es estabilidad, sosiego, recursos, (¿Ubi est la memoria económica?) y lo que le sobra son injerencias de banderías políticas.

 Pocos cambios. Los hay positivos; otros dudosos por inoportunos o innecesarios, no pocos irrelevantes y algunos otros indefendibles. Con seguridad lo más grave, rozando lo criminal, es vender el idioma común y degradarlo a lengua extranjera dentro de parte del territorio nacional. El resto, la mayor parte, sigue igual. Es decir, mal. La lengua castellana se sacrifica para ganar unos pocos votos y, no menos, para evitar recibir otros, gracias a Iglesias, mamporrero de esta demolición gradual de lo común. 

 Pierden los alumnos con necesidades educativas especiales y agoniza el castellano en algunas comunidades. También la educación concertada, aunque ya veremos. Falta leer la ley completa, que el proyecto, quitando los habituales brindis al sol y declaraciones altisonantes de estos textos, siempre reconfortantes para incautos, es endeble e inacabado. Dejadme los reglamentos, que decía aquel. Luego, los docentes, como siempre, volverán a verse enredados en su eterno tejer y destejer el bordado de Penélope, un premonitorio sudario para el rey Laertes, padre de Odiseo.

 No sería de extrañar que, también como se acostumbra, algún orate intente dejar su huella en terminologías y eufemismos, burocracias y protocolos, renombrando una vez más cosas que no conocen y que poco cambian, salvo para enredar, la actividad de una ley a otra en las aulas. A Dios gracias. Y a los docentes que, tras sobrevivir a pie de obra a docenas de ministros y al acostumbrado ping-pong legislativo, se pasan por el forro hasta donde pueden, que no es poco, gran parte de lo dispuesto en las reformas, haciéndolas así digeribles, al menos no tan nocivas como de los despachos salieron. Dado que nadie le pregunta nunca a los docentes qué les aconseja su experiencia acerca de estos temas, nunca se han sentido demasiado interesados ni concernidos por debates y medidas tan alejadas de su quehacer diario. Al contrario, viendo su ámbito y su quehacer tomado al asalto en las batallitas de los partidos, más rechazo que adhesión cosechan unos y otros entre el gremio, pues ambos acaban siendo el enemigo. Fuego amigo, en el mejor de los casos, como ya escribía aquí hace pocos años acerca de la ley Wert. Fue otro parto o aborto legislativo y, si alguna duda dejaba, los recortes en educación, agravados por la señora De Cospedal, muchos de ellos aún no revertidos por cierto, me espolearon a jubilarme echando leches. Con Dios.

La Lomloe, que parece apócope de niña pija, pues ya hay que rebuscar para bautizar leyes de educación en España, se llama nada más y nada menos que Ley Orgánica de Modificación de Ley Orgánica de Educación. La siguiente se llamará Ley Orgánica para Modificar la Modificación de la Ley Orgánica de Educación. LOMOMOLOE, o algo así. No sé dónde leí este epitafio que viene al pelo:

 Aquí jaz o mui illustre
Senhor João Mozinho Souza
Carvalho Silva de Andrada...
Sobra nombre o falta losa.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Epístola de abrigo

 

    Es difícil que prohibiendo la mala literatura o la peor de las músicas se consiguiese dirigir la atención general hacia las buenas. Más probable es que se creara rechazo hacia unas y otras, si no es que, por llevar la contra a las imposiciones, lo peor de cada arte se viera promocionado por una publicidad inmerecida. Las cabezas funcionan así, las de los censores y las de los que se ven tratados con un paternalismo condescendiente en el mejor de los casos y totalitario en el peor.

    Igual que ocurre con las artes pasa con las ideas. Ni hay que censurarlas ni publicar en el BOE una lista de las adecuadas. Lo que hay que hacer es educar y facilitar el acceso a las serias, a las que tienen enjundia y fuste, dar datos ciertos y herramientas para poder interpretarlos para elegir libremente. El censor, el impositor de ideas, siempre lleva una liebre ideológica ajena a criterios de calidad, incluso de certeza. Su campo de trabajo es el de lo conveniente, lo cómodo para el poder, no el de lo cierto, algo agravado por el hecho invariable de que suele ser más ignorante que aquellos a los que quiere estabular el gusto y el criterio. Aunque su intención fuese buena, si es que puede serlo, inevitablemente recabará críticas de los más ilustrados y reflexivos, de forma que acaba dirigiendo sus ataques a estos enemigos cerrando el círculo perverso. La estupidez y la vacuidad suelen atravesar esas cribas. La censura, si es que alguna puede haber bienintencionada o necesaria, siempre termina combatiendo la excelencia y promoviendo un conformismo ovejuno.

    Lo malo se combate ofreciendo y facilitando el acceso a algo mejor. El error y el delito con buenos ejemplos y buenas leyes, nunca buscando causas remotas que los diluyan en la normalidad y acaben por justificarlos. Dejando aparte que lo que es bueno para unos puede parecer malo a otros, y es normal que así suceda, cada sociedad ha ido dando con un mínimo acuerdo sobre ciertos valores compartidos y la Historia nos enseña que las sociedades se han derrumbado a la vez que caían esos acuerdos básicos que a lo largo del tiempo mantenían una cohesión y un sentido de pertenencia imprescindibles. Esos pactos, símbolos e ideas compartidas permiten y amparan la defensa de causas no comunes, incluso las minoritarias, siempre que no lleguen a cuestionar la misma existencia de la sociedad que también a ellas proteje. Cuando en una sociedad lo común pierde un prestigio que se va cediendo a lo particular, incluso a lo tribal, va cavando su tumba. Que algunos, incluso vicepresidiendo el gobierno nacional, hagan peña con los que proclaman que vienen con la pala a hacer mayor la fosa, no es cosa defendible. Muchos países, tal vez los mejores, desde luego los más sólidos y democráticos, directamente prohíben este tipo de sepultureros. Que nosotros no sólo los permitamos, sino que los financiemos y concedamos inmunidad parlamentaria, es un rasgo suicida y un elemento más de los que nos llevan a ser un país de interés turístico, interesante, pero con un porvenir incierto. Nuestro futuro  directamente pasa por darles solo el poder que realmente les corresponde, pues son electoralmente irrelevantes. Numéricamente lo son, pero nuestras leyes dan más mando a veces al grumete que al capitán. Algunas minorías locales, con la complicidad de lo peor de cada casa política del resto del país, se intentan apropiar de unos territorios, también de unas ideas y de unas causas, que utilizan para fragmentar y para dividir. En los programas, no digamos en los comportamientos de algunos partidos y personajes, se defienden no pocas causas innobles e injustas, amparadas por la tolerancia, tal vez excesiva, de nuestro marco legal, con una constitución que dice no ser combatiente, eufemismo que evita decir que se quiso indefensa.

    Hay otras causas nobles y justas cuya asunción generalizada se ve dificultada tanto por la forma equivocada de defenderlas como por tener la mala suerte de caer en manos de las personas inadecuadas, algunas ya mentadas. Me refiero a esa clase de vagabundos buscavidas de la política que dan con una causa o con una idea como el que se encuentra una cartera en la boca del metro. Podrían haber encontrado otra, pero ven que esa está llena de billetes y para qué buscar más. Devolverla a su dueño, buscar a quién pertenece de verdad, y debería ser de todos, ni se les pasa por la cabeza. De forma que se apropian de lo que no es suyo, aunque argumentan que toda propiedad es un robo en un alarde de coherencia propio de esa clase de polillas, y se quedan con los cuartos.

    Cuando alguien, una persona o un grupo, se apropia de un símbolo, una idea o de una causa, ya está pervirtiendo su potencial virtud. No intentará repartir el hallazgo, extender los beneficios, al contrario, procurará encontrar razones para excluir del reparto a los que no sean de su cofradía de Monipodio ideológico. Esto es nuestro, que hacéis aquí defendiendo lo que nosotros. Buscad otra cartera. Los otros dan por perdida ese billetero, uvas verdes desde entonces, pero siempre encuentran otra para obrar igual.

    Si a esa mentalidad tribal con tendencia a escriturar la virtud y la ética a nombre de su comunidad de bienes ideológicos, unimos que la indecencia y la estupidez suele rondar por tal modelo de cabezas, ya tenemos una combinación peligrosa. Incluso si ven que los billetes de la cartera son falsos como moneda de cuero, si el primero ha colado y han conseguido endosárselo a algún incauto, ya no tienen freno. Sus feligreses son los primeros en dar por buena la mercancía y pasan a extenderla por los mercados. Llegan a convencerse que sus cromos son billetes de curso legal, o al menos dicen estar convencidos de su validez, y van ofreciéndolos y pregonándolos cada vez con mayor osadía. Como en todos los timos, al timado, si percibe el fraude, le cuesta admitir para sus adentros que es imbécil y lo que hace es procurar ir desprendiéndose del género y aumentar la extensión del engaño. En economía se sabe —lo explica la ley de Gresham— que la moneda falsa expulsa a la buena y que si circulan las dos pronto predominan las falsas, las de chapa, y van desapareciendo las de oro. Con las ideas ocurre otro tanto, muchas hay que presumen de un valor facial muy alejado del verdadero, que en este mercado de las ideologías se debería medir por la proporción de verdad en la aleación, no por los aplausos de la parroquia. Al final lo que circula es morralla ideológica, lemas, argumentarios y simplezas.

   Vemos circular muchas monedas ideológicas de baja ley por las tabernas, por los mercadillos y, lo que es peor, en muchas tribunas en las manos de lidercillos y próceres que han tropezado con una cartera y bien viven de ella hasta que les dure. Podría haber sido cualquier otra. Charlatanes de la política, vendiendo mantas y regalando peines encaramados en las instituciones, con verborrea propia de Ramonet, que pronto compran los cebos conchabados para animar al público a dar por bueno el género. Aunque su causa sea mala la intentarán vender como oro fino y, si buena fuere, mala cosa es que una buena causa se manche mezclada en malas manos con este tipo de calderilla, pues una mayoría piensa que viendo la choza se conoce al pastor. Y también que conociendo al pastor se deduce la salud del rebaño y la pureza del queso. Estos vividores de la política defienden las causas indignas y manchan y desprestigian las virtuosas. Son una peste.

Ramonet, el charlatán de las mantas

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Epístola vehicular

Busque el García

Los territorios no tienen derechos. Sólo los ciudadanos pueden tenerlos, no los bancales ni las regiones. Las lenguas no tienen el derecho de ser habladas. Ni nadie a imponer que se hablen ni que no. Son los ciudadanos los que tienen (o deberían tener) el derecho a expresarse en la que quieran o puedan. Reclamar el de ser educado en la lengua que escuchaste alrededor de la cuna, ya es mucho pedir. Cualquier política de imposición en ese terreno, sea la franquista o la de la actual administración catalana, —es decir, la misma— no puede dejar de ser valorada como un abuso con tufo a totalitarismo uniformador. Al parecer, hay una uniformidad indeseable, que abarca todo aquello que quiera ser salvado como común, como cemento que una las distintas gentes y territorios de un país, el nuestro, el de todos. Enfrente hay otra ya más noble, más defendible, esto es, la forzada homogeneidad que lamine las diferencias dentro de cada virreinato. Con las banderas ocurre igual.

¡Viva la diferencia!, pero sólo si es la nuestra. Cataluña lleva decenios malgobernada por unos fanáticos empeñados en esa obra de ingeniería social que llaman “construir país”, algo que sólo se puede hacer con los escombros del único que existe y que cobija a las diferentes comunidades autónomas. Dudoso invento que cada día muestra más lo frágil de sus costuras, pues pudiendo ser una buena idea, se hizo a estirazones, y no era diseño que pudiera funcionar cuando desapareció la débil ligazón de aquellos consensos entre gente más decente y preparada que la que desde hace lustros soportamos al mando. La deslealtad secular de algunos territorios debió de ser prevista, incorporando salvaguardas que impidieren aventuras ya intentadas, hoy ya es tarde. Y el único país existente aquí, la única nación, España, paradójicamente es la única puesta en duda, de nombre impronunciable para los mesetarios y periféricos desnortados que apoyan estos desafueros supremacistas que hablan de plurinacionalidad y de la autodeterminación de los pueblos y las aldeas. Menos de los suyos, que bien se guardarán los de Barcelona de declararse independientes de Damasco.

Que los promotores de este intento planificado de escriturar parte del territorio nacional a su nombre sean una pequeña élite acomodada, ombliguista y xenófoba, con aromas racistas, una especie de extrema derecha corrupta y excluyente, sea cual sea la denominación que le pongan al producto, no es óbice, cortapisa ni valladar —Forges dixit— para resultar apoyados por otros que dicen ser de izquierdas. Lógicamente de la peor y más extremada de las izquierdas posibles, esas que abominan de reformar la casa y ven mejor arramblar con el edificio para hacer un chamizo medieval con lo que quede de sus piedras. Será peor, pero suyo. Trasladan a la estructura del Estado, que quieren débil si es que quieren Estado, ese instinto fragmentador que les lleva a subdividirse eternamente en Frentes Populares de Judea, permutando cinco o seis palabras para bautizar sus infinitas sectas. Intuyen, saben, que sólo en los ríos revueltos, en la descomposición y en el conflicto tienen ocasión de pescar algo. Cuando las aguas son claras se les reconoce demasiado bien ya desde lejos. Cuanto más turbias y enfangadas mejor.

Lo que los separatistas han puesto encima de la mesa como elemento diferenciador, la almendra de su derecho a ser un nuevo país, siempre ha sido la lengua. Luego te ponen como ejemplo Bélgica o Suiza, o Canadá. Un solo pueblo, una sola lengua. ¿Quién dice esto hoy? Lo de la lengua del imperio era de Nebrija, era lema de la época de los Reyes Católicos, algo en parte intentado recuperar por Franco, con poco o nulo éxito. No es Vox quien lo dice ahora, aunque a algunos de ellos sin duda les gustaría; hoy son otros populistas, los Jordis, los Torras, los Puigdemonts y los Mas. E Iglesias y el converso Rufián, que todo tocino es poco para mostrar la firmeza de la nueva fe, que de algo hay que vivir bien. Principios, los justos, no como Sánchez que los tiene todos, eso sí, unos días unos y otros los contrarios. No, no son los llamados centralizadores, sino los separatistas, quienes proclaman y aplican tan progresista y conciliador lema en la política local y en la enseñanza. El castellano, hasta ahora residual, aunque lo fuera ilegalmente, con este bodrio legal ya será lengua extranjera en la escuela catalana, por fin. Ahora con todo derecho. Como el inglés, el italiano o el alemán, el mismo número de horas, pero peor visto, que ni en el recreo debería usarse. Dos horas semanales en primaria, tres en secundaria y dos en bachillerato. Sin embargo, ese es el idioma agresor, el que intenta imponerse, lo que son las cosas o quieren que sean estas mentes calenturientas. Con esta modificación legal de encargo, pago que santifica los desaires nacionalistas a las sentencias del Constitucional y las del TSJC, hasta harán difícil el único recurso actual para reclamar tus derechos lingüísticos en la escuela, ese miserable 25%, que es acudir a los tribunales. De todo ello tanto el PP como el PSOE son culpables, por acción o dejación durante decenios, por la recurrente compra de votos pagando con los menguantes derechos de todos. No le echaré la culpa a ERC, que vende a buen precio sus votos y gana otra piedra para su obra, arrebatada como siempre a los cimientos de la casa común; tampoco a Iglesias, mediador y tratante del acuerdo entre payos para la venta de esta burra legislativa, pues de él y de los suyos nada cabe esperar, ni en esto ni en nada. El alboroque lo celebrarán juntos. En el PSOE, el pagador en el trato, se escuchan rechinar algunos dientes, hay quejas acalladas por el sillón en juego, los que razonan en contra pasan a la lista negra y las navajas están preparadas. Esperemos que los vaivenes parlamentarios no obliguen a algunos a hacer el ridículo una vcz más con sus dondedijedigos.

En los estériles debates de las redes se suelen leer cosas peregrinas, no las llamaremos argumentos. En realidad, muchos de los debatientes lo que vienen a decir es que si lo hacen los suyos, bien hecho estará, tanto como si hubiesen hecho lo contrario. Lo que da la cepa, no hay que esperar más. Los más listos y decentes, que los hay, o callan o mantienen una postura tibia, como desentendida, se van por las ramas viéndolas venir, por si hubiera mañana que defender lo contrario y enumeran algunas obviedades sobre la hermosura de las lenguas, la necesidad de respetarlas, algo que nadie discute o alegan que ninguna está prohibida, cosa que nadie afirma. Otros, bastante menos inteligentes, intentan argumentar, y recurren al mismo tono agraviado y lloroso de aquellos que en definitiva vienen a defender. Los que reclaman que el 25 % de la enseñanza que reciben sus hijos sea en castellano son para ellos los malos de la película. Y los que los defendemos también, unos fachas, resignados y ya hechos a recoger y abonar algunas flores que van tirando los que se autodenominan progresistas. Presentan estos últimos a los que se oponen a este engendro legal como si los perjudicados fuesen los abusadores, los que oprimen lingüísticamente a los que quisieran que en Cataluña sólo se hable catalán. Pero la verdad es que los que con su ayuda quitan derechos son los tractorícolas, los verdaderos fachas catalanes, los carlistoides paletos que proclaman desde balcones y despachos oficiales “un sol poble, una sola lengua”, no los otros.

Ni el catalán ni es castellano corren peligro en Cataluña. Ninguna de las dos lenguas está expuesta a desaparecer en el uso voluntario que de ellas hagan los ciudadanos. El debate no es lingüístico, sino de hegemonía cultural y política. Se prohíbe la posibilidad de rotular en las calles en castellano, incluso se multa a quien lo hace en el cartel de su propio negocio, las comunicaciones desde y hacia las administraciones solamente se permiten en catalán, el exigido dominio de la lengua vernácula filtra y tapona la llegada de indeseables e indeseados funcionarios carpetovetónicos y en la escuela no se habla otra lengua que no sea la catalana, salvo en las dos horas dedicadas a la Lengua castellana… Si todas esas anomalías democráticas suponen la normalidad en Cataluña, difícil es presentar a los castellanohablantes, la gran mayoría, siendo el castellano la lengua materna del 56,2% de los catalanes, como los que intentan imponer su lengua frente a la catalana, que se quiere hacer pasar por la agredida, por la necesitada de protección. Ha costado cuarenta años, pero por fin gracias a estos desalmados de distinto pelaje el castellano tendrá legalmente el trato y consideración de lengua extranjera, gracias a este artefacto legal vergonzoso que ERC intenta cobrar por su apoyo a los presupuestos, con Podemos de mamporrero y la peña de la izquierda mesetaria dando palmas. Esperemos que el Parlamento impida que se perpetre este desafuero, aunque pocas esperanzas hay.

Desde balcones y despachos de una administración centrada en eso que llaman “la construcción nacional”se repetía y repite el lema “Un sol poble, una sola lengua”, la catalana, que el castellano es jerga de los charnegos invasores y otras gentes de mal vivir. Hoy, gracias a estos irresponsables políticos, están un paso más cerca de conseguir su objetivo.

Son los más desfavorecidos los que pagarán el pato, al precio de acabar teniendo escaso dominio del castellano, pues habrá que ir a colegios de pago para alcanzar el que sería de ley conseguir en un centro público. Los promotores del invento llevan a su prole al colegio británico o al liceo francés, donde enseñan bien el español, que el catalán ya lo llevan de serie. La izquierda apoya aquí a los más solventes, más a Anna que a Ana, menos a Arturo que a Artur y más a los Puigdemont que a los Gómez. De paso, estos inmigrantes de nueva o vieja estirpe, si el castellano es su lengua materna, habrán interiorizado en la escuela y en la calle que la suya es una lengua importada, ajena al territorio en que nacieron y viven, lo que les llevará a asumir que son ciudadanos de segunda, parte de esa chusma mesetaria hambrienta y analfabeta, la tropa de una invasión programada por Franco como algunos han llegado a escupirles, charnegos que deberían ir olvidando hasta en casa su lengua si quieren integrarse en ese parque temático nacionalista en eterna construcción. De todas formas es inútil. Su lengua es la materna para un 56,2% de los catalanes, la podrán esconder en casa, pero sus apellidos les delatarán. Nunca seréis de los nuestros, sois gent de fora, Los García, Martínez, Sánchez, Gutiérrez, esos que enumeraba con sorna Boadella, y que son los más frecuentes en Cataluña, como en el resto de España, nunca podrán competir para los puestos de postín con los Puig i Casademont, Formiguera i Margall, o Major i Detall.