No nos representan. Buen
lema, aunque falso. El gran problema es que sí lo hacen. Los partidos que hemos
tenido y que tenemos nos representan a la perfección, casi como en un espejo,
incluidos los autodenominados nuevos, que más lo son por el nombre de su
aglutinadora franquicia de tribus irreconciliables que a duras penas se
muestran unidas mientras convenga, que por las vetustas ideas de cada una de
ellas. Ni Velázquez nos representaría mejor. Nos clavan, pues son nuestro
reflejo, son nosotros mismos. Los partidos que hubo, hay y habrá en España no
pueden ser de otra forma, porque emanan de nosotros, en ellos cristalizan todas
nuestras virtudes y nuestros defectos, empezando por nuestra secular capacidad
disgregadora que algunos vienen ahora a acentuar, siguiendo por nuestra
habilidad para elegir todo aquello que nos perjudica y terminando con eternizar
a nuestros dirigentes en el poder más por sectarismo que por conveniencia.
Solemos optar menos por quienes pudieran solucionar los problemas que por
aquellos que los agravan, los hacen perpetuos e irresolubles o, lo que es peor,
crean otros nuevos sin resolver los antiguos, que es para mí el resumen de la
propuesta de los capitalizadores del justo descontento que vivimos.
Todas esas cosas que
rechazamos, que ahora nos indignan y espantan, como si fuesen nuevas, son el
reflejo de nuestra sociedad, de todos nosotros, empezando por la corrupción y
por la inoperancia, siguiendo por el fraude, la picaresca y la listura, por el
amiguismo y por el desprestigio del esfuerzo, siempre arrinconado por la
aspiración de un éxito fácil y rápido, milagroso, de dar por supuesto un
bienestar que del primero al último creemos merecer por nación, aunque
olvidemos contraponer qué debemos aportar cada uno, sin excepciones, para
hacerlo posible.
Que España, a veces en sus
gobiernos, algunas comunidades y no pocos ayuntamientos, durante lustros haya
sido gobernada con criterios y usos similares a los de la mafia calabresa no sería
explicable sin una inmensa y cerril complicidad por parte de la sociedad,
acrítica con los afines, consentidora por facciones de todo lo que los suyos
hagan, tan voceadora de los errores ajenos como tapadera de los propios. Un
sociedad en gran parte silente, cobarde, cómplice y culpable, hasta la
vergüenza y la indignidad. De otra forma no se podría explicar la infamia de lo
ocurrido con el desentendimiento, cuando no con el apoyo, hacia los crímenes de
Eta en el País Vasco, que ahora unos quieren olvidar a cambio de unos votos, o
en una Cataluña esquilmada durante una generación por una nutrida banda mafiosa
envuelta en una bandera que se ha apoderado del 3% de la pasta y del 100% de los
resortes de esa sociedad, hoy en día la menos libre de España, que yerra acerca
de quién le roba y oprime, una Andalucía socialista en la que algunos
dirigentes no desmerecen en sus formas y actos con los desmanes económicos de otros
del Partido Popular en Valencia o en Madrid, o la ineficacia generalizada y
derrochadora, creadora de infinidad de observatorios, empresas, chiringuitos y tugurios
donde colocar a los de la peña disfrazados de funcionarios, sumidero de unos
dineros que en todos los lugares se han negado a cosas verdaderamente
necesarias. Han obrado con nuestro desentendido permiso, con nuestro visto
bueno, una y otra vez refrendado en las urnas.
Descartada la opción de
deportarnos en masa a nosotros mismos para repoblar la nación con daneses, australianos,
suecos de Ikea o habitantes de otros felices países de esos que tanto nos
parecen gustar, hemos de reconocer que el simple cambio de caras no va a
solucionar el problema. Y menos si encima esas caras se presentan ocultas por
caretas que hagan pasar lo viejo por nuevo, lo sectario por integrador o lo
violento de las actitudes de fondo por sonrisas tan tranquilizadoras como
falsas. No es momento de camaleones ni de esconderse en tintas de calamar.
Poco hay de nuevo en ellos salvo
la corbata y el catálogo de muebles. A falta de experiencia con que valorar a
un partido inédito, o nos fiamos de los augurios mirando las tripas de una
cabra o recurrimos a examinar las compañías, los héroes o los modelos y
referentes de quienes se presentan como única solución. En realidad nos proponen rechazar a todos los
partidos ya existentes, ofreciendo sus generosos brazos para acogernos a todos
en la huida, que entre sus volubles ideales los hay para todos los gustos.
Que
su verdadero ideal es un partido único, es algo evidente. Sus compañías a la
vista están, Otegui y Bódalo, okupas y manipuladores de las redes, entre otras
malvas. Sus héroes y referentes también, de Chávez y Maduro a Tsipras, Perón o
Lenin. Sus modelos, aunque ellos se embosquen tras los pinos de Escandinavia en
su programa catálogo, están más cerca del Olimpo, de las palmeras del trópico o
del petróleo, obviando graves aspectos de esos modélicos paraísos que nos
invitan a no tener en cuenta, en parte por haber ellos asesorado y colaborado
en tales desastres. Y no gratis.
Un hecho indiscutible es que
ningún otro partido de la actualidad cuenta entre sus más acérrimos seguidores con
ejemplares tan acríticos, sectarios y viscerales como ellos. En todos los hay,
pero en Podemos abundan alarmantemente. He escuchado a simpatizantes de todos
los partidos reconocer, incluso criticar errores del suyo propio. En Podemos se
pueden contar con los dedos de una oreja quienes alcanzan tales cimas de la
autocrítica. Menos a admitir las objeciones que otros hagamos, enviándonos
inmediatamente a la caverna, tachándonos de fachas o de imbéciles sujetos a un
argumentario sugerido. De todas formas tampoco en eso iban a ser novedosos y mantienen
la costumbre nacional de atribuir a los demás los defectos propios.
Resumiendo, como somos como
somos y tenemos lo que tenemos no hay que esperar que nos portemos como suecos.
Hay mucho aprovechable en los partidos existentes, mayoritariamente compuestos
por gente decente como no me canso de repetir, pues todos ellos han defendido muchas
cosas razonables, han sido artífices de impagables logros de la sociedad y defienden valores irrenunciables que muchos
no queremos poner en juego. No creo que Podemos vaya a regenerar nada. De hecho
el cotarro ya lo están regenerando a hostias legales entre la Guardia Civil, la
Policía y los tribunales. La prensa escrita y audiovisual colabora
involuntariamente, pues aunque ampara y calla las infamias de sus afines, no
duda en proclamar a cuatro columnas las de los opuestos. Hay que reconocer que
hay cosas que no se podrán repetir en el grado en que hasta ahora hemos consentido,
pues algo hemos aprendido muchos ciudadanos, aunque no todos.
Hay quienes vuelven a apostar
por delegar en un caudillo, reinciden en personalizar las soluciones, lo que es
el origen de nuestros problemas. Es un error antiguo y recurrente. El remedio
es poner a gobernar a personas sin manual ni dogma, que legislen menos y se
centren en resolver los verdaderos problemas de la gente y de la sociedad con
honradez, prudencia y eficacia, cumpliendo y haciendo cumplir las leyes, cosa
inusual. Pero, sobre todo y por si acaso, bien vigilados. Por la Guardia Civil,
la Policía y la Justicia. Aunque, oh, maravilla, tampoco sorprende demasiado
que sean los nuevos actores de la comedia política, estos socialdemócratas
recientemente conversos a tal fe, quienes aspiran a controlar a los que deberían
controlarlos a ellos y a los demás, haciéndonos perder nuestra única esperanza.
Mal empezamos a la hora de pedir ministerios y competencias. Motivo suficiente
para no darles el gobierno. No está demás decir aquí que guardias y policías,
junto con el ejército y la monarquía, son las instituciones más respetadas y
valoradas por los españoles. Sé que esto molesta y solivianta a muchos, pero la
realidad es así de cruda.
— ¡Tenemos todos mucha pesombre, dejadme solo ante este toro y veréis qué faena le endiño! ¡Confiad en mí, que hay que echar a este gobierno como sea, poneos en nuestras manos, que algo se nos ocurrirá!
Desde luego lo que por ahora
se les va ocurriendo es poco tranquilizador, a pesar de lo variado y cambiante
de sus ocurrencias, aparte de buenas palabras, vacías por fingidas o por ajenas
al mundo real. En lo de echar a este gobierno podemos coincidir, ya que Rajoy no
se decide a echar lastre por la borda, a él el primero, y nos hacen perder toda
esperanza con la guinda simbólica de blindar a Rita Barberá, todo un suicidio
político en plena lucha electoral, muestra de sus mochilas, complicidades y
ataduras. En eso de acuerdo, pero si quieren echarlos a patadas para ponerse
ellos, su único programa real, no pueden pedirle a los españoles que les ayuden
a echarlos dando las patadas al gobierno en sus propios culos. Javier Marías
nos ilustra al respecto explicándonos que nunca debería uno decir que algo no
puede ir a peor. Esa posibilidad existe, aunque se vista de seda.
— ¡Asoma la patita por debajo de la puerta! ¡Ay, qué garras que tiene bajo las lanas ese corderito socialdemócrata! ¡Por Dios, qué dientes! ¡Y el que va de pastor se parece mucho a Otegui, el pacificador! ¡Quita, quita, que me la urden!
El comunismo, que ni los
alemanes hicieron funcionar, no debería esconderse pues no es malo per se,
porque predique cosas injustas, que no lo hace, sino porque olvida la
naturaleza humana, egoísta, parcial y tendente a poner por delante la propia supervivencia
y el bienestar de la prole y la tribu. Aunque nos llene de vergüenza que
hayamos tenido que levantar muros para que no entre nadie, tampoco debemos
olvidar la ideología de los regímenes que durante más de un siglo han tenido
que levantar otros para que los ciudadanos no se les escapen hacia el infierno
capitalista.
Hay noticias que nos hacen
regresar a la realidad, una realidad en la que un niño, en cuya visión del
mundo animal ha influido más Walt Disney que la National Geographic, es
arrastrado como merienda a la ciénaga por un caimán en Florida, en un parque de
Disney, su instructor. Si hubiera sido ilustrado de cómo es la vida y el mundo
real viendo documentales del Serengueti no habría ido a darle miguitas de pan a aquella hermosísima y descomunal salamanquesa tan simpática o a aquel osito Yogui con
unas uñas tan largas.
Esa visión romántica,
buenista y falsa del mundo y de la
historia nos hace también indefensos ante las continuas manipulaciones de nuestros
orates. Hay quien se ha criado con un poster del Che Guevara en la pared del
dormitorio, colocada allí por su padre, muy progre y concienciado. Tal vez si su
idealista progenitor hubiera leído más y mejor no hubiera dejado dormir a la
criatura al amparo de un asesino compulsivo, un pistolero que disfrutaba
descerrajando tiros en la cabeza a sus enemigos, como no dejó de contarnos
relamiéndose de placer. Con la Constitución de Cádiz, ocurre otro tanto, pues
entre otras lindezas regateaba la ciudadanía a los españoles descendientes de
africanos (es decir a los tataranietos y choznos de los esclavos negros que
allí llevamos), que eran de los pocos que en aquellos momentos de
descomposición del imperio español estaban de nuestra parte y luchaban a
nuestro lado contra los que allí tampoco los consideraban iguales. Ellos y
nosotros perdimos. Sin embargo, La Pepa nos consideraba justos y benéficos, con
obligación de ser felices. Con las dos repúblicas ha ocurrido igual y la
ignorancia y la parcialidad han querido hacerlas pasar por algo mucho mejor de
lo que fueron.
Me considero un escéptico, un
descreído, con un ligero baño libertario y anarquista, pero no del de poner bombas,
sino del de temer como a vara verde a la abusiva intromisión del estado en
nuestra vida privada, el de abominar de ese afán ultrarregulador de tenerlo
todo establecido, reglado, legislado y, a ser posible, prohibido. En eso no sé
si temer más a unos que a otros, pues es síntoma de totalitarismo de ambos
extremos.
Claro está, tras lo dicho,
que habrá que votar con la nariz bien tapada, pues en esta ocasión ni me
planteo quedarme en casa, ni lo aconsejo. Imposible estar de acuerdo con el
pasado ni con las intenciones que vemos en los partidos y, aún peor, con las
que se ocultan, aunque se traslucen. Es penoso el nivel de las propuestas,
improvisadas, oportunistas, reñidas con la realidad en su mayor parte, unas por
irrealizables, otras por no ser deseable su realización, y con un tufo de
falsedad, de ocultamiento y de manipulación demagógica en casi todos los casos.
Ahora bien, una vez tapadas las narices, habrá que decidir si nos huele peor el
robo, la mala administración o el asesinato, si nos repugna más Bárcenas u
Otegui y los de Hipercor, Chaves o Chávez, la policía o los que parten la cara
a un oponente político, incendian coches y contenedores o rompen escaparates. O
si queremos dividir el país en trocitos para mayor abundancia de cargos que
repartir o intentamos apoyar a quienes claramente lo defienden unido. Si damos
por bueno que unos okupas de la cuerda se instalen en el piso vacío que no
conseguimos quitarnos de encima, quien lo tenga, y de paso les pagamos a escote
la luz, el agua, el teléfono y el aire acondicionado como en Barcelona. Con un
par. Yo aspiro a llegar algún día a no mantener sinvergüenzas, ni de arriba ni
de abajo, ni de diestra ni de siniestra, que en todos sitios los hay. Y los habrá.
Al final, habrá que dejarse
las pesombres para mejor ocasión y considerar si en los partidos que se nos
ofrecen, y que unos intentan destruir, no habrá algo bueno que valorar, que
creo que sí. No existe una diferencia entre vieja o nueva política, sino entre política
y mercadotecnia. También veo necesario recompensar a los que, teatros aparte,
han intentado llegar a acuerdos, PSOE y Ciudadanos, algo que se nos dice que pidió
y pide la sociedad. Otra falsedad más. Hay votantes y partidos que tienen tanta
voluntad de acuerdos y equilibrios como un agujero negro.
Para mí está claro en esta
ocasión que, salvo sustitución de sus cúpulas, me resulta imposible confiar en
dos de ellos, empezando por las afueras a diestra y a siniestra de la oferta,
es decir, PP e IU-Podemos. Me quedan, con sus virtudes y defectos, los dos del
centro. Haciendo cuentas con los restos, según nos manda la ley d’Hont,
sopesaré la utilidad de mi voto, para intentar que no gobierne gracias a él ninguno
de los partidos que más me desagradan.
Que el Señor nos ilumine,
hermanos.