jueves, 6 de diciembre de 2018

Epistola constitucional, nostálgica y descojonatoria



    Compro varios periódicos, leo algunos artículos en ellos y en la prensa digital y después paso a ver en directo los actos que celebran en el Congreso de Diputados el cumpleaños de nuestra ley principal. Cuando, hoy hace cuarenta años, se aprobó esta Constitución en referéndum yo estaba en la Coruña haciendo el servicio militar. Entonces era penosamente obligatorio para los que entre nuestras muchas virtudes no se encuentra la de ser aguerrido y marcial.
    Tuvo el respaldo del 87,78% de los españoles, es decir, casi de todos. En algunas regiones la aprobaron con mayor entusiasmo, como en Cataluña, donde obtuvo el 90,5% de votos afirmativos; en otras algo menor, como entre los vascos, con sólo el 60,91, o en Castilla-La Mancha, con el 84,3, también algo menos de la media.
    Cierto es que en ese referéndum no se planteaba por separado la opción entre monarquía o república, aunque su texto expresamente pedía veredicto de respaldo  o de rechazo a una constitución que, tras 36 años de dictadura, tendría al rey Juan Carlos y a sus sucesores dinásticos como Jefes de un Estado llamado Reino de España. Miente cual bellaco, pues, quien dice que al rey nadie le ha votado, pues más del 80% eligió votar sí, pudiendo haber votado que no a esa Constitución, y con ella al rey. O aprendieron a leer después o entonces apoyaron lo que hoy rechazan, que ambas cosas entran dentro de lo posible pues así andan las mentes.
    Es error común al encarar el pasado el enjuiciarlo con ojos de hoy. Eso lleva a disparatar al hablar del descubrimiento y colonización de América, la toma de Granada o las guerras de Flandes o de Sucesión, la que llevó a cambiar Austrias por Borbones, por poner unos ejemplos. A veces ese prisma turbio y deformador que es la ideología amarga o agría épocas pasadas que no lo fueron tanto según los criterios del momento en que se vivieron o, errando igual, las dulcifica, como ocurre con la II República que ahora algunos quieren reinstaurar como fase democrática, feliz y tolerante de nuestra agitada historia. No lo fue. Una buena muerte a veces sirve para justificar una mala vida, como ocurre con Companys. Ahí entra eso que han dado en llamar Memoria Histórica, algo que busca imponer la memoria de unos a las de todos, pues no existe una memoria colectiva, sino muchas individuales y ninguna de ellas es totalmente verdadera. Eso sí, hay miles de libros, también dispares, siempre mejores que un relato oficial único elaborado por una parte. Consúltense y no se adoctrine.
    En los ’60 y ‘70 vivíamos en una España en la que, para empezar éramos jóvenes, que eso hace mucho, pues la memoria, también la propia, es selectivamente olvidadiza y filtradora de disgustos y reproches. En ella convivía lo cutre con lo ilusionante, la censura torpe y cerril con el ingenio para esquivarla, hoy escaso o nulo cuando el abanico es de 359 grados. Debatimos los límites del humor, que no debería de tenerlos, aunque sí cabría exigir la inteligencia y mesura de un babuino a quien se dedica a ello y a quienes jalean a algunos candidatos al premio encefalograma plano a tal arte. Se daba en aquellos momentos la paradoja de la total falta de libertad en unas cosas, cierto que las más serias, mientras que otras, que constituían el día a día para los más, discurrían dentro de un creativo y jubiloso desmierde parecido a la acracia, hoy inconcebible. Pocos años después podíamos ver a Gregorio Peces-Barba presidiendo una sesión del Congreso mientras se fumaba un Cohibas de a palmo de los ques les enviaba Fidel Castro. Una época menos correcta, pero más vital y desinhibida,  que ahora parecemos episcopalistas. Lo cierto es que entre todos cambiamos a mejor un país, que heredamos con más esperanzas que logros, con menos activos que pasivos, y que hoy resultaría irreconocible a gran parte de los niñatos que mejor dedicarían el tiempo a leer que a desmerecer lo que hicieron sus padres y sus abuelos. De él se quejan y de sus bondades disfrutan. El mundo que estos novicios ingratos, bisoños y airados, están haciendo o que sin muchas concreciones dicen desear, desdibujado e inquietante producto de sus sueños nebulosos, —que yo, aun deseando vivir muchos años, espero no tener que llegar a padecer—, les va saliendo peor. Produce más miedo que esperanza. Que lo sepan.
    Alguno ha llegado a decir que los viejos no deberíamos votar. A ellos —a los totalitarios impresentables que dicen tal cosa, no a mis coetáneos— me refiero en gran parte en este escrito, con desprecio condescendiente pero radical y fundado. La verdad es que las de abuelos y padres son generaciones que estos finos analistas que rondan el poder se saltan en su visión de España y su historia reciente, salvo para recriminarles que la herencia recibida les parece poca. Es para ellos un vino agriado con regusto a moho, de garrafa, pero que beben hasta las heces y más que hubiera. De su propia añada, mimada y afortunada cosecha humana, producto de un majuelo excepcionalmente bien regado, cuidado y abonado, aunque sin tutores ni guías que les hubieran permitido crecer derechos y que ha quedado a medio sarmentar, (¡Ay, las leyes de educación!), saltan a la de sus bisabuelos y allí, en aquella guerra lejana, parecen encontrase a gusto, pues malos catadores les han llevado a apreciar mucho los rasgos varietales de la violencia y el sectarismo que entonces arrambló con todas las viñas, las de los unos y las de los otros, aunque sólo conocen tal vendimia por un posgusto que les han contado, que no catado.
    Muchas cosas hay que mejorar, que siempre es así la vida, pero la ingratitud unida a la ignorancia es cosa perversa y engañadora que me resulta insoportable. A estos semijóvenes ariscos y desagradecidos que ahora toman el mando me refiero, engreídos hasta la médula, bastante incautos, poco eficientes, escasamente leídos y nada tolerantes, que hablan del régimen del 78 como un fracaso, algo que me resulta insufrible. Entre ellos, los que han  tocado pelo gubernamental o municipal por vez primera, también van haciendo sus pinitos en el nepotismo y corrupción de sus antecesores de todas las sectas políticas. Dejo a salvo de mis recelos a la generación posterior a la de estos falsos profetas, la que debería haber empezado a trabajar hace unos años, sin duda la más perjudicada por los errores  y abusos ajenos. Entre todos conformamos una masa humana desconcertada, que da palos de ciego, airada, que busca enemigos por las esquinas y en la que todo el mundo es minoría a la que se ha convencido, para su mal y el de todos, de que es víctima de algo o de alguien, siempre en espera de reparación. Entre ese revoltijo humano que antes llamaban súbditos, luego el pueblo y ahora la ciudadanía, que cada vez queda más fino pero al que se le engaña igual, aparecen muchos abuelos, hoy revolucionarios con garrota, que eso no quita, intentando ampararse en un piadoso olvido acerca de cómo hicieron o dejaron de hacer la revolución cuando de verdad hubiera sido meritorio y necesario hacerla, no ahora, con carácter retroactivo, evidenciando ser gente con menos vergüenza y coherencia que arrojo y sentido común. La revolución rejuvenece mucho, deben pensar, aunque sea de la señorita Pepis en las mesas del casino provinciano o en el pub de moda. Llega a resultar patético cuando es algo sobrevenido y ambiental, venerable cuando auténtico y sustantivo, que te conocí ciruelo.
    Vuelvo con mis reflexiones al Congreso, donde veo sentados entre el público y juntos a los hijos de Adolfo Suárez y de Santiago Carrillo, hoy amigos, como en las Cortes de la época se sentaban como diputados o senadores La Pasionaria, Carrillo o Alberti, entre otros a los que Franco hubiera fusilado a gusto si hubiera podido. Algunos estaban recién regresados del exilio, del de verdad, no de ese con que algunos abrazafarolas desprestigian y envilecen esa noble palabra, cosa que han perpetrado con otras muchas, como preso político, mandato popular, pueblo catalán o la misma democracia, cosas que no conocen ni respetan.
    Nos recuerda la presidenta Ana Pastor en su brillante y emotivo discurso el talante democrático y conciliador de los encargados de elaborar el texto constitucional ahora hace cuatro décadas, con tres de ellos aún vivos y presentes en el acto, poseedores de esas raras virtudes que compartían con los demás representantes políticos que dieron lugar a la única constitución española que no fue sólo de una parte. Como ella no podía decirlo, que no era ocasión ni momento de reproches, añado yo que esos verdaderos hombres de estado, tal vez espoleados por el escarmiento, tan avergonzados de la miserable y fratricida guerra civil en que habían participado como orgullosos están hoy sus herederos de una versión épica y endulcorada que les han contado, atesoraban una gran generosidad y patriotismo, sentido común y lealtad, junto a una inteligencia que contrastan de forma abismal con la indigencia intelectual, ética, incluso democrática, con que muchos de los actuales líderes y lidercillos políticos nos avergüenzan a diario. Asombrado de la corrección y compostura de los asistentes al acto reparo en que hay algunos que, como Rufián, han colaborado decisivamente para que fuera una celebración decente y digna por el simple expediente de no acudir, cosa que se les agradece. Se les echa hoy tan poco de menos como normalmente demás.
    Don Santiago Carrillo era a la sazón, en los inicios de la Transición, secretario general del Partido Comunista de España, que así se llamaba por aquel entonces: español, pues aún no les daba vergüenza ni asco citar el nombre de su país, como le ocurre a Iglesias y a otros vendedores de humo y rencor, que resucitan sin embargo la palabra patria, en el sentido en que la usan los dictadores caribeños, tan de su gusto. Esto era así justo cuando La Vanguardia dejó de llamarse española, ya que los sucesivos condes de Godó, Grandes de España y dueños de ese periódico editado en Cataluña, siempre se dejan llevar por los aires dominantes cuando no suponen riesgo para sus rentas. Fueron aquellos comunistas los únicos antifranquistas reales durante el franquismo, cuando serlo era cosa de riesgo y de mérito, cosa que no se les recompensó en las urnas como merecían. Yo voté al Partido Comunista de España en aquellas elecciones, cosa que hoy en día no volvería a hacer ni harto de whisky. También es cierto que ese partido histórico merecía hoy haber tenido mejor suerte que acabar diluido en ese conglomerado amorfo y populista de las mareas de Podemos, pues el PC siempre ha sido, como toda la izquierda, muy hábil en hacer lo que menos les convenia, a ellos y a todos, con eternas discusiones teológicas, riñas y purgas internas, facciones y disidencias, como se nos cuenta en la vida de Bryan. Ellos fueron prácticamente los únicos antifranquistas, aunque ahora todos presumen falsamente de haberlo sido, algo que entonces tenía sentido y no era, como hoy lo es, una pose tan estupenda como anacrónica. En 1978, en los inicios de esa Transición que atacan hoy quienes no la vivieron pero se benefician del éxito compartido de traer la democracia, que si de gentes como ellos hubiera dependido aún andaríamoa a tiros, decía don Santiago que había que abandonar enfrentamientos estériles, no perderse en irreconciliables discusiones ideológicas para centrarse en los verdaderos problemas de los españoles. A mí me da nostalgia tener que envidiar el pasado, aunque para eso está la nostalgia, tanta como vergüenza, (que también está para las ocasiones), debiera darles a los sucesores de Carrillo el dedicarse a predicar y a hacer precisamente lo que su más lúcido y escarmentado antecesor señalaba como un gran error. Nunca se les ha dado bien eso de aprender del pasado, algo imposible cuando se maquilla a gusto del potencial aprendiz.
    Tan generosa es nuestra Constitución, a mi entender en exceso, que ha permitido que en el Parlamento nacional y en los autonómicos se sienten personas y partidos que se sitúan claramente fuera de ella, llegándose al disparate de no poner freno ni siquiera a los que, amparados en esa misma ley que establece y legitima su cargo y su mandato, utilizan ambos poderes delegados para vulnerarla a su antojo, llegando a perpetrar en Cataluña algo que si no fue un intento de golpe de estado, desde luego fue de lo más parecido. Los jueces dirán, que todo lo demás sobra.
    La convivencia democrática, basada en el respeto a quien piensa distinto, incluso al que no piensa, nos obliga a sufrir en las instituciones presencias que no nos agradan, incluso que nos ofenden. Pero están allí gracias a los votos de los ciudadanos que los eligieron. Ellos sabrán, que cada votante se siente bien representado al parecer, pues no hay perro que no se parezca al amo. Pero no todo el mundo actúa igual ante personas, partidos y situaciones parecidas o idénticas, que grandes son las tragaderas que proporciona la ideología, lo que evidencia que algunos presumen de demócratas sin serlo. Conviven, abrazan, aplauden o votan a partidos con posturas xenófobas, que quieren imponer nacionalismos ombliguistas y excluyentes, grupos que son realmente una derecha extrema agazapada tras una bandera regional tuneada, para muchos más simpática que la nacional, y que resultan ser los únicos neofascistas con mando en plaza en la España actual. Tampoco hacen ascos a antiguos terroristas o a quienes los defienden o justifican aun hoy, siempre dejando claro que abominan de las dictaduras de derechas, algo en lo que coincidimos, aunque ellos adoran y añoran dictaduras de la zurda o siniestra cuerda, la suya, expulsándonos a muchos de la izquierda, llegando a incorporar en sus listas de forma infame a algunos acreditados asesinos, haciendo imposible con esas y otras cosas que muchos les votemos. Hay que tener cuajo. Eso es una de las cosas que nos separan, que nos hace paralelos, pues nunca llegaremos a encontrarnos. Estamos en trincheras distintas.
    No esperaban reacción ante estos disparates y ahora se alarman de que aparezca en respuesta a su propio extremismo un grupo de derecha radical, un espejo en el otro extremo con propuestas simétricas y equiparables a esas que ellos habitualmente vienen defendiendo o apoyando. Cierto es que viniendo de la izquierda todo parece estar bien para ellos. Como venían llamando fachas al 80% de la población y extrema derecha a toda persona o grupo más centrado y razonable que ellos, se les acabaron hace tiempo los calificativos, pues salvo ellos mismos en su mismidad, todo era despreciable e ilegítimo.
    Tienen el problema muchos de que sólo pensar ya les duele, lo que les aleja de la realidad, desoyendo los consejos de Santiago Carrillo. Su sectarismo los aísla y mantiene inmersos cada uno en su nube y en su burbuja social e ideológica, centrados en sus fobias y en sus dogmas. En lugar de ver qué han hecho mal, que es mucho, tocan en sus campanas a arrebato antifascista y llaman a los más manipulables, muchos de ellos aún con la mochila de la escuela a la espalda, a salir a las calles a “luchar” contra un resultado electoral que no les gusta. Espero que no se tengan que arrepentir, aunque es disparate que los retrata definitivamente como totalitarios. Lo son tanto o más que los que les alarman ahora, los de VOX. Mudas han tenido esas campanas ante envites, más graves por reales y viables, a la ley, la convivencia y la igualdad. Ahora pagan en las urnas andaluzas su silencio y su complicidad ante esos desmanes. Y se avecinan muchas elecciones, de ahí su cara descompuesta y su histeria.
    A ver si aprenden, se ocupan de lo preocupante y perentorio y se dan cuenta de que lo que a ellos les parece principal, el dominio ideológico, para una mayoría es irrelevante. Cuando llega fin de mes y muchos no llegamos a él, cuando nuestros hijos o no tienen trabajo o se les paga miserablemente, cuando vemos que estos revolucionarios de salón se muestran incapaces de superar los listones éticos que cacarearon para los demás, sembrando un campo de minas que pocos españoles, y ellos menos, podrían cruzar sin grave riesgo, lo que menos nos preocupa es una momia, una cruz y un valle, la redaccción de una novela histórica apañadita a sus gustos o elegir a uno de ellos como Jefe del Estado en lugar del rey. Evidentemente este rey es mejor que ninguno de los que estos oportunistas preferirían. Lógicamente su visión es diferente a la mía, en ésta como en tantas cosas, empezando por el concepto de libertad, pues ellos reprochan al rey Felipe un discurso que yo le agradezco infinitamente, mostrando de paso la diferencia abismal entre su dignidad y peso político y la insignificancia de muchos de los que le atacan y quieren reemplazarle en el cargo.

    Descendiendo al nivel local, en Albacete han plantado por la efeméride constitucional una enorme bandera de España en un lugar muy céntrico, que la veo al doblar la esquina, y me alegro. Tres Eurofighter de la base aérea local sobrevolaron el acto. Hay veces que treinta cazas armados de misiles sobrevuelan nuestros tejados en prácticas rutinarias o en maniobras internacionales. Ayer, desviar para pasar sobre la bandera a tres de los que casi todos los días sobrevuelan la ciudad y su entorno es cosa que pareció a algunos injustificable dispendio, además de inusitado y molestísimo ruido. No digamos el gastazo de la bandera. Llegan a hablar de ofensa y provocación. Me han convencido totalmente sus argumentos. Sobre todo los de aquellos que me tienen acostumbrado a escuchar sus quejas sobre cientos de alcaldes y concejales cuya única función en algunos lugares, de  cuyo nombre no  quiero acordarme, es quitar banderas de España del balcón del ayuntamiento para poner otras no nacionales ni regionales, sino de partido, ilegal abuso que ofende y ataca a la mitad de sus conciudadanos. También ensordecía el volumen de los lamentos y su amargo disgusto por la derrochatriz práctica de Sánchez de usar un avión militar para irse a Castellón a un concierto con la peña o a una reunión a cien kilómetros, cosa ya rutinaria, a la que sin embargo  tal vez haya que aplicarle la misma justificación de que volarían de todos modos. Me han convencido todos los que habían hecho eso, es decir, ninguno de ellos. Y lo lamento, porque entre los que se han sentido molestos, incluso ofendidos por esta bandera nacional, hay algunos amigos a los que aprecio y respeto, incluso admiro las destilaciones de una parte de su cerebro. De esta otra desde luego no. Algunos de ellos también se opusieron con elocuentes argumentos a la conveniencia de que un edificio histórico ya adquirido por la ciudad se convirtiera en un Museo de Arte Realista con un abundante fondo inicial de Antonio López, algo que aún no he conseguido explicarme. Sólo barrunto que el problema es que no se les ocurrió a los que debería habérseles ocurrido. Cuando al pasar por la punta del parque vea esa hermosa bandera ondear, será una alegría para mí. Como lo sería poder ver desde allí ese museo despreciado por las fuerzas vivas de la cultura local. Quien no quiera ver bandera o museo siempre puede dar un rodeo.
   Muchos hay en España, entre ellos yo, esperando poder votar a un partido razonable, humano, justo, sensible a los verdaderos problemas de los ciudadanos, exigente con los fuertes y protector de los débiles, defensor de la igualdad de derechos y de oportunidades, pues no sé de otras; uno que no venda esos derechos para dar a unos privilegios y a otros olvido en función de las rentas electorales o a cambio de permanecer en el poder, que no intente controlar la justicia, que priorice una educación de calidad y no adoctrinadora, una sanidad universal; alguien que sea lo suficientemente capaz como para no necesitar cien asesores, su pareja entre ellos, gente austera que gaste el dinero de todos con cuidado y bajo mil lupas externas, que acabe con la despoblación de media España, alguien que piense en el futuro no en las próximas elecciones, que no fragmente a los ciudadanos en minorías enfrentadas por identidades, agravios y victimismos imaginarios, que piense y me hable del 2040 no de 1936, que si quiere una historia propia escriba un libro, que sepa que sus fobias, sus fijaciones, sus memorias, sus olvidos, sus rencores y sus dogmas heredados del abuelo son cosa únicamente suya que debe sufrir en silencio o ir al psiquiatra, no pretender imponerlas a un país que no es suyo ni de los suyos, que asuma y enseñe a su banda a asumir que nadie les debe nada, que no exija a los demás una decencia de la que carecen, que no den ni pidan certificados de buena conducta, que no nos llamen fachas o rojos peligrosos a los que pensamos distinto a ellos, o simplemente pensamos... Y así tantas cosas, creo que asumibles y deseadas por una mayoría y que pueden resumirse en pedirles que no nos tomen por tontos. Por eso no he votado en algunas elecciones. La corrupción es perversa. La ineficacia y el derroche son demoledores. El postureo es la guinda. 
   Si alguien conoce un partido así, aunque sea lejanamente parecido, por favor, infórmeme. Absténganse alborotadores, profetas, contables sin corazón, pacifistas violentos, ecologistas en 4x4, maltratadores de perros, amigos de asesinos, gurús, calvinistas, meapilas o comecuras, desequilibrados, nacionalistas, gentes que sólo hayan leído un libro o que no les guste la música y el arte en general, integristas varios, violentos, equidistantes, melifluos, buenistas ni malistas. Cuando se presente San Francisco de Asís me avisan, por favor, y mientras no hagan tanto ruido.

Vale.