Vivimos unos tiempos en los que no faltan los que presentan
las diferencias políticas, las ideologías opuestas, hoy o líquidas o
enquistadas, como una lucha entre el bien y el mal. Nada más y nada menos que
el maligno infiltrado en los parlamentos, los partidos y los departamentos
universitarios. Incluso se dan los belcebuses a vistas por el Facebook y por
la barra de los bares, que hasta Lucifer se pone al día y alterna. Por eso hoy, para los semovientes
de pensamiento talibánico, que solo se diferencian de los de Afganistán en que
no llevan turbante, no hay discrepancia menuda, pasable, algo sobre lo que
quepa el debate. No se trata de que no estemos de acuerdo, que para ellos eso sería de
aplicación al elegir la marca de cerveza, y no en todos los casos ni regiones; se
trata de algo más grave. Para muchos todo es cuestión de principios, a pesar de
que no dan muestras de tener ningunos que sean activos, quiero decir operantes,
no teóricos, que de esos, en realidad homeopáticos y aguados, dicen tener muchos
y firmes. Y los principios no se negocian. Las ideas ajenas nos llevarían a los
infiernos, dice el dogma y repiten ellos a los demás. Y allá cada uno con su fe
y su imagen de tan inhóspitos lugares.
Llevadas las cosas a esos extremos irracionales y
fanáticos, cada discrepancia, cada opción equivocada, según el gusto o la moral
del predicador, es un escalón que nos acerca un paso más a los avernos. Estos
escalones tan peligrosos, que además no tienen vuelta atrás, pueden referirse a asuntos que a una persona normal, no fanatizada, le parecen opinables,
incluso nimios. Pero para los integristas no lo son. Todo es grave, decisivo,
revelador, hay que recitar a coro un credo sin fallos, sin errores, sin dudas. A
base de progresar, hay quien ya va llegando a la edad media. En su doctrina
entra desde la visión de la historia y la selección de sus episodios más edificantes,
la postura ante las innúmeras identidades en las que los orates de estas nuevas
sectas dividen a la sociedad para enfrentarla, pasando por el amor, odio o
indiferencia ante la bandera, ideas sobre la estructura territorial y la unidad
del país, los separatismos, postulados sobre los trans, la inmigración, la
educación, el mérito y el esfuerzo, la caza, los toros, el gasoil, las zonas
peatonales, los moros y los cristianos, la carne, que es tan débil como
indigesta e insostenible, y así un listado omnicromprensivo y totalizador que
culmina con la peligrosa, por definitoria, simpatía por el Real Madrid o al
Barça. Un buen creyente no falla a ninguno de esos palos. O eres de los
nuestros o de los otros, del enemigo. Sin matices ni tibiezas. No hay pecados
veniales es estas nuevas religiones.
Como eso es un sinvivir, a falta de un buen confesionario
donde conseguir una absolución tras las inevitables caídas, hay un elemento determinante y previo
que alivia y diluye esas exigencias: basta con adherirse a ellas de palabra,
repetir el credo, defenderlo a garrotazos si es menester, negarle al oponente
cualquier astilla de la razón y su lugar en el cielo, a la izquierda del Padre.
Por eso, que no cunda el pánico, parroquianos. Se trata de una moral teórica,
que a nada nos compromete. Basta con defender ese catecismo donde se tercie, pues
la escenificación, el gesto adusto e indignado y la verborrea son suficientes.
Con esos afeites éticos ya se mantiene el tipo, se cumple con el dogma y con la
parroquia. Se trata de no perder el barniz, que la carcoma no se ve tras estos
ornamentos. No hace falta, pues, llevar a la práctica esos principios y normas
que con tanta pasión se defienden. Los tratantes de ganado, vendiendo un burro
o una yegua, se mienten, pero no se engañan. Como todo está inventado, volvamos
al guardar las formas victoriano. Esto no se dice, esto no se hace. Nene, caca.
Al menos en público. Luego ya cada uno se las organiza.
Siendo así las cosas, cuando se establecen o declaman
normas y guías de conducta —que vienen a ser actualizaciones ampliadas de
aquellos libritos sobre las buenas maneras en la mesa y en los salones, una
segunda naturaleza para cuando estaban en público— se trata de límites y
obligaciones que solo se impondrán a los demás. Y, al saberlo, no hay límite a
la exigencia. No es necesario sentirse concernido por esos baremos que pedimos
a los otros, sean el vulgo o los de arriba, mientras estemos abajo; para
nosotros, los buenos, los santos, los profetas, no hay barreras ni listones.
Nos salva la fe. En realidad, es una discusión teológica muy antigua, si salvarse
por la fe o por las obras. Unos se consideran salvos dándose golpes de pecho en
la capilla del santo de su devoción o entonando los salmos adecuados; otros perorando
sobre la maldad ajena, una malignidad que a ellos no puede afectar. Su santidad
será tanto más excelsa cuanto mayor sea la maldad con que consigan caracterizar
al hereje, en este caso enemigo político. La perversidad del adversario puede llegar a ser nuestro único programa político. No hace falta más. Porque puede ser que obremos igual. Incluso
peor. Pero no es lo mismo. Nosotros lo hacemos porque ya nos toca, por
necesidad, por descuido, casi a disgusto, por un perdonable error, no como
ellos, por vicio, porque es su naturaleza. Nosotros somos los elegidos y Dios
sabe por qué hacemos las cosas; nuestro reino no es de este mundo, que todo se
andará, y la justicia terrena nada tiene que decir al respecto. Cuando actúa
contra nosotros es una justicia fascista, una marioneta en manos de las fuerzas
oscuras, esas fuerzas del mal que ya perseguían y condenaban a nuestros
bisabuelos, como nos han contado en casa.
Los partidos más pintureros, sepulcros blanqueados, son las
actuales órdenes reformadas, siempre de vuelta a la pureza de los orígenes, siempre en greña
unas con otras. Para un franciscano nada hay peor que un jesuita, y un dominico
como Dios manda, por un quítame allá esas pajas doctrinales, llevaba si podía a
los otros dos al brasero. Es una mezcla de vuelta a Torquemada y a Trento, al
May Flower y al Index Librorum Prohibitorum, pero en moderno, en progresista,
que no hay palabra peor usada hoy que esta, y mira que sufren maltrato casi
todas. Claro que los hay, muchos y dispersos, en su mayor parte anónimos, pues
no suelen ser los que con más énfasis dicen serlo. Como suele ocurrir con todos
los elogios autootorgados, dime de qué presumes. A la mayoría de los que
fatigan esa palabra en cada frase no se les conoce invento, idea o aportación
personal a la sociedad que pudiera hacerles merecedores de ese adjetivo,
convertido en sustantivo, en marca, en la fachada hueca de un decorado. Se referirán,
si acaso, a la cercanía o pertenencia a un partido o gremio que sí haya
colaborado de alguna forma en algún momento al progreso económico o social. Y,
en ese caso, es un tipo de engallamiento muy similar al del que se siente
orgulloso del acueducto de Segovia. Se trata de la herencia y absorción de méritos
ajenos por ósmosis inversa o cosa así, pero no algo propio, pues el progreso
suele estar más asociado con el trabajo callado que con la oratoria vacua. Hay
muchos, los peores, que lo más grande que han hecho en sus vidas fue acertar en
el lugar donde nacer. Entonces, su madre al romper aguas les transfirió una
superioridad que emanaba del terruño, de sus cerros, de sus monasterios y de su
historia legendaria, de sus vinos y ratafías y, si la hay diferente, de su
lengua. Prefieren ser viperinos que bilingües. Y así les va, aunque siempre
encuentren quien les defienda, con gran menoscabo de la credibilidad de muchos
discursos éticos que mantienen una dudosa relación con la justicia y la igualdad.
Para entenderlos y aquilatar su virtud no conviene limitarse
a seguir sus sermones, a dar por buenas sus etiquetas y profesiones de fe, que su palabra es vana. Y barata. Con
uno que hayamos escuchado a cada parroquia ya es suficiente, porque no suelen
tener más discursos. Lo mejor para enjuiciar —para calar, por hablar con
propiedad— a sus obispos y a su doctrina, es recurrir a Chesterton, un maestro de las
paradojas. O a Pitigrilli, un humorista serio que no le va a la zaga. Este
último basa y dedica su literatura y su humor a desenmascarar con elegancia similares conductas y prestigios, edificados en los solares de la impostación, la falsía y el
engreimiento. Estos vicios eternos y ubicuos son fácilmente detectables en los
casos que nos ocupan, pues nada han inventado, ni siquiera sus errores, sus
contradicciones ni sus falsas promesas. Son unos vividores que a veces las tempestades
hacen recalar en las playas de esta industria en que ha degenerado la política,
poco exigente hoy en inteligencia ni en virtud.
Así, los vemos caer en sus propios cepos, en los hoyos y
trampas cavados para atrapar a otras presas. A veces los vemos bracear intentando
escapar de las telas de araña tejidas para cazar al oponente, o intentando pasar
encorvados por debajo de listones que marcaban el nivel de exigencia que aplican
a los demás, muy lejos del alcance de los propios prescriptores. Otras veces, como en
Sicilia, bailan tarantelas para intentar expulsar los venenos de arañas que solo a
otros deberían picar, aunque a veces los bailes precipitan el desenlace fatal,
más que desactivan ponzoñas, tal vez porque procedían del propio organismo. La
cumbia valenciana del yo sí te creo, abusador, con risas tan falsas como patéticamente insoportables, resultó la puntilla oltráica. ¡Ay, Valdoví! Siempre quedaría el indulto, si es que la
justicia encuentra algo punible, que no siempre la indecencia ni el engaño
encuentran castigo legal. El peor castigo para la señora Oltra será recibir el mismo tratamiento que ella perpetró con sus enemigos políticos. Cuando vea que sus propios compañeros le van dando la
espalda, incluso alguno diga no conocerla, y dejen de contar con ella para
nuevas novedades, renovaciones e intentos de resucitación, verá que la
política, como la vida misma, es muy cruda y que no basta con haber regresado antaño
con una buena pieza de una cacería, término tan utilizado en la política como
en las sabanas de Tanzania. Y que, con su comportamiento, ha apuntillado un discurso vidrioso
e impostado, pues antes de creer a nadie la recordaremos a ella.
El viejo chiste marxista-leninista: “Compañero, te voy a
hacer una autocrítica” señala algo que siempre se exige y se ejerce en casa ajena. Estamos a la
espera de tales signos de vida inteligente en las propias, ya desde hace
demasiado tiempo. El CIS aún publica periódicamente estudios acerca de los
temas que interesan y preocupan a los ciudadanos. Confrontar esa lista de valoraciones e inquietudes con los programas y manías de los partidos podría ser un buen punto de
partida para la reflexión. Hemos perdido y nadie sabe cómo ha sido. Y ha vuelto a pasar. No basta con el recurso al miedo, con el yo o el caos. En la
agenda “progresista” aparecen muchos temas de postín ideológico sectorial que
importan un pimiento a la mayoría de los ciudadanos, cosa demostrada una y otra
vez, a pesar de su insistencia cansina y crispada. Pero el ahora o nunca los
lleva a meterlos con calzador en el debate y, cuando pueden, en el BOE. El propósito
declarado, su afán evangelizador, es conseguir que los ciudadanos se interesen
y preocupen por lo que a ellos les obsesiona, divide y entretiene. Algo positivo
han conseguido de forma indirecta, aunque sea que en masa se considere que uno
de los principales problemas que padecemos son precisamente ellos, esta clase
de políticos, estos que confunden al pueblo con unos de su pueblo. O de su
parroquia. Y que, lejos de solucionar los problemas reales, crean otros nuevos,
a veces insolubles, y menos por ellos, algo que tampoco les preocupa demasiado.
Otra paradoja, otra contradicción, es la manifestación anti
OTAN, con autobuses y bocatas para acarrear fieles de provincias, organizada en
parte desde una Secretaría de Estado del ministerio de Belarra, es decir, por el PC, pues Enrique Santiago también es Secretario General de ese histórico partido, hoy reducido a un ente ectoplasmático que parapetado en el gobierno urde y opera procurando no
darse a vistas, mientras reprocha a Feijoo o a Juanma Moreno que no exhiban con
ostentación la marca del PP, un lastre, según ellos. Manda cojones. No veo yo a
Yolanda ni a nadie de los que quiere suyos exhibiendo la corbelleta y el martell.
Ni nombrar al partido por antonomasia. Putin no es ningún contrapeso
progresista a los desmanes occidentales, como parecen creer estos personajes
del PC que organizan manifestaciones anti OTAN desde el despacho de la
subsecretaría. Eso, si acaso, se hace desde fuera del gobierno, que así no solo
no cuela, sino que al personal se le antoja demasiada contradicción, demasiado apego
al poder, siendo los principios algo, si no ausente, desde luego secundario. Lluis Rabell
hace esa y otras acertadas advertencias desde su blog, como viene haciendo con
otros temas peliagudos, con un discurso demasiado sincero y realista como para
ser visitado por la izquierda caviar, que no gusta de estas finuras, y menos cuando
salen desde dentro de la escasa izquierda aún pensante en ciertas alturas. Mejor leer desde la torre otras cosas
más acordes con sus limitadas y previstas destilaciones mentales.
Aunque hay muchos más dondedijedigos. Hemos visto ya demasiadas veces, como a Sánchez, un virtuoso del cinismo, y a sus socios, apoyos, acólitos y mariachis, defender con igual énfasis y rotundidad una cosa y su contraria. Lo que no era solo malo, sino perverso, inconcebible, se vuelve apropiado y conveniente si hoy les proporciona algún beneficio o ventaja. El engaño pasa de anécdota a categoría, a esencia. La conveniencia es una balanza en la que sus propios intereses hacen de fiel. Inevitable deducir que casi todo en ellos es mentira, que nada hay detrás, ni siquiera doble moral, sino total ausencia de nada que se le parezca. Lo acabamos de ver con la tragedia de la valla de Melilla. Las declaraciones de Sánchez sobre el "problema bien resuelto", difícilmente distinguibles de lo que viene tiempo diciendo VOX y otras personas y partidos, pueden ser ciertas o erradas. Pero cuesta digerirlas sin vergüenza ajena, pues no cabe esperar la propia por su parte, y es imposible asimilar en horas el cambio radical de discurso según de dónde soplen los vientos, según convenga. Pasó con los pactos, pasó con los indultos, el Sáhara y con todo, pues para él todo es reversible. Humo, palabrería, postura. Con la OTAN, con el caso Oltra, con el yo sí te creo, con los inmigrantes, con la venta y compra de armas, con los sediciosos catalanes, con el precio de la luz y la pobreza energética, la regeneración democrática, la independencia judicial, insisto, con todo.
Todos tenemos contradicciones. Pero no vivimos de ellas. Y
además, no somos presidentes del gobierno, ni ministros, ni liderzuelos de
partidos de virtudes menos reales que teóricas, ni aspiramos a serlo. Los que
sí lo son no dan la talla. En ellos, solo sus mentiras son grandes y cada vez
les van empequeñeciendo más. Superioridad moral dicen. Milongas. Dice Maite
Rico a propósito de Sánchez, aunque ya avisa que sería aplicable a muchos otros,
que "El problema de las personas amorales es que siempre van dos pasos por
delante, porque se saltan los límites (decencia, rectitud) que constriñen a los
demás"
Terminemos no cayendo en los mismos errores descritos y pongamos sobre la mesa que los aludidos no tienen el monopolio de esas miserias, que aquí el más tonto hace relojes. La incapacidad de reconocer aciertos o buenas intenciones al adversario es algo, por desgracia, generalizado y es un problema más agravado cuanto mayor es la cercanía o dependencia a los partidos, todos defendidos por sus parroquianos con razón o sin ella. Pero en esa guerra de trincheras ideológicas, aunque les pese y les sorprenda, la zona más habitada es la tierra de nadie y los votos que, en su mayoría, son prestados, hoy señalan que el hartazgo por la crispación, el guerracivilismo, el enfrentamiento fanático y los comportamientos sectarios, son algo mayoritario. Tanto como hacia la ineficacia, la estulticia, la parálisis y la ruina que les suelen acompañar.