Queridos hermanos:
Hoy, 25 de enero de 2014, día de San Bretanión, San Pablo y San Popón, varones de nombre sonoro y de aparato, cumplo seis décadas que, dicho así, parece menos tiempo. Como entré en una escuela hace 55 años y en ella sigo, aunque obviamente en otra, aprovecho tan fausta efeméride para abandonar los alpinos, las tizas y los catecúmenos, a sus padres y a sus madres, que Dios guarde, y abandono la industria de la educación, que en manos de contables dejo. Lamento no tener tiempo para quedarme a disfrutar de las excelencias del enésimo parto legislativo que un ministro del ramo alumbra a lo largo de mi vida como docente.
Hoy, 25 de enero de 2014, día de San Bretanión, San Pablo y San Popón, varones de nombre sonoro y de aparato, cumplo seis décadas que, dicho así, parece menos tiempo. Como entré en una escuela hace 55 años y en ella sigo, aunque obviamente en otra, aprovecho tan fausta efeméride para abandonar los alpinos, las tizas y los catecúmenos, a sus padres y a sus madres, que Dios guarde, y abandono la industria de la educación, que en manos de contables dejo. Lamento no tener tiempo para quedarme a disfrutar de las excelencias del enésimo parto legislativo que un ministro del ramo alumbra a lo largo de mi vida como docente.
No sé si esto es jubilación o huída; el caso es
que dentro de unos días pasaré a ser una carga para el Estado, después de que
él lo haya sido para mí desde cuando mi memoria alcanza. Espero que quienes a
partir de ahora deberán sufragar mi pensión con sus impuestos, antes de echarme
a mí la culpa de la ruina del país, causa de la suya, hagan cuenta de que yo se
la pagué con los míos durante 38 largos años, mes a mes, a sus abuelos o a sus padres. No se me escapa
que tal y como nuestros dirigentes reparten la caja, más seguro está el hoy por
mí que el mañana por ti, pero así soplan los vientos en las velas del barco de la hacienda del
reino. De ahí lo de pisar el billete.
Habiendo hecho mi trabajo lo mejor que he sabido
y podido, desde el primer día de septiembre de 1976 hasta el de la fecha, no he
llegado a sentir que sea el mío un trabajo especialmente valorado por la
sociedad. Por tanto, me voy con la tranquilidad de que, siendo algo
intrascendente y de escaso mérito lo que otros muchos y yo venimos haciendo
durante toda una vida, nada importante debe resentirse cuando dejemos de
hacerlo.
Una de las grandezas del cerebro humano es que es
impredecible, algo que supone la mayor diferencia entre una persona y una
cebolla o un boquerón. Por tanto no descarto la improbable y remota posibilidad de que llegue
a echar de menos mi trabajo en la escuela, porque sobrado tiempo he tenido para
satisfacer tales ansias. Por contra, estoy
seguro de que de otra forma muy distinta viviré la separación de los amigos con
los que he trabajado día a día, compartido alegrías y disgustos, quebrantos y satisfacciones,
aficiones, intereses y cafés. Es el lado triste del asunto, pues les voy a
echar de menos. Con su trabajo bien hecho han hecho fácil el mío, y no hay
palabras para agradecer la confianza, el apoyo, el mimo en muchos casos, con
que me han apuntalado, arropado y hecho posible que aguantara hasta estas
fechas. Pero habrá más propicios momentos y parajes donde encontrarme con
ellos, alrededor de un café, no de un problema.
El próximo día 5 de febrero, día de santa
Felicia, Santa Gadea y San Bertoldo, san Ingenuino, santa Águeda y san Adán,
primer día de mi vida contemplativa, quisiera reunir en un antro de perdición a
los amigos y compañeros de mis dos mundos: la educación y la música, para
presumir de los unos ante los otros, y viceversa. Si la cantidad y calidad de
los amigos que alguien consigue atesorar a lo largo de su vida es buena vara de
medir a una persona, sube a los cielos mi autoestima mientras hago la lista de
aquellos que no pueden faltar. Nos despediremos con música, arrullados por los
salmos que durante años hemos cantado en la ermita del abad Germán de Navarra y
en los más pintorescos e inusitados garitos, interpretados por los monjes que
han poblado mi convento, prolongado mis vigilias y puesto en compromiso mis
higadillos.
Allí nos veremos, hermanos, para que ese último
día sea ocasión de cánticos, buen humor,
antífonas y libaciones, que esto son cuatro días.
Lugar: “Chapó”. (Antes “Bossanova”, y mucho antes
“Crossroad”)
Calle Teodoro Camino
Día 5 de febrero a partir de las 5:30 o 6:00 de
la tarde.
Los más pendones seguiremos allí después de
cenar, hasta que la aurora de rosados dedos nos muestre el grado de nuestra
desvergüenza.
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