lunes, 21 de septiembre de 2020

Epístola discográfica

 

    Tengo muchos discos que compré por una sola canción. Sólo los grandes genios, escasos y de imaginación inagotable, se pueden permitir el lujo de sacar al mercado una grabación en la que todas las canciones sean buenas. De aquellos otros discos pequeños, de siete pulgadas, que había que poner a girar a 45 revoluciones por minuto, en gran parte de las ocasiones la cara B podría haberse dejado en blanco, lo que habría evitado gastos a la editora y vergüenzas a sus intérpretes, pues pocos temas publicados en ese lado merecía la pena que vieran la luz. Pero ahí estaban. De hecho, para efectos contables, eran canciones que se vendían en igual cantidad que el tema de la cara A, el que justificaba la compra. Era algo sabido y asumido: si querías tener una canción que apreciabas, tenías que cargar con el engendro que venía por detrás. Lo bueno es que no era necesario escucharlo nunca.

    En los programas de los partidos políticos ocurre otro tanto, aunque una vez elegidos te condenas a escuchar todos sus temas, incluso algunos que no venían en la portada. Todos menos el que te llevó a comprarles el disco y el discurso, que es la política un ámbito raro en el que escasea más el singular que el plural, pues de palabra no andan sobrados. Ya dijo Lincoln que un dilema era un político intentando salvar sus dos caras a la vez. Y no estar loco. Lo que no recuerdo es quién dijo que todos sabían en el gremio lo que habría que hacer, pero también que haciéndolo no se ganan las siguientes elecciones, único horizonte de los nefastos políticos que desde hace  ya demasiado tiempo tenemos  la desgracia de padecer. Viendo el percal, nos los merecemos. En el long play que ofrecen al mercado como programa, saben que tendría que haber, como poco, alguna canción buena, al menos que lo parezca. A ser posible pegadiza, bailable, que se pueda tararear y dar palmas. Escuchando los temas musicales que llegan a hacerse populares, un espanto salvo raras excepciones, vemos que no triunfan composiciones que requieran muchos conocimientos musicales, temas de difícil digestión, de esos que exigen una audición atenta a los matices, las armonías y el desarrollo de su melodía. Por el contrario, mal futuro tiene en el mercado una melodía que no se pueda silbar, y al final lo que a la fuerza nos llega y nos ofende a toda potencia desde la ventanilla del buga que pasa por la calle es una frase musical breve y ramplona, repetida machaconamente y acompañada por algo similar al tam-tam de una tribu de caníbales. Si cambiamos melodías por ideas políticas, ya tenemos la base de un programa con posibilidades de triunfar. Sencillo, directo, breve, mensajes asequibles sin muchas elaboraciones, pues se despachan más para ser repetidos como lemas que analizados como propuestas. La publicidad y el club de fans se encargan del resto.

    Todo programa político de entre los que se nos da a elegir como menú cerrado, o carne o pescado, tiene una cara A, un tema de posible éxito, y muchas caras B. Ya en Mary Poppins se nos cantaba que con una cucharada de azúcar la medicina atraviesa mejor el galillo, the medicine goes down. Habían ya inventado lo que llaman leyes ómnibus, en las que en una disposición transitoria o en un apartado agazapado al final del texto legal se nos endosa un apaño que poco tiene que ver con el enunciado e intención de la ley, en tales casos tramitada con urgencia, algo que en otros terrenos se conoce como metértela doblada. Los programas, todos, ya lo habíamos dicho, aunque defendidos con teatralidad y pompa, suelen consistir en una relación de brindis al sol, poco detallados y que a poco comprometen, varios temas de postín ideológico, carnaza para la parroquia, que de paso encorajine a la contraria, llevando el debate a temas a veces no sólo laterales, inoportunos o inconvenientes, sino surrealistas, distópicos y peligrosos. Nunca entran en la almendra de los temas, a veces ni en la cáscara de los vitales.

    Cuando con esos mimbres se intenta un mínimo debate, uno siempre se encuentra frente a esa cara A, ese tema apañado que se esgrime como escudo moral. La cucharada de azúcar que desarme al crítico y lo muestre en pelotas éticas. Ya están aquí los que se oponen a cosa tan noble y beneficiosa, dirán. De forma que el personal se la envaina y compra todo el disco, que incluye 11 canciones programáticas que van desde la inconveniencia al disparate. El sistema se replica como un fractal en cada una de las medidas estelares del programa. Contando con que no hay ninguna persona decente que se oponga a ayudar a sus familiares a dar una sepultura digna a quienes aún yacen en las cunetas, te endosan en el lote una novela histórica de encargo. Y la Historia puede ser muchas cosas, pero nunca un encargo al gusto del mecenas. Va todo en el menú. O lo tomas o lo dejas, no se te ocurra pedir que te cambien la pizza de piña o el revuelto de alacranes sobre lecho de brotes de bambú caramelizados por cosa más apetitosa, al menos digerible.

    Ni siquiera se permite, en aras de la corrección, opinar sobre la guarnición de cada uno de los platos del menú. El solo hecho de poner encima de la mesa el tema ya te retrata. Otro de la cáscara amarga. Asunto cerrado, todo es asunto cerrado, todos mis asuntos son cerrados y tú métete en los tuyos. Así llegamos al problema de que haya partidos, personajes y bandarras que se han apropiado de una causa, de un tema o de una bandera, al menos ellos lo intentan y los demás les dejamos que vayan escriturando. Hemos escuchado y leído que sobre un asunto nada tienen que decir ni aportar tales o cuales millones de ciudadanos. Incluso escuchamos a ciertos propietarios ideológicos preguntarse qué coño pintan esos en esta manifestación de nuestro tema. A partir de ese comportamiento fanático de autocomplaciente y falsa superioridad moral, muchos llegan a la conclusión de que llevan razón, de que presentado así el disco, con tanta farfolla de relleno ideológico, el tema les es ajeno, pues abundan los que ya dudan, incluso rechazan, cualquier tema sobre el que de antemano se haya descartado la posibilidad de discrepar, opinar y matizar.

    De esa forma, problemas que son de todos, o que deberían serlo, pasan a ser asuntos de bando. Mala cosa. El personal pensante, escaso y perplejo, ve esta partida de tenis con el cuello condolido, anestesiado el pensar por falta de riego ante tanto trasiego cervical: Para ti los okupas, para mí la memoria. Me pido el feminismo y la renta básica y te lo cambio por la bandera y la seguridad. Para mí los judíos y para vosotros los árabes. Oye, que los árabes andan flojos en eso del respeto a las minorías, a las mujeres y a la cosa del votar. Tú te callas, facha. Bueno, pues me callo, pero vuestro alineamiento más se parece al de Franco, que por él fuimos el último país occidental en reconocer al estado de Israel. Eran otras circunstancias y otros motivos, cosas del pasado. Ah, bueno, bendito pasado que igual vale para un roto que para un descosido, perdone usted. Oiga usted, buen hombre, ¿me puedo acordar de unos años antes del 36? Y unos cojones, que ahora estamos en lo que estamos. ¿Y si desenterramos a Franco y lo volvemos a enterrar, esta vez peor, antes de las elecciones? Krushev, por equilibrar las citas, decía que todos los políticos son iguales, prometen edificar un puente incluso donde no hay río. No dijo si era por distraer al personal o por la comisión, cosas no excluyentes entre sí. Ni entre mi bemol.

    En ese long play que nos venden hay mucho refrito, mucho revival. Andan los cimborrios hueros de inventiva y se recurre a reeditar antiguos éxitos. Algunos programas políticos son básicamente eso, The Greatest hits del 78, del 36 o de 1492, con las coplas antañonas y castizas o los romances a gusto del intérprete o del productor. Luego está la compaña. Es importante rodearse de buenos músicos, tanto más cuanto menos enjundia y tronío atesora el figura que pone su jeta en la portada. A veces son ellos, anónimos instrumentistas de estudio,  los músicos funcionarios que salvan el producto, que por eso seguimos vivos. Incluso se han dado casos en que en el estudio de grabación no había nadie más, que el artista era casi imaginario, como la chupa del dómine Cabra, que unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca precía negra, y desde lejos entre azul. Cuando los músicos son malos, no salva la cosa ni Santa Cecilia. Ni santa Tecla si santa Blao, patrona del flamenco. No hay milagros, ni aunque encuentren las castañuelas incorruptas de la cupletista de referencia para la peña. El único y verdadero milagro, viendo la inanidad y grisura de la dirigencia actual y las pasadas, desde hace muchos años a veces rozando o alcanzando lo criminal, insisto, lo milagroso es que siga saliendo agua por los grifos, se enciendan las farolas, se recojan las basuras y se cobren las pensiones. Toco madera.

    Sobre la compaña, habría que añadir para terminar, que muchas veces han sido las malas compañías quienes han manchado carreras y arruinado futuros. Les han llevado a la droga, a la alucinación y al desastre. Le pasó a casi todas las estrellas del jazz y del pop, desde Billy Hollyday a Joe Pass; de Janis Joplin a Jim Morrison. Esto se lo deberían hacer ver. A algunos, unos sentimentales, nos desanima mucho a la hora de elegir a quién votar el ver a un político en edad de merecer dando abrazos entre sonrisas a un reputado asesino o secuestrador en una herriko taberna de uno de esos pueblos podridos por los silencios cómplices, o invitar a dar charlas en la uni a un primate que dejó tetrapléjico a un policía y que, viendo cuán barato le salió y cuántos defensores le salieron, mala gente como él, asesinó a un señor que llevaba unos tirantes con la bandera de España, un facha. O ver torturar leyes en potro parlamentario para que la sedición ya cometida sea cosa menor y puedan salir a la calle entre vítores los golpistas posmodernos catalanes a terminar el trabajo, cosa que anuncian sin muestras de arrepentimiento. Hay precios muy altos que nunca se deberían pagar a cambio de unos sillones azules, compañías que descalifican y voces que desafinan en el amasijo coral que nos gobierna. A pesar de que algunos corifeos tengan una partitura con todos los compases llenos de silencios, cosa de agradecer pues, al menos, no añaden confusión. Hay discos que resulta difícil comprar, a pesar de llevar algún tema aceptable. No sé si están a tiempo de mejorarlo y no deberían ampararse en el hecho de que en las tiendas no se encuentre mucho que merezca la pena escuchar. No se debe tirar demasiado de las cuerdas, que los guitarristas sabemos que acaban rompiéndose, oxidadas por tocarlas demás, o quebradizas por no tocarlas nunca.

Vale.

3 comentarios:

  1. Voy a intentarlo de nuevo, Pepe. Lo de incluir un comentario. Te comenté que algo falla en mi ordenador porque algo que debería ser simple siempre acaba complicado e inútil —y voy a obviar referencias políticas—. Siempre me lo paso bien leyéndote; hoy, incluso un poco mejor, porque el ser músico de afición y de vida te da una mirada precisa sobre la metáfora. Un abrazo. Si no logro te enviaré el comentario, como otras veces, vía email.

    ResponderEliminar
  2. Señoras, señores, damas, caballeros: esta vez, sin hacer nada especial, ha entrado. Un abrazo Pepe. A partir de ahora, más.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La informática tiene un punto enigmático e imprevisible. Me alegra poder leer tus comentarios aquí. Yo tampoco he cambiando nada en el blog, que nunca ha tenido ninguna restricción, aprobación previa y menos censura o eliminación. Misterios de los ceros y los unos. Un abrazo.

      Eliminar