Uno va formando su opinión, entre otras formas, reflexionando acerca de opiniones y análisis aparecidos en la prensa, comentarios en las redes, noticiarios y tertulias, aunque es raro coincidir totalmente con el contenido de ninguna de estas cosas. En todas le acaba uno encontrando un pero. O varios. Más peso en mis opiniones tiene la lectura de algunos libros, procuro que bien elegidos, donde, de forma más pausada y profunda, se argumenta más y se manipula y evangeliza menos. Aunque también con ellos conviene adoptar una postura crítica y descreída, los libros que prefiero suelen estar menos atados al suceso del día, y escarban más en las causas y en los procesos, dando claves más sólidas para interpretar los acontecimientos, que no siempre son demasiado novedosos ni originales. Todo ha pasado antes o en otro sitio. Por eso, conocer la Historia, la de verdad, no las fábulas acomodadas a una ideología o a un relato interesado, es esencial para comprender lo que ocurre en el presente.
En mis escritos suelo recurrir poco a la cita. Y nada a la reproducción de pasajes largos de los libros que he ido leyendo y que, a veces han inspirado o guiado lo que pienso y escribo. Haremos una excepción. Tres libros:
1.- «Literatura y totalitarismo». Escrito en mayo de 1941, ensayo incluido en «El poder y la palabra. Diez ensayos sobre el lenguaje, política y verdad», Debate, 2017, de George Orwell:
[…] «Sin embargo, hay varias diferencias fundamentales entre el totalitarismo y todas las ortodoxias del pasado, tanto en Europa como en Oriente. La más importante es que las ortodoxias del pasado no cambiaban, al menos no lo hacían rápidamente. En la Europa medieval, la Iglesia dictaba lo que debíamos creer, pero al menos nos permitía conservar las mismas creencias desde el nacimiento hasta la muerte. No nos decía que creyésemos una cosa el lunes y otra distinta el martes. Y lo mismo puede decirse más o menos de cualquier ortodoxo cristiano, hindú, budista o musulmán hoy en día. En cierto modo, sus pensamientos están restringidos, pero viven toda su vida dentro del mismo marco de pensamiento. Nadie se inmiscuye en sus emociones.
Pues bien, con el totalitarismo ocurre exactamente lo contrario. La peculiaridad del Estado totalitario es que, si bien controla el pensamiento, no lo fija. Establece dogmas incuestionables y los modifica de un día para otro. Necesita dichos dogmas, pues precisa una obediencia absoluta por parte de sus súbditos, pero no puede evitar los cambios, que vienen dictados por las necesidades de la política del poder. Se afirma infalible y, al mismo tiempo, ataca al mismo concepto de verdad objetiva. Por poner un ejemplo obvio y radical, hasta septiembre de 1939 todo alemán tenía que contemplar el bolchevismo ruso con horror y aversión, y desde septiembre de 1939 tiene que contemplarlo con admiración y afecto. Si Rusia y Alemania entran en guerra, como bien podría ocurrir en los próximos años, tendrá lugar otro cambio igualmente violento. La vida emocional de los alemanes, sus afinidades y sus odios, tiene que revertirse de la noche a la mañana cuando ello sea necesario.» […]
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2.- «La ventana de Overton», novela de Glenn Beck, basada en este concepto. Aunque la lectura de esa novela es muy recomendable, mostrando un ejemplo de su aplicación en Estados Unidos, podemos encontrar en la Wikipedia o en otros portales una descripción resumida de los pasos de ese proceso de manipulación. Igual nos resulta familiar. Por ejemplo, aquí: https://actualidad.rt.com/sociedad/view/125437-legalizar-overton-eutanasia-incesto
Cómo legalizar cualquier fenómeno, desde la eutanasia hasta el canibalismo?
Publicado:
En la actual sociedad de la tolerancia, que no tiene ideales fijos y, como resultado, tampoco una clara división entre el bien y el mal, existe una técnica que permite cambiar la actitud popular hacia conceptos considerados totalmente inaceptables.
Esta técnica, llamada 'la ventana Overton' y que consiste en una secuencia concreta de acciones con el fin de conseguir el resultado deseado, "puede ser más eficaz que la carga nuclear como arma para destruir comunidades humanas", opina el columnista Evgueni Gorzhaltsán.
En su artículo en el portal Adme, pone el ejemplo radical de cómo convertir en aceptable la idea de legalizar el canibalismo paso a paso, desde la fase en que se considera una acción repugnante e impensable, completamente ajena a la moral pública, hasta convertirse en una realidad aceptada por la conciencia de masas y la ley. Eso no se consigue mediante un lavado de cerebro directo, sino en técnicas más sofisticadas que son efectivas gracias a su aplicación coherente y sistemática sin que la sociedad se dé cuenta del proceso, cree Gorzhaltsán.
Primera etapa: de lo impensable a lo radical
Obviamente, actualmente la cuestión de la legalización del canibalismo se encuentra en el nivel más bajo de aceptación en la 'ventana de posibilidades' de Overton, ya que la sociedad lo considera como un fenómeno absurdo e impensable, un tabú.
Para cambiar esa percepción, se puede, amparándose en la libertad de expresión, trasladar la cuestión a la esfera científica, pues para los científicos normalmente no hay temas tabú. Por lo tanto, es posible celebrar, por ejemplo, un simposio etnológico sobre rituales exóticos de las tribus de la Polinesia y discutir la historia del tema de estudio y obtener declaraciones autorizadas sobre el canibalismo, garantizando así la transición de la actitud negativa e intransigente de la sociedad a una actitud más positiva.
Simultáneamente, hay que crear algún grupo radical de caníbales, aunque exista solo en Internet, que seguramente será advertido y citado por numerosos medios de comunicación. Como resultado de la primera etapa de Overton, el tabú desaparece y el tema inaceptable empieza a discutirse.
Segunda etapa: de lo radical a lo aceptable
En esta etapa, hay que seguir citando a los científicos, argumentando que uno no puede blindarse a tener conocimientos sobre el canibalismo, ya que si alguna persona se niega a hablar de ello será considerado un hipócrita intolerante.
Al condenar la intolerancia, también es necesario crear un eufemismo para el propio fenómeno para disociar la esencia de la cuestión de su denominación, separar la palabra de su significado. Así, el canibalismo se convierte en 'antropofagia', y posteriormente en 'antropofilia'.
Paralelamente, se puede crear un precedente de referencia, histórico, mitológico, contemporáneo o simplemente inventado, pero lo más importante es que sea legitimado, para que pueda ser utilizado como prueba de que la antropofilia en principio puede ser legalizada.
Tercera etapa: de lo aceptable a lo sensato
Para esa etapa, es importante promover ideas como las siguientes: "el deseo de comer personas está genéticamente justificado", "a veces una persona tiene que recurrir a eso, si se dan circunstancias apremiantes" o "un hombre libre tiene el derecho de decidir qué come".
Los adversarios reales a esos conceptos, es decir, la gente de a pie que no quiere ser indiferente al problema, intencionadamente se convierten para la opinión pública en enemigos radicales cuyo papel es representar la imagen de psicópatas enloquecidos, oponentes agresivos de la antropofilia que llaman a quemar vivos a los caníbales, junto con otros representantes de las minorías.
Expertos y periodistas en esta etapa demuestran que durante la historia de la humanidad siempre hubo ocasiones en que las personas se comían unas a otras, y que eso era normal.
Cuarta etapa: de lo sensato a lo popular
Los medios de comunicación, con la ayuda de personas conocidas y políticos, ya hablan abiertamente de la antropofilia. Este fenómeno empieza a aparecer en películas, letras de canciones populares y videos. En esta etapa, comienza a funcionar también la técnica que supone la promoción de las referencias a las personajes históricos destacados que practicaban la antropofilia.
Para justificar a los partidarios de la legalización del fenómeno se puede recurrir a la humanización de los criminales mediante la creación de una imagen positiva de ellos diciendo, por ejemplo, que ellos son las víctimas, ya que la vida las obligó a practicar la antropofilia.
Quinta etapa: de lo popular a lo político
Esta categoría supone ya empezar a preparar la legislación para legalizar el fenómeno. Los grupos de presión se consolidan en el poder y publican encuestas que supuestamente confirman un alto porcentaje de partidarios de la legalización del canibalismo en la sociedad. En la conciencia pública se establece un nuevo dogma: "La prohibición de comer personas está prohibida."
Esta es una técnica típica del liberalismo que funciona debido a la tolerancia como pretexto para la proscripción de los tabúes. Durante la última etapa del 'movimiento de las ventanas' de Overton de lo popular a lo político, la sociedad ya ha sufrido una ruptura, pues las normas de la existencia humana se han alterado o han sido destruidas con la adopción de las nuevas leyes.
Gorzhaltsán concluye que el concepto de las 'ventanas de posibilidades', inicialmente descrito por Joseph Overton, puede extrapolarse a cualquier fenómeno y es especialmente fácil de aplicar en una sociedad tolerante en la que la llamada libertad de expresión se ha convertido en la deshumanización y donde ante nuestros ojos se eliminan uno tras otro todos los límites que protegen a la sociedad del abismo de la autodestrucción.
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3.- El tercer libro es el de Eccce Temelkuran, «Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura», donde se analiza el caso de la Turquía de Erdogán, como ejemplo del proceder de los populismos, tanto de derechas como de izquierdas, para ir apoderándose de todos los resortes de un país´, apelando a un supuesto “pueblo real” del que el dictador en ciernes se presenta como intérprete, apropiándose paulatinamente de sus instituciones, empezando por la justicia, después de su concienzudo descrédito y acoso.
«Nos previene y anuncia «la desesperación de comprender que sus tácticas venían a ser como jugar al ajedrez contra una paloma, por tomar prestada la expresión que alguien utilizó en cierta ocasión para describir lo que suponía debatir sobre la evolución con un creacionista: la paloma derribará todas las piezas, se cagará en el tablero, y luego saldrá volando, atribuyéndose orgullosa la victoria y dejándote a ti la tarea de tener que limpiar la mierda. Por algo Garri Kaspárov, el excampeón mundial de ajedrez, abandonó Rusia para irse a vivir al extranjero después de jugar una espantosa partida con Putin.»
Aunque el libro versa principalmente sobre el caso turco, de cómo una democracia fue convertida en una dictadura por métodos repetidos en sitios y lugares distintos, aunque no todos tienen el cuajo de simular un golpe de estado, urdido contra sí mismo, bombardeando el palacio presidencial, lógicamente estando él ausente, y así tener excusa para meter en la cárcel a los supuestos culpables. Esto es, a toda la oposición civil, militar, judicial y religiosa. Genial. Pero ya señala que este populismo de derechas es calcado a cualquier otro, de izquierdas, laico, religioso o mediopensionista.»
Copio el índice y unos párrafos:
1. Crea un movimiento
2. Trastoca la lógica y atenta contra el lenguaje
3. Elimina la vergüenza: en el mundo de la posverdad...
4. Desmantela los mecanismos judiciales y políticos.
5. Diseña tu propio ciudadano
6. Deja que se rían ante el horror.
7. Construye tu propio país
«El nombre de Hugo Chávez ya formaba parte de la galería «Grandes Populistas». Criminalizaba todas las voces críticas calificándolas de enemigas del pueblo real, al tiempo que afirmaba ser no solo el único representante de toda la nación, sino la propia nación. Obviamente, también inventaba relatos interesados que convertía en la historia oficial, infantilizando a toda una nación y haciendo de la inteligencia humana básica un crimen contra el «proceso», esto es, la transformación generalizada del país a su supuesto socialismo, o más bien a cierta versión de este adaptada por el propio Chávez. El embajador parecía un niño cansado que solo quería llegar al final de la historia para irse a la cama. En ese momento yo ignoraba que poco tiempo después lidiar con esa clase de cuentos de hadas pasaría a convertirse en moneda corriente en Turquía, y que nos veríamos obligados a demostrar que lo que todo el mundo había visto con sus propios ojos en realidad había sucedido.
«Se dice que el continente americano fue descubierto por Colón en 1492. En realidad, en 1178, trescientos catorce años antes de Colón, ya habían llegado eruditos musulmanes al continente americano. En sus memorias, Cristóbal Colón menciona la existencia de una mezquita en lo alto de una colina, en la costa de Cuba.»
El 15 de noviembre de 2014, el presidente Erdogan contó esta historia en un encuentro de líderes musulmanes latinoamericanos. Al día siguiente, periodistas de todo el mundo informaron sobre la grandilocuente aportación del presidente turco a la historia, ocultando sus sonrisitas burlonas detrás de frases corteses que insinuaban confiadamente: «Es evidente que no ocurrió así, pero eso usted ya lo sabe.»
Ni el Brexit ni Trump habían sucedido aún, así que los periodistas occidentales ignoraban que sus sonrisas se convertirían en rictus cuando la racionalidad se revelara impotente no solo frente a los disparates de un solo hombre, sino también frente a los hipnotizados ojos de millones de personas que se los creían. De habérselo preguntado, los venezolanos o los turcos podrían haber descrito a aquellos periodistas el camino de desesperación que lleva de una mezquita en lo alto de una colina cubana a lo alto de una colina de Ankara donde los disparates se convierten en la historia oficial y una nación entera sucumbe al agotamiento. También podrían haberles explicado cómo la máquina populista, decidida a infantilizar el lenguaje político y destruir la razón, empieza su trabajo diciendo: «¡Sabemos muy bien quién es Sócrates! ¡Ya no podéis seguir engañándonos sobre ese malvado!» Y ahora el lector se preguntará: «¡Un momento! ¿Quién ha hablado para nada de Sócrates?»
«Con el populismo en auge en toda Europa, de vez en cuando afrontamos el reto de tener que hacer frente a las posturas populistas en el discurso público. En este taller los participantes aprenden a defender con éxito sus ideas frente a los argumentos populistas. Mediante ejercicios prácticos y técnicas concretas, los participantes aprenden a evaluar mejor los argumentos populistas, a identificar rápidamente sus puntos fuertes y débiles, a formular sus propios argumentos de manera concisa y a enfrentarse de manera segura y constructiva a las personas con puntos de vista populistas.»
`...] «Cuando las personas como nuestro anarquista posestructuralista vieron que se estaban convirtiendo en la infantería de la democracia, supervisando el proceso de votación y recuento, de inmediato empezaron a olerse que había gato encerrado. O más bien empezaron a oler a cebolla: un olor fuerte y repugnante, uno que tal vez sintieran que no podían pero debían soportar. Al final de este capítulo, y con suerte antes de que su propio país, estimado lector, tenga que soportar un hedor similar, entenderá por qué el olor a cebolla es parte integrante de la democracia. Si no puede tolerar su olor, entonces puede que esté en peligro de perder el mal menor –el imperfecto triunvirato formado por la democracia, el sistema y el estado– a cambio de un régimen autoritario.
Cuando
Recep Tayyip Erdogan llegó por primera vez al escenario político, quienes
seguían la política de partidos desde una segura distancia teórica
experimentaron una especie de deleite cínico, no muy distinto del que sintieron
sus homólogos en Hungría, Gran Bretaña y Estados Unidos cuando empezaron a
surgir sus propios populistas. El AKP de Erdogan desafiaba constantemente al
poder establecido con tácticas de choque basadas en asestar golpes inesperados:
atacar a prominentes figuras del Estado hasta entonces consideradas intocables;
desechar las opiniones de consenso o amagar con retirarse de los acuerdos
internacionales... Todo esto imprimió una vigorizante sacudida al conjunto del
sistema político y supuso una llamada de atención para los políticos de todos
los colores. En todos los canales de televisión, los representantes del AKP
dejaban sin habla a las más distinguidas figuras del sistema con su atrevido
rechazo a las convenciones políticas, mientras la sensación de asombro que
causaban no hacía sino ensanchar aún más su desafiante sonrisa populista. La
táctica era sencilla: hacer una declaración explosiva durante el debate,
sembrar la confusión o iniciar un enfrentamiento entre los políticos del
centro-derecha y el centro-izquierda establecidos, atacar los frágiles
equilibrios del país, y regodearse en el caos antes de terminar el debate
declarando que ninguna de las partes estaba en sintonía con las demandas del pueblo real, y que las
demandas de la calle hacía tiempo que se hallaban desconectadas de la
percepción política del sistema.
Mientras
este cabaret enturbiaba el debate político, ciertos cínicos izquierdistas se
quedaban pegados a sus televisores disfrutando del espectáculo de contemplar
cómo aquellos individuos provincianos de poca monta desmantelaban el sistema tanto tiempo respetado,
cuando no temido. «La periferia finalmente está haciéndose con el poder del
centro» era un análisis de moda en ese momento, como lo sería en Estados Unidos
después de un año de administración Trump o en Gran Bretaña tras el referéndum
del Brexit. Había en ello, obviamente, un atisbo de celos: la izquierda
confiaba en que sería ella la que llevara a cabo ese acto revolucionario. Muchos de sus
miembros estaban tan enamorados de la destrucción política que tardaron varios
años en plantear la cuestión crucial: «¿Con qué vais a reemplazar el sistema?» Y cuando finalmente
se acordaron de formular la pregunta, todos los años desperdiciados en aquel
voyerismo político se los llevó el viento, dejándolos frente a las verdaderas
consecuencias de sus desesperadas
expectativas. Baste recordar todos los comentarios publicados tras
el referéndum del Brexit en las redes sociales por personas jóvenes y cultas
cuyo mensaje se reducía simplemente a: «¡No sabía que esta votación iba a
tomarse en serio!» Cuando la nueva generación de flâneurs de la política quiso darse cuenta de que
sus votos tenían consecuencias más serias que los «Me gusta» de Facebook, su
nueva vida no europea ya estaba siendo moldeada por la política de la vida
real, del mismo modo que en Turquía nuestra vida se ha visto configurada por el
conjunto de valores de los conservadores provincianos.
Žižek
llegó casi dos décadas tarde al debate con su creencia de que un organismo
político antidemocrático podría favorecer de algún modo la construcción de una
democracia mejor. Pero en Turquía la cuestión había quedado solventada muy
pronto mediante prácticas autoritarias, y cuando los nuevos «ciudadanos
militantes» que hacían trabajo de campo se encontraron cara a cara con los
entusiastas partidarios del líder, quedó claro que sería casi imposible cambiar
sus convicciones o canalizar sus frustraciones para crear una democracia mejor.
Los cínicos izquierdistas también descubrieron que no bastan las buenas maneras
y la moderación para evitar una pelea a puñetazos –a veces literalmente– cuando
uno se enfrenta a los matones de un líder autoritario para los que todo vale.
Durante
las elecciones de 2015 en Turquía, nuestro anarquista posestructuralista y
ciudadano militante, junto con todos los que teorizaban y creían que existe un
fondo político que tocar, tuvieron que lidiar físicamente con los simpatizantes
del gobierno que intentaban meter votos falsos en las urnas. Creyeron que
aquello era lo más bajo que se podía caer... hasta que experimentaron el
referéndum de 2017 sobre la ampliación de poderes del gobierno tras el fallido
golpe de Estado. Tras presentarse una vez más como voluntarios para supervisar
los comicios, no tardarían en llegar a la deprimente conclusión de que esta vez
el fraude electoral era aún más descarado que la anterior. Aunque los
voluntarios supervisaron meticulosamente el proceso de votación, cuando empezó
el recuento y quedó claro que Erdogan no iba a ganar, la Junta Electoral
Superior cambió la ley electoral en cuestión de una hora tras las presiones del
propio líder, y los manifiestos votos falsos en favor de Erdogan se declararon
válidos.
La
oposición comprendió entonces que, con todos los poderes del Estado en manos
del régimen autoritario, aun en el caso de que hubiera un nuevo despertar político
resultaba casi imposible detener aquella marea haciendo uso de su
comportamiento político habitual. Se precipitaban más allá del nuevo fondo
político y moral, algo inimaginable hasta que sucedió realmente. Y en cuanto a
nuestro anarquista posestructuralista, como la mitad del país que votó contra
Erdogan en el referéndum que lo convirtió en el único gobernante de Turquía,
sintió que ese último golpe era su muerte. Poco imaginaba que la «otra vida»
que le esperaba sería aún peor.»
[...] «Al igual que en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, en Turquía ya era demasiado tarde para enfriar el entusiasmo de los partidarios de Erdogan y decirles que se estaba sorteando al Estado y su sistema legal, y que eso sentaría un nuevo precedente en la práctica política que permitiría a los líderes ejercer un poder ilimitado siempre que lo desearan. La ironía de esta historia es que en los tres días que pasé en el Foro Skoll y en la Cumbre de Mujeres del Mundo escuché en repetidas ocasiones pronunciar la misma frase a mucha gente: «Bueno, no le dejarán hacer eso.»
Por
razones que no soy capaz de comprender, muchas personas permanecen ciegas al
hecho de que sus líderes, dondequiera que se sitúen en el espectro político, se
molestan cada vez menos en buscar consenso o aprobación. Por aquellas mismas
fechas Trump atacaba a la CIA y al FBI, reemplazando a funcionarios de alto
nivel en ambos organismos y rechazando la investigación bipartita del FBI sobre
la connivencia de Rusia en su campaña electoral. No era difícil imaginar una
habitación, en algún lugar de los oscuros pasillos de la sede central de la
CIA, en el corazón mismo del sistema
estadounidense, donde varios agentes se decían lo mismo unos a otros: «No le
dejarán...» El hábito de concebir a nuestras instituciones como entes poderosos
y abstractos, y olvidar que en realidad están formadas por personas que podrían
estar demasiado paralizadas para reaccionar, es un fallo habitual cuando nos
enfrentamos al autoritarismo, incluso entre los directivos de esas mismas
instituciones.
El
punto de inflexión crucial en el largo proceso de desmantelamiento del aparato
del Estado y los mecanismos legales no es la implantación de cuadros formados
por obedientes y leales miembros del partido o de la propia familia, como mucha
gente tiende a pensar. La vuelta de tuerca que permite a los líderes jugar a
voluntad con este aparato se inicia cuando estos empiezan a socavarlo para
crear la sensación de que es superfluo.
En un abrir y cerrar de ojos se filtran al debate público toda una serie de
preguntas que tienen el potencial de alterar las reglas del juego: «¿De verdad
necesitamos esas instituciones?»; «¿De verdad necesitamos seis puestos de alto
nivel en el Departamento de Estado»?; «¿Acaso no llevan vacantes más de un año
y las cosas han seguido funcionando sin ellos?»; «¿Para qué sirve el Parlamento
británico si no es necesario ni siquiera cuando se decide cometer un acto de
guerra?».
Al crear esta percepción generalizada del carácter superfluo del Estado gracias a una enérgica maquinaria propagandística y al apoyo de las masas devotas que confían en la caridad del partido, paralelamente el líder populista empieza a reforzar la idea de que su poder y el de sus partidarios son de hecho mayores que los del sistema. En el tiempo que transcurre antes de que este último responda o reaccione ante el desgaste provocado por el líder en el sistema legal surge un nuevo sentimiento generalizado: «Resulta», empieza a pensar la gente, «que lo que considerábamos un poder fundamental nunca ha sido más que un tigre de papel.» ¡Incluso la CIA, el FBI y el Tribunal Supremo! Es como si el líder, al jugar constantemente con estas instituciones, transmitiera de manera indirecta un mensaje a las masas: «Ya veis, el palacio del poder está vacío. Entremos y tomemos el control.» Lo importante en esos primeros intentos de restar autoridad a dichas instituciones no son los cambios reales, los nuevos nombramientos, o el hecho de que las decisiones como bombardear Siria sean acertadas o erróneas, sino más bien la creación de la percepción pública de que el aparato del Estado está condenado al fracaso y hace mucho que debería haber sido expoliado por el pueblo real. A partir de ahí, las siguientes elecciones se convierten en una mera formalidad, una simple cuestión de aprobar el derecho del líder a seguir manejando el país y distribuyendo la riqueza pública expoliada entre sus partidarios. Y ello porque, para seguir regalando el botín político a las masas, el líder también debe mantener la maquinaria electoral funcionando ininterrumpidamente: las elecciones permiten reorganizar la manada y dar esperanza a nuevos individuos o grupos de que ahora podrían ganar el premio gordo y beneficiarse de la riqueza estatal.»
[...] «Es obvio que la impotencia de la racionalidad y del lenguaje ante la retorcida lógica del populismo ya ha creado una considerable demanda en el mercado político, y, como consecuencia, hoy se están enseñando técnicas de razonamiento defensivo que parecen propias de las artes marciales. El curso consiste en dos jornadas de talleres, y se invita a los asistentes a aportar sus propias experiencias personales, sin duda exasperantes. Si yo asistiera al curso con mi bagaje de dieciséis años de experiencia turca, propondría humildemente, a riesgo de que Aristóteles se revolviera en su tumba, iniciar esa guía de argumentación populista para principiantes planteando el famoso silogismo aristotélico «Todos los humanos son mortales; Sócrates es humano; luego Sócrates es mortal»:
ARISTÓTELES: Todos los humanos son mortales.
POPULISTA: Esa es una afirmación totalitaria.
ARISTÓTELES: ¿No cree que todos los humanos son
mortales?
POPULISTA: ¿Me está interrogando? Solo porque nosotros
no seamos ciudadanos como usted, sino gente, ya somos ignorantes, ¿es eso? Puede
que lo seamos, pero sabemos cómo es la vida real.
ARISTÓTELES: Eso es irrelevante.
POPULISTA: Por supuesto que para usted es irrelevante.
Durante años usted y los de su clase han gobernado este lugar, diciendo que el
pueblo es irrelevante.
ARISTÓTELES: Por favor, responda a mi pregunta.
POPULISTA: El pueblo real de este país piensa de otro
modo. Nuestra respuesta no se encuentra en ningún papiro elitista.
ARISTÓTELES: (Silencio.)
POPULISTA: Demuéstrelo. Demuéstreme que todos los
humanos son mortales.
ARISTÓTELES: (Sonrisa nerviosa.)
POPULISTA: ¿Lo ve? No puede demostrarlo. (Sonrisa
burlona de autoconfianza, un rasgo distintivo que se exhibirá constantemente
para molestar a Aristóteles.) Está bien. Lo que nosotros entendemos de la
democracia es que todas las ideas pueden verse representadas en el espacio
público, y todas merecen igual respeto. Los dioses afirman...
ARISTÓTELES: Eso no es una idea, es un hecho. Y aquí
estamos hablando de humanos mortales.
POPULISTA: Si por usted fuera, mataría a todo el mundo
para demostrar que todos los humanos son mortales, como lo haría su predecesor.
ARISTÓTELES: Eso no conduce a nada.
POPULISTA: Por favor, termine de exponer su
pensamiento, porque yo tengo cosas importantes que decir.
ARISTÓTELES: (Suspiro.) Todos los humanos son
mortales; Sócrates es humano...
POPULISTA: Tengo que interrumpirle.
ARISTÓTELES: ¿Perdón?
POPULISTA: Bueno, tengo que hacerlo. Hoy en día,
gracias a nuestro líder, está perfectamente claro quién es Sócrates. ¡Sabemos
muy bien quién es Sócrates! ¡Ya no pueden seguir engañándonos sobre ese
malvado!
ARISTÓTELES: ¿Bromea?
POPULISTA: Para nosotros esto no es ninguna broma,
señor Aristóteles, aunque para usted pueda serlo. Sócrates es un fascista. Mi
gente finalmente ha comprendido la verdad, la auténtica verdad. Al final el
perro enseña los dientes. Ya no pueden seguir engañando a la gente. Iba usted a
decir: «Luego Sócrates es mortal», ¿verdad? Estamos hartos de sus mentiras.
ARISTÓTELES: Está usted rechazando los fundamentos de
la lógica.
POPULISTA: Yo respeto sus creencias.
ARISTÓTELES: Esto no es una creencia; es lógica.
POPULISTA: Yo respeto su lógica, pero usted no respeta
la mía. Ese es hoy el gran problema en Grecia.
Este es un sencillo ejemplo de la lógica populista
básica que, con variaciones, se emplea actualmente en muchos países. Sin
embargo, incluso en esta conversación ficticia hay al menos cinco falacias
según las reglas generales del debate racional, las reglas fundamentales de la
lógica que llevamos siglos utilizando en nuestra vida cotidiana, aunque no
sepamos una palabra de latín:
1. Argumentum ad hominem (refutar un argumento
atacando personalmente al adversario en lugar de refutar la esencia de su
argumento): Usted y los de su clase han gobernado...
2. Argumentum ad ignorantiam (apelar a la ignorancia
afirmando que una proposición es verdadera porque aún no ha sido refutada): ¿Lo
ve? No puede demostrar que todos los humanos son mortales.
3. Argumentum ad populum (suponer que una proposición
es verdadera simplemente porque mucha gente la cree): El pueblo real de este
país piensa de otro modo.
4. Reductio ad absurdum (intentar probar o refutar un
argumento tratando de mostrar que conduce a una conclusión absurda): Mataría a
todo el mundo para demostrar que todos los humanos son mortales.
5. Razonamiento ad-hoc (explicar por qué algo
determinado puede ser en sustitución de un argumento acerca de por qué es): La
democracia consiste en respetar las ideas, así que respete la mía.
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