Epístola del rescate de los cautivos - 14 de julio 2012
Queridos hermanos.
Anda la cristiandad revuelta. No es nuevo que sean los más quienes
trabajan, viendo como tributos y aranceles les arrebatan gran parte de
sus ya menguados jornales, para pagar las deudas de los menos, quienes,
ociosos y a costa de los primeros, siguen acumulando riquezas y viviendo
en el lujo, el derroche y el exceso. Mullidas alfombras pisan hoy
quienes antaño ejercían su oficio en Sierra Morena. Han abandonado sus
trabucos los salteadores de caminos, hallada la manera de esquilmar al
desprevenido villano de guisa menos riesgosa para el asaltante.
Se promulgan pragmáticas que nos hacen más pobres a muchos para que
unos pocos no vean peligrar su riqueza, socavando la justicia y la razón
y convirtiendo en papel mojado anteriores leyes, edictos y acuerdos.
Quedan indefensos los cristianos tras atender durante largos años la
parte que les correspondía en un trato que ahora ven incumplido. A pesar
de ser tenida por gente dudosa y poco de fiar, el apretón de manos de
un tratante de ganado o de un chamarillero, ha resultado ser más fiable
que leyes y pragmáticas, a cuyo amparo creíamos estar, solemnemente
proclamadas y rubricadas por el mismo rey, pero que comprobamos que a
poco comprometen a quienes con mentira juraron defenderlas para acceder a
sus prebendas y canonjías. Dios les pedirá cuentas por sus quebrantados
juramentos y promesas.
A la injusticia añadimos hoy el escarnio y el desprecio. Hay
ocurrencias, pues con ocurrencias se nos gobierna, que minan hasta el
derrumbe la ya tambaleante moral de la feligresía. Vemos gestos que, de
forma obscena,
suman la burla y la vejación a nuestros miedos por el presente y el
futuro. Desconocemos las caras de los que en verdad nos gobiernan, sólo
sabemos que sean quienes sean, nos miran como insectos. Como siempre
ocurre en la cristiandad, hay que dirigir los ojos a Roma para encontrar
ejemplo y guía. Elsa Fornero,
regidora transalpina, vertió amargas lágrimas mientras anunciaba
sacrificios menores de los aquí se nos imponen entre aplausos y
sonrisas.
En las juntas en las que su cofradía decretaba una recortadura tres veces mayor para una economía la mitad de grande, Andrea Fabra,
una de las diputadas del común que hace pocas lunas elegimos para
solucionar los problemas que nos abruman y que, a los 28 años, y gracias
a la designación del virreinato valenciano, ya ostentaba senatorial
toga, vomitó un expresivo resumen de su pensar, mostrando a los súbditos
del reino el grado de su aprecio y caridad para con quienes iban a
sufrir las requisas que permitirán que ella, sin más méritos conocidos
que ser hija de su padre, levantino prócer con aspecto de capo de la
mafia calabresa, siga viviendo como un rajá: —¡Que se jodan!, fueron sus
piadosas palabras. Que este miserable personaje siga o no posando su
culo en una cátedra que no merece será vara con que medir la dignidad de
tal congregación.
—¡Ya veo la luz al final del túnel!, exclama Miguel Durán, anterior
jerarca de una orden laica que agrupa a los ciegos del reino.
—¡Oteo una luz al final del túnel!, pero es un tren que viene, —leo en otra esperanzadora crónica…
Los nostradamus de las finanzas explican qué va a acontecer, una vez
ocurrida la catacumbre, que no antes. Asesoran e ilustran a los usureros
que les pagan, que han salido a la luz para mostrarse ahora sin recato,
después de siglos ocultos en oscuras y tortuosas callejas en las que
antaño ejercían su infame oficio. Pomposos títulos disfrazan y dan
lustre a su hermandad sin fronteras y, ya a cara descubierta, imponen a
reinos y villas las penitencias y ayunos que les garanticen el cobro de
las rentas de sus usuras.
Oscura y contradictoria es su doctrina:
—¡Hemos vivido por encima de vuestras posibilidades, ahorrad ahora!, razonan unos.
—¡Gastad, malditos, que nada vendemos!, gritan otros.
—¡Sálvese quien pueda!, vienen a decir quienes gobiernan, aunque vemos
que, en el actual naufragio, sólo hay barcas para socorrer y rescatar a
quienes han estrellado la nave contra los arrecifes.
Uno de estos gurús, que imparte doctrina económica en los estudios
generales de la corte, afirma que algo de vida inteligente debe quedar
en Europa, aunque no se vean muestras de tal cosa en el momento actual.
Opina que son poco atinadas las providencias con las que se nos quiere
sacar de la ruina que padecemos. Oigo hablar de que se nos rescata, como
cautivos de Argel. Eso, al menos, nos confirma que esclavizados
estamos, ya que rescatados hemos de ser.
Sírveme de consuelo el pensar que, puesto que somos nosotros quienes a
ellos les damos de comer, que no al contrario y que, además, les hacemos
ricos, no han de dejarnos morir, al menos no a todos. Que Dios reparta
suerte.
El hermano José
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