El presidente Torra, una vez abandonados los valores y formas
de la democracia, abandona también sus lugares. Cerrado el Parlamento, ya sin tapujos,
directamente actúa en un teatro, al que llaman nacional, una muestra más del
torcimiento de los significados y del uso de los símbolos y espacios de todos
en beneficio de una parte —y no la mayor— de la población de esta región
española. Sale a escena caracterizado de Luther King con lacito amarillo y,
aunque jaleado por la claque, resulta poco creíble. Como también lo resultaría
el líder evocado si sus discursos y actos reivindicativos los hubiera realizado
en ejercicio del cargo de gobernador de Carolina del Norte. Manchan todo lo que
tocan, de Gandi y Mandela a Jesucristo, parodiado por ese Mas de brazos alzados
al cielo (un Bryan sin gracia) bajando con las tablas del ‘prusés’ desde los
peñascos de Montserrat, más a mano que los del Sinaí, que cada vez recuerdan
más a los Monty Python.
Muestra máxima de la impostura e impotencia del actor
Torra es el hecho de que, obviando al poder judicial, el que exige al Estado la
libertad de unos políticos presos sea quien custodia en nombre de ese mismo
Estado las llaves de la cárcel donde están internados. En un bolsillo tiene las
llaves; en el otro la nómina, ambas de un Estado al que finge no reconocer. El
uso de las unas conllevaría dejar de disfrutar de la otra y, entre el amor y el
dinero, lo segundo es lo primero, además de que sería aprovechada la apertura
de la cárcel para meterlo dentro a él. Adaptados poco a poco a esta situación
alucinatoria y aberrante, convivimos con la anomalía democrática de que una
región española esté teletresdirigida por activistas alucinados, algunos
incluso perseguidos por la justicia, identificables afortunadamente por esos sambenitos
amarillos, instalados en la verborrea, el gesto desafiante, la provocación, el
desprecio a la ley, el desvarío y el abuso. Largos años sin gobernar, con esa
peligrosa vacuidad mental virtual del que sólo tiene una idea. Y no buena. Los
intereses, sin embargo, los tienen más variados, aunque no mejores.
Efeméride a añadir a la balconada de Companys, otro
bandarra, es la que los días 6 y 7 de septiembre, un año ya desde el golpe de
estado parlamentario, afortunadamente frustrado, que ha llevado a algunos de
sus promotores a la cárcel y a otros a la huida cobarde para todos y traidora para
los suyos. Quien venía haciendo el papel de capitán Araña con sus aleccionados
seguidores no podía dejar de hacerlo con sus socios de asonada. Acostumbrados a
proclamar como históricos los esperpentos escenificados un día sí y otro también,
antes y después de las comidas, esta es una de las fechas que sin duda
recordará la verdadera historia, muy alejada de la que han falseado para
justificar sus desvaríos o de la que quisieran escribir en la hoja en blanco
del futuro. Por su cambiante y tortuosa hoja de ruta transita a trompicones la
historia del intento de construcción de una república bananera, irrespetuosa
con las leyes, con la separación de poderes, con el reconocimiento de que una
mayoría está en su contra y, sobre todo, con la verdad. La realidad se oculta
tras frases y palabras tan movilizadoras como equívocas, a menudo directamente falsas, entre las que
destacan conceptos huidizos como libertad, derecho a decidir, mandato popular, autodeterminación,
huelga de país, voluntad de un pueblo, país colonizado, presos políticos,
exiliados y demás falsificaciones interesadas. La más grave es la de llamar
pueblo catalán a la mitad de él, lo que les lleva a abusar de las instituciones
para gobernar en su contra.
Parte de este falseamiento tiene su origen en el intento de
escapar de la justicia, que les cerca por su corrupción económica de décadas, porque
el sectarismo, aún más grave y dañino, les sale gratis. El tribunal
Constitucional, con muy buen criterio, eliminó del proyecto de Estatut el
establecimiento de una justicia regional, desgajada de la del Estado, su máxima
aspiración. El juez Vidal y otros personajes de igual calaña hubieran sido más
comprensivos con sus delitos, encabezando un sistema judicial sin separación de
poderes que ya anunciaban sin vergüenza en ese proyecto de transición nacional,
eufemismo de otro atropello, que apresuradamente perpetraron contra leyes,
informes de los letrados de la cámara, advertencias del Constitucional y quejas
de una oposición que quisieron silenciar en estas sesiones para la historia de
la infamia.
En aquellos dos días de abyección, dirigido el Parlamento
por la mamporrera Forcadell, mostraron su verdadero rostro, áspero y canalla, su
desesperación del ahora o nunca, su desprecio a los procedimientos de la
democracia y a los límites que ésta les impone en el ejercicio de su mandato y
su poder. Un poder delegado por el Estado en gestores tan desleales y
facciosos, utilizado de forma artera para imponer sus delirios a más de la mitad de la
población que tiene la desgracia de haber caído en sus manos, las de estos aspirantes
a dictadores con el apoyo de menos de la otra mitad de los catalanes. Tras llevar
a los tractorícolas a enamorarse de su propia imagen falsamente embellecida, se
les ha convencido de cuán diferentes, superiores y estupendos que somos,
mecachis en la mar. Cuando digo caer en sus manos no olvido que lo han hecho de
una forma democrática, tras unas elecciones limpias, y por ellas tienen lo
que unos quieren, ya que la ley electoral
permite que tengan todos lo que no quiere más de la mitad de los catalanes. Tampoco
olvido que no sólo ocurre esto en Cataluña o en España, que es en el entero mundo
donde cada vez la honradez, la sinceridad o la capacidad de gestión son los elementos
más irrelevantes para elegir quién nos gobierne. Y así va Cataluña, el resto de
España y el resto del mundo.
Huido Puigdemont, queda al mando de la función el señor
Torra, uncido o embridado por el primero. Por sus escritos anteriores, no
menos que por sus declaraciones y gestos actuales, evidencia ser el único
fascista con mando en plaza en España. Aunque abundan los que se dedican a
detectar y etiquetar fachas, su fino olfato de sexadores de demócratas, ese que
les ha ayudado a elaborar una lista abundosa en la que han ido apuntando a toda
persona más decente que ellos, no les ha permitido detectar al primero de
verdad con que se topan. Por ello, aquellos dos días y los sucesos que
derivaron de la asonada parlamentaria, marcaron una línea roja que separa en
todo nuestro país a los que de verdad son demócratas de los que no lo son. Nunca
lo han sido.
De todas formas sería cosa peregrina que quienes vienen
defendiendo dictaduras desde hace decenios, las que son afines a sus gustos,
salieran en defensa de la democracia cuando está en peligro en el país en que
viven. Sus más indecentes ejemplares, con gastos pagados por el país que
detestan, viajan a Venezuela, Cuba o Nicaragua a abrazar a los dictadorzuelos
tropicales a los que aman, a quejarse ante ellos y sus cebadas camarillas de
las carencias de nuestro sistema, menos democrático a su delirante entender que
el de estos paraísos de oposiciones encarceladas, carnets de la patria, mandatos
eternos y hambre generalizada entre la población. La inmensa abundancia de recursos
de estos países está puesta al servicio de una oligarquía falsamente revolucionaria, casta que
descubren en España pero que allá no son capaces de reconocer. Una vez
pronunciado su alegato, a veces entre lágrimas y vivas a algún comandante, en chándal o de caqui, estos
ridículos antimilitaristas justicieros abandonan ese paraíso y regresan a
seguir padeciendo en el infierno del capitalismo que odian, pero a cuyas
virtudes y comodidades no están dispuestos a renunciar más que un ratito. Su
fuerte nunca ha sido la coherencia aunque su causa es tan grande que, según
ellos, se les pueden disculpar estas ligeras anomalías que hacen desgraciada a
la población de estos desafortunados países que ellos tanto admiran, a los que
no se quieren ir a vivir, aunque les asesoran y ponen como ejemplo a seguir.
Dios nos libre. No era mejor Lenin que Hitler, ni Pinochet que Castro o el Che.
El despotismo criminal no es de izquierdas ni de derechas, es abuso que sitúa a
quien lo ejerce o lo defiende no en uno u otro campo de la ideología política,
sino en el terreno indistinguible e infame de oprimir, reprimir y explotar a un
pueblo usando como escudo unas ideas que, si algo tuvieron de bueno, con su
ejecutoria desacreditan y denigran y que otros, hoy cada vez menos, ciertos o
errados, defendieron con nobleza.
Tardá, diputado en la nómina del parlamento de un país al
que dice no pertenecer ya, avisaba a los jóvenes catalanes de que si no
ayudaban a parir la república cometerían “un delito y una traición a la
tierra”. Como buenos aldeanos totalitarios, vulgares sabinosaranas que juegan
con la identidad como arma y como muro, en estas y otras telúricas afirmaciones
no apelan a los ciudadanos, a las personas, únicos poseedores de derechos, sino
al terruño, al solar de los ancestros, a los espíritus de los bancales y los
ríos, de los cerros y los ribazos.
Debemos sacrificar todo para que estos entes recuperen su paraíso perdido, como
la Comarca de Tolkien, el idílico valle de nuestros abuelos, hoy mancillado por
gentes de fuera. Su carácter de meapilas, por otra parte, les lleva a un
panteísmo que ve dioses en los montes, el idioma, en el espíritu de la raza y en
algunas otras entelequias. Aunque su fe, en realidad, las adore menos que al
papel moneda, llegan a pensar que un idioma tiene derecho a tener hablantes,
aunque sea a la fuerza. Que en una región geográfica a la que los avatares de
la historia han llevado formar parte de un todo político, sus bancales tienen
el derecho de separarse de él, independientemente de lo que piensen las
personas que hoy los cultivan. En realidad, encaramados a sus tractores,
le endosan a la tierra la obligación de independizarse para pertenecerles a
ellos, a unos pocos, a esos pocos cientos de familias que desde hace siglos
esquilman a un país que, en una nueva intentona, intentan inmatricular, cosa
que afean a la Iglesia con la Mezquita de Córdoba.
Resulta curioso que, faltos de argumentos, recurran a los
que menos les pudieran beneficiar y buceen en la Historia en busca de sostén. O
sujetador. Muchos reinos hubo en España, como Castilla, León, Murcia, Mallorca,
Valencia, Navarra. o, si incluimos a los árabes, Córdoba, Sevilla, Denia,
Granada y otros muchas taifas. Ellos son, precisamente, de los pocos que nunca de
los nuncas gozaron de esa independencia que pretenden recuperar. No se puede
recuperar lo que nunca se tuvo, aunque no es cosa que pueda entrar en cabezas
que recuerdan lo que nunca sucedió. Ocultando eras completas, poco nombran a
Roma o a los visigodos, pues ya entonces, como hoy, formaban parte de la
Hispania y nada hay allí que rascar. Tal vez sean sus escrúpulos raciales los
que borran toda presencia árabe y es en la baja Edad Media y en sus finales donde
centran interesadas pesquisas y alucinadas recreaciones del pasado; es allí la
notaría donde rastrean registros de la propiedad y últimas voluntades que les
pudieran permitir escriturar la finca. Nombran, aunque desde no hace mucho
tiempo pues es invención relativamente nueva, una supuesta corona
catalano-aragonesa que nunca existió, ni como nombre ni como realidad jurídica.
Siempre fueron un condado dependiente de Aragón. Incluso otros territorios que
sí se llamaban reino, como Valencia o Mallorca, gozaban de una independencia
más que relativa, por no decir nula, que no hay más que ver cómo el rey de
Aragón tenía autoridad para exigir al rey de Mallorca, un vasallo, que se
desplazara a la corte aragonesa a rendir cuentas ante Jaime I, su rey y señor.
De todas formas, abandono esta línea argumentativa, estéril
contra fanáticos, pues no es en el terreno de los argumentos ni de las verdades
donde se dirime la cuestión. El ámbito del problema es el de los deseos, los
sentimientos, los agravios, las nostalgias y las ambiciones, y ahí poco hay que
debatir. Sólo pedirles, aunque con pocas esperanzas, que hagan el esfuerzo
supremo, no sé si alcanzable por ellos, de reconocer que los demás también los
tienen. Son tan respetables como los suyos, tal vez más, son mayoritarios y además
amparados y sostenidos por las leyes y por siglos de historia, esta sí
verdadera. La constitución no prohíbe el romanticismo, ni la fábula, ni
siquiera la locura, pero existe para intentar evitar que se tengan por base para
imponer una dictadura.
Tal vez en lo único en que lleven razón es en que no se
puede dejar de tener en cuenta al 47% de la población de una comunidad. Sin
embargo nos hemos acostumbrado a que ellos lleven decenios despreciando y
gobernando contra el 53% restante. Incluso cuando era el 80% obraban así, eso
que ellos llaman hacer país.
Este es uno de esos casos en que no sabemos qué hay que hacer
para arreglar un problema, aunque sí que sepamos lo que es necesario hacer para
no agravarlo. Normalmente venimos eligiendo esta última opción. No hemos
llegado a las manos o a los trabucos porque la parte sensata de esta teatral contienda,
la que respeta las leyes, la democrática y constitucional, tiene unas líneas
rojas de las que ellos carecen.
Erudito y descriptivo relato de una situación que no solo nos lleva al insomnio, sino que rápida y gradualmente pasa del alerta al de alerta máxima sin que el comedimiento , por la parte nacionalista , haga acto de presencia. Es el Estado y sus máximos representantes quienes, con sentido común , destreza política e infinita paciencia, encuentren el complejo hueco para la palabra y el acuerdo. Aunque así lo parezca, la otra parte no es absolutamente monolítica, pero no hay que olvidar que una idea es mucho más poderosa que todo un ejercito. Mal consejo es intentar solucionar el contencioso , como tantos calientabragas quisieran, por la acción de doblegar o someter a la mitad de 8.000.000 de personas. Mi esposa tiene en Cataluña una numerosisima y plural familia , pero sin porras. Metamos otro 155 con sus efectos colaterales represivos y la mitad de la naranja va a quedar reducida a un 3/1 .El arte de hacer política es el arte de negociar, no nos equivoquemos.
ResponderEliminarGracias, Germán, por tu atención y tu acertado comentario.
ResponderEliminarEstamos de acuerdo, venimos a decir lo mismo, aunque tú emplees menos palabras.
No va a haber independencia. Lo sabemos todos y ellos los primeros. Siempre han utilizado estos acercamientos al precipicio para sacar más privilegios de un Estado que durante siglos les ha mimado económicamente y servido de mercado esclavo. Creo que todo se resume en una desesperada huida hacia adelante iniciada por la camarilla de Pujol para escapar de la justicia y dirigir las miradas del personal hacia un Estado supuestamente opresor evitando ir a la cárcel por ladrones. Evidentemente se les ha escapado de las manos el Frankenstein que han resucitado y resulta que ahora es la primera vez que andan a empujones de las masas que ellos llevan empujando decenios.
Los sentimientos y sueños son difícilmente negociables. Todos en Cataluña andan buscando que aparezca un suicida político y le diga la verdad a la población. Algunos ya han empezado a sugerirlo, diciendo que iban de póker, reconociendo que con menos de la mitad de la población no se puede imponer nada, etc.
Buscaban víctimas, les alegró ver a la policía dando a algunos incautos las hostias que les debían haber dado a ellos. Uno o varios muertos les hubieran venido bien, que hasta eso llegan. Afortunadamente su ejército tiene tractores porque no les han dejado comprar tanques. Armas largas si habían pedido.
Esperemos que no tensen tanto la cuerda que ocurra algo que tengamos que lamentar. Yerran también quienes desde la otra parte busquen la humillación del adversario, la rendición sin condiciones. Lo malo es que poco queda que darles ya, desde luego nada que merezcasn o necesiten más que otras regiones de España, más pobres, pero más leales y solidarias que ellos.
Si la solución, el cierre de hostilidades, se salda con una humillación, no habremos hecho más que añadir otro episodio que, aunque merecido, justifique las lágrimas de cocodrilo de esta parte narcisista de Cataluña, instalada durante siglos en el prestigioso papel de víctimas.
Rara colonia la que es más rica que la metrópoli.
Lo que en este negocio se ha perdido para muchos decenios es un prestigio del que Cataluña gozaba, derrochado por estos sinvergüenzas. Han mostrado su verdadera cara y no ha resultado ser tan buena como ellos vienen simulando desde siempre. Esa jeta ha resultado ser muy española, una máscara de lo peor de nosotros y de nuestra historia. Una pena.
Un abrazo, amigo Germán.